29 julio 2010

La rabia de vivir

Really The Blues

Mezz Mezzrow (y Bernard Wolfe)

Acuarela Libros, 2010

ISBN: 978-84-7774-205-0

415 páginas

22 €

Traducido por Javier Lucini

Prólogo de Barry Gifford

Fran G. Matute


Si mal no recuerdo, en 1992 se publicó por la entonces denominada editorial Anaya & Mario Muchnik una obra titulada La rabia de vivir que pasó rápidamente a formar parte de las cubetas de libros de saldo de los grandes almacenes patrios. Y en aquel cementerio de elefantes de papel descubrí el que, a mi juicio, es el mejor libro escrito jamás sobre el jazz.

Ahora llega Acuarela y se descuelga con una edición primorosa, con nueva traducción y prologada por Barry Gifford, que recupera (afortunadamente) el título original de aquella obra publicada originariamente en 1946, y cuyo principal acierto sigue recayendo en su co-autor y protagonista: Mezz Mezzrow, uno de los peores músicos que ha dado el género y, sin duda, uno de los más golfos.

La cuestión diferencial entre la historia de Mezzrow y la de cualquier otro es que él siempre estuvo allí y estuvo con todos. Con Louis Armstrong, con Sidney Bechet, con Bix Beiderbecke… y siguiendo la evolución del jazz desde sus primeros pasos en Nueva Orleans, pasando por Chicago y muriendo en Nueva York a mediados de los 40. Y es que para Mezzrow el jazz perdió todo su sentido con la irrupción del swing. Así de purista fue Mezzrow, hasta el punto de considerarse negro (así lo solicitaba expresamente que constara en su ficha carcelaria en sus múltiples visitas a la prisión) a pesar de haber nacido más blanco que la leche en polvo.

Pero al margen de las privilegiadas anécdotas musicales, Really the blues ofrece una segunda lectura. La de la sordidez de los bajos fondos, la de los años de la ley seca, la de los inicios del trapicheo de sustancias estupefacientes. Y es que Mezzrow era un auténtico 'jailbird', el mejor 'dealer' de la zona y su marihuana era famosa hasta el punto de que en Harlem se la conocía como “mezz” en su honor. Es en estos pasajes en los que esta autobiografía cobra vida y se convierte en un ejercicio de literatura 'beatnik', de realismo sucio, y además pionera en el género.

Así que no es de extrañar que personajes como Tom Waits, Allen Ginsberg o Henry Miller destaquen la espontaneidad y cercanía de esta biografía singular, contada gracias a Bernard Wolfe a través de conversaciones con el propio Mezzrow, uno de esos personajes secundarios que tuvo la fortuna de estar en el momento adecuado rodeado de los verdaderos protagonistas de la mayor manifestación artística surgida de los Estados Unidos de América y que por aquel entonces comenzaba a coger forma, convirtiendo así su vida en un cántico a la pureza, a la independencia, a la integración racial y, en definitiva, a la rabia de vivir verdaderamente el 'blues'.

28 julio 2010

La nueva vida

Renacimiento

Kenzaburo Oé

Seix Barral, 2009

ISBN: 978-84-322-2835-3

315 páginas

19 €

Trad. de Kayoko Takagi

Rafael Suárez Plácido


Hay quien piensa que los premios marcan el principio del fin de una buena obra. Yo no conozco el olor de los premios, pero sé que a cualquier persona le agradaría recibirlos. A los escritores también. Sin embargo, en la mayoría de los casos ser premiado -y mientras más relevante es el premio, más ocurre-, es sinónimo de decadencia de la obra. Hay muchos ejemplos. Yo había leído tres novelas de Kenzaburo Oé escritas antes de ser premiado con el Nobel y me habían encantado. Pero cada libro que escribía tras el premio y caía en mis manos, me iba interesando menos. De hecho, trataba de evitar las novedades. Pero era inevitable: siempre caía en ellas y terminaba arrepintiéndome. Cuando encontré Renacimiento fue diferente. Sólo con leer el texto de la contraportada, el nerviosismo se tornó en expectación, y ésta en interés. Y no fue más que el principio. A medida que lo iba leyendo, me iba dando cuenta de que Renacimiento es la mejor novedad que ha publicado en España Kenzaburo Oé desde que en 1994 recibiera el Nobel. Y no sólo eso, que ciertamente no es decir demasiado, sino que está a la altura de sus mejores libros anteriores.

Kenzaburo Oé nació en Ose (Japón) en 1935. Vivió la guerra como un niño. Los niños tienen una forma de ver las guerras muy peculiar. En Japón también. Y así lo cuenta en su primera novela, La presa, que con sólo veinticuatro años le situó en primera fila de la novela que se hacía en su país. Las otras dos novelas a las que me refería son Una cuestión personal (1964) y El grito silencioso (1967). Su tema principal es el descenso a los infiernos. Por eso se le ha emparentado con Dante, Dostoievsky y Lowry. Uno no tiene aún demasiado claro hasta qué punto la vida del autor ha de reflejarse en su obra. Hay autores que lo necesitan y autores que buscan la evasión. Y Oé busca respuestas a su vida en la literatura. Siempre había sido un joven retraido, pero esto se hizo más intenso con el nacimiento de su hijo, que padece hidrocefalia. A partir de ahí todos sus títulos son vueltas sobre el mismo tema: la figura del hijo omnipresente gravita en torno a su obra. Y todo son preguntas: su responsabilidad, qué debe hacer, qué puede hacer...
En 2000 se publica en Japón Renacimiento, primer título de una trilogía que seguirá editando Seix Barral. No es gratuito decir que ha supuesto el renacimiento literario del autor. Aquí en España lo será también.

La novela es, ante todo, una reflexión en torno al proceso creativo y a sus mecanismos. El protagonista es Kogito, alter ego reconocido y reconocible del propio autor, transcripción del “Cogito” descartiano. Junto a él aparecen: Chikashi, su mujer, con la que tiene una relación basada en el respeto, pero alejada de la pasión o de casi cualquier otra emoción, y Akari, su hijo, con problemas que no se especifican. Pero el motor de la trama, el antagonista, es Goro, el cuñado de Kogito, famoso director de cine en Japón y en Occidente. Se trata del también cuñado de Oé, Juzo Itami: actor y director muy famoso en Japón, y de culto en otros lugares del mundo.

La trama arranca con el suicidio repentino de Goro, al parecer provocado por una campaña de ciertos medios de comunicación que le acusan de haber estado con una mujer mucho más joven que él, durante una estancia en Alemania. Para no perjudicar a su mujer, a su familia ni a su honor, decide poner fin a su vida. Poco antes había enviado a Kogito un magnetofón y varias cintas, con las que pretende establecer un diálogo desde el más allá. Kogito se obsesiona con las cintas, con las que habla como si fueran el propio Goro. Dialogan de sus obras y, a través de sus obras, de sus vidas.

Recuerdan algunas de sus lecturas compartidas durante sus años de formación: Kafka, Rimbaud o el mismo Sade, de quien asumen su tono disgresivo: “Sade no cristaliza su obra. Muchas de sus obras son instrumentos de comprensión.” Lo mismo que ha estado ocurriendo con muchas obras de Oé. Kogito recordaba también que él, durante muchos años, “pretendía seguir siendo escritor pero, en realidad, nada le vinculaba ya con las personas que vivían en la república de las letras.” Finalmente es el propio Goro, quien a través del magnetofón, le dice lo que todos pensábamos: “De lo que tienes que darte cuenta es de que cuando publiques la obra que estás escribiendo ahora, los lectores que vayan a la librería estarán buscando alguna novela interesante y no sólo tu última obra.”

Entre Kogito y las cintas también aparece Chikashi. Es ella quien da con la solución: “Es obvio que ni a mí, ni tampoco a ti, nos queda ya mucho tiempo, de modo que vamos a vivir sin mentiras y escribamos las cosas tal y como son.” También Goro opone el proceso de reelaboración del texto a la verdad y a la naturalidad. Él lo llama la “voluntad de insistir en que el que ha hecho la nueva obra es Kogito Choko.”

En el último capítulo Goro reconoce que está viviendo (las cintas las ha grabado durante su romance en Alemania) su mejor obra, su mejor experiencia: ”Es el mundo del sexo, abierto y sano.” Goro siempre ha sido, desde muy joven, la vitalidad, mientras que Kogito es la razón. Su propia esposa lo consideraba “alguien que lee libros”, y que terminaría trabajando como “alguien que lee libros”. También pensaba que “alguien que lee libros” carecía de madurez. Es el propio Kenzaburo Oé quien piensa así, quien hurga en los rincones de su propia existencia, para encontrar la razón que le impulsó alguna vez a ser, a escribir, de otra manera. Renacimiento es esa otra manera de ser, o de escribir. Con Renacimiento asistimos a la plenitud creadora y vital de Kenzaburo Oé, el mejor escritor japonés vivo.


[Publicado en Clarín]

26 julio 2010

In memoriam

Colección de olas para José Antonio Padilla

VV.AA.

Antigua Imprenta Sur, 2010

59 páginas

Edición no venal

Juan Carlos Sierra


Con apenas una diferencia de dos semanas me llegan noticias del más allá.

En Paraíso, la revista que dirige Juan Carlos Abril, aparece un poema de José Antonio Padilla titulado ‘Insomnio’. Esto no tendría nada de particular, si no fuera porque el texto se halla en la sección ‘Paraíso Perdido’, el apartado luctuoso de la revista jiennense: al lado del nombre de autor, una relación de fechas que forzosamente estremece (1975-2009).

Por otro lado, en el Centro Cultural Generación del 27 de Málaga, Aurora Luque y José Antonio Mesa Toré se ponen al cuidado de un librito en homenaje a José Antonio Padilla para recordar al poeta, al amigo, al compañero de versos y vasos, al observador cuidadoso, al conversador, al joven curioso; en definitiva, al entusiasta de la vida y de la poesía.

Este libro –no venal- ha sido bautizado como el que Padilla publicara en 2004, Colección de olas, pero en esta ocasión con un añadido triste: ‘para José Antonio Padilla’. De aquellos aforismos de 2004 a estos textos de 2010 compuestos por unos cincuenta compañeros de viaje poético y vital. De aquellos dardos certeros de José Antonio Padilla a unos textos que aspiran a una diana hacia la que quisieran no tener que mirar. De aquellas brevedades salinas de Padilla a estos versos medidos, estrofas breves, intensidades, mar y olas… que a veces tiran por otras calles adyacentes de la literatura y de la tierra y se exceden, ‘prosaízan’, se resisten a alzar el vuelo,…

No obstante, todos cumplen –a su manera- el cometido para el que fueron convocados: todos conmueven –a su manera- al lector. En este caso a un lector algo particular, un sujeto que, habiendo entendido el paratexto de Colección de olas para José Antonio Padilla, tenderá a mostrarse más accesible.

Pero no todos los textos que aparecen en este homenaje poético conmueven de la misma manera. A veces, la prosa, la estrofa extensa, el realismo o el tono confesional –el tú a tú del vivo con el difunto, especialmente- chirrían en un conjunto donde predomina con eficiencia emocional la sugerencia de lo breve, el oleaje salino de algunos haikus, la polisemia contundente del aforismo, el retrato del detalle evocador, de la anécdota cultivada en la amistad,…

En cualquier caso, no es hora de poner pegas. No se trata de un libro con ínfulas, sino una fiesta poética para recordar al amigo que se largó demasiado pronto y que, por tanto, dejó demasiados versos sin escribir. Cantemos los versos de José Antonio Padilla y los de sus poetas favoritos. Dejemos fuera del recinto a las plañideras y emborrachémonos del lenguaje de las olas.

Porque José Antonio Padilla, como ha dejado escrito Álvaro García en esta Colección de olas para José Antonio Padilla, “Descansa de su muerte en sus poemas”.

23 julio 2010

La maleta que provoca suicidios

Miedo, olvido y fantasía (Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca)

Agustín Penón

Editor Literario: Marta Osorio

La Vela, 2009

ISBN: 978-84-9836-500-9

800 páginas

37 euros

Jesús Cotta

Aunque el libro salió el año pasado, no me resisto a reseñarlo porque creo que la bonhomía de su autor y la enormidad de lo que cuenta lo merecen.

Este es un libro de investigación desconcertante y maravilloso donde el investigador resulta, a su pesar, tan interesante como el investigado. El investigador es Agustín Penón, hijo de exiliados españoles tras la guerra civil, y el investigado es nuestro Federico García Lorca.

Agustín Penón vuelve a España en 1955 con nacionalidad estadounidense para hacer turismo y, al recalar en Granada, decide investigar la muerte de su poeta favorito. Y lo que iba a ser tan sólo un viaje de placer se acabó convirtiendo en una investigación exhaustiva que devoró su hacienda y le robó muchas energías personales, pues si al principio la gente lo rehuía, al final se convirtió en toda una institución.

El libro no sólo es interesante por Lorca, por Penón y porque nos muestra una Granada que hablaba aún en voz baja de Lorca, “no sea que”, sino porque los entrevistados aún no se las habían visto con el aluvión de investigadores que llegaría después y, por tanto, una vez vencido el recelo, no se inventan trolas para impresionar, sino que más bien dicen la verdad venciendo un miedo, porque Federico no era aún un mito, sino un tabú y en la Granada de entonces no era un timbre de gloria haber sido su amigo o haberlo conocido, sino que sobre él pesaba una losa de silencio y de tópicos muy distintos de los que hay ahora y Penón tenía que vencer ciertas dificultades a la hora de hablar del asunto. Pero tuvo la suerte de que España en ese momento estaba deseando tener buenas relaciones con Estados Unidos y dado que Penón tenía nacionalidad estadounidense, no le molestaron en su investigación.

Él pilla desprevenidos a los entrevistados y como sabe ganarse su confianza e interesarse por los aspectos humanos del poeta y no por las circunstancias políticas que lo causaron, la gente habla sencilla y llanamente.

Toda su documentación la guardó en una maleta, sin llegar a publicarla, porque tenía miedo de herir con las revelaciones a muchas personas que estaban aún vivas, y se la pasó, poco antes de suicidarse, a su amigo Layton, el cual, poco antes de su suicidio, se la pasó a Ian Gibson, que, por cierto, no cita a Penón siempre que lo utiliza ni cita los datos que pueden estropear el mito de Lorca rojo que Gibson anda por ahí vendiendo.

Sobre la maleta de Penón y su capacidad para provocar suicidios se han hecho incluso programas paranormales en la tele, con lo cual comprobamos que Lorca ha superado con creces el ámbito literario y político y ha entrado en el paranormal.

Marta Osorio reunió todos esos documentos y en el 2009 fue publicado el libro de Agustín Penón, Miedo, olvido y fantasía. La honradez de Penón en la investigación es superior a su ideología y a la imagen que durante el exilio se había forjado de Federico y no deja de consignar todo lo que le dicen por increíble que le parezca.
Lo mejor de Penón es sin duda su buen corazón, su independencia, su falta de prejuicios a la hora de dirigirse a la gente. Hay varias entrevistados cruciales que aportan datos interesantísimos: Ramón Ruiz Alonso, el que detuvo a Lorca y que casi conquista la simpatía de Penón; Luis Rosales, que cuenta cosas insólitas pero reveladoras del poeta; Jover Tripaldi, el soldado que estuvo con él las últimas horas de su vida; un hombre soltero y mayor del pueblo, que se puso rojo y emocionado cuando le hablaron de Lorca, porque cuando eran jóvenes se iban solos y juntos al río...

Gracias, Penón, allá donde estés. Los devotos de Federico nunca te lo agradeceremos bastante.

22 julio 2010

A quemarropa

El fabuloso mundo de nada

Javier Mije

Acantilado, 2010

ISBN 978-84-92649-52-5

104 páginas

13 euros



Daniel Ruiz García


Los que tuvimos el gusto de leer en su día su primer libro de relatos, El camino de la oruga (Acantilado, 2003), esperábamos desde hace algún tiempo una segunda entrega que ha tardado siete años en materializarse. El fabuloso mundo de nada no sólo no defrauda las expectativas que Javier Mije generó con su primera obra, sino que las supera con creces, gracias a una colección de relatos que profundiza, matiza y abre nuevos caminos que sólo estaban insinuados en su libro de debut.

El fabuloso mundo de nada es, hay que decirlo de entrada, una colección de relatos demoledores. Son historias que hablan de infelicidad, de desencanto, de desamor, de egoísmo. Es el tono pesimista lo que da unidad y homogeneidad a todo el libro, que, muy lejos de la colección de retales, se lee como una sola pieza que funciona de forma compacta, con una única dirección, y a veces con conversaciones y guiños entre los mismos relatos, como habitantes de un mismo barrio que se entrecruzan miradas y palabras.

Decía que es el tono pesimista lo que da unidad a la colección, pero no sólo. También el estilo, un estilo impecable, donde cada frase está muy cuidada, y donde persiste una latente obsesión por renunciar a lo fácil. Los relatos de Javier Mije, todos ellos de vocación sentimental, todos ellos impregnados de un fuerte subjetivismo (si es que algo así puede baremarse), transitan por meandros alejados siempre del tópico y del cliché, de la frase hecha y de la conducta esperable. Es evidente una preocupación por mostrar historias cotidianas desde un prisma distinto, con una observación del carácter de los personajes que en algunos casos puede llegar incluso a resultar impertinente. Escribir sobre sentimientos sin incurrir en el lugar común es una hazaña nada fácil que Mije supera con nota, mostrando unas dotes fuera de lo común para manejarse por el terreno de lo sensible sin que en ningún caso llegue a parecer ñoño o sensiblero.

Me atrevería a decir que El fabuloso mundo de nada se cimienta sobre dos ejes temáticos: uno, el que muestra historias cotidianas que parecen contadas en voz baja, y que en la mayoría de los casos aluden al desamor, a la ruptura sentimental, incluso al aburrimiento (espero no aguarles el libro si digo que ninguno de los relatos acaba en happy end); y dos, el que se centra en lo monstruoso, a partir de distintas visiones e historias entresacadas del “fabuloso mundo del circo” (de ahí el título del libro), siempre con el prisma puesto entre bambalinas, en su revés sórdido e inquietante de caravanas, deformidades y jaulas sucias. Hay un equilibrio entre ambos ejes, que finalmente parecen confluir en la pirotecnia del último relato de la colección, donde en cierta forma, gracias a una última imagen de rotunda plasticidad, lo sentimental y lo monstruoso acaban dándose la mano.

Por otro lado, El fabuloso mundo de nada es uno de esos libros con los que Freud se hubiera frotado las manos. Cabe hacer una lectura de los relatos desde una perspectiva psicológica e incluso sociológica. Porque en todos los relatos late cierta lucha del hombre contra la felicidad, sobre todo contra la felicidad sentimental. El miedo del hombre soltero occidental del siglo XXI al compromiso, la incapacidad para asumir una vida en pareja, el pavor a despertar cada día junto a una misma mujer, a la que ni siquiera se llega a conocer de verdad. Especialmente gráficos a este respecto resultan cuentos como el que abre la colección, "Las Tres y diez", u otros como "Asiento de ventanilla" o "Análisis".

Cuando leemos un libro de relatos tendemos siempre a señalar un predilecto, alguno que nos parezca especialmente intenso o vibrante. Aquí ese ejercicio, al menos a mí, me resulta imposible. Hay demasiados buenos relatos, y además está el hecho de que todos los relatos están, en cierta forma, entrecruzados, interconectados. Los cuentos sobre el circo, que tienen un inconfundible aroma a barraca de Tod Browning, hablan incluso entre ellos, se reflejan especularmente a través de personajes comunes (el cicatero Larsen, empresario del circo, homenaje explícito a Onetti) e incluso historias compartidas (el enano de "Último vuelo" está también en "Un Disparo mortal", y presumimos que el personaje infantil de este último cuento es también el protagonista del que cierra el libro).

Por su forma de broche final, por su soberbio título, por la rareza de lo que cuenta y su capacidad de transmitir ese tono pesimista e inquietante que recorre todo el libro, quizá, por señalar uno, me quedaría con el último: "Aullidos reprimidos por decoro". Por sí solo serviría para reflejar la visión del mundo del autor. Hacia el final del relato, Héctor, el personaje principal, llega a la contundente, desoladora conclusión siguiente: “El dolor es nuestra marca, el dolor es la identidad”.

Lean este libro. Un libro hermoso, pero de una hermosura dolorosa. No busquen complacencia: son doce tiros, doce balazos secos, duros, hirientes. Ténganlo en cuenta, si se llevan el libro a la playa: el olor a pólvora tarda en marcharse.

21 julio 2010

Los chicos airados

Mirad a vuestros verdugos

Servando Rocha

La Felguera Ediciones, 2010

ISBN 978-84-937467-1-1

220 páginas

12 €


Carolina León

"Cuando bajo a la bodega para escanciarme vinito, hay un jorobadito allí que lo quita del jarrito. Cuando voy a la cocina para hacerme una sopita, hay un jorobadito allí que me rompe la marmita".

El cuento popular, la filosofía postmoderna, el situacionismo, la cultura de gran parte del siglo XX, los vorticistas, Marilyn, la llegada a la luna, el activismo político, la contracultura y la vanguardia entendida no como movimiento intelectual sino como llamada a la acción: estos son algunos de los ingredientes con los que se construye la primera novela de Servando Rocha, abogado y escritor a quien hemos podido leer, antes que aquí, en diversos ensayos. De hecho, la antesala de esta narración está en otro libro, Nos estamos acercando: la historia de Angry Brigade (La Felguera, 2009).

En el temible año de 1969, con la cultura hippie en pleno auge, las desigualdades y el silencio de las clases obreras cada día más procaz, crece el descontento de una clase de jóvenes (que alimentarán, posteriormente, los movimientos punk y la cultura de clubes, en el momento en que a la ira la sustituya la promesa del hedonismo). Estos son los protagonistas de Mirad a vuestros verdugos: viven desorientados, ven crecer la precariedad de sus opciones como rascacielos en torno a ellos, necesitan acción, aventura, espasmos. Alguno de estos jóvenes al interior de la novela (el misterioso Alex Leiah) pone en marcha el atentado terrorista contra la furgoneta de la BBC encargada de retransmitir al mundo la elección de Miss Mundo de aquel año.

"Nos hemos quedado sin aventura y también sin exploradores", dice Rocha en un momento del libro. Las exploraciones de los cosmonautas rusos y astronautas norteamericanos aparecen como metáfora, por un lado, de la última aventura, la última frontera a cruzar por el hombre; por otro, de la terrible soledad que nos acecha. Como novela, le quedó un poco ensayística, y de alguna forma esto también se ensarta con el comienzo de este párrafo: hemos llegado a un punto en que nos resulta difícil creer en las historias, también cuando las escribimos. Rocha se enamoró de la Angry Brigade mientras, recorriendo Londres y hablando con sus protagonistas, se documentó para el libro anterior. Como lectores, queremos y necesitamos las historias, pero también que nos las aliñen de alpiste teórico. Al menos en Mirad a vuestros verdugos, la profusión de tramas resulta tanto más rica cuanta más coartada intelectual se acerca a ayudar. Porque, en realidad, no es intelectual.

Eso sí, como novela, estudiando con los ojos del crítico, deja mucho que desear. Algunos capítulos son más largos de la cuenta, algunas tramas se pierden, la prosa no es excelente. Y sin embargo, la historia se lee con gusto, en clave de novela de acción o incluso de novela negra, y está llena de golosas digresiones que se apropian de figuras clave, desde Walter Benjamin a Jack el Destripador, desde Hitler a Wyndham Lewis.

Andando sus páginas, resulta que uno entra en un buen relato, como tobogán que te arroja en brazos de la revancha, de la necesidad de justicia y reacción contra el absurdo o limitado horizonte que nos han dejado. Es más: el libro versa sobre unos chicos airados de fines de los años sesenta, y lo que el lector de hoy siente es la nostalgia de no ser él el protagonista de la novela.

Pero, por último, no se trata de un libro sobre jóvenes, ni de una loca academia de rebeldía, ni de un alegato del terrorismo. Mirad a vuestros verdugos es un libro sobre la ira. La ira provocada por las posibilidades que nos han sido cercenadas. La ira por la llamada de la aventura, cada día más lejos e imposible en los mundos contemporáneos. También es un libro sobre la aventura, o al menos a mí me gusta verlo así. Me gusta pensar que en el fondo de este libro está la ira de nuestra generación (de cualquiera nacido después de 1970), mirando hacia atrás con una gran carga de ese sentimiento, por todas las aventuras que no nos dejaron vivir. Es un libro sobre la acción o la necesidad de acción. Un libro, también, de máximo aprovechamiento para todos aquellos que aún son capaces de todo, con un poco de indignación.

20 julio 2010

Más sexo que género, por fortuna

Erótika. Escenas de la vida sexual

Patricia de Souza. Fotografía: Ana Moreno Meyer

Barataria, 2009

160 páginas

15 €


Jesús Cotta

Erótika es un conjunto de relatos y estampas y, a veces, fantasías, de amantes descritos en su acción erótica por una mujer, que es la que los mueve (y en alguna ocasión habla un hombre que no deja de ser un alter ego de la narradora, por no decir de la autora). La narradora trae al recuerdo del modo más vivo y con su toque poético encuentros eróticos con amantes del pasado; el elemento común a todas estas confesiones es la exploración del placer, la búsqueda de los límites del deseo y la imposibilidad, que ella misma se impone, de continuar con sus amantes o, lo que es lo mismo, la constante voluntad de ruptura, para que no cese la búsqueda de la variedad, donde la narradora cifra su mayor riqueza personal.

Ella se siente dividida entre la necesidad de afecto, que sólo se consigue con la estabilidad sentimental, y el deseo de nuevos cuerpos, que sólo se consigue negándose al compromiso. Pero ambos deseos humanos, aunque incompatibles, nacen del desamparo profundo, de la soledad inmensa que es ser humano. Si el amante logra escapar del desamparo con el compromiso, don Juan lo logra con la variedad, yendo de cuerpo en cuerpo. Y la narradora, consciente de la imposibilidad de ser esas dos cosas, busca, amante tras amante, su estabilidad y, a la vez, su libertad. Y sabe que eso es imposible, pero no lo lamenta.

Los encuentros eróticos son de lo más variados y suele haber más tiempo de coito que de prolegómenos. Por fortuna, la autora necesita con todos ellos “la dosis completa”, como ella dice, y entonces el lector, o sea yo, se lo pasa un poco mejor. Para un varón, que suele valorar los penes casi tan sólo por su tamaño y su grado de dureza, no dejan de ser curiosas y pedagógicas las descripciones que ella hace de los falos de sus amantes, que tienen algo de la personalidad de sus dueños.

Sólo en dos o tres ocasiones, la autora cae en la tentación de utilizar dos palabras feas y antieróticas para un relato de lances amorosos: roles y género. Gracias a Dios, cuya presencia late invisible en el libro, le gusta más el sexo que el género y eso es algo que hay que agradecerle en esta época donde en ciertos ambientes políticamente correctos está mal visto que al hombre le encante penetrar, qué caray, y a la mujer que la penetren. Para una cosa que sabemos hacer bien los dos, ¡qué bien está que nos compenetremos!

Los relatos erotizan más, a mi parecer, cuando el amante de turno es algo más que un hombre con todas sus cositas y cuyo nombre y procedencia la protagonista no quiere ni saber. En esos casos, los dos parecen objetos utilizados por una libido tonta y sin chispa. La ternura, la complicidad, el mutuo conocimiento entre dos son más excitantes que la mera promiscuidad sin espíritu y en casi todos los relatos hay, menos mal, un poco de eso, un poco del encanto de desnudar al otro y dejarse deslumbrar por su presencia.

El libro está ilustrado con fotografías de desnudos femeninos y parecen de una misma modelo, y su formato cuadrado lo hace apto para leerlo con espíritu desenfadado, aunque lo que cuenta no es nada desenfadado, sino el misterio de la vida de una mujer.

Un trágico destino persigue a la protagonista: la fusión erótica es un espejismo que le hace creer que ella tiene al otro y lo comprende con la fuerza ancestral del instinto, pero la realidad es que, por muy intensos que sean los orgasmos de los dos, los dos siguen siendo desconocidos el uno para el otro, pues ella, en todos los encuentros, tiene escrito en su corazón no el amor, sino la fecha inminente de la ruptura. Es una pena, porque durante toda la lectura de libro yo tenía la esperanza de identificarme con el amante con el que ella se iba a quedar al final. Pero no. Con todos acaba cortando.

En fin, al menos, se lo han pasado bien.

19 julio 2010

La verdad y la mentira

Mitologías de invierno: El emperador de Occidente

Pierre Michon

Alfabia, 2009

ISBN: 978-84-613-2701-0

166 páginas

23 €

Traducción de Nicolás Valencia

Rafael Suárez Plácido


Como ya hizo Anagrama en Cuerpos del rey, el último de los libros que ha publicado hasta el momento de Pierre Michon, la joven y pujante editorial Alfabia ha reunido dos títulos en un volumen del autor francés: Mitologías de invierno, que se publicó en Francia en 1997, y El emperador de Occidente, una nouvelle de 1989. El motivo, en ambos casos, no es otro que la brevedad de cada uno de los originales por separado. El resultado, también en ambos casos, los hace doblemente apetecible.

La narrativa francesa vive un momento de esplendor. En realidad, nunca ha dejado de ser así. Especialmente me interesan tres autores contemporáneos: Patrick Modiano, Pascal Quignard y Pierre Michon. Los tres, autores respetados y considerados de culto; los tres en torno a los setenta años y también los tres, en plenitud creativa. Los dos primeros recientemente redescubiertos en España. Es curioso el caso de Modiano, cuyas últimas reseñas críticas, en lugar de alegrarse por este éxito, parece que desconfían de los nuevos adeptos y, en lugar de reseñar el libro, evocan melancólicos, sus primeros contactos con el autor, cuando eran sólo unos pocos los elegidos.

El caso de Michon es diferente. Michon es el autor del silencio, a veces del frío silencio. Él mismo se ha llamado “el autor que no escribe”. Y hasta los treinta y nueve años no publica su primer libro, el impresionante Vidas minúsculas, que no se tradujo a nuestro idioma hasta 2002, dieciocho años después. En Francia fue un éxito inmediato que colocó a su autor, en palabras de Rafael Conte, como “el gran patrón clandestino de las letras francesas”. A partir de ahí, una docena de títulos que van haciendo de él, cada vez, menos clandestino.

Comienza el libro que reseñamos con la colección de relatos Mitologías de invierno. Siempre se ha dicho que sus principales influencias han sido escritores sobre los que él mismo ha escrito: Flaubert, Beckett, Rimbaud y Faulkner. En este libro hay otra influencia mucho más evidente y que él, incluso, reconoce como única. Si leemos en el prefacio: “Lo que importa es que con el mundo se hagan países y lenguas; con el caos, sentido; con las praderas, campos de batalla; con nuestros actos, leyendas y esa forma sofisticada de la leyenda que es la historia…” reconocemos lo mucho que deben estos líneas a Borges. Borges, junto a Kafka y a Pessoa, son el siglo XX, con todo lo bueno y todo lo malo. Si cambiamos los paisajes que rezuman las historias de Borges, por la Irlanda de los tres primeros relatos o por el Macizo Central francés de los otros nueve, el resultado son estos prodigios de concisión y de belleza. Y aquí, como en Borges, la belleza nos salva: “Que las cosas del verano, el amor, la fe y el ardor se hielen para terminar en el invierno impecable de los libros. Y que sin embargo en este hielo un poco de vida permanezca congelada, fresca, garante de nuestra existencia y nuestra libertad”. La belleza nunca es gratuita en Michon. La belleza, la literatura, es la salvación: nos da vida y nos hace libres.

Los relatos que ocurren en Irlanda tienen en común el paisaje y, en los dos primeros, la pasión por el saber. La bella Brigid quiere ver a Dios y está dispuesta a todo por conseguirlo. El fiero Columbkill —su maza y su espada son el azote de sus enemigos—, recorre las bibliotecas de monasterios y abadías en busca del placer de un libro nuevo, o de un manuscrito diferente, que añada o quite una frase, una palabra o una coma, que sea capaz de hacerlo todo distinto. Los relatos que ocurren en el centro de Francia podrían ser una novela, como lo puede ser Vidas minúsculas. En ellos el tema es la mentira en la literatura, y cómo nuestra habilidad a la hora de construir las ficciones nos salva en mayor o menor medida. Un abad, para evitar que sigan robando en su monasterio, pide a un monje “que lee y maneja a la perfección la lengua noble, que fundamente la legitimidad del monasterio…” Para ello inventan la “Vida de Santa Enimia”, antigua abadesa que ni era santa precisamente, ni había pisado la zona. El artificio de estos monjes le sirve a Michon para fundamentar una teoría de la literatura que se hace en la Edad Media en casi toda Europa. En realidad Michon piensa que no es sólo en esta, sino en todas las épocas. Esta idea es muy borgiana. Borges también amaba el juego y el artificio. A veces se usa la mentira para llegar a una verdad. A veces simplemente para llegar a la belleza “garante de nuestra existencia y nuestra libertad.”

El segundo libro que incluye este volumen, El emperador de Occidente, se vuelve sobre el tema de la mentira. En la fantástica entrevista que le hace José Manuel Fajardo nos lo revela el propio Michon: “La historia la encontré en el libro de Gibbon sobre el Imperio Romano. Eran sólo diez líneas sobre el personaje de Prisco Atalo, pero no busqué más, no investigué nada”. Con esos mimbres se urde la trama: un joven Flavio Aecio conoce a Prisco Atalo en su vejez. Hablan. Atalo cuenta su vida. Fue músico e iba de ciudad en ciudad hasta que el azar lo lleva a la corte de Alarico y se convierte en su músico principal. Se establece una relación de mutua admiración. Alarico es el guerrero incansable. Atalo, el mágico tañedor de la lira. Cuando tienen que nombrar a un emperador del Imperio de Occidente, Alarico nombra a su músico. Lo destituye y lo repone varias veces. Esta es la trama. Pero en las mejores obras la trama no es demasiado importante. Mucho más lo son las reflexiones tan hermosas o las palabras que utilizan: “Aquí comenzó… a pesar de que yo mintiera fingiendo tomarlo por otra persona,… y que él mintiera aceptando ser esa otra persona… lo que debo llamar después de todo nuestra amistad.” De nuevo la mentira admitida, el fingimiento, el artificio. Para ellos la palabra tiene un valor demiúrgico: “Hablamos por supuesto de navegación…, de navegación y de poesía griega: porque no se puede hablar de una sin la otra, hasta tal punto que no se sabe cuál es el texto de la otra, ni si primero se arrojaron frágiles armazones alquitranadas o metros de perfecta sintaxis al puro azar del mar y las lenguas.” Y como no podía ser de otra manera: “Pensaba por su parte que el poema precede al navío.”

Yo también podría preguntármelo. Aunque hace varios siglos que los avances científicos y técnicos nos conducen por otros caminos, por otros mares. ¡Pero qué le vamos a hacer! La literatura no sólo es “garante de nuestra existencia y nuestra libertad”, también nos ayuda a conocernos algo más. Si yo pudiera o supiera, haría mía la descripción que hace Flavio Aecio de Prisco Atalo: “Quería disfrutar de las cosas, sin duda; era miope. O quizás miraba tan sólo el mar, la extensión que no se abarca, la viejísima metáfora insensata”.

[Publicado en Clarín]

16 julio 2010

De los que cuentan cosas

Todo el amor y casi toda la muerte

Fernando Marías

Editorial Espasa

Premio Primavera de Novela, 2010

ISBN: 978-84-670-3323-6

352 páginas

19,90 euros



Daniel Ruiz García

Uno de los momentos más hilarantes de ese derroche de saludable mala leche y cachondeo aplicado al circo literario que es Manual de Literatura para caníbales, de Rafael Reig, ocurre cuando se desencadena “La guerra de las Dos Marías”. A saber: los escritores contemporáneos se enemistan y se integran en dos bandos enfrentados: los de Javier Marías, defensores de la escuela de la sintaxis densa, de la experimentación, de la prosa reflexiva y ensimismada, y los de Fernando Marías, más amantes del argumento, del qué, de las novelas que cuentan cosas. Me he acordado de esa anécdota en varios momentos de la lectura del libro que nos ocupa, Todo el amor y casi toda la muerte, de Fernando Marías, probablemente el autor de menos de 60 años que tiene en su haber más premios literarios (entre ellos, el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Nadal, el Ateneo de Sevilla o, con la novela que reseñamos, el Primavera).

Estamos ante una novela que despunta de forma especial en los momentos en que se cuentan cosas. Es en estos momentos cuando la obra adquiere brillo e intensidad, demostrando que Marías (Fernando) está especialmente dotado para el ritmo, para la acción, para narrar con efectividad. En contrapartida, los momentos de reflexión, de circunspección, los momentos en que se abordan aspectos que tienen que ver con lo sentimental, están a mi juicio menos matizados y adolecen de cierta falta de profundidad. Esto no quita para que el conjunto resulte bastante eficaz, merced a una trama de cierta complejidad, que funciona a través de la narración de varias historias encadenadas y que se producen en distintos momentos históricos sobre un mismo territorio. Por un lado, la historia de Gabriel, poeta que marcha a la guerra de Cuba y que regresa a España después de un encuentro de carácter sobrenatural que trastoca su existencia, y que vive un amago de romance con Leonor, mujer de un terrateniente cruel. Por otro lado, la historia de Sebastián, un “hombre corriente” que se ve atrapado en un amor inesperado con una inquietante y voluptuosa mujer que le provoca el desgarro emocional y la infelicidad.

Hay otras historias, como la de Clara y su hijo Eloy, e incluso una historia incrustada dentro de otra historia, la de la propia novela-cuento que Gabriel escribió en vida (y que está hábilmente planteada desde una perspectiva estilística distinta al resto de la novela). Todas las historias dan al conjunto una apariencia de construcción compleja en la que el lector debe poner de su parte para llegar a conclusiones propias sobre lo leído. En este sentido, sorprende que una novela de una complejidad como ésta se haya alzado con un premio como el Primavera, normalmente más dado a poner de relevancia obras con un planteamiento más lineal y clásico. Fernando Marías ha construido un artefacto narrativo complejo, que en todo caso se lee con sencillez gracias a la pericia narrativa del autor, quien si de algo sabe es desde luego de contar historias con efectividad.

15 julio 2010

Liberalismo rural

La ausencia

Miguel García-Posada

Algaida, 2010

ISBN: 978-84-9877-353-8

264 páginas

14 €



Jesús Cotta

Este libro se presenta como “un viaje interior a través de los recuerdos”, presididos por la presencia y la casa de Isabel, tía del narrador, el cual es primero un niño, luego un muchacho y, por último, un joven que pasa los veranos en esa casa, en el pueblo andaluz de Fuentes, junto a la costa, cercano a la “ciudad fluvial”, que no puede ser otra que Sevilla. Durante esos veranos y bajo la protección suave e intensa de su tía, el narrador despliega su mirada infantil, adolescente y, por fin, adulta, sobre una galería interesantísima de personajes, con los que aprende los juegos de niño, sus juegos de adolescente y sus andanzas de adulto, hasta que al fin comprende el porqué esa mujer que de niño lo fascinaba no era como las demás personas del pueblo. El libro presta especial atención a las tradiciones religiosas de Fuentes, a la mano de hierro que sobre él ejercían el guardia civil, el párroco y la familia dominante, a la explosión de los instintos que, pese a los opresivos conceptos de honor y honra, dominaban los cuerpos y los corazones, a las bellas tradiciones religiosas populares que llenaban los atardeceres de velas y de mantos de la Virgen… No hay un argumento lineal, sino un interesantísimo despliegue de situaciones concretas, de personajes finamente descritos con detalles verosímiles y personalísimos que los hace comprensibles en tres líneas. En esa variedad está el gusto de la novela, que no cansa jamás, pues esos personajes de pueblo siempre acaban sorprendiendo.

Destaco especialmente la belleza con que el novelista describe el descubrimiento de lo erótico y esa manera ágil, elegante y desenfadada de describir a los personajes mediante su actuación.
Dos son los protagonistas de esta novela: Isabel y Fuentes. Isabel es la dama roja, la europea de corazón, la cristiana sin Iglesia, que tenía que bregar en un pueblo dado al chismorreo y asustado por la sombra de la guerra. El protagonista está sediento de las valoraciones que ella hace de todo lo que ocurre: los presos políticos que llegan hasta allí huyendo de la explotación, las filípicas que desde el púlpito arrojaba el párroco, las sodomías impunes que con menores realizaba Cristino, más adepto que nadie al régimen. Si alguien desea conocer cómo una mujer amiga de la libertad, de la fraternidad, de Francia, de lo liberal e indulgente, culta, podía sobrevivir durante años en una España donde todo eso era considerado peligroso y sospechoso y en un pueblo donde el chismorreo y el qué dirán llegaban al extremo de que en las peluquerías se apuntaban las fechas de las bodas para controlar luego las de los partos, déjese llevar de la mano del narrador hacia los misterios humanos de Fuentes. El segundo protagonista es el pueblo, que ha dado amantes voraces a Ava Gadner, bienvenidas a José Antonio, alfileres y joyas a la patrona, ahogados al río fangoso y aleonado y una experiencia personal impagable al narrador, que es quien es por Fuentes. Quizá los malos de la película sean demasiado malos. El autor no les concede apenas una nota de simpatía. Pero no resultan envarados ni falsos, sino totalmente reales y tienen todo el aire de haber existido realmente en la vida del autor.

Lo mejor del libro es sin duda esa capacidad del autor para interesarnos en la trama a la vez que nos regala un estilo literario de calidad y que a cada tanto nos asombra con su belleza, sin asomo de tipismos ni de realismos mágicos tan trillados ni de reivindicación política, sino tan sólo con la autenticidad de quien cuenta algo hondo y personal que, sin embargo, acaba interesando a todo el mundo. El libro está plagado de frases gloriosas como ésta: No hay asesinato tan premeditado como la pena de muerte; y de párrafos tan arrebatadoramente líricos como este: Dúctiles, ligeros, casi alados, fluíamos por el agua a la luz de la luna, luz protectora, que alumbraba como un sol nocturno. Bañarnos de noche añadía un encanto especial, le otorgaba al baño una dimensión de acto ritual, de descubrimiento de la vida en sus fuentes primeras. Nos bañábamos desnudos y eso incrementaba la percepción de la gloriosa inmaterialidad de nuestros cuerpos. Y todo ocurría en un pueblo, donde la luz del sol, la niñez, la tradición inveterada lo hacía todo mucho más intenso, un pueblo que, gracias a la pluma de excelente narrador y mejor prosista Miguel García-Posada, ha quedado inmortalizado en mi colección de sitios favoritos.

14 julio 2010

Cultivar versos

El peso que nos une

David Hernández Sevillano

Editorial Hiperión, 2010

XXV Premio Hiperión de Poesía

ISBN: 978-84-7515-964-3

69 páginas

9 euros


Juan Carlos Sierra


Tras un par de poemarios –Uno más uno no es dos frente al espejo y Razones de más-, David Hernández Sevillano publica su tercer libro El peso que nos une bajo la sombra protectora y prestigiosa del Premio Hiperión de poesía.

El libro que nos ocupa en esta reseña huele y sabe a veces a la naturaleza con la que convive el autor en su residencia segoviana de Vegafría, en él se respira de vez en cuando el aire rural y sencillo de la vida retirada y sus poemas invitan a contemplar el mundo en su cotidianidad, en sus pequeños pero determinantes detalles.

No obstante, no se trata de una poesía campestre, rústica; es decir, sacada de los terrones resecos y angulosos del lenguaje olvidado y en desuso de aperos y yuntas, sino más bien lo contrario. Se aprecia –y se agradece- en David Hernández Sevillano el apego a la sugerencia, la indagación en las fronteras últimas de la semántica, el manejo en ocasiones arriesgado de la imagen. A pesar de estas destacadas virtudes, en el debe del lenguaje hay que señalar algunas discordancias y errores menores de sintaxis cometidos muy probablemente en beneficio de la medida exacta del verso.

Aunque la estructura de El peso que nos une queda bien fijada desde el poema introductorio ‘A modo de inicio’ –auténtico texto programático del libro- y en las cuatro secciones que lo conforman, la sensación que le queda al lector una vez concluido el poemario es la de dispersión. Me explico.

Hay libros de poesía que se escriben desde la abducción o la obsesión, de tal manera que todos los poemas no son más que el resultado de la indagación minuciosa en torno a un asunto muy determinado. Pero existe otra manera de escribir un poemario que podríamos denominar ‘por acumulación’: uno va escribiendo versos, tomando apuntes, completando inquietudes y, finalmente, apilando poemas que con el tiempo le descubren una estructura que no sospechaba.

Parece que el primer método –más orgánico- puede llevar a mejor puerto, aunque no necesariamente; lo que está más claro en este sentido es que quizá la lectura del poemario ‘obsesivo’ brinda al lector una sensación de redondez que le niega la dispersión de la segunda estrategia compositiva.

No sé exactamente en qué parámetros se habrá movido David Hernández Sevillano a la hora de pensar y escribir El peso que nos une, pero el resultado de su lectura, el poso que los poemas dejan en el lector –o al menos en este lector que aquí escribe- me hace intuir que se trata de un libro que se ha ido componiendo juntando versos sueltos e inquietudes dispersas que han encontrado un hilo conductor: las variadas y diferentes preocupaciones del alma humana comunes a todo ser, se encuentre éste a un lado o al otro de la escritura.

Por eso, una vez concluido el último verso de El peso que nos une, uno tiene la sensación de haber leído sobre muchos asuntos –la memoria de la niñez, el amor, la asunción de las derrotas, la trascendencia de lo cotidiano…-, pero no acaba de quedar claro cuál es exactamente la intención del libro.

O también puede pasar que uno no esté a la altura del texto.

13 julio 2010

Una mirada fresca y joven sobre Hispanoamérica

Cómo viajar sin ver

Andrés Neuman

Alfaguara, 2010

ISBN: 9788420406084

256 páginas

17'50 euros








Jesús Cotta

El autor de este libro de viajes se ha propuesto viajar sin ver, entendiendo por ver el mirar más allá de las apariencias y mostrar al lector la verdadera esencia de cada lugar. Así que durante un viaje de promoción literaria por encargo de Alfaguara por toda Hispanoamérica, desde Santiago de Chile a Miami, el autor va anotando como en un diario sus impresiones y anécdotas sin calentarse demasiado el tarro y sin calentárnoslo a nosotros. Y en eso reside su interés, en lo variado de lo que cuenta. Abundan las notas sobre las palabras usadas en cada lugar, sobre las hermosas catedrales de las diferentes capitales, sobre las opiniones políticas de la gente, sobre los autores literarios locales, sobre la recepción de los hoteles, los taxistas y algunas confesiones personales muy bien traídas.
Como el autor es argentino y español y recorre toda Hispanoamérica, la impresión es la de una enorme familiaridad hispana, de la que el libro sólo aporta unas cuantas teselas, pero que conforman un mosaico incompleto en la mente del lector; y está bien que así sea, pues no creo que hubiese libro capaz de abarcar en su riqueza y complejidad toda Hispanoamérica y por ello es preferible una obra posmoderna de notas inconexas sin la pretensión de explicarnos el todo.
En ese sentido, el título es un acierto. Es más bien el lector quien acaba viendo por su cuenta y riesgo, gracias a las ventanas que el autor va abriendo por aquí y por allá como quien no quiere la cosa.
En sus juicios de valor el autor tiende al matiz y al análisis breve y sutil, alejado del tópico, salvo en las frecuentes salpicaduras anticlericales que ensucian el libro, donde no se aportan razones, sino sólo prejuicio.
Otro gran mérito del libro, quizá sin que el autor se lo haya propuesto, es mostrar lo ficticias y conflictivas que son las fronteras políticas, sobre todo en países como esos, donde cultura, lengua, historia, costumbres y religión son comunes.
Libros como éste, frescos, breves, personales, con más resultados que pretensiones, hacen por la gran familia española de ambos continentes más que las Cumbres y los Tratados.

Viajar causa escritos

Cómo viajar sin ver

Andrés Neuman

Alfaguara, 2010

ISBN: 9788420406084

17,50 €





José María Moraga


Cuando un grupo o artista saca un disco de éxito lo normal es que hagan una gira para promocionarlo. Cuando la gira es un éxito, lo normal es que editen un disco en directo, reflejo de la gira, para capitalizar el momento / ganar tiempo / exprimir la gallina. En 2009 el escritor hispanoargentino Andrés Neuman ganó el XII premio Alfaguara de Novela con El viajero del siglo, obra muy celebrada por la crítica y los medios, si no es la misma cosa. A causa de El viajero del siglo, Neuman emprendió su propio viaje, una gira promocional del libro que le llevó por casi todas las capitales hispanoamericanas y que le sirvió de estímulo para alumbrar una nueva obra: Cómo viajar sin ver (2010).

La premisa de Cómo viajar sin ver se completa en su subtítulo: (Latinoamérica en tránsito). He aquí el objetivo confeso de Neuman, cronicar de modo fragmentario, asistemático, su gira americana y plasmar sus impresiones de -en teoría- “lo que no ve” antes que de lo que ve. De este modo quedan fuera del libro los ingredientes más obvios que cabría esperar de una obra así: las ruedas de prensa, las firmas de la novela, las reuniones con escritores, en suma, los actos públicos. ¿Qué es lo que queda? El revés de la trama, pues, los actos privados. Claro que seleccionados por el hábil escritor que es Neuman.

El autor hace que lo difícil parezca fácil, él, que es novelista, poeta, cuentista, ensayista, acomete Cómo viajar sin ver en un tono confesional de diario, quizás sería más apropiado decir de blog. Alcanza la complicidad con el lector casi sin proponérselo, fíjate lo que me pasó, te va contando el revés de la trama, las acotaciones, las tomas falsas. Y eso hace de este libro un artefacto endiabladamente entretenido.

El estilo es casi siempre rápido, urgente, a veces la sintaxis llega a ser telegráfica, pero en otras ocasiones Neuman se recrea en pasajes de inesperado lirismo. El apunte costumbrista se yuxtapone al aforismo, la reflexión filosófica a la impresión personal. De paralelo modo, la atención del narrador bascula entre los localismos (marcas de cerveza, usos y costumbres, giros dialectales del español) y la Globalización (muerte de Michael Jackson, comparación de hoteles y aerolíneas…)

Algunos temas se erigen en leitmotivs, dotando al libro de cierta continuidad entre episodios (más allá del viaje de ciudad en ciudad): preocupaciones comunes a varios países hispanoamericanos como la psicosis por la gripe A, el trasfondo del golpe de Honduras (y la lucha Zelaya-Micheletti), la represión a la disidente y bloguera cubana Yoani Sánchez… De entre todos destaca, por sus ramificaciones, la alargada sombra en el continente americano del chavismo, por el que Andrés Neuman no profesa simpatía alguna (igual que le pasa con el castrismo).

Más allá de la anécdota de quedarse sin calzoncillos limpios o compartir avión con Rosa “de España”, se aprecia en Neuman una tal vez involuntaria voluntad de imponer sentido a Latinoamérica, a la que se acerca como algo propio y extraño a la vez (por su condición de doble nacionalidad). Me explico. Ciudad que visita ciudad donde no deja de hacer referencia a la literatura local, citando liberalmente lo mismo a consagrados (Lima es Vargas Llosa, Ribeyro, Bryce Echenique) que a jóvenes y desconocidos valores de la poesía. Con esto el autor consigue trazar un panorama o al menos tomarle la temperatura a la literatura en español del otro lado del Atlántico. Igualmente, la conciencia social de Neuman emerge cada vez que cronica su incomodidad ante el hecho (del que es consciente todo el tiempo) de estar participando en una Latinoamérica privilegiada, irreal.

Tan irreal que a menudo se contraponen las zonas residenciales o acaudaladas de las ciudades a “la realidad”. Tal vez el signo de los tiempos sea cualquier cosa salvo la realidad real, hacer zapping mejor que ver un programa entero, mirar por la ventanilla de un avión y pensar en Google Earth (cuando debería ser al contrario), viajar sin ver, escribir un libro de viajes sobre una serie de eventos como excusa para acabar hablando, fragmentariamente, de cualquier otra cosa. ¿Es ésta “La precesión de los simulacros” sobre la que nos alertó Baudrillard hace más de 30 años? ¡Uuuuuf, amigos! ¡Estamos en verano! Dejemos estas cuestiones sesudas a los intelectuales, y leamos un librito fresco, ecléctico y divertido, por ejemplo este de Andrés Neuman.

12 julio 2010

Escribir sobre el frío

Antecedentes

Julián Rodríguez

Mondadori, 2010

107 páginas

ISBN: 9788439722199

9,90 €






Rafael Suárez Plácido



Recuerdo que leí Nevada (Renacimiento, 2000), un poemario que contaba historias de personas que trataban de sobrevivir con la dignidad que siempre nos hace mejores. Recuerdo que el librito estaba recorrido, desde el primer poema, por el frío y te dejaba helada el alma. Pasaron unos años y lo siguiente que leí del autor fue Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (Caballo de Troya, 2004). El impacto ocurrió desde el título. Y ya no pude soltarlo hasta que no acabé de leerlo. En realidad aún no he podido hacerlo. Siempre está ahí: una suerte de diario dividido en diez momentos, cada uno de los cuales pretendía constituir un relato real, creado a raíz de un artículo para una revista de arte, o a partir de un montón de fotos antiguas, o de algunos recuerdos de su pueblo: Ceclavín, en Cáceres. El título lo tomó prestado de una exposición del fotógrafo Daniel Guzmán. Siempre pienso que nuestra vida es eso: unas vacaciones más o menos baratas en la miseria de los demás. Pero lo más sorprendente del libro es el uso novedoso que hace del género (diario) y aun más del lenguaje. Algunos piensan que ya está todo inventado. Yo aún me encuentro con sorpresas como ésta. Y el paso siguiente fue buscar sus libros anteriores. Ahí aparece Mujeres, manzanas (Editora Regional de Extremadura, 2000) un conjunto de historias de mujeres que, es cierto, trataban de sobrevivir con la dignidad que siempre nos hace mejores. Y, también es cierto, estaban atravesadas por el frío, que te dejaban helada el alma. Ahora, diez años después de esos dos primeros libros y cuando Julián Rodríguez es ya una referencia ineludible a la hora de analizar la narrativa española, aparece Antecedentes (Mondadori). En el prólogo escribe: “Recuerdo que comencé este libro, ambos libros, el verano de 1997, pero fue un verano para mí infernal.” Cuando dice “ambos libros” se refiere a Nevada y a Mujeres, manzanas. Continúa: “La disposición de los textos de aquellos dos libros en esta nueva edición (…) obedece a un criterio que, hoy, me parece más cercano a lo que siempre deseé que fueran: un solo libro.” Es cierto: los textos están dispuesto de manera diferente. Abrir con el relato “Muerte” es un acierto. Es uno de los relatos mejores. No sólo en el libro hay verso y prosa. También en algunos relatos, como en este “Muerte”, hay fragmentos de poemas que nos ayudan a comprender mejor a las protagonistas: Ramón Gaya, Luis Alberto de Cuenca, José Luis Piquero, aparecen en mayor o menor medida entre sus páginas.

El prólogo comienza así: “Este libro fue un laboratorio.” Cuando leí Unas vacaciones prestadas… lo primero que quise fue encontrar antecedentes. Porque Julián Rodríguez sabía qué quería hacer con el lenguaje y que lo hacía diferente. No diría yo que Antecedentes fuera un laboratorio donde fue pergeñando la voz que quería para sus libros posteriores. O sí. Los primeros libros son casi siempre un paso en la construcción de la obra. Y eso no les quita valor: a veces incluso son los más interesantes.

El libro se estructura en tres partes que se inician con algunos de los mejores textos: la primera parte comienza con “Muerte”, una historia de tres mujeres que coinciden en un punto de Extremadura mientras una de ellas lee un poema de Ramón Gaya que le evoca instantáneas nítidas de su pasado, la segunda barre la entrada de un bar y la tercera, su madre, aparece a veces por la ventana de este apremiándole en su trabajo. En Julián Rodríguez siempre tiene un espacio el arte, la literatura alimenta a los personajes. En el relato “Palabras”, la protagonista vive de la caridad de los otros: “Algunos sólo les regalaban palabras./ Ya son una ayuda, pensaba ella. La gente no sabe cuánto aprecio las palabras./ Más que dinero, se decía también, porque así podía pagar con la misma moneda.”

Los personajes del primer relato aparecerán en otros: a veces vislumbrados con breves trazos que nos evocan otras páginas, a veces más claramente. Yo creo que hay mucho de estas mujeres en algunos personajes de sus libros posteriores, de todos sus libros. La pareja de “Navidad” también me es familiar. No sólo ella, también él. La relación con su madre y con su hermano, tan especial, tan cercana. Las fotos de familia también abundan en estas historias. La familia siempre está presente. Hay mucho de Antecedentes en Cultivos (Mondadori, 2008), su último libro hasta ahora.

La segunda parte, con el subtítulo “Textos extranjeros”, se abre con “Virtud”. Aunque la historia no ocurra en España, podría trasladarse tal cual a Extremadura o a Andalucía. Es el relato que debía leerse en todas las escuelas de zonas rurales para ir conociendo algo de su pasado, en ocasiones, no demasiado lejano. Las jóvenes de un pueblo perdido que desde los trece años esperan la llegada del hombre que las saque de sus casas. Hay algo de mítico y atávico en "Virtud", el relato con el que comenzaba Mujeres, manzanas. Los poemas más narrativos del libro, hablo por ejemplo, de "Maximilian Kolbe", se leen con solución de continuidad. Es la otra cara de la virtud, allí donde el frío tomaba su nombre.

Las guerras aparecen en el libro. Son parte de la historia del siglo XX y todo está enlazado. En la guerra todos somos diferentes, parece pensar Julián Rodríguez. Algunos están a la altura y otros no.

La tercera parte del libro comienza con "Pietá". Piedad es el nombre de dos de las mujeres que aparecían en "Muerte", la madre y la hija del bar. Pietá es otra forma de Muerte. Sus relaciones con el mundo, con los hombres, no las hacen felices. "Los gorriones que asomaban cada mañana a la puerta eran menos huérfanos que ella y sus hijos". El relato "Desconcierto" es la autobiografía de una mujer que tampoco fue demasiado querida por los suyos. En realidad, las mujeres del libro no son felices porque no son queridas. Ni por sus familias ni por parejas. Eran tiempos también de otras necesidades: "Desayunar un café con leche era entonces un lujo". Ella encontraba consuelo, aunque también desconcierto, en las palabras que leía o en el paisaje, o en lo que le decía un maestro en la escuela.

Y otro de los mejores relatos del libro es el que lo cierra, "Manzanas", que nace o toma forma a partir de "Historia de G.", el poema de José Luis Piquero. José Luis Piquero y Julián Rodríguez son dos de los autores que prefiero actualmente. Me gusta encontrarlos a ambos en un libro que quiero: Antecedentes, el retrato de mujeres que nos helarán el alma, el retrato de mujeres que ya todos conocemos. Era necesario un libro así.

Publicado en Clarín

08 julio 2010

London Calling

Canciones de sangre

Jake Arnott

Traducción de Ignacio Gómez Calvo

Mondadori, 2009

ISBN: 9788439722069

358 páginas

14,90 euros



Fran G. Matute

La obra con la que se inauguró la interesante colección Roja & Negra (Mondadori), auspiciada por Rodrigo Fresán y que pretende poner al día a este país en los últimos títulos (meritorios) de la novela negra, fue Delitos a largo plazo (1999) de Jake Arnott. Autor inglés y homosexual (destacamos este aspecto por ser de relevancia para el análisis de su obra, no porque se nos haya contagiado el amarillismo de la pérfida Albión), sorprendió al mundo editorial británico con una propuesta fresca en muchos sentidos.

Aquella primera novela, que formaba parte de una trilogía (cómo no), destacaba principalmente por su acierto en la reconstrucción del Londres libertario y vicioso de mediados de los años sesenta. Su protagonista central, Harry Starks, pasaba por ser un gangster afeminado cuyas actividades convulsionaron el llamado “Swinging London”. Y si para colmo la estructura de la novela se construía a modo de caleidoscopio (cinco puntos de vista distantes pero tangentes), el producto era definitivamente digno de ser destacado de entre la morralla de publicaciones que invaden el mercado bajo la maleada etiqueta “noir”.

Ahora nos llega la oportunidad de retomar la trilogía de Harry Starks con la segunda de las obras de Jake Arnott, aquí titulada Canciones de sangre (2001). Pero lo primero que hay que destacar es que las conexiones con los acontecimientos narrados en Delitos a largo plazo son ínfimas. Tampoco hay un afán por redescubrir el Londres de 1966, fecha en la que transcurre el grueso de la historia, más allá de algún que otro brochazo al Mundial de fútbol que la selección de Inglaterra ganó vilmente gracias al gol de Geoff Hurst.

Da la sensación que Arnott ha querido esta vez sumergirse más en sus personajes que en la ambientación o en la estructura, que ha preferido basar su estrategia en la acción, en la continuidad, en lo gutural del género. Hay quien ha criticado precisamente esto. El hecho de no haber retomado el camino iniciado con Delitos a largo plazo, el hecho de haber parido una continuación más lineal, menos atrevida.

Pero en nuestra humilde opinión, con Canciones de sangre Arnott se ha consolidado como un escritor elegante con paciencia para los sentimientos. Destacaría de su prosa el acierto con el que escudriña las relaciones personales de unos personajes que, si bien en ocasiones rozan el maniqueísmo, se encuentran confundidos y extrañados por las circunstancias.

Hay por tanto pasajes muy potentes en esta novela (los recuerdos de guerra del asesino, las dudas en torno a la condición sexual de uno de los policías, los fantasmas del pasado que acechan al periodista) y hay momentos de confusión narrativa (ese uso indiscriminado de la primera persona por parte de dos personajes distintos en una novela narrada, esencialmente, en tercera persona llega a ser mareante). Con todo, servidor ha de confesar que ha disfrutado más con estas Canciones de sangre que con las primeras correrías de Harry Starks.

Así que esperemos pues a la tercera entrega de la saga, titulada Crímenes de película (2003), que ya está en el horno y entonces confirmaremos un presentimiento. Y es que me da en la nariz que si Nick Hornby escribiera una novela negra saldría algo muy parecido a lo que hace Jake Arnott.

07 julio 2010

Las meta soledades

Diario de las especies

Claudia Apablaza

Barataria, 2010

ISBN: 9788492979028

176 páginas

13,50 euros



Carolina León

Si cualquiera de nosotros está mínimamente atento a la narrativa que nos proponen los escritores y escritoras con aproximadamente tres décadas de edad, se habrá encontrado más de una vez con el fenómeno que trata de verter al libro problemas y anomalías de los formatos digitales: el blog, entre ellos, pero no como el único de ellos. ¿Es Diario de las especies un caso más de esto? Lo es y no. Tengo que decir que ese gesto de trasvase de poéticas "digitales" es a priori un "Frankenstein". Un blog es creación personal, posteriormente ampliada con las participaciones de los lectores, los cuales jugarán con los temas y los alcances (a no ser que los comentarios estén cerrados); por tanto, es también creación colectiva. En el blog, el escritor encuentra con frecuencia una vía alternativa de investigación o reflexión (de forma paralela a las investigaciones que desarrolla en soledad) y, en ese sentido, ¡sí!: por fin éste puede dejar de sentirse tan solo en su tarea. En algunos casos, por último, también se ha podido utilizar como "diario secreto en voz alta", amparándose en el anonimato. De todo ello se aprovecha la escritora chilena.

¿Qué pasa cuando nos llevamos estos problemas al libro? Que la meta-reflexión literaria sucede demasiado pronto, sin haber hecho una suficiente interiorización de los problemas insertos en estos lenguajes. Y que el escritor devuelve el contexto digital en otro formato (eso no es culpa suya, todavía el libro cotiza un poco) y trata de trasvasar ciertos códigos poco o nada emulables en la página impresa. Baste decir: el hiperenlace. Una novela podría funcionar en forma de guión de cine, aunque el guión sea en sí un texto esclavo. En cambio, se hace durillo imaginar un formato digital que ha perdido la facultad del hipertexto. Por ésta y otras razones, algunos de estos intentos cuajan mal.

La novela de Claudia Apablaza es un blog. Desde el principio hasta el final. Un blog de temas literarios y metaliterarios, uno en que su autora se pregunta por la biografía, por la relación con los textos fundacionales de ella misma, por la biblioteca (que se erige por sí en una presencia casi tangible en el libro) y la creación de la propia voz. Aunque falten los hipervínculos, dentro hay un discurso. No está ella, solamente, sino todo un coro de voces, como en el de una obra teatral, y eso hace de este texto algo ya de por sí digno. La protagonista principal, digamos la autora del blog, expele propuestas; otros las contestan, saltan por encima o dibujan elipsis imposibles. La reflexión metaliteraria se extiende desde los soliloquios al debate, aunque en el ínterim el debate refleja mucho de lo que es hoy un blog literario: una hidra. También se aplaude.

Así, el principal tema que podría ser el de la identidad, se rompe y se fragmenta (eso es lo que todos somos, fragmentos). Lo digital es un juego. Pero no lo es menos lo real. La autora/escritora del blog es arrastrada a "la biblioteca" y llega a pasar las noches allí entre otros insomnes, entre libros, toqueteos y encuentros sexuales. Después, eso redunda dentro del ruido digital, y las ondas siguen esparciéndose.

Es un libro, a últimas, triste. En sus teorías sobre la comunicación en la red, los gurús de la comunicación 2.0 nos hablan de "la gran conversación", de un nuevo nivel en la interacción humana. Apablaza pone en evidencia que no hay tal conversación, que la soledad metafísica (con ese onírico viaje de patos y vuelos como broche final, lleno de enigma) es estructural. Y ningún juego ni tecnología nos saca de ella.

A menudo, cuando leo experimentos con el meta-contexto digital me sonrojo y me digo (en jerga chilena, nacionalidad de Apablaza): "Le salió trucho". A Diario de las especies se le pueden reconocer algunos peros (situaciones apuntadas y poco desarrolladas, algunos temas insertados que no son acogidos dentro del tronco y podrían haber dado juego), pero en definitiva se centra en la reflexión biografía-vida-literatura y, en eso, está manejado con valentía, sin red. Ahí queda: una novela híbrida, con un juego interesante de códigos y una prosa destacable por la profusión de sugerencias y cargas semánticas. Apetecible, como lectura, para todo aquel que busque nuevas preguntas (no respuestas, que de ésas no hay) a los problemas del escritor del siglo XXI. No pido más.

02 julio 2010

Una bestia literaria


No hay bestia tan feroz

Edward Bunker

Sajalín Editores, 2009

ISBN: 978-84-937-4131-0

414 páginas

22 €

Traducción de Laura Sales



Fran G. Matute

El nombre de Max Dembo resuena en mi quijotera como un eco. He comenzado a leer No hay bestia tan feroz (publicada originariamente en 1973) de Edward Bunker, uno de esos rescates editoriales que se agradecen de por vida. Bunker, novelista poco prolífico e ignoto en este país, tiene más fama como hombre de cine que como literato. Pero el nombre de Max Dembo, el protagonista de esta novela, me sigue resultando familiar.

La prosa de Edward Bunker ha sido alabada por personalidades como Quentin Tarantino (quien lo rescató para su Reservoir Dogs -1992-), James Ellroy o nuestro Montero Glez. Y No hay bestia tan feroz, dicen, es su cumbre literaria. Pero la fuerza, incontestable, de una novela como ésta no reside sólo en su virtuosismo literario sino en el verismo de las escenas que la componen. El día a día de un expresidiario; su lucha por incorporarse a la sociedad, por validar esa segunda oportunidad que "el sistema" le ofrece; su ánimo de no corromperse y sin embargo seguir siendo fiel a sí mismo; el reencuentro con su pasado y con su naturaleza; el sentimiento de impotencia e inutilidad; el reconocimiento de que sólo hay una salida para este tipo de personas...

No hay bestia tan feroz, título extraído de la obra de Shakespeare, es así de profunda y por ello trasciende del típico cliché de la novela negra. Max Dembo cuenta en primera persona su odisea. Así que esta narración es un trasunto de sus memorias. No hay bestia tan feroz resulta, por este motivo, cercana. Demasiado. Te arrastra hasta sus infiernos, te obliga a engancharte a Max Dembo y te identifica con un ser humano marginal pero humano al fin y al cabo. Y es que la historia de Max Dembo no debe ser muy distinta a la de Edward Bunker, que llevó una vida de delincuente antes de dedicarse a la cultura, que comenzó a apreciar la literatura en la cárcel, que se ilustró en los bajos fondos para luego contárselo al resto de los mortales.

Pero a Max Dembo ya lo conocíamos de antes. Para cuando termino, o mejor dicho, engullo No hay bestia tan feroz, me viene a la memoria un fotograma de Dustin Hoffman en una película antigua. Un Hoffman musculoso, luciendo un atrevido bigote, saliendo de una cárcel, intentando rehacer su vida. Lo llamaban Max. Hablo de Libertad condicional (Ulu Grosbard, 1978). Y no es la única adaptación cinematográfica que descubro de la obra de Bunker. Ahí queda ese Animal factory (Steve Buscemi, 2000), basada en su segunda novela aún inédita en España.

Personaje total, actor secundario de lujo (destacable su relación con el cineasta ruso Andrei Konchalovsky en cintas como El tren del infierno -1985-, Vidas distantes -1987- y Tango y Cash -1989-) y novelista de culto, no nos queda otra que celebrar la labor de rescate editorial de la obra de Edward Bunker, un autor natural. Una bestia literaria.

01 julio 2010

Gamberrismo ilustrado

England’s Dreaming

Jon Savage

Traducción de Marc Viaplana

Reservoir Books, 2009

ISBN: 978-84-397-2176-5

736 páginas

29,90 euros


Daniel Ruiz García

Durante muchos años, los amantes de la literatura musical en castellano hemos padecido los rigores de un incomprensible vacío bibliográfico en torno a la música que se enmarca dentro de ese generoso e impreciso espectro que damos en llamar pop/rock. Salvando la labor de editoriales como Edicomunicación o Cátedra (sí, la que edita las biografías con sus lomos de color chillón), y de una nómina de autores todoterreno que en muchos casos suplían la falta de densidad con oficio y un punto de entrega heróica (Jordi Serra I Fabra, Mariano Muniesa…), tradicionalmente la estantería que se ocupaba de la música en las librerías patrias ha sido siempre la que se mostraba más menuda e insípida.

De hace unos años acá, no obstante, la tendencia ha empezado a cambiar, merced a editoriales que abordan el género de la crítica, el ensayo y la biografía musical desde una perspectiva más seria y rigurosa, lo que implica -¡por fin!- la traducción al castellano y consiguientemente la importación de los grandes títulos relacionados con este subgénero. Ahí están editoriales como Global Rythm Press, Milenio o Ma Non Troppo (Robinbook), que están permitiendo por fin la penetración en el mercado nacional de títulos con los que muchos hemos soñado durante décadas.

Este retraso es lo que explica que hayamos tenido que esperar unos diez años para poder hincarle el diente al libro que hoy reseñamos. Se trata, como reza la contraportada, del libro “definitivo” sobre los Sex Pistols y el movimiento punk. Una obra a medio camino entre la biografía, el ensayo sociológico y la teoría musical que puede resultar algo dura para los no iniciados, pero que es de lo más interesante para todos aquellos que manejan los códigos básicos del movimiento punk y que aspiran a desenvolverse en el movimiento y sus implicaciones por encima de sus eslóganes e iconos.

El ensayo viene a corroborar, con gran profusión de detalles, cuestiones que ya sospechábamos. Como por ejemplo, que el origen del movimiento no estaba, como quisieron hacernos creer, en Gran Bretaña, sino en EE.UU, merced a grupos como los New York Dolls o los Ramones. O como que Malcom McLaren, el artífice del fenómeno Sex Pistols (fallecido, por cierto, hace un par de meses), no era más que un mercachifle obsesionado con la notoriedad y el dinero. O como, por ejemplo, que Sid Vicious era un tipo con escaso talento pero que daba el perfil. Probablemente el que sale mejor parado de todo el fresco es John Lydon, a quien hay que atribuir la mayor parte del genio del fugaz combo, si es que algo de eso hubo.

Me atrevería a decir que England’s Dreamin completa la pata que le restaba a la silla que componía Greil Marcus en su audaz Rastros de Carmín (Anagrama), un ensayo modélico sobre cómo abordar la interpretación histórica desde un planteamiento creativo y altamente estimulante. Si Rastros de Carmín era un ensayo en toda regla sobre la “historia oculta” que comunica los movimientos estéticos anarquizantes de comienzos de siglo XX con el punk de los años 70, England’s Dreaming es un ensayo en profundidad sobre estos años 70, con una perspectiva marcadamente sociológica pero sin descuidar en ningún momento los aspectos musicales.

En su pretensión de rigor, el volumen quizá resulte ligeramente árido en algunos momentos (tiene más de 700 páginas), pero en cambio es una obra completísima, hasta el punto que incorpora apéndices de gran valor que nos ayudan a tener un conocimiento sobre el movimiento bastante vasto.

En todo caso, al finalizar el libro, uno tiene una sensación extraña. Se siente muy almorzado de punk, pero vuelve a escuchar el Never Mind The Bollocks y el aroma de espontaneidad y brillo ya no parece el mismo. Es uno de esos libros que lo vuelven a uno un poco más resabiado, y que dejan la sensación de haber perdido algo en el camino. Vale, el punk fue todo eso, pero tampoco hay que echarle tanta cuenta al papel. Sabemos que detrás del punk había una actitud, que estaba el poso de la crisis y de la falta de oportunidades para la juventud británica, que también estaba Guy Debord y su Internacional Situacionista. Pero como los cadáveres exquisitos del surrealismo, que también acabaron sepultados por un exceso de teoría, el fuelle inicial, el resorte primigenio, no consistía en realidad más que en hacer el gamberro.