29 abril 2011

Yo la tengo más larga

25 centímetros

David Refoyo

DVD ediciones, 2010. Colección "Los 5 elementos".

ISBN: 978-84-96238-96-1

144 páginas

14 €



Carolina León


Escribo esto en medio de una de esas euforias futbolísticas, que sucede más allá de las paredes del cuarto. Me pongo a elucubrar sobre la posible existencia, en otro mundo, de “ligas porno”, de un lugar en el que el bien y el mal se dilucidaran sobre camas y sofás y la importancia social tuviera que ver con el tamaño del sostén o, claro, el del miembro masculino. Digo en otro mundo, pero probablemente eso ya está pasando. Es el mundo de la novela 25 centímetros, debut editorial del zamorano David Refoyo, el de los que no somos 'football-stars' ni 'celebrities' ni gente guapa de ninguna clase.

En verdad, su punto de partida es la exultante frase “Ramoncín no tiene ni idea”. Probablemente de las mejores primeras frases de una novela española en los últimos diez años. Los 25 centímetros de Refoyo son una excusa para poner luz sobre una serie de temas que afectan a nuestra cultura y valores, pero van más allá de la “agenda del minuto”: Internet mueve grandes cantidades de dinero; pero es la industria del porno y del sexo la que en verdad mueve ese dineral; nos vendemos por tan poco en nuestros trabajos de oficina; todo tu valor está en el dinero que puedas gastar; la precarización de la vida alcanza a cualquier capa social; la jungla en que vivimos nos hace a todos carne y mercancía; ¿qué queda?

Lo adivinaron: el porno. La novela de Refoyo (publicista de profesión) está construida a base de breves fragmentos, capítulos de un par de páginas que presentan una escena, un intercambio, una transacción, en los que a menudo el lector no sabe con certeza cuál de los hilos narrativos se está desarrollando. Las voces se confunden, los personajes van todos en busca de lo mismo y casi ninguno tiene nombre propio. Vienen definidos por su “tamaño” o por el “hambre existencial”. Con un lenguaje bastante llano, directo, y una plasticidad interesante, imprime ritmo a la secuenciación, mantiene la tensión y evita el chabacanismo, sin ser de expresión “pacata” (el tema no es cualquier tontería) y juega con las perspectivas y el tiempo buscando, quizá, desustanciar las escenas de mayor “peso dramático”. Cuando creemos que, por ejemplo, lo que importa es que al personaje están a punto de abrirle la cabeza por buscar a una prostituta fuera de hora, en realidad importa otra cosa.

Si hay algo que me ha gustado de este libro es, precisamente, ese “en realidad importa otra cosa”. La excusa de tomar el porno y la industria del sexo no es más que un vehículo para elaborar una serie de temas de enjundia social que van desde la homogeneización brutal del futuro (su ausencia) hasta la desaparición de una verdadera meritocracia, y por tanto la precarización, imparable, de la subsistencia.

Si hay algo que no me ha gustado de este libro es su “vigilancia moral” por encima de la literaria. Realmente acierta con apretar el dedo índice sobre estas cuestiones, poniendo sobre el papel a los ganadores y perdedores del circo del postcapitalismo con la misma cenicienta luz, y mostrarnos reducidos a la cantidad de dinero que somos capaces de generar (con lo que sea, sobre todo con nuestros cuerpos). Pero echo de menos un trabajo más apasionado en la escritura. Ésta, que la hay, tiene momentos de poesía brillante (“Un largo cabello rubio recorre Europa hacia el sur”) y otros en que resulta seca, prosa poco chispeante (“Es un trabajo duro y duro tiene que estar el cuerpo para que todo quede bien a la primera”). Sí, es desnudez, a veces malsana desnudez. Quizá fuese el efecto buscado. Recorrí sus páginas deseando que se arriesgase, verbalmente, un poco más.

28 abril 2011

El camino de la esperanza


Frágil (Antología 2001-2009)

Eva Vaz

Editorial Baile del Sol, 2010

ISBN: 978-84-15019-38-1

82 páginas

10 €

Prólogo de Fernando Beltrán



Rafael Suárez Plácido

Hay ocasiones en las que para comprender un libro plenamente hay que conocer algo de la vida del autor. No sé si ocurre eso con Frágil, el último libro de Eva Vaz, publicado en la tinerfeña Baile del Sol (2010), pero el libro se parece mucho a la persona que lo ha escrito: frágil, desde luego, y expuesta, como pocas personas que haya conocido, a la mirada de los demás. Frágil, expuesta e impúdica, como a ella le gusta decir. En este libro se nos ofrece toda una vida con sus bellezas, sus miradas, sonrientes o no, y sus tristezas.

Hay autores de antologías y otros de poesías completas. Eva Vaz ha publicado, antes que este, cuatro libros y, especialmente en los dos primeros se ha tratado de poemas que entraban en la línea de la llamada poesía de la conciencia que, en nuestra opinión, generalmente miraba el mundo sin demasiada profundidad. No era una poesía de autor, sino una poesía que trataba de acoplarse a cómo debía ser el mundo. Las relaciones humanas, el sexo como motor de ellas, será el principal de sus temas. En esto se anticipaba Eva Vaz, bastantes años, a lo que ahora escriben algunas de los poetas más jóvenes que quizá crean que innovan. El otro tema que comparten estas primeras páginas es la mirada sobre una infancia con momentos tristes, en los que ya, aun siendo una niña fuerte físicamente, se anticipa tanta fragilidad. En los dos poemarios siguientes nos encontramos el contacto con nuevos mundos poéticos, que le asoma a la poesía de la experiencia, mucho más obvia en el cuarto libro, Metástasis, su mejor libro hasta el momento. Porque Frágil recoge y ensambla los mejores momentos de toda su poesía, a la que ha añadido algunos poemas, hasta hoy inéditos, que ha estado elaborando estos últimos meses.

Para los que somos del sur, Eva Vaz ha sido una presencia que recordamos de toda la vida. Sin embargo es una poeta joven (Huelva, 1972), que ha destacado en el grupo onubense, primero, y a nivel nacional, luego, desde hace ya algunos años, aunque no publicó su primer libro, Ahora que los monos se comen a las palomas, hasta 2001, con casi treinta. De este libro aparecen en Frágil trece poemas. En ellos, la poesía es el remedio para dejar de sufrir en una vida en la que no se reconoce, en un cuerpo que no siente nada suyo, pero que le sirve para “conquistar el mundo / en un abrir y cerrar / de piernas.” El texto busca el prosaísmo para acompañar una situación desgarrada, donde nada era como le habían prometido. Ni la vida, ni los escritores, ni la muerte, ni el amor. Su segundo libro es La otra mujer (2003), quince historias de mujeres ficticias en las que descubrimos datos que nos evocan a la autora. Tanto en las mujeres protagonistas, como en los hombres antagonistas. Se trata de hombres insensibles, incapaces de satisfacer, ni siquiera de comprender, a las mujeres. Feminismo, yo diría que tópico, en el que el hombre siempre es el culpable de todo, y que se resume en los tres versos siguientes: “Yo amo. / Tú dañas. / Él goza.” De estas historias ha escogido cinco, de las que yo prefiero las dos últimas, que hablan de la niña que ella fue: de sus dolores, sus ilusiones y sueños, y el precio que hubo de pagar por ellos. Un precio que ella exhibe donde más duele, donde más se ve. Y, también, una forma de comenzar a ver la poesía que se parece ya más a la de los siguientes libros: el dolor.

Nueve son los poemas que aparecen de Leña (2004), su tercer libro publicado. Una cita de Carver nos adelanta alguno de sus temas. El desarraigo en cualquier lugar, incluso en aquel en el que se supone que has sido más feliz, porque la felicidad es un cuento chino que nos contaron de niños para engañarnos. Y desde luego el motivo de la felicidad no va a ser el matrimonio. Las escenas de matrimonio que nos ofrece son desoladoras. La idea de la escayola: “Todo el mundo tiene / escayola.” Uno no puede ser diferente. Si trata de serlo, ya va a ser imposible reintegrarse al rebaño. Y hay que ser muy valiente para vivir solo. O muy cobarde. Las cosas nunca son como parecen. Las relaciones humanas se enmarcan en complicadas luchas de poder. ¿Quién somete a quién? ¿Somos todos iguales? La cita de Carver no muestra sólo el tema principal: también la forma. La frase desnuda. Las acciones. Lo que realmente nos importa de la historia. Porque sus poemas son historias. Eso no ha cambiado. La que más me interesa es “Estigmas”, otra de sus historias de matrimonios que continúan siéndolo no sabemos por qué. Aún no han dado el salto definitivo, el de la ruptura, que vendrá con el cuarto y su mejor libro, hasta el momento: Metástasis (2006).

Digo con demasiada precipitación que Frágil es más interesante que Metástasis. Lo es y no lo es. Lo es porque en Frágil tenemos los mejores de todos sus poemas, con solución de continuidad y, además, algunos poemas inéditos que son tan buenos o más que los mejores. Pero Metástasis es ya un libro diferente, singular. Ya tenemos la voz de la poeta: completa, rotunda, subjetiva. Ella es como es y así aparece en el libro: completa y rota, rotunda y dubitativa, subjetiva y elegíaca. Desde luego no encontramos resquicios de la poesía de la conciencia. Al contrario, aquí la experiencia personal es la base de todo. Ni encontramos máscaras ni generalizaciones. Incluso el título de uno de ellos: “La banca defraudó 236 millones de euros a la Seguridad Social”, supone un poema íntimo elegíaco. En Metástasis, ya desde el título, están muy presentes la enfermedad y la muerte. “La mujer de los huesos pequeños” es la autobiografía del dolor. No sólo dolor de existir, también dolor físico. El lado del erotismo sucio, porque el erotismo en sus poemas nunca es inocente, siempre es sucio y culpable, también se encuentra aquí. Pero ya la responsabilidad no es exclusiva del hombre. Ahora la mujer también reconoce que hay una historia que la ha llevado a ese final poco amable. Y si en algún poema encontramos atisbos de ese mundo hermoso, todo termina en sarcasmo. “Uni-2” es un buen ejemplo. Sarcasmo mezclado con esperanza. Siempre volvemos y se supone que siempre volveremos a caer. Pero, ¿y mientras? ¿Qué hacemos con los buenos momentos vividos? Compartirlos. ¿Y con los malos? También compartirlos. La voz del poeta no nos va a engañar. Ni va a tratar de hacernos el camino más fácil. Pero nos cuenta que vuelve a aparecer el amor, y que ahí está su hija marcando definitivamente el camino de la esperanza.

27 abril 2011

Un p(ed)o(rr)eta en mi ascensor



Vidas elevadas

Miguel Baquero

Talentura, 2011

ISBN: 978-84-937659-5-8

134 páginas

12,50 €




Fran G. Matute

Enfrentarse por primera a "uno de los dos mejores escritores españoles actuales" (Montero Glez dixit) no es moco de pavo. Para qué nos vamos a engañar. Uno espera abrir un libro de Miguel Baquero y que empiecen a chorrear metáforas imposibles y sesudas imágenes incrustadas en una trama ensordecedora. Pero esperar eso sería una gilipollez porque ser buen escritor no tiene nada que ver con eso. Miguel Baquero es un buen escritor, porque tiene “voluntad de prosa” (Montero Glez re-dixit), pero sobre todo porque hace algo muy difícil: narrar con humor sin que las medias sonrisas cómplices, las risillas entrecortadas o las carcajadas asilvestradas hagan perder el sentido del texto.

Y prueba de ello son estas Vidas elevadas, su última novela corta que se hace más corta todavía no sólo porque es divertidísima sino porque condensa un porrón de cosas, como ese viaje entrecortado que va de más a menos, de lo genérico a lo concreto, de lo amplio a lo conciso, de la capital del Reino a un caserón perdido de la mano de Dios en un pueblo de la sierra de Mazabuches. Un viaje protagonizado por tres poetas luchando por encontrar inspiración. Uno pobre y soñador, otro altivo y dubitativo y el tercero encumbrado por la industria literaria. Cuatro historias entrecruzadas (o mejor dicho, superpuestas como un juego de muñecas rusas) de superación artística y personal. Tres poetas que sucumben a la belleza de la cotidianeidad de las cosas, a una conversación, a una mujer bella...

Por el camino, Baquero nos ofrece una desternillante recreación imaginaria de Túnez, lugar exótico escogido por Vioque -la primera y más pobre de sus criaturas poéticas- en el que encontrar la tan ansiada inspiración y que termina siendo vilmente remezclado con Marruecos y vete a saber qué más oscuros recuerdos del autor. Por no hablar de una burda imitación del Cyrano de Bergerac protagonizada por el propio Vioque y Pingarrón -segundo de los poetas-, con demente procesión rural incluida por las cañadas de Mazabuches. Y todo ello sin olvidar al magnífico y repulsivo Valverde -el tercero en discordia-, reconocido y admirado narrador, que se apropia de Villa Régula en beneficio propio y tima al alcalde de Mazabuches con sucios ardides personalistas.

Las peripecias de los tres protagonistas de Vidas elevadas ofrecen una completa reflexión sobre el mundo del arte. Desde el esforzado 'amateur' que vive la cultura como "una categoría de la sangre" (Montero Glez pixit y dixit) hasta el autor ensalzado por la industria al que le basta con tirarse un pedo para que se le publique y aplauda. Y Miguel Baquero parece postularse, como autor invisible que es de la actual literatura patria, por el poeta que rasca horas al día laborable para ofrecer de forma cuasi-anónima su talento (por escaso que este sea). Un autor que subsiste al margen del sistema, que publica en editoriales tangenciales. Un escritor como la copa de un pino que nadie terminará nunca de conocer del todo, sólo unos pocos afortunados que nos hemos acercado a su disparatada obra de pura chiripa.

Así es Miguel Baquero. Un talento patrio por reconocer que con Vidas elevadas nos está gritando a los cuatro vientos que participemos de su literatura. Porque si no ¿qué sentido tendría no desvelar "el incidente del ascensor", que sirve como detonante de toda la acción que sucede en su última obra? Déjenme pues dar rienda suelta a mi imaginación y colaborar con el autor a desentrañar ese momento, ese punto de inflexión en la historia que cuenta Vidas elevadas. Déjame Miguel que imagine a Vioque tirándose, delante de su amada, un cuesco horroroso y horripilante en el elevador. Permíteme convertir a tu poeta, tan melancólico y tierno, en el creador de este libro tan maravilloso que te has inventado. Que todo nazca de una flatulencia, porque así es tu literatura: el más bello sonido del lenguaje castellano, que nace de la profundidad del abismo intestinal para convertirse en gaseosa liberada. Y que el aire se lleve los posos malolientes a todos aquéllos que quieren seguir publicando memeces y bagatelas. Este es tu pedo, Miguel, y hasta te lo han publicado. Como hacen con los grandes literatos de este país antes conocido como España.

26 abril 2011

Contra el cinismo



Un invierno propio

Luis García Montero

Visor, 2011. Colección "Palabra de Honor"

ISBN: 978-84-9895-065-6

176 páginas

20 €




Juan Carlos Sierra

Decir que Luis García Montero es uno de los poetas de referencia de la literatura española contemporánea resulta casi una perogrullada. He estado a punto de escribir que “resulta una perogrullada”, pero he incluido el “casi”, porque siempre hay que dejar un espacio a la discrepancia, a la disidencia, a la heterodoxia. Y está bien que sea así ya que de esta manera se enriquece quien piensa una cosa y la contraria, siempre que se cumpla una condición, a saber, que hablemos exclusivamente de literatura y no de circunstancias extraliterarias –el poder, las influencias, el mercado editorial,…-.

No sé si Un invierno propio es o será el mejor libro de Luis García Montero, entre otras cosas porque no he leído la obra completa del poeta granadino –bueno, a decir verdad "casi" todo sí-, pero puedo afirmar que quien guste de una poesía que habla a la cara del lector, sin trucos ni trampas, podrá disfrutar de un conjunto de poemas sólidos, bien trabajados, bien argumentados y, sobre todo, certeros; de aquellos que apuntan al epicentro del alma y la conciencia humanas.

Como novedad más destacable de este libro hay que apuntar a los poemas que podríamos llamar "sociales". Aunque ya se hallaba apuntada en libros anteriores, es en Un invierno propio donde la voz comprometida de García Montero se eleva sobre otros registros, en un intento de honestidad con el personaje poético que habla en todos ellos, un tal Luis, nombrado explícitamente en el primer y último texto de este libro.

En la tradición del "Soliloquio del farero" de Luis Cernuda se hallan quizá las claves de este diálogo entre la soledad de un personaje poético que se busca a sí mismo, y la muchedumbre ciudadana a la que el poeta cita en la plaza pública de sus poemas. Es la soledad, la desnudez de esta, el mejor punto de partida para conversar con los amigos, con el amor –aún en la esfera de lo privado-, pero también con la polis, con lo público. De ahí la absoluta pertinencia de poemas como "Antes de embarcarse en una ilusión compartida conviene aprender a quedarse solo" o "Las revoluciones son un asunto propio", por poner solo un par de ejemplos.

Por otra parte, conviene destacar la conexión directa que existe entre muchos de los poemas de Un invierno propio y gran parte de los artículos que García Montero escribió años atrás para El País –edición de Andalucía- y viene publicando últimamente en el diario Público. En ambos géneros se defiende el escritor granadino con la misma soltura argumentativa: una perspectiva muy personal sobre la realidad civil que no da nada por sentado y que, por lo tanto, se posiciona al margen de los altavoces mediáticos más sospechosamente prestigiosos para, siguiendo al Antonio Machado del "Retrato" de Campos de Castilla, poder distinguir las voces de los ecos. Y, volviendo a Un invierno propio, no solo en la poesía más comprometida socialmente se guía de esta manera, sino también en las opiniones más acríticamente extendidas, como se puede comprobar en el poema "Los viejos cascarrabias son tan peligrosos como los jóvenes sin historia".

En resumen, se puede concluir que Un invierno propio es un libro que cuestiona las grandes mentiras pasadas por verdades con las que convivimos sin preguntar demasiado, sin pasarlas por el filtro de la conciencia; un libro contra los fundamentalismos de cualquier tipo, contra la autocomplacencia y contra los cinismos; un libro contra el yo que camina por la vida con una seguridad a prueba de interrogantes, que pisa con decisión el suelo por el que camina y a los que en él habitan. Un libro, en fin, necesario en este tiempo de medias verdades o de mentiras a secas.

25 abril 2011

Piedras en el riñón


Diario de viaje a Italia

Michel de Montaigne

Cátedra, 2010. Colección "Letras Universales"

ISBN: 978-84-376-2696-3

392 páginas

14 €

Edición de Santiago R. Santerbás



Alejandro Luque

Puede que los devotos de Montaigne, los atentos y gozosos lectores de sus Ensayos, se sientan decepcionados al no encontrar en estas páginas el torrente de lucidez y sapiencia que de aquéllos emana. Es posible también que los amantes de Italia, seducidos por el título, lo acaben juzgando también negativamente si se compara, por ejemplo, con el Viaje de Goethe, o el de Stendhal. Y, sin embargo, el libro que nos ocupa, a buen seguro no concebido para su publicación, y desde luego no escrito pensando en la posteridad, reserva tantas jugosas revelaciones y puntos de vista que su recomendación está más que justificada.

Estamos en 1580, diez años después del retiro de Montaigne en su torre, y doce antes de su muerte. El escritor, aquejado de cálculos renales, flatulencias y estreñimientos, inicia un largo periplo por los balnearios de Alemania, Suiza e Italia para curarse. Lleva en su séquito a un secretario que irá tomando puntual nota de cuanto vaya sucediendo en el camino; y, cuando más adelante sea despedido por motivos que ignoramos, será el propio Montaigne quien tome la pluma para proseguirlo.

Así, no se trata de un relato precursor del Grand Tour, un viaje a la semilla de la civilización occidental, sino de un itinerario donde en principio hay más piedras de riñón que mármoles y terracotas; más baños termales y salutíferas ingestas que iglesias esplendentes o paisajes bucólicos. Paciencia, pues, para internarse en unas páginas que muy poco a poco van desvelando curiosos aspectos de la personalidad de Montaigne, desde su gusto por adaptarse a las costumbres del lugar al que llega –lamentaba no llevar consigo a un cocinero, no para que guisara para él, sino para que aprendiera los platos que fueran probando– hasta su inclinación por las muchachas, pues allí donde desembarca nunca deja de registrar su valoración de la belleza femenina... Y rara vez pone buena nota.

Tampoco puede decirse que caiga Montaigne rendido ante las más famosas ciudades italianas, aunque se reserve el derecho de ir corrigiendo su juicio. Venecia le defrauda, Florencia aún más. Y Milán es para él simplemente grande. Lo seguro es que el prestigio de esas grandes urbes no le impide desarrollar opiniones propias, y casi siempre prefiere los lugares menos trillados. “En cuanto a Roma, adonde los demás ansiaban ir”, dice el secretario, “él deseaba verla menos que otros lugares, pues todo el mundo la conocía, y no había lacayo que no pudiera darle noticias de Florencia y de Ferrara”.

Pero si hay una razón de peso para zambullirse en estas páginas es su notable valor histórico, pues Michel de Montaigne, católico moderado y conciliador, describirá como pocos la ensalada de creencias que era la Europa de finales del XVI: no sólo por las conocidas controversias entre católicos y hugonotes, sino la abundancia de supercherías y falsos milagros que infestaban la vida pública.

No es raro que le refieran el caso de la chica que guardó un trozo de hostia en una caja, y al poco lo encontró convertido en carne; o que al tipo que pidió una oblea grande se le abrió la tierra bajo los pies y por poco no lo cuenta; se habla de gente que se vuelve invisible a sus enemigos cuando rezan a la Virgen de turno y de cementerios romanos que expulsan a los paisanos enterrados. Con la misma naturalidad consigna el francés la visión del rabino que chupa la sangre del niño judío recién circuncidado, lo que según la leyenda protegerá su boca de los gusanos (acaso refiriéndose a las caries) que el exorcismo de un pobre diablo en trance.

Tampoco le falta ocasión a Montaigne para comprobar cómo se las gastaba la Iglesia Católica del momento, ora recibiendo con fastidio la reprimenda del censor –que no tolera, por ejemplo, que se use en los Ensayos la palabra Fortuna en lugar de Providencia–, ora postrándose a besar la sandalia del Santo Padre, que le recibe junto a otros nobles y, según se registra en estas páginas, no puede reprimir el impulso de “levantar un poco la punta de su pie”, gesto que estudiosos como Jorge Edwards interpretan como una patada en los morros a duras penas reprimida.

Mención especial merece el pasaje en el que narra las atroces torturas y ejecuciones públicas de reos que ha presenciado entre el público impasible, y refiere sobre la marcha algunos casos que invitan a pensar que de todo hace ya cinco siglos, aunque algo sí hemos avanzado: por ejemplo, el caso del travesti avant-la-lettre de Montier-en-Der, aquella muchacha que pagó con la horca su determinación de vestirse como un hombre y actuar como tal, incluido el matrimonio con una mujer; o de los hombres de cierta “secta portuguesa” que fueron quemados por decidir casarse “varón con varón”.

Se desprende de esta lectura, en fin, que Europa no sólo libraba unas feroces luchas de poder: estaba jugándose su futuro entre la senda del oscurantismo –nunca del todo derrotado, como se empeña en recordarnos la Conferencia Episcopal y el mismo Vaticano– el camino humanista que tan bien encarnaría el propio Montaigne en sus Ensayos, como con la curiosidad, el sentido común y la falta de prejuicios que despliega en este felizmente rescatado cuaderno de viaje.


[Publicado en www.mediterraneosur.es]

20 abril 2011

Herejes, mentiras y programas de televisión

Las fronteras de la ciencia. Entre la ortodoxia y la herejía

Michael Shermer

Editorial Alba, 2010

ISBN: 978-84-8428-590-8

440 páginas

25 €

Traducción de Amado Diéguez



Luis Manuel Ruiz

Pese a lo que pueda parecer a primera vista, definir ciencia no es tarea fácil; igual de escurridizo resulta demarcar del todo qué pertenece al ámbito de la certeza científica y qué barruntos simplemente la simulan o la rondan. Cosas que en el pasado se tenían por verdades académicas, de las que merecían el pedestal y la orla, ahora son meras majaderías: la frenología, aquel intento insensato de inferir la personalidad de los individuos a partir de la estructura del cráneo; el espiritismo, o la posibilidad, comúnmente aceptada durante medio siglo, de conversar con las almas de hombres muertos; el mesmerismo, o la capacidad de actuar sobre la voluntad ajena a través del fluido magnético que envuelve a todos los seres, y tanto más cuanto más sensibles se muestran. Inversamente, atrocidades del pasado se han convertido en moneda cotidiana y canon del sentido común: el evolucionismo, la idea de que el universo nació de una esfera del tamaño de una liendre, la idea de que una partícula del mismo tamaño puede ocupar dos espacios alternativos a un mismo tiempo, la idea de que el gato prisionero en una caja puede estar muerto y vivo y las dos cosas, como quería la parábola de Schrödinger.

Dirigido a un público no especializado y eminentemente televisivo (el autor es director y productor de un programa de divulgación en el Fox Family Channel), Las fronteras de la ciencia trata de estudiar, según su propio título indica, los complicados contornos de esa disciplina teórica y de qué modo lo que queda a un lado o a otro de ellos ha ido variando a lo largo de su historia dependiendo de factores tan impredecibles como la política, la economía o las propias convicciones raciales o religiosas de cada investigador. La obra se divide en varios capítulos acumulativos, cuyo fin es desembarazar al lector de esa vieja superstición según la cual el científico es un hombre transparente y neutro entregado a la tarea de buscar la verdad: porque, a menudo, la verdad no consiste más que en un prejuicio puesto en limpio.

Así Michael Shermer pasa revista, en este orden, a la supuesta creencia de que la manipulación genética puede provocar desmanes irreversibles en el orden natural de las cosas, que nadie sabe qué es; a los diversos disparates que intentan explicar todas las cuitas y perplejidades de la vida humana recurriendo a visitas extraterrestres, fórmulas nunca vistas o cuadraturas del círculo en las que hasta la fecha nadie había reparado; a la opinión alegremente mantenida en las barras de los bares de que los negros son más veloces que los blancos y de que, por extensión, hay razas que nacen para correr y otras para perseguir; a la sandez de color verde de que el hombre salvaje vive en armonía con la naturaleza y de que la selva es preferible al jardín público; a la miopía según la que el genio es una criatura cualitativamente distinta de sus congéneres y de que no existe escala que pueda conducir, peldaño a peldaño, de Mozart a una banda de pueblo.

Otras diatribas igual de incisivas y de oportunas amenizan el resto de páginas del libro. La conclusión que parece poder extraerse del recorrido turístico que Shermer propone por los litorales de nuestro conocimiento del universo es que lo mejor es reservarse la opinión propia. Escéptico declarado, el autor no se casa con una ni otra tendencia y en cuestiones más espinosas de la cuenta (por ejemplo, la de los negros y la velocidad citada más arriba, que aún excita ciertas pasiones en círculos yanquis) reconoce de modo expreso que no existen puertas cerradas y que prefiere acogerse al beneficio de la duda. La ideología central de la obra consistiría, pues, en la vieja declaración de que en cuestiones de verdad y mentira todo es cosa de cristales, y de que tan aventurado resulta arrojarse a afirmar una verdad absoluta como ningunear las verdades parciales de los otros. Por norma, Shermer no se fía mucho de esa criatura inconsistente y vana que llamamos ser humano: las fronteras de la ciencia delimitan una pequeñísima provincia en medio del país inmenso de nuestra estupidez.

[Publicado en La Tormenta en un Vaso]

19 abril 2011

Música para mis oídos


Los enamoramientos

Javier Marías

Alfaguara, 2011

ISBN: 978-84-204-0713-5

408 páginas

19,50 €





Rafael Suárez Plácido

Nunca es fácil explicar las ideas que se nos vienen a la cabeza, ni encontrar las palabras que nos ayuden a fijar el pensamiento y, menos aún, el enredado mundo de las emociones o las pasiones. Por eso, cuando encontramos a alguien que sí lo hace continuamente, lo agradecemos y saludamos la aparición de sus novelas con una alegría, no exenta de cierta inquietud. ¿Volverá a estar al nivel de sus libros anteriores? En este caso parecía improbable: la trilogía Tu rostro mañana, publicada entre 2002 y 2007, es la obra más importante de la narrativa española de este siglo aún joven. En torno a mil quinientas páginas que se leen con la sensación de quien escucha una música envolvente que nos ofrece la sabiduría de quien siempre duda. Somos seres contradictorios. “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido…” Así comienza todo. No debería uno hacer lo que va a empezar a hacer, pero lo hace. Del mismo modo, quizá no debería uno leer esas historias, pero también lo hace.

Sigo a Javier Marías (Madrid, 1951) desde la publicación de Todas las almas en 1989, que, pese a lo que ya he escrito, es su novela que más me gusta. . Ese fue el comienzo de una larga historia de amor que me ha llevado a conocer personajes que no sabía que existían, “seres que jamás han existido”. Ahí está ya esa voz que va a continuar ofreciéndonos en todas sus novelas posteriores. Es probable que ustedes lo conozcan por ellas o por los artículos que publica semanalmente. Si siguen los de estos últimos años, les diría que el Marías que más valoro no está ahí. Sí en los anteriores. Es muy fácil no coincidir con sus opiniones; a veces, mucho más que fácil, pero siempre aporta un punto de vista diferente. Nunca repite lo que otros ya han dicho que es, lamentablemente, lo habitual en otros autores.

Estos días nos llega su decimotercera novela: Los enamoramientos (Alfaguara, 2011). Ya había declarado en alguna entrevista que después de la trilogía mencionada deseaba escribir algo que le fuera más liviano: una historia de amor. Y, ciertamente, podría leerse así. Se trata de un triángulo: Luisa, joven viuda desolada; Díaz-Varela, el que fue el mejor amigo de su marido, y María, que es quien narra la historia. La trama surge a partir de la muerte accidental del marido de Luisa. No es la primera vez que usa una voz femenina, antes lo había hecho en algún relato, pero las diferencias entre esta voz y la de sus anteriores narradores son mínimas. Sí que las hay en la pasión que pone en todos sus actos. Los narradores anteriores nos ofrecían más objetividad. Tampoco tengo claro que esta subjetividad tenga relación con el hecho de que María sea mujer o con su condición de mujer enamorada.

Toda la novela es un estudio abierto sobre el amor y la muerte, sobre cada uno de ellos por separado y sobre ambos unidos. La trama toma dosis de intriga, casi de investigación policíaca, pero siempre está por encima la exploración de la mente humana y de sus pasiones y deseos. Para ello escoge como compañeros de viaje a Shakespeare, su Macbeth está siempre presente, a Balzac y a Alejandro Dumas. Ya he dicho que se puede leer como una liviana historia de amor con su dosis de intriga, pero la intensidad está siempre presente. Tampoco teme Marías que sus personajes escandalicen al lector. Nos aporta la reflexión abierta, la duda de la que carecen sus artículos de estos últimos años. Y siempre evita los tópicos tan manidos, y más en temas como el amor y la muerte. Quizás eso, que debiera ser exigible a cualquier autor, es lo que hace que su obra sea referencia imprescindible en la literatura europea de nuestra época.

Pero la gran protagonista de la novela, de esta y de las anteriores, es la prosa. La narradora, María, dice estas palabras sobre Díaz-Valera: “… mientras peroraba no podía apartar los ojos de él y me deleitaban su voz grave y como hacia dentro y su sintaxis de encadenamientos arbitrarios, el conjunto parecía provenir a veces no de un ser humano sino de un instrumento musical que no transmite significados, quizá de un piano tocado con agilidad.” Más adelante es Díaz-Valera quien dice que no importa lo que ocurre en las novelas, sino las dudas que plantean en el lector, que son las que le llevan a sus propias certezas. Estas dos intervenciones podrían encerrar un “a modo de poética” del autor. No sé si él estaría de acuerdo, pero así es para mí, que seguiré leyendo con placer y con intensidad sus libros, esa música “quizá de un piano” para mis oídos.

18 abril 2011

El club de los poetas huecos



Astillas

Celso Castro

Libros del Silencio, 2011

ISBN: 978-84-938531-2-9

278 páginas

17 €



José María Moraga

Resulta reconfortante que haya reseñas como la que nos dio José Martínez Ros de El hacedor (de Borges), Remake (2011) el pasado 14 de abril. Más que nada por lo bien argumentada y lo informada que estaba. Nadie acusará a este blog de “no entender” o de no estar a la altura de lo que se lee. Si, según Vicente Luis Mora, el problema de la crítica actual en España es que no se encuentra equipada cultural o generacionalmente para lidiar con los toros “mutantes” que se les vienen encima, no es este el caso de Estado Crítico. “Nadie más cortesano ni pulido/ que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde”. Nadie más intertextual ni postmoderno que servidor de ustedes, y sin embargo os tengo que prevenir acerca del libro de hoy.

Astillas (2011) de Celso Castro, es la segunda parte de El afinador de habitaciones (2010), en la que constituye la autodenominada serie “relatos del yo”. Donde otros verán genialidad, riesgo, y vanguardia inclasificable yo he visto una serie de fogonazos inconexos –destellos, si queréis- envueltos en un papel de regalo muy brillante y llamativo, pero ya sabéis que el papel de regalo (lo mismo que las cáscaras) siempre se acaba desechando. Y tranquilos, que he entendido el libro. Uno tiene menos de 35 años y ha leído a Balzac, a Dostoievski, pero también a Bret Easton Ellis y a e. e. cummings. Igual que vosotros. De modo que lo siento, pero no nos la van a colar doblada a estas alturas.

Nada tengo contra la experimentación formal o la vanguardia, sobre todo si tienen un contenido o conducen a algo. Pero si antes cité a uno de los hermanos Machado ahora cito al otro: “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/ Y el coro de los grillos que cantan a la luna./ A distinguir me paro las voces de los ecos,” y el problema es ese, que Astillas me parece un eco, no una voz. Formalmente, la novela se presenta como un aparentemente inconexo monólogo interior en primera y segunda persona dividido en capítulos. El libro cuenta, además, con ausencia de mayúsculas, con un uso idiosincrático de la puntuación (puntos y seguido distribuidos al azar, guiones para expresar énfasis) y un abuso verdaderamente irritante del polisíndeton (unirlo todo con conjunciones : “y… y… y… y…”). Estoy seguro de que Celso Castro conoce otros nexos coordinantes y subordinantes aparte de “y” o “que”, el problema es que el narrador (y personaje protagonista) no.

Así y todo, la lectura de Astillas, bien que molesta en ocasiones dado el intento de la novela por reflejar la oralidad (leer no es lo mismo que escuchar… ¿alguna vez habéis leído la transcripción de una conversación? ¿A que resulta un coñazo? Pues imaginad una conversación de 278 páginas) no resulta especialmente difícil. Diría que se lee con cierto interés porque la historia no deja de tener su aquel. Las tribulaciones de un joven poeta (el más ridículo y fatuo desde el Stephen Dedalus de Joyce- pero donde Joyce ponía distancia irónica Celso Castro pone…) politoxicómano, paranoico, depresivo y suicida enganchan porque su vida se ve envuelta en diversos episodios dramáticos de sexo, muerte, intoxicación y sucesos paranormales. Además, lo confieso, a uno de los personajes se le acaba por coger cariño (Judit).

No es lo único bueno del libro, entre la logorrea del narrador de vez en cuando brillan perlas de intuición, como cuando el chaval anuncia que va a ir a suicidarse a San Petersburgo porque “eso mejora mucho la biografía”. No penséis en Miguel Mihura, empero, porque el humor es precisamente lo que le falta a Astillas, cuyos personajes parecen tomarse demasiado en serio. ¿Generación X? ¿Y? ¿Z? ¿Contra qué se rebelan exactamente? ¿Contra su vida de clase media, sus trabajos, sus inquietudes artísticas, el PP? El narrador es poeta, y él te lo deja muy claro desde el minuto 1: va a todas partes con su cuaderno y en él toma nota de sus ideas geniales, haciendo bueno el axioma perfopoético de que “un friki de barrio también es capaz de amar”.

Las “astillas” de Astillas son fragmentos, son los versos que el protagonista va vertiendo en su “escombrera” (como él llama a su libreta de poemas) y que conforman una especie de separata lírica inacabada, que recorre toda la novela como una irregular veta de prosa poética. La historia de locuras, apariciones de ultratumba y amores trágicos amenaza con continuar en ulteriores entregas de esta saga “del yo” (pese a que el final de esta novela podría hacer presagiar lo contrario, en un mundo convencional). Nada en este libro parece convencional, pero me da la sensación de que todo está tan estudiado que se pierde la supuesta espontaneidad. Sí, es una novela, y está pensada, pero… que no se note, ¿no?

15 abril 2011

Poema sinfónico para banda de surf y orquesta


Vicio propio

Thomas Pynchon

Tusquets, 2011. Colección "Andanzas"

ISBN: 978-84-8383-301-8

422 páginas

21 €

Traducción de Vicente Campos González



Fran G. Matute

Por algún sitio había leído que la última novela de Thomas Pynchon era su producto más ligero, más "comercial", más accesible, hasta la fecha. Y discrepo soberanamente sobre esta idea. La única gran diferencia existente entre Vicio propio y, por ejemplo, sus dos últimas publicaciones (las descomunales Mason y Dixon y Contraluz), es que tiene un número más engullible de páginas. Si esto, en el mundo de Thomas Pynchon, significa ser más 'light', podríamos llegar entonces a acordar, de forma más o menos pacífica, que su última novela ha sorprendido a los lectores más que nada por su prontitud en su publicación con respecto a la anterior. Pynchon nos tenía acostumbrados a que sus referencias viesen la luz con cuentagotas, pero de un tiempo a esta parte parece que el abuelete juguetón en el que debe de haberse convertido ya goza de una segunda juventud creativa.

Por estos lares, no nos da vergüenza reconocerlo, somos fanáticos de este huidizo autor, que reniega de la fama que indudablemente tendría si se dejara entrevistar, fotografiar y/o premiar. Pero Pynchon lleva muchos años en el anonimato por voluntad propia y su modelo de negocio literario parece funcionar. ¿Quién está detrás de sus libros? ¿Cómo es el hombre tras la cortina? Estos interrogantes nos parecen pertinentes en el caso de Thomas Pynchon, justo ahora que muchos artistas tienden a "ofrecerse" a su público a través de las redes sociales y discutimos sobre la legitimidad o utilidad de mostrarse en demasía cotidiana, so pena de hacer perder el halo de misterio e intelectualidad que rodea al creador al que nos gusta imaginar como alguien especial y no como un 'everyman' que tiene que llevar a su hija al colegio o que se emociona con el reencuentro de una antigua y querida profesora de la infancia.

Pero insistimos en que este discurso sí nos parece relevante en el caso de Thomas Pynchon porque forma parte del juego metaliterario que propone. Sumergirte en una novela de Pynchon es como buscar a Wally. Uno tiende a buscar identificantes dentro del texto con la esperanza de poder determinar cuál de esos personajes o situaciones son reales o están basados en experiencias propias del autor. Asumimos que Pynchon no siempre ha vivido apartado del mundanal ruido. De hecho nos consta que se trata de un ser humano que se relaciona, que posee un conocimiento enciclopédico sobre el mundo, que ha experimentado con su cuerpo y su mente y que participa activamente de esto que llamamos Vida. Pynchon es un autor real y como tal debemos ser capaces de encontrar en la interlinealidad de su obra destellos biográficos, por poco que sepamos de él. De esto trata, en nuestra humilde opinión, la literatura de Pynchon, y sobre esta premisa, Vicio propio no sólo es una de sus novelas más estimulantes y complejas sino que termina siendo una de las más divertidas.

Al joven Pynchon lo imagino como uno de los amiguetes (o mejor dicho, como una mezcla de todos ellos) de Gnossos Pappadopoulis, protagonista de la novela semiautobiográfica Hundido hasta el cielo (1966) del poeta, activista y cantautor Richard Fariña. Sabemos que Fariña y Pynchon fueron amigos en la Universidad de Cornell (Nueva York) a finales de los años 50 y también sabemos que la obra magna de Pynchon, El arco iris de gravedad (1973) está dedicado a Fariña, así que podemos más o menos extrapolar el anecdotario de la novela de culto del malogrado cantautor a la juventud más barbilampiña y contestataria de Thomas Pynchon. Pero de ese 'angry young man' al alocado detective privado -Doc Sportello- que protagoniza su última novela, hay un pequeño salto 'coast to coast'. Fue en California donde Pynchon ideó todo su imaginario literario y a esa California de finales de los años 60 vuelve con Vicio propio.

Y nos fascina la recreación paisajística que hace Pynchon de ese nostálgico y alterado L.A. que retrata en ésta su última novela. Una urbe en ebullición en la que conviven en aparente "armonía y comprensión" detectives fumetas, sociedades secretas de dentistas y surferos filósofos, hasta la irrupción de Charles Manson en la vida pública, que Pynchon utiliza como símbolo del final de la Era de Acuario. De repente los "colgados" se vuelven más paranoicos que de costumbre, los magnates inmobiliarios viven epifanías pseudo-religiosas y optan por donar todo su capital a la beneficencia y un pirado de la tecnología inventa un prototipo de Internet. Las drogas han abierto las puertas de la percepción pero lo que hay al otro lado no es precisamente el paraíso. Y en medio de toda esa esquizofrenia seguimos a Doc Sportello, un émulo de John Garfield obsesionado con los porros, el cine clásico y el surf instrumental, en su tortuoso encargo, cruzando las avenidas de un Los Ángeles que ofrece demasiadas distracciones. Un lugar perfecto para dar rienda suelta a la imaginación sin límites de Pynchon que nos introduce en esta trama 'noir' que debería traernos a la memoria a los clásicos del género pero que por cercanía estilística y temática nos recuerda más a obras como El gran Lebowski (1998) o la serie John from Cincinnati (2007).

Pynchon ya había retratado, a su manera, el mundo 'hippie' en su obra Vineland (1990) y también había coqueteado con el género-negro-con-banda-de-rock-de-por-medio en su afamada La subasta del lote 49 (1966), así que Vicio propio se nos antoja una extraña mezcla de las dos. Pero como señalábamos antes, la cercancía del retrato que hace Pynchon de ese Los Ángeles decadente y sin embargo lleno de vida nos convierte en semióticos de su propia biografía. Pynchon nos atiborra, como suele ser costumbre en sus obras, de referencias culturales de la época que sirven para contextualizar los gustos del propio autor y su enciclopédico conocimiento del medio. No sólo aparecen citadas por las páginas de Vicio propio personalidades básicas del mundo de la música (como Frank Zappa o Elvis Presley) o del deporte (Kareem Abdul-Jabbar cuando jugaba en Milwaukee Bucks y se llamaba Lew Alcindor) o de la televisión (Art Fleming, presentador del programa Jeopardy!), sino que los personajes de esta novela lo mismo llevan camisetas de Country Joe & The Fish o de Pearls Before Swine, que escuchan por la radio a Rocío Dúrcal (sic) o a Fapardokly.

Pero bajo esa pátina pop, Pynchon desliza su interpretación de las cosas. En todas sus grandes obras se ha intentado explicar el mundo, a su manera (de nuevo), a través de grandes eventos históricos (La Segunda Guerra Mundial, la Exposición Universal de Chicago de 1893, el diseño de la línea Mason-Dixon...) entre los que ahora parece incluir la revolución de la contracultura de finales de la década de los sesenta, de la que él fue partícipe directo. Y se refiere a ella con pesadumbre, de ahí el título de ésta novela que alude a un término legal por el que los actos jurídicos nacen viciados en su origen, llevando internamente una especie de virus, una carcoma, que los convierte en inválidos en el momento en el que se pretenden ejercitar o ejecutar. Es el cáncer de nuestro tiempo, el saber que vivimos tiempos viciados, que nuestras ansias de revolución terminarán cayendo en saco roto porque el ser humano es un ente imperfecto, una crisálida envenenada incrustada inevitablemente en los cimientos de la sociedad.

Este es el universo de Thomas Pynchon. Este es el universo del que probablemente sea el escritor mejor dotado (intelectualmente hablando) vivo. Y como apuntábamos con anterioridad, Vicio propio quizás sea su obra más autobiográfica por lo que el disfrute literario es doble. Nunca se había mostrado tan desnudo como hasta ahora (hasta el punto de que grabó con su propia voz -la segunda vez que se oye tras su aparición en Los Simpsons- un anuncio comercial para promocionar la novela que podéis encontrar en YouTube). Pynchon se nos hace mayor y quizás algún día nos deje ver al Mago de Oz. Pero mientras eso ocurre, tened por seguro que la visión más certera que podáis llegar a tener de él está en las páginas de Vicio propio, la última obra maestra de Thomas Pynchon: el puto amo.

14 abril 2011

Esto no es una reseña



El hacedor (de Borges), Remake

Agustín Fernández Mallo

Alfaguara, 2011

ISBN: 978-84-204-0707-4

264 páginas

18,50 €




José Martínez Ros

Esto no es un reseña: algunas ideas más o menos caprichosas relacionadas con el 'remake' de El hacedor de Borges de A.F.M.

1-Hace algunos meses coincidí en varios actos con L., una joven (muy joven) y entusiasta poeta. Charlamos y, entre otras cosas, me habló de su gran entusiasmo por David Foster Wallace, que, como todos sabemos, es el último mártir de la postmodernidad (en este caso, literaria), sobre todo por La broma infinita. Yo le dije, para su sorpresa, que había leído La broma infinita (y todos los demás libros del gran escritor que fue David Foster Wallace que han sido traducidos al español), y le aconsejé, además, que leyera a Thomas Pynchon y a J. G. Ballard que me parecen autores aún más interesantes, desde mi óptica personal, por supuesto. Con cierta turbación (es una joven muy educada y temía ofenderme), me dijo que le extrañaba que hubiera podido leer La broma infinita y que escribiera como lo hago; es decir, que no hubiera una influencia perceptible, obvia. No me lo tomé mal: no era una afirmación ofensiva, sino ingenua. No tengo nada en contra de La broma infinita: es una novela extraordinaria, pero si –a mi juicio- hay un libro que no abra ningún camino nuevo, sino que cierra uno, definitivamente (y bastante antiguo: empezó con el modernismo de los años 20), a base de exhaustividad, es La broma infinita.

La tecnología no tiene absolutamente nada que ver con la literatura. Los soportes, las máquinas, los algoritmos, no tienen nada que ver con la creación literaria. La literatura es muy antigua, y siempre ha sido más o menos lo mismo que es hoy en día y lo mismo que será dentro de doscientos años. Es evidente que hay algo llamado historia de la literatura, y que cambian los estilos, el lenguaje, el tipo de historias. Pero lo que la literatura es en esencia, es decir, el uso artístico del lenguaje de la imaginación, eso no cambiará. ¿Sería posible afirmar que el paso de la literatura "oral" a la escrita, o que la aparición de la imprenta, por ejemplo, las dos grandes revoluciones tecnológicas de la literatura, han tenido un efecto fundamental en el arte literario? Yo creo que no. Lo cierto es que, si uno se pone a pensarlo, esto resulta casi asombroso.” Andrés Ibáñez.

2-Estaba echando un vistazo a las mesas de novedades en una librería. Me encontré con un título de un autor joven que desconocía, una novela con un título anglosajón, e miré el resumen de la contraportada. La trama “disparatada”, “frenética”, “hilarante”, giraba en torno a una familia disfuncional cuyos miembros se dedican a tareas enloquecidas en una especie de futuro de tebeo. Uff, vaya, esto me recuerda a… Creo que no leeré nunca ese libro.

“Y llamo curiosa y emblemática la influencia de Foster Wallace porque si bien el desaparecido autor se caracteriza por su aguda mirada narrativa – postnarrativa si se quiere- sobre la cultura norteamericana, no es menos cierto que su mirada es agria, y muy crítica aunque se haga bajo un registro irónico, que por otra parte el mismo entendía como insuficiente y peligroso, mientras que la mirada de sus herederos españoles más que acritud lo que muestra es autocomplacencia, clasismo y neocostumbrismo pop; un pop o un 'afterpop' siempre utilizado como expresión de suficiencia cultural, merchandising y distinción generacional con jerga ya de alta cultura 'of University', ya de exitosa cultura 'wire'.” Constantino Bértolo.

3-No vale la pena referirse a los poemas de A.F.M. que remakean a los originales de Borges. En mi opinión, A.F.M. es un poeta muy menor y sus parodias me resultan detestables. Hasta el éxito de Nocilla Dream, de hecho, todos sus libros anteriores de poemas pasaron desapercibidos y fueron publicados en editoriales marginales. Es, además, un poeta de muy escaso bagaje teórico: de esto, la mejor prueba es su Postpoesía, su famoso ensayo con huevo frito. Lo curioso es que –personalmente- siempre he visto a la llamada Generación Nocilla como un raro grupo de poetas metidos a novelistas.

Toda esta filfa de la literatura mutante tendría un cierto interés, e incluso gracia, si sus componentes fueran jóvenes veienteañeros que pretendieran provocarnos mientras hacen sus primeras armas literarias. Lo malo es que la mayoría de ellos no cumple ya los 40, lo que no les impide seguir colegueando... Se han construido un tinglado sostenido en el desprecio y la descalificación del resto de los escritores y de los críticos que no les han bailado el agua.Fernando Valls.

4-No suelen existir grupos, bandas o cofradías de novelistas. Normalmente, escribir una novela es algo tan agotador, hay que rellenar tantas páginas, emborronar tantos borradores, que no les queda una energía excesiva para la vida social; eso se suele dejar para los poetas que son una especie muy alborotadora, ya que un poema, por muy largo que sea, nunca es tan largo como una novela, así que tiene mucho más tiempo y fuerzas para intrigar con sus semejantes; las amistades e incluso las logias de poetas basadas en el rencor y los agravias más o menos imaginarios son todo un clásico del mundo literario. Pero no olvidemos que, por muy ruidoso y jaranero que sea, el poeta actual suele estar, en el fondo, domesticado, ya que carecen de la posibilidad –con la que al menos tienen la oportunidad de soñar los novelistas- de vivir de lo que escriben: un poeta en España es siempre un funcionario, ya que o bien subsiste del dinero público o bien lo necesita –vía premios locales, municipales, autonómicos, etc- para publicar. Es muy importante no morder la mano que lo alimenta. Eso explica que la mayor parte de la poesía que se publica resulte tan anémica, blanda, castrada. Simplemente, responde a la voz de su amo.

El formato de Nocilla Dream nos hace pensar inmediatamente en un blog, el blog Nocilla Dream en el que su autor va dejando retazos de textos propios y fragmentos de lecturas que le han impresionado. Estoy seguro que si Nocilla Dream fuese un blog estaría enlazado desde los nuestros en lugar preferente. Nocilla Dream sería un excelente blog. Pero no lo es. Y quizás ese sea el problema al que me enfrento porque lo que tengo entre mis manos se me ha vendido como una novela y de ninguna manera se trata de una novela. Como producto editorial me parece una broma que juega con nuestros deseos de avanzar más allá de la novela como género. Nocilla Dream no anticipa la narrativa del futuro. Las obras de Joyce, Beckett o Bernhard sí lo hacen. La poética de Tzara, de Papasseit y de otros autores de principios del siglo XX ya juegan con los conceptos que emplea Fernández Mallo.” Javier Avilés.

5-Precisamente, lo que define a la mayor parte de los autores nocillesco es un experimentalismo blando, inofensivo. Compararlo con las obras de los grandes autores del postmodernismo norteamericano (John Barth, William Gaddis, Thomas Pynchon, Don DeLillo) y europeo (Milorad Pavic, Ballard, George Perec, Danilo Kîs, Stanislaw Lem) es como poner en la balanza a The Beatles, The Doors, Led Zeppelin, todos los grandes pioneros del pop y el rock contemporáneo con lo que emite a día de hoy la MTV.

Los personajes de F. Mallo nos muestran su extrañeza ante el mundo: una extrañeza que proviene del azar de un dado en el juego del parchís, y sobre todo derivadas de ideas artísticas, como decorar los chicles pegados al suelo de Londres, o recorrer Estados Unidos en un coche de madera, y esta extrañeza parece un recurso literario de Bolaño, pero F. Mallo se ha olvidado de algo que sí hace Bolaño: éste crea personajes con entidad, con recorrido en el mundo, con heridas, sufrimientos, con vida... Los personajes de Mallo hacen cosas supuestamente poéticas o extrañas pero nunca llegamos a saber por qué. Muchas metáforas sobre la piel y las superficies tiene Mallo, como un juego paródico consigo mismo y su imposibilidad de penetrar más allá de la piel de sus personajes. Al no evolucionar, pronto perdemos el interés por ellos, en realidad nos acaba dando lo mismo que paseen en moto viendo carteles publicitarios, porque ¿para qué lo hacen?” David Pérez Vega.

6-Una de las característica principales del postmodernismo es la mezcla de “alta” y “baja” cultura, el uso irónico de los símbolos y los espectáculos de masas. No digo nada original: está en cualquier libro de teoría. Sólo tenemos que recordar, por citar unos ejemplos recientes, al “Coronel Sanders” de Kafka en la orilla de Haruki Murakami (un autor impecablemente postmoderno) o a los personajes de Bret Easton Ellis, descritos a través de las marcas comerciales de la ropa que visten o la música que oyen. Otra es la intertextualidad, lo que no deja de ser una ventaja. En un libro tan pobre como Nocilla Experience al menos valía la pena leer los fragmentos de entrevistas. También la aplicación de la teoría científica –recordemos antecedentes como Entropía o V de Thomas Pynchon, uno de cuyos temas, nada menos, es la rebelión de lo inanimado contra lo vivo- a lo literario. Eso podría ser un punto fuerte de la narrativa de A.F.M. No obstante, su uso es tan ligero y anecdótico que se queda en un simple guiño.

En Nocilla Dream se incluyen párrafos de unos cuantos artículos del Investigación y Ciencia. En concreto, de todos estos: Copeland & Proudfoot: Un Alan Turing desconocido / Healt: Los orígenes del código binario / Segal: El geómetra de la información / Bekenstein: La información en el universo holográfico / Acampora: Láser en el km final / Rothenberg: ¿Son perdurables los documentos digitales? / Zimmerman: Criptografía para Internet / Cooper: Antenas adaptables. Pero tampoco es que Fernández Mallo se haya matado a leer: todos están sacados de un monográfico, "La información", de la serie Temas. Pero el muy pícaro no lo dice, y los referencia como Scientific American: mola más. Y otra picardía del autor: dice que el libro fue inspirado por la lectura de un artículo que figura así en la bibliografía: "El arbol generoso" Charlie LeDuff– New York Times – 10-06-2004. En realidad, tal artículo no se publicó en esa fecha, sino el 18 de mayo del 2004, con el título de On loneliest road, a unique tree thrives. Sin duda, Fernández Mallo leyó la traducción que publicaría El País unos días después, en su suplemento de artículos del NYTimes que saca cada jueves… pero no lo dice: así mola más.” Blog de Pseudópodo.

7-La blandura que, antes citaba, se expresa sobre todo en una total falta de sentido crítico, incluso de ambición. No se trata –como en el caso de Gaddis o, si hablamos de cine, de David Lynch o Kubrick o, por qué no, de nuestro gran Valle-Inclán- de crear un mundo paralelo en el que se refleje la deformidad del nuestro. Las obras de A.F.M. no se oponen a la sociedad de consumo: todo lo contrario, la reverencian. En realidad, no se opone a nada. Pero tampoco ofrece (a mi juicio) gran cosa...

Esta afirmación sólo puede ser hecha a expensas de la omisión voluntaria o involuntaria de autores cuya propuesta relativiza la pretensión de novedad de Fernández Mallo: Antonio Muñoz Molina, Félix de Azúa, Javier Marías, Ray Loriga, Enrique Vila-Matas, Rodrigo Fresán, Javier Calvo y otros. Esta omisión ha contribuido a la recepción de la Trilogía Nocilla, pero su tramposa pretensión de novedad opera mediante una distorsión según la cual la literatura española está presidida aún por el realismo 'à la' Miguel Delibes y es impermeable a las tendencias más recientes en la narrativa escrita en otros idiomas, una distorsión que obliga a reescribir la historia literaria a espaldas de los hechos.” Patricio Pron.

8-El hacedor de Borges es una brillante miscelánea de poemas en prosa –a veces con la forma de pequeños relatos- y verso sobre sus temas habituales, que son, en el fondo, los únicos importantes (sólo los idiotas consideran a Borges un autor escapista): qué hacemos en este mundo, qué es lo que se espera de nosotros, qué es lo que nos aguarda. El hacedor de A.F.M. no trata de absolutamente nada: su propio vacío explica su absoluta accesibilidad.

La musa de nocilla es el mercado”. Agustín Fernández Mallo.

9-Tengo un amigo en común con A.F.M. Tomando una cerveza, en cierta ocasión, me preguntó –amablemente- por qué no me gustaba (tengo treinta años: al parecer, a mi edad me debe gustar A.F.M.). Le respondí: “porque no me lo creo”.

Viendo que entre nosotros se va poniendo de moda el engaño, el fraude artístico -el homenaje hispano tardío a Fake de Orson Welles, por ejemplo-, la poética ya trillada de lo heterónimo, el remake que traiciona el espíritu de lo imitado, lo cibernético como ilusoria acreditación de modernidad, todos los tópicos de una posmodernidad que llega a nosotros tan tarde (castizos comentaristas vernáculos registrando ahora la existencia de la 'autoficción' cuando ésta pasó a mejor vida hace más de dos décadas), uno termina por decidir que lo mejor será permanecer en lo auténtico que tiene todo camino propio.” Enrique Vila-Matas.

10-Esto no es una reseña de El hacedor (de Borges), Remake. No podría escribir una reseña honrada de ese libro: no lo he terminado. No he podido, o más bien, no me ha apetecido terminar ningún libro de A.F.M. ¿Por qué? Porque son una absoluta pérdida de tiempo.

“¿Entonces el escritor más arriesgado de este país es un tío de cuarenta y tantos años que escribe con procedimientos que en los 60 ya estaban anticuados? Pues qué bien.” Comentario anónimo en un blog.

13 abril 2011

Nardo de sal e inteligencia


Reloj de arena. Antología poética (1950-2009)

Aquilino Duque

La Isla de Siltolá, 2011. Colección "Arrecifes"

ISBN: 978-84-15039-42-6

140 páginas

12 €




Jesús Cotta

Puede quedar feo que yo reseñe un libro de una editorial que me ha publicado a mí, pero, como en casi todo, a veces conviene hacer excepciones, sobre todo si, como ocurre en este caso, el libro en cuestión me gusta. Lo honrado entonces es reseñarlo, por muy mal que pueda uno quedar. Me arriesgo a ello, porque este libro vale la pena: Aquilino Duque es un buen poeta; Abel Feu, un buen antólogo; la Isla de Siltolá, una buena editorial; y la edición de su nueva colección "Arrecifes" es además bellísima. La conjunción de estrellas ha sido propicia y el resultado es un libro delicioso que reúne para el amante de la buena poesía lo más representantivo de una obra que comenzó en 1950 y aún no ha terminado: más de medio siglo.

Esta antología es, pues, como un río que pasa del rápido al remanso, de la cascada al meandro y en cuyas márgenes se suceden los juncos, los sauces y los trigales. Y que aún no ha desembocado. Pero la barca con que lo vamos navegando es la misma y no cambia por mucho que cambien las aguas y las orillas y los pájaros del río. La barca es griega y su madera es española y el viento que mueve sus velas viene de Italia. De los primeros poemas a los últimos, la voz del poeta resuena fuerte, firme y segura, una misma voz que canta canciones muy distintas.

Entre ellas destaco, para empezar, los romances. Lorca los revolucionó y los convirtió en algo nuevo y distinto y personal, hasta el punto de que muchos de los romances actuales suenan a él. Algunos, para evitar a Lorca, escriben romances rarísimos. Lo difícil es, pues, escribir un romance que beba de toda la tradición romancera de España, incluido Lorca, y que ofrezca algo bueno y personal. Y eso es lo que consigue el autor en romances estupendos como A mí mismo, asomado a las “almenas”.

Como lector habitual que soy de poesía, echo en falta entre los autores españoles actuales que alguna vez cultiven un metro que no sea el endecasílabo blanco. Con la riqueza métrica de nuestra milenaria tradición poética, quedarse en el endecasílabo me parece un empobrecimiento. Muchos poetas han renunciado a la rima y a las estrofas clásicas porque su poesía, en esos moldes, les suena a antigua o les parece una pose. Pero el autor de este libro se atreve con ellas y las hace suyas, naturales, propias, airosas. Y, no contento con eso, las adorna de rimas audaces e imprevisibles. La riqueza métrica y estrófica es uno de los grandes alicientes de este libro. Además de los consabidos endecasílabos blancos, nos encontramos con heptasílabos, alejandrinos y octosílabos; y con sonetos, segudillas con bordón, coplas, cuartetos, serventesios, etc. Y de esta manera el poeta no sólo nos llega al corazón y a la cabeza, sino también al oído y la música.

Pero lo mejor del libro para mi gusto es la elegante dignidad, la maestría poética y la contundencia expresiva, sin barroquismos pero sin simplezas, en fin, la voz alegre y florida, pero, a la vez, profunda y filosófica con que el poeta, a lo largo de tantos años y de tantos poemas tan distintos, desde el libro de La calle de la luna a Entreluces, canta a la juventud, a España, a Roma, a lo que no pudo ser, a lo que sí pudo ser, al amor, a Dios, al silencio... Bajo el poeta se esconde un filósofo y bajo el filósofo un amante de la belleza y bajo el amante de la belleza un niño maravillado ante el mundo. Nunca la amargura del enfermo. Nunca el pesimismo del suicida. Nunca el resentimiento del fracasado. Y bajo palabras sencillas y hermosas, se esconden la hondura y la sugerencia. El despilfarro y el vigor de la juventud está en estos versos:

"Soy un bosque que arde,
soy un río que crece
y me sobra poder para darte la vida."

Y la soledad en estos:

"A mí me están consumiendo
como veintidós carbones
veintidós años que tengo."


Aunque el antólogo ha dejado fuera algún poema señero que a mí me tiene enamorado, celebro el criterio con que ha hecho la selección y no me resisto a aconsejar al lector que se regale el placer de leer y releer la invectiva de "El ignorante", el "arco tendido" de "Coventry Street", la definición poético-filosófica de lo que es besar a una mujer en "El amor", el tratamiento originalísimo de lo divino en "De la existencia de Dios", el conocimiento y la magnanimidad en "El último viaje de Antonio Machado", la gracia de lo pequeño e inocente en "Una niña aprende a nadar", el salero dolce y original de las "Sevillanas romanas" y el glorioso y necesario poema de "Mejor callar", donde he leído las mejores razones para saber que está todo dicho y seguir, sin embargo, escribiendo. Siempre he pensado que los poetas aumentan el número de cosas bellas en el universo. Vale la pena dedicar a ello la vida. Bienvenido sea, pues, esta antología de la belleza.

12 abril 2011

Los detectives silvestres

Blanco nocturno

Ricardo Piglia

Anagrama, 2010. Colección "Narrativas hispánicas"

ISBN: 978-84-339-7215-6

299 páginas

19 €

Premio de la Crítica 2011



José María Moraga

Ricardo Piglia regresa con una obra alucinante. No es que servidor se haya vuelto un moderno trasnochado y use el término “alucinante” para calificar una novela excelente, es que la lectura de Blanco nocturno (2010) me ha dejado, literalmente, alucinado. Porque se trata de un libro ambicioso, con vocación de Alta Literatura pero enraizado en varios géneros más –digamos- populares. De este modo Piglia nos muestra su doble faceta: de un lado, erudito profesor de Harvard o Princeton, crítico elevado; del otro, editor de novelas policiacas –subsección ‘hard-boiled’. El resultado es un cóctel exquisito que los paladares exigentes sabrán agradecer.

Lo popular y lo culto se entrelazan –permítaseme el tópico- en Blanco nocturno, de manera que nos encontramos con una aparentemente convencional historia policiaca que a mitad de libro “estalla” en un frenesí posmoderno de intertextualidad, fragmentación y teoría crítica. Añádanse unas gotas de literatura gauchesca y nos daremos de bruces con una de las novelas más inquietantes que he leído en los últimos años. Blanco nocturno es una novela policiaca de Ricardo Piglia pero no es Plata quemada (1997). Si aquella era una novela negra, urbana, violenta, sórdida en su temática y rabiosa por lo realista (recordemos que se trataba de una “novela de no ficción”, onda Capote), la que hoy nos ocupa es un relato de pueblo, más pausado, con un trasfondo rural que llega a alcanzar una estatura mitológica.

Las referencias parecen claras desde un principio: el Borges de “El Sur” o “La muerte y la brújula” (entre Poe y el Martín Fierro), el Bolaño más fragmentario y desasosegante y un fatalismo apegado al terruño digno de Faulkner. El pueblo donde se desarrolla la acción de la novela - innominado- y su región circundante son ese campo inmenso, la pampa, la casa de los gauchos y estancieros que observan con recelo cómo su proverbial tranquilidad se ve alterada con la llegada de forasteros que acuden al pueblo a desbaratar un orden establecido desde la eternidad. El que tal osa recibe la muerte, la condena al ostracismo o un virus de desasosiego existencial: lo que es es, ha sido y será siempre igual, y vanos son los intentos del hombre (léase modernidad, racionalismo, extravagancia…) por alterar estos principios inmutables. Incluso el aparente movimiento que ocurre en el pueblo se enmarca dentro de unos límites prefijados, con el baile de amores díscolos, chaladuras, muertes o escándalos matrimoniales como piezas de un guión escrito por un demiurgo ajedrecista.

Formalmente, Blanco nocturno empieza como novela policiaca, pero enseguida muta y se convierte en un complicado rompecabezas posmoderno en el que la explicaciones (como el significado último, para el denostado en este blog Derrida) son siempre “diferidas”. Elipsis, saltos cronológicos, aparato crítico ‘à la’ Foster Wallace, son algunos de los recursos de los que Piglia se vale para irnos llevando por donde a él le da la gana, pero la broma suprema consiste en creerte que te estás leyendo un libro y cambiártelo: hasta tres personajes principales coexisten en Blanco nocturno. A la mitad de la novela ya resulta aparente que esto no va a ser un ‘whodunnit’ en el que el detective los va a sentar a todos en un salón para resolver satisfactoriamente el crimen.

Otro aspecto destacable es la dimensión ideológica o filosófica del libro. Piglia aprovecha su cuentito policial para engatusarnos con sus ideas sobre el hombre, la vida, el destino de los seres humanos, la capacidad de rebelarnos contra éste… temas universales yuxtapuestos al gran trasfondo argentino de la novela (Perón, los gauchos, la “Guerra contra el Indio”…). Archisabida es, además, la conexión entre novela negra y psicoanálisis, y aquí el autor no desaprovecha la oportunidad de presentar, valiéndose de los sueños de uno de los personajes varias ideas que beben de Jung o de ese “inconsciente como texto” lacaniano. De hecho, el chiflado/ultralúcido personaje en cuestión exclama en varias ocasiones que la obra de su vida está hecha de “el material con que se forjan los sueños” (¿un guiño del Piglia más ‘noir’ a El halcón maltés? ¡Ah, no… que la cita es de Shakespeare!).

En suma, Ricardo Piglia ha tardado trece años en dar a la imprenta otra novela desde Plata quemada y la espera, desde cualquier punto de vista, ha merecido la pena. Por lo visto hasta ahora puede apreciarse que Blanco nocturno no es una obrita ligera; sin embargo, me daría mucha pena que sacarais de esta reseña la impresión de que es un rollo, aunque un poco cultureta para sacarle todo el jugo me temo que sí hay que ser. Nada a lo que el lector medio de Estado Crítico no esté acostumbrado, por otra parte…

11 abril 2011

Prodigios

Marvels. La era de los prodigios

Kurt Busiek y Alex Ross

Panini Comics, 2010. Colección “Marvel Héroes”

ISBN: 8424248998639 00017

208 páginas

9,99 €

Traducción de José María Méndez y Santiago García


Fran G. Matute

Existe, y siempre existirá, la absurda batalla dialéctica entre los que consideran a los cómics un arte menor y los que no tienen inconveniente en equipararlos a la narrativa por excelencia. Ciertamente, hay cómics con vocación novelística (Sandman de Neil Gaiman) y otros ya reconocidos por la crítica como lecturas fundamentales del siglo pasado (Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons). Pero tanta loa intelectual no suele recaer en los productos que llevan el sello “Marvel”, probablemente la marca más afamada del mundo del cómic. Quizás por su clara vocación popera. Quizás por haber creado un universo que ya forma parte del imaginario colectivo. No sabemos. Pero es cierto que la Casa de las Ideas nunca ha tenido el reconocimiento que merece como creadora de artefactos de verdadera entidad literaria.

No es que aquí nos importe eso. Nosotros estamos con el historiador Eric Hobsbawm que se preguntaba qué tenía más relevancia cultural hoy día, si Hamlet o un tebeo de Batman. Y todos conocemos la respuesta. Cualquier cómic con el sello Marvel tiene para este que os escribe el mismo peso cultural (sea lo que sea este “palabro”) que una novela de Marcel Proust, pero insistimos: no deja de resultar curioso que la editorial por excelencia del mundo del superhéroe-con-los-calzoncillos-por-fuera carezca del prestigio “literario” que otras manifestaciones artísticas similares gozan. A estas alturas, nadie en su sano juicio puede rechazar la profundidad de algunas de las historias que han surcado el llamado “Universo Marvel” desde su creación a finales de los años 30. Baste señalar la fina lectura xenófoba que se encuentra inexorablemente unida al destino de La Patrulla-X y los mutantes. Pero como obra compacta, que haya trascendido su propio formato, pocas referencias ha ofrecido Marvel hasta la fecha.

Pero si tuviéramos que quedarnos con una sola, esta sería Marvels. La era de los prodigios (1994) escrita por Kurt Busiek y dibujada por Alex Ross. ¿De qué trata Marvels? ¿Dónde reside su supuesta excelencia? En sus cuatro números originarios publicados -posteriormente se añadió un supuesto número cero a modo de introducción estilística que también se incluye en esta edición- se nos permite observar el mundo de los superhéroes desde una perspectiva desconocida hasta la fecha: la del hombre de a pie, la del ciudadano que sufre, padece y se asusta ante la visión de un señor petado que baja de los cielos como si nada, que posee una fuerza inusitada, una visión ésta que a cualquiera le provocaría sentimientos encontrados. ¿De verdad son nuestros salvadores? ¿Qué esperan recibir a cambio? ¿Cuál es su motivación real para salvarnos el pellejo frente a unas amenazas que, de no existir ellos, acabarían con la raza humana en cuestión de segundos? ¿Generan admiración u odio? ¿Pretenden colonizar al ser humano o ser su amigo?

Estos son los más obvios interrogantes que un hombre corriente se haría ante la visión de Estela Plateada surcando la Quinta Avenida de Nueva York. Y este acercamiento terrenal al mundo de los superhéroes es lo que pone en valor una obra como Marvels. Por primera vez se enfoca la cuestión, no ya desde una perspectiva llamémosle “seria”, sino “humana”. Los más avezados lectores de cómics suelen tender a preguntarse por el destino de esas casas destrozadas tras una lucha infernal entre Spiderman y el Dr. Octopus. ¿Quién paga luego la reparación? ¿Hay un seguro anti-superhéroes? ¿La ciudad se hace cargo de los desperfectos? ¿Existen daños colaterales tras estas monstruosas destrucciones? Y en este contexto aparece el anti-héroe de Marvels, un periodista fascinado por estos “prodigios”, como él los denomina, que pierde un ojo por culpa de una de estas batallas demenciales. Él es uno de los daños colaterales a los que hacíamos referencia antes. A través de los pensamientos de este periodista conocemos la opinión de sus vecinos, sus miedos, sus fobias, sus rechazos, sus inseguridades. Busiek recoge todos estos matices con precisión llegando a enfrentar a su protagonista con numerosos dilemas morales en defensa de sus “prodigios”.

Pero pictóricamente, Marvels es también un prodigio en sí mismo. El trazo de Alex Ross es lo suficientemente realista como para dar vida a esta historia y hacerla más creíble, palpable, plausible, gracias al detalle costumbrista con el que retrata los rostros envueltos en pánico de los viandantes ante la visión de un ser como La Cosa. Dado que cada tomo de Marvels transcurre en una década distinta (el arco narrativo abarca desde 1939 hasta 1974), Ross tiene la oportunidad de dibujar desde todas las perspectivas posibles a los grandes protagonistas del Universo Marvel. Desde la Antorcha Humana, pasando por J. Jonah Jameson, Los Vengadores o Luke Cage. Pero el verdadero acierto de Ross es utilizar un punto de vista cinematográfico para componer sus dibujos, rompiendo la llamada “cuarta pared”, ofreciéndonos la posibilidad de observar viñetas históricas desde el otro lado de la cámara. En relación con este asunto, hemos echado en falta en esta nueva edición de Panini Comics (con respecto a la anterior que publicó la editorial Norma, que era más completa) la relación de referencias de cada viñeta con su aparición en los cómics originales. Algunas escenas son bien conocidas -como la boda de Sue y Richards de Los 4 Fantásticos- pero la mayoría son guiños para ‘connosieurs’. Y este es otro de los disfrutes ocultos que ofrece una obra maestra como Marvels, en la que los superhéroes somos en realidad todos nosotros. Y si esto no es "alta literatura" que venga Galactus y lo vea.

08 abril 2011

La vida de papel


Las respuestas retóricas [Entradas del blog Mercado de espejismos]

Felipe Benítez Reyes

La Isla de Siltolá, 2011. Colección "Álogos"

ISBN: 978-84-15039-13-6

175 páginas

14 €

Prólogo de Carlos Marzal


Juan Carlos Sierra


Por lo que voy comprobando al observar el nivel de la balanza que pesa la literatura en formato digital y la –digamos- tradicional, me temo que se le está poniendo difícil la cosa a los apocalípticos que preparaban los funerales del papel. Es más, me da la sensación de que, al contrario de lo que ocurre con otras manifestaciones de la cultura de masas, el formato libro le sigue ganando por goleada a la red o, dicho de otro modo, lo que al final no pasa por la imprenta no existe.

Hablando de blogs o bitácoras, entiendo que hay mucha y muy buena literatura en este universo inabarcable, como también hay páginas muy prescindibles, igual que sucede con la edición de libros en formato tradicional. Independientemente de la calidad de la infinidad de blogs que existen, creo que se puede afirmar que muchos de ellos constituyen en sí un nuevo género literario que, paradójicamente, no ha alcanzado un prestigio cultural lo suficientemente elevado como para subsistir por sí mismos, a pesar del número de lectores que en potencia atesoran.

Si me he permitido esta digresión es para buscarle una explicación a un fenómeno novedoso: la transformación del blog en libro, el paso del formato digital a la galaxia Gutenberg; y, más concretamente, para referirme a la aparición de una colección como "Álogos", de La Isla de Siltolá, entre otras iniciativas anteriores de la misma naturaleza.

Dentro del irregular catálogo publicado hasta el momento por esta colección, su responsable Javier Sánchez Menéndez ha acertado de pleno transformando en libro algunas de las entradas del blog Mercado de espejismos del gaditano de Rota Felipe Benítez Reyes.

El volumen aparece bajo el título de Las respuestas retóricas, un encabezamiento también muy acertado de acuerdo con los asuntos que circulan por este volumen: respuestas que no necesitan preguntas, como sus hermanas en el espejo "viceverso", respuestas que no responden a preguntas concretas, sino a las grandes cuestiones que siempre han inquietado e importunado al ser humano, pero vestidas con ropajes aparentemente intrascendentes; respuestas a la gran pregunta que planteaba Benítez Reyes en su poema "Estampa matinal", del libro Escaparate de venenos (1996-1999): “¿Y qué es/ la realidad?”.

La vida y sus contradicciones circulan por las venas de tinta de este libro –y antes por los píxeles de la pantalla del ordenador- en toda su crueldad, en toda su estupidez, en toda su fantasmagoría, en toda su carga azarosa, en todo su absurdo. Y es precisamente en este punto donde Benítez Reyes da su do de pecho literario, donde exhibe la prosa poderosa, saltimbanqui, abracadabresca, irónica, tiernamente cínica,… a la que tiene acostumbrados a sus lectores, especialmente desde que se topó con el inefable Walter Arias de su novela de 1998 El novio del mundo.

Pocos blogs acaban mereciendo realmente la pena, como ocurre con sus hermanos mayores, los libros de papel. Las respuestas retóricas, sin embargo, es un buen libro que invita a seguir una buena bitácora. Pásense de vez en cuando, si les apetece, por el Mercado de espejismos de Benítez Reyes en la red si quieren asistir al espectáculo de la literatura de calidad en dosis digeribles para curarse de la enfermedad de ir viviendo.

07 abril 2011

La soledad

Solar

Ian McEwan

Anagrama, 2011. Colección "Panorama de narrativas"

ISBN: 978-84-339-7555-3

360 páginas

19,50 €

Traducción de Jaime Zulaika



Rafael Suárez Plácido

Ha costado que me empezaran a gustar los narradores ingleses actuales. Pero ha venido ocurriendo de la mano de la editorial Anagrama. El primero que me llamó la atención fue Julian Barnes. El loro de Flaubert no se parecía a nada de lo que había leído hasta entonces. De David Lodge me gusta su parte más ensayística. Los ingleses asiáticos (Kureishi, Ishiguro) me deparaban igual momentos gloriosos que otros soporíferos. Y así podría ir contando, uno a uno, pero desde que leí Amsterdam (Anagrama, 1999), tengo a Ian McEwan como, si no el que más, sí uno de mis favoritos. La razón: sus novelas son máquinas perfectas que nos plantean dilemas morales verdaderos. ¿Es lícito usar procedimientos que detestamos frente a rivales que los usan habitualmente? La respuesta no es fácil. En la novela el protagonista se entera de que un político adversario, paladín de una ideología ultraconservadora y férrea defensora de la moral más puritana, práctica habitualmente lo que él llamaría en los demás actos sexuales pervertidos o incluso depravados. ¿El protagonista de Ámsterdam, se plantea si debería hacerlo público? ¿Sabemos realmente qué haríamos nosotros mismos? Inicialmente creemos que sí, estamos convencidos de la respuesta, pero la trama de la novela hábilmente urdida por un autor que siempre duda nos zarandea de un lado a otro. La pregunta, estos días, adquiere más relevancia. ¿Debemos usar la fuerza —que detestamos, ya digo—, contra quien sí la usa? Quien piense que sí admitirá que entonces nuestras convicciones son mentira. La mentira es el gran tema de las novelas de McEwan. Lo es y mucho en su novela más exitosa: Expiación; de alguna manera lo es también en Chesil Beach (la educación represora que tanto nos ha mentido, que ha mutilado tantas vidas) y muy especialmente lo es en Solar, su última novela, publicada en marzo de 2011, como todas las anteriores, en Anagrama.

Todo en la vida de Michael Beard, el protagonista de Solar, es mentira: sus amores, sus amigos. Desde que le concedieron el Nobel de Física, siendo aun muy joven por una teoría que complementa al mismísimo Einstein, su trabajo también lo es. Una cadena imparable de conferencias, simposios y monográficos, donde lo único que se valora de él es su nombre y su presencia; y una serie de investigadores jóvenes que lo veneran por su pasado lejano, que hacen todo el trabajo sucio por él. Hay quien piensa que los premios condenan la creatividad del premiado. El narrador dice que Beard era totalmente incapaz para un pensamiento poco convencional, “¿cómo, si no, había ganado el Premio Nobel?” Desde el inicio de la novela se encuentra en situaciones límite que va superando con la ayuda de su mente analítica, que es capaz de dar la vuelta a los hechos más desfavorables. Y así, el lector es testigo de cómo, de rebote, se embarca en la aventura más importante que tenemos por delante: la transformación de un planeta en decadencia en otro que aproveche más cabalmente sus posibilidades energéticas.

Pero el lector, algunos personajes, probablemente también el autor, se preguntan: ¿hasta dónde llega la mentira? ¿Es posible que haya algo de verdad en un personaje que siempre miente, que incluso se miente a sí mismo? Esto nos puede llevar a cuestionarnos todo, también el proceso de autodestrucción en el que estamos sumidos. Yo diría que el calentamiento del planeta y sus repercusiones de aquí a cincuenta años, son hechos probados. No sé, como llega a decir Beard, si los procedimientos de conseguir energía actuales han mejorado el mundo, —desde luego a todo el mundo no, a África no. Tendría que conocer las opciones y eso es francamente imposible. Pero sí creo que el futuro está en la energía solar. Lo que no sé es si el egoísmo nos hará llegar demasiado tarde.

Jaime Zulaika traduce las atmósferas opresivas de las últimas novelas de McEwan con su habitual brillantez. El ritmo se mantiene a lo largo de las tres partes trepidante. Los problemas de Beard con sus parejas, con las comidas, con la edad, nos lo muestran como una víctima antipática: demasiado real. La meticulosidad en los detalles, los culpables que no lo son —nada es lo que parece—, el amor y el deseo, el egoísmo tan humano, la esperanza siempre a prueba, nos hacen pasar por estas páginas con el anhelo de que no acaben nunca. ¿Acabará en su momento el Nobel también con el talento del gran narrador galés Ian McEwan? Eso tampoco lo sabemos.