31 enero 2011

Oxígeno y veneno para la poesía


Poetry is not dead

Luna Miguel

DVD Ediciones, 2010

ISBN: 978-84-92975-08-2

62 páginas

8 €

Premio de Poesía Hermanos Argensola 2010



Juan Carlos Sierra

En las obras completas de cualquier poeta que las tenga, independientemente de su edad o merecimiento, generalmente lo que menos atrae al lector son las primeras páginas, es decir, los primeros libros. Incluso suele pasar que para el propio autor son estos los versos absolutamente prescindibles; es más, muchos reniegan de ellos y se arrepienten de aquel premio de poesía que ganaron siendo demasiado jóvenes o de que alguien les propusiera publicarlos en aquellos no tan maravillosos años poéticos.

No obstante, tienen su interés arqueológico, puesto que indican el origen, el punto de partida, ya que todos sabemos que quien se inicia en la escritura parte de los escritores a los que admira. Se trata, en definitiva, de un plagio consentido y con sentido. Los maestros nos enseñan los modelos en los que encajar la escritura primeriza para luego, en los mejores casos, componer los moldes propios que, quién sabe, alguien en un futuro imitará antes de encontrar su propia voz poética; y así hasta el infinito y más allá, en caso de que nos siga pareciendo importante esto de la literatura.

Digo todo esto porque en el segundo libro de poemas de Luna Miguel Poetry is not dead se pueden rastrear modos y maneras de los autores que han conformado su universo de joven poeta. Entiendo que la brújula de Luna Miguel apunta muy directamente y por encima de otras influencias a otra poeta española, laureada y admirada, la cordobesa Elena Medel. Pero también, mirando al horizonte patrio, está en los versos de Poetry is not dead el pesimismo adolescente de Carmen Jodra Davó, la ironía de Carlos Pardo, la sexualidad femenina y explícita de Miriam Reyes, el realismo sucio de Roger Wolf, la imaginería de Ana Gorría,… La lista de referencias literarias se extiende más allá en el tiempo y en el espacio: Ginsberg y su Aullido –fundamental en el conjunto punk de los poemas de Poetry is not dead-, Rilke, Valente, Bolaño, Pizarnik,…

Llegados a este punto, se plantea una inquietante duda: ¿se puede escribir un libro de poesía mirándose al ombligo de la propia y personal tradición poética? Bueno, las dudas se ensanchan: ¿y no hay en Poetry is not dead más que una poeta hablando de otros poetas o escribiendo como otros poetas?, ¿para qué me quiero leer entonces este libro? Y la última duda que aterra: ¿un poemario que se llama Poetry is not dead no estará así renegando de la esencia misma de la poesía, es decir, no se debería entonces llamar, por el contrario, ‘Poetry is actually dead’?

Evidentemente, el libro de Luna Miguel que aquí nos ocupa contiene algo más que metaliteratura. Si, parafraseando a Carmen Jodra en su poema "Hastío", este bello mundo te produce asco, si no acabas de entender a los que te rodean, a los de tu generación, si te parece que la mediocridad es la marca indeleble de nuestro tiempo, si todo esto te pone furioso, con Poetry is not dead vas a poder gritarlo –otra vez Ginsberg- de la manera más irreverente.

En cualquier caso y mirando al futuro de la escritora, uno espera que Luna Miguel se independice con el transcurso de los libros de los referentes literarios que se dan cita en Poetry is not dead para hallar su propia voz poética, de la que, a pesar de todo, algo se apunta en este segundo poemario. También cabe esperar que no se arrepienta demasiado de él en una futura obras completas.

28 enero 2011

La rebelión de los cronopios

Noticias

Santiago Alba Rico

Caballo de Troya, 2010

ISBN: 978-84-96594-52-4

240 páginas

15,90 €



Carolina León

Imaginemos una segunda parte de las Historias de cronopios y de famas: una en la que los famas hacen el mundo, mientras que son los cronopios los que lo cuentan. Aquellos seres medio antipáticos, fríos, realistas, aguafiestas, calculadores y proactivos, esos son los que gobiernan (hasta aquí, poca diferencia con la realidad). Aquellos otros un poco absurdos, un tanto calamitosos, abiertos a lo imposible, a la maravilla y a la mirada poética han okupado las redacciones de los diarios.

Regresemos al aquí y ahora: en esta cotidianidad zafia vivimos una crisis tras otra. Para Santiago Alba Rico, la crisis económica puede que no sea tan importante como la de la realidad -que por algo es filósofo- y esa otra, abrumadora, que está dinamitando la profesión periodística-. Y ¿qué nos propone para combatirla? No fantasía, no un mundo paralelo donde todo sale bien, no una realidad edulcorada y dineylandizada. No fábulas edificantes, sino estas Noticias: con apariencia de auténticas, dentro de un contexto, con fecha y nombre del medio. El primer sentimiento de descoloque en el lector puede venir, justamente, de ese entorno, pero a medida que pase las páginas podrá darse cuenta de la cualidad de la propuesta: hay una realidad que pasa todos los días, una normalidad completamente anormal que nos circunda a todos; sentimientos, pasmos, memorias, acontecimientos cotidianos, fantasmas, injusticias que no forman parte del mundo narrado en los medios de comunicación porque, simplemente, ninguna de esas cosas cotiza en bolsa.

Acusado de asesinato después de desconectar el aparato del que dependía la vida de toda su familia”, “6.700 millones de personas sobreviven al fin del mundo”, “Se durmieron profunda y apaciblemente”, “Pierde el control y no viola a la prisionera”: son algunos de los titulares de las Noticias que escriben estos esforzados mediadores entre la realidad y nosotros. Hay otros formatos, otros desarrollos, que se sitúan más del lado de lo fantástico, o de lo posible improbable, como ese “Recortes presupuestarios” que nos anuncia: “Los ciempiés tendrán sólo noventa patas”; o como esa plaga de zapatos, primera pandemia que aqueja privilegiadamente a los más pudientes. Por supuesto, lo mejor de estas noticias rara vez está en sus titulares.

Porque el cronopio cortazariano (con el que estamos haciendo el juego de paralelismos, pero a quien no le debe gran cosa este libro) es también capaz de mostrar lo más terrible de este mundo en una forma elegante, marketiniana: “Haga sueño su realidad. No nos engañemos: usted nunca podrá tener una casa decente, un salario digno...”, etc. Los redactores de estas noticias pueden, además de todo lo dicho, arrancar muchos velos.

En el libro de Alba Rico, algunos lectores se pueden sentir un tanto náufragos: no se acomoda a género, no sigue normas. Gasta un poco de cada disciplina: desde la poesía al periodismo, en casi todas sus concreciones, pero también mucho del panfleto. Todos estos ingredientes arrojados al crisol dan estos breves fragmentos, cada noticia, que sólo con mirada miope podremos entender como “inventada”. El vehículo literario le sirve al escritor para elaborar temas, ideas y consignas de su forma de enfrentarse al mundo: cuando lees Noticias en contraste con la lectura de un periódico cualquiera, auténtico, no se siente en verdad ni más absurdo ni más extraño.

Es cierto que hay momentos mejores que otros. Hay hallazgos preciosos, junto a textos que se sienten de relleno. “Denuncia al Ministerio de Comunicación (...) por fallos reiterados en su detector de momentos reales”: varias noticias nos hablan de este dispositivo -demanda aún no satisfecha por los fabricantes de pequeño electrodoméstico-, en donde no deja de sentirse un escalofriante paralelismo con, por ejemplo, los dispositivos móviles que incorporan “realidad aumentada”. Al dueño del aparatejo “le pareció sentir una especie de emoción que tenía que ver con la existencia del mundo”: mientras que Santiago Alba Rico no pretende salvar la literatura (ni el periodismo) con este libro, su lectura puede deparar muchos y grandes momentos de una sensación cercana a la de tener delante la posibilidad de cierta redención.

27 enero 2011

Elogio a don Mario


El sueño del celta

Mario Vargas Llosa

Alfaguara, 2010

ISBN: 978-84-204-0682-4

440 páginas

22 euros

Premio Nobel de Literatura, 2010.



José Martínez Ros

Llegó el Premio Nobel, se produjeron las aclamaciones de costumbre (mezcladas con algunas críticas de aquellos para los que no compartir determinadas convicciones políticas o una cierta visión de la sociedad te convierte de manera automática en un peligroso delincuente) y ahora aparece un libro… tal vez en el peor momento para ser juzgado con ecuanimidad.

El sueño del celta tiene, de antemano, un gran problema: es la primera novela que publica Mario Vargas Llosa tras el Nobel. Lo que significa que probablemente miles de personas hojearan este libro (quizás también lo lean), buscando los motivos de tal distinción. Lo que es injusto para el autor y, sobre todo, para el libro. Pues, seamos francos, es dudoso que los encuentren. Roger Casement es, desde luego, un auténtico personaje de novela, alguien que pudo ser nombrado caballero del Imperio británico (por su labor de denuncia de las terribles matanzas que sufría la población indígena en el corazón de África a manos de los esbirros de ese genocida decimonónico que fue Leopoldo II de Bélgica y en la Amazonía por las compañías caucheras peruanas e inglesas) y condenado a muerte por traidor al mismo Imperio británico pocos años después, cuando militaba en las filas de los rebeldes irlandeses. Se trata de una biografía correcta, está bien escrita y bien narrada (tampoco esperábamos menos), pero nada más. Digámoslo claro: El sueño del celta no apasiona, no encontramos en sus páginas ninguno de los alardes literarios y estructurales con los que nos sorprendía Mario Vargas Llosa en otros libros, sólo una lección de historia, una vida compleja y ejemplar que se nos cuenta de modo repetitivo (habrían venido bien unas cuantas elipsis) y convencional. Si tenemos en cuenta el paupérrimo nivel de la mayoría de las novelas históricas que se publican, El sueño del celta destaca, y mucho, pero queda muy lejos de obras de arte como Las memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar o Bomarzo de Mújica Láinez. ¿Merece, entonces, el señor Llosa, su Nobel?

Respuesta del autor de esta reseña: por supuesto que sí. Y lo afirmo porque devoré la primera gran obra de Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, a los catorce años (y me sigue pareciendo un libro excelente para descubrir en la adolescencia), sobrecogido, sintiendo que esa novela ambientada en un colegio militar de Lima se refería directamente a mi vida de entonces; porque Conversación en La Catedral o La fiesta del chivo, dos de las más altas novelas que se han publicado en nuestra lengua durante el pasado siglo XX, me han hecho entender la miseria moral y la íntima opresión que significa una dictadura para los que la padecen mejor que tantas torpes películas españolas sobre el franquismo; porque La guerra del fin del mundo (una narración que transcurre en Brasil del XIX) me parece lectura obligatoria para entender el auge de los fundamentalismos religiosos y étinicos. Y, desde luego, porque novelas menores como Lituma en Los Andes o Pantaleón y las visitadoras me han divertido enormemente. Así pues, si lo desean, compren El sueño del celta. Es una novela correcta. Pero no dejen de ir a una biblioteca o una librería para encontrarse con las maravillas que ha escrito Vargas Llosa y que (esperamos) siga escribiendo.

26 enero 2011

La delgada línea azul

Homicidio. Un año en las calles de la muerte

David Simon

Principal de los Libros, 2010

ISBN: 978-84-938316-2-2

699 páginas

28,50 €

Traducción de Andrés Silva

Prólogo de Richard Price


Fran G. Matute

Dicen que los escritores de novela negra se basan, casi siempre, en hechos reales a la hora de salpimentar sus retorcidas tramas con detalles escabrosos. Esta teoría se soporta, en la mayoría de las ocasiones, atendiendo al pasado de los novelistas. Resulta curioso observar cómo la gran mayoría de ellos fueron o quisieron ser en algún momento de sus vidas detectives, policías, militares, abogados o periodistas de sucesos. Tuvieron, en definitiva, un canal de acceso directo a un anecdotario colectivo de crímenes, casos judiciales y/o atestados policiales con los que nutrir su perverso imaginario. Otros sufrieron en sus carnes las durezas del sistema y pueden hablar de ello en primera persona. Horace McCoy, Dashiell Hammett, Ross McDonald, Joseph Wambaugh, James Ellroy... todos ellos responden, de una forma u otra, a lo anterior. El material del que están hechas sus novelas es la realidad, no la ficción. Así que no termino bien de ver la diferencia entre, por ejemplo, una novela como Los nuevos centuriones (1971) de Wambaugh y Homicidio. Un año en las calles de la muerte (1991), el espectacular ensayo periodístico de David Simon.

Partamos, pues, de que la no consideración de Homicidio como una novela negra viene de una mera cuestión semántica: esta es, que su autor ha querido tener la decencia de confesar desde el primer minuto que no se ha inventado nada de lo que ha escrito en esta monumental obra. Quizás apelando a su profesionalidad como periodista, quizás respetuoso por el género novelístico, pero el caso es que David Simon no quiere que nos tomemos como un mero divertimento su trabajo. Y hace bien. Porque así podemos desgañitarnos en elogiar Homicidio sin parecer exagerados.

Lo que pretende David Simon con este mastodóntico trabajo es ofrecer la visión más realista y objetiva de lo que significa, en toda su extensión, el trabajo policial en el Departamento de Homicidios de Baltimore, Maryland. Y, al final, lo que consigue, es definir todo un sistema y mostrar con nitidez los defectos y virtudes del mismo. Baltimore se convierte así en el Chicago de los años 30 o en el San Francisco de los 60. Sólo que el Baltimore de los 90 destaca por sus crímenes y su caótica dirección política y social. Una ciudad en la que mirarse; un modelo sobre el que extrapolar todos los males del capitalismo moderno. Tan ambicioso es el trabajo de un sólo hombre, de un simple periodista de una localidad pequeña que pidió a sus superiores un año de excedencia para poder dedicarlo a acompañar, noche y día, a una serie de detectives, parapetado tras su libreta, su grabadora y una brillante visión de conjunto para analizar la realidad.

Pero al margen de la impresionante labor analítica de David Simon en su completa exégesis del sistema, también debemos destacar la maestría para ofrecer sus conclusiones, aportando un valor literario innegable a sus experiencias, que convierten a Homicidio en una lectura de altos vuelos, ágil y frenética, como la materia sobre la que escribe. El modelo de escritura de Simon no es nuevo (el llamado Nuevo Periodismo ya lo cultivaron Truman Capote, Norman Mailer y Tom Wolfe, por poner un ejemplo), pero pocas veces nos hemos enfrentado a un ensayo periodístico con tanto respeto por la veracidad de los hechos y tanto cuidado por las formas. Simon da verdadero lustre a una profesión tan denostada en estos días.

Y hasta aquí hemos conseguido hablar sobre Homicidio sin referirnos a The Wire (2002-2008), pináculo de la ficción televisiva estadounidense de los últimos años, cuyo primer sustrato parte de las experiencias vividas por David Simon durante la escritura de esta obra. Dejemos claro una cosa: el serial de la HBO no es una adaptación directa de Homicidio. De hecho el libro tuvo su propia versión televisiva fidedigna, conducida por Paul Attanasio, a lo largo de las siete temporadas (y posterior film) de Homicide: Life on the streets (1993-1999) que emitió la cadena NBC. No obstante es fácil encontrar lugares comunes entre ambas obras: nombres que se repiten con otras caras, con otras intenciones, o comportamientos, anécdotas policiales, perfiles... Se trata de pinceladas que el fan acérrimo de las correrías de McNulty y compañía será capaz de identificar a lo largo del texto. Mucho más evidentes son las referencias a Ed Burns, personaje tangencial en la trama de Homicidio, que terminaría siendo la mano derecha de David Simon, no sólo en The Wire, sino en posteriores aventuras televisivas (The Corner, Generation Kill).

Pero Homicidio no es sólo el primer paso en la meteórica carrera de genialidades audiovisuales de David Simon. Es también un reconocido punto de partida para muchos novelistas que se han visto influenciados por el inconfundible estilo de su autor. Sin Homicidio mucho nos tememos que no existiría Clockers (1992) o La vida fácil (2008) de Richard Price (quien prologa esta edición). Y la influencia no termina ahí: George Pelecanos o Martin Amis han reconocido abiertamente el impacto que la lectura de Homicidio causó en sus vidas artísticas. Volvemos, de nuevo, al novelista que toma prestado de la realidad. Estamos hablando pués de la obra de un periodista ambicioso que quiso ir más allá del mero hecho de denunciar una historia. Quiso contextualizarla, diseccionarla y transformarla sin que perdiese objetividad. Quiso "explicarla". Y en ese proceso de transformación se puso de manifiesto un talento innegable que lo ha llevado a ganar en 2010 el McArthur Fellow, también conocido como "la beca de los genios". No nos cabe la menor duda de que David Simon es un genio pise el terreno que pise. Sólo hay que ver la primera temporada de Tremé (2010-¿?) o leer Homicidio para darse cuenta de ello. Suena a tópico, pero David Simon pone de manifiesto que la realidad bien contada siempre supera a la ficción.

25 enero 2011

La novela de Bolaño

Los sinsabores del verdadero policía

Roberto Bolaño

Anagrama, 2011

ISBN: 978-84-339-7221-7

328 páginas

18,75 €

Prólogo de Juan Antonio Masoliver Ródenas




Rafael Suárez Plácido

Cita Bolaño unos versos del Tao: “Su identidad es el misterio. / Y en este misterio / se halla la puerta de toda maravilla.” Nos ofrece así una de las claves de su obra. Su poesía, íntegra en La Universidad Desconocida; sus relatos, Cuentos (2010) y sus mejores novelas, Los detectives salvajes y 2666, son vueltas de tuerca en torno a la identidad de uno de los escritores más interesantes que nos dio o nos quitó el pasado fin de siglo.

Desde su muerte en 2003, han ido apareciendo libros. Ahora Anagrama nos ofrece Los sinsabores del verdadero policía. Y estos sinsabores se quedan en el título: estamos ante la novela que define el Universo Bolaño. No nos extraña que empezara a redactarla en los ochenta y que en 2003 la considerara aún inacabada, porque aunque hubiera fallecido treinta años más tarde seguiría siendo así. En ella está todo Bolaño: Chile, México, Barcelona, la poesía latinoamericana, la francesa, la española, la vida, la política, las contradicciones, el sexo, el amor, Europa, la miseria y las trampas del poder. Pero, ante todo, el amor a los libros: “Menos mal que he leído. Menos mal que aún puedo leer.”

Un profesor universitario chileno, Amalfitano, viudo de cincuenta años, y su hija Rosa, de diecisiete, tras una vida nómada marchan a Santa Teresa, al norte de México: personajes y lugares que ya han aparecido en libros anteriores. Pero lo más importante en este libro, aquí más que nunca, es que siempre son personajes vivos, que casi podemos tocar. Dice Masoliver Ródenas, en el prólogo, que la estructura es semejante a la de Rayuela. Es posible: sobre la trama principal se superponen fragmentos que algún lector no siempre considerará imprescindibles.

Leemos “que el Todo es imposible, que el conocimiento es una forma de clarificar fragmentos.” Bolaño nos ofrece estos fragmentos sabiendo que “un libro era un laberinto y un desierto.” Su laberinto y su desierto. Como él decía: “MI NOVELA”. Pero la novela, a la altura de las mejores de las suyas, no finaliza en sus manos. Corresponde al lector enlazar esos fragmentos, encontrar la salida al laberinto, al desierto, el más secreto de los laberintos. Y ya Bolaño nos dice: “Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.” Decir que estamos ante una de las mejores novelas de Bolaño es decir que estamos ante una de las mejores novelas de nuestro tiempo.

[Publicado en El Correo de Andalucía]

24 enero 2011

Negro sobre negro

Notas al pie de Gaza

Joe Sacco

Mondadori, 2010

ISBN: 9788439722526

432 páginas

22,90 €

Traducción de Marc Viaplana



Alejandro Luque


Al terminar de pasar la última página de Notas al pie de Gaza, uno tiene la convicción de haber leído una obra maestra. Lo que tal vez no tenga tan claro es el género que asignarle. ¿Es un cómic, un reportaje, un alarde narrativo, un ensayo histórico? La duda se explica por el hecho de que su autor, el estadounidense Joe Sacco (Malta, 1960), participa de todos ellos, y al mismo tiempo se antoja innovador, precisamente por incorporar y barajar registros diferentes.

El dibujante y guionista de Palestina, El Mediador o Gorazde, área segura centra ahora su atención en unos oscuros sucesos de la historia de Oriente Medio, dos matanzas de palestinos a manos del ejército israelí acaecidas en 1956. Siguiendo la pista de unos textos de Chomsky, Sacco viaja al sur de Gaza para investigar estos hechos: la masacre de Khan Younis, en la que hubo 257 ejecutados, civiles y desarmados, con el pretexto de detener a combatientes palestinos; y la orden de concentrar a todos los hombres de 15 a 60 años en una escuela de la UNRWA, en Rafah, que arrojó el saldo de 60 muertos a sangre fría.

Sacco, periodista de la revista Harper’s, cubría la segunda intifada cuando empezó a obsesionarse con aquellos crímenes. Viajó a ambas ciudades y, acompañado por su guía e intérprete Abed, conversó con gente de todo tipo, desde un veterano militar a un vecino que perdió a toda su familia cuando era niño; buceó en los archivos de la ONU y visitó personalmente los escenarios de la tragedia, hasta conformar una reconstrucción tan minuciosa y documentada que nadie, a día de hoy, ha osado rebatirla.

El resultado es, como decíamos, impresionante. El impecable dibujo de Sacco –a veces comparado con Robert Crumb, aunque también influenciado por otros autores underground, como Charles Burns– discurre con buen ritmo a través de viñetas ágiles y llenas de detalles, donde los personajes aparecen muy bien retratados y las arquitecturas y ambientes reproducidos con todo detalle. Por otro lado, como trabajo periodístico, Notas al pie de Gaza debería ser lectura obligada en las Facultades de Comunicación. Su autor no se cansa de tomar notas y hacer fotografías, explora distintos ángulos, contrasta versiones y exhibe, en definitiva, un extraordinario amor por la verdad.

Este afán por indagar y contar los hechos se despliega en una doble vertiente: hacia el pasado, combatiendo la impunidad, y hacia el presente, pues el libro comprende en buena medida el making of del reportaje, las peripecias protagonizadas por el propio Sacco en busca de información. Así, pierde su fuerza el reproche que a menudo le hacen al autor –no remuevas lo de hace 50 años, cuenta lo que pasa ahora: “¡Aquí cada día es 1956!”, dice un personaje palestino–, pues en efecto la obra acaba reflejando la extrema dureza, la vulnerabilidad, los odios ancestrales y el dolor inconsolable de estas gentes, y también el modo en que la ternura y hasta el humor se abren paso en esa cruda cotidianidad.

Hacia el final del libro, es posible que el lector encuentre algunas objeciones. Una, que el punto de vista predominante es el palestino, aunque la versión israelí esté documentada en el anexo. Es cierto que durante décadas casi toda la información que nos llegaba de Gaza era la proporcionada por Estados Unidos, con el visto bueno de Israel. Pero ésta tampoco explica la mentalidad del israelita de a pie, ni siquiera la de los propios soldados como lo hacía un libro como Hirbet Hiza, de S. Yizhar.

Otro comentario que he oído a varios lectores de Notas al pie de Gaza se refiere a la extensión y prolijidad del relato. ¿Podría Sacco haber hecho algo más ligero o digestivo? Tal vez sí. Sin embargo, un alivio de este tipo expondría quizá el proyecto a lamentables simplificaciones, o supondría renunciar a mostrar los rostros –dibujados, pero de un fuerte verismo– de las víctimas. Cuando se trata de desentrañar las claves de la realidad, mejor pecar de exceso. Vivimos en la era de la información exprés y los grandes titulares, pero la realidad es a veces demasiado compleja como para prescindir de sus quisquillosas, obstinadas, imprescindibles notas al pie.


[Publicado en www.mediterraneosur.es]

21 enero 2011

Sociología novelada

Gentes de Estambul

Buket Uzuner

Edebé, 2010

ISBN: 9-788-423-697-861

424 páginas

20 €

Traducción de Marta Sedó Fernández


Ilya U. Topper

Si esto fuera un filme de Miguel Albaladejo, todo funcionaría. El destino de 15 personajes que se cruzan y descruzan por el aeropuerto de Estambul cuando sobreviene un fallo informático no es mala materia, si uno consigue trenzar el argumento.

El material, a primera vista, promete: la profesora de genética de buena familia turca ‘clásica’, el escultor salido de un pueblo del sur, la amiga armenia, el camarero gay del Mar Negro, el viejo catedrático griego, el hombre de negocios machista, su secretaria-amante trepa, el vendedor sefardí, la limpiadora de Anatolia, la criada kurda, la islamista moderna, incluso una diseñadora levantina...

Lo han adivinado: Gentes de Estambul quiere trazar una radiografía de las diferentes capas que componen la sociedad turca. Y hace exactamente esto: la autora acomete la narración con una evidente voluntad de pedagogía sociológica. En las primeras páginas, mediante diálogos extensos cuyo fin principal es revelar información sobre los personajes, su extracción y encaje en la sociedad y sus idearios políticos, con lo que cada uno se va perfilando como representante de una visión diferente de Turquía, su historia y su futuro. Pronto, los diálogos ―porque sería insostenible dotarlos de un mínimo realismo― darán paso a ensoñaciones y vivos monólogos interiores, siempre con el mismo fin: describir la sociedad turca.

Y ahí se queda la cosa. Los personajes no tienen otro fin que el de ilustrar un tratado, son siluetas de cartón, no tienen vida propia, entendiéndose como ‘vida propia’ ese rasgo de carácter que nos sorprende en las novelas y nos arrastra porque es original, porque es inesperado, porque no encaja con las trilladas existencias cotidianas, porque se sale del guión. Algo que Belgin y Ayhan y Tijen y Yanni y Baturcan y Erol y Jak y toda la peña no pueden permitirse, porque existen para mostrar cómo es Turquía, no para vivir un destino humano distinto al de sus congéneres.

Otras novelas usan una sociedad, un país, una época como escenario, Gentes de Estambul quiere simplemente describir el escenario. Quizás no sea mala intención ―Europa tiene mucha necesidad de conocer Turquía― pero tras las primeras 70 páginas, a más tardar, el lector ya sabe que en las demás 350 no le esperará otra cosa.

No sólo Europa tiene necesidad sino, probablemente, también la propia Turquía: el libro se vende en todas partes. El nombre de Buket Uzuner tira lo suyo. Dicen que la mencionan como “la nueva Orhan Pamuk”, en una velada alusión a premios internacionale. Este libro podría dar lugar a la sospecha que, efectivamente, Uzuner merezca el apelativo: Pamuk es famoso en Turquía por leerse mucho más en el extranjero que en su propio país, y Gentes de Estambul tiene todas las cartas para gozar del mismo destino.

Pero no se me confundan: Buket Uzuner se ha labrado su fama desde hace más de treinta años, escribiendo para un público turco que le ha seguido encantado. Sus relatos han puesto un espejo a adolescentes y no tan adolescentes: su facilidad para describir la vida sexual de las chicas, para romper tabúes del idioma y del pensamiento, para hablar de ligues, orgasmos, compresas y rupturas (sean pasionales o del himen), ha influido en más de una generación. Ignoro ―al no dominar el turco― si un crítico lo llamaría alta literatura, pero está claro que ha sabido expresar, sacudir, seducir. Y siempre con un mensaje rebelde, feminista, liberador, en la tradición de las grandes escritoras turcas que ella reivindica como maestras: Adalet Ağaoğlu, Sevgi Soysal, Tezer Özlü, Sevim Burak...

Quién sabe si un libro de relatos de los noventa de Uzuner, hablando de adolescentes, narrado el caos propio de la vida, nos enseñaría más de Turquía que este esforzado rompecabezas sociológico. Queda por desear que alguien lo traduzca.

Nada fácil: faltan no ya buenos traductores del turco sino que faltan traductores. Llanamente. Tanto que Gentes de Estambul fue traducido a partir de la versión inglesa de la novela. Lamento añadirlo, pero se nota, y mucho. Hasta el punto de tener palabras inglesas en la novela (esos Inc. de las empresas...). Queda mucho camino por recorrer para que en España podamos escoger qué literatura turca nos gusta.

17 enero 2011

Humor se escribe con J (y W)

Ómnibus Jeeves, Tomo I (¡Gracias, Jeeves!; El código de los Wooster; El inimitable Jeeves)

P.G. Wodehouse

Anagrama, 2010. Colección "Otra vuelta de tuerca"

ISBN: 978-84-339-7596-6

584 páginas

24,5 €

Traducciones de Esteban Riambau Saurí, Carme Camps y Emilia Bertel



José María Moraga

Anagrama acabó el 2010 pagando una deuda con el humorismo inglés de mayor octanaje, qué caray, con la literatura en general. Ellos, que han apostado por el humor inglés (hace poco regalaban un compendio de relatos humorísticos de las Islas en plan promoción), editan ahora una serie de P.G. Wodehouse titulada Ómnibus Jeeves, cuyo primer tomo ha aparecido e incluye los libros ¡Gracias, Jeeves! (1934) , El código de los Wooster (1938) y El inimitable Jeeves (1923). Las dos primeras son novelas (¡Gracias, Jeeves! es, de hecho, el primer libro largo que apareció sobre estos personajes) y la última es una novela-con-trampa, puesto que el material de que se compone suma dieciocho “capítulos” que ya habían aparecido con anterioridad de manera independiente en forma de once relatos cortos.

Estas tres novelas, pues, tienen en común lo mismo que ha de tener toda la serie que justifica estos Ómnibus: el mayordomo Reginald Jeeves y su patrón, el señorito Bertram Wooster. Sir P.G. Wodehouse (1881-1975), escritor prolífico a más no poder, autor de otras memorables sagas y personajes como la del Castillo de Blandings, la de Psmith, la del Golf, y muchas otras historias sueltas, es uno de los escritores británicos más populares y leídos del siglo XX. La crítica no ha sido generosa con él, puesto que dedicó su talento a un subgénero menor, la comedia, a menudo degenerada en farsa. Sin embargo, incluso sus coetáneos más reputados -como Kipling o Evelyn Waugh- hubieron de admitir la facilidad de su prosa (en el buen sentido) y su maestría en el uso preciso de la lengua inglesa.

Además de novelista, Wodehouse fue libretista de comedias musicales, llegando a trabajar con Cole Porter y Jerome Kern. Él pertenecía a una clase alta cuya definición nos cuesta comprender aquí en España. Esa clase que vemos reflejada en películas como Gosford Park (2001) y Una familia con clase (2008) o en series como Downton Abbey (2010- ), y que sufrió una estocada mortal con ambas guerras mundiales, sobre todo la segunda. Por eso el mundo de Wodehouse, y el de las historias de sus personajes Jeeves y Wooster acaba por resultar intemporal. Por sus costumbres (cenar de esmoquin, beber a todas horas, tener servidumbre) podemos enmarcarlas vagamente en un período entre 1914 y 1945, pero aunque los tres libros de este primer tomo del Ómnibus Jeeves cumplan con la fecha, no debemos olvidar que la última novela de Jeeves y Wooster apareció en 1974, mientras que el contexto de sus personajes no había variado un ápice.

Las historias de Jeeves y Wooster son, a mi entender, las mejores de Wodehouse con diferencia. La crítica así lo reconoce, y desde luego que si este autor ha de pasar a la historia será por estos dos personajes. Ellos son la pareja cómica más lograda, y aunque el estilo, lenguaje y procedimiento técnico de todos los libros de Wodehouse sea similar, es en el mayordomo y el señorito donde se sustenta el prodigio del humor wodehousiano. Bertie Wooster es el señorito vano y banal por excelencia. Millonario desocupado, miembro del club de “Los Zánganos”, ha recibido una educación elitista solo porque era “lo correcto”, pero apenas deja en su cerebro espacio para cosas que no sean la bebida, la moda, la música ligera, las novelas de suspense y los líos de faldas.

Acuciado por otros parientes con más seso (singularmente sus temibles tías), que quieren hacer de él un hombre de provecho o al menos que se case, Bertie acaba metiéndose en los embrollos más extraordinarios. A veces pretendiendo escaquearse de un problema va y crea otro mayor o a veces su falta de carácter le impide evitar verse envuelto en situaciones muy desagradables. El sexo femenino es, a menudo, otro azote de Bertie Wooster, quien suele atraer a damiselas que son, o demasiado cursis para su gusto o demasiado dinámicas y resueltas (recordemos que es la época de las flappers), y con las que suele comprometerse en matrimonio “sin querer”, lo que le supone no pocas incomodidades.

El único capaz de ayudar a Bertie a salir de estos embrollos es la gran mente abultada, el gran consumidor de pescado que alimenta su materia gris: el gran Jeeves. En realidad no es mayordomo sino ayuda de cámara, ya que lo primero se asocia a una casa y lo segundo a un caballero concreto. O como a él le gusta decir, es un “Gentleman’s personal gentleman”. Porque Jeeves, aunque un sirviente, es un tipo culto y refinado. Pertenece a una clase media-baja con aspiraciones, suficientemente educada para conocer los códigos del buen gusto y la elegancia, y servir a su jefe en calidad de criado, secretario, mayordomo, ayuda de cámara y conseguidor en general. Siempre desde una posición de respeto y confianza mutuos, nunca en igualdad de condiciones.

Si Bertie es un botarate integral, él gusta de verse a sí mismo como un genio excelso y cultivado. Jeeves, por contraste, es una persona de una cultura enciclopédica, sobre todo en lo que a historia y literatura inglesas se refiere, habla con citas de Shakespeare, Milton y los poetas Románticos (que Bertie toma por perlas originales de su empleado) y siempre siempre siempre sabe estar, pero es muy humilde y discreto, un genio en la sombra. Tanto es así, que llega al extremo de manipular a su señor de manera sutil, dada su inteligencia superior, para que este haga lo que a él le dé la gana pero sin que jamás se note. En contadas ocasiones, Wooster se da medio cuenta de esta suerte de “despotismo ilustrado” que Jeeves ejerce sobre él, pero carece de la inteligencia y el carácter necesarios para plantarle cara, máxime cuando Jeeves siempre actúa en beneficio de los intereses de su amo, que por fuerza coinciden con los suyos propios.

En ¡Gracias, Jeeves! el mayordomo llega a amenazar al señor hasta el extremo de dejar su servicio, puesto que, para echarle un pulso y reforzar su autoridad, Wooster ha dado en tocar el banjolele (infernal instrumento de cuerda parecido al banjo, muy de moda en los años 20), haciendo la convivencia imposible. Wooster se ve obligado a tomar a otro sirviente, que resulta un completo desastre, mientras se ve envuelto en una trama para ayudar a un amigo a cortejar a la hija de un rico americano, posible comprador de la casa solariega del amigo. La chica yanqui resulta ser una ex de Bertie, con lo que ya tenemos lío garantizado, acrecentado con la llegada de otro viejo conocido, un psiquiatra padre de otra ex de Bertie que lo tiene por loco. Al final, ni que decir tiene, solo Jeeves será capaz de salvar la situación, dar a cada uno lo suyo y restablecer la paz.

El código de los Wooster es, posiblemente, la obra clave de esta serie de personajes. Incluida hace tiempo por Penguin en su serie Twentieth Century Classics, cuenta la peliaguda situación en que se mete Bertie Wooster al encargarle su tía que robe una lecherita de plata en forma de vaca a un coleccionista rival de su tío, quien si no consigue esa pieza se niega a sufragar la revista femenina que su esposa dirige. Como la vaquita se halla en posesión del rival por culpa de una metedura de pata del propio Bertie, este se ve en la obligación moral de desfacer el entuerto y acaba mezclado en una serie de tramas románticas, con malentendidos entre él y la novia de un amigo íntimo, a lo que se suma la inquietante presencia de Roderick Spode, uno de los más hilarantes personajes de toda la saga: señorón autoritario, violento y filonazi que es una parodia del nazi inglés Oswald Mosley. El código de los Wooster, feudalismo mal digerido, reza “Nunca dejes a un colega en la estacada”, pero solo Jeeves, con su sagacidad y savoir faire, pondrá el bálsamo necesario para que la cosa culmine en el obligatorio final feliz.

El inimitable Jeeves nos trae algunas de las más desternillantes historias de Jeeves y Wooster, débilmente entrelazadas para parecer una novela. Destacan “El camarada Bingo”, que muestra a un amigo del alma de Bertie –sobrino de un Lord- haciéndose pasar por comunista para ligarse a una chica obrera, “La pureza del césped”, retrato de la pasión por el juego y las apuestas de estos jóvenes ociosos o “Sir Roderick viene a almorzar”, en la que Bertie se hace pasar por loco ante un reputado psiquiatra (como expliqué hace dos párrafos) para eludir un compromiso matrimonial indeseado con su hija, muy atractiva pero muy mandona. El único aceite capaz de engrasar este mecanismo y hacer que todas las historias lleguen a buen puerto es… lo habéis adivinado: el inimitable (e inestimable) Reginald Jeeves.

Espero que todo lo anterior haya podido dar una ligera pero interesante idea de las coordenadas por las que se mueven P.G. Wodehouse y sus personajes, incluyendo a muchos de los secundarios, que aparecen recurrentemente. Personalmente, recomendaría leer los tres libros en orden cronológico, para irle cogiendo el punto a Jeeves y Wooster, y sobre todo al peculiar estilo de contar de Bertie, narrador infrasciente pero tremendamente locuaz, que os garantiza la carcajada. Bien por Anagrama y bien por la recuperación de estos pequeños clásicos del humor del siglo XX. Y a quien no le haga gracia este Ómnibus Jeeves (I), tranquilos, que hay otros libros.

14 enero 2011

Daniel Pearse y la piedra filosofal

Stone Junction. Una epopeya alquímica

Jim Dodge

Alpha Decay, 2011

ISBN: 978-84-92837-18-2

535 páginas

20 €

Traducción de Mónica Sumoy Gete-Alonso


Prólogo de Thomas Pynchon


Fran G. Matute

Si tuviera que explicarle a un amiguete, así en frío y grosso modo, la sinopsis de Stone Junction (1989) me quedaría algo muy parecido a lo siguiente: esto va de un niño, llamado Daniel Pearse, que se queda huérfano y que va a una especie de escuela de magia donde aprende a desarrollar una serie de cualidades especiales para terminar enfrentándose a un alma maligna que protege una piedra mágica.

Ya me diréis si esto os suena o no a alguna exitosa saga literaria infantil ambientada en el Reino Unido. Pero no quiero decir con lo anterior que la amiga J. K. Rowling haya leído a Jim Dodge. Es más, apostaría lo contrario. Y como las comparaciones son odiosas, nos vamos a centrar más en las evidentes diferencias que existen entre ambas obras. Sí, Harry Potter podría ser un trasunto de Daniel Pearse, pero las asignaturas que se imparten en la Alianza de Magos y Forajidos no tienen nada que ver con el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Para empezar, a Daniel Pearse lo instruyen en las artes del amor, de las drogas, del juego, de los explosivos… y, claro está, de la magia. Todas estas habilidades jugarán luego su rol a medida que avanza esta “epopeya alquímica” y amoldarán la personalidad del protagonista.

Aunque no lo parezca (sobre todo a la vista de las directrices expuestas hasta el momento en esta reseña) Stone Junction es una novela de culto escrita por un autor de culto. Jim Dodge es de esos escritores escurridizos y minoritarios, muy del estilo de Thomas Pynchon (el cual, en un gesto extraordinario, prologa este libro), que pululan por los Estados Unidos de América. La obra de Dodge es realmente escueta: sólo 3 novelas publicadas en los años 80, una colección de poemas y un par de ensayos sobre bioregionalismo. Una obra con una fuerte conexión con la naturaleza, la juventud y la cultura popular en su más amplia acepción. De sus tres novelas, sólo una queda inédita en España (Fup). Las otras dos fueron traducidas en 2008 con el empuje de Kiko Amat, que se hartó de recomendar El cadillac de Big Bopper (1987) y la novela que aquí reseñamos (que por aquél entonces se tituló Introitus Lapidis), que ha sido reeditada, renombrada y adecentada por la editorial en busca de un público más amplio y mejor.

Si se me permite la asimilación, Stone Junction me recuerda a las novelas de S. E. Hinton. Historias en las que los jóvenes deben enfrentarse a un mundo de adultos, en las que nadie adoctrina sobre lo que está bien y lo que está mal, sino que los aprendizajes surgen de la experiencia. Me consta que hay lectores de esta novela (colaboradores de “Estado Crítico”, a más inri) que la consideran pueril e insensata. Pero servidor quiere romper una lanza por esta obra que desvela la aventura del coming-of-age de Daniel Pearse. Una historia de jóvenes contada para adultos, una odisea socrática que transcurre por la América de las carreteras secundarias.

Imbuida de un sutil postmodernismo (prefiero seguir pensando que este es un texto dirigido a infantes en los que la imaginación tiene toda la cabida del mundo), Jim Dodge transita en esta novela territorios comunes a los de su confeso admirador Pynchon, autor que se erige, en este sentido, como una figura cuasi paternal. No pretendemos aquí excedernos en elogios, pero si nos gustaría dejar constancia de que Stone Junction debería ser leída por todo hijo de vecino (y que cada cual juzgue su pretendida profundidad) y que dicha lectura debería hacerse con el mismo espíritu libre con el que fue escrita hace ya más de veinte años.

13 enero 2011

De lo fantástico natural

Tan cerca del aire

Gustavo Martín Garzo

Plaza y Janés, 2010

ISBN: 9788401339028

304 páginas

18,90 euros

IX Premio Ciudad de Torrevieja





Alejandro Luque

Hay escritores de literatura ‘adulta’ tan aficionados a rebajar sus exigencias que parecen escribir para niños, dicho sea sin ánimo de ofender a los niños. Otros, en cambio, cultivan una narrativa aparentemente infantil, pero muy capaz de atraer y conquistar al lector adulto. Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) no sólo pertenece a este segundo grupo, sino que es uno de sus más serios y perseverantes artífices.

Tal vez por eso, cuando se anunció su nombre como ganador del Premio Ciudad de Torrevieja de este año, cundió la unánime impresión de que el errático certamen acertaba estaba vez de pleno. Esta opinión no cambia al abordar la lectura de Tan cerca del aire, que es la historia de Jonás, un chaval huérfano que se gana la vida como cartero del pueblo, y que va a conocer, a través del testimonio de una vecina, la extraordinaria historia de sus padres y el secreto de su propia naturaleza, no menos increíble.

Aunque quizá tarde un poco en arrancar –casi un centenar de páginas se van en demorar una revelación bastante previsible–, la prosa de Martín Garzo se aplica a fondo para construir una cautivadora novela de amor: el que siente el protagonista por sus mayores y por Sara, la chica de la taberna, y sobre todo de amor a la Naturaleza. Tan cerca del aire reivindica en cierto modo esa escuela donde se abrazan la memoria y la ecología, que está en el maestro Delibes como en nombres actuales como Julio Llamazares o Alejandro López Andrada.

Podemos hablar, asimismo, de una narración fantástica, donde lo prodigioso y lo onírico invaden la realidad y se confunden con ella, y no siempre para mostrar el lado más dulce de las cosas. Así, Martín Garzo bebe de la tradición oral y el cuento de hadas clásico tanto como de Jonathan Swift o Ana María Matute, y en las metamorfosis que describe conviven Ovidio y Kafka en estrecha vecindad. Lo mismo sucede con su ambiciosa estructura, un sello del autor desde mediados de los 90, cuando publicó la excelente La princesa manca: el desarrollo de la historia se encadena a la manera que enseñó Sherezade, o adopta la forma de caja china que ya está en el Quijote.

Valga toda esta retahíla de influencias más o menos evidentes –a las que cabría añadir otros guiños explícitos–, para subrayar el carácter marcadamente literario de la novela, de su ambición de nacer de la mejor literatura para quedarse en ella; sin ánimo de usurpar la vida ni emularla, sino de actuar como puro reflejo.

Tal vez por eso, Tan cerca del aire podrá prestarse a variadas lecturas, y se extraerán de ellas mensajes muy diferentes. Nos limitaremos a proponer uno: la reflexión sobre la humana necesidad de buscar la belleza y lo imposible; el asombro al que rendir culto, como una demanda fundamental del espíritu. Lo cual, por cierto, también se encuentra en Cervantes en un grado prodigioso.

No debe llegar el punto final a esta reseña sin poner de relieve uno de los elementos más sobresalientes de la escritura de Martín Garzo, que es ese cuidado lenguaje que se ha ido haciendo más y más esencial con cada uno de sus libros, pero que también ha ido ganando en aliento poético. Oteando esa inclinación, una vez le pregunté al autor en una cafetería de Valladolid si no se planteaba escribir versos. Me respondió que de momento no se veía capacitado, pero que siempre le consolaba el ejemplo de Thomas Hardy, que se reveló como poeta a los 55 años. Han pasado casi diez de aquella conversación, y Gustavo Martín Garzo está cada día más cerca: ya tiene 62...


[Publicado en la revista Mercurio]

12 enero 2011

Sopa-S

Fabulosos monos marinos

Óscar Gual

DVD Ediciones, 2010

ISBN: 978-84-92975-03-7

248 páginas

15 euros



Carolina León


Según nos cuenta Óscar Gual, la Sopa-S es el último grito en drogas sintéticas: hace que cuerpo y mente se focalicen en un único elemento/factor, centrando el deseo -eso quiere decir: cerrándose a las dispersiones. Que vivimos en un mundo de sobrealimentación simbólica, un "panóptico comestible" que diría Beatriz Preciado y, sin embargo, nos sentimos cada día más pobres y vacíos, no es algo que venga yo a descubrir de pronto en esta reseña. Pero ¿qué es Fabulosos monos marinos? No queda muy claro.

Me acuerdo del gesto de horror y repulsión de mi acompañante en aquel lejano día en que vi en el cine Crash, de David Cronenberg. Si Fabulosos monos marinos fuese una película o una serie se ganaría espectadores como aquél. Para empezar, está lleno de experimentos. A lo largo de sus cuentos puedes sentirte como si estuvieses evolucionando a través de las pantallas de un videojuego, o incluso cambiando de uno a otro en la consola, sin parar; puedes saltar entre paradigmas estilísticos sin apenas transición, y en cada nuevo cuento, cuando creías que ya tenías dominadas las coordenadas para la lectura, caer sin red; a mitad de libro, creerás que tu volumen ha sido asaltado por un dj literario (ésta no es una idea mala, aunque probablemente la olvide dentro de quince segundos) que pone ante tus ojos algunas de las más radicales tendencias narrativas.

Junto a esta completa ausencia de certezas y al ninguneo del lector, algunos elementos están ahí para servir de asidero, aunque nunca puedas agarrarte muy firmemente en ellos. Está la ciudad, Sierpe, en la que se sitúa buena parte de los relatos; el psiquiatra moderno “de escuela americana”, con la curiosa manía de masajearse los huevos a todas horas; algunos nombres de personajes, ora aparición fortuita, ora protagonista; está el crimen, el narcotráfico, el correr de sustancias que alteran o anulan identidades, la abyección y el parasitarismo de muchas formas de vida descritas; está, realmente, como hilo unificador de este amasijo, una negritud apocalíptica que proviene de nada y va hacia la nada.

Uno de los cuentos más sorprendentes -por su construcción, por el cierto humorismo que lo recorre- es "La loca historia de cómo el Círculo Nihilista de Dresde es refundado y disuelto de nuevo en la ciudad de Los Ángeles, California". “No puedo estar seguro de nada. Ni de que esos tipos con toallas hayan invidado Kuwait. No podemos cerciorarnos de ello”, se dice ahí. La colección de relatos que hace la “graduación” de Gual (antes Cut & Roll, DVD Ediciones, 2008) resulta un ejercicio de coraje en la búsqueda de formas de narrar propias, que no vengan contaminadas por la actualidad y eviten los caminos más trillados. Y a la vez me parece una lucha contracorriente por entre toneladas de referencias, paquetes simbólicos y lenguajes narrativos (que van más allá de lo literario) para, al final, devolver estos cuentos. A tenor de la dispersión sensorial y la avalancha de distracciones que acosa al creador, titánica lucha. Pero, además, dentro de estos cuentos la metáfora se sostiene, se ahonda y se tensa. Puede flojear por muchos aspectos -esa misma dispersión que vengo reseñando será, para otros críticos, un problema-. A mis ojos es un honesto ejercicio y una recomendable colección de fábulas esquizoides.

Ok, vuelvo a recordar al acompañante de aquella sesión de cine: pongo recomendable en cursiva. Este libro, como uno de Ballard o una de Cronenberg, se empeña en recrear no un “mundo enfermo” inexistente, sino las enfermedades de este nuestro mundo. Que juntas y a palo seco, sin ración de Sopa-S, duelen mucho más.

11 enero 2011

Son como niños

Poesía para niños de 4 a 120 años. Antología de autores contemporáneos

VV.AA. Edición de Jesús Cotta, José María Jurado y Javier Sánchez Menéndez

Ediciones La Isla de Siltolá, 2010. Colección Agua

ISBN: 978-84-15039-38-9

244 páginas

22 euros



Juan Carlos Sierra

Siempre que se me cruza una antología por el camino de mis lecturas me acuerdo de la frase que dejara escrita Francisco Ribes en su libro de 1963 Poesía última: “Toda antología constituye un error”. Y será el tiempo quien determine esos fallos, ya que es él quien pondrá a cada antologado y a cada antólogo en el sitio que le corresponde dentro de la historia de la literatura.

No obstante, parece que la cita se refiere más bien a las antologías generacionales o ‘epocales’, es decir, a aquellas que pretenden establecer en tiempo real –sin la perspectiva que proporcionan los años- el camino por el que discurren la poesía de última hora y sus voces pretendidamente más punteras.

Sin embargo, existe otro tipo de antologías que podríamos calificar como ‘temáticas’ y en las que los errores no los establece el tiempo: poetas suicidas, mujeres poetas de cierto periodo, mejores sonetos de la historia de la literatura, poetas marítimos, poesía solidaria, poesía macabra hispanoamericana, poemas dedicados al 11-M,…

De entre éstas, últimamente proliferan las dedicadas no tanto a los niños, sino más bien a todo aquel lector –o no lector- en cuyo horizonte no cabe o no existe la poesía. Se trata de antologías que tratan de seducir, de convencer, de atraer a quien no pasó de los poetas que obligatoriamente tocaban en las clases de literatura del bachillerato. Los argumentos que esgrimen los autores de este tipo especial de antologías son tan variados y variopintos como ellos mismos.

Los editores de esta Poesía para niños de 4 a 120 años. Antología de autores contemporáneos –Jesús Cotta, José María Jurado y Javier Sánchez Méndez- dejan clara y líricamente las suyas en el prólogo que componen a seis manos. De entre sus razones para componer esta Poesía para niños de 4 a 120 años, destaca su objetivo primero “volver a la infancia”, pero una infancia repleta de las palabras, el ritmo y la música de la poesía porque “si ponemos la semilla del poema en el corazón del niño, le habremos regalado al hombre un salvoconducto para abordar las afrentas de la vida”. Y, sobre todo, no vale caer en lo cursilón, en el “cuchicuchi” o el “tralarí tralará”, peligro en el que tropiezan muchos de los textos dedicados a los niños y sobre el que ya advirtió Luis García Montero en su libro de 1999 Lecciones de poesía para niños inquietos.

En poesía pasa a veces que la teoría no se lleva bien con la práctica o que esta última a veces contradice a la primera. En este sentido, el libro que reseñamos no cae en incoherencias y efectivamente trata al lector niño –de 4 a 120 años- con la dignidad que se merece, sin ‘cuchicuchis’ ni ‘tralarí tralarás’, y acierta a seleccionar algunos poemas excelentes como, por ejemplo, los de Miguel d’Ors o Jesús Cotta, que poseen la virtud esencial de entrar de lleno en el resbaladizo terreno de la ternura sin trucos ni tonterías para niños repipis.

Pero como decíamos al principio, “toda antología constituye un error” y esta no va a ser menos. Se echan en falta algunos autores contemporáneos -¿existe algún lobby oculto entre los seleccionados?- y algunos de los antologados –y no precisamente los menos conocidos- bajan un poco el nivel general que mantiene el libro.

No obstante, se trata de pecados veniales que no desmerecen al conjunto, porque, en palabras de los prologuistas, “esta poesía buena y sencilla, sin afectaciones infantilotas, pero sin desesperaciones adultas, salva al niño de la fealdad y al niño que el adulto se empeña en matar”. Doy fe.

10 enero 2011

La Historia de Europa


El cementerio de Praga

Umberto Eco

Lumen, 2010

ISBN: 978-84-264-1868-5

587 páginas

16,99 €




Rafael Suárez Plácido

Umberto Eco era un referente en nuestro país cuando se estrenó en 1985 Bajarse al moro, de Alonso de Santos, donde una de las protagonistas aparece en escena leyendo su clásico Apocalípticos e integrados. Lo cierto es que ya entonces había publicado su primera novela, El nombre de la rosa (1981), uno de los mayores éxitos comerciales en nuestro país de una novela histórica, reflexiva, muy exigente, policíaca y ambientada en plena Edad Media.

Pienso en uno de sus personajes, Jorge de Burgos, empeñado en que nadie acceda al último libro de la Metafísica de Aristóteles, y me parece estar viendo al protagonista de El cementerio de Praga (Lumen, 2010), el capitán Simonini: misántropo, misógino, antisemita, falsificador, embustero, espía doble o triple, traidor, avaricioso y asesino. Es curioso, en la ficción nos parece que este no es el peor de los crimenes; para muchos tampoco en la vida.

Simonini nació en Turín, en Piamonte, y tiene sesenta y siete años, los mismos que el autor cuando concluyó la novela, el mismo lugar de nacimiento. Educado en las contradicciones de su abuelo, conservador antisemita, y su padre, revolucionario carbonario, comienza una serie de peripecias que pronto le llevarán a ponerse al servicio del espionaje de su país. Todos los personajes que aparecen en el libro son reales o tienen trasfondo real. Todos los hechos también lo son, más o menos. Umberto Eco nos expone un maravilloso cuadro en el que ahonda en su visión de la formación de Europa. Y todo es sorprendentemente actual: la manipulación del héroe Garibaldi por los que siempre mandan y seguirán haciéndolo; el uso y abuso que hizo Napoleón III del concepto “democracia” para que los que no hacía un siglo habían hecho rodar cabezas de monarcas, pasen a dar sus vidas por ellos; el uso que los poderosos hacen de los revolucionarios: todo.

Umberto Eco habla de un “lector como Dios manda”, al que no le será difícil disfrutar de la historia pese a los flash-back y al aparente desorden de los diarios. El narrador va escogiendo de entre los diarios del protagonista los fragmentos que considera necesarios y esclarecedores. El cementerio de Praga es una lectura rica, una prodigiosa acumulación de conocimientos y belleza. Sin concesiones, Umberto Eco vuelve a sumergirnos en su peculiar Historia de Europa, nuestra Historia.

07 enero 2011

El otro 50% del 27

Peces en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno a la Generación del 27

VV. AA. Edición y selección de Pepa Merlo.

Fundación José Manuel Lara, 2010.

ISBN: 978-84-96824-60-7

352 páginas.

19,90 euros.

Juan Carlos Sierra

“Esta antología pretende que a los nombres de Carmen Conde, Concha Méndez, Josefina de la Torre, Rosa Chacel y Ernestina de Champourcin, se unan los de otras de las que aún no se han editado obras completas ni antologías ni monográficos, con el fin de dar a conocer sus versos”. Con esta declaración de intenciones Pepa Merlo comienza el párrafo final del estudio que precede a la antología Peces en la tierra.

Este libro de mujeres poetas en torno a la Generación del 27 puede y debe, efectivamente, sacar del pozo del olvido a algunas autoras que nada tienen que envidiar a muchos de sus coetáneos, aquellos que tuvieron la suerte de ser hombres y hallarse en las antologías y en los actos fundacionales de la Generación del 27.

Entre esos hallazgos del trabajo de Pepa Merlo creo que hay que resaltar nombres especialmente interesantes como los de Lucía Sánchez de SaornilLuciano de San-Saor para la firma de sus poemas-, Elisabeth Mulder -la cosmopolita, políglota y renegada marquesa roja-, o María Cegarra -síntesis perfecta entre la química y la literatura-. Otros, sin embargo, quizá se antojan prescindibles, como el de Pilar Valderrama, cuya máxima notoriedad una vez leídos los poemas antologados probablemente sea la de haber pasado a la historia como Guiomar, la amante idealizada de Antonio Machado.
Por otra parte, el volumen que ha preparado Pepa Merlo, su intento de recuperación de nombres y obras de mujeres del primer tercio del siglo XX, ha de interpretarse como el principio del fin de una flagrante injusticia poética.

En la era de la coeducación, de las listas cremallera, de la paridad y la igualdad de géneros, la literatura y especialmente los que fijan su canon tienen mucho de lo que avergonzarse en esta materia. Si durante la dictadura se podría entender que, siguiendo los criterios de sus ideólogos, se ignorara el papel creador de las mujeres que acompañaron a los Alberti, Lorca, Salinas, Altolaguire,…, lo que no se comprende tan bien es por qué hemos tenido que esperar más de treinta años para que a alguien se le ocurriera bucear en el entorno femenino de la canónicamente masculina Generación del 27. Supongo que tendrá que ver con cierta inercia machista heredada del franquismo, con algo de falta de rigor en muchos de los ‘popes’ de la crítica universitaria y periodística y –aquí cobramos todos- con un preocupante bajo nivel de exigencias de la masa lectora.

Sea lo que sea, no es este el momento ni el lugar de cargar las teclas sobre los que han actuado por omisión, sino que se trata más bien de recalcar el gran trabajo que ha llevado a cabo Pepa Merlo en esta recopilación de mujeres poetas en torno al 27 y de valorar la claridad que arroja sobre una época de la que creíamos que lo sabíamos todo, pero de la que en realidad conocíamos tan solo el cincuenta por ciento. En este sentido, de la lectura de los poemas y de los datos que aporta Pepa Merlo en su estudio preliminar se desprende el correr de aquellos días, su intrahistoria: los comentarios y opiniones sobre los actos en la Residencia o en el Lyceum Club Femenino, el tacto de la tinta en las manos de Concha Méndez, el olor a tabaco y licor de las tertulias en las que Rosa Chacel hacía gala de su inteligencia,… Es decir, se normaliza para el imaginario colectivo actual lo que entonces era normal, que las mujeres creadoras compartieran mesa, mantel, talleres, revistas, redacciones, editoriales, foros,… con sus compañeros varones; y que se creara, si no en total igualdad de condiciones, sí en igualdad de calidades.

Creo que es una buena noticia que a partir de ahora podamos ir construyendo una imagen más completa y, por consiguiente, más justa –es decir, ajustada y de justicia- de la Edad de Plata de la literatura española. Pepa Merlo ha dado el primer paso. ¿Alguien se atreve con el siguiente?