31 marzo 2011

Crónica de la sangre derramada



Los últimos días de García Lorca

Eduardo Molina Fajardo

Almuzara, 2011

ISBN: 978-84-92924-50-9

584 páginas

25 €



Jesús Cotta

La editorial Almuzara ha tenido el ojo y el tino de sacar de nuevo a la luz una obra que ya estaba agotada, pero que, junto con la de Agustín Penón, aquí reseñado, es fundamental para hacerse una idea de qué le ocurrió a Federico García Lorca el agosto de 1936 en esa Granada adonde precisamente él se había refugiado huyendo del caos prerrevolucionario que era el Madrid del Frente Popular, sin saber que se estaba metiendo precisamente en la boca del lobo. Y digo “hacerse una idea” porque, cuanto más sabe uno del asunto, más difícil es dar con la hipótesis que una todos los cabos sueltos e interrogantes de que está compuesto este caso, uno de los asesinatos mejor documentados de nuestra guerra, pero oscurecido aún por muchas sombras, pues siguen siendo un misterio las causas reales, la intención oculta, el motivo inmediato y el nombre del que bajó el dedo para que lo fusilaran bajo un olivo.

Con el fin de que nadie siguiera despachando a la ligera el asunto con tópicos del tipo “lo mataron unos descontrolados” o “lo mataron por maricón”, como pretendieron los azules pare eludir responsabilidades, o “lo mataron los falangistas porque era rojo”, como pretendieron luego los rojos, Molina Fajardo hizo con este libro una auténtica proeza: extraer toda la información posible de todos los que tenían algo que ver, que decir o que callar en aquella muerte. Y consiguió incluso que hablaran los que nunca habían soltado prenda con ningún otro entrevistador. Él no toma partido en el asunto. Tan sólo los deja hablar y así tú, lector, te conviertes en investigador y juez. No sólo son interesantes el testimonio de Ramón Ruiz Alonso, el cedista que lo detuvo, y el de los Rosales, los falangistas que lo protegieron, sino que todos los testimonios aportan datos estremecedores e interesantes: desde los que explican cómo medió por él sin éxito Manuel de Falla, a los de esos hombres casi anónimos que lo vieron angustiado en una habitación del gobierno civil y tuvieron con él una palabra de aliento y cariño.

Especialmente interesante es el testimonio del hijo de José Valdés. José Valdés era el gobernador civil que según muchos testimonios había dado la orden de detención y ejecución. Murió sin decir ni mu sobre el asunto y olvidado por el régimen franquista, que no castigó a los implicados en el asesinato del poeta, pero que, desde luego, no los premió, porque la muerte de Lorca había manchado para siempre y sin remedio su imagen internacional. Pues bien, el hijo de Valdés viene a contradecir las tesis de los Rosales y de Ramón Ruiz Alonso. Y uno no sabe si está diciendo verdades como puños o mentiras como castillos. Los personajes hablan como ellos son, petulantes, sencillos, rencorosos, benévolos, incultos, distinguidos, y todos arrojan su poco o su mucho de luz, de sombra, de inocencia o de sospecha sobre sí mismos o sobre otros. El autor ni los corrige ni los glosa. La galería de talantes e intenciones e intervenciones es de tal variedad como la complejidad de las relaciones, presiones y del contexto de la Granada sitiada y enloquecida para acabar con todo lo que le sonara a rojo en un baño de sangre, de paredones y de denuncias que acabaron salpicando a Federico. A otros los mataron por menos. Casi todos los entrevistados por el autor intervinieron en aquellos hechos sin ni siquiera prever ni sospechar que estaba muriendo el poeta más grande del siglo XX español y uno de los mejores de la literatura europea. Y por eso hasta el testimonio del último muchacho que fue a llevarle la comida al poeta es interesante y valioso.

Si alguien quiere oír de primera mano cómo una ciudad se volvió loca de sangre y de venganza y de qué manera unos hombres que, como decía Luis Rosales, no representaban a nada ni a nadie mataron con impunidad total al poeta más grande del siglo veinte español; si alguien quiere, en fin, bajo el resplandor de un poeta, adentrarse en la lógica de la guerra que no nos quiere hombres, sino balas, este libro será una lectura apasionante y reveladora de los abismos y alturas del corazón humano. Y todo bajo el resplandor de este poeta nuestro. Dejo aquí esta impresionante fotografía que publicó recientemente El País. Se la hizo David Seymour en Madrid dos meses antes de su muerte y apareció en la maleta mejicana de Robert Capa.

30 marzo 2011

Trimalción en el Huevo Oeste

El gran Gatsby

Francis Scott Fitzgerald

Paréntesis, 2011. Colección "Orfeo"

ISBN: 978-84-991-9148-5

182 páginas

13 €

Traducción y prólogo de José Luis Piquero





José María Moraga

Es curioso cómo se nos acumulan las “novedades” editoriales. Justo ahora que Baz Luhrmann ha anunciado que para el año que viene va a rodar una versión de El gran Gatsby con Leo DiCaprio ‘et alii’, quizás convenga hacerse eco de la reedición que ha hecho Paréntesis de la magistral novela de F. Scott Fitzgerald. Un título tan elusivo y con tantas resonancias míticas como “La Gran Novela Americana” se ha convertido ya en un cliché, pero durante el tiempo –décadas- en el que este Santo Grial literario se buscaba activamente había un libro sobre todos que proyectaba una sombra de padre sobre toda la producción novelística americana, precisamente el que nos ocupa hoy.

De acuerdo, Moby-Dick (1851) y otras obras cumbres han pretendido este título -¿no publicó Philip Roth hace cuarenta años un libro humorísticamente titulado La gran novela americana? Pero si una de las características esenciales de esa supuesta quimera es ser a la vez reflejo y crisol de una sociedad y capturar el espíritu de una época en los Estados Unidos, nadie podrá contestar que eso lo logró como ninguna El gran Gatsby (1925), auténtico manual de instrucciones de la tan cacareada “Era del jazz”.

Lejos de perder vigencia, su comentario sobre el Sueño Americano (otro mito de la tierra que mejor los produce, empaqueta y vende) cobra hoy más actualidad que nunca. Y acaso estos años que corren de crisis financiera, con sus arribistas, fortunas hechas y deshechas en un plis y bonanza para la industria del lujo tengan más puntos en común con el periodo entreguerras de lo que estamos dispuestos a admitir. Obligatorio hablar, si hablamos del Gatsby, del Sueño Americano, encarnado en Jay Gatsby, el Bernard Madoff de los años 20, el triunfador bañado en oro (ojo: bañado, no de oro macizo). El nuevo Benjamin Franklin capaz de optimizar su tiempo libre para elevarse de la mediocridad hasta llegar a ser alguien (al menos, “alguien con dinero”). Y todo ¿por qué? Por el amor de una mujer, como cantaba Julio Iglesias, personaje que sin duda hubiera frecuentado las fiestas de Jay Gatsby, de haberse celebrado hoy.

Obligatorio también hablar de su simbolismo. En el Gatsby resuenan ecos del Trimalción de Petronio, pero su significado está profundamente ligado al siglo al que pertenece, el siglo XX. Los símbolos se acumulan en la novela: los imponentes huevos rocosos –East Egg y West Egg- que limitan la bahía donde viven los protagonistas, los ojos del anuncio del Dr. T. J. Eckleburg, la lejana luz verde que se distingue a duras penas… el futuro es algo que contemplamos en la lontananza, todos tenemos algo que esperar, Gatsby el que más, pero solo al final lo averiguaremos. El valle de las cenizas, ese páramo que también sirve de metáfora… todo contribuye a crear en la novela una riquísima atmósfera simbólica que no es mi intención desmenuzar aquí por si hay por ahí algún alma cándida que tenga la suerte de no haber leído el libro todavía.

Los personajes de El gran Gatsby se encuentran entre los más memorables de la literatura norteamericana, lo que hoy día equivale a decir “de la literatura global”, además de Gatsby están, entre otros, la extraña pareja formada por Tom y Daisy Buchanan, esos que rompen platos y dejan que los recojan los demás, la deportista Jordan Baker –representante de las chicas ‘flapper’- y el mejor, que dejo para el final. Nick Carraway, ese narrador del que pronto aprendemos que nos podemos fiar bien poco. Nick, ese cuyo padre le aconsejó que no hablara mal de los demás pero que no hace otra cosa en todo el libro. Ese que no es Gatsby, pero por cuya boca sabemos la historia de Gatsby. La historia de Jay Gatsby, un hombre admirable y despreciable a la vez, un hombre indudablemente atractivo, porque resulta imposible sustraerse a su glamour, mantenerse impasible en presencia de sus exquisitas camisas (por ejemplo), debe ser leída porque es un monumento a la literatura y porque proporciona un deleite indecible. También –qué duda cabe- por su carácter ya aludido de gran novela americana (permítanseme las minúsculas) pero en el primer párrafo deslicé una mentirijilla: la reputación del Gatsby no quedó establecida de modo incólume hasta bien entrada la segunda mitad del siglo que preside. En cuanto a 2011… ¿Leonardo DiCaprio haciendo de Robert Redford? Mejor quedarse con el texto original de Fitzgerald.

29 marzo 2011

Un cuento real


Celacanto

Jimina Sabadú

Lengua de Trapo, 2010

ISBN: 978-84-8381-088-0

256 páginas

18,60 €

XVI Premio Lengua de Trapo de Novela


Carolina León


Me van a perdonar los lectores más o menos habituales de este blog el estilo de esta reseña: aviso que no me voy a ceñir a la mera crítica y voy a utilizar este medio como plataforma para un excurso, así que ya pueden cambiar de canal.

Dicen que somos muy pocas mujeres haciendo crítica literaria, muy lejos de ser la mitad de los hombres; dicen que son muchos menos los libros escritos por mujeres los que reciben críticas en la prensa cultural (ya saben ustedes que esto no es prensa); y yo solita, basándome en mi observación, les digo que los libros escritos por mujeres, reseñados en los suplementos literarios, no sólo son pocos, sino que se diseccionan con los criterios equivocados; se habla de las autoras con condescendecia, a menudo reseñando lo guapas o feas que son, y mucho más a menudo sacando a colación términos como “escritura femenina”, “narrativa de mujeres” y otras lindezas. Llevo en esto el suficiente tiempo para poder decir: Basta.

Si una de nosotras (aunque seamos pocas) hacemos crítica de uno de vosotros, no señalamos las diferencias que pueden existir en vuestra escritura por el hecho de ser hombres (será porque sois la norma). Si una de nosotras (aunque seamos pocas) contamos vuestro ingreso en el mundo de las letras, lo haremos en términos literarios absolutos y no nos preocuparemos mayormente de si sabéis o no cuántas veces se os cuelan las programaciones de género en vuestros argumentos (esto es, por ejemplo, mujeres ceñidas a papeles de adorno en un alto tanto por ciento). Basta

Ahora me toca hablar del debut literario de Jimina Sabadú. Como hice, hace tantos meses, con el debut literario de Pola Oloxiarac y como seguiré haciendo, pues sólo en la juventud hay cualquier, aunque sea pequeño, atisbo de esperanza. Sabadú decide a sus veintitantos años que tiene una historia que narrar. Y le sale Celacanto. Un cuento real. Bueno, un cuento que podría ser real si las mentalidades dominantes no fuesen las del “gana cuanto puedas y pisa todos los cuellos a tu alcance”. Una historia de infancia, hipersensibilidad, seres extraídos del 'continuum' y hermanamientos múltiples, irracionales y contranatura.

Hay un monstruo del agua, un niño tremendamente imaginativo y sensible, muertos que regresan porque tienen cosas que decir, un campamento infantil donde los freaks no se reconocen como hermanos, locas teorías sobre las desapariciones de personas y los dobles que dicen que todos tenemos. Hay personas mayores que, en lugar de estar dando ejemplo, a los niños, son fuente de discordancias y enfermedad, inseguridad y quiebres. No es un libro de echar albricias. Hace muchos meses que no echo albricias con ningún libro, desde luego con ninguno de ficción, pero puedo decir con la boca grande que es uno de esos debuts literarios que no van a tener problemas de comparaciones con ninguno de los volúmenes que andan por ahí a cuenta de grandes editoriales, con segundas novelas de autores que ya se dicen consagrados ni con debuts de otros pares masculinos. En muchos casos, les gana. En Celacanto están ciertas historias de fragilidad, de seres anómalos, de comportamientos extravagantes y posicionamientos fuera-de-la-norma, suficientes para que nos guste a los que no comulgamos con la gran rueda productiva. Suficientemente bien dispuestos para que, dentro de la extravagancia feliz de ver nacer a una narradora, perdonemos algunas faltas (desarrollos de capítulos algo largos y poco, a priori, importantes para la trama), y nos alborocemos con la espontaneidad y solvencia general. Lo más interesante es que lo ha hecho sin preocuparse demasiado por lo que vamos a pensar lectores y críticos.

Celacanto, si consigues meterte en sus texturas, te dejará fangoso, pringado, manchado de la podredumbre del fondo del lago en que nace, respira, crece y se desarrolla la narración. A pesar de algunos tropezones, a mí esta novela me parece un libro magnífico (si sintonizas con algunos de sus temas: los miedos de la infancia, la incongruencia de ser diferente, la torpeza inherente a pertenecer a un mundo que no se deja reducir a lo meramente sensorial/material), y sobre todo un genuino retozar en la alegría de narrar, que Sabadú se toma muy en serio. Y eso, a pesar del material narrativo tan resbaladizo que elige (los miedos infantiles), demuestra saber manejarlo bien, y sólo es su debut.

28 marzo 2011

Poemas para una celebración

Hombre sin descendencia

Braulio Ortiz Poole

Fundación José Manuel Lara, 2011. Colección "Vandalia"

ISBN: 978-84-96824-70-6

122 páginas

11,90 €

Prólogo de Antonio Lucas



Juan Carlos Sierra

En los años de facultad uno estudia cosas útiles, interesantes, apasionantes, pero también materias inútiles, plomizas, desesperantes; existe, no obstante, otra categoría de conocimiento que se adquiere en la facultad, el del género exótico, como aquella asignatura que cursé en el último año de carrera que tenía un título tan rimbombante como sugerente: Filosofía China en la Escritura y la Caligrafía. De aquel curso completo, con sus dos cuatrimestres, solo recuerdo un par de expresiones en chino, una nebulosa de ideogramas y sus trazos, un profesor entrañable del que he olvidado el nombre y unas cuantas ideas que nos transmitió con parsimonia de maestro de artes marciales aquel profesor a estas alturas injustamente anónimo. Una de ellas decía que en la literatura china los prólogos, al contrario que en la tradición occidental, se colocaban al final del libro, de tal manera que el lector pudiera, una vez finalizado el volumen, volver al inicio de la lectura, ahora con otra perspectiva que sumaba su propia experiencia lectora y la que le había proporcionado el prólogo-epílogo. Así la lectura entra en una espiral, en un bucle de relecturas que la enriquecían hasta el infinito.

Si cuento todo esto es para advertir que Hombre sin descendencia, el último libro del poeta y periodista Braulio Ortiz Poole, funciona como aquellos libros chinos. O, si lo prefiere el lector occidental, para no traicionar su tradición, puede empezarse por el final, por las páginas recogidas bajo el título “Del origen del libro y otras referencias”. En ellas queda escrita cierta intrahistoria clarificadora del conjunto, que complementa la lectura de los poemas y quizá la enriquece.

No obstante, Hombre sin descendencia se sostiene por sí mismo, sin necesidad de prólogos, como el de Antonio Lucas, o de epílogos, como el del propio Braulio Ortiz Poole. Y es así porque el recorrido que se propone en los poemas de este libro traza un itinerario claro, diáfano, desde la oscuridad a la luz, desde el pesimismo a la celebración, desde la constatación de las sombras que proyecta la muerte y la esterilidad a la vida en plenitud.

En la lectura de algunos poemarios actuales, al lector a veces le asalta la duda de la conveniencia o coherencia de ciertos textos en algunas de las partes en que se divide el libro. Sin embargo, los poemas que componen las cuatro partes de este Hombre sin descendencia –además de los que abren y cierran el conjunto- se ajustan perfectamente a las unidades temáticas que los abrazan. Se puede afirmar que las puertas que se abren con cada poema no chirrían, que sus goznes están perfectamente ajustados y engrasados en la estructura de los marcos. Además, cada una de esas puertas, cada uno de los poemas, nos introduce en una habitación –la revelación de la muerte, el amor, la introspección en la propia identidad o la celebración de la vida- donde se inspecciona cada rincón, cada cajón, cada ángulo, como debe hacer la buena poesía. Y el lector se reconoce en esos espacios de la casa del alma –sea esta lo que sea-, como debe hacer la buena poesía.

Por otra parte, hay en este Hombre sin descendencia algo de canto generacional que a la vez es universal, es decir, que trasciende las fronteras de una generación en concreto y que sirve para cualquier lector que haya superado los ardores y los sueños felizmente ingenuos de la primera juventud. Porque la constatación del paso del tiempo y de sus estragos, como decía Jaime Gil de Biedma en su célebre poema "No volveré a ser joven" –“Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde…”-, en principio no es materia de la juventud. ¿Y quién no se ha dado cuenta de esta verdad, pertenezca a la generación que pertenezca?

Hombre sin descendencia es, sin duda, un libro intenso, emocionante –salvo, ay, en la parte dedicada a un amor demasiado intelectualizado-, apto para lectores de todas las edades que acepten sin histrionismos trágicos las medallas que las derrotas del tiempo nos van colgando en el cuello.

25 marzo 2011

Proxm Gnr@cion

Richard Yates

Tao Lin

Alpha Decay, 2011. Colección "Héroes modernos"

ISBN: 978-84-92837-20-5

232 páginas

19 €

Traducción de Julio Fuertes Tarín



Fran G. Matute

Los más viejos del lugar recordarán aquella infame jugada comercial que la editorial Mondadori se sacó de la manga a mediados de 2002, inventándose la etiqueta "The Next Generation" para referirse a una serie de autores norteamericanos que, si bien es cierto que compartían un alto de grado de afinidades culturales y temáticas en sus obras, merecían una denominación de origen un poco más enjundiosa. La "próxima generación" serán todas las que vengan después de la que estamos viviendo y esto, por mor del movimiento de los planetas del sistema solar, ocurre con cada latido del corazón, con cada aleteo de mariposa, con cada pulsión humana. O sea, siempre.

Así que hoy, 25 de marzo de 2011, bien podría nacer una nueva generación de autores. Es más, me la voy a inventar 'à la' Mondadori. Demos la bienvenida a la "Proxm Gnr@cion" y como muestra un botón: Tao Lin, uno de sus más firmes estandartes. Si la cosa fuera así de fácil, pues ahora tendría que contaros cuáles son las características estilísticas que identifican a los autores de la "Proxm Gnr@acion". Por un lado, hacemos referencia a escritores precoces, publicando ya en su veintena más barbilampiña. Por otro, encontramos en sus obras un profuso uso de las nuevas tecnologías como medios de comunicación eficaces y una involucración activa con las redes sociales por parte de sus personajes. Temáticamente, lidian con la alienación derivada del abuso de todo lo anterior.

Resulta, entonces, que la tercera novela de Tao Lin, que responde al sugerente título de Richard Yates (2010) -en clara alusión a la problemática del extrañamiento en la pareja, tan tratada por el autor de Vía revolucionaria (1961)-, encaja a la perfección con los parámetros señalados con anterioridad ya que cuenta la historia de Dakota Fanning y Haley Joel Osment (sin relación aparente con los niños-actores-prodigios), una chica de 16 años con problemas alimenticios y un jovenzuelo escritor de 21 que viven en ciudades distintas capeando los envites del amor cuasienfermizo que padecen. Dakota y Haley prácticamente sólo se hablan a través de 'chats' y 'sms', con lo que Richard Yates termina siendo un cántico a la distancia, a la asepsia del lenguaje propia del medio telemático y, en definitiva, al vacío existencial.

Como obra generacional funciona a las mil maravillas. Lin verdaderamente triunfa al hacernos vivir con la carga de ser adolescente hoy día, enfrentándonos a sus miedos más primarios que no son otros que el contacto humano. Dakota vive horrorizada por su físico y Haley es incapaz de exteriorizar sus sentimientos verdaderos. El único medio que ambos encuentran para desarrollar su relación es internet, a través de interminables "conversaciones" en las que dan rienda suelta a su pasión, esa que cuando se encuentran físicamente uno al lado del otro son incapaces de sentir. Estos pasajes nos han traído a la memoria aquélla obra maestra que era Pasos (1969) de Jerzy Kosinski, que diseccionaba la vida en pareja a través de fragmentos de diálogos de alcoba.

Pero no todo en esta novela son mensajes de texto. Lin también acierta al contextualizar el mundo físico que rodea a su pareja protagonista. Cuando Dakota y Haley hablan de películas, discos, marcas de ropa, lo hacen con una frialdad inusitada. Todo es visto como un mero artículo de consumo que apenas es capaz de producir empatía al consumidor. Quizás por ello su obsesión por robar. No es el producto en sí lo que provoca el disfrute, es el hecho de poseerlo y me atrevería a decir que es el hecho de tenerlo gratuitamente, como ocurre con el P2P. Puro materialismo dialéctico.

Como buena novela generacional, ésta debe contar con referentes literarios y en el caso de Richard Yates son cristalinos. Resulta difícil no paralelizar esta historia con el Menos que cero (1985) de Bret Easton Ellis o con la Generación X (1991) de Douglas Coupland, sólo que en estos casos la comparación va en detrimento de la novela de Lin, que parece querer ser una nueva versión de las anteriores. O, por ser más justos, quien parece conformarse con ser un trasunto de Ellis o Coupland es el propio Tao Lin, el cual se encuentra todavía muy lejos de convertirse en un escritor de la talla reverencial de los anteriores. Es esta falta de personalidad (llamémosle así) lo único que hace desmerecer, en su justa medida, una novela como Richard Yates que, en cualquier caso, cuenta con innumerables aciertos como los que hemos señalado anteriormente. Y sobre todo si comparamos (perdónenme de nuevo la odiosa osadía) a Tao Lin con Nick McDonell, otro joven autor al que perfectamente podríamos adscribir a la "Proxm Gnr@cion", cuyo talento nos resulta desbordante en comparación.

Con todo, Richard Yates termina siendo una potente novela generacional que puede llegar algún día a servir de obra de referencia (como lo será La red social de David Fincher) de un determinado período de la historia en el que el medio se ha convertido definitivamente en el mensaje. Pero por el momento, conformémonos con decir de ella que es la típica novela que nunca recomendarías para la hija de tu jefe.

24 marzo 2011

Heracles, el hijo de Zeus


Némesis

Philip Roth

Mondadori, 2011

ISBN: 978-84-397-2333-2

224 páginas

21,90 €

Traducción de Jordi Fibla


Rafael Suárez Plácido

Hace tiempo que no presto demasiada atención a las solapas de los libros de autores que me interesan y los de Philip Roth (New Jersey, 1933) siempre lo hacen. El personaje central de algunas de sus novelas más interesantes, Zuckerman, nos muestra con su peripecia biográfica el devenir de los Estados Unidos y, por tanto, del mundo en que vivimos. La vida pública, con todas las miserias derivadas del pensamiento correcto y del poder, y la privada, donde cada uno piensa y siente a su manera siempre diferente, aparecen en estas novelas en todo su esplendor. Hay quien no valora igual sus más recientes producciones, en las que sus personajes evocan el momento en el que cambió definitivamente sus vidas, casi siempre a peor, y sus causas. A mí, en cambio, nunca han dejado de interesarme.

Leo en la solapa de Némesis (Mondadori, 2011): “¿Qué decisiones determinan fatalmente nuestras vidas?” Y es cierto que esa sería una buena pregunta para resumir algunos otros de sus libros. Pero aquí, en cambio, nos ofrece la biografía de un personaje absolutamente desbordado por los acontecimientos. Bucky Cantor es un joven de Newmark, el barrio natal del propio autor, que es rechazado para alistarse en el ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial por ser algo bajo y corto de vista. Para alguien que aspira a la perfección física eso es un trauma que le llevará a esforzarse más que los demás en su vida. Ese verano de 1944 ejerce como instructor en una escuela deportiva de verano. Los chicos y sus padres le adoran y está prometido con una joven de buena familia, a la que ama profundamente. Es un gran deportista y lanza la jabalina, como Heracles, el hijo de Zeus. A los ojos de los demás se trata de un triunfador. Los problemas comienzan cuando algunos de sus alumnos contraen la polio, entonces enfermedad mortal. A partir de ahí todo empieza a desmoronarse y Bucky se encuentra ante el dilema de la culpa. ¿Podría haber hecho algo para evitarlo? ¿Por qué la polio parecía cebarse especialmente con sus alumnos, con los mejores de ellos? No es ajeno a esta culpa el sentimiento judío de ser el pueblo elegido. La vida debería ser otra cosa para todos, pero especialmente para ellos. Dios debería ser justo y ocuparse de la felicidad del mundo. La guerra y esa otra guerra que es la enfermedad muestran a Bucky que no es así y no lo entiende. Es cierto que no es fácil entenderlo y si uno se empeña en buscar respuestas, no va a salir bien parado. La primera consecuencia es la desconfianza en un Dios que antes había sido el centro de su vida, y a partir de ahí todo es posible.

La novela tiene tres capítulos. En los dos primeros los hechos se presentan de manera lineal. Al final del segundo, los acontecimientos dan un vuelco inesperado y cae sobre los personajes el peso de la Historia. Formalmente la estructura es magistral. El tercer capítulo es el desenlace que da mayor sentido a toda la trama anterior y nos ayuda a responder a algunas preguntas, aunque, como suele ocurrir, otras tendremos que buscarlas nosotros mismos. En este tercer capítulo aparece el contrapunto a la historia de Bucky, que nos deja la sensación de que todo podría haber sido mejor para él y para los suyos. La pregunta de la solapa, que condensaría mejor la historia, podría haber sido: ¿Es posible cambiar nuestro destino? Quizás para el favorito de los dioses todo es más difícil. La traducción, del habitual Jordi Fibla, también nos permite acercarnos al mejor Philip Roth: sin duda uno de los mejores escritores de nuestro tiempo.

23 marzo 2011

Misterio en las antípodas

Picnic en Hanging Rock

Joan Lindsay

Impedimenta, 2010

ISBN: 978-8415130-03-1

320 páginas

21,95 €

Traducción de Pilar Adón


Introducción de Miguel Cane


José María Moraga

Nos llega tan poco de literatura australiana (iba a escribir “sabemos tan poco”, pero este blog tiene que mantener un prestigio) que para algo que nos llega es motivo de celebración. Es el caso de Picnic en Hanging Rock (1967), excelente novela a la que saludamos en su nueva edición de Impedimenta. Del país de Patrick White (el Premio Nobel), Colleen McCullough (la de El pájaro espino) y Germaine Greer (la feminista) rescatamos a Joan Lindsay, una escritora también de los años sesenta-setenta, aunque un poquito mayor en edad. Picnic en Hanging Rock podría ser considerada una obra de culto: alcanzó una enorme popularidad en su momento y en 1975 dio origen a una exitosa versión cinematográfica a cargo del también australiano Peter Weir.

A día de hoy, es un libro que goza de buena salud (el año pasado la BBC emitió una adaptación radiofónica del texto), de lectura obligada en algunas facultades de Filología Inglesa, aunque hay que admitir que es la única obra por la que se recuerda a su autora (salvedad sea hecha de su autobiografía parcial Time Without Clocks, no disponible en español). A Joan el apellido Lindsay le vino por matrimonio, ya que casó con Daryl Lindsay, miembro de una célebre saga de artistas australianos, el 14 de febrero de 1922. Este dato puede no ser baladí si tenemos en cuenta que el meollo de la acción de Picnic en Hanging Rock tiene lugar también un 14 de febrero –Día de San Valentín-, pero de 1900.

La historia se desarrolla a caballo entre la realidad y la ficción en un territorio borroso, y es que los diecisiete capítulos de la novela narran un misterioso acontecimiento basado en hechos reales: la desaparición –durante una excursión campestre- de tres alumnas y una profesora de un internado para señoritas. Una de las chicas aparece, desorientada y en estado de shock, incapaz de contar qué ha pasado, y otra cuarta que las acompañaba vuelve histérica y tampoco puede explicar lo sucedido, de modo que los cadáveres de las desaparecidas nunca fueron hallados. Por si fuera poco para rodear el caso de misterio, la desgracia alcanza a otros de los personajes implicados, que mueren poco después en circunstancias extrañas.

Hay un horror inefable entonces, Picnic en Hanging Rock es una novela de misterio con insinuaciones claras de que las fuerzas del Mal trabajan entre nosotros. Así, el secuestro, el asesinato y los abusos sexuales parecen amenazar a las niñas del exclusivo colegio Appleyard. Hay un claro contraste también entre el tradicional modo de vida británico (considerado “superior” a todo lo aborigen) y la realidad que Australia impone. La vieja querella entre naturaleza y sociedad, si queréis, actualizada en unas mujeres que deben emprender el ascenso a una montaña en un caluroso día de verano vestidas con opresivos (e inapropiados) corsés y faldas largas. En cierto modo –y yendo un poco lejos- la desgracia que cae sobre las niñas ha sido en ocasiones leída como una venganza de la naturaleza y la geografía australianas por la arrogancia y las imposiciones coloniales de la civilizada Gran Bretaña.

La otra interesante dualidad presente en todo el libro es la tensión entre realidad y ficción, ya apuntada aquí, y aunque está claro que Picnic en Hanging Rock no es A sangre fría, igual que una novela de misterio hay argumentos para considerarla una “novela de no ficción”, puesto que Lindsay no duda en valerse de cartas, declaraciones ante la policía o artículos de prensa para dotar de verosimilitud a su libro. Así y todo, la incertidumbre prevalece: la propia voz narradora se pregunta en ocasiones qué estarán pensando algunos de los personajes y aunque existió un decimoctavo capítulo (en ediciones póstumas) que daba más explicaciones, el final de la novela queda completamente abierto, versión canónica que con buen criterio nos ofrece Impedimenta.

Toda esta fluctuación entre realidad y ficción y la presencia de personajes atormentados que parecen ocultar oscuros secretos emparentan Picnic en Hanging Rock con Otra vuelta de tuerca de Henry James (por la parte del misterio) y con Pasaje a la India de E. M. Forster (por la parte poscolonial). Los tres libros tienen en común la presencia inquietante de sucesos que quedan sin explicación, pero ¿quién necesita explicaciones claras y científicas cuando podemos leer un buen libro de misterio basado en hechos reales?

22 marzo 2011

A mucha honra



El alcalde del crimen

Francisco Balbuena

Martínez Roca, 2011

ISBN: 978-84-270-3700-7

672 páginas

20,50 €



Daniel Ruiz García

Un escritor que es de Jaén y que vive en Madrid ha escrito la que probablemente sea la mejor novela sobre Sevilla que se ha publicado en muchos años. Sin ganas de faltar, le gana por goleada a Matilde Asensi y a su venganza en la Sevilla de la Edad de Oro. Y desde luego adelanta por la derecha (aunque esté muy mal hacerlo) a toda esa profusa bibliografía que se ha generado en torno a la ciudad hispalense en clave de ficción en los últimos años, que casi siempre peca de un excesivo apolillamiento y gusto por el folclore más básico. Estamos hablando de Francisco Balbuena, y de su novela El alcalde del crimen, una novela extensa que hace del 'thriller' psicológico e histórico un verdadero magisterio, quitándose de encima todos los tics más habituales del género (tendencia al esquematismo, personajes excesivamente planos, pobreza estilística) a base de oficio puro y duro. Porque lo que gusta de El alcalde del crimen es que, a pesar de su condición de novela de género, es una obra maravillosamente bien escrita. Cuando digo “bien escrita” me refiero no sólo a la habilidad semántica y sintáctica, me refiero sobre todo a su ritmo, a la capacidad de dosificación de la información, a no prodigarse en exceso con la pluma a la hora de plantear escenarios y acciones. A narrar bien, en suma, que es de lo que se trata en el oficio novelístico.

El terreno por el que transita esta novela de época es bastante expedito en las letras españolas. En la Sevilla de 1776, gobernada por un tenso equilibrio de fuerzas entre el clero más severo, encarnado en el Santo Oficio y en el oscurantismo que lo envuelve, y las nuevas ideas de la Ilustración, representadas por Pablo de Olavide, se suceden una serie de asesinatos: varios sacerdotes aparecen decapitados. El pánico comienza a apoderarse del clero y de toda la población. Gaspar de Jovellanos, que por aquel entonces ejercía como “Alcalde del Crimen” de la ciudad (una curiosa figura administrativa y policial que es la que da título a la obra), deberá resolver este enigma, para lo que contará con la ayuda impagable de Richard Twiss, un intrépido viajero inglés recién llegado a España

Este planteamiento, ya atractivo de por sí, está sostenido y desarrollado sobre un pulso narrativo verdaderamente envidiable, que convierte El alcalde del crimen en una novela insólita. Una contestación irrefutable a los que gustan de criticar los 'bestsellers' por su escasa calidad literaria, demostrando que es posible construir novelas muy vendibles y que cuenten con el consenso unánime del público y la crítica.

Para los sevillanos, además, esta novela cuenta con el aliciente de representar espacios y rincones del siglo XVIII que han llegado hasta nuestros días con más o menos transformaciones. Así, resulta curiosa la recreación del centro histórico de la ciudad y de lugares que el lector sevillano de nuestros días puede recorrer, rememorando, como en una postal añeja, el aspecto que dichos espacios tuvieron en el pasado merced a las descripciones de Balbuena.

Por si éstos fueran pocos argumentos, hay otro que tampoco es desdeñable. En 2011 se cumplen exactamente dos siglos del fallecimiento de Gaspar de Jovellanos, figura indispensable para entender el reformismo ilustrado en la España del siglo XVIII, y que como demuestra esta obra tuvo una vinculación más que estrecha con Sevilla. No deja de tener su interés comprobar cómo se desenvuelve Jovellanos en el papel de un juez de ciudad.

Novelas como la de Francisco Balbuena lo reconcilian a uno con los 'bestsellers', al tiempo que nos devuelven la confianza en la literatura lúdica bien enfocada. Un verdadero placer para el lector de cualquier nivel y perfil, que sienta apetencia por las historias de intriga ambientadas en el pasado.

21 marzo 2011

Revuelta en el pudridero


Guerrilleros

V.S. Naipaul

Mondadori, 2010

ISBN: 978-84-397-2247-2

280 páginas

23,90 €

Traducción de Daniel Gascón



José Martínez Ros

Hace años leí una de las novelas más épicas publicadas durante el siglo XX, La condición humana, de André Malraux. Para los que no la recuerden, está ambientada en la convulsa China de la época de entreguerras, cuando el Kuomingtan de Chiang Kai-shek intentaba reunificar un país en manos de señores de la guerra desde la caída de la dinastía imperial, aliado con los primeros activistas del comunismo chino. Esa alianza quedaría rota con la toma de Shangai: las diferencias entre las dos facciones estallaron, y los nacionalistas se volvieron contra sus antiguos aliados y los reprimieron con salvajismo, lo que dio origen a la larga guerra civil entre la China “roja”, que acabaría triunfando, y la “azul”. Malraux, que fue testigo directo de los hechos, se centra en el efímero triunfo y el posterior martirio de un grupo de militantes comunistas. Como afirma Mario Vargas Llosa en un prólogo que escribió para esta novela, los protagonistas, más que seres de carne y hueso, son santos laicos, héroes de una tragedia digna de Esquilo. Es una obra maestra absoluta de la literatura, pero es una novela de otra época, en la que sólo hay buenos y malos. Probablemente esa es la razón por la que me vino a la cabeza mientras leía a Naipaul.

Ahora, en el descreído y desideologizado inicio del siglo XXI, seguiría recomendando la lectura de esa novela, acompañada en un pack doble, junto a esta obra de Naipaul. Guerrilleros también está ambientado en un lugar donde reina la injusticia y la corrupción, una isla del Caribe que no se nombra, pero que, sin duda, es Trinidad, donde nació Naipaul. Es una novela política y social, pero que no se acoge, como la de Malraux, a una línea ideológica. No hay buenos y malos. No hay vencedores. Una estructura política y social corrupta acaba generando la putrefacción de toda la sociedad. Todos pierden.

El premio Nobel ha recaído algunos años en genios deslumbrantes y otros en absolutas mediocridades con fecha de caducidad, pero V.S. Naipaul, que pertenece, sin dudas, a la primera categoría, podría recibir otro título: el de peor carácter. Increíblemente arrogante, desdeñoso y malhumorado, éste hindú nacido en el Caribe, educado con una beca colonial en Oxford y nombrado por la reina caballero de la Orden del Imperio Británico, ha recibido a lo largo de su muy distinguida carrera literaria tantos premios como insultos, además de reunir un buen número de acérrimos enemigos, entro los que cabe destacar al otro Nobel caribeño, el poeta Derek Walcott, y su antiguo discípulo, Paul Theroux y, especialmente, Edward Said, que quedó muy enojado por el retrato que hace de los movimientos de “liberación” que tanto proliferaron durante los sesenta y setenta. Lo cierto es que pocas personas en el mundo pueden presumir de tener unos enemigos tan distinguidos.

Hay una razón fundamental que explica esto: el gran tema de la obra de Naipaul, íntimamente vinculado a su propia biografía, es el choque entre el mundo occidental y los habitantes de las sociedades que fueron colonizadas por él y su principal virtud es no dejarse adormecer por las verdades preconcebidas, que más bien suele demoler con su estilo seco y preciso, a veces irónico, pero siempre sin la más mínima concesión a lo que Roberto Bolaño –que lo admiraba enormemente- llamaba “la canalla sentimental”. Ejemplo de esto son sus magníficos reportajes acerca de los países islámicos, que ha llevado a algunos a considerarlo anti-musulmán cuando se limita a escribir –con una prosa extraordinaria- lo que ve y lo que oye. Es complicado etiquetar como enemigo del Islam a quien ha escrito frases como la siguiente: “Y en la poesía del hijo del médico, en su titubeante reacción ante la civilización universal, en su interés por lo básico, creí ver cómo el fervor islámico podía llegar a ser creativo, revolucionario, y llevar a los hombres a un humanismo más allá de la doctrina religiosa: un verdadero renacimiento, abierto a lo nuevo y enriquecido por él, como los musulmanes en sus gloriosos comienzos” (Entre creyentes). Precisamente en uno de sus reportajes –Los crímenes de Trinidad- está basada Guerrilleros.

Naipaul se basó para escribirla en un desagradable accidente ocurrido en la isla de Trinidad, cuando el grupo de activistas 'Black Power' se atrincheró en una comuna próxima a Puerto España, su lugar de nacimiento. Su líder, Abdul Malik, sería condenado a muerte por el asesinato de una joven inglesa simpatizante del movimiento. La mirada de Naipaul es inmisericorde: la población aparece postrada por la ignorancia, un grupo de industriales norteamericanos llegan a la isla leyendo “pornografía dura”, los “revolucionarios” tienen más frustraciones que auténticos proyectos, los políticos locales sólo aspiran a medrar... La editorial la presenta como su "corazón de las tinieblas", y apenas exagera (las lúgubres selvas africanas, los misioneros fanáticos y los avarientos comerciantes coloniales de Conrad tienen su exacto reflejo en el podrido mundo postcolonial de estas páginas). Si Conrad narraba el lado oculto del colonialismo, la explotación de la tierra y los nativos, la degradación moral de los explotadores, Naipaul es sin duda el que mejor y más implacablemente ha descrito lo que dejaron a su espalda, sociedades fracasadas donde los elementos indígenas y occidentales se van hundiendo poco a poco en un fango moral y físico.

En Guerrilleros, unos pocos personajes se mueven en el vacío, transfigurados en piezas de un ajedrez fatídico por una prosa acerada que atraviesa sus almas con frialdad y la exactitud. Roche es un surafricano, alguien que casi por azar se volvió un héroe de la resistencia contra el 'apartheid' y que ahora vegeta realizando un inútil trabajo de auxilio social que choca contra una realidad inmisericorde; Jane, una mujer inglesa que sueña con participar en alguna causa noble y elevada, pero que no consigue superar un largo historial de decepciones, su mediocridad personal y sus peligrosas fantasías sexuales; James Ahmed, un aprendiz de revolucionario lleno de taras psíquicas que escribe una novela donde da una imagen de sí mismo deformada a través de sus ensueños de poder; y el más desvalido de todos, Bryant, un joven del gueto que se convierte en seguidor de Ahmed en busca de algo más o menos semejante a una identidad... todos ellos son analizados y finalmente juzgados en un final devastador. Aunque en este caso, el adjetivo “devastador” se queda corto.

Es, sin duda, un libro magnífico y muestra cómo los ensueños revolucionarios pueden convertirse en pesadillas demasiado reales –hay muchos ejemplos en el mundo-, pero también uno de los más amargos que he leído jamás.

18 marzo 2011

El viajero introvertido


Mani. Viajes por el sur del Peloponeso

Patrick Leigh Fermor

Acantilado, 2010

ISBN: 978-84-92649-67-9

416 páginas

24 €

Traduccion de Agustina Luengo


Luis Manuel Ruiz

Existen tantas modalidades de libros de viaje como viajes en sí, pero pienso fundamentalmente en dos. En una, extrovertida, el autor, que es también el peregrino, registra todo cuanto le ha acontecido durante su periplo, sin dejar de consignar, casi notarialmente, el sabor de las comidas, el número de chinches de cada colchón y las conversaciones con las gentes que ha ido encontrando en cada paso; en el otro, más concentrado, el viaje en realidad es sólo un pretexto para una ensalada de recuerdos personales, lecturas, conjeturas peregrinas o no, que se van sumando a la descripción del recorrido y le prestan sostén y variedad. Autor del primer tipo sería, por ejemplo, Paul Theroux; del segundo tenemos muestras excelentes en las monografías sobre ciudades de Paul Morand y, sobre todo, en Patrick Leigh Fermor. No hace tanto que se reeditó su excursión épica, a pie, de Londres a Constantinopla, con los títulos sucesivos de El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua (Península, 2001 y 2004, respectivamente), y que se nos ofreció la oportunidad de comprobar qué personalísima alquimia de elementos integran para él la crónica de viajes. Dichos ingredientes incluyen la investigación antropológica, el retrato de personajes, el paisajismo, la digresión en todo lo más variado, sabroso y profundo que dicho término pueda significar, el brillo de la prosa, la filología, los estudios estéticos, el humor, la gratitud de estar en el mundo, de que haya un mundo y uno lo pueda recorrer para escribir libros. Leyendo los acendrados y casi perfectos relatos de Leigh Fermor, uno tiene la sospecha de que el viaje no constituye más que una coartada: el fin verdadero no es conocer otras latitudes, sino servirse de ellas para la literatura.

En esta ocasión, el autor nos conduce a un rincón poco transitado por las guías turísticas del que, según es común en su vena, él es capaz de entresacar paletadas y más paletadas de anécdotas, referencias eruditas y postales de relumbrón. Para el lego, Grecia es islas, yogures, casitas pintadas del color de los pitufos, bailes en círculo y un par de equipos de fútbol y baloncesto; para la persona leída, la sombra apabullante de los grandes filósofos, los estadistas y los trágicos del mármol, amén de una raza de bigotes que ha dado poetas y cineastas de cierto prestigio. Pero hay más: oculto en una de la penínsulas del sur del Peloponeso que la civilización apenas ha rozado, existe un exótico universo en miniatura de pasión, violencia y atavismo. Mani (tal es su nombre, derivado quizá del título de cierto castillo fundado durante el reino franco llamado Magne) ocupa imprecisamente las tres o cuatro puntas de tierra más meridionales de la Grecia continental, y es patria de hombres rudos y hermosos, jamás romanizados, opositores de un imperio turco que tampoco logró asimilarlos y no convertidos al cristianismo hasta la fecha sorprendente del siglo VI o VII después de Cristo.

El territorio que Leigh Fermor recorre en este libro no abarca más de unos pocos centímetros sobre el mapa; ello contrasta con la inmensidad de la información que aporta y la amplitud de su visión: casi con un vértigo, el lector es arrastrado del último Bizancio de los Paleólogos a las formas más populares del canto fúnebre, puramente orales, de las luchas intestinas entre clanes mediterráneos a la diáspora griega por Córcega y las Baleares, de la entrada al infierno antiguo a través de cuevas y recovecos minerales a la participación de poetas del norte en la Guerra de la Independencia helénica. Y sobre todo ello gravita, envasado en el pulcro estilo del autor, el paisaje crudo del último Peloponeso, una desnudez casi abstracta que se compone exclusivamente de costas a pico, llanuras de sal y rocas peladas. Y de las que un excelente escritor de viajes sabe hacer fluir, como la piedra de Moisés, todo un manantial de aguas felices, que aquí son felices horas de lectura.

[Publicado en La Tormenta en un Vaso]

17 marzo 2011

Volver a casa

El retorno a Sefarad. Un siglo después de la Inquisición

José M. Estrugo

Renacimiento, 2010

ISBN: 978-84-8472-593-0

136 páginas

15 €



Alejandro Luque

Nacido en Esmirna, formado en El Cairo, emigrado a Estados Unidos, combatiente de la causa republicana en España y fallecido en La Habana, José Meir Estrugo Hazán (1888-1962) podría sin duda haber dejado un par de tomos de memorias dignos de ser leídos con fruición. No fue así, pero en cambio legó para la posteridad este libro, El retorno a Sefarad, que ilumina no sólo un aspecto de su azarosa vida, sino un significativo segmento de la Historia de España y del Mediterráneo: la vida de los judíos expulsados por los Reyes Católicos y de sus descendientes en sus respectivos países de acogida.

El origen de este volumen es el primer contacto del autor con suelo español, en octubre de 1922. El flechazo es fulminante: confundido entre emigrantes repatriados viguenses de Nueva York, cuenta cómo “ellos volvían a sus hogares, pero yo me reintegraba a una patria milenaria”. Y sin el menor resentimiento derivado de “la ofensa mortal de 1492”, Estrugo proclama a los cuatro vientos su pasión hispana. “Como no somos, en general, sionistas”, le confiaría a un amigo, “ni creemos que la Jerusalén actual pueda satisfacer, como metrópoli, nuestro sentimiento colectivo; tenemos nuestra Jerusalén o Sión espiritual, que es el país legendario de Sefarad: ¡España!”.

Estrugo emprende una meritoria tarea de descripción de la vida cotidiana en a judería de Esmirna donde creció, “un pedazo de España del siglo XVI y XVII”, asegura, un calco de las que visitaria en Sevilla, Córdoba y Toledo. Los tipos humanos, las voces de la calle, los hábitos y costumbres son desgranados con amoroso detalle. Recopila dichos sefarditas vigentes entre los españoles del momento –y aun de hoy: "seguir en sus trece", "para chuparse los dedos", "cada oveja con su pareja", "de la Ceca a la Meca", "el tiempo de Maricastaña"...–; letras flamencas que se interpretaban igual en León y en Rodas, y melodías comunes a las sinagogas de Nueva York o Curaçao, idénticas a las saetas de la Semana Santa hispalense; o variedades gastronómicas de procedencia española que han perdurado con muy pocas alteraciones en los hornos y fogones turcos.

No deja de ser muy sorprendente la alusión al radical puritanismo de raíz española de la época, que condenaba a la mujer a la invisibilidad pública, mientras que los varones gozaban de ilimitada libertad. Y aún más: “La mujer que ha tenido la desgracia de un 'flirt', o percance, está perdida; muchas veces he visto vengar bárbaramente el honor de la familia”, escribe Estrugo.

Especial atención dedica el escritor a las similitudes entre el español moderno y el antiguo judeoespañol. “Somos como discos fonográficos vivos para los estudiantes de español antiguo”, se maravilla Estrugo al tiempo que describe las coincidencias entre ambos. Asimismo, celebra que fueran los sefardíes los tempranos introductores de la imprenta en Turquía, y se demora en recordar viejos periódicos en caracteres latinos impresos en Esmirna, algunos de los cuales seguían existiendo, en aljamiado, en los años 30. Y advierte de que la hegemonía del turco en detrimento del castellano antiguo cerraría la puerta de todo ese universo espiritual.

Un lector despistado podría creer que el fervor del relato de Estrugo se corresponde con una pareja devoción religiosa. Por el contrario, se declara inveterado agnóstico, y en un momento dado confiesa que, de niño, “envidiaba a mis hermanitas porque a mí me llenaban la cabeza de telarañas y me obligaban a rezar, y a ellas no; mis hermanas no han tenido que luchar como yo para sacar todos aquellos clavos de a cabeza y desaprender lo que me habían enseñado”.

Ni siquiera se alivia a la hora de ensayar, de pasada o como quien no quiere la cosa, una refutación de la pureza de sangre al afirmar que “la tan cacareada solidaridad hebrea internacional, no es sino una simpatía común entre los perseguidos por sus ideas o por su religión. En lo demás, lo mismo explota el capitalista hebreo al siervo hebreo que el capitalista cristiano al siervo cristiano”.

Su fascinación responde, pues, a una identificación cultural que tiene mucho que ver con el amor a los antepasados y con su memoria humillada. “No hay más que dos religiones: la del amor y la del odio. La mía es la del amor. En este sentido, pudiera ser cristiano o budista”, concluye.

16 marzo 2011

Lo que pasa en Knockemstiff se queda en Knockemstiff

Knockemstiff

Donald Ray Pollock

Libros del Silencio, 2011

ISBN: 978-84-938531-0-5

301 páginas

20 €

Traducción de Javier Calvo

Prólogo de Kiko Amat


Fran G. Matute

Dice el cántico popular que La Habana es Cádiz con más negritos y digo yo que Knockemstiff es Las Vegas con menos bombillas. Para los que no sepan dónde está ese pueblo de nombre impronunciable deberán situarlo al sur del estado de Ohio, y para los que no sepan dónde está Ohio, que lo miren en Wikipedia. Hablamos pues del llamado 'Midwest' norteamericano, ese país imaginario al que se refería Bob Dylan en algunas de sus canciones y del que han surgido mentes prodigiosas como el artista antes llamado Prince o los hermanos Coen.

¿Y en qué se parece Knockemstiff a Las Vegas? Pues en todo y en nada, como suele ser costumbre. Pero lo que sí que está claro, tras leer a Donald Ray Pollock, es que ambos lugares representan lo peor de la cultura norteamericana. Analicemos en profundidad: Las Vegas es esa ciudad creada de la nada en medio del desierto de Nevada, poblada de depravados ludópatas y horteras que gastan sus fuerzas y ahorros en busca de una chispa de aparente felicidad, un recinto de neones creado a imagen y semejanza de los estímulos más bajos del ser humano, una especie de sueño/pesadilla del que parece imposible escapar una vez decides formar parte de su juego intrínseco y te sometes a sus ilógicas reglas.

Todo lo anterior se proyecta en la vida de los habitantes de Knockemstiff, una hondonada perdida de la mano de Dios habitada por cuatro gatos cuyas vidas cruzadas nos narra Pollock en los distintos relatos que conforman esta novela. ¿Depravados? Baste comentar que de entre las muchas anécdotas recopiladas por Pollock encontramos situaciones de abusos sexuales con menores disminuidos psíquicos y hasta aquí puedo leer... ¿Ludópatas? Sí, pero no de las ruletas o de las mesas de 'black jack', sino de esnifar pegamento, consumir esteroides, engullir cerveza Blue Ribbon y alimentarse a base de grasientas salchichas (al parecer, único alimento oficial de Knockemstiff). ¿Horteras? A rabiar, con sus cintas de música 'country', sus coches pichicateados, sus revistas de culturismo y sus concursos televisivos emitidos por la cadena regional. ¿Y qué podemos decir de la búsqueda enfermiza de la felicidad? Huelga decir que vivir en un lugar en el que no ocurre absolutamente nada estimulante puede llevar a su población a la perdición, sobre todo cuando constantemente se encuentra uno bombardeado de felicidad impostada a través de los anuncios, las películas y los pocos libros que se dejan ver por Knockemstiff. En un lugar así, la búsqueda de la felicidad se convierte en un juego al que no puedes ganar y terminas conformándote con lo que hay: dar una vuelta en tu destartalado coche en busca de algún 'mall' cercano, echar un polvo en el asiento de atrás con la lugareña más guarra y gorda que te encuentres en la gasolinera y engullir unas cuantas pastillas de oxicodona o demerol para estar lo menos lúcido posible y que se te pase el día cuanto antes. Eso es un día normal en la vida de la mayoría de los habitantes de Knockemstiff. Y no sé a vosotros, pero a mí se me antoja muy similar este 'american way of life' con el de los "habitantes" de Las Vegas, pero ya hemos dicho, con menos bombillas.

Pero hay más parecidos razonables. Sigamos analizando en profundidad: ¿Qué le ocurre a los visitantes más contumaces de Las Vegas? Que no se quieren ir de allí. Ya no digo a dormir, sino a abandonar el casino o el hotel en el que estén alojados. Aquel cúmulo de despropósitos genera tal fascinación que los pobres diablos que caen subyugados bajo sus encantos pierden la razón. Y es que en Las Vegas uno puede hacer lo que no le dejan en su casa y ese halo de libertad resulta difícil de abandonar.

En Knockemstiff ocurre algo parecido, pero a la inversa. Los habitantes de la hondonada son incapaces de abandonar su pueblo. Todos lo intentan, todos imaginan una vida mejor fuera de ese cuchitril en el que no parece existir un futuro próximo y mucho menos prometedor. Todos se esfuerzan por abandonar su decadente rutina. Pero ninguno lo consigue. Es como en el Hotel California de Eagles (por cierto, canción que por su idiosincrasia suena a perfecta banda sonora de cualquiera de los relatos que compone la novela) ¿Qué motiva, pués, esa fuerza de atracción tan descomunal hacia un lugar como Knockemstiff? Pollock no termina de darnos una respuesta clara a este interrogante, pero al margen de la falta de voluntad y agallas de sus habitantes, la verdad es que en ese lugar tan desvencijado uno puede hacer lo que le sale de los cojones sin temer consecuencia alguna. A lo sumo un vecino te podrá meter un palo por el ojo, pero cualquier acción contra la naturaleza termina quedando verdaderamente impune. Es la ley del salvaje Oeste. Es, en definitiva, la Segunda Enmienda. La que permite autogobernarse a una comunidad aplicando su propias reglas. Es el motivo por el Knockemstiff es un lugar digno de una novela.

Pero no se vayan todavía, amigos, que aún hay más. Porque ahora vamos a hablar del valor literario de una obra como Knockemstiff (2008), ya que su lectura también supone lo mismo que ir, mira tú por dónde, a Las Vegas. En la capital mundial del entretenimiento podemos encontrar una réplica de la Torre Eiffel o de las pirámides de Egipto. Leer la ópera prima de Donald Ray Pollock nos retrotrae a una literatura muscular cultivada por autores del perfil de Hubert Selby Jr., Raymond Carver o Chuck Palahniuk, pero aquí nos encontramos también con un facsímil. Pollock se apoya en la fuerza de su relato, en la creencia de que lo que leemos son anécdotas con mayor o menor grado de autenticidad, y embadurna a sus protagonistas con un halo de tristeza y nostalgia que los hace más creíbles, más humanos. Pero Pollock carece de la dureza de Selby Jr., de la incisiva analítica de Carver o de la clarividencia de Palahniuk. Leyendo Knockemstiff hemos disfrutado, sí; pero se trata de un disfrute parecido al de echar moneditas en una máquina tragaperras del Bellagio y darte cuenta, tras varias horas, de que no sólo no has ganado ni un dólar sino que además te han timado.

15 marzo 2011

Una cosa muy seria

Una risa nueva

VV. AA. Editado por Jordi Costa

Nausícaä, 2010

ISBN: 978-84-9663-383-4

230 páginas

18 €


Carolina León

Una risa nueva: posthumor, parodias y otras mutaciones de la comedia es un ensayo sobre comedia cinematográfica de nueva generación, compuesto por las aportaciones de plumas diversas, con una sección central que salta del formato “artículo” al del “ensayo dibujado”, comandado por el crítico y “activista cultural” Jordi Costa que es, para empezar, una lectura interesante para los lectores más “alternativos” de este blog. Cuando digo eso también digo para aquellos que les interese el cine contemporáneo o no les importe que un libro se deslice de un código (ensayo) a otro (cómic) y entienda que tanto nos puede enseñar el profe serio como el post-adolescente con perilla. Para ellos es esta reseña. Para entrar en Una risa nueva nos ha de interesar el cine contemporáneo y, dentro de él, la comedia, porque de lo que trata este libro es de dilucidar la respuesta: ¿De qué nos reímos en este mundo sin maldita la gracia?

Costa, en el ensayo inicial a modo de prólogo, ya nos avisa de que vamos a leer sobre la (im)posibilidad de la risa, la rentabilización de la dinámica del fracaso en la comedia, o la dimensión trágica del gilipollas. Bien pertrechado de visualizaciones compulsivas de cine (y series) de todos los tiempos, tantea para calentar motores en algunos de los temas que se van a diseccionar en páginas sucesivas, a cargo de unos y otros, y avisando de antemano de que el término “nueva comedia” no existe como género ni implica definiciones monolíticas: su planteamiento ya nace siendo tramposo. En el momento de la Cultura en el que vivimos, sin embargo, nacer así implica cierta honestidad.

Se lo permitimos y seguimos adelante, pasando de texto en texto. Advertimos que la primera mitad está dedicada a las diversas versiones de la risa norteamericana, mientras que la segunda profundiza en las facetas del fenómeno en otras zonas de la comedia global, Japón y Corea del Sur incluidos.

Y así, de uno en otro breve ensayo, hay facetas que para el espectador no demasiado baqueteado van a permanecer un poco oscuras, mientras que (creo) para el que tenga un nivel de visualizaciones superior al 75% de los títulos aquí reseñados puede quedarse en algo un tanto pobre. Algunos de los textos (Miqui Otero sobre 'spoof movies', Eduardo Galán sobre los 'mockumentaries') están a mi gusto demasiado cargados de referencias internas, metajuegos, guiños no fácilmente asumibles por cualquier lector, y eso lastra el resultado comunicativo. Otros (el juego de ensayo-ficción creado por el dúo Venga Monjas, acerca de la noche en que Bill Murray vio desaparecer la posibilidad de un Oscar, que busca iluminar la importancia de un programa como Saturday Night Live; el Señor Ausente sobre la “nueva comedia” europea, recorriendo la línea que va desde las "españoladas" hasta películas como Los idiotas o Canino; o el texto “En defensa de Roberto Benigni” de Juan Agustín Mancebo Roca) son capaces de mantener un nivel elevado de comunicación, incluso cuando no podamos reconocernos en los argumentos o ni siquiera hayamos visto un tercio de los filmes sobre los que asientan sus tesis.

En la zona central del libro, dibujantes como Darío Adanti, Bárbara Perdiguera, Guillem Dols, el tándem Jorge Riera / Scalerandi-Souto o Miguel Noguera junto a Jonathan Millán (en una especie de reprise de su celebrado álbum Hervir un oso), exponen en formato viñeta algunas de las ideas desguazadas en los textos: qué puede ser eso del post-humor, de qué nos dejan reirnos, por qué el fracaso parece ser la única mecha posible para la risa, celebración de la epifanía absurda...

En los textos (cómic, crítica y ensayo) que nos viene entregando Jordi Costa desde hace años, uno puede estar más o menos de acuerdo con sus postulados pero: a) no deja de fascinarse de la capacidad de estructuración simbólica; b) prácticamente siempre sentirá deseos de ver, o volver a ver, esa película que el crítico comenta para poder repensar lo que plantea; o c) no se pierde con facilidad, porque Costa no se queda jamás en el "aquí y ahora", y ancla sus argumentaciones lo mismo en la Grecia clásica que en la filosofía nietzscheana.

No ha sucedido así con todos los artículos de este Una risa nueva, sin embargo, libro en el que ejerce de editor y entrega tres fragmentos. Claro que la mayoría de los firmantes son voces nuevas, y eso es de agradecer en el sector de la crítica cinematográfica, aunque ha de decirse que el resultado salió algo titubeante. A pesar de los altos y los bajos, y dada la escasez de bibliografía en este ámbito, es consulta obligada para todo aquel que se pregunte qué ha sido de la comedia post Woody Allen, Jacques Tati y Monty Python, para quien quiera obtener un dibujo más o menos totalizador de las derivas cómicas post-11S, para quien se sienta estimulado de visualizar en un mismo ensayo las propuestas de Ricky Gervais y Takesi Kitano, y desee entender un poco mejor el absurdo del mundo por medio de la lectura que los cómicos hacen de él. O, en resumen, para quien no pueda más con esto de la Cultura, que como dice Costa en torno a la mítica serie Seinfeld, “es tan sólo ruido de fondo del que nunca se extrae progreso, ni aprendizaje”.

14 marzo 2011

Sangría de ácido lisérgico



La invasión ha comenzado

Pablo Álvarez Almagro

Pepitas de Calabaza, 2010

ISBN: 978-84-93767-15-0

233 páginas

12,50 €



José María Moraga

Dice la prensa que últimamente andan triunfando en la ficción televisiva las series de época. ¿Escapismo a otros tiempos mejores cuando la crisis aprieta? Decía también Eli Roth que para innovar en un género hay que ir contracorriente, rescatar fórmulas del pasado pero dándoles siempre un enfoque actual. En estas estábamos cuando aterriza –cual un platillo volante- La invasión ha comenzado (2010), primera novela del guionista Pablo Álvarez Almagro, conocido por firmar los guiones de las películas de Pedro Temboury Kárate a muerte en Torremolinos (2001) y Ellos robaron la picha de Hitler (2006).

Frente a la Nocilla y los Lacasitos (lo siento, tenía que decirlo), Pablo Álvarez Almagro nos propone merendar con una jugosa historia de marcianos, perdón: de venusianos. El mundo lleva décadas siendo objeto de una invasión de Venus, que trata de esclavizarnos, esquilmar nuestros recursos… no falta ninguno de los ingredientes del género. Esta conjura, que coexiste perfectamente con nuestras inocentes vidas de curritos, es desenmascarada por los miembros de un estrafalario grupo de rock psicodélico español de finales de los años 60, Los Guardianes del Séptimo Sello. ¿Rock psicodélico en España y en esa época? Pues no es la parte de más ciencia-ficción de la novela.

No será hasta el año 2014 cuando una serie de casualidades hagan que esta historia –silenciada hábil y violentamente desde 1968- salga a la luz. Entran en escena entonces un grupo de “elegidos” encargados de salvar la Tierra del peligro venusiano, una pandilla disfuncional que conforman una suerte de Goonies del siglo XXI, pero más creciditos. A partir de ahí, la trama bascula entre la farsa y la fantasía, con toques de psicodelia sesentera (abundan nostalgias de Ken Kesey o Neal Cassady, de José Luis y su guitarra o las películas de Vilgot Sjöman), siempre a ritmo de rock and roll.

La invasión ha comenzado supone un meritorio esfuerzo por entretener, despojando al lector de sus prejuicios: trama disparatada –resurrección de glorias del pop incluida-, escritura ágil, mantenimiento del suspense, sus dosis de amor y humor y su ración correspondiente de personajes conocidos de la contracultura. Tampoco faltan pullitas al contexto político-económico actual, lo mismo The Coca-Cola Company que la Xunta de Galicia. Interesante la doble temporalización de la historia: por un lado la persecución actual (bueno, en 2014) y por otro el ‘background’ de los sesenta, que ayuda a explicar lo que ocurrirá más tarde.

El autor elige contar la historia de manera polifónica a través de diferentes voces narrativas: en La invasión ha comenzado escuchamos hablar a los distintos personajes principales (a veces con monólogo interior yuxtapuesto a diálogos directos, a veces con estilo indirecto libre) más un narrador en tercera persona. Lo anterior me parece un acierto, pues se consigue un emocionante “montaje en paralelo”, tan cinematográfico. Si tengo que ponerle un pero al libro es la sección final, que se desarrolla en los Estados Unidos; me parece la peor ambientada de la novela (por ejemplo, el no demasiado correcto uso del inglés por parte de los personajes anglosajones).

Entiendo que verosimilitud y decoro no habrán de ser los puntos fuertes de una novela de ciencia-ficción gamberra, pero no por ello debemos bajar los estándares de la ficción patria. Sobre todo en un libro que se presenta en una edición tan bonita -aunque, ¡cuidado con las erratas!- como la que ofrece Pepitas de Calabaza (“Una editorial con menos proyección que un cinexín” –según comentan ellos mismos). Recomiendo La invasión ha comenzado si queréis escapismo y pasar un buen rato con una de extraterrestres versión carpetovetónica, porque como dice el mismísimo Barón Rojo (¿no había dicho que aparece en la trama? ¡Sería para no desvelarla!), “una cosa es que los humanos nos masacremos libremente entre nosotros, y otra muy distinta que tengan que venir unos venusianos de fuera a esclavizarnos y a regir nuestros destinos.”

11 marzo 2011

Cadáveres que salen movidos en la foto


La investigación

Stanislaw Lem

Impedimenta, 2011

ISBN: 978-84-15130-10-9

248 páginas

18,95 €

Traducción de Joanna Orzechowska



Ilya U. Topper

Pónganse la estufa. Enciendan el jersey. Porque, les aseguro, tendrán escalofríos. Si le hacemos una foto a un cadáver y sale movida ¿quién tiene la culpa? preguntó alguien una vez. Aquí, no necesariamente es el fotógrafo. Y eso, escribir una novela sobre muertos que (aparentemente) se levantan y andan amenaza, ya de por sí, con ponerle la piel de gallina al lector. Pero hacerlo y deslizar en ella todas las explicaciones científicas que podrían, tal vez, quizás, casi, sólo casi, explicar por qué lo hacen de verdad, eso no tiene precio.

La primera vez que leí La Investigación, acostumbrado a los relatos galácticos del autor polaco, pensé que se trataba de una obra menor. Pero en el caso de Stanislaw Lem no existen las obras menores. Existen las estelares y las terrenales. Ésta es terrenal.

Me dicen que una reseña no debe ventilarse en dos párrafos, aunque en el caso de Lem, bastarían dos líneas: una para sus incondicionales para informarles de la reedición de la obra en castellano (hasta ahora relegada a mugrientos estantes en los anticuarios de segunda); otra para exhortar a hacer penitencia a quienes, inexplicablemente, desconocen la existencia del escritor polaco.

Sí: es Lem hasta el tuétano. Sin el humor desternillante al que nos tiene acostumbrados en sus Diarios de las Estrellas, sin la grandeza trágica que asoma en Solaris. Pero con la precisión de la mejor novela de detectives inglesa que hayan podido leer. Y ubicada en Inglaterra, por si acaso, sí, alrededor de Scotland Yard.

En una línea similar a La fiebre del heno ―que imagino en la línea de salida de Impedimenta para algún próximo mes― esta novela desgrana de forma minuciosa observaciones cotidianas, casi imperceptibles, de la vida diaria, los pone en relación, construye conclusiones de alcance insospechado. Pero aquí, los culpables a los que persigue el inspector Gregory tal vez sean los muertos. Y tal vez no. Gregory, templado detective inglés, no lo cree, evidentemente. Pero ¿y usted, lector?

Ésta es la maestría de Lem, inalcanzada: hacerle creer al lector algo contra las convicciones de sus propios personajes. Y no, al final La Investigación no está tan lejos de Solaris: aquí también asoma la posibilidad de que una fuerza ignota, que no tiene ni nombre (no, no es Dios, porque Dios no existe en las obras de Lem, excepto como caricatura) sea capaz de crear algo a imagen y semejanza de los humanos.

Sabiendo que en internet alguien asoció el término ‘zombie’ a los personajes de esta obra quizás convenga una advertencia: donde hablamos de explicaciones científicas no piensen en venenos paralizantes, peces tóxicos, letargos inducidos y demás quincalla del horror. No, no. Aquí hablamos de muertos de verdad. Habrá por medio el cadáver de un gato, teorías de vectores, estadísticas impecables y absurdas y una terrible sospecha de que tal vez, todo sea falso.

Pero aunque todo sea falso, los detalles que aporta el autor a la demencia que amenaza con apoderarse de sus personajes, son tantos y tan lúcidos que la historia funciona. E incluso, como en todas las obras del autor, pasa a un segundo plano para hacernos reflexionar sobre esa zona gris entre la materia y el espíritu. Ese coto privado de las religiones, en el que el furtivo Lem se ha cobrado las piezas capitales que siempre erraban sacerdotes y filósofos.

Por eso ya no importa si Gregory detendrá al final al culpable (¿existe?). Le habrá dado que pensar, estimado lector. Ahora, no me culpe si después de cerrar el libro se tropieza con un fantasma en el metro.

10 marzo 2011

Las contradicciones de la modernidad


La cabeza cortada de Yukio Mishima

Fernando Molero Campos

Berenice, 2010

ISBN: 978-84-96756-77-9

266 páginas

17,95 €




Rafael Suárez Plácido

Me agrada sobremanera encontrarme con autores que sienten la necesidad de decir lo mismo que uno dice, y más si lo hacen con mayor fortuna. No hace ni un mes, cuando redactaba la reseña de una novela japonesa reciente, escribía: “La idea de que no es imprescindible culminar con éxito algo para que tenga sentido sí es muy japonesa.” Ahora leo, con sumo agrado, algo parecido, eso sí, mejor expresado: “Aquellos bravos hombres que tuvieron el valor de decirnos a todos, hace casi un siglo, que no importaba el resultado de la acción, sino que era la pureza de la acción misma la que contaba, compartieron el mismo destino.” Uno de los motivos que nos lleva a seguir leyendo, el vicio solitario del lector, es encontrar que otros necesitan escribir lo mismo que nosotros pensamos. Y algo así me ha pasado estos días, mientras leía La cabeza cortada de Yukio Mishima (Berenice, 2010), primera novela de Fernando Molero Campos (Fernán Núñez, 1965).

La cultura japonesa está avanzando en nuestro país, después de décadas de casi absoluto ostracismo, provocado en parte por la escasez de traducciones y traductores del original. Recuerdo que leí algún artículo del año 1900, de Clarín, en la antología Siglo pasado (Llibros del Pexe, 1999), y poco más: algunos modernistas que imitaban lo que llamaban japonerías. Con el tiempo, hablaría también de algunas películas de Akira Kurosawa y de colecciones de 'haikus' editadas por Hiperión, pero todo lo que nos llegaba de Japón se veía con una mezcla de exotismo y distanciamiento que hacía muy difícil que hiciera mella entre nosotros. Japón, que ya absorbía todo lo occidental desde hacía más de un siglo, continuaba siendo un misterio. En esto apareció la figura de Yukio Mishima: sus obras y su vida. No podría decir qué fue antes, pero todo Occidente conoció a este autor, el primero de la literatura japonesa que traspasaba fronteras. Y con el tiempo fue llegando a lectores de otras generaciones. Todo autor que está empezando, y aunque Fernando Molero Campos lleva años escribiendo está es su primera novela, escoge materiales que le son cercanos. Y este libro demuestra que es así. No tendría sentido adentrarse en la aventura vital y fascinante de Mishima sin haber recorrido antes ese camino de iniciación en Japón, no sólo en el Japón moderno, sino en toda esta flamante cultura milenaria que a algunos tanto nos fascina.

No hay nadie que, aun sin conocer la obra de Mishima, ni su contexto, ni su biografía, no conozca las circunstancias que rodearon a su suicidio. Es una de las peripecias vitales que rodean a la Historia de la Literatura más conocidas de la segunda mitad del siglo pasado. Y quizás, a eso no alcanzo, fue el último caso relevante de 'seppuku', el tradicional modo de suicidio del samurai japonés. En el glosario que sirve de apéndice al libro leemos que el 'seppuku' “es el suicidio ritual del harakiri al completo. Consiste en ser decapitado por alguien después de que uno, con sus propias manos, se ha abierto el vientre.” Hay quien piensa que todavía quedan unos segundos de vida, en los que pasan por los ojos del fallecido los momentos esenciales de su vida. Esos segundos son la base de estas doscientas sesenta y seis páginas, en las que encontramos esos momentos que han llevado a Mishima a ser lo que fue y a morir como murió. Estaríamos, pues, ante una autobiografía del personaje, en la que pretende justificar su vida y su muerte.

Dicen que detrás de todo suceso trágico hay una infancia infeliz, y esta lo es, marcada por la convivencia con la abuela paterna que, prácticamente, arrebata el hijo a su madre con el consentimiento explícito del padre; y marcada también por su ingreso en un colegio de nobles, que le harán sentirse desubicado, fuera de sitio, desde los primeros años. Es curioso que pese a estos dos hechos tan importantes en su vida: la conciencia de clase y el machismo que relega a la madre al papel de una mera criada, y que han sido tan reales en Japón al menos hasta la mitad del siglo pasado, la causa principal de su muerte fuera el deseo de retornar a ese Japón secular, y hacerlo con el intento de reimplantar la figura del emperador como un Dios. Hay que tener en cuenta que no fue hasta la derrota en la segunda guerra mundial cuando el emperador, forzado por MacArthur admitió públicamente, en un discurso radiado para toda la nación, que era mortal.

Me llama la atención que el personaje de la novela desvele, como si se tratara de un secreto o de una desgracia extraña, que su abuela tuvo un matrimonio concertado. Era lo habitual en esos tiempos. También que se sorprendiera cuando le preguntó a su madre por qué no se había separado del padre y esta le enseñó una daga que recibió de su familia como parte del ajuar, con el significado de que no podía volver viva. Hablamos de principios del siglo pasado. Y todo eso formaba parte del régimen que Mishima, de alguna manera, quería ayudar a reinstaurar. Pero entiendo, también, que lo fascinante de su figura era la modernidad: una modernidad contradictoria que Molero nos ha querido mostrar sin ambages.

En los años posteriores a la gran guerra la figura emergente en las letras japonesas era Yasunari Kawabata. Para Mishima, desde luego, lo era y a él recurrió para mostrar sus primeros textos al mundo. Desde el primer momento fue admitido como un discípulo aventajado por el maestro que le ayudó decisivamente en la publicación de sus primeros títulos. Sus carreras fluyeron paralelas durante años. En España tenemos Yasunari Kawabata – Yukio Mishima. Correspondencia (1945–1970), editado por Emecé en 2004, testimonio de los años de amistad y camaradería entre ambos. En 1968 Kawabata recibió el Nobel de Literatura y, a pesar de la admiración del discípulo por el maestro, eso supuso un duro golpe para su ego personal, o así nos lo muestra Molero en estas páginas, que son de las mejores de su novela. El discurso que hubiera preparado el personaje supone una brillante exposición de los hechos que hacen del pensamiento y el sentir japonés, algo tan diferente y, a veces, inexplicable para los oídos occidentales. De alguna manera las vidas de ambos corrieron paralelas hasta en sus respectivas muertes: Kawabata se suicidó dos años después, en 1972.

Las páginas finales del libro son auténtica poesía en prosa. Los últimos momentos que pasan por la mente del autor son los instantes de la belleza: su hermana y su madre, los únicos seres a los que amó; los lugares que marcaron la belleza del país al que tanto quiso y que tanto le defraudó en los últimos años de su vida. Es muy difícil hablar de la ideología de Mishima con parámetros occidentales. Fernando Molero lo hace y sale airoso de la prueba no calificándolo, sino contando su versión de los hechos. En Occidente es tachado de extremista de derechas: no se me ocurren figuras similares. También de loco peligroso: especialmente para él y, en todo caso, para sus seguidores. Fundó el 'Tate no Kai' (Sociedad del Escudo), una especie de milicia privada cuya única función asumida era la defensa de la persona del emperador. ¿Qué buscaban sus jóvenes seguidores? En las primeras páginas de La inmortalidad, Milan Kundera nos cuenta que una jovencísima Bettina Brentano se acercó a la figura de Goethe para asegurarse un sitio en el futuro: esa inmortalidad a la que se refiere el título. Probablemente Mashita, el encargado de decapitar a Mishima, deseaba encontrar ese mismo sitio en el futuro de la historia del país. Sea como fuere el 'seppuku' no respondió a ninguna improvisación. Mishima dejó pistas a lo largo de su vida del final añorado. Fotos, piezas dramáticas, películas y, muy especialmente, su relato “Patriotismo”, donde cuenta algo similar. En algunas biografías del escritor japonés encontramos que fue un acto que respondió al fracaso de un intento de golpe de estado. Fernando Molero lo ignora. No sé si con razón o si es una licencia de amor hacia su personaje. Lo que sí sé es que La cabeza cortada de Yukio Mishima es una maravillosa oportunidad de acercarnos a la figura del personaje, una oportunidad única para comprender algo más de Japón, en el momento que supuso el comienzo de una nueva era.

09 marzo 2011

Sherlock Holmes bajo lupa


El caso del perro de los Baskerville

Pierre Bayard

Anagrama, 2011. Colección "Argumentos"

ISBN: 978-84-339-6321-5

208 páginas

17,50 €

Traducción de Javier Albiñana



Manolo Haro

Don, don, / ding ding don / don, don, / [toma Lacasitos]”. Me permito citar esta "revisitación" del achocolatado Agustín Fernández Mallo al “Poema de los dones” en su último El hacedor (de Borges). Remake para comenzar esta reseña, con el arriesgado paso de colocar entre 1.215 palabras un concepto tan traído, llevado y paseado como es el de la Posmodernidad. Me interesa resaltar su faceta decanonizadora desde el punto de vista del sociólogo italiano Giandomenico Amendola (La ciudad Postmoderna, Celeste, 2000): “decanonización (deslegitimación masiva de los códigos y las convenciones, de los metalenguajes, la desmitificación y el “parricidio”[...]). Imagino a Borges recibiendo un paquete en Ginebra. María Kodama lo ha abierto y le ha comentado el título al escritor. Ante la petición de que le lea ahora algún pasaje, Kodama, sabiendo la predilección del autor por su “Poema de los dones”, se apresura a hallar la página y recita...

En la churrería de la posmodernidad, donde los más audaces mojan la masa frita en el espeso chocolate de las campañas publicitarias, la amasadora no deja de dar subgéneros. Ya la editorial 451 en 2007 había puesto a "rehacer" el Poema de Mio Cid, el Lazarillo o las Leyendas de Bécquer, entre otras obras, a autores como Antonio Orejudo, Juan Manuel de Prada, Fernando Iwasaki y Lorenzo Silva. El público juvenil celebró el hallazgo con desigual entusiasmo. Siempre pienso en cómo leen las obras de Fernández Mallo los mayores de 50 años. El juvenilismo ha llegado a traspasar tantas estancias de nuestra vida que no alcanzamos a separar con márgenes bien definidos lo que pertenece a unos y a otros, cayendo en la tozuda impertinencia de lo juvenil como valor en sí mismo.

Pero vayamos a lo que aporta a este paisaje el nuevo libro de Pierre Bayard. El subgénero que da Bayard al mundo tiene mucho que ver con el hibridismo que actualmente el texto literario ambiciona. Poco o nada queda por enlazar ya a textos narrativos, afanados como están sus autores, consciente o inconscientemente, en mostrar la a veces tirante relación entre sus creaciones y otras manifestaciones culturales. Se podría decir que El caso del perro de los Baskerville propone un ejercicio afín a lo que la serie televisiva Cold Case (Caso abierto para los que saludamos al sol en la Península) ofrece a sus seguidores: la apertura del expediente de un delito cuyo delincuente no ha sido encontrado aún. Bayard se introduce en la obra de Conan Doyle con la similar intención de mostrar los errores cometidos por Holmes-Doyle en sus pesquisas en torno a los asesinatos en el páramo de Dartmooor. Para ello repasa el "método Holmes" (observación-deducción-razonamiento hacia atrás) y se pregunta si es realmente fiable (pues los indicios siempre son una selección de otros posibles), si a Holmes se le escapa alguna información entre la ley científica que maneja y la regularidad estadística y, por último, si esas pesquisas vienen condicionadas por el factor psicológico del propio detective. Por lo tanto, el "método Holmes" toma sólo una de la multitud de soluciones alternativas.

Los lectores coetáneos de Conan Doyle nunca se hubieran planteado estas disquisiciones en torno a un caso guiado por la mente de Holmes. Bayard sí; entre otras cosas, porque el francés está no sólo poniendo en solfa la inquebrantable capacidad investigadora del personaje, sino que introduce sesgadamente en el análisis literario (aunque no los cite) conceptos propios de la física cuántica (la multitud de mundos posibles y la teoría de supercuerdas) tan socorrida y sugeridora en las últimas poéticas de la creación. Reabrir, rehacer, repasar, recontar, reescribir... Movidos por el agotamiento y los vaivenes de lo posmoderno, la época del prefijo "
re-" regala estos ejercicios de estilo y promueve el surgimiento de nuevas leyes para enfrentar antiguos hechos. Pierre Bayard aporta su personal "crítica policial", consistente en el cuestionamiento de la culpabilidad de los personajes literarios: ¿mató Edipo a Layo en Edipo rey?, ¿por qué la imaginación de Agatha Christie dejó caer la culpabilidad sobre Sheppard en El asesino de Roger Ackroyd?, ¿murió, a pesar de Shakespeare, Claudio a manos de Hamlet?

Afirma el ensayista: “el mundo creado por el texto literario es un texto incompleto”, así que el lector es el que determina la obra y la cierra, penetrando en los “mundos intermedios” y enfoscando el “universo agujereado” de la literatura. Esto ya lo había dicho Cortázar, alejado como estaba de los tiempos de la corrección política, cuando refería la existencia de un "lector macho" (el que se implica y participa activamente del hecho literario) y de un "lector hembra" (el pasivo). Bayard va más allá cuando presenta su particular “crítica policial”, con la que intenta “restablecer la verdad y lavar la memoria de los inocentes”. De esta manera reajustará la ficción y pondrá en tela de juicio la dependencia de los seres de papel de su creador o de su propia historia. He de aclarar que hasta este momento el libro no ha sido otra cosa que el conjunto de resúmenes de la novela de Conan Doyle (muy de agradecer posiblemente por los desconocedores de ésta) y alguna que otra perogrullada. El autor gana cualitativamente al partir de las ideas que toma prestada de la obra de Thomas Pavel Univers de la fiction (Seuil, 1988), en la que se expone la idea de que en la toma de posturas ante los dos mundos existen los segregacionistas y los integracionistas, a los que se suma el propio Pavel y el mismo Bayard. Aceptar la aceptación de la permeabilidad entre esos dos planos dará lugar a acordar que es posible el cruce entre los inmigrantes y emigrantes del texto (la muerte de Holmes provocó un auténtico cataclismo a este lado del Paraíso).

Es ese mundo intermedio en el que se cruzan lectores y personajes (algunos con total conciencia de su existencia literaria como Don Quijote) se crean caminos inversos que traspasan seres ficticios y reales. Cómo si no se iba dar el caso de que Doyle quisiera matar (porque lo odiaba) a Holmes. Lo odiaba porque ponía en peligro su propia identidad y no le dejaba consagrarse a sus otras novelas, que consideraba más importantes que la saga del detective. Si el autor odiaba a su criatura, ¿no proporciona ese sentimiento un forma de existencia real?

Lo que sigue es una original resolución del crimen de El sabueso de los Baskerville que exculpa a los que durante más de un siglo han cargado con los muertos. Seguramente se le pueda reprochar a Bayard el abuso de las apoyaturas psicoanalíticas para analizar los despistes del escocés, aunque se le reconoce la interesante elaboración de una nueva intriga. La crítica literaria no deja de ser, al fin y al cabo, una forma estilizada de la investigación policial. Estamos pues ante una insólita relectura del clásico de Conan Doyle y una aportación sobresaliente a las gramáticas de la lectura y de la recepción. Quedamos a la espera de una nueva apuesta genérica en este muelle inhóspito y desangelado de los reseñistas, entregados a los vientos caprichosos de las novedades, con el churro en la mano para mojarlo, aunque sólo sea en un bote de Nocilla.