David Refoyo
DVD ediciones, 2010. Colección "Los 5 elementos".
ISBN: 978-84-96238-96-1
144 páginas
14 €
Carolina León
Escribo esto en medio de una de esas euforias futbolísticas, que sucede más allá de las paredes del cuarto. Me pongo a elucubrar sobre la posible existencia, en otro mundo, de “ligas porno”, de un lugar en el que el bien y el mal se dilucidaran sobre camas y sofás y la importancia social tuviera que ver con el tamaño del sostén o, claro, el del miembro masculino. Digo en otro mundo, pero probablemente eso ya está pasando. Es el mundo de la novela 25 centímetros, debut editorial del zamorano David Refoyo, el de los que no somos 'football-stars' ni 'celebrities' ni gente guapa de ninguna clase.
En verdad, su punto de partida es la exultante frase “Ramoncín no tiene ni idea”. Probablemente de las mejores primeras frases de una novela española en los últimos diez años. Los 25 centímetros de Refoyo son una excusa para poner luz sobre una serie de temas que afectan a nuestra cultura y valores, pero van más allá de la “agenda del minuto”: Internet mueve grandes cantidades de dinero; pero es la industria del porno y del sexo la que en verdad mueve ese dineral; nos vendemos por tan poco en nuestros trabajos de oficina; todo tu valor está en el dinero que puedas gastar; la precarización de la vida alcanza a cualquier capa social; la jungla en que vivimos nos hace a todos carne y mercancía; ¿qué queda?
Lo adivinaron: el porno. La novela de Refoyo (publicista de profesión) está construida a base de breves fragmentos, capítulos de un par de páginas que presentan una escena, un intercambio, una transacción, en los que a menudo el lector no sabe con certeza cuál de los hilos narrativos se está desarrollando. Las voces se confunden, los personajes van todos en busca de lo mismo y casi ninguno tiene nombre propio. Vienen definidos por su “tamaño” o por el “hambre existencial”. Con un lenguaje bastante llano, directo, y una plasticidad interesante, imprime ritmo a la secuenciación, mantiene la tensión y evita el chabacanismo, sin ser de expresión “pacata” (el tema no es cualquier tontería) y juega con las perspectivas y el tiempo buscando, quizá, desustanciar las escenas de mayor “peso dramático”. Cuando creemos que, por ejemplo, lo que importa es que al personaje están a punto de abrirle la cabeza por buscar a una prostituta fuera de hora, en realidad importa otra cosa.
Si hay algo que me ha gustado de este libro es, precisamente, ese “en realidad importa otra cosa”. La excusa de tomar el porno y la industria del sexo no es más que un vehículo para elaborar una serie de temas de enjundia social que van desde la homogeneización brutal del futuro (su ausencia) hasta la desaparición de una verdadera meritocracia, y por tanto la precarización, imparable, de la subsistencia.
Si hay algo que no me ha gustado de este libro es su “vigilancia moral” por encima de la literaria. Realmente acierta con apretar el dedo índice sobre estas cuestiones, poniendo sobre el papel a los ganadores y perdedores del circo del postcapitalismo con la misma cenicienta luz, y mostrarnos reducidos a la cantidad de dinero que somos capaces de generar (con lo que sea, sobre todo con nuestros cuerpos). Pero echo de menos un trabajo más apasionado en la escritura. Ésta, que la hay, tiene momentos de poesía brillante (“Un largo cabello rubio recorre Europa hacia el sur”) y otros en que resulta seca, prosa poco chispeante (“Es un trabajo duro y duro tiene que estar el cuerpo para que todo quede bien a la primera”). Sí, es desnudez, a veces malsana desnudez. Quizá fuese el efecto buscado. Recorrí sus páginas deseando que se arriesgase, verbalmente, un poco más.
En verdad, su punto de partida es la exultante frase “Ramoncín no tiene ni idea”. Probablemente de las mejores primeras frases de una novela española en los últimos diez años. Los 25 centímetros de Refoyo son una excusa para poner luz sobre una serie de temas que afectan a nuestra cultura y valores, pero van más allá de la “agenda del minuto”: Internet mueve grandes cantidades de dinero; pero es la industria del porno y del sexo la que en verdad mueve ese dineral; nos vendemos por tan poco en nuestros trabajos de oficina; todo tu valor está en el dinero que puedas gastar; la precarización de la vida alcanza a cualquier capa social; la jungla en que vivimos nos hace a todos carne y mercancía; ¿qué queda?
Lo adivinaron: el porno. La novela de Refoyo (publicista de profesión) está construida a base de breves fragmentos, capítulos de un par de páginas que presentan una escena, un intercambio, una transacción, en los que a menudo el lector no sabe con certeza cuál de los hilos narrativos se está desarrollando. Las voces se confunden, los personajes van todos en busca de lo mismo y casi ninguno tiene nombre propio. Vienen definidos por su “tamaño” o por el “hambre existencial”. Con un lenguaje bastante llano, directo, y una plasticidad interesante, imprime ritmo a la secuenciación, mantiene la tensión y evita el chabacanismo, sin ser de expresión “pacata” (el tema no es cualquier tontería) y juega con las perspectivas y el tiempo buscando, quizá, desustanciar las escenas de mayor “peso dramático”. Cuando creemos que, por ejemplo, lo que importa es que al personaje están a punto de abrirle la cabeza por buscar a una prostituta fuera de hora, en realidad importa otra cosa.
Si hay algo que me ha gustado de este libro es, precisamente, ese “en realidad importa otra cosa”. La excusa de tomar el porno y la industria del sexo no es más que un vehículo para elaborar una serie de temas de enjundia social que van desde la homogeneización brutal del futuro (su ausencia) hasta la desaparición de una verdadera meritocracia, y por tanto la precarización, imparable, de la subsistencia.
Si hay algo que no me ha gustado de este libro es su “vigilancia moral” por encima de la literaria. Realmente acierta con apretar el dedo índice sobre estas cuestiones, poniendo sobre el papel a los ganadores y perdedores del circo del postcapitalismo con la misma cenicienta luz, y mostrarnos reducidos a la cantidad de dinero que somos capaces de generar (con lo que sea, sobre todo con nuestros cuerpos). Pero echo de menos un trabajo más apasionado en la escritura. Ésta, que la hay, tiene momentos de poesía brillante (“Un largo cabello rubio recorre Europa hacia el sur”) y otros en que resulta seca, prosa poco chispeante (“Es un trabajo duro y duro tiene que estar el cuerpo para que todo quede bien a la primera”). Sí, es desnudez, a veces malsana desnudez. Quizá fuese el efecto buscado. Recorrí sus páginas deseando que se arriesgase, verbalmente, un poco más.
2 comentarios:
El porno, porno, porno, porno, porno, porno, porno, porno, porno, porno.
¿Estamos entrando en la fase de vencimiento? Ojalá pronto llegue el erotismo again. Estoy harto de que no haya gente vestida en las fases previas a la penetración o que vaya disfrazada para un Cosplay.
No conozco al autor, pero esta reseña me ha encantado.
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