30 abril 2013

El antidukan ha llegado al fin


El martirio del obeso

Henri Béraud

Tropo, 2013

ISBN: 978-84-96911-61-1

140 páginas

17 €

Traducción de Verónica Fernández Camarero



Manolo Haro

El guatemalteco 'parisien' Emilio Gómez Carrillo le dedicó una elogiosa página en el ABC del 31 de marzo de 1923 a la novela El martirio del obeso, que el año anterior había sido galardonada con el Premio Goncourt. Gómez Carrillo firmaba aquel artículo desde una Niza marzal en la que ya habían dado con sus huesos Scott Fitzgerald y la bella Zelda. Llamo la atención sobre este detalle porque el cronista, como el que no quiere la cosa, respiró los mismos aires que muchos de los monstruos y enanos literarios de finales y principios de siglo: Verlaine, Darío, Wilde y Fitzgerald, por el lado de las monstruosidades, y Pierre Louys y Alejandro Sawa por el de las enaneces. Por lo que vio y oyó este bohemio de libro, hay que prestarle atención a lo que dijo acerca de la novela de Henri Béraud que nos ha devuelto a la vida Tropo Editores.

Francia es una nación extraña. Capaz de aupar y hundir al mayor benefactor de la humanidad del decadente mundo desarrollado casi al unísono (me refiero al nutricionista-mago Pierre Dukan), se permitió el lujo de premiar en 1923 –cuando las panzas embutidas en los chalecos abotonados de la burguesía parisina iban reduciendo su diámetro por  mor de las modas y las guerras– una novela que el citado Gómez Carrillo calificó de “obrita maestra” y que no habla de otra cosa que de los sinsabores de un gordo enamorado de una ninfa 'bourgeoise' y casada. Como muchos de los novelistas de los albores del XX, Béraud era hijo de las  poses atormentadas del joven Werther, de sus vástagos posteriores como el Dostoievski de Noches blancas, del realismo especular de Stendhal y de las querencias a la consabida tríada de adúlteras (Bovary, Karenina y Ozores). Como suele ocurrir, al agotamiento del género le viene al rescate una lectura, por lo general, irónica o realizada desde un ángulo ominoso. El héroe de El martirio del obeso hace las veces de tal: una voz anónima que cuenta, entre jarra y jarra de Bass o Guiness, al estilo de Ojos negros de Nikita Mikhalkov –uno que relata y otro que escucha sin apenas intervenir– el triángulo amoroso entre un marido, su mujer Angéle y él mismo, un gordo enamorado. Un antihéroe entrado en kilos que va urdiendo la narración colando reflexiones sobre las veleidades de los obesos, el cambio de canon físico y las tribulaciones de los gordos 'in love', mientras nos da pinceladas de sus avances amorosos con la bella Angéle.

Tras el descubrimiento en directo de una infidelidad del marido, la joven recurre al obeso amigo para hacer el 'Grand Tour' habitual en la época: El Cairo, Argel, Málaga, Barcelona, Cerdeña, Palermo, Roma, Venecia, Munich, Wiesbaden, Colonia o Amsterdam. Son sólo nombres con los que enriquecer la tramoya, pues nada se cuenta de estas ciudades; actúan como un aroma lejano donde encajar el breve anecdotario que produce la huida de la bella y la bestia y la persecución del marido. En ese trajín, pronto se dará una metamorfosis en la relación entre ambos que el lector interesado habrá de descubrir por sí solo. Para mi gusto, lo mejor del libro se encuentra en cierto deje aforístico al estilo de Jules Renard que salta de vez en cuando en estas páginas, entre lo irónico, la queja o la reflexión entrada en carnes. Para muestra, unos cuantos botones:

Ni gustar, ni disgustar, mantenerse alejado de los fuegos del flirteo, divertir a las muchachas y dejar tranquilos a los maridos es, a día de hoy, nuestro destino, el de los galanes anchurosos, los buenos gordos con los que todas quieren estar pero a los que nadie quiere”.

No puedo mirar un retrato del Rey Sol ni contemplar su vientre borbónico sin que se me llenen los ojos de lágrimas”.

Este que habla ha sufrido el suplicio de los paquebotes, de los coche-camas y de los ingleses”.

La verdad que nadie se atreve a confesar es que una vez que se esfuman las ilusiones, nos pasamos la vida echando vaho sobre el espejo de la decepción”.

Cuando se ha superado la edad en la que las chiquillas colgadas de nuestro brazo se ríen de los señores sentados en un banco, no queda más remedio que resignarse a la complacencia y a las mentiras del amor recalentado”.

La ropa moderna, ¡ese es nuestro enemigo! ¡Vivan el peplo y la toga! Aspiro al regreso de las modas, antiguas, excepto en lo que concierne a los automóviles y a los cócteles”.

El mundo de los años veinte se estaba precipitando al cataclismo más rotundo con el que nos íbamos a encontrar en la Edad Contemporánea. La política, la economía y la geoestrategia, pero también los usos amorosos y a los perfiles abdominales, experimentarían poco a poco  cambios cuya espuma mojarían las costas de nuestros días. “¡Permítame que le explique que la corpulencia de los caballeros estaba en boga en los aledaños de la Exposición de 1900! En realidad, esa fue la última vez que estuvo de moda. Los sastres trabajaban para favorecernos. ¡Le aseguro que lo chic entonces no era lucir unos hombros escurridos! Del mismo modo que a las mujeres les avergonzaría estar planas, los hombres se esforzaban por no parecer alfeñiques. Nunca la sociedad pareció mejor alimentada; era el príncipe de Gales, el apetitoso Eduardo VII, quien marcaba el tono, no como ahora con esos bailarines argentinos y serpentinos”. Entrelíneas se oye la voz del Gardel que conquistó París en los veinte y que luego se vería apagada por el ascenso del jazz; y claramente se observa la asunción del mundo de la flaqueza y lo magro. Gómez Carrillo afirmaba en su En plena bohemia que Verlaine se pasaba largas horas en el café François I del bulevar Saint-Michel, entre ajenjo y ajenjo, repitiendo “¡Ce cochon de France!” No le faltaba razón al hombre. Abandonen el dukanismo y lean.

29 abril 2013

Panfleto socialdemócrata



Indecentes. Crónica de un atraco perfecto

Ernesto Ekaizer

Espasa, 2012

ISBN: 978-84-6700-744-2

192 páginas

15,90 €




Jabo H. Pizarroso


En el año 2007 cuando nadie sabía aún que los precios de las viviendas, las casas, los inmuebles, o los chalets, gran tabú, iban a bajar  seis o siete trimestres más tarde, Ernesto Ekaizer recibe un 'christmas' en su bandeja de entrada, en el que alguien le linquea a la grabación de un  programa de la BBC. En ella, dos afamados humoristas ingleses versan, conversan y diversan acerca de las hipotecas 'subprime'. Todos recordamos que son aquellas en las que según algunos anida la causa de la estafa económica actual (sobre esto habría que decir mucho ya que la causa de esta estafacrisis está en aquellas prácticas financieras que le buscaron valor y rentabilidad de mil y una maneras a éstas hipotecas sin garantía de cobro; Otra fórmula más de apropiación indebida por parte de los poderosos hacia las clases populares). Estos dos humoristas evidencian una certeza, “todo esto se sabía”, pero si es así, ¿quiénes son los que lo sabían?, Los indecentes, o más bien Los hijueputas, como le habría titulado yo.

Pero no es mi interés cambiarle el título a Ekaizer.  Por ahora. Dejémoslo en Indecentes. Son indecentes porque lo sabían. Si hubieran hecho algo, su decencia les habría obligado a decir todo aquello que sabían que estaba ocurriendo y todo aquello que intuían que iba a ocurrir tras analizar y ver como nadie lo que estaba ocurriendo. Sobre todo los "amigos de la cosa pública". Ekaizer llena de ejemplos varios y variados estas evidencias y nombra a cada uno de los ciegos que vieron, o  dicen que vieron. Los otros y los demás, estaban y estábamos ciegos. Y los gobernantes sobre todo, instalados en  una ceguera consciente efectuaron su trabajo desde la indecencia, un trabajo que puede que les haya convertido en timoratos para algunos, indecentes para otros o  terroristas para mí. 

La inmensa minoría del 1% sabía todo. La gran mayoría no tenía ni puta idea y seguía firmando hipotecas en medio del fin de la historia fukuyámico. Antes de ese anticlímax, (el clímax es lo que estamos viviendo ahora), algunos intuyeron determinadas cosas, (los asesores decentes del 1% indecente), pero los que tenían que haber parado, los políticos, pesebreros y pancistas, no dijeron nada. No se atrevieron a ejercer su voluntad, voluntad política por supuesto. No colocaron palos entre los radios de las ruedas del desarrollo desbocado del capitalismo occidental espoleado por una burbuja económica ladrillera inconmensurable y una crisis financiera que le seguía como el rastro de sangre al cuerpo baleado y herido que huye.

En el estado español Miguel Ángel Fernández Ordóñez, los analistas del Banco de España, algún ministro de Industria, léase Miguel Sebastián, algún que otro director de cajas de ahorros y varios economistas de perilla-felpudo, hablar quedo, frugal hacienda, rostro enjuto y voz de pito olieron a butano y avisaron: ¡Esto estalla! Pero la mayor parte de los que detentaban el poder decidieron seguir la fiesta. Estábamos todos embobados con los 40 años de hipoteca-esclava, (¡Ya no 25 años de paz, señores, sino 40 añazos de paz, ¡qué chuli!), y con el hecho cierto de que el precio pagado se había revalorizado un 10% más, una vez firmadas las escrituras ¡Qué caras de bobos después de haber dejado de ser libertos!, ¡qué temprano en el sol lo que os decía!, ¡qué cara de alegría cuando decíamos al día siguiente de la firma que si vendíamos el piso ahora nos daban un millón más! Lo triste es que había mucha gente que tenía información privilegiada y veía las entrañas de la fiera, pero si dijeron algo, (ahora salen muchos que sí,  a toro pasado afirman que ellos ya decían lo que iba a ocurrir), nadie les hizo caso.

Es de libro y de este libro, la conversación o más bien las palabras que Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno del estado español desde 2004 hasta 2011, le lanzó a David Taguas, uno de sus más estrechos colaboradores en esa época, asunto al que Ekaizer dedica un capítulo del libro, y en concreto una cita que para Ekaizer es a Zapatero lo que el "padre, ¿por qué me has abandonado?", es a la teodicea occidental: "David, me gustaría ver lo que tú ves y lo que nadie más que tú ve". Algo, por otro lado, que nos sorprende a todos tanto como a Ernesto, debido a la sorpresa que supone ese requerimiento hacia un asesor por parte de aquel presidente, y no han pasado tantos años, que miraba a su pueblo como miran las vacas al tren.

¡Economía, ¿por qué nos abandonaste?!, podría ser un nuevo título para este libro. Y digo esto porque siento que el intratratexto que hay en este panfletillo baila y descansa sobre un keynesianismo superado e inútil hoy. La crítica justa que hace de las actitudes indecentes de todos aquellos que vieron y no consiguieron que los demás vieran, o porque no tenían ganas, o porque eran unos sinvergüenzas o porque les iba mucho dinero en que el común de los mortales no viera lo que estaba ocurriendo, tiene un regusto de nostalgia progresista de chaqueta de paño, corbata gorda, segunda vivienda y plasma. En esa nostalgia anida el "sin esos indecentes ahora seguiríamos la mar de bien". Algo que no casa a mi entender con un horizonte que abre este libro pero que el autor no explora hasta llegar a un análisis radical y profundo de las causas íntimas de destrucción del sistema que afloran como síntomas en esta crisis cíclica y ordinaria de un tipo de  capitalismo que está muriendo. 

No me queda otra cosa que acabar con una nueva propuesta. Se trata de un título supratextual para el otro libro al que llegaría este libro que se ha quedado en la orilla, el otro libro que duerme atontado dentro de éste y que seguro sería más afilado que el lamento socialdemócrata con tintes de Indignado 15M que bucea bajo estas páginas. Y para eso me sirvo de aquel que contaba a los niños como parían las burras en su pueblo y así, juanramonianamente hablando o también, por qué no,  tranquilamente hablando como diría mi amado Gabriel, el título sería el siguiente: ¡Ekonomía, dame el nombre exacto de las cosas! Estudio de una sistema muerto desde una crítica radical de la teoría del valor.

27 abril 2013

Premio Feria del Libro de Sevilla 2013

Estamos abrumados por la concesión del Premio de la Feria del Libro de Sevilla 2013.


Como nos hemos quedado sin palabras, adjuntamos un extracto de la nota de prensa hecha pública ayer:

"La Feria del Libro de Sevilla concede un año más sus ya tradicionales premios, como reconocimiento al trabajo y dedicación de personas y entidades por el libro, la lectura y la cultura, dentro y fuera de Sevilla.
Los galardones, que se entregarán el 6 de mayo a las 13.00 horas, recaen este año, entre otros, en la escritora y periodista Eva Díaz Pérez, por su reconocida trayectoria literaria y su constante colaboración con la Feria del Libro; el blog Estado Crítico, por su profesionalidad en el tratamiento de la crítica literaria, que le ha convertido en un referente en su ámbito; y Raquel Díaz Reguera, por su dedicación al mundo de la literatura e ilustración infantil."

Muchas gracias a la FLS y a todos los que nos leéis. 

26 abril 2013

Huellas de la ausencia



Falsa pimienta

Amalia Bautista

Renacimiento, 2013. Colección "Calle del Aire"

ISBN: 978-84-8472-772-9

88 páginas

12 €




Antonio Rivero Taravillo

Desde 1988 hasta hoy, Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha publicado Cárcel de amor, La mujer de Lot y otros poemas (1995), Cuéntamelo otra vez (1999), Hilos de seda (2003), Estoy ausente (2004) y Pecados (2005), libros que han sido recogidos en Tres deseos. Poesía reunida (2006) y en las antologías La casa de la niebla (2002) y Luz del Mediodía (2007). En 2008 apareció Roto Madrid, con fotografías de José del Río Mons y prólogo de Andrés Trapiello, donde ya figuraban aunque en otra ordenación poco menos de la mitad (28 frente a 63) de los poemas que la poeta ha reunido un lustro después en esta Falsa pimienta.

Hay versos que resultan familiares y suenan a ya leídos, lo que sin duda es atribuible a su presentación anterior en Roto Madrid, pero también al ritmo preponderante en la autora de endecasílabos blancos (aunque no sea el único) y, pese a las vicisitudes de la vida -con alguna mudanza importante sobre la que la autora pasa de puntillas-, por su conexión con el mundo intimista, hondamente femenino y tantas veces dolido de sus anteriores libros.

Sin embargo, hay páginas aquí muy frescas que no solo se manifiestan nuevas por su condición de inéditas, y que cultivan una línea de la poesía de Bautista que particularmente se agradece: la del humor y la ironía, nunca sarcástica, más el juego, el jugueteo, lo lúdico. Muestras de esto son “Tríptico de la espantapájaros” y “Z”. También “Compañeros de viaje”, con la sorpresa que encierra, muy efectiva gracias a una calculada ejecución.

No pasa de ser una fruslería “Adivina adivinanza”, y hallamos contorsiones para evitar el sentimentalismo como en “Noche de San Juan” (donde sin embargo lo huella, y hasta se quema), pero hay aquí excelentes poemas de tema amoroso, que no eluden la mutilación de la separación temida o la acumulada en un tiempo que discurre lejos de la persona amada, como en “Circo” (con el horror a ser abandonados tan propio de la infancia, la edad de ir al circo por excelencia) o “La torre”, cuya segunda estrofa matiza los primeros versos que comienzan con ese imperativo del plural tan catuliano: “Hagamos una torre de minutos, / apilemos los ratos que hemos podido vernos”. El poema que los precede también es magnífico, con su eco explícito a Borges y el latente (latente de pulsaciones de angustia) a Robert Frost y su tantas veces citado pero poco leído “The Road Not Taken”.

Amalia Bautista es una de nuestras más sólidas poetas. Anclada en lo cotidiano, sin elevar la voz (esa operación de riesgo que en tantos produce notas desafinadas), consigue emocionar desde la sencillez sentida y con un puñado de imágenes como la de “Otra puerta giratoria”, donde tras declarar que “Resulta que la vida no era sólo empujar” explica: “Había que encontrar el punto justo /donde azar y destino son lo mismo, / el exacto momento en que la puerta / giratoria te ofrece una salida.” Existen  encabalgamientos, más que permisibles, necesarios, y este es uno de ellos, con su giro de un verso al otro, justo en ese momento en que el poema acaba, su salida. En cuanto al correlato objetivo (aquí en la identificación vida y puerta), Amalia Bautista es una maestra. Pero mejor que catalogar ejemplos, que el lector los busque y los disfrute. 

25 abril 2013

Sociedad secreta


El deseo de lo único. Teoría de la ficción

Marcel Schwob

Páginas de Espuma, 2012

ISBN: 978-84-8393-160-8

172 páginas

21 €

Traducción de Cristian Crusat y Rocío Rosa


José Martínez Ros

En todos los países del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas.Jorge Luis Borges.

Entre los fans irreductibles de Marcel Schwob (1867-1905) no sólo hay que contar a Borges, también a Alfonso ReyesRoberto BolañoPierre Michon, Stanislav Lem o Enrique Vila-Matas. Con un grupo tan distinguido de "devotos", quizás valga la pena acercarse a la obra de este francés de origen judío, morfinómano, decadentista y simbolista, acérrimo enemigo del realismo, enormemente culto y, por su parte, admirador obsesivo de Robert Louis Stevenson -hasta el punto de emprender un viaje de rasgos pesadillescos, que cerca estuvo de costarle la vida, a los Mares del Sur, donde descansa para siempre su ídolo- y, sobre todo, autor de una obra no demasiado extensa, pero donde hay que rescatar, al menos, tres concisas obras maestras: Retratos imaginarios, una colección de biografías reales y ficticias que han inspirado 'a posteriori' otros muchos libros, de la Historia universal de la infamia a La literatura nazi en AméricaEl libro de Monelle, donde relata su relación con una prostituta adolescente (Monelle) con una prodigiosa, alucinada, intensidad verbal; y, por último, La cruzada de los niños, donde recoge la vieja leyenda medieval y cuya estructura a base de monólogos entrecortados copió y amplificó Bolaño en Los detectives salvajes

Ahora, gracias a la editorial Páginas de Espuma y al empeño de uno de los muchos schwobistas dispersos por el mundo, el escritor Cristian Crusat, nos llega El deseo de lo único, una selección de ensayos, prólogos y artículos que nos ofrece un panorama intelectual, la “teoría de la ficción” de un autor tan desconocido como influyente. En El deseo de lo único hay una extensa entrevista novelada, pequeños estudios sobre Flaubert, Shakespeare Thomas de Quincey, un autor que admiraba y con el que tiene mucho en común, un ensayo sobre el arte de la biografía y otro sobre Villon, el gran poeta maldito del medievo francés, que podría estar perfectamente entre sus Retratos… y un diálogo al estilo platónico en el que Schwob utiliza como portavoces de sus ideas sobre el arte y la belleza a DanteCalcavanti Boticcelli.

Podemos apreciar su amor por la literatura grecolatina y las tragedias shakesperiana en la que veía un modelo de literatura dirigida a conseguir la emociones más intensas, la piedad y el horror; su rechazo frontal a la novelas psicológica de la época y al determinismo cientificista; su idea fundamental de que el arte es, justamente, “contrario de las ideas generales”, pues se ocupa, ante todo, de lo individual, de lo único, de lo marginado, de lo solitario. 

Para los asiduos a Schwob, El deseo de lo único es una lectura obligada; para los desconocedores, una nueva posibilidad de acercarse a la literatura de uno de los padres de la modernidad.

24 abril 2013

A la vuelta de la esquina


El fin del mundo equivocado

Mauro Corona

Altäir, 2013. Colección "Clásicos Heterodoxos"

ISBN: 978-84-939274-9-3

176 páginas

19 €

Traducción de María Alida Ares Ares


Alejandro Luque

La irrupción en el mercado español, hace un par de años, del escritor Mauro Corona, supuso una de esas buenas noticias que no se prodigan demasiado. Su libro Fantasmasde piedra daba a conocer a uno de esos escasos autores que conjugan una prosa más que brillante, rica, enjundiosa, con una personalidad magnética: escalador, escultor, escritor descubierto, como contamos en su día, nada menos que por Claudio Magris. Un hombre como de otra época, de ese tiempo en que vivíamos en comunión con la Madre Naturaleza, poseedor de secretos ancestrales vedados al urbanita del siglo XXI.

El segundo libro de Corona publicado en nuestro país es muy distinto de aquel fascinante rescate del pasado. Ahora, el escritor de los Dolomitas mira hacia el futuro. Y lo que ve, claro, resulta francamente desasosegante. El libro plantea una sencilla hipótesis, nada descabellada: el mundo, exprimido hasta el límite por la ambición humana, se queda sin carburantes: petróleo, carbón y energía eléctrico. ¿Qué se puede hacer? El invierno de “la muerte blanca y negra” acecha y toda la opulencia acumulada con avaricia por el llamado mundo desarrollado se revela perfectamente inútil. Será necesario recuperar el trabajo manual, casi olvidado, y los modos de vida sencillos y naturales para que la raza sobreviva.
    
El mensaje, de evidente aliento ecológico aunque no ahorra algún mandoble para animalistas extremos, es muy fácil de compartir. La mayor parte de los lectores de esta reseña es consciente de que nos hemos vuelto masa improductiva, peor aún consumidores compulsivos incapaces de arrancarle un tubérculo a la tierra, pescar una lisa mojonera o desplumar un pollo. Hasta los críticos literarios se llevan su merecido en esta visión distópica: “Hasta pocos días atrás, no perdonaban ni una, y si algún autor les caía mal por cualquier motivo, ¡adiós muy buenas!, el crítico declaraba que el libro de Fulanito de Tal era una porquería…”. Sí, para los ricos y los pobres, Corona tiene estopa para todos.

Sin embargo, su relato futurista, fascinante por momentos, muestra algunas fallas. La principal, la facilidad con la que da por abolida la economía a las primeras de cambio. No sólo hablamos del dinero, del valor del oro, que a lo largo de la Historia ha fluctuado de un modo notable según épocas y culturas. No es eso. Algo nos invita a pensar que las estructuras económicas, aunque convulsionadas por la coyuntura extrema que se nos plantea, mutarían sin sucumbir por completo al apocalipsis. Hay otra cuestión discutible, y es la fe de Corona en el efecto redentor de la debacle energética. La cultura judeocristiana, tan arraigada incluso en quienes no profesamos su credo, confía ciegamente en que el hambre, el frío, las privaciones, sacan a la luz lo mejor del ser humano. Pero la experiencia histórica y la intuición sugieren que no siempre es así, que con harta frecuencia la desesperación y el miedo despiertan en nosotros a un animal capaz de las peores bajezas. Es mejor no apostar al mundo feliz en un trance como el que nos propone este libro: carecemos de garantías.

No obstante, vale la pena asomarse a estas páginas y hacerse preguntas. Aunque el autor se vuelva un tanto reiterativo, aunque el estilo no tenga la grandeza de Fantasmas de piedra, se hace necesario mirar hacia el horizonte sin cinismo ni ingenuidad. La fantasía de El fin del mundo equivocado no especula con visitas extraterrestres ni delirios cibernéticos de un futuro remoto: habla de cosas que están a la vuelta de la esquina, y ante las cuales usted y yo, probablemente, nos desenvolveríamos como perfectos inútiles. Sólo por eso vale la pena leerlo. Dicho lo cual, si me lo permiten, les dejo y vuelvo a dedicarme a mis tomates, por si acaso.  

23 abril 2013

Música callada


Punto omega

Don DeLillo

Austral, 2013. Colección “Contemporánea”

ISBN: 978-84-322-1483-7

157 páginas

6,95 €

Traducción de Ramón Buenaventura


Coradino Vega

Hacia el final de su vida, a Tolstoi le dio por desaprobar moralmente los poderes de seducción del arte y se decantó por una prosa que fuera comprensible en un aula de primaria. Otros artistas, sin embargo, comenzaron cultivando esa suerte de estilo tardío y se fueron haciendo cada vez más abstrusos conforme cumplían años. Joyce escribió un primer libro de cuentos de una limpieza tan equilibrada como la de los cuadros del Goya más joven o las primeras sonatas de Beethoven, y los tres acabaron en el extremo opuesto: Goya, pintando rostros difuminados cada vez más oscuros y expresionistas; Beethoven, fusionando las arquitecturas barrocas con una introspectiva disonancia visionaria en sus últimos cuartetos de cuerda; Joyce, publicando una novela tan compleja y de lenguaje tan retorcido que casi nadie ha terminado de leer o llegado a comprender del todo. Paul Klee se cansó del progreso lineal en el que muchos creen que consiste la historia del arte y se puso a imitar las pinturas infantiles de su hijo. Arvo Pärt respondió a la exigencia atonal de la música del siglo XX con un minimalismo casi primitivo que retornaba a la melodía. Goya dijo: “En pintura no hay normas”, pero da la sensación de que son más los artistas que han ido tendiendo a la desnudez que viceversa.

Quienes conocen a fondo la trayectoria de Don DeLillo afirman que, desde la publicación de Submundo en 1997, su obra se ha ido haciendo cada vez más breve y serena, más meditativa, tendiendo puentes a las artes visuales al tiempo que sondea sin cesar los límites del lenguaje. Y de esa deriva quizás sea Punto omega, novela corta de 2010 que ahora se reedita en formato de bolsillo, la mejor prueba -tras el prólogo que tiene su contrapunto en el epílogo, el primer capítulo comienza: “La verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas, por nadie, nunca”-. De una enunciación clara, contenida, con una distante naturalidad a la que parece que siempre rodea el silencio, el estilo de DeLillo alcanza una belleza, en su afán por la exactitud, a medio camino entre la poesía y la ciencia. Como la poesía, Punto omega requiere del lector una concentración intensa, si no quiere perderse la riqueza de su expresividad, mientras le obliga a discernir lo que hay de misterio en lo inconcebible o trivial con una profundidad más aguda. Como en un informe técnico, la escritura de Don DeLillo no se para de preguntar de dónde vienen las cosas, cuál es la forma más precisa de nombrarlas, por qué las hacemos, qué significan. La suya es una prosa de una transparencia impasible que tiene que ver con la necesidad de trascender esta vida, de buscar más allá de lo que tenemos delante de los ojos, pero también de mirar los objetos físicos con la máxima atención, convencida de que uno no sabe ver lo que mira si no descubre su nombre. De hecho, uno de los temas principales de Punto omega es precisamente la necesidad de la atención, como si el personaje que al inicio de la novela contempla de un modo obsesivo una proyección ralentizada de Psicosis exhibida en el MoMa, nos estuviera pidiendo que nos metiéramos con su misma fijeza en la materia de las palabras que están empezando a contar su historia truncada, ese punto de azar y conexión que luego nos llevará a otra cosa.

Jim es un joven cineasta empeñado en rodar un documental en el que sólo aparecerá la cara de Richard Elster, un intelectual que asesoró al Pentágono durante la guerra de Irak, revelando en plano fijo, junto a una pared, los secretos de Estado de los que fue partícipe. Para convencerlo, Jim le sigue hasta su retiro en mitad del desierto. Allí beben y charlan. Pero entonces llega Jessie, la hija de Elster, y la dinámica se vuelve entre los tres cada vez más cercana y extraña, hasta que de pronto sucede lo terrible. En muy pocas novelas que yo haya leído, a no ser en algunas de Cormac McCarthy, el paisaje cobra una plasticidad tan orgánica, esta relevancia entre mística y geológica transida de espacio y tiempo que modifica la percepción de forma sinestésica: “Sigo viendo las palabras. Calor, espacio, quietud, distancia. Se han trocado en estados visuales de la mente”. Jim y Elster conversan sobre muchos temas —o, más bien, Elster habla y Jim le escucha—, a condición de que no sea del proyecto de la película: qué es la realidad y cómo es percibida o creada por la mente humana, el alma del haiku, quién se es de verdad y cómo experimentamos la vida, el agotamiento de la conciencia junto al deseo de regresar a la materia inorgánica, ese ruido de fondo que opera como bajo continuo en la obra de Don DeLillo, el inasible “punto omega” que tratara Teilhard de Chardin pero, sobre todo, el tiempo. Dice Richard Elster:

“El día acaba convirtiéndose en noche pero es una cuestión de luz y oscuridad, no de tiempo que pasa, no de tiempo mortal. No hay el terror de costumbre. Es diferente aquí, el tiempo es enorme, eso es lo que percibo aquí, palpablemente. El tiempo que nos precede y nos sobrevive”.

A cada frase, a cada párrafo aislado de espacio en blanco y que parece contener una cerrada unidad de tiempo, DeLillo nos obliga a levantar la mirada del papel y reflexionar sobre lo que hemos leído, o lo que es lo mismo: nos exige una mayor participación del ojo y de la mente. La novela se cierra con un párrafo de cuatro líneas que contiene todo el mundo oblicuo y enigmático que podría contener un poema de Emily Dickinson. El misterio no se resuelve. Corresponde al lector completar la historia, posiblemente aún más atroz que la que el texto explícito calla. Ésa es la música del último Don DeLillo, sin duda uno de los más grandes escritores vivos.   

22 abril 2013

El sueño Modiano


Un circo pasa

Patrick Modiano

Cabaret Voltaire, 2013

ISBN: 978-84-940353-3-3

174 páginas

17,95 €

Traducción de Adoración Elvira Rodríguez



Rafael Suárez Plácido


La vida está marcada por los detalles más insignificantes: el peso de la maleta en la que esa chica, Gisèle, ha reunido todo su equipaje; su gabardina gris, si la lleva abrochada o desabrochada; un perro que se llama Raymond, como Raymond Queneau, que había ayudado al jovencísimo Patrick Modiano a publicar su primera novela —El lugar de la estrella, publicada cuando sólo tenía veintitrés años y reeditada recientemente en castellano por Anagrama en su Trilogía de la Ocupación (2011)—. Yo siempre he pensado que a partir de sus tres primeros libros, de esta trilogía, toda la obra de Modiano es una obra única: búsqueda de otro tiempo para tratar de comprender el presente e intento de recomponer un pasado desdichado, hombres que no saben quienes son y que tratan de ser reconocidos por azar rememorando lugares por los que creían que ya habían pasado, preguntas y más preguntas sobre rostros enmarcados en una fotografía, vestigios de una época en la que ni saber el nombre de alguien era saber demasiado de él o ella. El origen de los personajes de Modiano está en la época de la ocupación nazi, en el comportamiento de los héroes que sobrevivieron o no, en los padres que no se preocuparon demasiado por sus hijos. Hay un libro especialmente estremecedor, Dora Bruder (Seix Barral, 2009). Un anuncio en la prensa de unos padres que buscan a su hija, poniendo sobre aviso a las autoridades de que esta (y ellos, claro) era judía. Sabiendo, o entonces previendo, que ese anuncio podía significar la muerte para su hija que, apenas nueve meses después, aparece en una lista de prisioneros transportados a Auschwitz. Pero mis libros favoritos hasta el momento de Modiano son Calle de las tiendas oscuras (Anagrama, 2011), en el que un hombre busca veinte años después de aquella época reconocer quién es, quién era entonces, y va encontrándose poco a poco y de qué manera, y En el café de la juventud perdida, en el que un joven casi estudiante, cuyo único pasatiempo era visitar librerías y escribir, alto y muy atractivo como el propio Modiano, evoca su efímero contacto con la hermosa Louki de la que sólo sabía lo que iba viendo por sí mismo: que huía de algo y de todo, que estaba cansada y casada con alguien a quien temía encontrarse en cualquier sitio y que iba a menudo a algún café donde tenía amigos de los que tampoco sabía ni sabíamos demasiado.

Un circo pasa es la segunda de las novelas que publica la editorial Cabaret Voltaire, tras Barrio perdido, ambas traducidas por Adoración Elvira Rodríguez que tan bien sabe mantener esa atmósfera  por momentos asfixiante de las mejores narraciones de Modiano. En este caso, el personaje protagonista podría ser ese mismo joven de En el café de la juventud perdida, aunque aquí no hace ninguna referencia ni a su aspecto ni a su estatura, pero sí a sus aficiones: recorrer librerías mirando libros y fijar en su memoria momentos del pasado que quedarán marcados y le vendrán a la memoria en cualquier momento. Y los nombres: nombres de las personas, de los que por experiencia sabe que no tiene que fiarse demasiado; nombres de las calles y plazas, cierta afición a repasar los planos de ciudades y mapas de regiones y guías telefónicas. Una madre que marchó hace tiempo y un padre que lo hizo más recientemente, dejándolo un poco a la deriva. Recuerdos de las salas de cine y los cafés, de las películas que ha visto —algunas con Gisèle, otras solo—, recuerdos también de un picadero donde se criaban caballos que a veces le asustaban. Y un circo en el que trabajaba el marido de Gisêle, al que esta siempre temía encontrarse. Esa es la dinámica de estos días: conocer a sus amigos haciéndose pasar por su hermano, con la firme convicción de que nadie se lo cree, pero aun así siguiendo haciéndolo. Y siempre con la impresión de que ella no va a volver, o de que ambos pueden ser detenidos por la policía. ¿Qué habían hecho? En principio nada, pero eso, como casi todo, va a ir también cambiando.

Un París decadentista, en el que los límites entre lo que estaba bien y lo que estaba mal aparecen muy difusos. Uno se entusiasma con este París de postales en blanco y negro, como el fotograma del corto de Eric Rohmer del que han sacado la ilustración de la portada. Una mujer a medias entre Jean Seberg y Ana Karina, algunos pensarán en Audrey Hepburn o en la nebulosa que deja en el recuerdo la Louki de la otra novela ya citada. No importan los nombres: podría ser uno u otro, pero sí importa la incertidumbre ante cada cita: ¿esta vez vendrá o no vendrá? El final se anticipa un par de veces a lo largo de la novela. Más que el final, lo que se anticipa es el carácter del final. En realidad, este sorprende y mucho. Las historias de Modiano tienen eso: son o parecen sueños de los que uno puede despertarse, o no, en cualquier momento. Y es un poco fastidioso tener que despertar de algo que te tiene tan atrapado.