30 abril 2012

Una guerra de verdad de las de antes


La guerra de los botones

Louis Pergaud

Alianza, 2011


ISBN: 9
78-84-2065-468-3

304 páginas

9,90 €

Traducción de Juan Antonio Pérez Millán





 Ilya U. Topper

Una sola vez lamenté no haber ido nunca al colegio: cuando, a los 15 años o así, me dieron La guerra de los botones y lo fui leyendo sentado bajo cualquier sombra de árbol. Porque este libro, me dije entonces, hay que leerlo de otra manera: a escondidas bajo el pupitre y con miedo a que te pillen. Ese miedo a los adultos, a la autoridad –ya la encarne el profesor, ya la encarnen los padres– que imbuye a los críos de la novela hay que sentirlo si uno quiere realmente identificarse con ellos, si uno quiere ser parte de la novela. Que es lo que uno quiere a los quince años (y más tarde también si uno no es tan desafortunado como para desaprender la pasión de la lectura).

Porque la guerra del título, aquella guerra que los críos de Longeverne, un pueblo imaginario de la Francia oriental, libran contra los de Velrans, la aldea vecina, sólo es la mitad de la historia. O quizás sea el mcguffin: el lector seguirá, con tensión y atención, la suerte de los chavales en su combate  librado con piedras, palos y muchas, muchas palabrotas, vibrará con sus victorias, llorará sus derrotas. Desde luego, los de Velrans son los malos, y dado que vemos todo a través de la perspectiva de los longeverneses, no serán simpáticos sino unos cabrones y cobardes, como debe ser el enemigo. Aunque desde luego intuimos, desde nuestra trinchera compartida, que en el fondo son iguales que los nuestros: por qué iba a ser Velrans distinta a Longeverne.

No hace falta que les cuente el argumento: los clásicos se conocen, y La guerra de los botones es un clásico donde lo haya. Tan clásico que ya ha inspirado cinco películas. La última, La nouvelle guerre des boutons, cuyo fotograma adorna la portada de esta edición de Alianza, no es en realidad un filme basado el libro sino que meramente se inspira en él para crear una historia distinta, con elementos nuevos en un contexto de la Segunda Guerra Mundial, es decir una generación más tarde. Bueno, y si ustedes no conocen aún el argumento, no les voy a estropear el gusto de averiguar por su cuenta qué exactamente pintan los botones en esta guerra (prohibido meterse en internet: los libros se leen o se dejan de leer, pero eso de averiguar el final antes de comprárselo es muy feo). 

Ahora que el libro está reeditado en castellano, no tienen excusa. Yo lo leí sin diccionario: no porque entendiera todas las palabras en francés, sino porque ninguna de las palabras que buscaba venía en el diccionario. Pergaud no se cortaba y los diálogos son reales. Tal y como hablan los críos. Agradecemos al traductor que ha sabido mantener este fundamental detalle en castellano, sin miedo, tal como Pergaud no tuvo miedo a los salones literarios.

Desde luego, por muy heróicos que quedan los nuestros en la guerra, y por mucho que nos emocionan las escenas de zafarrancho de combate, no se nos escapará el tono antimilitarista del libro, que reside precisamente en tomarse en serio la historia de la guerra de estos críos. Tan en serio como la que harían Estados o Imperios. Porque ambas se basan en el mismo fundamento, pero sólo los críos de Longeverne lo saben y se lo cuentan cuando se juntan en su escondite del bosque, provistos de –supremo delicatessen– una lata de sardinas para celebrar un verano lleno de victorias: porque siempre hemos sido enemigos. Se cuentan, porque lo saben, lo que los políticos ocultan cuidadosamente bajo la palabra patriotismo: que la guerra se hace porque se ha hecho siempre, sin razón ni motivo, ni falta que hace. Desde hace cien años, desde que los habitantes de Longeverne y los de Velrans fueron un día a la misma ermita para pedirle a la Virgen unos sol, los otros lluvia, y la cosa acabó como el rosario de la aurora.

 Pero esta guerra, la que se hace con los botones, sólo es la mitad de la historia, dije. La verdadera es la otra: la que libran estos críos contra la autoridad. Contra los padres, en primer lugar. En este pueblo, como en todos los pueblos del mundo civilizado antes de que se fue inventando una cosa llamada pedagogía (digo civilizado porque según los antropólogos, los bárbaros de las selvas amazónicas  educan a sus hijos con amor), la relación entre padres e hijos es una guerra continua hasta la sangre. Sí, han leído bien: hasta la sangre. Una guerra en la que los padres tienen todas las armas de su lado: la fuerza física y el derecho a usar la vara o el cinturón. Y los críos sólo tienen su inteligencia para buscar excusas, hurtar monedas, robar un trago de vino, agenciarse un botón. Lo que nunca he entendido es cómo, si los críos son capaces de engañar la violencia bruta de sus padres mediante la inteligencia, se vuelven violentos y brutos cuando les toca ser padres. Porque no sólo se hereda la enemistad con los de Velrans; también se hereda la guerra con los padres: son el verdadero enemigo.

 Y esto no es una metáfora, dicho sea de paso. Esto no es más que la cruda realidad que vio y vivió Louis Pergaud en los pueblos donde era profesor, en Francia oriental, pero basta con leer cualquier otro libro de Europa central, desde Zola a Stendhal, no sé por qué sólo se me ocurren franceses, para saber que esto era así en todo el continente hasta el siglo XX. Ahora nos asomamos a países vecinos como Marruecos, nos escandaliza que en los colegios coránicos se les pegue rutinariamente a los alumnos (los propios marroquíes se escandalizan), nos asusta ver lo brutas que pueden ser las bandas de chavales en una barriada de Tánger (o incluso en un barrio de Ceuta) y hablamos de culturas violentas, nos quejamos de los críos gitanos tengan costumbre de robar... y bueno, lean Louis Pergaud.

 Ah, y no sólo hablamos de la violencia: esa Francia rural de 1912 es un mundo exclusivamente masculino, un mundo en que las mujeres no cuentan nada en la casa, en el que no hay niñas en clase, y en el que es una excepción que la muchachada de 45 guerreros pueda contar con una chica, hermana de uno de los protas.

Ya ven, no todo tiempo pasado fue mejor. Seguramente eran más emocionantes las guerras de antes, las de verdad, con palos y piedras, más que jugar ahora a matar marcianitos. Pero las cosas tienen sus riesgos. Louis Pergaud murió tres años después de publicar el libro. Atrapado en una alambrada, bajo el fuego cruzado de dos pueblos vecinos y enemigos por herencia. Era la Primera Guerra Mundial. No le dispararon botones.

27 abril 2012

"Fue culpa de John, cariño. Él lo hizo"


Johnny Burnette. ¡¡A todo Rock!!

Carlos A. Del Bosque

Milenio, 2011

ISBN: 978-84-9743-454-6

151 páginas

18 €

Prólogo de Francho Angás




Fran G. Matute

A pesar de la proliferación de editoriales especializadas en los últimos años, la realidad es que la literatura musical o literatura 'rock' (sea lo que sea esto) deja mucho que desear en España. No me refiero tanto a la obra escrita en castellano sobre el fenómeno (que tiene sus particulares limitaciones, toda vez que el fenómeno 'rock' es eminentemente anglosajón), sino a las lagunas que siguen existiendo hoy día para acceder a versiones traducidas de los grandes libros del género. ¿Por qué nadie ha traducido todavía Sweet Soul Music de Peter Guralnik? Resulta incomprensible, al menos para este que os escribe.

La verdad es que por "literatura rock" podemos entender muchas cosas. Obras de ficción con un fuerte arraigo en la música o sus protagonistas, ensayos seminales sobre determinados aspectos históricos del fenómeno, biografías de artistas... Pero de unos años a esta parte, existe una editorial que pretende cubrir con originalidad el hueco que la escasez de traducciones ofrece: Milenio. En mi humilde opinión, el punto de inflexión en el catálogo de esta editorial se produjo con la publicación de Bendita locura (2001) de José A. González Balsa, un atrevidísimo artefacto que mezclaba la hagiografía y la ficción con un equilibrio sorprendente. Hay que reconocer que casi nadie daba un duro por un ensayo de más de quinientas páginas sobre Brian Wilson y The Beach Boys escrita por un gallego. Hay que reconocer que casi todo el mundo quedó fascinado con Bendita locura, no sólo por su calidad literaria sino por la labor periodística y la pasión con la que estaba escrita, por no hablar de la osadía de ficcionar ciertos pasajes íntimos de la vida del genio torturado de Hawthorne.

Decíamos que, con esta obra, la editorial Milenio comenzó a dar personalidad a su catálogo. Biografías de los más grandes nombres de la historia del 'pop' escritas por españolitos de a pie. Por allí han pasado George Harrison, The Byrds, Thin Lizzy, Willy DeVille, The Hollies, Simon & Garfunkel o The Band. Y aquí que nos topamos con Johnny Burnette, pionero del 'rock and roll', con una vida truncada por el infortunio (fallecido a los 30 años), un cancionero no recordado lo que se debiera y el sambenito de haber sido un verdadero pionero del género al que la suerte no le llegó a sonreir en los momentos adecuados. Vaya por delante que intentar biografiar a un personaje como Burnette, con una carrera tan corta y tan escasamente documentada, es digno de aplaudir. Vaya también por delante que Johnny Burnette. ¡¡A todo Rock!! no es Bendita locura, aunque seguramente nunca lo haya pretendido.

Carlos A. Del Bosque, el autor de esta obra, hace verdaderamente los deberes explorando todo el material disponible sobre la figura de Burnette, ya sea con el Rock and Roll Trio o sin él, y muchas de sus conclusiones sorprenden por la profusión investigadora que demuestra el biógrafo a la hora de traer luz sobre sucesos o datos contradictorios. Destaca también el énfasis en la relación de Johnny con su hermano Dorsey Burnette y Paul Burlison, con los que compartió sus años de formación y con los que verdaderamente creó un cuerpo musical absolutamente pionero a principios de los años 50. Los complejos de Burlison al no ser utilizado como guitarrista en las grabaciones originales (todo el mundo sabe que fue el gran Grady Martin el que suena en las mismas). La muy olvidada labor como compositores de los Burnette (sobre todo en favor de Ricky Nelson). Sus colaboraciones con el también malogrado Eddie Cochran. El paso de rockero a 'crooner' juvenil, con un estilo que le llevaría, por fin, al ansiado éxito comercial. Todo es narrado con soltura y firmeza estadística, perdonándosele por ello alguna que otra "morcilla" que el autor se atreve a incluir a lo largo del texto, sin demasiada fortuna estilística, todo hay que decirlo.

Pero el verdadero valor de leer esta obra viene, como no podría ser de otra forma, de la mano de la música sobre la que se escribe. Resulta prácticamente imposible no dejarse llevar por la pasión y la arqueología y ponerse a buscar o rescatar las cientos de canciones que se describen y analizan con precisión a lo largo de esta biografía. No creo que haya mejor piropo para esta obra que decir que su lectura promueve la compra masiva de ese mastodonte sonoro que es el 'box set' The Train Kept A-Rollin'. Memphis to Hollywood: The Complete Recordings editado por Bear Family, que ya está en camino. Solo nos queda rezar para que su profuso libreto interior no nos haga pensar que este Johnny Burnette. ¡¡A todo Rock!! es la versión traducida del mismo. Aunque bien pensado, lo anterior tampoco tendría nada de reprochable. Cualquier cosa con tal de poder leer en castellano sobre Johnny Burnette.

26 abril 2012

De la ceniza a la vida o de la vida a la ceniza



A punto de dejarlo

Enrique Baltanás

Paréntesis, 2012

ISBN: 978-84-9919-210-9

210 páginas

16 €

   



Jesús Cotta

Para los que nos pasamos la vida dejando de fumar y para los amantes de los libros inteligentes, esta novela tiene muchos puntos de interés.

Julián Arjona, el protagonista, trabaja de bibliotecario en la antigua Fábrica de Tabacos de Sevilla, hoy edificio universitario y quiere dejar de fumar. La novela transcurre en un solo día, la víspera del gran día en que se verá libre de la nicotina.

Ese propósito tan aparentemente sencillo constituye para él el inicio de una vida nueva, marcada por la salud, el amor y la plenitud. Los que, cuando fumamos nos atormentamos y, cuando dejamos de fumar, somos fumadores in pectore, nos solidarizamos con las elucubraciones del protagonista sobre el humo.

Yo, en mi lucha contra el tabaco, he agotado todos los argumentos psicológicos, biológicos, económicos, sociales... pero el libro me ha abierto un inesperado horizonte de argumentos: los filosóficos y los ideológicos. Kant, Sartre, la transición, la revolución, etc. me han revelado en este libro muchas cosas acerca del tabaco. ¿Fumamos porque tenemos vocación de ceniza, como dice el autor, para acostumbrarnos a la inminente llegada de la dama negra, o bien por un exceso de vida y de energía, aunque ello acelere la muerte? ¿El tabaco es un placer a pesar de la adicción o precisamente por la adicción? ¿Sería la solución fumar moderadamente, como aconsejaban los griegos (“Nada en exceso”) o esa solución solo sirve para gente que nace con vocación de moderación? ¿Existe gente así?

Y lo bueno es que toda esta filosofada está viva y en movimiento de las manos y de la cabeza del protagonista y su médico confidente Salvador López Cuadrado con su obra Espirales de humo, que me encantaría leer.

Los protagonistas que circulan por la obra, menos uno, que no diré quién es, son equilibristas porque buscan en medio de la tendencia natural al exceso el equilibrio que los libre del abismo. Desde fuera, unos parecen incoherentes y otros hipócritas, pero eso es solo la apariencia externa que la búsqueda interna del equilibrio produce en el observador ajeno. No estaría de mal recordarlo cada vez que despachamos a mengano y a fulano con etiquetas tales como chaquetero, chupaculos, desquiciado o superficial.

La novela está escrita en forma de diario y, aunque el tono predominante es amargo, nostálgico y desencantado, el protagonista trata bien a las personas, no se ceba con ellas, las acaba comprendiendo a todas, menos, según me parece, a él mismo.

Pero su tono amargo surte el muy positivo efecto de destruir los falsos ídolos ideológicos, mediáticos, políticos o sociales que han embaucado a tantos hombres: la coherencia política, la revolución, el éxito literario, la realización profesional, etc.. ¿Qué queda entonces en pie? El amor, que, por muy cursi que suene, es lo que uno, al final de su vida (¡Rosebud!), descubre que andaba buscando.

La novela ganó en el año 2000 el premio Tiflos y merece la pena su regreso al ruedo, porque es entretenida y con enjundia, dos cosas difíciles de conjugar. Aunque a veces uno echa en falta que el protagonista piense menos y actúe más y que dé algún puñetazo en la mesa y tenga un poco más de crótalos y castañuelas, uno se lo pasa muy bien descabezando con él las cabezas de esa hidra que nos impide encontrar lo verdaderamente valioso en este juego o sueño o río que es vivir. Si el protagonista lo encontró en el otoño de su vida, otros lo podrán encontrar gracias a su lucha en la primavera o el verano, con más estaciones que vivir por delante.

Dejar de fumar arreglará el vacío existencial del protagonista, pero no porque se vea libre de la nicotina, sino porque el adiós al tabaco es para él el adiós al desamor, a la sensación de fracaso, a la frustración como amante y como escritor. Por eso creo que, aun cuando no dejara de fumar, su vida dejaría de ser humo con solo el amor radiante que lo visita para salvarlo de la cercanía de la ceniza y de la muerte.

Pero dejo al lector la tarea de averiguar si lo consigue o no, algo que se lee entre líneas en las últimas magníficas páginas de la novela, que constituyen un cambio de perspectiva brevísimo, revelador como un relámpago y conmovedor.

25 abril 2012

Este libro duele

Parte de guerra

Edlef Köppen

Sajalín Editores, 2012

ISBN: 978-84-939076-4-8

499 páginas

25 € 

Traducción de Pilar Blanco


Daniel Ruiz García

Lo confieso: en algunos momentos de la lectura de Parte de guerra me he sentido agobiado, con cierta sensación de opresión y con ganas de sentir la brisa y respirar profundo. Como en El miedo de Chevallier, como en Sin novedad en el frente de Remarque, como en los libros bélicos de Shólojov, el campo de batalla se transforma en un lugar prácticamente tangible, de manera que resulta muy difícil guardar las distancias con los personajes y sobre todo con sus padecimientos, con los que llegamos a empatizar de manera desagradable. Digámoslo claro: Parte de guerra no es un libro apacible. Es más bien todo lo contrario. En el libro hace frío, muere mucha gente, y todo es más bien absurdo. Como la guerra que retrata, y que nos lleva a cerrar el libro con la convicción reforzada de que cualquier contienda nunca está lo suficientemente legitimada porque nos degenera y embrutece como especie.

Se ha comparado este libro con el de Remarque. Como en aquél, en Parte de guerra se nos cuenta la Gran Guerra desde las filas alemanas. Como Sin novedad en el frente, el libro de Köppen es un canto antibelicista. Sin embargo hay elementos que los distancian. En muchos momentos, Köppen opta por un estilo que recuerda al de Remarque: sencillez, parquedad, rotundidad expresiva. Pero probablemente Parte de guerra resulte más audaz, y también más arriesgada: en su ambición por construir un gran friso antibelicista, el escritor alemán incorpora abundante información documental, cartas, fragmentos de discursos, incluso anuncios de prensa de la época, agrandando las implicaciones de la Gran Guerra que el protagonista padece en primera persona y dando como resultado un vívido calidoscopio aparentemente variado pero con una dirección de enfoque muy clara: mostrar el horror de la guerra y sus miserias vinculadas, entre ellas la propaganda, cuya acerada denuncia fue con toda probabilidad la causante de que el libro fuera prohibido cuando Hitler llegó al poder. 

La historia resulta triste, salvaje, desquiciada, pero impresiona pensar, conociendo la biografía del propio Köppen, que él debió invertir poca imaginación en el relato. Al parecer, como el protagonista de la novela, completó toda la guerra como artillero, estuvo en el infierno del Somme, fue gravemente herido y tras ser declarado loco por su antibelicismo fue internado en un hospital psiquiátrico militar. Todo ese periplo es el que se cuenta en Parte de guerra, un libro que, a pesar de su carga angustiosa, resulta muy difícil de abandonar. Página tras página, decepción tras decepción, horror tras horror, uno sólo tiene ganas de que llegue el fin de la guerra, de que concluya esa agonía que uno llega a padecer por contagio, y que en los tramos finales juguetea incluso con el disparate. No es un libro que piense en volver a leer, aunque sí es un libro que recomendaría: las caídas duelen, pero conocer el dolor nos ayuda a caminar con más tiento.

24 abril 2012

Arte de marear al lector




Renta antigua

Jon Juaristi

Visor, 2012. Colección "Palabra de Honor"

ISBN: 978-84-9895-077-9

78 páginas

16 €





Juan Carlos Sierra

Supongo que cuando uno se va acercando a cierta edad provecta, al hilo del evidente y natural deterioro físico, van apareciendo unas inquietudes de las que no tuvo noticia el inestable veinteañero ni el melancólico cuarentón. Aunque se han dado casos -literarios y no literarios- de adolescentes metidos a jubilados cascarrabias e invocadores de la parca, lo más común es que uno empiece a acordarse de santa Bárbara cuando truenan las articulaciones del cuerpo o la memoria.

Digo esto porque Jon Juaristi (Bilbao, 1951) -hagan cuentas- nos entrega un libro, Renta antigua, en el que se subraya, sobre todo, lo presumiblemente poco que queda por hacer en comparación con lo vivido. Y de acuerdo con esta clave y los desasosiegos que pueda producir, se articula un discurso de diferentes tonalidades.

La conciencia de final de trayecto y de cierto ajuste de cuentas con el pasado que evidencia el conjunto de los poemas que componen Renta antigua podría haberse poetizado desde la gravedad y el rictus serio y preocupado; incluso desde la elegía. De hecho, el arranque del libro induce a pensar que el tono del libro va a encaminarse por estos derroteros. Sin embargo, a la vuelta de un par de poemas, irrumpe en el libro el tono irónico, la humorada, el poderoso extrañamiento y la necesaria distancia de quien se ríe de todo, incluso de los clásicos sacralizados por la tradición literaria en materia de finales de trayecto vitales ("Ligero de equipaje"). Y así se mantendrá hasta que de nuevo se retome la senda del inicio. Y luego, vuelta al jugueteo, a la chispa, al jijí-jajá. Y…

No sé si se trata de homenajear a su Arte de marear (Hiperión, 1988), pero Jon Juaristi consigue efectivamente "marear" un poco al lector con tanta ida y venida del humor a la seriedad, del chascarrillo -a veces con pinceladas de parodia intertextual- a lo solemne. A ello contribuye además la falta de una estructura más o menos definida en el libro; a no ser que esta se sustente precisamente en la marea de bromas y veras, en cuyo caso el efecto sigue siendo el mismo.

En cuanto al "arte" de Jon Juaristi, el escritor bilbaíno usa y abusa del metro clásico y de la rima más sonora, la consonante, que consigue en multitud de ocasiones acercarse -¿intencionadamente?- a lo ripioso. No se le puede negar, no obstante, a Juaristi su habilidad en el manejo de las formas poéticas tradicionales, que se manifiesta especialmente cuando las retuerce forzando su estructura clásica -muy frecuentemente con alguna suerte de pie quebrado- para ajustarlas a sus necesidades expresivas. A esto hay que añadir además la parodia, especialmente conseguida en los poemas "Dos de Mayo" y "Canto de frontera".

Está bien eso de reírse de lo más grave con las más solemnemente tradicionales herramientas líricas, porque el humor es una cosa muy seria y la "automofa" un signo de inteligencia -o un arma preventiva ante los ataques externos-. El problema que plantea el libro es que quizá el lector salga de él un poco aturdido por no saber muy bien a qué atenerse, aunque hay que plantearse al mismo tiempo que probablemente la intención del autor no fuera la de ofrecer respuestas cerradas, sino la de mantener abierta la puerta a las preguntas.

En todo caso, la cuestión más alarmante que queda pendiente al cerrar el libro es qué pretende exactamente Jon Juaristi con su Renta antigua, porque tanto chiste más o menos facilón deja paradójicamente un amargo sabor de boca y cierta insatisfacción. O a lo peor para quien suscribe esta reseña es que no se ha enterado de nada.

23 abril 2012

Pack apocalíptico

José Martínez Ros

Entre los archivos del distrito

Kenneth Bernard

Errata Naturae, 2012. Colección "El pasaje de los panoramas"

ISBN: 978-84-15217-17-6

216 páginas

19,90 €

Traducción de Carmen Torres García




Errata Naturae nos trae esta semidesconocida novela de culto del también semidesconocido Kenneth Bernard. Su trama nos conduce al clásico futuro diatópico en el que la individualidad, simbolizada por el protagonista, un individuo solitario y huraño que pasa su vida de forma banal, dedicado a la observar los pequeños cambios que se producen en el mundo que le rodea, está a punto de extinguirse bajo el peso de una opresión constante y silenciosa. 

La receta es sencilla: tomamos algo de Kafka, en este caso, la existencia de una burocracia omnipresente e inaccesible que vigila la vida de todos los ciudadanos, que rinden cuenta ante ella por medio de todo tipo de procedimientos absurdos; algo del Canetti de Auto de fe: un personaje aislado y obsesivo, que ocupa todo su tiempo con sus pequeños rituales cotidianos, mientras trata de evitar a los diversos malhechores que florecen en una sociedad podrida; y por un último, un buen chorro del 1984: como en la gran novela de Orwell -como en Brazil de Terry Gilliam, como en El cuento de la doncella de Margaret Atwood, otras dos hermanas mayores de esta obra- el anónimo protagonista decide llevar a cabo una minúscula rebelión sin esperanzas de éxito. Recorrida por un humor oscurísimo, Entre los archivos del distrito funciona mucho mejor como descripción de un universo gris y apático que como canto a la libertad personal, pero no deja de ser una curiosa novela y una lectura agradable.






Revolver
Matt Kindt
Norma, 2012
ISBN: 978-84-679-0691-2
192 páginas
22,50 €
Traducción de Ernest Riera





Imagina que tu vida se escinde: por un lado, el mundo real, levantarse temprano, ir a la oficina, donde te espera un trabajo alienante, una jefa tiránica, una novia insustancial; al otro lado del espejo, cada vez que te duermes, un mundo en el que todo se colapsa aceleradamente, el gobierno bombardea las ciudades, se producen atentados terroristas a diario, una terrible pandemia empieza a extenderse... y en el que, paradójicamente, te siente mejor; vives una existencia azarosa, llena de peligro y experiencias traumáticas, pero, al menos, vives. Los personajes que conoces también están allí, al otro lado del espejo del sueño, pero sus roles también han cambiado; y quizás allí, puedes ser, incluso, un héroe… ¿En cuál de los dos mundos preferirías residir permanentemente?

A esa disyuntiva se enfrenta John, el protagonista de Revolver. La clave de esa existencia dual parece estar en manos de un misterioso personaje asentado en San Francisco, y tanto en sus "sueños" como en la "realidad", parte en su busca… Editada por Vertigo, la división de DC enfocada a un público más adulto en la que han explotado algunos enormes talentos, como Grant Morrison (El asco), Alan Moore (V de Vendetta) o Neil Gaiman (Sandman), Revolver está a la altura de sus antecesoras y es la novela gráfica más impactante que este humilde reseñista ha podido leer en mucho tiempo. Con un dibujo esquemático y efectivo, Kindt diferencia hábilmente ambas realidades sin que la transición entre una y otra se vuelva nunca mecánica y nos sumerge en una historia borgiana, claustrofóbica y misteriosa. Revolver, representa, asimismo un gran homenaje al imaginario de uno de los más grandes escritores del siglo XX, Philip K. Dick -piensen en Ubik El hombre en el castillo, obras atravesadas por el temor a no saber reconocer lo que no es "real", a vivir en universos ficticios-, lo que también nos recuerda a la última (y muy recomendable) sensación del cine 'indie' norteamericana, la inquietante Take Shelter. Si van a leer un cómic -al menos, uno- este año, Revolver sería una magnífica elección.

20 abril 2012

Hierba y arena en verano; nieve y asfalto en invierno


Hambre y seda

Herta Müller

Siruela, 2011. Colección "El Ojo del Tiempo"

ISBN: 978-84-9841-619-0

186 páginas

18,95 €

Traducción de Isabel García Adánez



 
Sara Mesa

Me gusta mucho Herta Müller. Muchísimo. Su prosa acerada y certera es una de las mejores muestras que conozco de la unión en una obra entre ética y estética. Para Müller, ambas cosas son lo mismo. Con un lenguaje poético, seco, brillante, despojado de retórica pero impregnado de sentido, Müller habla en sus libros de la atrocidad de las persecuciones políticas, la represión, la falta de libertad, la pobreza y la humillación de los seres humanos bajo las dictaduras. Me deslumbraron los relatos de En tierras bajas, El hombre es un gran faisán en el mundo y El rey se inclina y mata, todos ellos publicados en Siruela, por esa capacidad de condensación en el lenguaje de realidades tan complejas. A través de imágenes, frases abruptas y giros inesperados, la escritora nos pone ante los ojos un mundo de desolación y desamparo. No podemos dejar de mirarlo: nos apela. Y es así porque en su obra hay autenticidad. Hay fuerza. Y hay, también, experiencia.

Ahora se edita este conjunto de textos -la mayoría de ellos procedentes de conferencias- bajo el título de Hambre y seda. En ellos se aborda de nuevo el tema de los regímenes totalitarios y su repercusión en la vida cotidiana de las gentes, esa “telaraña de detalles y nimiedades que amenazaban la vida a diario”, como la misma autora dice. Los textos se agrupan en cuatro bloques, precedidos de una introducción (“Sobre la frágil institución del mundo”). En ellos se reflexiona sobre las consecuencias de la dictadura de Ceaucescu, pero también sobre la etapa posterior de Iliescu y sobre la guerra de los Balcanes.

Para los que aún no sepan los detalles, hay que decir que Herta Müller (Nitzkydorf, 1953) es descendiente de suabos emigrados en Rumanía. Muy crítica con el régimen de Ceaucescu, se vio obligada a abandonar el país en 1987 por defender los derechos de la minoría alemana. Previamente se había negado a colaborar con la Securitate -la policía política rumana-, perdió su trabajo por ello, fue interrogada y perseguida durante años y le fue prohibido publicar. Sabe, por tanto, de lo que habla.

En estos textos, Müller describe con acidez y minuciosidad la vida de la gente “corriente” bajo la dictadura, ese mundo gris y árido de miseria, hambre, incultura y miedo que se desarrollaba ante la mirada paternalista y megalómana del tirano y su esposa. Reflexiona sobre el poder del lenguaje -lo que se dice y lo que no, el significado que se le otorga a las palabras, el control de ese significado por la propaganda oficial-, el odio racial y étnico, la discriminación de las minorías -incluidos los gitanos rumanos-, la irrupción de las normas en todos los ámbitos de la vida privada, el clima de desconfianza mutua que se instala entre los habitantes bajo una dictadura. Nos dice Müller que nadie que viva en democracia puede comprender este horror. Nos pide, de algún modo, que hagamos el esfuerzo de comprenderlo. Pero cuesta. Sabemos muchas cosas, pero nos produce escalofríos conocer los detalles: la policía podía detener e interrogar en cualquier momento a cualquier persona, entraban en las casas y las registraban sin que nadie pudiera denunciarlo, obligaban a los ciudadanos a colaborar en la vigilancia de sus compañeros de trabajo, la libertad de expresión y de reunión estaban prohibidas, uno ni siquiera podía disponer de su propio cuerpo, debían formarse colas de horas y horas para conseguir tan solo un pedazo de bloque “hecho de pescuezos, alas, patas y cabezas de gallina”, los jubilados morían de hambre y frío en las calles, se hacía desaparecer a los disidentes en supuestos accidentes de tráfico o suicidios. El catálogo de barbaridades es terrible. Y afectaba a la vida por completo.

Uno de los textos más demoledores es el que da nombre al conjunto, “Hambre y seda”. Ahora que nuestro ministro de Justicia apela a la maternidad como baluarte de no sé qué esencia en la mujer, todos deberíamos leer este pequeño ensayo en el que se habla del sometimiento de las mujeres, convertidas por el régimen de Ceaucescu en meras máquinas de engendrar hijos. El aborto estaba prohibido y castigado, así como los métodos anticonceptivos. Se aspiraba a que cada mujer fértil tuviese cinco hijos (aunque luego no pudiera alimentarlos) y se las sometía a revisiones ginecológicas forzosas por médicos que en muchos casos eran solo interrogadores de la Securitate. Los abortos clandestinos eran frecuentes y trágicos. El mero hecho de ayudar a una mujer que se estuviese desangrando por haber intentado inducirse el aborto podía conducir al cómplice directamente a la cárcel. La propia Müller nos cuenta cómo ella misma, para provocarse un aborto, llevó durante tres días y tres noches, a escondidas y sin dejar de ir a trabajar, unas agujas de hacer punto metidas en el útero. Ese era uno de los métodos de inducción que circulaba entre rumores, pero no el más peligroso. Las mujeres más pobres quedaban a expensas de médicos clandestinos y sin escrúpulos. Las mujeres del régimen, en cambio, no tenían ese problema: ellas sí podían abortar. Leyendo este texto uno revive la atmósfera opresiva de la magnífica película Cuatro meses, tres semanas y dos días, de Cristian Mungiu.

Herta Müller es radical -en el sentido de ir hasta la raíz- y por eso desconfía de las utopías en tanto que grandes sistemas que mutilan la individualidad: “Las utopías son sueños. Sólo que nunca se sabe quién empieza a soñar. Si hay un puñado de personas que toman en serio ese sueño, suelen ser un puñado de fundamentalistas, de gente a medio educar o de analfabetos. Ellos son los únicos que sueñan en nombre y a costa de otros (…) Y cuando un puñado de personas sueña, varios millones se echan a temblar”. Defiende la importancia de los detalles, de las vidas individuales que componen una sociedad: “Quien no puede vivir con el detalle, quien lo prohíbe y lo desprecia se vuelve ciego. De mil detalles nace algo, pero no es una vida abstracta, recta como un hilo tensado, no es un consenso común, no es una utopía”. Su forma de escribir se basa por eso en los detalles -he ahí esa unión entre ética y estética de la que antes hablé-, en la descripción de esas vidas y en mostrar cómo a través de sus marcas se puede ver la aberración de la dictadura. El estilo de Müller no es poético por una cuestión formalista: lo es porque es reflejo de su visión ética de la sociedad. En este conjunto de ensayos consigue mantener este estilo, difuminando las fronteras del ensayo parar entrar en su textura literaria habitual. Aparecen personajes de sus relatos y novelas, como por ejemplo los locos de la ciudad (una enana, una vieja, un filósofo), de los que extrae esta inquietante reflexión: “Mostraban el estado en que nos hallábamos todos. Encarnaban la demencia, eran simplemente lo que se veía tras la apariencia de aquel régimen, ni más ni menos. Se me caía el alma a los pies al verlos. Si todos fuéramos acordes con cómo estamos de la cabeza, pensaba, iríamos por ahí comiendo hierba y arena en verano y nieve y asfalto en invierno”.

Este es el lenguaje y la cosmovisión de Herta Müller: puro gancho. Sus lectores no quedarán defraudados con este libro. Y los que aún no lo sean, quedarán atrapados, estoy segura.

19 abril 2012

Con Dios de nuestro lado

El poder del perro

Don Winslow

Debols!llo, 2011. Colección "Best Seller"

ISBN: 978-60-7310-842-3

720 páginas

9,95 €

Traducción de Eduardo G. Murillo

Prólogo de Rodrigo Fresán


Fran G. Matute

Bob Dylan escribió "With God On Our Side" a modo de alegato en contra de la Guerra de Vietnam. Al parecer, la letra de la canción estaba inspirada en una frase del Evangelio de San Pedro: "Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar en contra nuestra?", que era lo que pensaban todos los ejércitos del mundo que rezaban a sus dioses antes de cualquier cruento enfrentamiento, con el objetivo de que la ayuda divina les devolviera su territorio o les permitiese alcanzar la ansiada paz. Pero, como ya sabéis, todas las guerras tienen sus vencedores y vencidos, así que al menos uno de esos dioses (si es que no era el mismo, que también podía pasar) no solía hacer mucho caso a las oraciones.

La guerra que Don Winslow narra en El poder del perro (2005) es la de la droga. La que llega a los Estados Unidos desde México. Verdaderamente es la contienda más longeva de todos los tiempos y la única sin un final aparente, por mucho que recen las partes implicadas, que son cuatro: la Drug Enforcement Administration (DEA), los cárteles mejicanos, la iglesia católica y la mafia irlandesa. Y creedme, todos ellos son temerosos de Dios y rezan con todas sus fuerzas. Pero os sorprendería escuchar las plegarias que hacen a Jesús. Ya sea a Jesús Malverde o a Jesucristo. Da igual. Porque piden por lo mismo: venganza.

El poder del perro comienza con una de las primeras actuaciones de la DEA, la llamada Operación Cóndor, dirigida a exterminar los campos de amapolas situados en la frontera mejicana a principios de los 70, estableciéndose un paralelismo evidente entre la guerra contra los opiáceos y Vietnam (como ya pusiera de manifiesto Robert Stone en su celebérrima Dog Soldiers, en cierto modo, referente indispensable para esta novela de Winslow). Repitiéndose los mismos errores. Desperdiciando recursos. Alimentando y extendiendo el cáncer más que erradicándolo. Y así durante más de treinta años, a través de una compleja red de relaciones entre varios países y actores, hasta nuestros días.

A pesar de ser ambiciosa en extensión y alambicada en la construcción de personajes y conexiones, esta obra pivota sobre la figura de Art Keller, personaje teóricamente destinado a ser el héroe de la novela. Pero Winslow deja bien claras desde el principio sus contradicciones. Si quieren, Keller sería una especie de Jack Bauer, de Vic MacKey, de Jimmy McNulty. Sí, héroes de la ficción televisiva (volveremos a esta idea). Que alcanzan mucho más realismo que los cinematográficos. Héroes imperfectos. Anti-héroes en la mayoría de los casos. Empeñados en su tarea pero dispuestos a saltarse todas las reglas por conseguir sus objetivos. Objetivos que no son la paz mundial ni hacer del mundo un lugar mejor. Son puramente personales. Son la venganza, ya lo hemos dicho. Keller sólo quiere vengar a un ser querido. Muy romántico todo. Hasta que te lo cuenta Don Winslow.

Porque El poder del perro es de una contundencia aplastante. No importa que el estilo de Winslow sea, en ocasiones, extremadamente visual o telegramático, pues es tal la fuerza del relato que temáticamente El poder del perro resulta imbatible. Es un texto que te muerde y no te suelta (perdón por la metáfora fácil). Que te lleva arrastrando de la solapa durante días, semanas, lo que el tiempo libre y el insomnio te permita dedicarle. Y es que Winslow está tan confiado en la adicción que genera su material que no parece preocuparle mucho más que contar lo que sabe -y vaya si sabe, vaya si hay un trabajo periodístico detrás- sin demasiadas florituras.

Por ello no nos extraña que se hable de una más que posible adaptación de la novela a la televisión. Sin duda, El poder del perro es carne de la HBO, a la que se cita en un par de ocasiones probablemente a modo de guiño del autor. También los referentes son claros: a medida que se sumerge uno en la novela va visualizando imágenes de Los Soprano, The Wire o Breaking Bad. Quizás sea esta aparente "facilidad textual" la que parece estar confundiendo, por otro lado, al mundo editorial. Qué error tan grande es publicitar la nueva edición de bolsillo de esta tremenda y espeluznante novela como algo parecido al nuevo Larsson. Si bien es cierto que Winslow ha facturado otras novelas con mayor o menor vocación de 'best seller', el caso es que El poder del perro -ya lo dice Fresán en el prólogo- es otra cosa. Aquí Winslow se pone a la altura de Tom Wolfe, de James Ellroy, de David Simon. Aquí Winslow comienza cada capítulo citando a Kris Kristofferson, a Tom Waits, a Townes Van Zandt. Definitivamente, estamos ante un texto que va mucho más allá en intención literaria.

Que El poder del perro se ha convertido en un superventas es algo que ha ocurrido por méritos propios y es algo maravilloso. Pero prevénganse los pusilánimes de comenzar a leerlo pensando que están ante una simple historia de drogas, tiros y mafiosos. Prepárense para vivir una epopeya de putrefacción, violencia, traiciones y sacrificios de una repugnancia tal que probablemente se sientan asqueados del ser humano durante una buena temporada. Y si eso ocurre, que Dios les coja confesados...

18 abril 2012

'Sitcom' en viñetas

Memorias de un hombre en pijama

Paco Roca

Astiberri, 2011

ISBN: 978-84-15163-31-2

140 páginas

16 €


Joaquín Blanes

Existen tantos nombres para la historieta o el cómic que es difícil saber a cuál de ellos aferrarse para describir determinadas obras de este género. Si narrativa gráfica, como proponía Will Eisner, por ser un arte secuencial; si viñeta por dibujarse en este tipo de marcos; si tira cómica, por su gracia; si TBO, si la madre que parió al cordero. En cualquier caso, lo que importa es el contenido de la obra y no su definición exacta, que es más cosa de semióticos e ínclitos entusiastas de catalogarlo todo, como hace mi madre con los 'tuppers' que guarda en el congelador.

A la espera de que el próximo 20 de abril publique su última obra con Astiberri: El juego lúgubre, hacemos un repaso al último libro publicado hasta la fecha por Paco Roca: Memorias de un hombre en pijama.

Esta historieta o cómic está diseñado al estilo de las tiras cómicas que solían publicarse en los periódicos anglosajones. Un ofrecimiento del periódico Las Provincias y que después Astiberri recopiló para transformarlo en libro. No hay nexo entre una historia y otra, no existe una continuidad narrativa, son situaciones cotidianas, autobiográficas, en la vida de un dibujante de cómics que celebra la ofrenda del día laboral en pijama. De hecho, en la presentación del libro, Paco Roca acudió con esta prenda de vestir que tanto le gusta.

Existen, eso sí, un sinfín de estereotipos propios de un hombre madurito, entrado en los 40, cuyas situaciones cotidianas las refleja con una imaginación y un humor que simpatizan con el lector y hace que, los que andamos en esa ominosa etapa de madurez, nos veamos reflejados con facilidad, sonriendo con agrado ante ciertas situaciones de nuestra vida que, por alguna cuestión, todos hemos vivido. Porque todos tenemos un amigo Aries que pasa las noches de soltero acodado a una barra buscando presa fácil, todos nos hemos reunido alrededor de una mesa con viejos amigos para descubrir que la alopecia es una dolencia común entre los hombres, que los que tienen hijos tienen toque de queda, que el ardor de estómago después de una comilona y dos copas de más es un paradigma incuestionable y que, como decía Ambrose Bierce, embriagarse, no es más que "celebrar con ceremonia apropiada el nacimiento de un noble dolor de cabeza".

Y esto es sólo el principio, porque luego están ellas, las mujeres, también con sus estereotipos reconocibles. Porque cuando hacemos oídos sordos a los que nos aconsejan nuestra señora, aunque parezca más bien un mandamiento, después recibimos la consabida sentencia de: "¿Ves como te lo dije?".

Podemos tomar como ejemplo las 'sitcoms' americanas, desde Friends hasta Reglas de compromiso, elaborar un listado de idiosincrasias de cada uno de los personajes y nos daremos cuenta de que si algo así sigue funcionando, es porque los estereotipos son tan ilustrativos como necesarios para tomarse la vida con un poco de sentido del humor y aligerar el peso de los años.

Este libro es un excelente muestrario de esas situaciones habituales y comunes en todos nosotros y si no en nosotros mismos, siempre podremos identificar a Piscis, Aries, Virgo o Acuario con alguno de nuestros conocidos.

Las virtudes de Paco Roca no son puntuales, nada más lejos de la flauta y el asno. Con Arrugas obtuvo el Premio Nacional de Cómic en 2008, porque esa obra, ahora adaptada al cine, posee la dignidad de mostrar una enfermedad como el Alzheimer con un delicado sentido del humor que hace de la obra una joya indispensable para todo aquel que guste de este mundillo de carboncillo y tinta china. Aunque también es cierto que es una historia a la que muchos no han podido acercarse por el miedo a recordar lo que con frecuencia rodea a nuestros abuelos.

Con El invierno del dibujante, realizó una obra bastante digna y con estas Memorias de un hombre en pijama, por poner un par de ejemplos, Paco Roca demuestra que nada es gratuito, que detrás de sus obras hay un trabajo de observación y dedicación muy envidiable. No existe en él un acierto aislado, porque tiene la sensibilidad, el humor y el ingenio de actualizar los roles para potenciar las situaciones cotidianas en los que las cuestiones más elementales de convivencia y trato entre pareja y amistades son tan reales que uno se ve reflejado en ellas sin acritud, asintiendo mientras sonríe al verse en el espejo de las relaciones humanas. Arrugas fue un éxito merecido, El invierno del dibujante debería haber tenido más repercusión de la que tuvo, Memorias de un hombre en pijama parece haber funcionado bien, y a la atenta espera de El juego lúgubre, deseamos que el trabajo de este valenciano no decrezca en calidad y su reconocimiento siga creciendo y no caiga en el olvido, que es lo que suele pasar tiempo después de recibir un honroso Premio Nacional.

No existe la suerte, existe el esfuerzo, el devanarse los sesos continuamente por sacarle punta al lápiz (permítanme esta metáfora tan pueril tratándose de un cómic) y establecer un diálogo continuado con el lector de estas viñetas que puedo asegurar resultan como ese amigo gracioso que todos tenemos que cuente lo que cuente, sólo por el modo en que lo narra, ya nos produce una risa llena de camaradería.

17 abril 2012

Bloom dicta sus últimas lecciones


Novelas y novelistas. El canon de la novela

Harold Bloom

Páginas de Espuma, 2012

ISBN: 978-84-839-3091-5

872 páginas

29 €

Traducción de Eduardo Berti


José Martínez Ros

Harold Bloom, el célebre,anciano y gruñón autor de El Canon Occidental, un ensayo tan “problemático” -por usar uno de sus adjetivos favoritos- como tal vez necesario regresa a nuestras librerías con esteinteresantísimo y desigual Novelas y novelistas, aunque habría quedado mucho mejor sin el subtítulo de El canon de la novela -con toda seguridad, impuesto por sus editores- que resulta falso e innecesario. Sin ninguna pretensión exhaustiva, lo que aquí nos ofrece Bloom es una recopilación de breves estudios sobre unos cincuenta grandes novelistas, casi todos ellos anglosajones del siglo XVIII al XX, con alguna que otra incursión en tradiciones paralelas, como la francesa o la rusa.

Así nos lleva desde los muy cervantinos Daniel Defoe y Swift a Pynchon, el último gran narrador norteamericano que Bloom parece conocer en profundidad. Que los dos últimos ensayitos correspondan a dos autores tan menores y prescindibles como Amy Tam y Paul Auster y no a escritores coetáneos infinitamente superiores como Coetzee, Naipaul, Atwood, Lessing o Ishiguro nos confirma que el gran crítico de nuestro tiempo ya no siente un excesivo interés por la literatura más contemporánea, ni siquiera la escrita en su idioma. Pero dentro de esos límites temporales y geográficos, Novelas y novelistas resulta un estudio tan instructivo y recomendable como discutible (y entretenido) sobre el siempre complejo arte de la literatura.

Pero lo mejor del libro es, sin lugar a dudas, el propio autor.

Canon tras canon, ensayo tras ensayo, nos hemos acostumbrado a su a veces estrafalaria, áspera e injusta, pero siempre interesante y valiosa sapiencia de este orondo sabio judío que alberga en su memoria, y supongo que inherente ya casi en los (sus) genes, buena parte de la herencia cultural de Occidente. Sus obsesiones freudianas -todos los autores relevantes, todos los artistas de valía, ya sean hombres, mujeres, cristianos, ateos, socialistas, judíos o budistas, están obsesionados con superar a sus predecesores y anular a sus contemporáneos, algo con lo que cualquier persona que haya asistido a un congreso de literatura estará básicamente de acuerdo-; su feroz odio a lo políticamente correcto; su rechazo hacia las feministas y marxistas dogmáticos que desean reducir el arte a un conjunto de “factores sociales” o “conflictos de género”; su antipatía por deconstruccionistas y estructuralistas y demás ralea; y su inquebrantable esteticismo -la belleza por encima de todo- son, para sus lectores habituales, parte del encanto de este último gran dinosaurio de la erudición literaria.

(Por fortuna, también nos queda su también formidable -y aún más divertida- discípula Camille Paglia, la autora de Sexual Personae).

Llevo mucho tiempo leyendo a Harold Bloom. Con todas sus manías y fobias, que son muchas, y estoy seguro de que, cuando nos falte le echaremos muchísimo de menos.

16 abril 2012

Sucias y en sepia



Moravia

Marcelo Luján

El Aleph, 2012

ISBN: 978-84-1532-519-2

160 páginas

19,50 €




Daniel Ruiz García

No es cuestión de destripar la novela, así que sólo diré que la historia que Marcelo Luján teje en Moravia tiene como punto de partida y de llegada El extranjero de Camus. Me atrevería a añadir que la deuda que Luján contrae con esa novela no tiene que ver sólo con la trama, sino también con el estilo e incluso con la esencia de El extranjero y con su condición de obra breve.

Porque es cierto que un libro de más de 150 páginas como el que nos ocupa no es encasillable, aparentemente, en la categoría de novela corta. Sin embargo la concentración cronológica de la historia, la brevedad de los capítulos y la forma de desvelamiento de la trama dejan en el lector la sensación de haber leído más bien una novela corta. O será por la capacidad del autor para alumbrar un relato intenso, bien labrado, en un equilibro constante entre la contención y la expresividad, a lo que ayuda mucho, desde luego, el ambiente gaucho en el que se desarrolla buena parte de la trama.

Cabría, no obstante, diferenciar dos partes en esta novela: una primera, más morosa, en la que los personajes son introducidos a través de la presentación de su biografía, sobre el tapete de un viaje algo intrigante hacia el reencuentro con el pasado; y una segunda, más directa, áspera, rítmica y sincopada, donde la lectura inevitablemente se precipita, otorgando el verdadero fuste literario a la novela.

Luján escribe realmente bien. Sabe administrar la información, limpiarla de elementos accesibles, pero al mismo tiempo embellecer el texto con aportaciones de fuerte expresividad y dimensión poética. La forma en que hace hablar a los personajes resulta enormemente atractiva, porque siempre parecen saber mucho más de lo que hablan. El elemento de intriga está muy bien dosificado y contenido, generando cierta sensación de extrañamiento en la lectura que ayuda a mantener la tensión.

En cuanto al qué, se trata de una historia muy en la órbita de El extranjero: el absurdo existencial, que en este caso se mezcla con –me parece- una reflexión sobre las consecuencias del embrutecimiento y la miseria, y de las pulsiones que lo mueven, capaces de sortear a la propia sangre. Una historia que habla de la Argentina profunda, y que evoca vagamente los territorios orilleros del Borges de Hombre de la esquina rosada, escenarios no muy distintos de la España profunda del terruño de los retratos más feroces de Cela o Delibes. Historia de tierra yerma, de sangre inútil y de reencuentros truncados, que Luján construye a través de un retrato que se me antoja sucio y en sepia: como esas fotos que no apreciamos pero están ahí, infames, brutales, refractarias al olvido.

13 abril 2012

La mujer del César

La excluida

Luigi Pirandello

Funambulista, 2011. Colección "Grandes clásicos"

ISBN: 978-84-9390-455-5

308 páginas

26 €

Traducción y postfacio de Gian Luca Lisi


José M. López

Nunca me ha hecho ni pizca de gracia aquella vieja acuñación que reza que la mujer del César no solo tiene que ser honrada, sino, además, parecerlo. La apariencia, el deseo de mostrarse moral o virtuoso ante los demás supone un yugo de acero, una presión social que nos afecta a todos, no solo a las mujeres. Debido a la posición marginal a la que durante siglos ha sido sometida, es normal elegir la figura femenina para encarnar sentimientos de exclusión y opresión. A partir de las penalidades e injusticias soportadas por las protagonistas de los dramas lorquianos, por ejemplo, el lector ve reflejados todos los abusos y atropellos que puede llegar a sufrir cualquier persona, independientemente de su sexo. Cuando la Nora de Ibsen, al descubrir que para su marido tan solo es un objeto de su propiedad, decide dejarlo, todos nos sentimos algo más libres y despojados de las cargas que, en mayor o menor medida, nos subyugan. En estas grandes creaciones el autor utiliza lo anecdótico, la historia particular de su protagonista femenina para transmitir valores e ideas universalmente válidos. Y si bien es cierto que estas enormes obras suponen un válido testimonio de la situación de discriminación de la mujer en una época concreta, creo que también pueden leerse como tratados donde la figura femenina encarna a la víctima de los abusos que todo ser humano puede llegar a padecer. No así sucede con ciertos libros hoy día tildados de feministas o “protofeministas”, donde el autor parece tan solo interesado en la coyuntura concreta de cierta mujer en su batalla mísera y cotidiana contra el hombre, sin tener la menor pretensión -o quizás es que no sabe hacerlo- de reflejar afectos o inquietudes que puedan interesar más allá de la circunstancia concreta que se está plasmando. El resultado final es que esta literatura deja de interesar hasta a las propias mujeres. ¿Socialmente necesarias? Quizás, pero como objeto literario a mí no me llegan a interesarme.

La excluida, primera novela de Luigi Pirandello y publicada originalmente por entregas, podemos colocarla en el primer grupo al que nos hemos referido. El autor siciliano nos presenta la situación de aislamiento social sufrida por Marta, una mujer de un pequeño pueblo, cuando su marido la acusa de haberle sido infiel. No se ha demostrado nada, no hay pruebas de esta injusta acusación pero eso no importa. A los ojos del pueblo la apariencia ya lleva consigo, irremediablemente, la condena. Los rumores, las críticas de la gente se muestran como fuerzas creadoras de realidades ignominiosas. Sin embargo, la protagonista no se resigna a poseer a su posición de aislamiento, y, si bien su familia y amigos parecen haber sido contaminados por esta deshonra social, ella no está dispuesta a caminar, como su hermana o su madre, cabizbaja, por lo que se niega a dejar de mirar de frente a su vecinos. El personaje de Marta simboliza la mujer independiente que busca la salida a la represión a través de la formación y del estudio. Solo de este modo podrá encontrar trabajo e independencia económica para así erigirse en padre y protector de su hermana y su madre viuda. La figura de Marta aparece ensalzada a lo largo del libro, y se la caracteriza como alguien excepcional, precisamente por su normalidad, en oposición a los demás personajes que son descritos como moralmente reprobables y de un aspecto que roza lo grotesco. Su propio marido, Rocco, siempre aparece con la cara carcomida y con aspecto apesadumbrado, heredero de una maldición familiar que condena a todos los miembros de su familia a ser engañados por sus mujeres, como ya lo fue su padre y su abuelo. No pretendo caer en la siempre aburrida "falacia biografista", pero observamos aquí la alargada sombra del padre de Pirandello, que, según parece, sufrió este mal córneo en primera persona. Pero, a diferencia de lo que sucedió al padre del autor, Marta no llegó a engañar a su marido, y este, en su fuero más profundo, lo sabe. Lo que sucede es que no puede mostrar su debilidad ante el personaje con mayor fuerza e influencia en la novela, alguien que no se ve, no puede tocarse y no tiene nombre. Nos referimos al pueblo, a la gente, ese individuo colectivo contra el que nada puede hacerse, frente a cuyos dardos cargados del veneno de la insidia solo quedan los puñetazos al aire, la resignación, la derrota y la posterior condena al encierro, al igual que sucedía a las hijas de Bernarda Alba.

Aunque la edición definitiva de La excluida data de 1927, este libro comenzó a publicarse por entregas en La tribuna de Roma en 1907. En estas fechas el autor aún estaba fuertemente influido por la estética verista italiana del s. XIX, de modo que en esta primera novela predomina el tono realista en las descripciones de personajes y escenas. Sicilia, sus pueblos, sus gentes y sus costumbres aparecen retratadas con una verosimilitud tal, que el autor parece desaparecer de la página, como si estuviéramos ante una fotografía, ante un mero documento histórico cuya finalidad es tomar nota de esta realidad. Leyendo ciertos pasajes, se me han venido a la cabeza algunas secuencias de Sciuscià, Stromboli o Viaggio In Italia, obras maestras del Neorrealismo italiano. En este sentido, Pirandello realiza con su pluma lo mismo que Rossellini con su cámara, es decir, parar la narración para mostrar, como si de un documental se tratara, las artes de pescar de los atuneros o un séquito de familiares en plena marcha fúnebre tras el difunto. En esta misma línea, me parece quizás el mejor momento del libro aquel en que el narrador describe la procesión religiosa de los Santos, donde multitud de gente, ebria de vino y fervor religioso, se agolpa incluso a riesgo de perder la propia vida alrededor de los pasos, mientras que, arriba en los balcones, la devoción se vive con algo más de tranquilidad y lujo:

"En cada breve etapa, después de una breve carrera, de los balcones y de las ventanas atiborradas de gente, unas mujeres tiraban por devoción tajadas de pan negro esponjoso – desde canastas y desde cestas- sobre las andas y sobre la gente. Y, abajo, la multitud se peleaba por recogerlas. Mientras tanto, los portadores llenaban frescos de vino y se emborrachaban, a pesar de que casi todo el vino tragado, en poco tiempo, se transformaba en sudor".

Este fresco de la devoción religiosa mezclada con la violencia y el alcohol posee, a veces, pinceladas esperpénticas, como en el siguiente pasaje, donde observamos, a salvo desde arriba, los santos zarandeados por la violencia irracional de los jóvenes que pretenden rozar la figura divina:

"Cien cabezas sanguíneas, desarregladas, de energúmenos, se pusieron entre las barras del armatoste, delante y detrás. Era una maraña de brazos robustos desnudos, morados (…) y cada uno de estos furibundos, por debajo de la enrome carga- invadido por la locura de sufrir todo lo que fuera posible por amor a los santos-, atraía hacia sí las andas, y así las fuerzas se combatían, y los santos iban como ebrios entre la muchedumbre que empujaba y gritaba salvajemente".

La afición del autor siciliano por escribir teatro se remonta desde casi a su niñez. Este estilo o carácter dramático de su pluma se ve reflejado incluso en sus obras narrativas. En La excluida cada escena se inicia con la descripción de un cuadro, interior (habitación) o exterior (calle), pero siempre claramente delimitado y perfectamente descrito, donde los elementos adquieren cierto valor simbólico, y juegan un papel relevante en relación a las ansias y estados de ánimo de los personajes. Observamos, por ejemplo, el principio de la segunda parte, donde, a modo de acotación, el autor describe el cambio de escenario con respecto a la primera. Marta ha dejado la sombría y oscura habitación del pueblo para alojarse en un piso en la ciudad de Palermo:

"Una alegre casita en la calle del Papireto, en el último piso, bien aireada: cuatro relucientes habitaciones, con el suelo de ladrillos decorados, con papel pintado (…)".

Como bien nos preludia este pasaje, la llegada a la ciudad en primavera supondrá el retorno a la libertad y a la alegría para Marta, un volver a empezar lejos ya de los juicios inquisitoriales de la gente del pueblo. Sin embargo, ella tiene interiorizado este pecado social que no ha cometido, pero por el que la han condenado, y en lo más profundo de su ser se ve unida a esta deshonra que no la dejará reiniciar su vida. En cada esquina cree ver miradas perversas que la vuelvan a incriminar, y a cada paso teme realizar un gesto inoportuno, un movimiento despistado, otra falsa apariencia que pueda poner de nuevo en tela de juicio su moral, y corroborar la idea de que la excluida ha vuelto a sus andadas. Ella sabe, en el fondo, que no puede escapar al destino fatal que la sociedad le impone, y está convencida, ha sido educada así, de que la que pierde la honra lo hace de por vida, no hay redenciones ni posibles fugas, y de que llevará marcada, a fuego y para siempre, el estigma de su vileza o, más bien, de su “aparente vileza”, nunca demostrada, pero que no se preocupó lo suficiente en desmentir. Y aquí es donde el autor italiano decide poner fin al Verismo italiano que tanto había admirado, e incluye el elemento humorístico como mirada final hacia los personajes y desenlace de esta novela circular. Si Marta ha sido condenada, excluida por aquello que no ha hecho, deberá ser perdonada por el pecado que sí ha cometido. Es decir, el absurdo como única explicación del comportamiento humano.

Para terminar, me gustaría añadir que la edición que Funambulista nos ofrece se basa en la versión definitiva de 1927, y es especialmente interesante debido a que aporta un jugoso apéndice en el que encontramos, entre otros escritos, tres capítulos que Pirandello decidió excluir de la edición final. La lectura de alguno de estos pasajes nos puede ayudar a recomponer la estructura externa de la obra, que, en principio, puede parecer algo deslavazada y falta de continuidad. El capítulo del duelo entre el marido de Marta y su supuesto amante, por ejemplo, fue uno de los eliminados por el autor, y su lectura, en mi opinión, aporta una mayor coherencia a la novela, e incluso me parece esencial a la hora de explicar ciertos detalles del desenlace. Pecados leves, motivados, además, por la loable intención de apostar por la elipsis, de eliminar lo accesorio a la hora mostrar sin rodeos la complejidad del género humano.

12 abril 2012

El fuego y la palabra

El callejón de las almas perdidas

William Lindsay Gresham

Sajalín, 2011. Colección "Al margen"

ISBN: 978-84-938051-9-7

444 páginas

23 €

Traducción de Damiá Alou

Prólogo de Nick Tosches



Fran G. Matute

El callejón de las almas perdidas (1946) narra, en esencia, la caída en los infiernos de un ser humano que se cree superior a los demás. A simple vista podría parecer que estamos ante una historia con moralina, de equilibrios éticos, de castigos o revanchas de la divina providencia. Pero esta novela del ignoto William Lindsay Gresham se presenta como uno de los artefactos literarios más extraños de su época. Una auténtica 'rara avis' por su crudeza lingüística y su ambientación. Aunque lo más sorprendente de todo fue que Hollywood la vio en su momento con buenos ojos y se atrevió a adaptarla a la pantalla grande con el galán Tyrone Power como protagonista. Confieso que no he visto la película, pero me cuesta horrores imaginar que el resultado final sea del todo satisfactorio, pues El callejón de las almas perdidas debe ser uno de los textos más opuestos al Código Hays que haya leído en mucho tiempo.

Los instintos más bajos son los que presiden esta historia que transcurre por los territorios del sur de los Estados Unidos, donde la pobreza, el analfabetismo y el fervor religioso campaban a sus anchas. Es el caldo de cultivo perfecto para un joven charlatán como Stan Carlisle, ayudante en una feria ambulante de variedades que recorre los pueblos más oprimidos de ese gótico sureño timando al personal con trucos y falsos espectáculos de monstruos, hombres forzudos y mujeres barbudas. Si han visto La parada de los monstruos (1932) de Tod Browning o la exquisita serie Carnivàle (2003-2005), ya saben de qué estoy hablando. Pero aunque la novela arranque en un escenario parecido a los referentes audiovisuales que acabamos de citar, no son esas, a nuestro entender, las verdaderas coordenadas de la historia que plantea Gresham.

Se podría decir que El callejón de las almas perdidas es un hijo bastardo nacido de la obra de Erskine Caldwell (por la dureza incontestable con la que trata al paleto sureño, casi como una acémila humana) y Sinclair Lewis (sobre todo de su novela Elmer Gantry, que narraba la historia de un falso reverendo metodista, narcisista y timador), por cuanto que su protagonista, una vez aprendida la capacidad que tiene el ser humano de manipular al prójimo no educado, necesitado o temeroso de Dios, decide trazar un plan ambicioso para su propio beneficio en el que se darán cita el espiritismo y los más viles trucos existentes para doblegar la voluntad de las mentes más débiles intelectualmente.

Así, Carlisle, gran observador de las miserias humanas, llega a una conclusión aparentemente simple: "La inmortalidad era lo que el público quería. Si creían que podían encontrarla en la cuarta dimensión, él les enseñaría cómo. De todos modos, ¿quién diablos sabía lo que era la cuarta dimensión? Botarates. Panolis." Y pone en marcha su plan maestro, detallado, minucioso, maquiavélico... y a medida que lo ejecuta iremos observando cómo los demonios internos sacan a relucir lo peor del ser humano hasta el punto de convertir a un joven inteligente y de carrera prometedora en un monstruo. Pues es esta la transformación que vamos percibiendo a medida que vemos pasar las cartas del Tarot que principian cada capítulo de El callejón de las almas perdidas. Cartomancia, psicoanálisis, juegos mentales, trucos de luz y sonido. Todo tiene cabida en este relato cínico y descorazonador.

Y tal y como hemos apuntado antes, nos vemos obligados a hablar del lenguaje que gasta esta novela. No podemos olvidar que estamos ante un texto que data de mediados de los años 40. Así que no dejan de sorprendernos párrafos como este: "En este maldito mundo de chalados lo único que importa es la pasta. Cuando la consigues, eres el amo. Y si no la tienes eres el que folla cuando el coño ya está lleno de leche. Voy a conseguirlo, aunque tenga que abrirme todos los huesos de la cabeza. Voy a sacarles a esos pazguatos hasta el último centavo y a arrancarles el oro de la dentadura." Son pensamientos tan crudos y mezquinos, y demuestran tal desprecio por el ser humano, que contextualizan a la perfección la espiral de autodestrucción a la que se ve sometido el joven Carlisle por culpa de su desmedida ambición personal y su falso sentimiento de superioridad.

Pero, por el camino, Stan olvidará que no sólo la inmortalidad y el dinero mueven el mundo. También está -sobre todo- el sexo, capaz de convertir a cualquiera en un ser servil y sin dignidad. Es la esencia de nuestra naturaleza, la pulsión humana. La que mejor pone de manifiesto la fuerza del fuego y la palabra. Como lo hace El callejón de las almas perdidas, uno de los grandes rescates editoriales del año pasado.