31 diciembre 2010

The Gentleman Is A Tramp


Vagabundo en París y Londres

George Orwell

Editorial Menoscuarto, 2010. Colección Cuadrante Nueve

ISBN: 978-84-96675-59-9

312 páginas

20,90 €





José María Moraga

Lo bueno de escribir en un blog como este es que uno puede decir lo que le venga en gana, y hoy traigo un libro de George Orwell, al que no dudo en calificar como uno de los Grandes de verdad del siglo XX. Decir que Orwell es un escritor clásico no es descubrir la pólvora, a lo que me refiero es a su talla real, mayor de la que le suele ser reconocida. Como estilista no fue un renovador pero como crítico cultural… resulta imposible explicar el pasado siglo sin referirse a algunos de sus libros.

Vagabundo en París y Londres (1933) es una de esas obras menores de un escritor mayor, un relato de miseria y estrecheces que comienza como un cuaderno de viajes y termina como un ensayo socioeconómico. El motivo de esta mutación –que, por lo demás, se produce de modo pertinente y un buen ritmo- es la dualidad del libro, presente desde su título. Vagabundo en París y Londres, en otras palabras, París = un exótico lugar extranjero donde es necesario explicar cómo son las cosas y Londres = lo que usted lector y yo sabemos, donde hay que explicar por qué son como son.

Aunque Orwell realiza someras comparaciones entre ambas ciudades, su vida en cada orilla del Canal de la Mancha solo tiene un denominador común: la pobreza y su corolario, el hambre. En París, conocemos la existencia en un barrio pobre: casas de empeño, borracheras de café, personajes tarados, horarios extenuantes en trabajos de ínfima categoría… La obsesión de Orwell es encontrar empleo, lo que le supondrá comer a diario, a cambio de partirse el espinazo como friegaplatos en un hotel primero y en un restaurante después.

Hastiado de esta vida de semi-esclavitud, el protagonista regresa a Inglaterra por la promesa de un trabajo. El destino le juega una mala pasada: al llegar a Londres se entera de que deberá esperar un mes antes de trabajar y es, por tanto, un pobre de solemnidad, un vagabundo. A partir de ese momento vive de la caridad, de las meriendas gratuitas en iglesias, de las estancias en cochambrosos albergues o peor aún, en las celdas para transeúntes de los asilos de pobres (herencia victoriana).

En ningún momento entra Orwell a explicar por qué él –hijo de la clase funcionaria colonial, chico de Eton- vive una vida de absoluta miseria (no se sabe si por necesidad o para reunir material para sus escritos), pero sí que nos ofrece a lo largo del libro media docena de capítulos donde la narración da paso al ensayo y el escritor se mete a analizar improvisadamente las causas de la explotación de los trabajadores de hostelería en París o de las infrahumanas condiciones de las instituciones de beneficencia británicas. Su acercamiento a los pobres, entre los que siempre se cuenta, suena sincero, honrado y genuinamente preocupado.

Lejos del paternalismo, la censura o las ideas distorsionadas de la burguesía biempensante acerca de “las clases pobres”, George Orwell se perfila como un hombre con conciencia social, un reformador antes que un revolucionario, lo que coincide plenamente con la imagen que nos ha llegado de él gracias a sus obras escoradas a la izquierda pero críticas con el totalitarismo, Homenaje a Cataluña (1938), Rebelión en la granja (1945) ó 1984 (1949).

Por todo lo anterior recomiendo vivamente Vagabundo en París y Londres, un libro para leer y entender en su contexto, en el que hay que pararse a reflexionar casi tantas veces como a reírse o llorar, tal es la talla humana de las historias que por él desfilan. Ex oficiales del ejército ruso haciendo de camareros, artistas callejeros filosofando sobre la felicidad, bohemios que venderían a su madre por un trago de vino… en fin, que acaba uno pensando que, si (según Hemingway) en aquella época “París era una fiesta”, fue a Orwell a quien le tocó lavar los platos después.

30 diciembre 2010

Carnaza


La mano

Daniel Ruiz García

Área de Cultura y Juventud del Ayuntamiento de Oria, 2010. Colección Estancias de Literatura

ISBN: 978-84-922046-9-4

61 páginas

V Premio Novela Corta Villa de Oria



Fran G. Matute

A Daniel Ruiz García llegué a través de Montero Glez, que en su blog "La trinchera cósmica" no escatimó en elogios (hasta rozar lo escatológico) hacia el autor y su enorme Perrera (2009), una de las cinco grandes publicaciones literarias del año pasado (y digo esto con la boca bien grande). Casualidades varias, se me dio la oportunidad de conocer más en profundidad a este novel autor cuya literatura me fascinó desde el principio tanto o más que al maestro Monterito. De ahí que se me haya otorgado el honor (y la responsabilidad) de ser de los primeros que han podido leer su última publicación y de conocer datos sobre la misma de difícil acceso para terceros.

Empecemos desmitificando el horrible (por poco sugerente) título de esta novela corta, que venía a ser llamada el cierre de una particular trilogía "estilística" junto a Chatarra (1998) y la citada Perrera. Así pues La mano debería haber sido publicada como Carnaza, que era su amputado (nunca mejor dicho) nombre originario. Pero al margen de su título, como resaltábamos antes, el vínculo existente entre estas tres publicaciones no es otro que el estilo. Dani (déjenme tutearlo) es un escritor que se mueve sobremanera en la casquería de la palabra. En alguna que otra ocasión ha reconocido que escribe más con las tripas que con el corazón o el cerebro. Y esa guturalidad es la que da cuerpo a su obra y la que le otorga su evidente originalidad. De hecho a Dani ya le han puesto la etiqueta de "visceralista", y eso no se lo puede quitar nadie.

Pero con La mano, Dani ha preferido adentrarse en el relato psicológico. Un don nadie que un buen día se encuentra un miembro humano. Un cualquiera que empieza a ser alguien precisamente por haberse encontrado ese trozo inerte de carne. Un objeto inanimado que otorga personalidad a su dueño. Un secreto que no puede compartir. Un diálogo con la mano. Una obsesión. Una caída a los infiernos de la mente. El detalle con el que Dani sumerge a su anodino personaje en una obsesión enfermiza nos recuerda al Michel Piccoli de Dillinger ha muerto (Marco Ferreri, 1969). Y es que esta novela corta tiene mucho de cinematográfica.

Posee La mano todos los elementos de la Serie B, y no nos resulta exagerado imaginar su historia como un episodio de la "Twilight Zone", de los "Amazing Tales" o del serial televisivo de Alfred Hitchcock. De hecho, la historia está contada a base de retazos de guión y posee un final impactante que se visualiza perfectamente y que podría venir firmado por el mismísimo Roald Dahl o el genial Richard Matheson. A Dani ya lo habíamos visto metido en vericuetos fantásticos (leáse La canción donde ella vive) y La mano tiene mucho de ello sin llegar a serlo propiamente.

Queda decir que esta novela corta no sólo tenía un título originario más elocuente sino que dicho título era más certero a la hora de explicar el significado de este texto en el conjunto de la obra del autor. La mano no es más que pura carnaza para los seguidores de Daniel Ruiz García. Un divertimento del autor para que podamos olerlo, mordisquearlo y conseguir así hacer las horas más cortas mientras esperamos ansiosamente su próxima novela.

29 diciembre 2010

El Gran Vila-Matas

Dublinesca

Enrique Vila-Matas

Seix-Barral, 2010

ISBN: 9788432212789

328 páginas.

19 Euros.

José Martínez Ros


Esta reseña puede ser algo tardía, pero que sirva como homenaje: si una obra de narrativa en español relevante se ha publicado a lo largo de 2010, esta es sin duda Dublinesca. No es una elección muy original, pero conviene decirlo bien alto por si alguien no se ha enterado que el gran Enrique Vila-Matas es una de las mejores cosas que han pasado a nuestra literatura en muchos, muchos años.

Al principio de manera sigilosa, como un autor secreto y minoritario y luego, a partir de cierto punto, rodeado de premios y aclamaciones, Vila-Matas ha ido construyendo un mundo propio, autónomo y personalísimo: un paisaje incierto e irónico en el que todo aparece impregnado de densas referencias cinematográficas y librescas y se repiten una serie de temas –la orfandad, el doble, el nihilismo- que se encarnan en unos personajes muchas veces a la fuga, pero que no suelen olvidar en el viaje su sentido del humor.

No obstante, en sus últimas entregas de narrativa –Doctor Pasavento, los relatos de Exploradores del abismo- se apreciaba un cierto cansancio y repetición, como si los materiales con los que ha ido construyendo su singular obra empezaran a dar muestras de agotamiento, tras joyas como Historia abreviada de la literatura portátil, París no se acaba nunca, Bartleby y compañía y tantas otras... Lo que es un motivo más para alegrarnos porque en esta magnífica Dublinesca (coincidiendo, por otra parte, con su aireado cambio de editorial) consigue una completa renovación del universo vilamatiano, sin dejar de ser fiel por eso a sus más llamativas obsesiones. El protagonista, Samuel Riba, es un antiguo editor abrumado por su progresiva vejez que identifica con la decadencia del modelo literario que ha sostenido hasta la obligada venta de su negocio (un personaje en el que -¿por qué vamos a negarlo?- resulta complicado no ver la sombra de Barral o, incluso, de Herralde; y más tras la noticia de la venta de Anagrama). Ahora, sin apenas ocupación y a punto de ser olvidado con todos, decide viajar a Dublín, a la patria de sus adorados Joyce y Beckett, en compañía de algunos amigos (en los que podemos ver, si nos apetece, enmascarados, a otros escritores españoles) para celebrar allí un íntimo funeral por la Galaxia Gutemberg… La sombra monumental del Ulises acompaña las andanzas de Riba, al que Vila-Matas dota de una conmovedora dimensión humana (solitario, luchando contra su adicción al alcohol, viviendo esa particular suerte de incomunicación de las parejas con su esposa, que se acaba de convertir al budismo) que tal vez echábamos de menos en obras anteriores. En este caso, lo cultural y lo existencial se encuentran perfectamente imbricados y nos ofrecen una de las mejores novelas que hemos tenido la suerte de leer en mucho, mucho tiempo.

Señores/as, el mejor Vila-Matas está de vuelta. Merece la pena brindar por ello.

28 diciembre 2010

Después de la Guerra Fría

Un traidor como los nuestros

John Le Carré

Plaza & Janés, 2010.

ISBN. 9788401339035.

400 páginas.

22,90 euros

Traducción de Carlos Milla Soler.

Rafael Suárez Plácido


Uno de mis libreros favoritos se sorprendió hace unos años cuando vio que hojeaba la última novedad del inglés John Le Carré (Dorset, 1931), porque lo consideraba autor de best-sellers. Lo primero que pensé fue que este hombre no me conocía demasiado. Luego comprendí mejor: a quien no conocía era a Le Carré.
Y no es difícil que esto ocurra. Pasa igual con toda la novela de género, y la novela de espías lo es. No sé si lo era antes de que aparecieran sus primeros títulos, pero sí desde El espía que surgió del frío, su primer gran éxito, que revalidó con la serie del agente Smiley: El topo, El honorable colegial y La gente de Smiley. Este autor nos hablaba del mundo y sus mentiras: la “guerra fría”, que no fue sino un pretexto para que los países se armaran hasta los dientes. Los más ricos seguirían siéndolo y los más pobres se endeudarían más y más. Todo esto visto desde los ojos de los agentes de la “Agencia” británica: personas normales, reclutadas de entre jóvenes y prometedores universitarios. En este nuevo título, Gail y Perry son una pareja joven, ella abogado, él profesor, que pasan unas vacaciones en la isla de Antigua y que se dan de bruces con el mundo. Desde que finalizó la “guerra fría”, los enemigos han cambiado: no están fuera, son parte de nosotros. Todavía recuerdo con pavor lo que iban descubriendo los protagonistas de El jardinero fiel sobre los procedimientos habituales de la industria farmacéutica. Y lo peor es que cuando investigas por tu cuenta, ves que la mayoría de las situaciones son ciertas. En Un traidor como los nuestros, los enemigos son dos: las mafias que se van creando tras el desmembramiento de la Unión Soviética, y esa otra mafia que son ahora llamamos “los mercados”.
John Le Carré nos cuenta, con una historia actual, su verdad, nos abre los ojos a las mentiras del mundo: que nada vale más que una vida humana, que nada es más enternecedor que la mirada de un niño, que al final siempre resplandece la verdad, que la justicia se ocupará de esclarecer los hechos, que los políticos desean nuestro bien. Si quieren seguir creyendo estas verdades universales, no lean los libros de Le Carré, no lean Un traidor como los nuestros. Pero si lo que desean es conocer la verdad, o una parte de esta, aquí tienen al verdadero heredero de los grandes de la novela de género: aquí tienen a Le Carré.

[Publicado en El Correo de Andalucía]

27 diciembre 2010

Potro de rabia y miel


Pistola y cuchillo

Montero Glez

El Aleph, 2010

ISBN: 978-84-7669-969-0

128 páginas

18 €




Fran G. Matute

Vaya por delante que servidor no es de esos mitómanos que se deja engatusar por la leyenda donde quiera que resida. Vaya por delante también que a este humilde cronista le repampinfla el flamenco y aledaños, no porque me cause disgusto sino por desconocimiento y desidia. Anticipo estos datos que podríamos denominar autobiográficos para dejar claro el discurso. Soy consciente de que un libro sobre Camarón de La Isla no debe ser cualquier cosa y menos si quien lo escribe es Montero Glez. Así que esta introducción que huele a excusa no es más que el vehículo que he diseñado para dejar bien clara mi valoración de Pistola y cuchillo: esto es lo mejor que ha escrito Monterito en años. Y que quede bien claro que afirmo lo anterior no porque su protagonista sea José Monge Cruz sino porque lo ha escrito el que a mi juicio es el mejor prosista de este país, Roberto Montero González.

A Monterito siempre le ha ido bien el barriobajeo, lugar en el que su labia maldita, rasposa y escurridiza puede campar a sus anchas. Pero cuando ha querido ponerse palaciego Monterito también lo ha clavado. Así que la Venta Vargas en San Fernando (Cádiz), que no es ni antro ni palacete, nos parece un lugar idóneo para vertebrar la narración de Pistola y cuchillo. Una mesa, tres personajes, una bandeja de tortillitas de camarones y José más parlanchín de la cuenta. De eso va esta intensa recreación de las últimas horas de Camarón. De recuerdos, sueños y detalles que se rememoran con nitidez una vez impresa la leyenda. Para ello Montero se introduce en la escena como un actor más gracias a un artificio. Imagina a Camarón como un ludópata de la gallística que decide amañar el último reñidero para sacarse unos jurdós y tratarse de lo suyo. Son las horas en que Camarón conoce que tiene la mancha cogida al pecho. Son horas en las que Camarón era sólo José (como lo llamaba todo el mundo), un hombre cualquiera, apocado y sin fortuna amasada que lucha contra la fatalidad.

"Cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicarla" se decía en El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). Pero Montero desoye por completo esta máxima ofreciéndonos un Camarón cercano, introspectivo y meditabundo. Una leyenda hecha carne y esputo, uno más de la parroquia que vivió el engaño (las cartas de El Cordobés) y el revés (el desplante de Manolo Caracol) y también el éxito mundial ("El Mick Jagger gitano", "El Joe Cocker de San Fernando", rezaban los periódicos parisinos tras sus actuaciones en Cirque d'Hiver mientras el artista preguntaba "¿Y quiénes son esos gachós?"). Y un "longplay" rompedor sobre el que el cantaor reflexiona en sus sueños y confiesa que no entendió en su momento. Todo esto se rememora alrededor de esa mesa en la Venta Vargas, donde Montero despliega su imaginario. Dos años se ha pegado el artista para terminar 120 tristes y cinceladas páginas que se leen como se traga la leche condensada. Con dulzura y espesura, donde cada palabra es una bala y cada frase una puñalá. Son todo lugares comunes hasta para el más neófito de los camaronianos, pero Glez hace con el de San Fernando lo que Stefan Zweig con la Historia. Le da vida.

Dicen que Camarón se echó a perder cuando dejó su Cádiz natal camino de la capital del Reino y puede que sea cierto, sobre todo si tenemos en cuenta que Montero Glez hizo el mismo camino a la inversa echándose claramente a ganar. Reconozcamos aquí y ahora que tras la publicación de su éxitosa Pólvora negra (2008) pensé que Montero se nos iba, que se nos adocenaba. Y más cuando supe que lo siguiente que venía era un relato sobre algo tan manido como Camarón. Pero me alegro haberme equivocado, porque con Pistola y cuchillo (que tiene cuerpo de relato sí, pero alma de novela) Montero me ha arrastrado por las orejas de vuelta al redil. Todavía falta mucho, pero al autor ya deberíamos llamarlo Roberto, pues es ahora el tiempo el que lo está convirtiendo a él en leyenda.

24 diciembre 2010

Actualidad bizarra para brutos mecánicos


Todo lo que se llevó el diablo

Javier Pérez Andújar

Tusquets, 2010

ISBN:978-84-8383-273-8

301 páginas

18 €




Fran G. Matute

Descubro a Javier Pérez Andújar a través de una de las revistas gratuitas más friquis que circulan por nuestro país. Me lo veo en una foto con un banjo, con cara de flipado y en el instante me cae bien. Leo las loas que la publicación le brinda y una interesante entrevista en la que el autor reconoce haberse visto influenciado por esa monumental obra que es Warlock (1958) de Oakley Hall a la hora de escribir su última novela, que lleva por título Todo lo que se llevó el diablo, y corro a comprarla a la librería.

Así funciona hoy día la tradición oral o lo que queda de ella. Teniendo en cuenta que el medio de comunicación más eficaz entre la juventud es el SMS, dentro de poco se nos olvidará hablar entre nosotros y la única forma efectiva de transmitir datos, al margen del P2P, serán los blogs como este, las páginas webs y, por qué no decirlo, las publicaciones gratuitas como en la que descubrí a Pérez Andújar. La tradición oral morirá o se transformará en algo con la coletilla "2.0" ó "3.0" y tendrá poco de oral pero el mismo grado de efimeridad. Traigo a colación esta reflexión porque Todo lo que se llevó el diablo lidia precisamente con el peso de la tradición oral en nuestro país. Tomando como punto de referencia los tiempos de la República, Pérez Andújar realiza todo un ejercicio de nostalgia folk alrededor de la cultura popular (cuentos, canciones, cómics, películas, sainetes...) de la época para enlazarlo (de forma un poco forzada, todo hay que reconocerlo) con nuestros días.

Como hilo conductor de esta historia, Pérez Andújar se apoya en las Misiones Pedagógicas que recorrieron los pueblos de la España profunda regalando cultura a los analfabetos habitantes de las zonas rurales más remotas. Rincones de España que pertenecen al gótico norteño y que comparten no pocas similitudes con pueblos como el de Amanece que no es poco (1988) de José Luis Cuerda. Junto a esos circos de la cultura ambulantes que fueron las Misiones Pedagógicas camina un lobero estepario, una representación de la pureza y nobleza del campo patrio, un joven inquietante en busca de un familiar perdido, que ira despertando de su inocencia a medida que recorre los pueblos de una España aislada y convulsa. Los pasajes que narran las peripecias del lobero son los que más arraigo en el "western" ofrecen. Puede uno vislumbrar en ellos, salvando las distancias estilísticas, influencias de Cormac McCarthy o del citado Oakley Hall en su acompañamiento al personaje, en esa constante sucesión de encuentros, en esa descripción de los polvorientos caminos secundarios que vertebraban la frágil República de Azaña. Y es por esos caminos perdidos de la mano de Dios en los que Pérez Andújar encuentra la inspiración para ofrecernos, con su virtuosa y precisa prosa, personajes de lo más variopintos (por citar uno, no podemos dejar de recordar al pedómano cuyo talento reside en interpretar el himno de Riego con sus ventosidades) que dan lugar a los encuentros más bizarros.

Contextualizando Todo lo que se llevó el diablo dentro del panorama literario actual, no resulta difícil situarla cerca de las recientes publicaciones de Eduardo Mendoza (ambientada prácticamente en el mismo momento histórico) o incluso de Rafael Reig (que amenaza con reinterpretar la historia reciente de este país). Pero esta novela se nos antoja que llega, por lo menos, unos diez años tarde, ya que funciona verdaderamente bien como el eslabón rural entre Las máscaras del héroe (1996) de Juan Manuel de Prada y las Fabulosas narraciones por historias (1997) de Antonio Orejudo Utrilla. Pérez Andújar nos habla en esta excelente novela, y así lo expresa a través de uno de sus personajes, del "hombre ultramoderno que se extasía ante la España vieja", una lectura que tiene el mismo valor en la Zamora de 1936 que en la Barcelona de 2011.

21 diciembre 2010

Artimañas imaginativas contra la soledad

Escuela de sueños

Sara Stridsberg

451 editores

978-84-96822-94-8368

368 páginas

19,50 €

Traducción de Carmen Montes Cano

Carolina León

La virilidad es una deficiencia orgánica, una enfermedad: los machos son lisiados emocionales”. Un ensayo, el Manifiesto SCUM, de unas veintitantas páginas fue publicado en 1968 (y su larga cola llega, a pesar de muchos, hasta hoy). Su autora fue una muchacha pobre, fea, lesbiana, que había sufrido abusos sexuales en la niñez y encontró en la prostitución el modo de financiarse la vida una vez que salió de la órbita materna; se refugió, después de pasar por los departamentos de investigación de la Universidad de Maryland, en el Village neoyorkino con la esperanza de encontrar caldo de cultivo apropiado a su trabajo y sus ideas. Allí (más o menos en la época en que redactaba el Manifiesto), contactó con Andy Warhol y le pasó el manuscrito de una obra teatral que esparaba que él produjera. La obra era irrepresentable (se ha podido leer en declaraciones varias de los implicados en esta extraña trama), pero el asunto es que Warhol no le devolvía el texto por más que se lo pedía. Solanas, Valerie, probablemente harta pero también estimulada por sustancias de varios tipos, martilló un gatillo tres veces contra el artista. Él sobrevivió (mal), pero ella fue recluida en sanatorios mentales durante mucho tiempo; lo que le quedó de vida (murió en 1988) es un agujero bastante negro, ausente de datos, hasta el día en que murió en un hospital de beneficencia de San Francisco.

El Manifiesto SCUM, a pesar de su hiperbolismo, no es para tomárselo a broma, pero tampoco literalmente. Lo que (me parece) le sucedió a Sara Stridsberg (autora sueca con un libro anterior a éste, Happy Sally), es lo mismo que nos puede pasar si contemplamos los datos biográficos de otras mujeres (escasamente) conocidas: pequeños atisbos de “protagonismo” cultural, obra excéntrica y anómala, circunstancias ajenas a la propia producción que la acallan y la silencian. Pobreza, enfermedad, soledad, muerte. Sin hacer mayores indagaciones, ahora mismo no puedo dejar de recordar a la actriz francesa Marie Falconetti: ¿alguien puede negar que puso rostro a la mejor versión cinematográfica del mito de Juana de Arco y que su imagen forma parte de la historia universal del cine? Sepan que la “musa” de Dreyer acabó sus días sola y olvidada de todos, en algún lugar de Argentina.

Fascinación: la novela Escuela de Sueños nace de ese gran signo de interrogación que se nos plantea delante de algunas de estas biografías. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se escapa uno, aunque sea momentáneamente, del anonimato, del destino gris, aislado en cualquier tugurio inhóspito de la gran Norteamérica, mimetizado con los millones de almas contentas de su alienación, que siguen el dictado de dólar, de la esclavitud social, del pensamiento único y las ilusiones estrechas? Lo cierto es que, también, los Estados Unidos son ricos en esas biografías: no debe de ser fácil fabricar almas complacientes en serie.

Y Solanas trató de buscarse a sí misma, aunque en el camino se extraviara. La sueca ha creado, para poder encontrarla, un entramado ficcional extraño, bonito, fértil en sensaciones y emociones, quizá el único posible para quedar equidistante del panfleto del vencedor o de la novela policial; obviando lo más posible el cénit de su “visibilidad social” (los disparos que no acabaron con Andy Warhol), Stridsberg se agarra a los pocos datos conocidos acerca de su niñez, adolescencia y juventud, para tejer una red de sutiles y pequeños elementos totalmente imaginarios (aficiones, lemas, colores, el mar, el surf), quizá en un intento de tratar de entender al personaje desde dentro. Montada en escenas breves, el lenguaje gira en torno a esos pivotes de realidad interior, como si una cámara fisgara en la intimidad de las habitaciones. Además, juega con las personas narrativas: de alguna forma, asumiendo que intentar novelar la biografía de quien existió, dejó tan escasa huella y ya no puede defenderse, no puede hacerse sino es desde el afuera. Stridsberg misma se introduce como personaje en diálogo con la protagonista. "¿Cuál es el material?", le pregunta en varias ocasiones. Lo teatral es la única forma de literatura que se le conoce a la Solanas.

Así, la autora intenta con esas artimañas desentrañar el por qué, o rascar en la superficie de lo conocido y oficial (Solanas “loca”, pasando varias décadas de institución en institución); dibuja una psicología, no ya rebelde, sino lúcida: una rebelde se enfrenta al poder por enfrentarse, la lucidez de Solanas fue entender que detrás de su desgracia no cabía asentir, seguir agachando la cabeza y matar el tiempo hasta que llegase la parca, sino darle la vuelta a los conceptos. Entender desde temprana edad (al menos así lo cuenta Stridsberg) la cualidad de la opresión.

Para el lector de Escuela de sueños quedan dos certezas: una, la de que la Solanas libresca lo es, con todas las consecuencias; que la autora sueca creó un trabajo conducido por la imaginación y el amor; dos, que dentro del libro se pueden experimentar, como en una fuerza succionadora hacia arriba, hacia lo universal, muchos de los desgastes, bestialidades e injusticias que han acaecido a otras muchas personas, tocadas por la lucidez, en el caso de Solanas, pero también, y más determinantemente, por las experiencias del desarraigo, el abandono, la exclusión, y la soledad. Hay muchas formas de entender una novela como ésta, lo suficientemente compleja para abarcar a distintos públicos. La lectura que me quedo esta noche es que luchar contra el poder, masculinocrático y heteropatriarcal, no sale gratis.

20 diciembre 2010

Ser o no ser

Los poetas que no fueron

Jean Murdock y José María Casanovas

Thule Ediciones, 2010

ISBN: 974-84-92595-67-9

13,20 euros

70 páginas



Juan Carlos Sierra

Muchos nos hemos preguntado en algún momento qué habría escrito, por ejemplo, Federico García Lorca si no hubiese sido asesinado en lo más alto de su madurez creativa. Siempre nos quedará la duda de si habría progresado exponencialmente o si habría acabado repitiéndose como tantos poetas que no han sabido dejar de escribir a tiempo. También nos ha rondado alguna vez por la cabeza qué poemas habría escrito, por poner otro caso paradigmático, Rimbaud si no hubiese dejado la literatura a los veinte años para dedicarse a trabajos más prosaicos, o qué canciones habría compuesto, por ejemplo, Kurt Cobain, con o sin Nirvana, si no hubiese decidido pegarse un tiro cuando todos cantábamos sus canciones como si fueran nuestros himnos generacionales.

Como ejercicio fabulador de escritura-ficción puede resultar entretenido asumir el papel de Doppelgänger o doble creativo de los cadáveres exquisitos de la literatura –o de la música, en el último de los casos-. Incluso puede resultar un ejercicio de musculatura muy interesatne para quien pretenda dedicarse a la creación, porque de los grandes maestros es de donde mejor se puede partir para después encontrar una mirada y una voz personales. ¿Alguien acepta el reto?

Forzando un poco más esta tuerca, Jean Murdock –alias de Carmen G. Aragón- y el dibujante José María Casanovas proponen una triple mortal literario y visual altamente recomendable en Los poetas que no fueron.

No se trata aquí de rellenar el hueco que la muerte o la vida dejó en la obra de los artistas que dejaron de crear, sino de darles voz a los personajes que inventaron, de sustituir su condición de marioneta a las órdenes de su creador por la de creadores, seres de carne y hueso que se explican más allá de lo que sus padres putativos les dejaron decir. Aunque no se hallen en pie de guerra contra su autor, a la manera de Augusto Pérez con Miguel de Unamuno en Niebla, sí que existe algo de reivindicación de la opinión propia del personaje de ficción o de matización del dibujo que dejó para la posteridad el autor que les dio vida.

El artefacto literario ilustrado propuesto por Jean Murdock y José María Casanovas no solo se ciñe a lo estrictamente literario, sino que pasean por sus páginas personajes de la cultura de masas –ya se sabe que la literatura no lo es- como John Locke de ‘Perdidos’, Charlie –el de ‘Los ángeles de Charlie’-, los cinematográficos Rick Deckard de ‘Blade Runner’, Escarlata O’Hara de ‘Lo que el viento se llevó’, la ‘tarantiniana’ Beatrix Kiddo o el mismísimo Tiburón de la película de Spielberg, entre otros. Incluso se asoman al principio del libro el físico austriaco Erwin Schrödinger y su gato, que muestran las paradojas e interrogantes a los que aboca la física cuántica, es decir, en lo que atañe a esta reseña, la paradoja entre realidad y ficción, del ser y no ser simultáneos.

Lo curioso de todos los personajes de Los poetas que no fueron es que, a pesar de asignarles la etiqueta de poetas, solo uno escribe en verso, quizá por el pudor de sus autores a introducirse en una técnica de escritura que no controlan. En este sentido, es de agradecer la humildad de sus autores –sean reales o ficticios-, porque lo que surge como un proyecto atractivo, original y atrevido, cuyo resultado resulta igualmente atractivo, original y atrevido, podría haberse convertido en una ‘quiero y no puedo’, en un bonito proyecto que se vino abajo cuando tomó cuerpo, en una idea interesante que no pasa de eso. Es más, en el único poema del libro tampoco se toman demasiados riesgos en lo que a lenguaje poético se refiere: el poema de Ted Hughes ‘El pensamiento-zorro’ está escrito tal y como lo dejó el poeta inglés, pero desde la voz del zorro –como si ‘Caperucita roja’ lo escribiera el lobo-. Esto no hay que interpretarlo como un defecto, sino que se antoja más bien como otra de las virtudes de Los poetas que no fueron.

Si Papá Noel o los Reyes Magos pertenecieran al club de Los poetas que no fueron, ¿qué dirían en estas fechas? Pídeselo en tu carta. Quizá te lleves dos sorpresas.

16 diciembre 2010

En busca de claridad

Con el tiempo

Enrique García-Máiquez

Renacimiento, 2010

ISBN: 978-84-8472-591-6

67 páginas

12 euros







Jesús Cotta

Voy a decir por qué me ha gustado tanto este libro de Enrique García-Máiquez (Murcia, pero el Puerto de Santa María, 1969):

-porque los finales de todos los poemas son estupendos y, no porque den un giro inesperado, que también, sino porque el poema va empapando el alma en muy poco tiempo, con palabras sosegadas, pero de una honda intensidad interior, y, de pronto, con el final, el alma se mete dentro del corazón y éste se inflama

-porque los poemas más personales son los más universales y emotivos, como In memoriam, Salto, Albada o El hijo que no tengo

-porque el libro trata los temas de siempre con enfoques nuevos y está lleno de reflexiones originales y reveladoras. En concreto, el poema de La higuera estéril no se me olvidará nunca: cuando esté triste y desesperado, lo leeré una y otra vez. Y Hecatombe es una maravilla que pasará a la historia de la literatura, os lo aseguro, por terrible, maravilloso, revelador, responsable y ecológico sin buenismos. Lo deberíamos leer todos y aplicarnos el cuento que el autor se aplica a sí mismo, sin pretender dar lecciones a nadie

-porque el libro tiene sentido del humor (cuando estaba delgado e iba a fiestas), sin chiste fácil ni sarcasmo, sin caer en la subestima barata y doliente. Se trata más bien de buen conocimiento de sí mismo, de un “a pesar de todo, está bien”. El autor se ríe de sí con tanta gracia, que dan muchas ganas de conocerlo y darle un abrazo. Leed, si no, Variación sobre Cardenal, Icono y Últimas voluntades

-porque su poesía es sencilla y transparente, pero sin renunciar a estrujar el lenguaje para sacarle el máximo partido, ¡y sin que se note!, como ocurre en Voces, que estremece, y en el sorpresón final de De cine, que, además, tiene doble y triple sentido, cada uno con sus connotaciones, a cual más bonita; y como ocurre en La pregunta:

¿quién no te mira así, cómo es posible
que sólo lo haga a veces, nunca siempre?

-porque a mí no me gustan los poetas tristes ni los jocosos, sino los sencillamente alegres, los que, sin ocultar el dolor del mundo, retiran con una mano cálida las ramas podridas que nos sepultan para señalarnos una estrella

-porque en el libro no hay sólo endecasílabos blancos, sino otros metros y también coplas, haikus, versos discretamente asonantados y un soneto que es una maravilla, con rimas fuertes pero imprevisibles y con un final de antología. En la variedad está el gusto y la maestría

-porque el libro no tiene grandes pretensiones, sino grandeza. Su garra es su discreción

-porque de todo lo que le he leído al autor, éste es el mejor libro. Los buenos poetas lo son aún más con el paso del tiempo

-y porque a los que somos retorcidos de pensamiento y, a veces, de escritura, nos vienen bien revelaciones como ésta:

Las retorcidas
ramas buscando clari-
dad. Como yo.

Y como yo. Gracias, poeta. Retorcerse sólo vale la pena si es para buscar esa claridad sin retorcimientos.

14 diciembre 2010

Una historia portátil de la civilización por Aby Warburg

Imágenes cifradas. La biblioteca magnética de Aby Warburg

José Francisco Yvars

Editorial Elba, 2010
ISBN: 9788493803421
86 páginas
8.50 euros




Manolo Haro

Aby Warburg (Hamburgo, 1966-1929) nació en el seno de una familia de banqueros y empresarios judíos. Su renuncia a la primogenitura financiera, que pasó a su hermano Max, le fue compensada con la posibilidad de contar con todos los volúmenes de los que tuviera necesidad para poner en pie no sólo una inmensa biblioteca (60.000 títulos germen del Instituto que posteriormente llevaría su nombre), sino una tupida red de relaciones antropológicas, iconográficas, históricas, psicológicas y artísticas con las que presentaría la cultura como un sistema de signos. Esto, que puede parecer un concepto ajado por mor de la habitual presencia de exégetas de la cultura en la actualidad (ya sean semióticos, sociólogos o columnistas), tiene en Warburg al hombre que acercó la cerilla a la carga que dinamitaría, con una nueva visión de la cultura, a los canonizados y estériles estudios de sus predecesores y maestros.

Cierto que la afortunada recuperación bibliográfica que está teniendo el autor en estos momentos nos coloca ante la vista preciosos y caros ejemplares sobre/de su obra; sin embargo, sus precios alejan de una figura imprescindible dentro del pensamiento europeo a los lectores obligados a hacer economías en estos tiempos de trogloditas. Por ello, hay que celebrar la llegada de este opúsculo que abre las puertas muy certeramente al conocimiento de Aby Warburg. José Francisco Yvars ha hecho el difícil ejercicio de condensar en un notable trabajo de precisión una obra de proporciones titánicas. Tras la lectura de sus 79 páginas, uno tiene la sensación de que ha pasado la vista por un museo cuyo cuadro principal guarda tras su primera capa de óleo una parpadeante fiesta de luces que hay que desentrañar por medio de incansables visitas.

Yvars reparte su conocimiento sobre el hamburgués en seis capítulos que encabeza con una austera cifra romana, pero a los que podríamos fijarle –con el permiso del autor– los epígrafes siguientes: Warburg-Benjamin; Warburg y su proyecto intelectual; El carácter de Warburg: “una educación sentimental alemana”; Formación historiográfica: los maestros releídos; Método de trabajo: signo e imagen; y, por último, El orden y el caos: una biblioteca borgiana en cuatro plantas. Estos títulos, colocados al calor de la lectura, vendrían a resumir un contenido que completa una Bibliografía cardinal.

La crítica ha visto en el tándem Walter Benjamin-Warburg una serie de concomitancias interesantes: ambos se pueden considerar como extraterritoriales y desplazados dentro del mapa de la intelligentzia europea; ambos manifestaron su admiración por el Goethe adulto por su idea de que el escepticismo empuja a la experimentación estética; y ambos atesoran una amplísima cultura conseguida más como los tránsfugas universitarios que fueron que por permanecer toda una vida al calor de un departamento o escuela. Sus estudios sobre el Renacimiento (Walburg) y el Barroco (Benjamin) dejaban bien a las claras que tales momentos de la humanidad fueron esenciales para la evolución de la sensibilidad en la trayectoria occidental. Pero ¿por qué esta última afirmación? En el caso del de Hamburgo, su proyecto intelectual, al igual que el de Benjamin, da la medida y profundidad de sus aseveraciones y conclusiones como puede comprobar todo aquél que se introduzca en su mundo.

Los libros de la Biblioteca Warburg buscaron acomodo en un edificio londinense en el año 1933. La culpa de esta mudanza la tuvo el ascenso al poder del partido nazi. Con su mentor ya muerto, algunos exiliados (entre ellos Gombrich, que transcribió y estudió cartas, diarios y escritos del finado) encontraron en esta inmensa obra de recopilación libresca el hilo que habría que tirar para descifrar el enigma Warburg. Detrás de la endiablada y microscópica caligrafía que Gombrich fue poniendo en limpio, aparecía luminosamente una erudición dieciochesca y una honda cultura antropológica que desembocaría en el comparatismo multiétnico al que se dedicó Warburg en una parte importante de su vida. Lo que el estudioso reprobó a sus maestros fue su obsesión arqueológica y sus carencias en los métodos de trabajo. Su proyecto era cognitivo (¿qué leer?) y psicológico (¿cómo leer?) para entender ese libro abierto que es toda obra artística.

Cuando llegó como doctorando a Florencia, se encontró con la petite colonie britannique, unos estetas hedonistas entre los que se contaban Vernon Lee, Harold Acton y el pintor Roger Fry, que por aquel entonces estaba trabajando sobre Bellini. Warburg se diferenciaba de ellos por su lectura disciplinada, alejada de lo que él pudo ver como un filisteísmo vacuo. Con el acercamiento a su primo amore Boticelli comenzó el rechazo del canon conservador de la Academia y de los talleres. Warburg se negaba a ver las telas que colgaban en la Galería Ufizzi como simplistas representaciones de las leyendas religiosas medievales. He aquí que toma la primera determinación metodológica: entrelazar en el relato artístico la fisonomía histórica de la época para ver así los productos de arte como una parte de la vida civil de cada momento.

En una carta a su hermano Max –que habría de convertirse en el suministrador de capital para darle forma a su proyecto– afirma: “Necesito una biblioteca que me permita identificar a los personajes de un fresco de Ghirlandaio […] hasta que los descoloridos fantasmas de las imágenes puedan palpitar una vez más y vuelvan a la vida de la obra de arte”. Para ello se hizo con todo tipo de fuentes para la búsqueda de ese aura, ese humus de signos y gestos que llamamos tradición cultural y que despertó la avidez bibliográfica que explica la biblioteca, de la que el filósofo y amigo Ernst Cassirer dijo que ante tal laberinto sólo cabían dos opciones: huir lejos de ella o atreverse a ser su prisionero durante años.

Pero el definitivo paso hacia un cambio de mentalidad en el estudio de la obra de arte lo da Warburg con una casi infinita colección de fotografías, en donde se trama la definitiva complicidad entre la biblioteca (el logos) y la imagen. Como afirma Ybars, “siempre abominó de la sobreteorización artística y de la especulación verbalizadora”. Poniendo las palabras de Vico como pórtico a sus trabajos (“poseemos una facultad que se titula fantasía –imaginación– que nos concede penetrar en las mentalidades diferentes a la nuestra), comprendió que las imágenes se presentaban como signos cifrados que podían constituirse en hachón a la hora de iluminar el arte y explicar cómo en los ropajes y posturas de Boticelli, por ejemplo, se podía seguir la huella de “la vida póstuma de las imágenes de la antigüedad”. De ese magmático flujo de imágenes que Warburg recopila nace el Atlas Mnemosyne, un conjunto de paneles en los que colocó fotografías de cuadros, prensa y publicidad para ilustrar diferentes ámbitos temáticos (el sentimiento victorioso, la ascensión hacia el sol, la expresión del sufrimiento, el rapto, etc.) con los que narrar la historia de la memoria de la civilización europea. Esta es la sublimación de su trabajo, el cual lo coloca además en la más absoluta vigencia en nuestra época. Cada panel es un juego, una baraja abierta para que las asociaciones infinitas y rizomáticas (Deleuze dixit) sigan fluyendo de manera constante. Nuestro mundo es amante de escrituras minúsculas como las de Warburg o Robert Walser (los dos coquetearon con la locura) y abiertas, como los Pasajes de Benjamin. He aquí la modernidad de estos autores y su trascendencia en la explicación del universo cultural de nuestra civilización.

Como último apunte, he de decir que el librito de la editorial Elba es un exquisito objeto libresco al que acompañan pequeñas fotos de la vida y la obra de Aby Warburg. No lo olviden, se trata de un aleph por apenas 9 €. En los tiempos que corren, un regalo galáctico a este precio bien merece un vistazo.

13 diciembre 2010

La más madura dispensación de solipsismo disponible

Catálogo de Novedades Acme

Chris Ware

Reservoir Books, 2009.

ISBN: 978-84-397-2169-7

112 páginas

24,90 €

Traducción de Rocío de Maya




Fran G. Matute

Si alguien te dice que ha leído entero este Catálogo de novedades Acme miente como un bellaco, pues como dicen en el L.A. Times Book Review, eso es "casi imposible". Pero no nos confundamos. No estamos ante una obra del tipo Finnegan's Wake (James Joyce, 1939) o En-Nadar-Dos-Pájaros (Flann O'Brien, 1939) en el que la complejidad se torna intelectualidad mal entendida. Aquí la imposibilidad de lectura deriva de una cuestión puramente física. Para disfrutar Catálogo de novedades Acme en todo su esplendor necesitaremos los siguientes elementos: un atril o facistol de dimensiones considerables (50x50 mínimo), una lupa-flexo bifocal (con pie, a ser posible) y dar gracias a Dios de no sufrir hipermetropía o presbicia. Os parecerá baladí este consejo, pero si alguien me lo hubiera dado antes de enfrentarme a semejante orgía de viñetas y letras microcóspicas se hubiese llevado un gran abrazo de mi parte. Lo que ocurre es que, como artefacto facsímil que es esta lujosa edición de Catálogo de novedades Acme, en su complejidad reside gran parte de su gracia (si no toda) y Chris Ware cuenta con la complicidad del lector (o mejor dicho, con su paciencia) para dejarse llevar por este universo único y contemporáneo que ha creado.

En sus páginas encontraremos, como reza la solapa, una "aglomeración cuidadosamente seleccionada de la pasada década de las mejores páginas de cómic en color, mal dibujadas, poco serias, cutres, infantiles y americanas a la antigua usanza" que la Compañía de Novedades Acme ha producido desde su fundación. Pero junto a las clásicas historietas de Rusty Brown, Rocket Sam, Big Tex, Quimby The Mouse o Cuentos del mañana, los editores han tenido a bien incorporar, entre otras muchas chorradas varias, "una guía general de la estructura del universo con una mapa fosforescente de los cielos", "una guía de campo para la identificación de coleccionistas", "una historia completa de la propia Compañía de Novedades Acme, decorada con fotografías inéditas, tempranas aventuras empresariales y un perfil en exclusiva de su Dibujante en Jefe y Presidente Ejecutivo (por no mencionar el ejemplo más auténtico de introducción al cómic que nunca antes se había presentado al gran público)"...

Así que este Catálogo de Novedades Acme oferta todo lo que promete. Es un muy particular resumen de uno de los cómics más incisivos de los últimos años (iniciado en Chicago en 1993), que juega con la tradición para posicionarse en plena era 2.0. El dibujo de Chris Ware está claramente influenciado por los maestros pioneros norteamericanos como Winsor McKay o Milton Caniff pero su temática es ciertamente contemporánea, alineándolo con autores como Daniel Clowes o incluso Harvey Pekar, a la hora de diseccionar el vacío existencial de personajes como su Rusty Brown (una suerte de Ignatius J. Reilly de nuestro tiempo).

Por otra parte debemos destacar esta primorosa edición limitada (de sólo 850.000 ejemplares) en tapa dura, a un precio más que módico, que dará lustre y prestancia a vuestra estantería. Una edición que, en su formato, encaja a la perfección con la particular idiosincrasia de Chris Ware, que ha sido el primer dibujante de cómic que ha expuesto en el prestigioso (y maravilloso) museo Whitney de Nueva York y es colaborador habitual de The New Yorker. Debemos recordar, a su vez, que su otra gran obra contemporánea es la novela gráfica Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo (que ya se publicó en España hace unos años), que ha sido denominada por muchos como el Ulises de los cómics. Con todo lo anterior, podríamos afirmar, sin ruborizarnos, que Chris Ware es al cómic lo que David Foster Wallace ha sido a la novela americana en esta primera década del siglo XXI que se nos acaba. Un catalizador de la tradición y la postmodernidad. Un lector de realidades con el conocimiento del pasado. Un reubicador de tendencias. Un disruptor cultural. Conocer la original obra de Chris Ware merece la pena aunque, en el caso de este Catálogo de novedades Acme, nos cueste un par de dioptrías por el camino.

10 diciembre 2010

Un norte no demasiado interesante



Suomenlinna

Javier Calvo

Alpha Decay, 2010

ISBN: 978-84-92837-05-2

104 páginas

12 €




José Martínez Ros

He leído casi todo lo que ha publicado Javier Calvo y (casi) nunca ha sido tiempo perdido. Repasando su carrera como narrador (además, es un relevante traductor), su inicio en el campo de la narrativa se produjo con el libro de relatos Risas enlatadas y la novela El dios reflectante, dos contundentes desafíos a las convenciones de la literatura española: referencias a películas de terror y ciencia-ficción, argumentos no lineales, montaje cinematográfico, una poderosa influencia de la ficción contemporánea de Estados Unidos, en especial del gran David Foster Wallace. Después de ese prometedor inicio, nos convenció con la ambiciosa novela Mundo maravilloso -una traslación de Hamlet a una Barcelona pop, un cuento de hadas en el que un grupo de freaks felizmente disfuncionales triunfan sobre una caterva de irreprochables malvados-, y la que es, hasta la fecha, su pequeña obra maestra, Los ríos perdidos de Londres, cuatro novelas cortas o relatos largo elípticos, trufados de citas esotéricas e imágenes extraídas del cine y la televisión, llenos de personajes turbadores y sombríamente luminosos, una maravillosa rareza que, sin embargo, no hemos visto confirmada del todo en sus nuevas entregas de 2010.

Primero nos llegó Corona de flores, un simpático pastiche gótico ambientada en una Barcelona decimonónica que no llega a elevarse en ningún momento por encima de sus modelos –por ejemplo, From Hell de Alan Moore-, escrita con una versión suavizada de su estilo anterior, sin su agresiva prosodia, pero también sin su ambición. Calvo crea unos cuantos personajes brillantes y consigue una perfecta Barcelona gótica (aunque en ella no desentonaría Jack el destripador), pero la trama se sostiene (no del todo) a base de convencionalismos. Después de esa pequeña decepción, no excesiva, puesto que se trata de una novela brutalmente entretenida, su llegada a la nueva y aguerrida editorial Alpha Decay parecía ser una excelente oportunidad para recuperar sus mejores cualidades. Lamentamos que no haya sido así.

En esta breve narración, Suomenlinna, destacan algunas de sus virtudes, pero también algunos, demasiados, defectos: entre las primeras su habilidad para contar historias distintas a cualquier otro –en este caso, la de una problemática adolescente finlandesa, fanática del black metal, condenada por un crimen racista-… que, no obstante, no es más que una nueva variación de las clásicas historias de adolescente problemático made in Salinger, cargado de nuevo de referentes musicales y cinematográficos.

Probablemente, el mayor problema (dejando de lado el pequeño estremecimiento estético de leer que una finlandesa dice un estepario “qué cojones”, los poco memorables diálogos, que nunca han sido su fuerte, o las molestas mayúsculas, remedo del estilo de su adorado Foster Wallace) es que nunca nos llega a fascinar en exceso su protagonista, ni su racismo pedestre, ni su tópico enfado con el mundo. Los adolescentes, en general, son unos protagonistas difíciles, a pesar de la venerable tradición que va desde el Lazarillo al Missisippi de Huckleberry Finn y llega a los maravillosos y sabios vástagos de la familia Glass: después de todo, es complicado no recordarse a uno mismo, durante esos años, como un poco gilipollas, dando una importancia desproporcionada a una intimidad que, sin duda, no la merecía. Calvo, enfrentado a un reto semejante en dos de los relatos de Los ríos perdidos de LondresCrystal Palace y Rosemary- y lo solventaba con mucha mayor eficacia, tal vez porque en esta ocasión pesan en exceso los elementos paródicos y la falta de una auténtica interrelación entre el plano simbólico (que hace recordar aquella frase del historiador británico Trevor-Roper definiendo la mitología nazi como un montón de majaderías nórdicas) y una realidad no demasiado interesante. No obstante, Javier Calvo, más allá de este pequeño paso en falso, continúa siendo uno de los escritores de este país a los que merece la pena leer.

07 diciembre 2010

Cuatro corazones


La fragilidad de las panteras

María Tena

Espasa-Calpe, 2010

ISBN: 9788467033243

280 páginas

19,90 euros





Jesús Cotta

La fragilidad de las panteras es la historia de tres hermanas: Itiziar, Teresa y Laura.

La novela se divide en tres partes, una para cada hermana, de labios de un narrador omnisciente. Y las tres hermanas coinciden en muchas cosas sin saberlo.

Un cuarto personaje, la madre, es, sin embargo, el omnipresente en las actitudes, problemas y soluciones de las tres.

Habría sido más redondo el libro si la madre tuviera una cuarta parte, porque así el lector, como a mí me ha pasado, no se queda con la sensación de que la madre tiene gran parte de culpa de las tristezas de sus hijas.

La madre también fue joven y bella y jugó a dos bandas y ahora no lleva bien la vejez y la soledad y la ausencia del marido.

Todas de buena familia, casi todas guapas y con independencia económica, descontentas con el amor, todas con su secreto.

Lo mejor de la novela es la mirada femenina de la narradora. Quizá no sea políticamente correcto señalarlo, pero en la solapa de la novela, finalista del premio Primavera de Novela 2010, se explota esa faceta.

El corazón de las mujeres, recubierto de diamante, difícil de cortar, pero frágil al caer, es el tema del libro.

Y en él tienen importancia muchos detalles que a muchos hombres, al menos a mí, me parecen accidentales, pero que en la novela son esenciales y le dan al libro un aire femenino que serán las delicias de muchos: una carrera en la media, el aroma de la mantequilla en una fuente de horno, los más o menos quilos que tiene la una, la actriz a la que se parece la otra.

Las escenas de cama no son muy originales, pero, dado que en la cama solemos hacer todos cosas muy parecidas, es difícil ser en ellas original, sobre todo después de todo lo que se ha escrito. Mucho falo y mucha vagina.

Un libro, en fin, ameno y bien escrito que gustará al amante de las buenas historias bien contadas y sin complicaciones escénicas ni ensayos literarios ni juegos metaliterarios.

29 noviembre 2010

Estética de la digresión

La esposa del Rey de las Curvas


Alfredo Bryce Echenique


Anagrama, 2010

ISBN. 978-84-339-7213-2

176 páginas

15 euros



Rafael Suárez Plácido

Una vez le dije a Alfredo Bryce Echenique que no me llamase Rafael, que yo era Martín Romaña, y me miró como quien ya había oído esa historia muchas veces pero, puntualizó, “casi siempre a mujeres”. Será mi lado femenino. O que en sus libros los hombres son los muestran el lado más sentimental de la vida. Puede que sea eso. Sus hombres piden permiso para sentir, contar o vivir. Las mujeres se lo dan o no. Pensé muchas cosas, pero siempre con el fondo de sus libros.

Aunque su fama le viene dada por sus novelas, Bryce siempre ha sido un contador de cuentos. En “La esposa del Rey de las Curvas”, que da título a su último libro, publicado por Anagrama, nos dice que ya lo era desde su primera infancia, cuando contaba a sus compañeros de clase que su padre era el ídolo peruano del momento. Lo hacía tan bien que todos le creían. Además ya entonces contaba con la complicidad de algunas mujeres, que siempre es necesaria. ¿Por qué esta afición a los cuentos? ¿Para ser más querido? ¿Para fijar momentos vividos? He llegado a la conclusión de que para él estos aspectos son importantes, pero mucho más lo es la amistad. Nunca le he oído ni leído un reproche a sus amigos, ni al tal Santiago, que llegó a robarle doscientos pesos, como cuenta en “Un viaje corto y final”, cuando hubiera sido más fácil y seguro pedírselos. He llegado a la conclusión de que escribe cuentos para dedicárselos a sus amigos.
En sus cuentos la trama pasa a un segundo plano, a veces no es más que una anécdota, y lo que nos atrapa es su sentido del humor (siempre sostuvo que las penas con humor duelen menos), o su dominio del arte de la digresión, el mismo que hacía que Sherezade salvara su vida cada noche, o el mismo que hizo de Cervantes lo que es. La vida exagerada de Martín Romaña no sería tan exagerada sin la forma de contárnosla; el protagonista de Un mundo para Julius entra en nuestras vidas por su peculiar manera de contar el mundo que le rodea.
Desde su anterior libro de cuentos, Guía triste de París, no me había encontrado al Bryce Echenique que tanto disfruto. Su sátira del mundo universitario en “Una funcionaria lingüista”, la historia de amor de “La chica Pazos”, el personaje de “El limpia y La Locomotora” o el cuento que da título al libro hacen de La esposa del Rey de las Curvas el más feliz reencuentro con uno de los más importantes narradores de nuestra lengua.



[Publicado en El Correo de Andalucía]

Merece la pena seguir buscando

Las luces nómadas

Esteban Martínez Serra

Bartleby Editores, 2010

ISBN: 978-84-92799-24-4

123 páginas

11 euros

Prólogo de Jenaro Talens

Juan Carlos Sierra

Como en cualquier ámbito del arte, en poesía a veces pasan por buenos productos que no lo son tanto. Sea por el supuesto prestigio del autor, por su pasado de libros con calidad, por estrategias editoriales –piénsese, por ejemplo, en la extraña relación poesía y juventud y los premios que la patrocinan-, por las modas, las escuelas o las amistades, el caso es que los que buscan sus lecturas en las estanterías dedicadas a la poesía en demasiadas ocasiones se topan con libros de dudosa calidad, cuando no con poemarios absolutamente prescindibles. Lo terrible de esta búsqueda infructuosa es que se produce con demasiada frecuencia y, consecuentemente, en el ánimo del lector de poesía se suele instalar una sensación de hastío y fraude difícil de superar. Sin embargo, los adictos al género caen una y otra vez en la prueba del ensayo y error, porque de vez en cuando aciertan con un volumen que les devuelve la fe en la poesía. Y Las luces nómadas del catalán Esteban Martínez Serra es, sin duda, uno de ellos.

Frente a los fuegos de artificio de unos, la retórica engolada de otros o las oscuridades vacías de los de más allá, el libro de Martínez Serra apuesta por una poesía que arropa, sin trampas, limpia, de tono amable –pero no complaciente-. Además supera la prueba del tiempo. Me explico. Muchos libros –y no necesariamente de poesía- perduran en el lector exactamente el tiempo en que transcurre su lectura. Sin embargo, hay otros que, sin saber muy bien por qué, se cruzan en la vida de este mientras está esperando la cola de la panadería, hace un crucigrama o se encuentra enfangado en los versos de los siguientes libros que ha elegido. O, dicho de otro modo, dejan un poso imperecedero en su memoria y en su vida mientras esta se va desarrollando. Pues, bien, Las luces nómadas pertenece a esta última categoría.

Probablemente este fenómeno se produce en el último libro de Martínez Serra por su cercanía, por su cotidianidad, que evita en la mayoría de los poemas lo cursi, los tópicos más manidos o un sentimentalismo de telenovela. Suele ser complicado hablar de un álbum de fotos que contiene a la infancia sin tropezarse con cierta nostalgia empalagosa, suele resultar casi imposible escribir sobre el alzheimer de la madre sin sonar melodramático, suele pasar que los padres ausentes son más bondadosos y comprensivos a este lado de la muerte, es decir, que lo más común es que el padre muerto, la infancia o la madre enferma aparezcan maltratados y desfigurados en la mayoría de los poemas que giran en torno a ellos. Sí, suele pasar todo esto, pero no en Las luces nómadas.

Aunque el libro de Martínez Serra contiene otras muchas virtudes –como, por ejemplo, la estructura absolutamente coherente de sus tres partes- solo por lo que se ha apuntado en los párrafos anteriores merece la pena acompañar al autor en el viaje que propone por la memoria familiar y por algo que no se ha mencionado, la dimensión descreída del presente y del oficio de hacer versos que se encuentra en los poemas que cierran Las luces nómadas.

25 noviembre 2010

El oxímoron de ser normal

Dinero gratis

Carlo Padial

Libros del silencio, 2010

ISBN: 978-84-937856-9-7

232 páginas

16 euros


Carolina León

Las ciudades: vertederos de ambiciones humanas. Hombres calvos con traje. Mujeres que se desquitan de los desengaños comprando pieles. Ceremonias tan absurdas como el trabajo -ir al trabajo, comer en el trabajo, volver del trabajo-. Un trabajo cultural. El mundo cultural, como summum. Esa maldición, necesario pasaporte para obtener una mínima capacidad de adquirir productos inservibles. Fulanos y fulanas raídos, chaqueteros, embelesados en los escaparates y compulsivos consumidores de café Starbucks. Gente que siempre está deseando pisarte el cogote, no te despistes. Gente alterada, y tú eres el blanco de todas sus alteraciones sanguíneas. Ciudades: espacios donde lo más auténtico que te puede pasar a lo largo del día puede ser un mendigo.

Lo anterior es una lectura personal y diagonal del mundo dibujado por Carlo Padial en Dinero gratis. Puede sonar muy tremendo, pero lo veo más bien como el resultado de imprimir una mirada no conformista, crítica y a la postre asustada sobre la vida del hombre contemporáneo de mediana edad en las grandes ciudades, un retrato sin servidumbres de las tensiones que debe éste soportar, calladito e incluso respondiendo a las expectativas. Hasta aquí, podríamos estar hablando de un inédito de Peter Handke o cualquier relato reciente de corte psicologista-expresionista. Lo que no he contado del asunto es que esa mirada, además, está llena de sarcasmo, agudeza, humor triste. O post-humor.

Estoy leyendo estos días otro libro (del que dejaré otra reseña en su día) que se llama Una risa nueva. Y se lee en él: “Jóvenes con apariencia ingeniosa, ágil, saludable, pero interiormente llenos de odio y rencor, unos auténticos hijos de puta (...)”. Describen a los humoristas que han pasado por el programa Saturday Night Live. Y sin embargo -más lectura en diagonal- creo que describe a los personajes (a un buen puñado) de este Dinero gratis: hombres de mediana edad que no soportan más tanta presión. Así que el ejercicio de Carlo Padial ha consistido en verter de manera muy bestia y elegante a la vez una buena parte de sus fobias en estos relatos: ex novias, franquicias multinacionales del café, camareros cabrones, competidores exitosos (Pavlovsky o el que sabe fabricar mejores cereales), perros que roban los periódicos o la “Cultura”, así, en general. Es un libro indirectamente escrito sobre y a través del miedo a no dar la talla. Es más: es un libro en contra del imperativo de “dar la talla”.

En el centro del mismo hay un cuento en forma de “parte médico”: "Una persona normal". Esa persona es estudiada por todos sus flancos por atreverse a tomar en serio la vida que (en el mundo de fuera del libro) todos esperan que tenga: quiere un crédito para comprar su casa, acude con buen carácter cada día a su oficina o busca mejoras de un puesto de trabajo al siguiente.

Esos, dentro de este libro, no son normales: porque los personajes de Padial, o todos sus trasuntos, ya se han dado cuenta de la salvajada inhumana que es ese estilo de vida.

Dinero gratis es un libro discreto, no pretende imponerse en ninguna lista ni luchar por ningún premio. Está hecho de mala leche y reservas de mala leche. Algunos de sus relatos no son excelentes y Padial corta abruptamente la mayoría de ellos: como gags humorísticos, sabemos que en la repetición y el mantenimiento de la situación sigue quedando un rastro de comedia. Básicamente, como suele ser la vida: el mendigo que te acosaba volverá a tu vida, por otro camino; las ex novias que cantaban tus debilidades podrán dejar de cantar pero no de acordarse de tus debilidades... Mi favorito, probablemente el mejor cuento, es el que da título al libro: "Dinero gratis". Cuando ni tu padre ni tu novia te van a dejar tranquilo hasta que les compres un yate y los mantengas, acudes al anuncio que ofrece “dinero gratis”: un oxímoron cargado de culpa, absurdalvicie. Haz una prueba: pon esas dos palabras en tu buscador favorito.

Uno: alucinarás con la cantidad de resultados que aparecen. Dos: espero que no tengas que acudir a las maravillosas soluciones que proponen. Tres: no necesitas ser un amargado para disfrutar de este libro. La lucidez viene dada.

24 noviembre 2010

El filo de la desesperanza

Bancos de niebla

Juan Carlos Palma

Paréntesis Editorial. Colección Umbral. 2010

ISBN: 9788499191348

118 páginas

12 €


Daniel Ruiz García

La nueva novela de Juan Carlos Palma está hermanada con cierta tradición del género en la que la voz narrativa representa a un personaje más bien secundario de la trama, cuyo propósito es contar desde su condición de espectador o incluso de gregario la vida o la experiencia de otro. Ese otro se erige, a través de las elipsis, de los silencios, de su latente ausencia, o bien de sus apariciones escasas pero siempre intensas, en el personaje central, siempre rodeado de misterio, de un halo de intriga. El propósito de la voz narrativa en este tipo de novelas, e incluso de la propia novela, es siempre dotar de comprensión a esa intriga, completar el puzzle que el mismo personaje representa. Si le preguntamos a Vila-Matas, no dudará en afirmar que el paradigma de esta categoría de novelas se encuentra en Baterbly el escribiente, de Mellville. Sin embargo, hay muestras de este tipo de narrador diseminadas a lo largo de toda la Historia de la literatura: las propias novelas de Sherlock Holmes son un ejemplo claro del narrador testigo. Ejemplos hay para cansarnos: por gusto personal, me quedo con El filo de la navaja, de Somerset Maugham (¿para cuándo el reconocimiento crítico definitivo de este imprescindible?). Pero si hay una novela a la que Bancos de niebla me ha recordado, es a El Gran Meaulnes, de Alain-Fournier.

Porque la historia de Bancos de Niebla es una especie de elegía, de canto sentido a una suerte de Meaulnes invertido, de contra-Meaulnes. La antítesis del maravilloso personaje dibujado por Alain-Fournier, el chico malo de la clase, el travieso, siempre predispuesto a la aventura, el estereotipo que después llego a hacerse carne de celuloide a través de James Dean. El anti-Meaulnes se llama en la novela que nos ocupa Mario, y es un chico torpe, enfermizamente introvertido, sometido al escarnio permanente de los compañeros de clase. Si en la novela de Alain-Fournier quien se encargaba de trazar el retrato de Meaulnes era un compañero de clase, Francisco Seurel, aquí quien ordena e intenta dotar de comprensión la vida de Mario es un amigo de infancia, Andrés –trasunto, suponemos, del propio Juan Carlos Palma, si damos por buena la aclaración que acompaña al final de la novela-, que lucha contra sus propios fantasmas intentando comprender las verdaderas causas del infortunio del protagonista.

Para que una novela con este planteamiento funcione, se exige un alto nivel de competencia en la capacidad de dosificación de la información. Es importante mantener un equilibrio en la forma de proporcionar los datos, y favorecer así el deseo de lectura, con una tensión sostenida que sólo debe vaciarse en el último capítulo. La brevedad, desde luego, ayuda (la novela no supera las 120 páginas), pero hay que aplaudir la forma en que Juan Carlos Palma sale airoso del reto, demostrando que, desde luego, no es nada primerizo en esto de la narrativa (además de publicar varias novelas, ha obtenido algunos galardones de peso, como el Rodrigo Rubio de Novela Negra). Como forma de apuntalar la narración y dar cabida a ese personaje que se mueve desde la remembranza y la ausencia, Palma se vale de un recurso que tiene mucho de cinematográfico: la audición de una serie de cintas de audio grabadas en distintos momentos de su vida por el personaje central en las que éste va narrando de forma pormenorizada su propio testimonio y, sobre todo, sus sentimientos. De esta forma, hay breves monólogos interiores que se intercalan con la voz narrativa, la del amigo que recuerda, que se erige como la voz principal, y que se afana en el objetivo de rellenar los huecos de silencio e incomprensión. Esta voz del amigo gana en intensidad hacia el final de la historia, a partir de la narración de un sueño no cumplido que recrea al Mario que nunca fue y que resulta de gran belleza. Es el momento de mayor brillo de la novela y en el que la narración alcanza mayor altura poética. Sólo por esas páginas finales merece la pena leer este libro.

Algo que no escapa a los lectores de mi generación es la incorporación de referencias culturales, sociales y de ocio enormemente estimulantes para todos los que habitamos en esa región infantil de los años 80. Además de los valores propios de la historia, Bancos de niebla resulta muy interesante porque rescata vivencias y recuerdos en los que de una forma u otra todos los que crecimos en aquellos años nos vemos reconocidos. Sentí un verdadero fogonazo de recuerdos, por ejemplo, cuando en un momento de la narración Palma alude al juego de mesa El imperio Cobra, con el que a menudo jugué de pequeño. También están los clics de Famobil, los juegos del Spectrum… Un escaparate de iconos propios de la infancia de los 80 que Palma maneja con desparpajo y sin complejos, sabiéndose parte indisociable de una cultura popular que es necesario reivindicar por encima de los estiramientos propios de la gran cultura. Algo parecido a lo que hace José Ángel Barrueco en Recuerdos de un cine de barrio, y que empieza a barruntar que los 80 serán un terreno bastante prolífico de cultivo para la narrativa que viene.

23 noviembre 2010

De la A a la Z

Nueva enciclopedia

Alberto Savinio

Acantilado, 2010

ISBN. 978-84-92649-35-8

408 pág.

24 euros.

Trad. de Jesús Pardo


Alejandro Luque

“No se comprende la razón de una enclopedia compilada hoy en día, excepto como guía de información práctica, o sea en contradicción con su misma naturaleza y fuera de su propio objeto”. Son palabras correspondientes a la entrada "enciclopedia" de la Nueva enciclopedia de Alberto Savinio, colección de textos breves que en su mayoría fueron viendo la luz durante los años 40 en revistas y periódicos italianos, y que se publican por primera vez en castellano en meritoria traducción de Jesús Pardo. Como explica el autor, no se trata aquí de exaltar un saber universal y homogéneo, como ambicionaba el enciclopedismo ilustrado, sino de proclamar precisamente la derrota de dicho sistema, y el consuelo de tratar de reunir “las ideas más dispares, incluso las más desesperadas”.

Antes de abordar el contenido de esta lectura apasionante, deberíamos detenernos brevemente en la figura de Savinio (Atenas, 25 de agosto de 1891-Florencia, 5 de mayo de 1952). De verdadero nombre Andrea de Chirico, hermano del gran pintor Giorgio de Chirico, se inició como éste en la plástica y frecuentó en París a toda la vanguardia artística y literaria. Fue intérprete en el frente de Salónica en la Primera Guerra Mundial y pasó la Segunda en Roma. Militó en el grupo neoclásico La Ronda y figuró entre los fundadores del Teatro dell’Arte de Pirandello.

Para Leonardo Sciascia, uno de sus grandes reivindicadores, Savinio era un dilettante en el sentido stendhaliano, sumido en el placer contemplativo de estar “en todas partes y en ninguna”. Salvatore Battaglia lo califica como “surrealista cívico”, y probablemente resida en esta Nueva enciclopedia el más profundo sentido de dicha definición, aunque ni surrealismo ni civismo figuren como entradas.

Tal vez haga falta vivir dos guerras mundiales y pasar por todas las disciplinas creativas para componer un mosaico tan rico, tan cultivado –pero también lleno de gracia y tan poco afectado– como el que nos ocupa. Puede que el lector empiece saltando de una tesela a otra como si fueran piezas del todo independientes, pero no tardará en reconocer las formas claras que se van dibujando en el conjunto.

Su convencido europeísmo, por ejemplo, es una constante que deja flotando en el aire algunas singulares ideas: por ejemplo, la negación de Alemania como nación europea, que encuentra en el afán de dominación un vehículo para disolverse como pueblo; la seguridad de que Europa existe más allá de sus límites geográficos, tanto que Norteamérica sería la última etapa de su utopía y el último refugio de su espíritu; o la conveniencia de que Inglaterra deje de lado su talante capitalista y se haga proletaria –entendidos estos términos como “sentimientos”, subraya Savinio– para integrarse en el continente.

En Savinio figura la agenda completa de los desafíos del hombre del siglo XX. Ahí está el rechazo a la idea de Dios y la necesidad de un progreso moral consonante con el progreso técnico. Están las múltiples crisis derivadas de la fragmentación del mundo, tan emparentadas con las actuales. Está el lugar del individuo en la nueva sociedad, el cuestionamiento de las ideologías y el peligro de los liderazgos. Está, sin duda, la importancia capital de la memoria. Y todo ello salpicado de apuntes sobre escritores como Chéjov, Proust, Flaubert o Bernard Shaw; este último, por cierto, fustigado con saña por Savinio.

Sin embargo, consciente o inconscientemente, la preocupación fundamental de Savinio es el lenguaje. Por todas partes de la Nueva enciclopedia se deslizan observaciones de esta índole, a ratos ligeras pinceladas, a ratos reflexiones de fondo. En la retórica reconoce el escritor a la madre de todos los males de la Italia de su tiempo, mientras que la etimología le fascina como método de examen de la realidad, esa arqueología del “lenguaje, que, como el mar, cambia de color con el cambiar del cielo”, escribe.

Encuentra la gramática dañina por su rigorismo y afán de corrección a posteriori, y proclama al respecto –no sin cierta, sutil guasa– que “son los clásicos los que deberían aprender de nosotros, y no al revés”. El purismo, el regionalismo, la artificialidad, el dogmatismo, no son, a su juicio, sino estorbos para el natural flujo de la lengua.

Es fácil reconocer en su actitud, en fin, un decidido progresismo, una absoluta convicción de que, en el tiempo por venir, la libertad del lenguaje sería un síntoma inequívoco de la libertad de las personas. Y que aquellos que quisieran apropiarse de las palabras serían, por analogía, sospechosos de querer secuestrar el alma de los pueblos.

[Publicado en La Tormenta en un vaso]