30 septiembre 2009

Kafka en Ikea

El mundo formidable de Franz Kafka. Ensayo biográfico.

Louis Begley

Editorial Alba, 2009.

ISBN: 978-84-8428-475-8

240 páginas.

21 euros.

Traducción de Ignacio Villaro.


Javier Mije
Que la obra de Kafka se venda en el mismo profiláctico recinto que los libros trazados por el resto de los mortales sólo puede atribuirse a un perverso malentendido. ¿Acaso puede adquirirse un patinete en un concesionario de coches, suministran las joyerías asimismo tornillos? ¿Qué tiene en común este escritor extraordinario, este ser humano excepcional, con los productos que el marketing eleva a la categoría de fenómenos literarios cada nueva temporada? Por otra parte, ¿no es injusto, como se hace habitualmente, considerar a Max Brod un traidor? El legatario de la obra de Kafka –que había advertido a su amigo que no atendería ninguna petición encaminada a la destrucción de sus escritos- preservó para la historia del arte, y de todo lo digno que los hombres han hecho, una de sus cumbres. ¿No es una traición más profunda a la literatura apilar aparatosos tornillos en las mesas de novedades? ¿Sería publicado hoy Kafka o el bosque de los patinetes –que educa a golpe de talonario nuestro gusto- no nos dejaría ver su grandeza? Un dato: las obras completas de Kafka traducidas al checo no se publicaron en su país natal hasta el otoño de 2007. Gracias a Kafka usted y yo tenemos un adjetivo para esto.
Tal como la cuenta Louis Begley en este soberbio, sobrio y emocionante ensayo, la biografía de Kafka puede condensarse de manera similar al modo en que aquel mandamiento final de los viejos catecismos reducía la ley de Dios a una sola regla: amarás a la Literatura sobre todas las cosas. En el fondo de su torturada alma, este hombre tan inseguro no debió de albergar ninguna duda acerca de su portentoso talento –“antes mil veces verme hecho añicos que retenerlo y sepultarlo dentro de mí”, dejó escrito en su diario a modo de programa vital-. Todo lo subordinó Kafka a la escritura, aunque pagara por ello el precio de llevar “una doble vida espantosa”. El azar puede depararnos extraños compañeros de oficina. No es difícil imaginar que las que frecuentó Kafka – vinculado laboralmente al mundo de los seguros- fueron un tormento para él: “estaba tan dispuesto a morir que de buena gana me habría hecho un ovillo sobre el suelo de cemento con los documentos en la mano”. Otro obstáculo para quien necesitaba unas condiciones muy precisas para escribir, “recluirme no como un ermitaño, sino como un muerto”, era la atosigada vida familiar a la que sólo en contadísimas ocasiones logró sustraerse: no tuvo una habitación propia hasta los 22 años, y esta no era más que un estrecho pasadizo entre el dormitorio de sus padres y el cuarto de baño. Y es que el azar puede también depararnos extraños hijos. Comer con sus padres era repugnante para él. Sentía horror hacia su intimidad. Afirmó: “la sola visión de aquellos de los que procedo me llena de consternación”. Aunque matizó cortésmente: “no es porque sean mis parientes, es porque son personas”. Qué decir de su vida amorosa, ¿acaso no puede el azar depararnos extraños compañeros de cama?
Es sorprendente la cantidad de energía que Kafka dedicó a las mujeres. Begley lo resume así: “los hechos que más destacan en la vida de Kafka son las peripecias de sus andanzas tras las mujeres, seguidas de intentos desesperados de escapar de ellas”. Como una muy entretenida novela de aventuras rastrea en este punto el ensayista las complicadísimas inmersiones de Kafka en el universo femenino. Un quiero y no puedo, un amagar y no dar. Por un lado deseaba casarse, convencido de que el matrimonio era “su única vía para una felicidad tranquila”; por otro, su erotismo oscilaba pendularmente entre el deseo y el temor, y pese a la cantidad de prostíbulos que visitó, es muy probable que Kafka necesitara de unas condiciones muy concretas para no ser impotente. Y como es lógico, albergaba serias dudas de que la vida “normal y burguesa” fuese compatible con su vocación. Una anécdota y una desgracia iluminan este proceso de forma esclarecedora. Fue a comprar unos muebles con Felice, uno de sus amores epistolares, y ante la visión de un aparador pensó que aquel objeto era una especie de lápida bajo la que sepultarse. Uno no puede dejar de sonreírse al pensar que, mientras Felice alababa las virtudes de alguna madera noble, Kafka “sentía doblar a lo lejos una campana funeraria”. Cuando esta finalmente sonó, en forma de un severo diagnóstico de tuberculosis, Kafka se sintió liberado de todo compromiso con el sexo femenino: “una parte buena de mí había deseado casarse, una parte mala quería impedirlo”. Y achaca su padecimiento hético no a la tisis, sino a “una puñalada decisiva asestada por uno de los contendientes”. Hay enfermedades que vienen en auxilio del alma. Kafka lo expresó así: “mi cerebro y mis pulmones llegaron a un acuerdo sin mi conocimiento”.
Pero este libro es mucho más de lo que aquí reseño, e invito fervorosamente a leerlo si desean descubrir qué circunstancias –familiares, históricas, religiosas, psicológicas- hicieron a Kafka ser Kafka. Pero quizá la pregunta que se impone es otra. ¿Qué hizo a nuestro mundo ser también Kafka? ¿Por qué la mente de una persona tan singular se reveló tan coherente con la realidad? Entre otras cosas, como otro grande entre los grandes, Marcel Proust, Kafka reveló que el reverso del anhelo universal de solidaridad humana es una verdad igualmente universal: “cada uno está completamente solo”. El hombre que en 1915 escribió El proceso, una novela que se adelantaba al totalitarismo, a las leyes secretas y al terrorismo de estado, tuvo la fortuna de no vivir para ver a Elli, Valli y su querida y confidente Otta, sus tres hermanas menores, gaseadas en Auschwitz. Es emocionante leer el elogio fúnebre que Milena le dedicó en un diario de Praga: “Era tímido, ansioso, manso y bueno (...). Demasiado clarividente, demasiado inteligente para poder vivir y demasiado débil para poder luchar. Era débil del modo en que lo son las personas nobles y bellas, incapaces de combatir su miedo a la incomprensión (...). Su conocimiento del mundo era extraordinario y hondo; el mismo era un mundo extraordinario y hondo”.
Tenía 40 años y, como el agrimensor K., había venido a esta tierra desolada con el deseo de quedarse. Después de leer este ensayo he corrido a la biblioteca a rescatar mis libros de Kafka. Era un impulso falso: lo que realmente deseo es abrazar a Kafka y llorar sobre su hombro.

29 septiembre 2009

No é fasil

Cuba: La hora de los mameyes

Jose Manuel Martín Medem

Libros de la Catarata, 2009.

ISBN: 9788483193631

216 páginas.

17 euros.




Jabo H Pizarroso

El árbol del Mamey puede llegar a tener unos veintitantos metros de altura. Su fruto, el mamey, es un manjar muy apreciado en Cuba, tanto o más que un mamoncillo chino, y conseguir uno supone una tarea engorrosa, difícil y si el que lo intenta se encuentra sin ayuda mecánica ni humana ante ese desafío, y por no saber desconoce la pura y elemental tarea de atarse un cinturon de cuero o de esparto a la cintura y con eso apenas sabe como trepar un árbol la cosa está de pinga y todavía más de pinga porque todo siempre se complica, ¿por qué?, preguntenselo al calor tropical y sobre todo al porcentaje altísimo de humedad que campea por aquellos lugares., y si tienen chance al Comité de Defensa de la Revolución de su cuadra, pero no a este libro. Todos estos elementos le dejan a uno la guayabera líquida de sudor mientras lanza y lanza cocos a las ramas altas para ver si en una de ésas la puntería descuelga el codiciado mamey y del cielo por fin cae la ansiada fruta. Noéfasil. Nada es fácil.

El título de este libro hace referencia a una expresión congestionada de cubanía por los cuatro costados. La hora de los mameyes se emplea para referirse al momento crucial, al instante inquietante en el que se toma una decisión que abrirá alguna puerta o aprovechará los réditos por fin de decisiones tomadas en tiempos pretéritos y que en este momento, en la hora de los mameyes, muestran su cara fructífera. Cuba: La hora de los mamayes, es un libro escrito por el periodista José Manuel Vázquez Medem. El autor trabajó durante treinta años como corresponsal para RTVE en México, Colombia y Cuba, y en el libro despliega entre otras muchas cosas su cercano saber de todos los hilos que mueven la geopolítica caribeña con base en el camián de la Isla Grande: Cuba. El momento decisivo que analiza el texto no es otro que el tiempo nuevo que se abrió en Cuba una vez que Fidel Castro dejó sus puestos por enfermedad. Esa retirada, esa ausencia-presencia que dejó el país en manos de su hermano Raúl, es el cogollo sobre el que trabajan las investigaciones de ese libro. Este momento histórico ocurre casi en la coincidencia temporal de los cincuenta años de revolución cubana. Con bloqueo gringo, ahora Obama aumentó la entrada de divisas de los familiares americanos con parientes en Cuba, pero el bloqueo sigue, con "la batalla de las ideas", emprendida por Fidel Castro, y con los apuntes de álgebra en el baño para limpiarse el culo al lado de una edición de el Maestro y Margarita de Bulgakov, y una novela de Gladkov de la editorial Progreso de Moscú, porque no hay papel higiénico pa nadie, salvo ese, el de los libros y los apuntes de álgebra y algunos apuntes de economía, si el dueño de la casa estudió alguna vez eso, porque con la que está cayendo esos últimos apuntes parece que no tienen otro destino que el desagüe tras su paso por la magnánima carne rajada. Pero no quiero ser demagógico, que se me va la mano.

Cuba se enfrenta a su peculiar transición, los primeros pasos dados por Raúl Castro son testimoniales y de una practicidad rácana. Los cubanos pueden comprar aparatos tecnológicos, hipotecándose de por vida y también pueden entrar en los hoteles, hasta ahora vetados para ellos y harén de los turistas obreros de occidente.
Sin sectarismo ni desprecio raquítico y turbio es como mejor se abren los telones de una realidad tan sobada como es la que atañe a la isla de Cuba. Jose Manuel Martin Medem, con calculada ingenuidad, es digno decirlo y desde aquí es un elogio, intenta descubrir en qué medida este momento crucial para la ciudadanía cubana y para la República de Cuba puede cambiar las cosas en el sentido en el que las cosas están y pueden ser. Por su parte no hay invento, no hay deseos camuflados de injerencia. Lo que hay es un rasgo distintivo de buen periodista que trata de conocer hasta el tuétano lo desconocido para impulsar desde ahí una investigación que destupa las telarañas anquilosadas que nos impiden ver a todos, determinadas cosas. Digo ingenuidad porque este periodista no parte del repetido y casposo, "Lo que hay que hacer en Cuba es...", Todo lo contrario. Investiga los resortes del poder, los mecanismos de la democracia centralista cubana y sus dos garantes, el Partido Comunista de Cuba y las FAR, el ejército. Más allá de las triquiñuelas, comandantes del granma versus dirigentes juveniles de la UJC que muchos entendieron como la pista a seguir para descubrir el futuro de Cuba e incluso trataron de buscar a Suárez entre aquellos y dieron con un Pérez Roque ahora quemado por el sol, el autor de este libro centra sus investigaciones en las posibilidades de desarrollo y de cambio que surgen o pueden surgir de dos instancias desconocidas para muchos de los que a esta parte del Atlántico vivimos.

El rigor en la búsqueda y en el descubrimiento de materiales nuevos nos acerca a las reflexiones de Heinz Dieterich, "... si la Revolución no toma medidas inmediatas para que la población comprenda que su nivel de vida va a mejorar y que la sociedad será más democŕatica, habrá pocas fuerzas en el mundo para salvarla", de Eliades Acosta ( jefe del Departamento de Cultura del Comité Central del PCC, "Aspiramos a una sociedad que hable de sus problemas en voz alta sin temor. En la que los medios reflejen la vida sin triunfalismo, en la que los errores sean ventilados públicamente para buscar soluciones, en la que le genta pueda expresarse honestamente, donde la economía funcione, donde los servicios funcionen (...) Una sociedad donde haya mucha informaicón, donde haya productos culturales de alto nivel, donde podamos estar en comunicación con el mundo de una manera natural y sepamos defender nuestra identidad y las conquistas de la Revolución. ", y de distintos economistas del grupo del Centro de Estudios sobre América que fue descojonado por pedir descentralización, participación y democratización.


El autor tampoco deja de lado el análisis de la oposición interna y de los grupos de disidentes para calibrar un panorama desolador. La mayor parte de ellos llenos de infiltrados del propio sistema castrista y con poco o nula capacidad de unión y de encuentro para postularse como una alternativa interna de desarrollo. Con todo y más, este libro es el compuesto perfecto para el entendimiento de un paradigma, el de la revolución cubana en nuestros días. No da respuestas. Imagino que muchos siguen buscando aquella pomada en forma de palabras para esa pregunta-caramelo, ¿Qué pasará cuando muera Fidel Castro?. Martín-Medem no lo resuelve, pero su trabajo nos acerca a los resortes y las singularidades de un sistema político tan desconocido como denostado y de él se pueden extraer conclusiones altamente interesantes que si no acaban por responder a la dichosa pregunta por lo menos nos ponen en el camino de hacer alguna otra pregunta más decente y más creativa que en algo ayude. Huelga advertirlo. Pero lo hago. Ni los castristas dogmáticos ni los anticastristas sectarios sabrán apreciar este libro.

28 septiembre 2009

La genética europea

Doménica

José Ángel Cilleruelo

Paréntesis, 2009

ISBN: 9788499190204


154 páginas

13 €



Daniel Ruiz García

Doménica, hay que decirlo de entrada, es una pequeña joya. Un libro breve, que te pellizca desde la primera página, con un ritmo sostenido capaz de vapulearnos, de arrastrarnos novela abajo como si nos dejáramos llevar por la corriente de un río hacia su inevitable desembocadura. Lo firma José Ángel Cilleruelo, quien recientemente obtuvo el IV Premio Málaga de Novela por Al oeste de Varsovia y quien atesora un largo bagaje como poeta. Que es poeta se nota casi de entrada: su estilo prosístico tiene toda la precisión propia de quien cultiva el verso que busca el mordisco al hueso del concepto, así como una musicalidad atmosférica que sólo está al alcance de los autores con oído. Porque en Doménica hay oficio, por supuesto, pero hay sobre todo talento, dotes para manejar la palabra como un conjuro, como un sortilegio evocador que nos mantiene siempre alerta y nos incita a sospechar que siempre hay algo más allá. Una tensión difícil de lograr, y que Cilleruelo consigue gracias a una trama sugerente donde predomina la sordidez, la crueldad y cierta dosis de violencia implícita.

La novela se desarrolla en un ambiente prebélico, en algún territorio centroeuropeo indeterminado, probablemente –al menos eso dice la cubierta- de comienzos del siglo XX. Estame, un profesor de escuela despiadado –memorable es la forma en que desfoga su frustración sobre los alumnos, a los que agrede sin miramientos- es destinado a un colegio de provincias, donde aprende a malvivir en un ambiente opresivo dominado por la maldad. El profesor busca pronto un consuelo de esta vida vulgar entre las meretrices, y allí, entre putas, descubre el amor. El amor se llama Doménica, con la que inicia una turbia relación siempre marcada por la necesidad de desembolsar como paso inevitable para acceder al cariño. Por medio se cruzará un personaje, Laborde, un maestro que también es poeta, con quien el protagonista inicia una relación de amistad llena de altibajos. Este poeta es quien abre la novela a su dimensión más lírica, con una tesis que es la que cruza transversalmente toda la idea del libro. El propio autor, a través de su personaje principal, la esboza en su página 74: “El amor es el mejor antídoto contra la realidad”. Realidad y ensueño cabalgan juntos a partir de mediada la novela, de manera que al final nadie es quien de verdad parece ser. Y por encima de todo, predomina la crueldad, representada en la figura de Estame, un cínico perfectamente dibujado que está a medio camino entre Bardamu, el personaje central de Viaje al fin de la noche de Cèline, y Armando Duval, el amante arrebatado de la Dama de las Camelias de Alejandro Dumas hijo. Es un personaje, por otro lado, bastante arquetípico en la tradición literaria del siglo XIX europeo: el maestro de escuelas que vive abonado a una tristeza crónica y que lucha contra el esplín buscando permanentemente progresos en su educación sentimental. Toda la obra, desde su condición modesta, breve, como de miniatura, transpira cierta genética europea, es reconocible en la estética, en ese provincianismo de las pensiones, las tabernas y la escuela, en esa forma de contar asumiendo que lo que se cuenta se ha contado ya muchas veces, porque forma parte de nuestra herencia. Orfeo y Eurídice, Ulises y Penélope, Perseo y la Mandrágora, todo eso está incrustado en Doménica, pero todo a media voz, todo perfilado con elegante trazo, como una cerámica dibujada a mano con un pulso prodigioso.

En fin, creo que se nota, la novela me ha encantado.

25 septiembre 2009

Sino todo lo contrario

La gente parece flores al fin. Nuevos poemas.
Charles Bukowski.

Visor, 2009.
ISBN. 9788498957280

344 páginas.

18 euros.

Traducción de Eduardo Iriarte.


Alejandro Luque

Puse el libro sobre la cesta de la ropa sucia, junto al inodoro. Pensé que a Bukowski, tan escatológico, no le disgustaría ese destino provisional. Por mi parte, nadie dirá que desaprovecho una ocasión para elevar los magros índices de lectura de la comunidad andaluza: echaba una meada, leía un poema; me cepillaba los dientes, leía otro poema; si me consagraba a otros menesteres, podían caer algunos más.
La verdad, no esperaba ninguna sorpresa. Me refiero al libro, no a la fisiología. Era el viejo Chinaski, siempre igual. Problemas con las mujeres. Broncas sin cuento con tipos más grandes que él. Apuestas en el hipódromo. Cervezas, licores fuertes. Polvos sin pasión. Mamadas de asiento de atrás perdidas en la memoria. Frases cortas y tajantes, como éstas. Después de trescientas y pico páginas, maldita sea, no es fácil evitar la contaminación.
La poesía de Bukowski es a menudo prosa dispuesta en versos irregulares, con algún accidental arrebato lírico que él tiene por costumbre largar distraídamente, como con pudor. Algunos poemas son buenos relatos desperdiciados, como el de unos caballos que se olvidan de la meta y galopan en dirección contraria. Otros son buenos poemas frustrados. Y los hay malos de nacimiento. Malos de cojones.
Dije que es el mismo de siempre, sí, pero también se trata de un libro especial: el último. Son sus poemas póstumos, las carpetas definitivas que el editor John Martin desempolvó a la muerte del autor, en 1994. El tipo duro y pendenciero se dispone a librar la última pelea, la que sabe fatalmente perdida de antemano. “Luchar por cada minuto”, lo llama él. Está viejo. Está cansado. Es padre de una niña. Su poesía es una matraca monocorde de la que afloran a ratos limpias notas de violín. En la anécdota vulgar, cree, puede estar la cifra de la condición humana. Lo trivial y lo trascendente son aquí dos piedras cuya fricción produce chispas.
Me afeitaba, dos poemas. Me daba una ducha, otros dos. Pensaba. Es entrañable. Es insoportable. Se enreda en metáforas que son como callejones sin salida. Encuentra la luz en lo más sencillo: “la vida es estar solo/ la muerte es estar solo”. Más de uno daría veinte de los grandes por escribir algo así. Después de ocho o diez poemas mediocres, viene un mazazo como “Los zapatos de Jane”. Más de uno daría cien de los grandes por escribir algo así. Luego se suceden más poemas flojos, más relleno. Bukowski nunca se llevó bien con la chimenea y la papelera, los mejores amigos del escritor. También mi frutero me cuela de vez en cuando tomates chiguatos, convencido de que es mejor que me los coma yo a tener que comérselos él.
Es falso que Bukowski no tenga estilo. Ése es su estilo genuino, su no estilo. Calculadamente desaliñado, juega como siempre a maltratar el género. Suelta exabruptos para escandalizar a la América puritana, pero a ratos parece un niño practicando sus palabrotas recién aprendidas. Culo, teta, caca. Parece que no corrigiera, pero hay que corregir mucho para lograr ese efecto. Parece que le importara un carajo el reconocimiento, pero cultiva la creencia de que la poesía pueda concederle, oh vanidad, una segunda vida en el Parnaso: “los buenos seres humanos salvan el mundo/ para que cabronazos como yo podamos seguir/ dedicándonos al arte,/ llegar a ser inmortales./ si lees esto mucho tiempo después de mi muerte/ significa que lo he logrado”.
Qué bueno es Bukowski. Qué malo es Bukowski. Qué malo y qué bueno. El libro se termina. La obra del tipo también acaba aquí. Ya sólo quedan, ay, sus insufribles imitadores. Si prueban ustedes, no olviden tirar de la cadena.

24 septiembre 2009

Dos de los grandes

Faulkner y Nabokov: dos maestros

Javier Marías

Debolsillo , 2009

ISBN: 9788483469668

224 páginas

8.95 €





Jabo H. Pizarroso



Hay determinados libros-vidriera, hechos de retales aparentemente inocuos que una vez unidos conviene releer como un ejercicio pedagógico de mesa y escritorio. No todos están escritos por Javier Marías. Éste sí. Coger estos libros es un deleite, y más ahora que la soberbia de lo digital está que trina, preparan la campaña navideña a base de talonario y marketing confuso, (nadie sin su ebook), y más en esta edición de bolsillo, manejable, libro este al que hay que quererlo mucho, sobre todo si tras la lectura uno descubre que la mayor parte de las páginas están dobladas y exprimidas con un sinfín de anotaciones al margen. No son muchos los escritores que son capaces de desentrañar las claves primarias de otros compañeros de letras. La sana envidia a veces nos cierra los labios. Un buen escritor siempre te acaba besando en la boca. Y hay que agradecerle el beso y aprender de la nueva y genial manera de besar.

En este caso Javier Marías le planta cara a sus padres espirituales, a dos de sus maestros, a su bienamado Faulkner y a su querido Nabokov. El libro está compuesto de artículos que parten de otros libros y de alguna manera, el hipotético lector puede sentirse traicionado al tener una primera sensación de prestado, de leer algo que ha leído en otro sitio, como si tuviera que probarse un pantalón hecho de remiendos, cuando ya tiene otros pantalones en el armario con los trozos de las telas que ahora observa en el nuevo pantalón. Pero si ese lector es también uno de los discípulos del conde de Yoknapatawpha y es a la vez un amante de "Lolita", todos esos remilgos y esas escrupulosas vibraciones se van al garete cuando los ojos se deslizan por la mancha de este texto y acampan con suavidad en cada contragrafismo. Aquí nos toparemos de frente con el bisonte Faulkner de manos de uno de sus lectores privilegiados que además nos regala quizá una de las mejores traducciones de los poemas de este escritor sureño. A Nabokov lo agarra por la pechera y rescata de él, en un artículo sumamente elogioso, la bondad de sus cuentos a los que coloca a la altura de los mejores de Borges, Babel o Chejov.

Hay también un texto que no pertenece al autor del libro. En este caso se trata de un viaje que realiza a la tierra del ídolo Faulkner, el escritor y periodista Manuel Rodríguez Rivero. Libro para Faulknerianos, para esos miembros de una de las sectas más invisibles que existen y más perniciosas, para aquellos que soñaron alguna vez con calzarse un gabán dos cuartas más grande que el cuerpo y llenarlo de botellas de whisky destilado en el garage de su casa, y beberlas en una plaza cualquiera del Paris de entreguerras, mientras sueñan con ser escritores, para aquellos que han encontrado en Lolita una de las novelas más magnéticas y enigmáticas de todo el siglo pasado, también para aquellos que todavía se mueren de envidia cuando siguen leyendo en Mientras Agonizo, las palabras de Vardaman: "Mi madre es un pez", o también para todos aquellos que descubren que Faulkner fue quien fue porque sabía utilizar el punto como nadie:El ruido y la furia. Un maestro del que la mayor parte de la gente humilde aprende es siempre aquel que con la simpleza de la escasez, gobierna el recurso y abre una puerta. Marías es faulkneriano hasta la médula y en este libro, esta selección de artículos homenajeando al maestro lo demuestra de sobra. Con Nabokov ocurre algo parecido. De manera limpia, soberbia, nos rescata unas declaraciones que hizo Nabokov tras la publicación de Lolita. A la pregunta tan impertinente y tan llena de juiciosa reprobración que muchas veces hacen los periodistas a los autores, ¿Por qué ha escrito este libro?", Nabokov responde: "¿Por qué he escrito cualquiera de mis libros, a fin de cuentas? Por el placer, por la dificultad. No tengo ningún propósito social, ningún mensaje moral; no tengo ideas generales que explotar; simplemente me gusta componer enigmas con soluciones elegantes. "

Este es un librillo hecho con papel de fumar. Y hay que fumárselo para acabar perdido en otros libros. En otras palabras este es un librillo-trampolín, un libro-puente, pero un puente hecho de piedras con las que saltar o volver a la obra de Faulkner, y de Nabokov. Conviene de vez en cuando que lectores privilegiados nos lleven de nuevo a los momentos estelares de la historia de la literatura, acariciando a los genios que en este mundo de la palabra han sido Entre tanto binomio nuevo-viejo y tanta novedad-libro de saldo, hay que parar la carrera y volver a la casa de los escritores. En ella viven, entre otros, en la planta baja, Faulkner, pegado a las cuadras, y Nabokov, en una despacho pegado al salón-chimenea; uno clasifica mariposas y el otro ensilla su caballo y hace cuentas en una libreta, mientras piensa en las primeras líneas de un cuento que le hará ganar unos dólares cuando un periódico de Nueva York le diga que sí, que ese cuento sí que lo publican. Un tipo que eran granjero y que pocas veces se definió como escritor. La vida de los buenos autores está llena de la más sórdida y maravillosa normalidad. En este libro Javier Marías nos acerca a dos de los mejores. Una vez leído, es responsabilidad nuestra y solo nuestra volver a coger de la estantería Santuario y Lolita y meterles mano otra vez o de una vez, pero en condiciones, sin complejos.

23 septiembre 2009

México según Yuri Herrera


Señales que precederán al fin del mundo

Yuri Herrera

Periférica, 2009

ISBN: 978-84-936926-9-8

123 páginas

14 €




Juan Carlos Sierra

Tras Trabajos del reino, publicada en el año 2008, Periférica vuelve a la obra del mexicano de Actopan Yuri Herrera para seguir trazando las coordenadas en las que se mueve el México actual.

Señales que precederán al fin del mundo narra, entre otras cosas, una de las duras realidades que vive el país centroamericano, la emigración al hermano rico del norte, que tanto se parece a la inmigración que aquí nos llega del sur. Pero quien espere de Señales que precederán… una novela social que denuncia las injusticias internacionales en el reparto del pastel de los dólares o de los pesos solo se quedará en la superficie más epidérmica de la obra de Yuri Herrera. Puede, no obstante, que algo de eso haya, pero creo que la lectura de Señales que precederán…trasciende el tópico social abriendo una gama de colores interpretativos que desborda el esquema del rico malo y del buen pobre.

En cualquier caso, dentro de la perspectiva más o menos social que pueda proyectar la novela de Yuri Herrera, lo más interesante creo que se halla en la profundización íntima del fenómeno de la emigración que expresa el siguiente párrafo (página 105): “Ahí estaba. Era una historia increíble, pero ahí estaba su hermano, de uniforme guerreado, vivo y en una pieza. De súbito tenía dinero y un nombre nuevo, pero no tenía idea de qué hacer, hacia dónde ir, cuál se supone que era el rumbo de la persona con ese nombre”.

Como se puede apreciar, Señales que precederán… va más allá de un ramplón realismo social más o menos esquemático. Pero no sólo por lo que acabamos de señalar. La novela de Yuri Herrera además sobrepasa estos límites al adentrarse en el terreno de lo mitológico precolombino o en la tradición dantesca del viaje al infierno. Porque lo que cuenta el autor mexicano es precisamente eso, el viaje que emprende el personaje principal, Makina, en busca de un hermano que se fue a reclamar al país de los gauchos lo que se suponía que era suyo. En definitiva, se trata de un periplo hacia y hasta las fauces profundas del ‘amigo americano’, es decir, Señales que precederán…nos cuenta el recorrido desde el mismísimo infierno al puritito pinche infierno del norte.

Dejando de lado las conexiones con la tradición literaria universal o el halo entre fantástico, fantasmagórico o mitológico de paisajes, pasajes –especialmente el capítulo final- y personajes, como la Cora –la madre de Makina- o la empleada del restaurante que le a Makina descubre el paradero de su hermano, veo en Señales que precederán…otra cuestión más terrenal y, por ello, más inquietante, que, dicho sea de paso, también aparecía en Trabajos del reino. Me refiero a la degradación ¿moral? de quien se halla por debajo del límite de lo moralmente soportable para el ser humano, de quien se ve empujado por las circunstancias a perder su dignidad como persona, representada principalmente esta degradación en el personaje del hermano de Makina.

Las líneas de tensión de la realidad mexicana a día de hoy las va marcando Yuri Herrera desde sus novelas, que producen una sensación de verdad más poderosa que las imágenes televisivas de los asesinatos en Ciudad Juárez o de los cadáveres en el desierto de Sonora.

22 septiembre 2009

Una hagiografía

Mahoma. Biografía del profeta

Karen Armstrong

Tusquets, 2009. (Edición original: 1991)

ISBN: 978-84-8383-055-0

370 pág.

9,95 euros

Traducción: Victoria Ordóñez



Ilya U. Topper

Si usted quiere saber cómo los musulmanes devotos ven a Mahoma, éste es el libro que busca. La escritora británica Karen Armstrong (Worcestershire 1944) ha compuesto una obra en la línea de las clásicas biografias islámicas: una enardecida y entregada defensa de la persona biografiada, cálida y llena de detalles humanos. Su conocimiento de las escrituras musulmanas medievales se intuye amplio y riguroso; numerosas notas finales remiten a las fuentes utilizadas y un largo índice onomástico permite usar este libro como un manual de consulta. Nada que objetar.

Nada que objetar, digo, si usted quiere leer una hagiografía. Porque esto es el libro: da por bueno todo lo que los autores musulmanes de los siglos VIII, IX o X han afirmado respecto a Mahoma y trata sus relatos como si fueran testimonios históricos fidedignos. Lo que obliga a piruetas extrañas: la autora explica primero que el episodio en el que dos ángeles abren el pecho al niño Mahoma para limpiarle el corazón representa la preparación simbólica del profeta para su posterior misión y es “similar a las leyendas iniciáticas de otras culturas”. En la siguiente frase nos encontramos con que la madrastra de Mahoma se asustó tanto con el suceso que envió al crío de vuelta a La Meca. ¿Debe el lector creer, pues, que aquel suceso tuvo lugar?

Pero no sólo los detalles, sino todo el marco histórico está basado únicamente en las tradiciones devotas islámicas: Armstrong acepta la visión islámica de la Yahilía, es decir la época preislámica, y pinta una sociedad amoral, machista, capitalista e ignorante que sólo esperaba a Mahoma para ser llevada hacia la ética, la civilización, la igualdad social y el respeto a las mujeres. Asegura que casi toda La Meca era analfabeta pero no se sorprende cuando uno de los enemigos de Mahoma se convierte porque sorprende a su hermana leyendo un fragmento coránico. ¿En qué quedamos? ¿Realmente las mujeres estaban tan despreciadas, si la patrona y esposa de Mahoma, Jadiya, era una poderosa comerciante?

Armstrong justifica la instauración de la poligamia, limitada a cuatro mujeres, por razones históricas: la revelación del versículo en cuestión tuvo lugar poco después de la batalla perdida de Uhud y su finalidad era ofrecer un hogar a las numerosas viudas con sus huérfanos. En la página siguiente asegura que la poligamia era totalmente habitual en la Arabia pagana y el verso coránico no hizo otra cosa que restringirla a un máximo de cuatro esposas. Ambas explicaciones son habituales en la literatura teológica islámica, pero es obvio que son mutuamente excluyentes.

Por supuesto, Armstrong no es la única autora occidental que reproduce a ciegas la teología islámica en un campo en el que se hubiera esperado historiografia. Generaciones de celebrados arabistas europeos han difundido este modelo y han silenciado las voces disidentes, dando ejemplo, así, a las corrientes más conservadoras en el proio mundo islámico, que han hecho lo propio. Ser mal de muchos aquí no es consuelo sino que tiene otro nombre: epidemia.


Las biografias islámicas del profeta son tan fiables como los Evangelios o el Antiguo Testamento (algo que quizás suscribiría Karen Armstrong, ex monja católica). La diferencia es que desde inicios del siglo XX, los teólogos cristianos han aceptado que sus escrituras son sagradas pero no son crónicas. Falta por realizar la misma evolución intelectual en lo que respecta al islam y retomar el espíritu racional de los grandes arabistas Henri Lammens (1914), Rafael Cansinos Assens (1954), Günter Lüling (1974), Edouard-Marie Gallez (2005) y Emilio González Ferrín (2006). La editorial Tusquets, en todo caso, acierta en un detalle: publica esta obra en la colección a la que pertenece, Fábula.

21 septiembre 2009

Existencialismo de portal

La inutilidad de un beso

Javier Puebla

Algaida, 2009

ISBN 978-84-9877-207-4

232 páginas

19 euros





Daniel Ruiz García

Que Javier Puebla es un escritor imprevisible ya lo sabíamos. Que pertenece al raro club de los “escritores excéntricos y estrafalarios” patrios, también (otros miembros reconocibles: Sánchez-Dragó, Montero Glez, Fernando Arrabal…). Con la novela que hoy nos ocupa, ganadora del XVII Premio Luis Berenguer, descubrimos que, amén de raro, Puebla es también capaz de construir obras tremendamente raras. Porque La inutilidad de un beso esconde, detrás de su aparente sencillez (el lenguaje es muy simple, directo, fácil en suma), una trama, unos personajes, un ambiente ciertamente extraños, a medio camino entre la intriga y la broma. Es, para que me entiendan, una de esas novelas que nos dejan con cara de tonto tras su lectura, con la sospechosa sensación de que el escritor nos ha tomado un poco el pelo.

Un repaso muy rápido al argumento (sin destriparlo más allá de lo necesario): un buen día, a un tipo que ejerce como celador es los sótanos de un ministerio se le ocurre darle un beso a una cucaracha. Tras este beso, la cucaracha se transforma en mujer. La mujer se casa con el tipo, tiene una hija y, por lo demás, resulta ser una persona tremendamente mala con su entorno.

Es a todas luces el camino inverso a La metamorfosis de Kafka, y comparte con este libro seminal más de un aspecto. Así, como La metamorfosis, La inutilidad de un beso es un libro centrado principalmente en el ambiente doméstico, concebido como un espacio claustrofóbico, asfixiante y opresivo. Aunque habría que decir más bien “ambiente comunitario”, porque la mayor parte de la trama, sus momentos primordiales, tienen lugar en su mayor parte en los escenarios compartidos de un bloque de viviendas. De hecho, el ascensor, los rellanos, la escalera, juegan un importante papel como lugares que colorean el tono lúgubre y ceniciento de la novela, y sus principales personajes son los arquetipos de una comunidad de vecinos: la portera, el vecino excéntrico, las alcahuetas...

No se entiende muy bien cómo Javier Puebla convierte La inutilidad de un beso en la segunda parte de una trilogía cuya primera entrega era nada menos que una novela como Tigre Manjatan, todo un homenaje, y muy certero, al género de la novela negra, al que había que presumir una continuación en su segunda parte con un tono y un entorno, si no similar, sí al menos parecido. Sin embargo, Puebla cambia absolutamente de registro y plantea una obra que oscila entre el costumbrismo de alcahueta propio de cierto Pérez Galdós y la reflexión existencialista del Kafka más áspero. Una mezcla que deja en el paladar un regusto extraño, ni siquiera amargo, porque lo cierto es que, cuando se deja asentar unos días, el recuerdo resulta grato, especialmente el de los personajes, lo mejor de la novela y, me atrevería decir, lo más eficaz en las ficciones de Puebla. La hilación entre las dos novelas de esta trilogía, el personaje de Tigre Manjatan –un personaje, por otro lado, enorme-, resulta a mi juicio excesivamente débil e insuficiente, y resta fuerza a la defensa de las obras como las dos primeras partes de una trilogía. Habrá que esperar al tercer asalto, para comprobar si –como sospecho- en realidad Puebla no está sino gastándonos una broma.

18 septiembre 2009

Amor, vírgenes y puritanismo

Las vírgenes sabias

Leonard Woolf

Impedimenta, 2009

ISBN. 978-84-937110-2-3

328 páginas

21,95 euros
Traducción: Marian Womack




Jesús Cotta Lobato


Leonard Woolf, por si alguien no lo sabe, es el marido de Virginia Woolf, ambos componentes del célebre círculo de Bloomsbury, en el que también destacan Forster y James Joyce.
De las parejas compuestas por escritores, ésta es la única, al menos que yo recuerde, donde la fama de ella ha eclipsado la de él, aunque ella lleve el apellido de él.
El título inglés, The wise virgins, se refiere a la famosa y misteriosa parábola evangélica de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, referencia que aparece varias veces en la novela. El traductor, sin embargo, ha optado por traducir “wise” por sabias y no por “prudentes” como es la tradición, supongo que para evitar interferencias con el autor de esta reseña, que ya había publicado en español una novela titulada Las vírgenes prudentes.
Esta novela es un retrato ácido de la sociedad inglesa de principios de siglo. La protagonista femenina Camilla, que a los ojos del lector resulta encantadora, es trasunto de Virginia, como Harry lo es del autor. Es una novela que causó gran revuelo en la familia del autor, que no estaba de acuerdo con la imagen satírica que él muestra de ella, como si quisiera hacerse perdonar sus orígenes judíos. Virginia sufrió una de sus crisis nerviosas durante su lectura (pues sufría lo que hoy se denomina trastorno bipolar).
Lo mejor de la novela son los ingeniosos diálogos, cargados de ironía e inteligencia y muy reveladores del alma de los personajes. En esos diálogos y encuentros, padres, madres, hermanas, párrocos, hijos y vecinas aparecen atrapados por rígidas convenciones y por una moral puritana que les impiden hacer, decir e incluso desear lo que realmente quieren. Harry, el protagonista, quiere escapar de eso y busca la plenitud en el amor y en el arte; ejerce de un apóstol, por así decir, de la libertad y de la audacia, pero ni sabe bien lo que quiere ni con ello ayuda a nadie y, al final, acaba acatando esa moral que tanto desprecia e incluso colaborando con ella.
Otro mérito del libro es el análisis de los sentimientos. Se trata de un análisis en vivo, con cierta empatía, sin esa frialdad del entomólogo. Gracias a la pluma fina y ágil del autor, deseo, desdén , excitación, complejos y miedos se enredan y se confunden bellamente en el corazón de los personajes cuando se quedan solos, cuando buscan el amor, la amistad o simplemente el prestigio social.
Salvando las distancias, esta novela recuerda en tema e intención a Orgullo y prejucio de Jane Austen. Ambas reflejan muy bien los temores y esperanzas del alma femenina, que vive en el corsé de férreas convenciones, y los complejos y prejuicios de los unos contra los otros. Pero mientras que Jane Austen es más bien crítica y, a la postre, optimista, Woolf es más bien ácido y pesimista.
Una novela, pues, inteligente y amena, bien editada, y con el aliciente de nuestra querida Virginia.

17 septiembre 2009

Tratado de las pasiones

Las experiencias del deseo

Jesús Ferrero

Anagrama, 2009

ISBN: 978-84-339-6291-1

213 páginas

17 Euros





Javier Mije


Puede que, en ocasiones, se sienta usted como un pobre idiota. Puede que, periódicamente, recale usted en algún recoveco del tiempo y tiemble allí por algún paraíso perdido. Puede que usted desee ser cualquier otro, y que se haya propuesto conseguirlo con urgencia. Puede que uno de esos domingos desterrados del universo desee usted no estar vivo. Puede que, ocasionalmente, ejerza usted su derecho a hacer el ridículo complaciéndose en público de su grandeza. Puede que, en la cola de Carrefour, una voz interior le pregunte si es allí dónde usted debería estar y eso le haga sentirse desoladoramente culpable. Puede que esté usted enamorado, le felicito. Puede que coleccione braguitas de encaje, rojas, sedosas, y libros o dinero. Puede que haya escrito usted una novela de celos. Puede que necesite usted beberse varias tazas de sadismo antes de ir a la oficina cada mañana. Puede que tenga usted miedo. Puede que envidie usted a alguien. Puede que la ansiedad lo transporte a usted del frigorífico a la báscula. Puede que la humanidad le importe un carajo o tenga usted corazón de filántropo. Puede que quiera usted vengarse secretamente de su vecino. Puede que ame y que odie usted en días alternos y que, con Machado, confíe en que no sea verdad nada lo que ya sabemos. Puede que este libro hable de usted.
Con Las experiencias del deseo, el novelista Jesús Ferrero (Zamora, 1952) obtuvo la primavera pasada el premio Anagrama de ensayo. Se trata de un proyecto ambicioso, nada menos que un intento de llevar algo de luz al desordenado universo de las pasiones humanas. El texto focaliza nuestras experiencias en relación con el deseo. Para el autor el deseo sería una especie de ente bifronte que se convulsiona en dos movimientos. Uno de atracción –Eros o amor- y otro de repulsión –Misos u odio-. Amor y odio, a su vez, se dividen cada uno en dos: el amor a uno mismo y el amor al otro, el odio a uno mismo y el odio al otro. Cuatro movimientos básicos que nos acompañan desde el mismo instante del nacimiento y que desencadenarían todas las pasiones. ¿Por qué somos seres condenados a desear lo inalcanzable? Porque nuestra primera experiencia es la sensación de intemperie, el alumbramiento que enciende nuestra conciencia de estar vivos y nuestra conciencia de ser, porque, en definitiva, nacer es ya añorar aquello que antes nos protegía y aquello que aún nos permitía no ser. ¿Cómo podemos recuperarnos alguna vez de una pérdida semejante?
Con un estilo nada retórico, claro como el agua, Ferrero nos ilustra sobre el atribulado mecanismo de atracciones y repulsiones que lubrica nuestras neuronas. “La gente tiene mucho miedo a estar dentro de su ser”, afirma el autor de Bélver yin, del mismo modo que la dictadura de lo políticamente correcto, la retórica de las ideologías, ha sepultado la compleja realidad -más bien tosca- bajo un alud de palabrería. “Somos como podemos ser y no como queremos”, decía Sócrates, y el autoconocimiento debería liberarnos más que angustiarnos. Si el asesinato y la guerra son las expresiones más radicales de exclusión al otro, el pathos que consuma sin punto de retorno la fobia a la alteridad, al otro lado de la balanza el amor al saber sería el lenitivo más eficaz para calmar la ansiedad primordial del ser. “Lo mejor es no nacer, pero si uno ha nacido lo mejor es ser filósofo”, dejó escrito Aristóteles. Si Freud entendió el amor al saber como una sublimación del deseo carnal, Ferrero nos recuerda que todas nuestras pasiones no son sino sublimaciones –destilaciones, transformaciones- de esa carencia originada en el instante del alumbramiento. Una de estas sublimaciones nos conduciría al Arte, un modo de no “malgastar nuestra propia locura” (Goethe); otra nos llevaría a Dios, la más definitiva representación de nuestro desamparo: “un objeto de dimensiones impensables concebido para llenar un vacío impensable, absoluto, infinito”. Pero no todas nuestras pasiones apuntan tan alto. No es difícil que el lector ser reconozca en algunas de ellas. Egoísta, soberbio, melancólico, curioso, orgulloso, mezquino, narcisista, enamorado, celoso, dadivoso, perdido, estas son algunas caras del yo, quien se miró al espejo lo sabe.

16 septiembre 2009

La biblioteca infinita

Tormenta sobre Alejandría

Luis Manuel Ruiz

Alfaguara, 2009

ISBN. 978-84-204-2354-8

400 páginas

19 euros



Jesús Cotta

Luis Manuel Ruiz asienta aún más su brillante trayectoria de novelista con está obra ambientada en la Alejandría de Hipatia, en la época del emperador Teodosio. No se trata de una novela histórica al uso, sino de una novela de acción, casi policíaca, de gran belleza formal, de lenguaje audaz, de personajes bien perfilados, con una voz de narrador muy original y adornada de guiños filosóficos y mitológicos y homenajes metaliterarios a Umberto Eco, Aristóteles y Borges.
Durante la investigación que de cierto asesinato realizan los protagonistas, el autor, en contra de lo que por desgracia hacen algunos autores de novelas históricas, no nos abruma de mil detalles históricos ni los personajes se ponen a disertar acerca de la grandeza de su tiempo, como si estuvieran actuando para el lector del siglo XXI, sino que, más bien, hablan y actúan con la fuerza interior de sus caracteres bien construidos y se mueven a través de una Alejandría tan espontánea como un barrio copto de El Cairo.
Los personajes no parecen históricos, sino vivos. Contribuye a ello, entre otras cosas, el lenguaje, que, sin ser el de un autor del siglo XXI, tampoco es el de un envarado creador de escenarios históricos, y se permite licencias casi anacrónicas que no provienen de la ignorancia del autor, sino precisamente del conocimiento: la novela misma y la voz del narrador las permiten e incluso las exigen. Si el autor buscaba con ello verosimilitud, naturalidad y vida, lo ha conseguido. La novela se puede leer en dos niveles: como una novela de intriga y como una novela culta donde la Antigüedad se nos muestra viva, elegante y libresca, pero no polvorienta. Los amantes del helenismo la podemos disfrutar así por partida doble.
En su blog, que invito a visitar, el autor se refiere a la hipatitis, término acuñado por él para referirse a una enfermedad nueva consistente en el gusto actual por el personaje de Hipatia, y lamenta que a él se le haya ocurrido la novela a la vez que a Amenábar su película. Pero por si le sirve de consuelo, creo que las ideas tienen una época para nacer y por eso se les ocurren a la vez a varias personas, las cuales, en vez de ser juguetes del viento de la moda, son los audaces que la crean. Hipatia, en efecto, tiene todos los puntos para caer simpática hoy, pues viene a satisfacer hambres y prejuicios actuales: era una mujer de ciencia en un mundo de hombres y murió víctima de una turba de cristianos fanáticos. Es fácil, pues, presentarla como feminista y mártir de la ciencia frente al machismo y el fanatismo. Pero el autor ha sabido aprovechar estos dos rasgos del personaje sin caer en el tópico, como promete caer Amenábar en su película, pues su Hipatia no es adalid de la tolerancia ni del feminismo ni es una epistemóloga especialmente creadora, ni está tratada para producir compasión en el lector.
Eso sí, suscita mucho interés, porque es un torrente humano de vehemencia e inteligencia en los estertores de un paganismo que, por haber sido derrotado, nos cae simpático. Está muy bien recreado el ambiente de alturas filosóficas y teológicas de aquella Alejandría oriental, donde se fraguaron herejías demasiado sutiles para el paladar occidental, más dado al derecho canónico que a las esencias de la metafísica. Paganos y cristianos de todas las tendencias comparten por aquellos días una especie de desprecio neoplatónico por la vida, el mundo, la vanidad y la carne. El autor nos mete de lleno en una ciudad ardiente de sol y misticismo, cuyas turbas enloquecidas mataron por los mismos años a varios obispos, un prefecto y a la filósofa en la que esta novela se centra.
Hay personajes encantadores, como Diágoras, y otros de un carácter insufrible, pero interesantísimos, como Lámaco. Y escenas memorables, como la manera que tenía Lámaco de contratar ayudantes en Britania o aquella en que dos personajes intentan salvar del incendio ciertos libros. Reveses y conjuras sacan el máximo partido de todos estos personajes bien trazados y trenzados unos con otros, cada uno con sus alas particulares que los mueven a actuar a pesar del pasado que llevan a cuestas. Si el autor ha sabido retratar a los personajes paganos, gnósticos y de la calle en toda su variedad y complejidad, los personajes cristianos como Cirilo, Hilario o los anacoretas se ven reducidos a su papel de turba enloquecida, de fanáticos, malvados y, a veces, estúpidos, pero esa visión plana se debe, más que a los prejuicios del autor, a los del narrador (cuya identidad, por cierto, es una grata sorpresa, una de las muchas que nos regala este libro) y no tiene por qué desmejorar la novela, sino que más bien le da el toque personal que necesita toda obra para tener garra.
En la primera parte, las pistas quizá tarden demasiado en aparecer por culpa de tantas entrevistas y presentaciones de personajes que a veces podrían haberse ahorrado, pero como todo eso nos mete de lleno y en vivo en una Alejandría vibrante y siempre a punto de explotar, la novela se lee con mucho gusto. La tormenta de Alejandría es, en fin, una aventura emocionante, tanto como las mejores páginas de Quo vadis? o Los últimos días de Pompeya, con las que comparte el estar escrita más para remover que para enseñar y entretener, aunque enseñan y entretienen mucho y bien. Felicito, pues, al autor, porque no es fácil escribir una obra donde haya tanta acción como profundidad moral y tanta intriga como belleza estilística.

15 septiembre 2009

Las mil verdades de los gitanos

Enterradme de pie. La odisea de los gitanos

Isabel Fonseca
Anagrama, 2009
ISBN. 978-84-339-2585-5
380 pág.
19,50 euros
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez

Ilya U. Topper


Querida Zabe
(te puedo llamar Zabe, ¿verdad? como te llamaban los críos de aquel campamento gitano albanés donde aprendiste romaní... gracias.)
Acabo de terminar tu libro. Confieso que he tardado: me escatimaba las horas de lectura como hacen los niños con los dulces para que duren más tiempo.
Como ciertos turrones, tu libro no ha perdido sabor en los 12 años que han pasado desde que lo publicaste en Londres. La odisea de los gitanos dura ya demasiado siglos como para que esta década tenga importancia. Y tampoco, nos tememos, han cambiado tanto las cosas en Albania, Rumanía, Bulgaria, Polonia y Eslovaquia. No para ellos. Siguen escondidos tras este “etc.” de las etnias de los Balcanes, aunque en Rumanía formen el 15 por ciento de la población. No se les ha dado vela en el entierro del comunismo ni en el bautismo de la democracia. Siguen siendo invisibles, excepto cuando cometen ―o cuando se les atribuye― un delito.
Pero la razón fundamental de que el libro no tiene fecha de caducidad es otra: porque no analiza una situación política o social concreta, sino algo más difícil: el modo de vivir de los gitanos. Su manera de ver el mundo. Tal cual: sin el intento piadoso de encubrir, siquiera con palabras, que ésta puede incluir la mentira o el robo. No juzgas. No defiendes. No reivindicas. No lamentas. No condenas. Observas. Con esa mirada de antropólogo que escudriña una tribu desconocida y, a la vez, a sí mismo. Una mirada ingenua, que es la única capaz de describir sin prejuicios. Inocente, la llamaría el gran Nigel Barley.
Sí: la lectura de Enterradme de pie me recuerda la de El antropólogo inocente. Por tu capacidad de describir una escena sin tomar parte por nadie, ni siquiera por ti misma. Y por su clave de humor, ese humor casi involuntario que impregna todas las escenas: el caos tiene su vertiente cómica. Quizás caos sea la palabra que mejor refleje la cosmovisión gitana. Hasta en la descripción del funeral de Luciano ―aquel niño de siete años que murió de todas las enfermedades y de ninguna, que murió por ser gitano― hay momentos en los que la sonrisa se impone. Y es difícil mantener una correcta compunción al leer la simple transcripción, sin comentarios, de los testimonios ―absolutamente contradictorios y justo por eso más verídicos que cualquier versión depurada― respecto a la quema de un pueblo gitano en Rumanía. Aquí no hay voz en off que acompañe las imágenes. Lo que ves es lo que hay. Ahora, que cada uno escoja su verdad.

Es obvio que les tienes simpatía a los gitanos ―cómo no tenerla― y que has acudido a los congresos romaníes con la esperanza de que de allí saliera una nueva conciencia gitana, una base para superar el descrédito histórico, la marginación, la persecución. Pero no cambias de voz cuando cuentas cómo los diputados gitanos enviados a un simposio se dedican a traficar con coches de segunda mano entre charla y charla.
Por no defender, ni siquiera defiendes ―ni refutas, solamente describes, con esa ligera sonrisa― la verosímil teoría de que los gitanos sean oriundos de la India y sus inverosímiles ramificaciones políticas.
Pero que nadie piense que este libro sea un anecdotario. No lo es en absoluto. Es un serio trabajo de documentación e investigación. ¿Sabíamos que hasta la segunda mitad del siglo XIX, los gitanos de los Balcanes se vendían como esclavos, en familias o al detall, en subasta popular o por cédula real?
Eso sí, es un estudio incompleto: falta España, donde la cultura gitana ya forma parte de la imagen del país. Como faltan Francia, Alemania, Italia, Irlanda... Es un libro dedicado a Europa Oriental, aunque no lo aclare la portada. ¿Para cuándo un segundo tomo? Aún así, la lectura nos hace descubrir detalles de los gitanos españoles, por ejemplo su idioma. No sabía que eran puro romaní las palabras chavorro (niño) o gachó, gachí (payo, paya, tú lo escribes, como es habitual en Europa, gadjo).

Hablando de idiomas: al principio no me creí que este libro fuera una traducción del inglés. Ninguna pista que traicione el original, que dejara entrever un simple aire anglosajón. Este libro parece haber sido escrito, concebido, pensado en castellano. Tu traductor ―José Manuel Álvarez Flórez― ha resuelto incluso sin esfuerzo aparente los irredentos juegos de palabra. Felicítale de mi parte. En fin: un libro para leerlo cual novela, de un tirón. Creo que nadie lo va a dejar a medias, sería perderse el final. Que es donde se descubre la segunda parte de esa frase enigmática: Enterradme de pie.
Una última pregunta, Zabe, Zabella, que no me aclaro: ¿qué hace una gachí como tú, estadounidense, con una abuela húngara, llamándose Isabel Fonseca? ¿Y a qué esperas para darte una vuelta por el Sacromonte? The beer is on me.

14 septiembre 2009

Manual para subversivos y policías

Técnicas de golpe de estado


Curzio Malaparte


Backlist (Planeta)

ISBN: 9788408085188

288 páginas

21 €

Traducción: Vítora Guevara




Manolo Haro

Nacido para la vida como Kurt Suckert y para la literatura como Curzio Malaparte (Prato, 1898 –Roma, 1957), el autor enjuiciaba Técnicas del golpe de Estado de manera tajante: “Odio este libro mío”. Desde que Adolf Hitler lo hiciera arder en la plaza pública de Leipzig con otros desafortunados títulos (por primera vez en Europa alguien dedicaba un ensayo a hablar mal del Führer), la existencia de Malaparte se vería contrariada por diversas situaciones concernientes a su publicación en 1931. Hitler llegó a exigirle su cabeza a Mussolini; esto lo llevaría a la cárcel y al destierro en Lipari durante 5 años (“por manifestaciones antifascistas en el extranjero”), conmutados luego por una libertad vigilada en Capri. En su afán por quitarlo de en medio (era detenido cada vez que un jefe nazi pasaba por Roma), Mussolini llegó a preguntar si era judío. Algunas de sus posteriores corresponsalías de guerra (Etiopía, por ejemplo) las desempeñó con un agente custodiando todos sus movimientos. En África se le proporcionó un rifle para atajar una emboscada de guerrilleros, motivo por el que se le condecoraría, paradójicamente, con una Cruz de Guerra que lo señaló con el baldón de pro-fascista en ciertos círculos intelectuales italianos, aunque idiológicamente su pensamiento se mantuvo hasta el final de sus días bien asentado en la izquierda (donó a la Republica Popular China su hermosísima Casa Malaparte a los pies del Mediterráneo que baña Capri).
Como el propio Malaparte afirma en el prefacio a su edición francesa de 1948, el libro acepta bien una doble condición: la de “manual del perfecto revolucionario” y la de “manual del arte de defender el Estado”. El interés que puede suscitar un título como éste, después de tanto tiempo y tanta bibliografía publicada al respecto, reside en que ofrece un certero análisis de las asentadas (Rusia), jóvenes (Italia) e incipientes (Alemania) dictaduras que se fueron forjando en Europa desde la Revolución de 1917. No hay que perder de vista que el autor de La piel dio a la imprenta este libro en 1931, de manera que pudo recoger las evidencias de los avances políticos del comunismo, el work in progress de Benito Mussolini y el perfeccionamiento golpista, después del fallido en Munich en 1923, de Adolf Hitler, aún sin concretar, y del que dirá que es tan sólo un caricatura del Duce. De hecho, el autor encarrila su discurso pasando por estaciones de distintos estilo arquitectónico, ya sean éstas construidas al modo soviético, italiano o alemán. Malaparte tenía en la cabeza a Primo de Ribera en España y al “Bonaparte socialista” de Pilsudski en Polonia, pero, a pesar de ello, tomó los tres casos citados como paradigmáticos de los métodos golpistas.
Los catilinarios de la Era Moderna, opina el autor, tienen un referente claro en Napoleón por el mero hecho de que se han empeñado en parecer liberales hasta el último momento, es decir, “hasta el momento de recurrir a la violencia”. El gran error de los Estados liberales (aún hoy) es creer que la subversión se puede frenar con el Parlamento y el Estado policial. Trosky, señalado por el escritor como el creador de la técnica del golpe de Estado –a pesar de Lenin y de Stalin­-, aseveraba que “la insurrección no es un arte. Es una máquina. Para ponerla en marcha hacen falta técnicos”. La lección la aprendió a la perfección el camarada Stalin, que en 1927, en vísperas del X aniversario de la Revolución, le chafó su celebración –con otro golpe de Estado– al camarada Trosky. Entre “el arte de tomar el poder” de éste y “el arte de defender el Estado” de aquél, mediaron unos cuantos años de vital importancia para la historia de Occidente.
Italia ha sido una tierra pródiga en manuales de táctica política desde que Castiglione y Maquiavelo dieron sus respectivos El Cortesano y El Príncipe en el Renacimiento. La contribución a esta tradición de análisis de modos y estrategias del arte de gobernar por parte de nuestro libro resulta clara. La razón de ser de este ensayo es, tal como afirma Curzio Malaparte, “la de mostrar que la conquista y defensa del Estado no es un problema político, sino un problema técnico; que el arte de defender el Estado está regido por los mismos principios que rigen el arte de conquistarlo”. Hoy se puede leer como un libro de historia, como una disección del pasado cercano y un terrorífico presagio de un presente ululante que viviría Europa en breve.
En estos días que el término se deja caer por los periódicos cuando se habla de Honduras, cuando hay que someter a recuento los votos en elecciones de países de democracias ficticias, inexistentes o aparentes, cuando el control del telégrafo, las oficinas de correos, las estaciones, etc. se ha trocado por el de los grandes grupos mediáticos, recobrar este título por parte de la sección Backlist de Planeta es todo un acierto que ofrece la posibilidad de leer un texto que aún conserva toda su validez y aplicación en el bendito mundo en el nos ha tocado vivir.
POST SCRIPTUM: Hugo Chávez está contribuyendo a formar un canon literario muy particular, más llevado por los títulos efectistas que blande a lo largo y ancho del mundo -para alegría de Eduardo Galeano (Las venas abiertas de America Latina, Siglo XXI) y de Vicente Verdú (El capitalismo funeral, Anagrama- que por un verdadero conocimiento de la literatura. El hecho de que Chávez se haya convertido de manera inconsciente en un agente literario que activa el mercado con tal versatilidad es probable que lleve a algún editor a pensarse si colocar su teléfono junto al de Beatriz de Moura o Carmen Balcells. Entre los 15 libros que compró en Madrid el pasado viernes (la mayoría de teoría política e integración latinoamericana) no sabemos si iba el de Malaparte. De todas formas, en algún momento de su estelar carrera como creador de lectores debería fotografiarse con un ejemplar de Técnicas del golpe de Estado. Él que le debe tanto al amigo Curzio.

11 septiembre 2009

La modernidad se escribe con sangre

Matar en Barcelona


Varios autores


Alpha Decay, 2009


ISBN 978-84-937269-5-9


304 páginas


19 euros



Carolina León


Dos de los personajes más activos -uno, en el trabajo editorial, el otro, en la crónica negra periodística- de la Barcelona de hoy se han arremangado las batas de trabajo y han entrado al trapo con los muertos. Los muertos de la historia criminal reciente de la ciudad de Barcelona. Ana S. Pareja, quien fuera editora del volumen Odio Barcelona (Melusina, 2008) escribe junto a Jordi Corominas un nuevo capítulo de una virtual trilogía en la que pretenden descorrer el velo de la ciudad moderna, hastiada de cosmopolitismo, oportunidades falsas y espejismos.


Si en Odio Barcelona sus autores -un plantel tan alternativo como atractivo- relataban desde el yo la decepción y el sentimiento de fracaso, Matar en Barcelona va más lejos para ir en busca de las víctimas de ese fracaso: las víctimas de la crónica negra catalana del último siglo (y poco más). La modernidad que fundó, según él mismo dejó dicho, Jack el Destripador, aterriza en la ciudad condal con gargarismos, hablando catalán, pero también gallego, árabe o español con varios acentos; escribiendo una historia a través de estos doce relatos que hace abrir la boca de pasmo. Pero también de verdad.


Los doce autores aquí reunidos no han sido elegidos siguiendo más criterio que el de poder/querer enfrentarse a un relato cuya base es totalmente real. Los testimonios y los hechos detrás; la ficción delante. El diálogo se establece, vuelca sentidos a un lado y al otro, el autor ocasional recrea un fragmento, un punto de vista, un antes o un después -no todos se revuelcan en la sangre- y la lectura se hace “deleitosa”.


Lo digo así, entre comillas, porque en cada relato la carga de morbosidad se va haciendo más espesa, y sin embargo el placer que se saca de ellos es más y más grande. Porque sí, porque también es moderno (lo enseñaron Lovecraft, Ballard, King y tantos) disfrutar del horror.


Cada cual podrá escoger sus favoritos: más asépticos (Francesc Serés con "Morir en Barcelona") o más descacharrantes (Manuel Vilas en "Control"); montados en juegos intelectuales, sin dejar de producir inquietud en el centro de la espina dorsal (Javier Calvo); apegados al discurso del sentimiento o las emociones (el de Llucía Ramis, por ejemplo); el interesante monólogo interior, bien cincelado de "Me siento haciendo un NoDo" (Antonio Luque), la narración casi tranquila en la que se abren inesperados vacíos ("Nuestras hijas", de Elena Medel). Sin complejos, de aquí y de allí, aficionados a la literatura de oscuro color, o simples invitados.


El resultado es grande. Coherente, bien atado, con ritmo y estribillos pegadizos, pero también con disonancias sorprendentes (Mara Faye Lethem): esas partes, a veces, largas y aburridas que convierten a cualquier canción de pop alternativo en una gran canción de cualquier género.


Los cuentos de Matar en Barcelona podrían funcionar cada uno por separado pero, juntos, al hilo, conforman un álbum fotográfico de una modernidad a la que casi nunca miramos a la cara, pero que está radicalmente ahí. Porque la deformación, el aliento del fracaso y las respuestas violentas no han de formar parte del mundo de gimnasios y desodorantes. Pero existen. Pues exactamente igual que el pop alternativo.


10 septiembre 2009

No hay Bolaño pequeño

Una novelita lumpen.

Roberto Bolaño

Anagrama, 2009

ISBN. 978-84-339-7196-8

151 pág.

15 euros.




Alejandro Luque
Lo siento: no pertenezco a la grey de los que exaltan a Bolaño como inventor de la fórmula de la cocacola. Ni Los detectives salvajes, que me abrumó, me parece el nuevo Quijote, ni creo que 2666 sea el gran pistoletazo de salida para la narrativa hispana del siglo XXI. Claro que también lamento no estar con los iconoclastas profesionales que colocan al chileno en el estante de los autores del montón y le niegan el más mínimo mérito. El simple hecho de que todas sus novelas, sus relatos y sus artículos sean de grata lectura y capaces de perdurar en la memoria ya hace de él un caso extraordinario. Pregúntese de cuántos puede decirse lo mismo en los últimos veinte años.
Aunque pueda sonar chocante, prefiero al Bolaño de las (supuestas) pequeñas empresas que al escritor faraónico de los dos títulos mencionados. Tal vez por eso abrí la primera página de Una novelita lumpen y no pude soltarla hasta llegar, un par de horas después, a la última. La obra pertenece a una serie de novelas de encargo sobre ciudades que una célebre editorial encomendó a varios escritores hispanoamericanos. El hecho de que sea eso, un trabajo alimenticio –el propio título, con esa calificación, novelita, parece restarle importancia– la hace aún más interesante: nos permite leer a Bolaño sin la molesta aureola del clásico contemporáneo... y lo que queda es un escritor puro, un gigantesco contador de historias, excepcionalmente dotado para ejercer una seducción constante sobre el lector prescindiendo de artificios vistosos, con una estructura sencilla, frases cortas, prosa limpia y directa.
La acción se desarrolla en Roma, aunque este dato resulta por completo irrelevante: por más que se mencionen cuatro referencias de la capital italiana, podría tratarse de cualquier otro escenario. La protagonista (pues la voz narradora, como sucedía en Amuleto, es femenina y en primera persona) vive con su hermano en la casa de sus padres, fallecidos en accidente de tráfico. Un buen día el hermano, que trabaja en un gimnasio, llega a casa con dos forzudos, un boloñés y un libio, que no tardarán en instalarse junto a ellos. Los chicos convencen a la chica para que se introduzca como acompañante sexual en casa de un curioso personaje, Maciste, un ex Mister Universo que en su día participó en películas de musculosos luchadores y que ahora, ciego y decadente, posee supuestamente una caja fuerte que los jóvenes sueñan con limpiar.
Todas las figuras actúan como movidas por una fuerte inercia, sin cuestionarse nada demasiado, o al menos sin sacar a la luz sus subjetividades, lo cual no deja de ser un rasgo muy común en la narrativa de Bolaño. Son lumpen, parias sin conciencia de clase, sin pasado, ni siquiera tienen nombre. Sumidos en un sofocante taedium vitae, sin demasiadas ambiciones ni expectativas, su vida pasa entre lamentables programas concurso de televisión, lectura de revistas bobas y complementos energéticos para culturistas. Ni siquiera cuando la chica tiene relaciones con sus dos inquilinos tiene importancia cuál de ellos entra en su cama. Los sentimientos, las ilusiones, se encienden tímidamente como cerillas en medio de la oscuridad para quedar enseguida consumidas.

“Todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación”, dejó dicho el autor en su discurso de recogida del premio Rómulo Gallegos, y tal vez sean palabras perfectamente aplicables a esta novela y a alguna generación posterior. Los protagonistas no sólo son huérfanos porque hayan perdido a sus padres: también padecen una desoladora orfandad ideológica, cultural, ética. A menudo invita a recordar, en esa voluntad de radiografiar a una juventud perdida, a George Perec, también famoso huérfano, que Bolaño veneraba.
El relato, en apariencia lineal, dará mucho trabajo a los amantes de las disecciones, pues está trufado de guiños y detalles jugosos, y de conexiones más o menos evidentes con obras anteriores del chileno. Hay quien ha llegado a ver una clara correspondencia entre el Belano y el Lima de Los detectives salvajes y el boloñés y el libio, lo cual no deja de parecerme para sacar nota. Yo invito, por ejemplo, a meditar sobre la enigmática figura de Maciste, a releer los sueños que relata la joven (Juan Villoro decía que los sueños de Bolaño poseen “la sobriedad exterior de un delirio de Kafka”) o demorarse en esa encuesta que rellena ociosamente. Este es sólo un ejemplo:


-¿Qué actriz de cine te gustaría que fuera tu mejor amiga?
-Maria Grazia Cucinotta (Es extraña esta respuesta, pues Maria Grazia Cucinotta siempre me ha parecido una mujer superficial y egoísta, preocupada únicamente de sí misma).
-¿Qué actriz de cine te gustaría ser?
-Maria Grazia Cucinotta.


Novelita, sí, y de encargo, sin pretensiones. O tal vez con la única pretensión válida, la de escribir bien, condenadamente bien, yendo a por todas, poniendo la carne en el asador, reciclando el dolor, el hastío y el desasosiego en materia de reflexión y placer estético, dejando en el paladar una bola de chicle que mascar lentamente después de cerrar el libro, con su sabor amargo de larga duración. Todavía habrá hagiógrafos y detractores a los que le parezca poco.

09 septiembre 2009

Poesía y vida

Biografía impura

Juan Cobos Wilkins

Fundación José Manuel Lara, 2009

ISBN: 978-84-96824-49-2

86 páginas

11'90 euros



Juan Carlos Sierra


Supongo que es fácil ponernos de acuerdo en el hecho de que la literatura –y especialmente la poesía- se aleja del discurso cotidiano en la medida en que la palabra escrita ayuda a alumbrar los rincones en sombra de la realidad, es decir, en la medida en que busca el matiz frente a la homogeneización del lenguaje apresurado y más que sospechoso de las calles, de los medios de comunicación y de la publicidad. Cuando además se trata de trabajar sobre la memoria y el yo –o sobre la memoria del yo que escribe- es muy fácil caer en la autocomplacencia, en la idealización o directamente en el autoengaño.
Si tenemos en cuenta además que la poesía –y el resto de la literatura- para ser honesta y auténtica ha de desvelar esos resquicios oscuros de la realidad y de la personalidad desde la más absoluta sinceridad, entonces estamos hablando de Biografía impura, el último libro de poemas publicado por Juan Cobos Wilkins.
No obstante, la sinceridad, la honestidad y la autenticidad en poesía no significan necesariamente confesionalismo de barra de bar en la alta noche. Quien cae en esa trampa está abocado a lectores finitos en tiempo y número. En el caso de los poemas que Juan Cobos Wilkins ha elegido para Biografía impura –independientemente del hecho de que el personaje poético coincida más o menos con quien firma los textos- las limitaciones del ‘yo-aquí-ahora’ quedan superadas por un afán de universalidad, por la casi inmediata comunión del lector con el trasfondo sentimental, con la intensidad emotiva o, simplemente, con la sencilla anécdota que se narra en muchos de los poemas.
Todos hemos tenido un pasado: una infancia, una adolescencia, una juventud y una madurez –dependiendo de la edad del lector- y, por encima de las diferencias generacionales, existe un poso y unas constantes que se repiten en cada una de estas etapas en la vida de cada cual. Es aquí donde Juan Cobos Wilkins pone el acento y de ahí la validez de sus poemas ahora y en el tiempo que pervivan.
La inocencia con fecha de caducidad de la infancia, los descubrimientos definitivos y la perplejidad que los acompaña en la adolescencia, la apertura al mundo de la juventud y el papel que nos arrogamos en la edad adulta recorren los poemas de Biografía impura, certificando en cada una de las excusas utilizadas por el poeta ese afán de trascendencia de la mera anécdota personal de la que hablábamos en el párrafo anterior.
Así como parece que cualquiera pasa o ha pasado por las etapas previas a la etapa adulta de una manera similar, llama la atención que la última sección de este poemario, la referente a la madurez, se titule ‘Poeta’. Si es costumbre definirse en esta parte de la vida por la tarea que cada uno desarrolla diariamente –agente de seguros, conserje de instituto, tornero fresador,…-, al personaje poético de este poemario no le queda más remedio que definirse coherentemente como ‘Poeta’. De esta manera mata dos pájaros de un tiro: por una parte, pone en pie de igualdad social la labor del poeta con la del resto de tareas productivas, pero –más importante aún-, por otra, desarrolla una suerte de poética de la vida y de la escritura de quien pone en su tarjeta de visita como ocupación la de poeta.
Si al lector le apetece echar un ojo a su propia historia y a su memoria –cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor-, Biografía impura puede servirle para no saturar con demasiado edulcorante sus retratos del pasado. A veces puede incluso doler, pero en ello nos jugamos nuestra lucidez.

08 septiembre 2009

Un poeta llamado Roque Dalton

El turno del ofendido

Roque Dalton

Baile del Sol, 2009

ISBN: 978-84-92528-63-9

176 páginas

12 euros.








Jabo H. Pizarroso

Hay poetas tan tiernos, tan extremadamente subversivos, tan categóricamente sólidos, tan irónicos como un limón en vaso largo cuajado de ron de caña tomado a las siete de la mañana en un bar de butacas invisibles y borrachos que ya no cantan, tan eminentes, tan lindos y perversos, tan linealmente sanos, tan transparentes como el agua y tan necesarios como el pan, tan hermanos del verso, tan padres del verso, tan hijos del verso, tan mujeres del verso, tan hombres del verso, tan amantes y tan putas del verso, tan ascendientes y tan descendientes, tan escaladores de montañas, tan trituradores de barrancos y tan creadores de lagos apacibles, tan gemelos de Vallejo o tan parecidos a un volcán, tan deseados cuanto más se les desconoce, tan ignorados como ignorada es la libélula que moja sus alas en la piscina multitudinaria y a la que nadie salva, tan berracos, tan hijueputas, tan envidiables, tan huevones a veces, tan agudos cuando uno los escucha en una de las grabaciones que venden su voz y sus versos en la Casa de las Américas, cerca de Malecón y G, La Habana, tan parteros del semitono y de la fuga, tan matronas de la inocencia, tan inquietos como un niño, tan infantiles como el garabato primero que traza la mano dudosa en el papel, tan caribeños como Barranquilla, tan americanos como un oak, tan poco estafadores, tan sofoclesianos como la máscara puesta en la mesita del camerino mientras el actor se mesa la barba edipesca, tan tremendos como un aguacero y tan livianos como una lágrima, tan de pecho, tan de ritmo, tan centrados en lo que importa y tan metidos en los meandros de la realidad, tan poco amigos de los poco amigos de la política, tan cercanos a la poesía vitalista que prepara caminos de verdad discutida para el hombre, tan desnudos como la humanidad caminante, tan diametralmente opuestos a todo lo que crees que es lo opuesto, tan dípticos y tan trípticos y si me apuran tan decalógicos, tan marsupiales y tan saltarines, tan amigos de la chincheta en la silla, tan odiosos del amodorramiento, tan ingenuos y tan supermanes made in Salvador, tan aclasados, desclasados y paraclasados, tan repentinos, tan poco inocuos, tan venenosos, tan pornógrafos de la sinalefa, tan sadomasoquistas, tan reales como la ficción, tan perfectos como una tumba en el aire, tan ágrafos, tan repudiados por los que repudian, tan atascados en la columna vertebral del siglo veinte, tan citados por Roberto Bolaño, tan amados por Roberto Bolaño, tan adorados por algunos que no son Roberto Bolaño y ni siquiera saben quién carajo es ese tal Bolaño, tan chingones, tan desnutridos y tan deslectorizados, tan activadores de dendritas, tan destructores de axones, tan boxeadores del hígado, tan poco maquinadores, tan verbales y discursivos, tan amigos de la experiencia maquillada por la inexperiencia, tan salteadores de librerías, tan destructores de muros de cárceles, tan bebedores de palabras, tan incendiarios y poco salvados como El Salvador, tan oriundos, tan indígenas, tan cercanos a la cordura, tan vestidos de lógica, tan travestidos por los travestis literarios, tan poco democráticos, tan insalubres, tan salubres y tan salinos, tan selváticos, tan gorriones, tan picantes como el locoto, tan dulces como el ají, tan radicales como lo son las raíces, tan etimológicos, tan antimológicos, tan martilógicos, tan metalógicos y tan sexológicos, tan irreales como la aurora ventral, tan explícitos como el plexo solar cuando habla debajo del estómago y se esfinterializa, tan descamados y tan escamados, tan ninguneados en las mesas poetástricas donde se especula con el pan y donde el vino no se bebe a morro, tan poco sucios, tan ineptos como los aptos, tan lagartijas, tan salamandras, tan cocodrilos sin dientes, tan tiburones devoradores de lectores prejuiciosos y sectáticos, tan trasnochadores, tan lucharniegos, tan amantes de las alturas como de las bajuras, tan poco chicks, tan poco picks y tan mucho cliks, tan deslizantes, tan embriagadores, tan destascadores, tan revolucionarios como el tomate, tan devastadores como el mortero, tan inclinadores de balanzas, tan vivos como la muerte viva, tan asesinados como el peor asesinado, tan detentadores de cuerdas vocales, tan fibráticos como un olbranense a las siete de la mañana, tan limpiadores de intestinos y destinos, tan rumbóticos y tan simbióticos, tan cercanos que escribieron muy buenos libros y a veces estos se publican por fin en la minúscula españa salvadoreña y escriben cosas como éstas...


Una hora apenas después del crepúsculo
ese hombre recoge los hirientes residuos de su día
acongojadamente los pone cerca del corazón
y se hunde con un sudor de tísico aún no resignado
en sus profundas habitaciones solitarias,


y tan, tan agricultores de silencio que todavía hay quienes temen leerlos por puro miedo o porque los desconocen: El turno del ofendido, Roque Dalton, prólogo de Enrique Falcón, Editorial Baile del Sol.