31 mayo 2011

¿A qué se debe su serenidad?


Dogos

Antonio Portela

Pre-textos, 2011

ISBN: 978-84-15297-05-5

57 páginas

8 €

Premio José de Espronceda de Poesía 2010



Rafael Suárez Plácido

Poemarios recientes que han surgido declarándose herederos de otros ámbitos artísticos encontramos muchos. Siempre ha sido así. La relación entre la poesía y la pintura es secular y lo mismo se podría decir refiriéndonos a cualquier otra faceta artística. Pero poesía y música responden a unos mismos códigos genéticos. La poesía nació para ser cantada. La música para formar un todo con la poesía. Hubo un momento en que se separaron. No sabría decir de qué momento se trata. Supongo que debe ser algo cíclico. Hay momentos donde la narratividad, el ansia de contar una historia, o la necesidad de reflexionar sobre el mundo se impusieron a esa otra necesidad de crear universos paralelos a la naturaleza que nos rodea.

Quienes hayan leído atentamente ¿Estás seguro de que no nos siguen? (DVD, 2002), el primer libro de Antonio Portela (Huelva, 1978), habrán encontrado, pese a las muchas citas ocultas o explícitas de canciones del universo pop, se trata de un poemario donde prevalece el afán por contar la experiencia y el deseo de esta experiencia. Muchos descubrimos en él a un poeta con muchas cosas que decir y sin pelos en la lengua a la hora de hacerlo. No sólo eso. Encontramos también que, con apenas veinticuatro años, el autor ya sabía lo que quería: arrojarse en los brazos de la poesía. Este interés por combinar las artes no era novedoso en la poesía de su tiempo. De hecho, es muy frecuente encontrar autores jóvenes, y no tanto, que bucean en las aguas de la cultura pop para esbozar sus primeros versos. Siempre ha sido así. Lo que no era tan habitual, aún sigue sin serlo, es que después de un primer libro con esas condiciones, esperásemos con ganas un segundo libro.

Han pasado nueve años. Esto ya no es tan frecuente. Normalmente estos autores suelen publicar libros con mayor frecuencia y, todo hay que decirlo, con muchas menos pretensiones de hacer poesía. Tengo amigos que lo conocen, o lo conocían, y es cierto que no sabían demasiado de él. Me decían que después de un primer libro que tuvo buena aceptación es difícil afrontar un proyecto nuevo. Aquí está el resultado: Dogos (Pre-textos, 2011).

Hay momentos que recuerdan al anterior poemario. Pienso en el poema “Administra la copa. (El último de Rocco Siffredi)” o en “Esta noche”, pero son los menos. E incluso en estos, la narratividad explícita de aquellos versos ha dejado paso a una voz diferente, sin perder la cercanía, mucho más elaborada. Las historias, los momentos, se apoyan mucho más en el lenguaje poético. No sé qué pensará el poeta de aquel primer libro: ¿necesario aprendizaje? ¿Poemas de juventud? Quizás ambas nociones se complementen. Aquí la palabra retoma ese primigenio sentido musical. El verso es más cuidado, sin dudarlo ni un instante diría que más logrado.

Las referencias son básicamente musicales. Una serie de canciones de David Bowie, uno de los iconos del pop de nuestro tiempo, dan pie a una serie de poemas. Ya desde el título. "Diamond Dogs" es el título de una canción que Portela transcribe como "Diamantinos Dogos", el primer poema de la colección, que ya desde el inicio nos sorprende: “Se oyen ladridos por las arboledas. / Vienen de antiguo. Dicen que barruntan / indefensas fracciones de universo, bajo pretil o trampa de intemperie, / bálsamo insomne, fiestas, soledades / y cuerpos.” El poeta es consciente de esta transformación buscada y lograda. Es joven, muy joven, pero “apenas mi recuerdo navega ya por Ítaca”. Ya nada es tan explícito. No hay tantas citas y las que hay, conjugan a los clásicos con las referencias citadas de David Bowie y con las menos usuales de Arcade Fire o Rufus Wainwright . En el poema "Ceniza" surge la dicotomía entre dejarse llevar por el tumulto o “abandonarme a la liturgia pura / de contemplar, no hacer (…) y ser un ávido animal de amor / desatendido”. Diría que encontramos una voz más reflexiva, que opta por esta segunda opción, porque de alguna manera descubre el vacío en esos cantos de sirena que, sin duda, le llegaron: “Nadie me dijo que de nada sirve / la embriaguez, pues mi parte / de laguna sería / bendita por la gracia del desierto, / que habría de beber esta sustancia / sin preguntar por qué / la cantidad vertida.”

Las referencias a su pasado son constantes: Huelva, Punta Umbría, las dunas, Doñana… los amigos, a los que dedica algunos de sus mejores versos sin malgastar retórica ni adjetivos ampulosos, ni falsa conmiseración, sólo permitiéndonos contemplar algunos de sus momentos de dicha. Así escribe: “Mirad a mis amigos. / Llevo un año sin verlos. / (…) Ellos son el verano. Son la vida.”

Conocemos más el mundo interior del poeta en los versos sentidos y sinceros del poema "Extraños", que en todo el libro anterior. La duda interior, la hermosa sorpresa que nos depara la vida, ir reconociendo la belleza y la pureza en los que nos rodean. Pero no es este otro tipo de desnudo el que marca nuestro interés por este libro. Dogos es la unión entre música y palabra, más allá del artificio sincero que articula el libro. En Dogos nos reencontramos con aquel jovencito que cantaba la vida sin tapujos, más maduro, más consciente, con más ansias de buscar. Decir que es más reflexivo es repetir lo obvio. Hay una pregunta que marca el devenir del libro y está en el poema "Portada de Men’s Health": “¿A qué se debe su serenidad?” Esta es también la pregunta que nos hacemos cuando leemos y disfrutamos con este libro. ¿Y ustedes? ¿No desean saberlo?

30 mayo 2011

Farsa macabra


El general del ejército muerto

Ismaíl Kadaré

Alianza, 2010

ISBN: 978-84-206-5153-8

372 páginas

19 €

Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde



Ilya U. Topper

Por fin un Kadaré que confirma lo que siempre sabíamos: que el Nobel albanés es un gran escritor, incluso si en su producción se dispersan unas cuantas piezas menores (ese pecado de juventud que es el Cerco, esta ambición algo fallida por dotar de misterio ambiental la brutal historia de amor de El accidente). No me negarán que un título como El general del ejército muerto, ya por si solo merece un premio. El resto es Kadaré sólido: paisajes albaneses, diálogos sobrios, breves, triviales, tan triviales que condensan la cotidianidad gris, la carga de los días que los personajes de la novela llevan sobre sus espaldas.

Los personajes: como ya parece ser toda una marca registrada de autor, los personajes no tienen nombre. A diferencia de otras obras, aquí no firman ni siquiera los protagonistas. Ninguno. Curiosamente, solo las pocas mujeres que aparecen de forma marginal en la novela – la misteriosa Betty que, por cierto, se esfuma de la trama sin haber jugado el papel que correspondería a su protagonismo en el planteamiento, la dulce Cristina, la tía Frose, si me apuran – tienen derecho a nombre. Los demás, los protagonistas, el general, el cura, el especialista, no son más que eso: general, cura, especialista. Y no tienen más vida que la de su oficio. Excepto en el caso del general, dado a las cavilaciones.

No me entiendan mal: no quiero insinuar que Kadaré no haya dotado de vida a sus personajes. Sino que les ha dotado de vidas austeras, triviales, limitadas a cumplir un cargo. Militares en una misión. La de encontrar y recuperar, veinte años después, los cadáveres de los soldados caídos durante la ocupación de Albania en la II Guerra Mundial. Que se trata de soldados italianos se puede leer en el resumen de la contraportada; yo, que cuento entre mis más preciadas manías de lectura la de empezar un libro por la primera página y leerme la contraportada cuando corresponde por orden, es decir al concluir el libro, nunca antes, daba todo el tiempo por supuesto que el general y sus compatriotas muertos eran alemanes. La mención, casi a hurtadillas, de la palabra 'Duce' en la página 172 me sacó de mi error.

Se lo cuento porque este detalle subraya otro rasgo muy Kadaré: la de no dar datos históricos, no buscar el realismo, renunciar a todo contexto, centrarse en la trama psicológica. Si ustedes se encontrasen el libro en un mercadillo de Saigón, probablemente asumirían que el general es estadounidense y su campo de batalla, las colinas de Vietnam. O no. No, porque Albania juega un papel preponderante en la historia: su melancolía, sus cantos, incluso, en una de las escenas más logradas, más arrebatadoras del libro, sus bailes de boda, su código de honor y venganza y sus maldiciones. A veces uno sospecha que Ismaíl Kadaré ha llevado a un atormentado general italiano a sus montes sólo para poder retratar con más dureza el paisaje propio.

Con dureza, sí: pese a la correcta y amable colaboración del gobierno y el experto y los obreros albaneses en la exhumación de cientos de cadáveres, cientos de cráneos, miles de huesos, todo un ejército de muertos, el general está tan ajeno en este país, a menos de cien kilómetros de sus propias costas, como lo sería un neoyorquino entre vietnamitas. Aquí no hay hermanamiento, no hay aquella alegre máxima de 'una faccia una razza' del Mediterráneo de Tornatore, sólo hay rencor y temor, o más bien el temor al rencor.

¿Basta este ambiente melancólico, esta lluvia, estos diálogos triviales para llenar 370 páginas? No, y por eso el autor ha insertado dos subtramas en la historia, a la manera decameronista. La primera, la de Ramiz Kurti, asesino por honor, muy balcánica. La segunda, el diario de un soldado desertor, muy humana, tal vez el único toque tierno en la novela. Distracciones de la trama, que quizás habría quedado más compacta, más rotunda, si hubiera prescindido de los excursos y hubiera adoptado formato de 'nouvelle' límpida.

Porque la trama es una obra maestra del expresionismo lúgubre, con el toque de humor absurdo que aportan "los otros" – aquellos que buscan lo mismo pero con menos honradez, capaces de robar soldados a sus antiguos aliados, ahora rivales en la carrera por los sacos de huesos. De eso no les he contado nada en la reseña. Ni de la búsqueda del coronel Z. y de por qué la maldición de la vieja es capaz de derrotar a un general y a un ejército de muertos. Eso, leánselo ustedes. Ahí está la verdadera novela, en esa farsa macabra.

Macabro: del árabe 'maqbara': cementerio.

27 mayo 2011

Sigo las huellas de una ciudad perdida



Versos clandestinos

María Dolores Almeyda

Nuño, 2011

71 páginas

10 €

Prólogo de Carolina León




Manolo Haro

La propensión al juvenilismo que se ha instalado en el mundo editorial contemporáneo ha dañado especialmente al género lírico. Pienso que los poetas que me interesan son los que rezuman madurez –con esto no me refiero a que el poeta tenga que ser necesariamente una persona madura en lo que a la edad se refiere, sino que su poesía venga a mostrarse como una obra fraguada con madurez–. Me interesan los autores que ahuyentan el humo y la niebla, que destejen la enmarañada trama del olvido y rescatan para sí, y para los que alcanzamos a leerlos, las luces y las sombras del pasado restituido de forma poética. El mercado, si no andamos atentos a los tréboles tetrafoliados, nos condenará a deglutir vagos versos de muchachas neumáticas o de jovenes con el síndrome "rimbaud-bunburyano".

Pero, y si hubieran voces que sólo cantaran una vez, como si fuera un viaje hecho a un lugar recóndito al que, si remotamente lográramos llegar, nunca volveríamos a visitar. En ese viaje extraño y azaroso me he topado con los Versos Clandestinos de María Dolores Almeyda (Sotiel Coronada-Huelva, 1948), un libro que cumple con la condición indispensable que lo autoriza a ocupar una balda de la estantería sin fecha de caducidad: te deja balanceándote en el filo de la duda, te anda rondando hasta que se extingue engañosamente su eco, para luego resurgir en la noche. Mi admiradísimo Cyril Connolly afirmaba lo siguiente: “Los poetas viven bajo la compulsión de escribir poesía, pero nadie está obligado a leerla. Una conspiración une al autor del volumen con su lector: ambos se lo pueden permitir”. Pues eso mismo.

Versos clandestinos recoge los textos repartidos en tres bloques. En esta división observo que existe un vínculo que me lleva a reflexionar desde primer momento en cómo y por qué la autora ha dispuesto de tal manera unos poemas que posiblemente fueron naciendo al correr de los días. En “Huida”, “Estancia” y “Retorno”, las partes constitutivas, descansa una concepción de la vida donde el amor y el tiempo son los pilares esenciales: la vida que "huye" hacia adelante, alcanza su plenitud en su estancia en la tierra cuando el amor la recorre –se oye el deje de Neruda– y "retorna" plena, a pesar de las heridas, a la nada bañada en tiempo sin fin.

En ese primera columna llamada "
Huida" se graban con un buril las reflexiones en torno a la memoria de la juventud, la fe en la vuelta a la niñez desde el recuerdo –doloroso a veces–, la conciencia de sí, la vida como viaje y la meditación sobre la muerte, dirigiéndole a esta misma muerte un poema de clara estirpe manriqueña. El siguiente estípite que sustenta el libro es "Estancia", un bloque que acomete con brillantez el escurridizo tema del amor desde cotas de diferentes alturas: la búsqueda de la felicidad, la ausencia del amor, el amor incondicional, el silencio como manifestación del estado amoroso, el retrato fugaz de la vida en pareja, el amor como dolor compartido, etc. Y de nuevo, para asentar este sillar y dándole entrada al último bloque, la mención a la muerte que cierra la segunda parte y abre "Retorno". Aquí resulta especialmente emotivo leer el compromiso de ser tras la muerte, el recuerdo apagado del paso del tiempo y el tema de la inocencia y la identidad.

"Te convierto en el vértigo que intuye una amenaza", dice Mª Dolores Almeyda en uno de sus versos. Ese vértigo que me sobrevino leyéndola, una noche, cansado de la prosa de los días, me deja con el ufano deseo de que no sean estos los últimos brindis que haga a la creación poética. Permítanme acabar con mi ya citado Connolly: "Uno de los efectos de mi amor por la poesía es que, desde que recuerdo, he sido poseído por versos sueltos, los he albergado como gusanos en el cerebro, los escribo repetidamente en pedazos de papel, los marco a fuego en los puentes, los canto en el baño". Búsquenla entre la niebla o en el baño. De la primera les rescatará; en el segundo les regalará jugosísima espuma.

26 mayo 2011

Pinchazos morunos

El barro y la costilla

Julio Antonio García López

Ediciones Atlantis, 2011

ISBN: 978-84-15228-48-6

249 páginas

19 €


José María Moraga

Últimamente leo por doquier (no os aburriré con las referencias) que el arte debe ser comprometido, y si no no vale. Será por los tiempos que corren… que el artista no puede permanecer en su torre de marfil, que no es ético, etc. Yo siempre he sido más de “el arte por el arte”, pero constato esta tendencia en época de crisis. En este contexto, llega ahora el debut editorial de Julio Antonio García López, una novela con vocación de entretener pero también de hacer pensar. Bien por el autor.

El barro y la costilla es una historia ambiciosa pero una novela fácil de leer. Lo primero porque aborda temas candentes, de plena actualidad: el papel de la mujer en las sociedades islámicas, la vida de los inmigrantes en España, la intervención militar española en Afganistán. Casi nada, publicada el mismo mes en que moría Bin Laden, ya todos sabemos cómo.

Temáticamente, se trata de una novela de segundas oportunidades. Los dos personajes principales parten de situaciones difíciles que les desagradan, e intentan escapar de ellas, de diferentes maneras y con distintos resultados. La protagonista femenina, Samira, es una joven barcelonesa hija de inmigrantes marroquíes, forzada por sus bienintencionados padres a un matrimonio de conveniencia que no empieza bien. El masculino, José, es un militar español de la misión de Afganistán, vuelve a España y no acaba de encontrar su sitio. Entre los dos personajes hay un claro tema común: la influencia del Islam y sus dos historias –es inevitable- acaban entrecruzándose.

Pero no vayáis a pensar que El barro y la costilla es una novelita rosa, ni un panfleto pro- o anti-Islam. Creo que es un intento valiente, sincero, de hacernos reflexionar sobre unos temas que a priori nos pueden parecer lejanos (a 6.000 kilómetros) pero cuyas ramificaciones las tenemos mucho más cerca de lo que pensamos (en el piso de arriba). Sospecho que Julio Antonio García ha debido reflexionar mucho antes de escribir, y debo decir en su favor que no ha tratado de catequizarnos ni de colarnos un gol ideológico, más bien de hacernos pensar.

Establecido que esta no es una novela de tesis, queda por aclarar el otro punto: el entretenimiento. No hay duda de que este libro tiene también una clara vocación de novela de aventuras, ocurren cosas, hay sexo y violencia, hay complicaciones, personajes buenos y malos, ambientes exóticos y suspense, y diálogos por encima de la media, brillantes en ocasiones. Si antes dije que El barro y la costilla no era una novelita rosa lo mantengo ahora, lo cual no quita que en cierto modo podríamos considerarla una novela de amor. No “de amores”, no un romance al uso pero sí un libro cuya gasolina, cuya fuerza motriz parece ser el amor.

Estilísticamente, he encontrado en esta novela un concienzudo esfuerzo por parte del autor por construir un artefacto alejado de la ramplonería. Prueba de ello son el extenso vocabulario de que hace gala (abundante en términos geográficos o botánicos) y la estructura fragmentada a base de pequeñas escenas. El narrador es omnisciente en tercera persona, pero el orden cronológico de muchas de estas viñetas se encuentra alterado -en ocasiones muy sutilmente- (lo que resulta muy cinematográfico: pensad Quentin Tarantino y acertaréis), otro ejemplo del intento de salirse de lo que cabría esperar en una novelita facilona.

Así y todo, no acabo de comulgar con el uso de los tiempos verbales (o su alternancia, a mi juicio arbitraria) que hace Julio Antonio García en algunos pasajes, buscando sin duda algún efecto dramático. Eso, y alguna que otra errata que harán bien en corregir para futuras ediciones, son las dos cosas que me han echado un poco para atrás en la lectura de este libro. Casi todo lo demás me ha echado para adelante, de modo que lo recomiendo sin ambages.

25 mayo 2011

La búsqueda de la verdad

Logicomix. Una búsqueda épica de la verdad

Apostolos Doxiadis y Cristos H. Papadimitriou

Sins Entido, 2011

ISBN: 978-84-96722-74-3

346 páginas

24 €

Traducción de Julia Osuna Aguilar

Introducción de Fernando Savater


Rafael Suárez Plácido


A estas alturas no hay que justificar la novela gráfica a la hora de presentarla como uno de los géneros de nuestro tiempo. Hay quien prefiere llamarla cómic o tebeo. A mí me gusta, en cambio, llamarla así, para distinguirla de otro tipo de textos más breves, o estructurados en capítulos separados conectados por los mismos personajes. No me cabe duda de que dentro de un tiempo los nombres de Jiro Taniguchi, Craig Thompson, Frederick Peeters o Alison Bechdel tendrán mucha más repercusión de la que tienen actualmente. No es un invento nuevo, por supuesto. Hace ya años que en Japón, Osamu Tezuka; o en Estados Unidos, Will Eisner nos lo mostraron. Recientemente hemos vivido el lanzamiento de un trabajo de Ars Spiegelman, tras el éxito popular de Maus, en nuestro país como de uno de los lanzamientos estrella de su editorial. Aun así es un género relativamente joven y obras como Logicomix (Sins Entido, 2011) dan un paso adelante a la hora de abrir nuevos caminos.

Si alguien me preguntara qué leer para conocer el crucial periodo Meiji, le ofrecería los libros de Tanizaki Junichiro, o de Morai Ogai o de Sotseki Natsume. Pero si se tratara de tener un panorama más amplio, una introducción a dicho periodo quedan dos opciones: o el interesantísimo La restauración Meiji, de W. G. Beasley (Satori, 2007), o La época de Botchan, de Jiro Taniguchi y Natsuo Sekikawa (Ponent Moon, 2005). Ambas obras retratan la época que definió al Japón actual y lo incluyó en el mapa del mundo occidental. Ambos están bien documentados y supondrán motivo de conocimiento, placer y entretenimiento al lector. La principal diferencia está en que el primero es un ensayo, el más valioso traducido a nuestra lengua hasta el momento, sobre dicho periodo, y el segundo es una novela gráfica, un manga para ser más concretos. Si la pregunta me la hicieran sobre una obra que nos introdujera en la historia de la Lógica o en la apasionante biografía y obra de una de sus figuras más destacadas, Bertrand Russell, hasta este momento sólo habría podido dirigirle a algunos ensayos o a su recientemente editada Autobiografía (Edhasa, 2010). Ahora es posible acercarse a esta figura crucial para entender el siglo XX, o para desistir de la idea, a través de esta novela gráfica que edita en castellano la editorial Sins Entido. Yo siempre he sido partidario de la introducción del cómic en las escuelas, aunque ha sido un deseo frustrado y frustrante, ya que las bibliotecas de estos centros carecen de cómics. Es curioso, sí es más fácil llevar textos de colecciones infantiles o juveniles, la mayoría sin ningún interés pedagógico y, lo que es peor: no facilitan un paso a una literatura más “adulta”. Sin embargo, a nadie se le escapa que muchos de nuestros escritores y lectores más interesantes dieron sus primeros pasos en este mundo a través de los tebeos.

El propósito de Logicomix es claro y está resumido en el subtítulo: una búsqueda épica de la verdad. Para ello nos presenta dos líneas de narración: por un lado un grupo de artistas se unen con un matemático de Berkeley para llevar a cabo este proyecto y nos cuentan todas sus planteamientos, dudas y peripecias; por otro lado está la historia de Bertrand Russell, contada por él mismo en una conferencia que da en 1939 en una universidad norteamericana ante un público inquieto y expectante no sólo por la figura de Russell, sino también por el presagio de la entrada de Estados Unidos en la Guerra Mundial.

Las dos historias son apasionantes. Los artistas (el guionista Apostolos Doxiadis, el matemático Christos Papadimitrou, la pareja de ilustradores y la documentalista) se cuestionan constantemente lo que están haciendo y cómo lo hacen, mezclan sus peripecias en el estudio y en largos paseos por las calles de Atenas y, finalmente, consiguen que los conozcamos un poco. Pero el gran protagonista es, indudablemente (aunque tras leer el libro entendemos que todo lo humano es cuestionable) Bertrand Russell. Cuando se dirige a la facultad a dar la conferencia es increpado por un grupo de manifestantes que no quieren que su país participe en la guerra. Él los invita a que pasen a escuchar su conferencia. Es cierto que durante gran parte de la historia no vemos clara la intención de esta invitación, ni qué relación guarda con el conflicto bélico en sí: al final lo vemos claro.

Russell nos cuenta la historia de la Lógica y cómo desde niño se vio involucrado en ella. Hay enigmas que quedan en el aire como la relación entre los lógicos y el alto índice de psicóticos, o la incapacidad de estos para llevar vidas felices. Aparecen personajes fundamentales para la historia del pensamiento, como Cantor, Frege, Hilbert, Poincaré o Wittgestein. Todos tuvieron un papel activo en la búsqueda de la verdad que acompañó a Russell toda su vida. Para algunos se trata de una búsqueda fallida: la verdad no se puede aplicar a los acontecimientos humanos. Lo que en abstracto parece claro, en la práctica es un desastre.

Los dibujantes, Alecos Papadatos y Annie Di Donna hacen un trabajo magnífico, inspirado en la corriente de la línea clara, lo que nos hace más amables momentos que no lo son en modo alguno. A veces, en los momentos en que los personajes manifiestan aspectos cercanos a la psicosis, nos evocan ilustraciones propias del manga. La historia se estructura como una tragedia griega. Las referencias a la Orestiada son constantes. Y aunque es una obra cerrada, deja abierta la posibilidad de una secuela basada en el mayor logro actual de la ciencia lógica: la creación de los ordenadores e internet. Definitivamente, la novela gráfica atraviesa un buen momento.

24 mayo 2011

El mundo es un escenario



El torturador arrepentido

Carlos Salem

Talentura, 2011

ISBN: 978-84-937659-6-5

136 páginas

13 €




Fran G. Matute

Ecléctico y virtuoso como pocos, el argentino Carlos Salem está decidido a hacerse un hueco en nuestra literatura (que es ya por derecho la suya). Novelista, poeta, organizador de festivales, conductor de blogs y tertulias literarias, relatista, director de colecciones... y ahora dramaturgo.

Reconozco que hacía siglos que no leía una obra de teatro. Quizás porque siempre he pensado que el teatro ha de verse representado en un escenario y lo contrario es como leer una letra de una canción sin que se encuentre acompañada por su melodía: un ejercicio más poético que otra cosa, un acto incompleto y onanista a través del cual se corta el cordón umbilical que une una obra con su creador y su público. Salem cree firmemente en este vínculo a tres bandas, por eso aboga por la perfopoesía y la sana crítica literaria cara a cara. Pero un servidor no ha tenido la oportunidad de asistir a las representaciones llevadas a cabo por la Compañía Brétama Teatro, así que mi acercamiento a El torturador arrepentido es meramente desde el papel y la soledad de mi habitación, un acercamiento que sin embargo, a la vista de la idiosincrasia de la obra, me ha deparado momentos de estremecimiento que dudo mucho hubiera podido percibir a través de la representación teatral.

Cuenta Salem en esta obra la historia de una venganza planificada a sangre fría con el telón de fondo de la dictadura de Videla. Una sangre fría que cuesta calentar llegado el momento. Pero no busquen en el texto un posicionamiento político más allá de la evidente repulsa a un sistema autoritario. Salem enfrenta a sus personajes con su pasado y sus actos y los abandona en el abismo de la duda. Y lo hace utilizando técnicas narrativas más propias de la ficción televisiva actual, rompiendo la cuarta pared, mostrando en escena al mismo personaje en su juventud y su madurez, discutiendo consigo mismo, intentando buscar sentido y coherencia a unas decisiones que se tomaron bajo el yugo del miedo, la coerción y el egoísmo. Salem no nos propone una lucha entre el bien y el mal sino entre la legitimidad y la redención.

Así que tenemos un personaje como Julio, un infante torturado por la milicia argentina que se transforma, una vez borradas sus señas de identidad y refugiado en España, en Jorge Luis (efectivo juego de palabras con dos de los grandes escritores argentinos). Por otro lado encontramos al torturador, conocido durante los tiempos más crueles como El Lobo y hoy día dócilmente retirado, cómo no, en España conviviendo en sociedad bajo su verdadero nombre, Horacio. Julio-Horacio, Lobo-Jorge Luis, Lobo-Horacio, Julio-Jorge Luis... Salem enfrenta a todos con todos, pasado y presente, torturador y torturado, torturador y militar retirado, joven inocente y adulto ávido de venganza. Monólogos intimistas y reflexivos, diálogos enfurecidos y subyugantes, convierten a El torturador arrepentido en un carrusel de tensas emociones.

Sin ánimo de desvelar detalles importantes en el transcurrir de la obra, mencionar que Salem, para hacer más doloroso el proceso de venganza, dota a sus marionetas de familia humanizante. Acompañan a Julio-Jorge Luis y a Lobo-Horacio sus sufridas esposas-hijas-novias, que actúan como contrapunto a una historia dura y desgarradora, que funcionan a modo de piqueta de la realidad, con golpe de efecto humorístico (no podía faltar en una obra de Salem) incluido que sirve de perfecta válvula de escape a esta historia que, ya lo hemos dicho, nos ha sobrecogido y estremecido durante gran parte de su lectura, por su fuerza expresiva y su profundidad reflexiva para tratar con éxito un tema alambicado que, por ejemplo, en este país de memorias históricas encontradas, seríamos incapaces de abordar con la distancia y solvencia con la que lo hace el arguñol.

No queremos dejar de resaltar que la presente edición de Talentura incluye a su vez un interesante prólogo de María Suanzes (directora de la compañía teatral que ha representado esta obra) detallando los pormenores del montaje y el peso de la visión y del entusiamo de Salem por hacer que la representación saliera adelante, así como unas notas finales escritas por el autor que ayudan a contextualizar el acercamiento de Salem a un tema tan controvertido como la dictadura argentina. Y para rematar se añaden algunas fotos de las representaciones para que podamos ponerle carne y hueso a los personajes de El torturador arrepentido, la primera y exitosa incursión teatral de Carlos Salem que esperamos poder ver algún día representada en nuestra ciudad.

Recitaba Elvis Presley: "alguien dijo una vez que el mundo es un escenario y cada uno debe interpretar un papel". Sabemos que ese "alguien" era un tal William Shakespeare. Y también sabemos cuál es el papel que Carlos Salem ha decidido interpretar en este mundo: el de hombre del Renacimiento literario. Salem sabe hacer de todo y todo lo que hace lo hace bien. Da la impresión de que para Salem todo el camino es de ida. 'Aller simple'...

23 mayo 2011

Aquel verano


La viuda embarazada

Martin Amis

Anagrama, 2011. Colección "Panorama de narrativas"

ISBN: 978-84-339-7552-2

504 páginas

23,50 €

Traducción de Jesús Zulaika


José Martínez Ros

Martin Amis publicó su primera novela, El libro de Rachel, en 1973. Desde entonces, y casi por herencia –es hijo del brillante novelista y poeta Kingsley Amis- se convirtió en una celebridad. Desde entonces, ha publicado muchos libros: relatos como Mar gruesa, ensayos cuyos teman van desde literatura –La guerra contra el cliché- o los Estados Unidos –El infierno imbécil- hasta el 11-S –El segundo avión-; y sobre todo, novelas. Aunque algunas de ellas ya se consideran clásicos modernos, sobre todo las impactantes Dinero y Campos de Londres, dos visiones radicales y tenebrosas del mundo de plástico que habitamos, nunca ha estado tan cerca de escribir la novela de su vida, su obra maestra, que con La viuda embarazada, un título que merece casi ser uno de los libros del año o de la década o del nuevo siglo.

Lo ha conseguido acogiéndose a la tradición de la comedia de clases, costumbres y sexos, uno de los géneros más típicamente ingleses que va desde el Orgullo y prejuicio de Jane Austen a Las mujeres enamoradas de D.H. Lawrence o Una habitación con vistas de E. M. Foster. Y mirando hacia el pasado para encontrar su tema: la revolución sexual de los sesenta y setenta, tal vez la única verdadera revolución, junto a la liberación de la mujer, a la que está íntimamente unida, del siglo XX que ha tenido de verdad éxito.

En La viuda embarazada, Amis nos lleva con una prosa firme y poderosa al lejano verano de 1970: un grupo de jóvenes pasa unas semanas en un castillo italiano, un escenario perfecto para una novela gótica o licenciosa. Entre ellos, el protagonista, Keith, un clásico héroe/antihéroe de novela inglesa: de clase media-baja (pero dispuesto a ascender), ambicioso (pero no demasiado seguro de adónde dirigir sus ambiciones) y con muchas más dudas que certezas. Bajo el cálido sol meridional, charlan –los afiladísimos diálogos son un abierto homenaje a la gran Austen-, leen –esta novela vale por un curso acelerado de literatura inglesa- y, más que nada, intentan seducirse, convencerse de que, mientras en el exterior, llamea el final de la década dorada del siglo XX, todo está permitido.

Amis, no obstante, coloca el foco en los perdedores, en las víctimas, pues en toda revolución las hay, de la democratización del sexo: aquellos que encuentran a muchos que desear, pero muy pocos que los deseen, aquellos que se entregan con demasiado ímpetu y se dejan llevar demasiado lejos. Ya lo indica la cita que da título al libro: “Lo que asusta es que el mundo que se va nos deja no un vástago, sino una viuda embarazada. Entre la muerte de uno y el nacimiento del otro, muchas aguas correrán, y habrá una larga noche de caos y desolación”.

Si algo debemos criticar, es el que el final de este magnífico, sabio, amargo y divertidísimo libro, en el que Amis trata de las consecuencias de ese verano iniciático en una serie de breves capítulos que recorren las siguientes tres décadas, no está a la altura de las páginas anteriores. La novela flaquea, pero el recuerdo de ese verano espléndido es lo bastante fuerte para afirmar que La viuda embarazada es casi uno de los mejores libros de los últimos años.

20 mayo 2011

Misterios gozosos y dolorosos


Demasiada felicidad

Alice Munro

Lumen, 2010

ISBN: 978-84-264-1843-2

339 páginas

22,90 €

Traducción de Flora Casas



Coradino Vega


La mayoría de los libros de relatos de Alice Munro superan las trescientas páginas, albergan alrededor de una decena de cuentos con unas treinta de promedio, y cuando uno los termina siente la misma sensación de pérdida y duración que deja una densa, compleja y, al mismo tiempo, placentera novela. Más aún: cada uno de esos cuentos atesora esa cualidad de duración y mundo completo propia de la novela, microcosmos que ―gracias al primoroso dominio que tiene Alice Munro del tiempo narrativo y la elipsis― son capaces de contarnos una vida entera combinando la distancia larga dentro de la brevedad con el detallismo de lo concreto.

En esta última colección de nueve relatos y la pequeña nouvelle que la titula y cierra, hay al menos siete obras maestras. De cómo una joven madre encaja la muerte de sus tres hijos, de cómo otra encara la desaparición voluntaria del suyo, de cómo se afronta la muerte y la enfermedad, la crueldad de los niños o la soledad en pareja, son algunos de los temas de los que tratan estos cuentos acaecidos en un tiempo "en que la gente empezaba a acostumbrarse a los ordenadores", ex hippies de vida tranquila o personas comunes o corrientes a las que, de pronto, sucede algo normal que se nos revela sin embargo extraordinario. Por su parte, la chejoviana Demasiada felicidad rastrea, de forma parecida a como hizo Coetzee con Dostoievski en El maestro de Petersburgo, los pasos de la novelista y matemática Sofia Kovalevski en el siglo XIX.

La prosa de Alice Munro es elegante, natural, de una técnica refinada y versátil que a la vez es precisa, afilada y pulcra, de una sobriedad y delicadeza en la que lo sereno se vuelve de repente punzante. En la misma página podemos sentir cómo se nos raja la cara de un navajazo y palpar simultáneamente la posibilidad de su cura. Porque en eso reside quizás la grandeza de Alice Munro, en su riqueza emocional, en la manera que tiene de dotar a la vida de sentido aunque sea narrando sus pequeños, inexplicables y numerosos sinsentidos. Cada escena cotidiana tiene la justa dosis de ambigüedad para entender el misterio que la habita. Leemos con placidez y armonía estos relatos que, sin embargo, encierran lo terrible, insoportable y tremendo como si nos adentráramos lentamente, sin estridencias ni artificios, en las aguas de una laguna llamada realidad. De ahí que Alice Munro sea una de las más grandes escritoras vivas, si no la que más: porque sabe conjugar complejidad y sencillez con la misma maestría con la que hace visible la maldad junto a la redención, la penumbra y lo epifánico, y las heridas con la bonheur de vivre. Leer a esta mujer que desprende sabiduría, comprensión y piedad es encontrarle sentido a la vida. Desde su hondura irónica, tibia y feroz, Alice Munro nos invita a amar la buena literatura o, lo que es lo mismo, a compartir con ella instantes de verdadera dicha.

[Publicado en La Tormenta en un Vaso]

19 mayo 2011

No todos son iguales


El campo del alfarero

Andrea Camilleri

Salamandra, 2011

ISBN: 978-84-9838-356-0

224 pàginas

14 €

Traducción de María Antonia Menini Pagès



Alejandro Luque

Pues no señor, no todos los 'best-sellers' son iguales. De hecho, la traducción literal del palabro, “los que mejor venden”, no debería tener connotaciones peyorativas después de haber acompañado a fenómenos como Cien años de soledad o El nombre de la rosa. Y sin embargo, ha acabado usándose como sinónimo de literatura basura, facilona, complaciente, de consumo rápido. Todo esto viene a la cabeza al terminar la última novela del 'best-seller' siciliano Andrea Camilleri, un hombre empeñado en seguir dando alegrías a sus seguidores, por longevo –86 abriles ya– y por mantenerse a pleno rendimiento, por encima del título por año.

Se trata, además, de una nueva entrega de la serie protagonizada por el comisario Salvo Montalbano, la misma que le ha dado éxito mundial y ha sido llevada a la televisión. Una vez más, nos reencontramos con todas las conocidas señas de identidad del protagonista, desde su gusto por la buena mesa a su obstinada misantropía, pasando por sus difíciles relaciones con Livia; y volvemos también a disfrutar con esa comisaría que siempre parece una mezcla de Brigada Central y Jaimito: Catarella, Fazio, Mimì Augello, sin olvidar a la insustituible Ingrid...

En esta ocasión, el caso a resolver es el de un cadáver hallado en una zona rocosa del litoral, despedazado y desfigurado. Poco después, una mujer hispana de las de rompe y rasga denuncia la desaparición de su marido. Tirando de los cabos sueltos, el policía empezará a relacionar ambos hechos y tratará de arrojar luz, esta vez con un problema añadido: los continuos choques con Augello, y sus dolorosas insinuaciones de que es hora de pensar en la jubilación y dejar paso.

Dicho esto, y sin ánimo de revelar más pistas de la trama –que por algo es una novela negrocriminal, en la que todos los detalles cuentan– toca explicar por qué este 'best-seller' no es homologable a la mayoría de subproductos que suelen etiquetarse de tal modo. Empecemos por la ambición de su planteamiento. El autor no se limita a exponer un crimen y a resolverlo mal que bien, encontrando al culpable y poniéndolo entre rejas. De hecho, la investigación es sólo un pretexto para dibujar un más que convincente paisaje moral de corrupción generalizada, donde están en crisis valores como el honor y la amistad, incluso los propios códigos ancestrales del crimen organizado. Y todo eso lo dota Camilleri de un notable fondo simbólico, cita del Evangelio incluida, que sostiene y enriquece el resultado final, salpimentado con buen humor.

Habrá quien proteste, no sin razón, el hecho de que Camilleri no hace gala precisamente de un estilo elevado. Su ritmo de producción en los últimos años no parece favorecer el mimo en el lenguaje (que sí ha desplegado, y de qué manera, en obras anteriores), sino más bien la agilidad y la eficacia. Es cierto: Camilleri no es Bufalino, ni siquiera Sciascia, por citar a dos de sus más ilustres vecinos isleños, ambos de prosa exquisita. Pero el aparente desaliño del autor de Porto Empedocle no debe ocultar el auténtico alarde de recursos de que hace gala en esta novela.

Alumnos de los talleres de escritura creativa del mundo, rescindan sus matrículas –a menos que les sirva para ligar– y tomen nota: en poco más de 200 páginas y por un módico precio, este vejete les enseña cómo se cuenta un sueño (¡nada más empezar!), cómo se construyen diálogos fluidos y verosímiles en persona y por teléfono, el dibujo rápido de personajes, cómo se usa la forma epistolar (incluso se atreve con la epístola enviada a uno mismo), o cómo un autor pone cervantinamente a su personaje a leer un libro suyo.

Quienes carezcan de ínfulas literarias, también pueden entregarse por gusto a esta historia de polis, mafiosos y conexiones con cárteles colombianos, porque la globalización ha llegado al mundo de Montalbano. Lo que todavía está por llegar allí es internet, dado que los personajes siguen escribiéndose con boli y papel, como en tiempos de Casanova. Lo que nos permite concluir que este Camilleri es, definitivamente, un señor chapado a la antigua.

[Publicado en La Tormenta en un Vaso]

18 mayo 2011

Contra la novela abalorio


Las cenizas de abril

Manuel Moya

Alianza Literaria, 2011

ISBN: 978-84-206-5112-5

496 páginas

18,50 €

Premio de Novela Fernando Quiñones 2010


Daniel Ruiz García

Entre los nombres propios de la literatura onubense actual se encuentra, en un plano muy destacado, Manuel Moya, que ha construido una obra poética singular e incluso con un punto de extravagancia. Traductor de literatura portuguesa, y buen conocedor (y traductor) de la obra de Pessoa, tiene entre sus méritos literarios el “apadrinamiento” de la indómita poetisa Violeta. C. Rangel, que ocupa el purulento y sucio panteón del malditismo patrio de los años 90 junto a otras figuras como Roger Wolfe, Leopoldo María Panero o Karmelo Iribarren.

En su vertiente de prosista, Manuel Moya se ha caracterizado por obras de fuerte expresividad, con auténticas joyas como la 'nouvelle' Majarón, que quien suscribe tuvo ya ocasión de reseñar aquí. Las cenizas de abril es sin duda su proyecto más extenso y su acercamiento más premeditado y firme a la novela entendida desde un planteamiento clásico, como contenedora de una visión del mundo habitada por personajes que encarnan y representan grandes valores y dilemas que se ponen en juego sobre el tapete de una trama enclavada en un eje espaciotemporal. Todo novelista, más tarde o más temprano, acaba lanzándose a la construcción de su propia Guerra y paz. Es la tentación impuesta por el oficio: después de levantar promociones de VPO y polideportivos municipales, el arquitecto siempre acaba tentado por la Gran Obra. Esta aspiración, pienso, es independiente del registro. Ahí está Bolaño con sus Detectives salvajes para demostrarlo. La tierra negra, obra anterior del autor, supone una primera tentativa de este acercamiento a la novela canónica, pero Las cenizas de abril resulta una obra más cuajada en este sentido. Consigue lo que toda novela de largo aliento busca: que el lector acabe asimilando las vivencias de los personajes como en cierto modo propias, que acabe empatizando con sus dramas y miserias, y que al cabo, cuando el último renglón concluye, deseemos saber más de ese puñado de personas con la piel de palabras.

La historia que cuenta Manuel Moya es la historia del Portugal previo y posterior a la Revolución de los Claveles, con todo el periodo colonial apuntalado por las dictaduras de Salazar y de Caetano y con todo lo que vino después de la explosión popular del 25 de abril del 74, el último gran movimiento revolucionario europeo antes de la extensión de la Europa democrática y supuestamente unida. La coyuntura reciente que atraviesa este país, con la autoinmolación política del presidente Sócrates como hito simbólico, reviste insospechadamente a esta novela de gran actualidad. Sin perder de vista lo paradójico que resulta que sea un escritor español quien se haya atrevido a novelar esta época histórica, nulamente abordada por las letras castellanas hasta la fecha. La condescendencia patológica de España hacia el país vecino también se ha llevado por delante el interés por su historia.

Moya se desenvuelve con soltura por los paisajes, el carácter y la historia portuguesa. Sabe de lo que habla, y esa desenvoltura, que nunca es exhibicionista, le sirve para armar una historia verosímil, muy bien construida sobre un puñado escaso de personajes. La novela se desarrolla sobre el proceloso mar de fondo de la ideología, representada por la tensa dialéctica entre los opresores y torturadores afines al régimen y los rebeldes o la masa aburguesada que prefiere vivir de espaldas a los abusos para no renunciar a sus privilegios. Las historias construidas sobre terreno político siempre corren un alto riesgo: es fácil caer en el cliché o en el maniqueísmo. Moya sale airoso del lance gracias a un compromiso con el trazo de personajes nada esquemáticos, en los que habita la duda. Así, el personaje-eje de la novela, el agente de la PIDE Ilidio, es un implacable torturador, pero uno acaba sintiendo compasión por él. La moraleja que uno saca de la historia –y da miedo pensarlo- es que nadie está a salvo de caer en el abismo cuando las circunstancias así lo exigen.

Es una novela, pienso, pesimista. La alegría está estancada en la nostalgia (la recreación de la euforia popular del 25 de abril resulta estilísticamente brillante), y el futuro sólo puede ser peor. De hecho, el título de la novela es bastante elocuente: de aquel abril de las ilusiones sólo nos quedan cenizas. Manuel Moya plantea, pues, una novela de tesis, valiente, de ésas que no se llevan ahora, en este tiempo en el que triunfa la literatura del abalorio y de la estética Imaginarium. A pesar de que, como estamos viendo por todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor, nunca ha sido tan necesaria una literatura que interprete la realidad, que explique qué está pasando, cómo hemos llegado a esto.

17 mayo 2011

La hora de seguir titubeando


La nueva taxidermia

Mercedes Cebrián

Mondadori, 2011

ISBN: 978-84-397234-17

160 páginas

15,90 €




Carolina León


He aquí una buena noticia: Mercedes Cebrián sigue titubeando. Como narradora, exprimiendo argumentos que giran en torno a la semántica inscrita en todas las cosas. Como prosista, tanteando caminos hacia una forma de decir densa como una natilla. Y sigue titubeando como actitud, como bandera de resistencia básica contra las narrativas firmes, seguras de sí mismas, tardocapitalistas y obsoletas. Al mismo tiempo, pocos y pocas de su edad pueden presumir de tener una solidez tan grande y una propuesta tan coherente.

Coherente por asumir sus limitaciones sin dejar de avanzar, por reorganizar una vez más los temas en una nueva composición que se espera más iluminadora. Y no defrauda. Esa idea de seriedad del proyecto me acompaña desde que terminé de leer La nueva taxidermia, hace ya un par de meses, y regresa ahora que releo fragmentos de las dos historias y pienso en componer esta reseña.

La nueva taxidermia es un libro en dos partes, dos relatos largos o novelas cortas, “Qué inmortal he sido” y “Voz de dar malas noticias”. Distintas historias, enfoques hermanos y un poso común, intuido, que se podría expresar como la intención de generar una narrativa que piensa. O un pensamiento narrado.

En la primera de las historias, una reflexión acerca de “lo real” que confronta las ideas del recuerdo, la memoria y el presente como parque temático, mediante el relato de una mujer que se obsesiona con la recreación de un episodio concreto de su pasado y lo representa, palmo a palmo, en un local alquilado. En la segunda, que podríamos empezar a leer creyendo que nos va a dar más de lo mismo, un giro de foco (de la primera a la tercera persona) y otros temas: la multiplicación de la voz en voces, la impostación, la búsqueda de verdad en la palabra y, a la par, la ficción que lo consume todo. Aquí la historia la lleva Belinda, quien crea entre ella y las cosas una serie de pantallas que la guarecen y fortifican, en la forma de muñecos con personalidades diversas con los que se dirige al mundo. El poso común, o la temática transversal, parece ser la identidad: en ambos textos, una mujer que desarrolla una estrategia alternativa para defenderse, experimentarse y, sobre todo, definirse. De algún modo, la mujer que instala arquitecturas efímeras queriendo crear un museo de sus vivencias y la que se sirve de muñecos antropomorfos de espectacular factura para hablarle al mundo comparten el miedo: a la falta de pertenencia o a la exposición de intimidad. A la fugacidad del tiempo o al compromiso inscrito en las palabras, de las que dice “hay que hacerse cargo de ellas”. Vivencias o palabras como hijos o descendencia. Deseo de estar, permanecer, frente a miedo a ser. Atroz miedo.

Como narradora, Mercedes Cebrián está cada vez más crecida, pero no abandona el titubeo: la exploración, el miedo, la falta de certezas, la fugacidad del propio relato, la indómita independencia y la creación de un discurso-in-progress, parco, desaliñado, pero fiero y resistente.

Hay que señalar algo que queda fuera de esa idea del “titubeo”: los territorios de los dos relatos están atados a través de un fino hilado de prosa bestialmente buena, por sus resultados. Situaciones, ejemplos, argumentario, estampas, todo son esquirlas de un discurso que está destinado a hacer pensar. Ensayo de tapadillo, escondido en dos relatos de factura impecable. Mi sensación de lectora, renovada cada vez que abro el libro, es la de que el fraseo tiene una apariencia ligera, y sin embargo está cuajado de sentido. Le pregunté una vez si había corregido mucho el libro; me dijo que no. Realmente esa prosa da la sensación de estar recortada y corregida al milímetro, se lee con un peso y una intensidad que empuja a no pasar por alto ni una coma.

“Sutil” y “precisa” son vocablos con los que se define en la contratapa. Añadiría “cargada”. Cebrián ha optado por no desarrollar los temas que le importan en una única y gran novela de largo recorrido, sino condensarlos en dos historias que funcionan como las caras A y B de un LP sinfónico, como dos actos de una opereta sobre qué ser, cómo ser, para qué ser.

Otra vez, insisto, con coherencia meridana con el resto de sus textos publicados hasta ahora. Con un esfuerzo salvaje por avanzar hacia adelante en la densidad de significaciones y la exploración de sus temas. Y con un resultado de novela delgadita donde no se dan certezas, sino titubeos. Sanísimos titubeos de narradora, en el marco de una realidad que se impone obscenamente.

16 mayo 2011

¿A dónde iré que no me sienta extraño?


La aventura. Antología poética

José Luis García Martín

Renacimiento, 2011. Colección "Antologías"

ISBN: 978-84-8472-617-3

236 páginas

12 €

Edición de Rosa Navarro Durán



Rafael Suárez Plácido

Con sólo veintidós años el poeta nos avisa de cuáles van a ser sus intenciones. En el poema “Adolescencia”, que no está recogido en esta antología, nos habla de la búsqueda de la ciudad deseada, también de los riesgos de la noche y de cuerpos extraños y tibios que le empezaron a mostrar que lo que se consigue nos deja: “semillas de desgana y de melancolía”. Al final del poema se hace la pregunta que podría ser también el leitmotiv de una vida: “¿Y a dónde iré que no me sienta extraño?”

Rosa Navarro Durán ha escogido unos cien poemas y ha decidido dejar fuera de la selección este, quizá por demasiado temprano, o quizá sencillamente porque son sólo cien poemas a escoger de entre todos sus libros. Entre libros autocensurados, o casi, y ediciones casi inencontrables no tendría claro de cuántos libros se trata. En Material perecedero. Poesía 1972-1998, se citan dieciocho poemarios. Posteriores son cuatro. Rosa Navarro incluye poemas de once de ellos y tres inéditos. Es difícil decidir. Cada lector podría hacer su propia antología. Es difícil.

Lo que sí que es cierto es que José Luis García Martín, poeta extremeño, aunque afincado desde casi siempre en Asturias, pese a su obra poética ingente y deslumbrante, aparece más en los medios por otros motivos. En parte se podría decir que él lo quiso así. Sus Diarios ofrecen un panorama de la vida literaria del país desde 1989, siempre desde una perspectiva personal e independiente, siempre diciendo lo que otros callan, a veces porque no lo saben, a veces porque no se atreven a escribirlo públicamente. Y eso crea enemigos. En este país no se perdona al que sobresale, y menos si cuestiona lo que para otros es incuestionable. Su labor crítica ha sido y es aún más importante. Conozco a poetas que no le perdonarán nunca no haber sido reseñados por él. Y lo cierto es que si lo hubieran sido tampoco le perdonarían no haber sido “bien tratados”. Pero hay otra faceta suya que me ha interesado siempre mucho: la de maestro o guía de varias generaciones de poetas asturianos. Algunas de las voces que más me interesan de la poesía española actual fueron forjándose en Oliver. Sus consejos, sus lecturas, su ayuda en todos los sentidos ha ido cimentando las bases de lectores y poetas actuales. Todo esto ha ido eclipsando la que es una de las obras más interesantes y perdurables del momento actual. La colección "Antologías", que hará volver a retomar su prestigio de antaño a la sevillana editorial Renacimiento, con la obra de algunas de las voces indispensables del siglo XX, así se lo ha sabido reconocer.

La aventura poética, el viaje por su obra, comienza con los versos memorables de “Dido y Eneas”. Hace suya, o nuestra, la voz de la reina despechada: “Fracasar es un arte que tú ignoras. / Se aprende lentamente, en largas tardes / y rincones oscuros, se aprende entre los brazos / que fingen un calor que no perdura. / (…) … y yo te vi / partir hacia otro mundo en donde yo no existo.” Eso es el amor en versión García Martín. Esos cuerpos tibios presentidos o sentidos, que fingen que estarán aquí para siempre. Otro personaje de la cultura clásica, Nausica, retoma esa misma idea: “… Un día / supe en sueños que / muy lejos te esperaban. Yo debía / tan sólo dar asilo al caminante / por unas pocas noches.” Es muy difícil escribir versos de amor tan sinceros, tan verdaderos. García Martín lo consigue evitando siempre caer en los tópicos manidos. En su poema “Epitafio”, donde toma la voz o da la suya a Pessoa, escribe: “Una mujer me amó o dijo que me amaba. / Yo sólo amé palabras sin ventura.

Uno de sus libros más valorados es Treinta monedas. El título hace referencia al precio de la traición de Judas Iscariote. En el poema “Pro domo sua” responde a los que le preguntan sus motivos: “¿Celos, amor, resentimiento? / ¿Qué poco me conocen los que afirman / tales cosas! (…) No me arrepiento. Gracias a mi traición, / tú no podrás traicionar a nadie.” La traición forma parte de la lealtad. Parece un aforismo de Nietzsche. Pero es cierto y difícil: lo fácil es permanecer fingiendo incluso cuando esta ya no existe. “Un poeta menor” responde en la línea de Borges y, aun antes, de Quevedo, con un tono humorístico más propio de este último, a la idea del éxito en vida: “Haberlo sido todo y no ser nada… / ¿Triste destino? ¡Ojalá fuera el mío!” Este fino humor, esta ironía que sería bueno que asumieran los receptores de sus críticas, toma más aun los ritmos borgeanos a lo largo de todo este libro, y lo encontramos así en “Apuntes para un epitafo al poeta sueco Stagnelius”: “No hubo brillo en mi vida. Sólo brillan mis versos. / (…) Le resumen dos fechas. Y un puñado de versos.”

Sus libros El pasajero y Principios y finales, formarían junto a Treinta monedas un segundo bloque principal en su obra, que delimitaría la Poesía casi Completa: Material perecedero (Nobel, 1998). Pero yo incluiría los poemas nuevos de ese libro en la tercera parte de su obra, la que más me interesa, la que ofrece su voz más personal. La Poesía borra la memoria o hace más fácil su olvido. La Poesía es indispensable para seguir viviendo: “Palabras que vienen de muy lejos, / palabras que son aire y son de nadie / esta mañana borran lo que han sido, / borran el mundo, borran su sonrisa.” El poeta sabe ya lo que ha de hacer para sentirse a salvo: “… esa voz / tan dulce es una trampa. ¿Alguien llora? / Es sólo el viento: no hagas caso.”

En la tercera parte de su obra, incluimos Al doblar la esquina, Mudanza y Légamo. Del primero selecciona Rosa Navarro algunos de sus poemas más celebrados: “Anna Ajmátova”, “Simone”, “Infancia y nieve”: versos conmovedores dedicados a su padre, “A un estudiante caído en el frente del este en 1941” o “El balcón”: “No queda ni una brizna de dolor esta tarde. / La enmohecida rueda de los siglos / ha girado de pronto, y no hay memoria / ni de ti ni de mí…”

El libro más representado en La Aventura es Légamo, si no el mejor, si uno de los mejores. Desde luego, el último de los publicados, el que nos podría dar una imagen más actual de su Poesía. ¿Cuántos poetas con obra extensa podrían decir algo así? La mayoría siguen publicando en un ejercicio deshonesto de rutina, en la necesidad de seguir permaneciendo. El caso de García Martín es diferente: los veintiséis poemas incluidos dan una idea bastante exacta de Légamo. El poeta aún se maravilla y continúa encontrando la Belleza del mundo. Algo así, pretendo ofrecer con estos versos del poema “La mañana”:

La primera mañana en al ciudad,
desconocido entre desconocidos,
Adán de ingenuos ojos
que no se cansa de mirar
un reluciente paraíso,
la primer mañana del mundo.

La voz poética de José Luis García Martín es cierta y verdadera, una voz que siempre buscará mirar esa “primera mañana del mundo”. Una de las voces más impactantes del momento actual de la Poesía en nuestro idioma. Lean La Aventura, o Légamo o Mudanza, su anterior antología en Pre-textos, más extensa. Y ya me contarán.

11 mayo 2011

Diario (impertinente) de a bordo



Asco

José Ángel Barrueco

Eutelequia, 2011

ISBN: 978-84-938256-9-0

176 páginas

15 €




Daniel Ruiz García

Todo aquel que esté barajando seriamente lo de hacer un crucero para estas vacaciones veraniegas, ahora que todavía sale un poco más económico, debería darse una vueltecita por las páginas de este libro. En él encontrará lo que no cuenta ningún touroperador ni ninguna agencia de viajes: una narración pormenorizada y rigurosa sobre la travesía en un crucero por el Adriático, que fuera de todo tinte aventurero o romántico resulta ser un paseo por el infierno. Más concretamente, por el infierno de la gula, del mal gusto y de las actitudes egoístas y dignas de repugnancia. De ahí el título de Asco, con el que el autor sintetiza expresivamente las vivencias más significativas de ese viaje por las raíces marítimas de Europa. Un viaje que se realiza a bordo del mismo buque, el Zenith, que curiosamente sirvió a David Foster Wallace como trabajo de campo para su memorable artículo Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, recurrente en el libro que aquí reseñamos.

Nótese que hablo de libro y no de novela. Sin ser una novela, tampoco es un libro de viajes, ni una guía, ni tampoco un reportaje o un ensayo al uso. Aunque de todo eso hay, no vaya a pensarse en que estamos ante un texto disperso, un puchero de párrafos o una adición de retales de ésas que de un tiempo acá se han puesto tan de moda, auspiciadas por el paraguas un tanto displicente de la postmodernidad literaria. El resultado es compacto, sustancial, y ello gracias a la voz narrativa de Barrueco, que cose muy bien toda la estructura y mantiene el fuste rígido en el estilo, ofreciéndonos un texto muy auténtico, por su carácter vivencial y porque la primera persona fija en todo momento el discurso, dejando muy claro que estamos ante un escrito testimonial y realista.

Además de un escritor muy competente (esto puede parecer una perogrullada, pero no: abundan los libros de escritores que no saben escribir), Barrueco es un autor especialmente dotado para el dibujo de personajes. En este caso habría que decir, más bien, para el retrato de personajes de carne y hueso, ya que en todo momento mantiene una posición de observador de una realidad muy –esto sí es de Perogrullo- real. El observador impertinente que no comulga con la fiesta, pero que se mantiene allí, bebiendo en silencio y tomando nota, en la tradición del escritor-observador flaubertiano.

Pertenece sin embargo Barrueco a ese género especial de retratistas con talento para la caricatura, y por este camino su prosa, normalmente fluida, alcanza cotas de fuerte expresividad que, con ánimo sincrético, le hace pensar a uno en los retratos maliciosos de Goya o en las viñetas hiperbólicas de Robert Crumb. También en esto del sincretismo, algunos de los personajes que atraviesan sus páginas parecen haberse escapado de La gran comilona de Marco Ferreri, o de las secuencias más desmesuradas de las películas de Terry Gilliam.

Lo peor, sin embargo, es pensar por un momento que Barrueco no ha sido exagerado. Y que esos personajes que retrata existen de verdad. Hay en este sentido momentos verdaderamente intensos, que mueven irresistiblemente a la hilaridad, como la anécdota de la turista que confunde Venecia con la Roma estival de Audrie Hepburn y Gregory Peck, cuando no a la repugnancia, como la crónica del concurso de bellezas femeninas (digna del mejor Bukowski).

Frente a esta visión implacable, con la que todos los lectores acabamos comulgando (nos hace sentir que estamos de su parte, nunca de parte del resto), Barrueco también muestra compasión por la otra mitad del barco, la tripulación, esto es, la masa trabajadora. En estas ocasiones, el autor muda la piel y se convierte en el compasivo Stevenson que viaja junto a los miserables trabajadores en El aprendiz de emigrante. La relación que mantiene con el trabajador asignado a su camarote, y la forma en que esta relación concluye a la finalización del crucero, es en sí mismo un relato minimalista de eco carveriano y gran potencia lírica. Esa dimensión poética se presenta de forma constante en la imagen del bebé que viaja con Barrueco y sus acompañantes, y que representa, en oposición a la masa abúlica y embrutecida, la inocencia, la pureza, lo bello, lo intocable. Este personaje-símbolo es de hecho el elemento que permite plantear un final abierto, que concluye con una pregunta: una especie de balcón con vistas a la esperanza.

Con esta obra arranca una trilogía que ya está bautizada (Angustia y Alumbramiento serán los siguientes títulos), y con la que Barrueco pretende rendir cuentas con su visión sobre la vida. El primer plato, asqueroso y a la vez sabroso, nos deja con algo de hambre, lo que no es malo: siempre es bueno conservar un poco de apetito al levantarse de la mesa. Para indigestiones pesadas, ya están los cruceros.

Vida de Carlos



Vida de Pablo

Carlos Pardo

Periférica, 2011

ISBN: 978-84-92865-30-7

308 páginas

20 €




Juan Carlos Sierra

Una vez leída con toda la atención del mundo esta Vida de Pablo, no me cabe la menor duda de que el editor cometió un error de bulto cuando envió el libro a imprenta. Realmente la hasta ahora primera novela del poeta madrileño Carlos Pardo se llama "Vida de Carlos", de Carlos Pardo, valga la redundancia.

Lo que efectivamente empieza en la primera parte del libro, "La colonización", a ser la narración de la vida de Pablo, un artista plástico que renuncia a su actividad creadora para dedicarse al mundo del ocio para noctámbulos, poco a poco va convirtiéndose en la historia del protagonista, Carlos, un pinchadiscos y poeta con libro premiado y en imprenta que aterriza en la Córdoba de principios del siglo XXI.

A Pablo lo vamos conociendo solo tangencialmente, mientras que a Carlos lo vemos desde dentro, en su intimidad, en sus contradicciones, en sus digresiones, en su peculiar sentido del humor, en su amistad con Abraham, pero sobre todo en su amor por María Jesús. Porque si de algo habla la novela –y no solo en su primera parte- es del amor, de su construcción, de sus altibajos, de su consolidación, de su transformación en matrimonio, de sus tempestades y de sus bonanzas, de su latir cotidiano,… Y la página 278 del libro lo confirma. En una conversación entre María Jesús y Carlos, los protagonistas enamorados de Vida de Pablo, este le dice a ella hablando de la novela –en un arranque metaliterario de los tantos que hay en el libro-: “Va sobre ti. Es una novela de amor”.

Además de esto, la novela plantea los límites de la ficción o la delgada frontera que separa la vida de la literatura. Da la sensación de que, partiendo de las notas de su diario íntimo, de las fotografías que van fijando en un cuaderno una vida, el autor de este supuesto diario y de la novela ordenara todo ese material acumulado a lo largo de los años y lo introdujera en la coctelera ficticia de la narración bajo la voz de un personaje con el que comparte nombre y apellidos. Quizá aquí se halle la clave, la distancia o la cercanía entre autor y personaje que proporciona el género literario elegido, mientras en el diario íntimo esa diferencia queda diluida; o quizá todo sea una broma, uno de esos juegos de palabras a los que tan aficionado es Carlos Pardo (¿personaje y/o autor?), una extensión de su obra poética en la que tan importante es la ironía.

Por otra parte, también hay que tener presente que se trata de una novela construida con los materiales de la memoria. Parece que Carlos Pardo pretende darle una vuelta de tuerca al género biográfico-memorialístico en la línea de La novela de la memoria de Caballero Bonald, esa ficción con apariencia de realidad, esa vida que se convierte en ficción cuando se maneja desde la atalaya de la memoria. Mientras que el escritor jerezano sostiene, pero dentro de las formas del género memorialístico, esa cualidad ficcional del recuerdo, Carlos Pardo va más allá saliéndose del marco de la biografía pura y dura, para dotar al relato de sus recuerdos de una estructura claramente novelística, pero donde caben también otros registros y maneras literarias que lo alejan, por ejemplo, de la linealidad del modelo decimonónico y que lo acercan al fragmentarismo posmoderno de su poesía más reciente.

Y además está la música –como no podía ser de otra manera en la vida de un pinchadiscos-, la filosofía, la ciencia, las citas literarias, la pintura –María Jesús y algunos de sus amigos se dedican a ella-, las teorías sobre la creación,… y una prosa limpia y viva.

En definitiva, una novela poliédrica, ambiciosa, interesante, juguetona,… Una muy decente primera novela de un poeta igual de poliédrico, ambicioso, interesante, juguetón,…

10 mayo 2011

Rostros, amores, maldiciones



El libro de los vivos

Juan de Madre y Tislit er-Rbia

Sloper, 2011. Colección "La noche polar"

ISBN: 978-84-938278-1-6

245 páginas

20 €




Fran G. Matute

Me van a permitir que titule la presente recensión del mismo modo que aquella demoledora colección de relatos que publicó el gran autor marroquí Mohammed Chukri (1935-2003). Rostros, amores, maldiciones nos presentaba a una serie de personajes viviendo en el límite (prostitutas, delincuentes, jugadores…) cuyas vidas se nos antojaban más fruto de la veleidad del autor que de ese realismo sucio que tanto gustó de desgranar. Pero Chukri insistía en que todo lo narrado, a pesar de su dureza, tenía su sustrato en la cruda realidad, en su infancia, en sus vecinos, en sus familiares. Eran rostros conocidos por el autor de El pan desnudo (1973), amores vívidos y dolientes, maldiciones que perduran todavía.

Todo lo contrario ocurre con El libro de los vivos, cuya sinopsis merece ser contada pues ayuda a contextualizar estos comentarios. La obra de Juan de Madre parte de un apunte realizado por Michel Foucalt en La historia de la locura en la época clásica (1964): la existencia de un hospital para locos en la ciudad marroquí de Fez, cuya autenticidad histórica se revela gracias al encuentro fortuito de siete manuscritos datados allá por el siglo XIII. Siete manuscritos que ofrecen siete historias que terminan entrelazadas, cada una protagonizada por uno de los supuestos habitantes de aquella casa de locos que se vanagloriaba de utilizar el teatro como terapia.

Y aquí, El libro de los vivos se bifurca. Por un lado nos cuenta la historia del encuentro de los citados manuscritos, su conservación, traducción y exégesis, gracias a la participación del profesor Albert Tort y de Tislit er-Rbia, artífices intelectuales, junto a Juan de Madre, del rescate de estos textos históricos. Por otro lado, se nos ofrecen los manuscritos ya traducidos, en los que encontramos, a modo de fábula, las fantasiosas vidas de unos "rostros" que viven, en su aparente enajenación, el "amor" y la "maldición" de su propia locura.

Juan de Madre nos descubre así un mundo rico en matices y nos remite a unas narraciones medievales hermosas, casi infantiles, en las que el amor imposible traspasa fronteras imaginarias, en las que la ciencia ficción se hermana con la tradición oral. No todos los manuscritos poseen la misma fuerza embriagadora, pero queremos destacar la originalidad de “La niña que lloraba al revés”, el pinochesco “Isaac, el padre” y el lovecraftiano “Ojos como luciérnagas nerviosas”.

Y todo lo anterior cobra más vida aún cuando comprendemos que se trata de un juego literario en el que la ficción campa a sus anchas. Juan de Madre propone un texto metamórfico en el que Carmina Ordoñez, The Kinks, Dante Alighieri y las Nancys Rubias tienen cabida. Se nos antoja, pues, El libro de los vivos como un compañero de viajes de aquel mítico Necronomicón de Abdul Al-Hazred, o incluso del libro The First People de Sam Weiss. Estamos ante un hermoso entretenimiento postmoderno que aúna pasado, presente y, por qué no decirlo, futuro. Es literatura mutante, pero en el buen sentido de la palabra. Porque a Juan de Madre, como a Carmina, no hay que creerlo ni cuando dice la verdad.

09 mayo 2011

Un hombre, muchas vidas


Amor y obstáculos

Aleksandar Hemon

Duomo, 2011

ISBN: 978-84-92723-58-4

224 páginas

18 €

Traducción de Damià Alou



José Martínez Ros

Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964) había recibido una beca para pasar un año estudiando en la Universidad de Chicago cuando empezó la guerra que hizo estallar Yugoslavia; por aquel entonces, quería ser crítico de rock y tocaba en un grupo. De pronto, se encontró que su país no existía, su ciudad natal había sido sitiada y sufría terribles bombardeos y su familia y amigos corrían peligro de muerte. Veinte años después, es uno de los principales escritores vivos en lengua inglesa, se le compara habitualmente con Nabokov o Milan Kundera y cada uno de sus libros es recibido con elogios casi unánimes. Pero su gran tema corresponde al gran trauma de marcó su vida: el de los perdedores de la historia, los expatriados, los nómadas por obligación, empujados a reconstruir una y otra vez su identidad. Después de un par de títulos en Anagrama, Duomo retomó la publicación de la obra de Hemon en español el año pasado con El proyecto Lázaro, una novela que nos contaba en paralelo el asesinato de un joven anarquista procedente del este de Europa por la policía de Chicago a principios de siglo y el viaje en la actualidad de un escritor bosnio a su tierra natal. Ahora nos trae su última obra, Amor y obstáculos, una novela compuesta por cuentos independientes o un conjunto de cuentos que también se pueden leer como una novela, y es una auténtica obra de arte.

El protagonista, Bogdan, es un bosnio al que, en cada uno de los ochos relatos que componen el libro, encontramos en un lugar distinto, en una etapa de una vida zarandeada por un destino fuera de su control. Puede ser el hijo adolescente de un diplomático en el corrupto Zaire de Mobutu, donde aprende unas cuantas cosas acerca de Conrad y de Led Zeppelin; un joven obsesionado por el sexo enviado por su familia a una remota localidad de la Yugoslavia comunista en busca de un nuevo frigorífico; un exiliado que vive en los barrios bajos de una gran ciudad norteamericana, entre estafadores, mafiosos, locos y crápulas, que se gana la vida vendiendo suscripciones de revistas cutres. Puede dedicar un extraordinario capítulo a recordar a su padre, un hombre que quedó marcado por la pérdida, durante la guerra, de las colmenas que constituían el más antiguo y querido patrimonio de su familia (en el que homenajea indirectamente la obra maestra de uno de sus maestros, el genial Danilo Kis, Jardín ceniza). Y en el último, encontrarse en la Sarajevo de la postguerra con un escritor norteamericano, Macalister (una figura en la que satiriza a Norman Mailer, Hemingway y otros “tipos duros” de las letras de Estados Unidos) y ofrecernos una magnífica lección final acerca de la conflictiva relación entre la ficción y la realidad. Consigue que cada uno de los capítulos esté dotado de la autonomía de un buen relato y, al tiempo, funcione como una pieza más de un conjunto mayor: la vida de un hombre que puede ser la de muchos hombres, desplazados de un lugar a otro, empezando de nuevo en sociedades que los ignoran o rechazan.

Amor y obstáculos es un libro lleno de ternura hacia sus desvalidos protagonistas y de indignación contra la brutalidad y la ignorancia, tan admirable por su estilo ligero e irónico, capaz de adaptarse asombrosamente a cada uno de los escenarios de esta proteica narración, como por el hecho de que aplica su sabiduría y talento para hablarnos de un mundo cambiante y extraño: el nuestro.

06 mayo 2011

Elegir entre el fango y la muerte



El fuego fatuo. Adiós a Gonzague

Pierre Drieu la Rochelle

Alianza Literaria, 2011

ISBN: 978-84-206-5064-7
 
200 páginas

16,50 €

Traducción de Emma Calatayud



Manolo Haro

Si imaginamos a un adorador nato del fuego, un parsi nato, podemos crear un cuentoescribió Baudelaire es sus Cohetes. Drieu la Rochelle (París, 1893-1945) no tuvo que imaginar nada para componer tres escritos en torno a la figura del poeta ful Jacques Rigaut, sólo contar lo que había vivido con su compañero de dandismo. Guillermo de Torre, en la fundamental Historia de las literaturas de Vanguardia (Visor, 2001), recoge algunos datos reveladores de la personalidad de Rigaut, un perezoso a la sombra de mecenazgos que acabaría dejando pistas en publicaciones de la época acerca de su mayor obsesión después de la heroína, la autodestrucción: “El suicidio debe ser una vocación”. Él mismo afirmaba que su existencia estuvo jalonada por tres intentos fallidos a la hora de darle fin a su vida. Pero siempre hay que añadirle a esta procesión de tentativas una definitiva (el suicida es un animal incansable). La primera fue para fastidiar a una amante; la segunda, por pereza; la tercera, falló la puntería. Este pequeño desliz lo subsanó en el cuarto y decisivo conato.

Drieu la Rochelle, que había recortado los perfiles de Rigaut en las noches de insomnios y paraísos artificiales, tenía en su bolsillo todos los fragmentos necesarios para montar La Valise, El fuego fatuo y una especie de carta-epílogo llamada Adiós a Gonzague. El fuego fatuo cuenta las últimas 48 horas de Alain, un sablista heroinómano que camina por una galería de espejos y de espectros materializados físicamente en clínicas de desintoxicación, bares, lavabos, casas de citas y salones. Todos estos lugares están poblados de vidas al límite de la sociedad parisina, extenuada por el spleen vaporizado que supo absorber el bueno de Baudelaire,  Leviatán que emerge a la superficie del relato como un guía homenajeado y conocedor de todo lo que se narra,  ya sea en forma de retrato colgado en la clínica, ya sea en las palabras de una prostituta gorda y grotesca que le dice a Alain “si ves al señor Baudelaire, salúdalo de nuestra parte”. Las putas de París mandando saludos al infierno, un báratro entrevisto a cada paso y a cada diálogo.

Mujeres con pelucas, hombres de dientes verdes y labios hinchados, matrimonios cornudos, hijos viciosos, ninfómanas, artistas de la monstruosidad, criados sifilíticos, 'coquettes', actores asesinos acompañan al protagonista en estas escenas de la desesperación. El talento de Drieu la Rochelle reside en que su análisis de estas psicopatías no incurre en el esperpento. Hay carne en los diálogos; casi todos manifiestan una viveza sorprendente con la que a veces nos hacen desear ser alguno de estos personajes. Se dispara la prosa a la vuelta de un punto y seguido, y nos deja sin aliento al borde del precipicio. Parar la lectura, tomar aire y luego seguir. Es la única forma. De su prosa se podrían extraer perlados aforismos que el propio autor de Las flores del mal o el mismo Cioran habrían firmado. 

El problema de Alain es la soledad que crece al calor de las compañías superficiales. Conoce el amor, pero  éste es una mera y esquinada forma del sablismo. Ese es el gran drama: “contra el mundo de los hombres y de las mujeres no hay nada que hacer; es un mundo de bestias. Y si yo me mato es porque no he conseguido ser una bestia perfecta”. El suicidio, como única salida a la alienada vida del heroinómano, es lo que remata esta novela angustiosa, lírica y extrema a la vez. “El suicidio es el recurso de los hombres cuyos resortes ha corroído la herrumbre, la herrumbre de lo cotidiano. Nacieron para la acción, pero han postergado la acción; entonces la acción se vuelve contra ellos […]". A diferencia de otras crónicas de la destrucción (Yonqui de Burroughs no deja de ser una celebración de lo fantástico que es meterse un pico), El fuego fatuo es la pintura de un deterioro moral sin fuegos de artificio, un guante de seda que en el envés muestra sus púas.

En Adiós a Gonzague, esa especie de colofón que acompaña a la novela, la Rochelle habla de “elegir entre el fango y la muerte”. Eso mismo fue lo que hizo el autor cuando los aliados entraron en el París ocupado. Él, que había trufado sus novelas de sagaces aforismos sobre la aniquilación de la voluntad en una civilización desgastada, tal vez vio en el nazismo una salida. El resultado fue degustar el lodo para luego acompañar a su héroe y amigo al séptimo círculo dantesco, donde el suicida florentino Rocco dei Mozzi les susurra, aún hoy, “yo levanté en mi casa mi cadalso”.

05 mayo 2011

Superhéroes de barrio


Demo

Brian Wood y Becky Cloonan

Planeta DeAgostini, 2011

ISBN: 978-84-674-8723-7

352 páginas

18,95 €

Traducción de Bittor García



José Martínez Ros

La adolescencia es, sin duda, uno de los temas más complicados a los que cabe enfrentarse en las distintas formas narrativas del arte; todos tenemos un recuerdo generalmente incómodo de esa época de transición plagada de trampas, miedos, deseos e insatisfacción. En literatura, desde el Lazarillo de Tormes al viaje por el Mississippi de Huckleberry Finn hasta los fantásticos y geniales adolescentes de Salinger, es un tema que, con mayor o peor acierto, se ha tratado en múltiples ocasiones, no tanto en su joven hermano, el cómic. En este caso, el artista que se enfrenta a ese reto es el guionista, Brian Wood, conocido por su trabajos para Vertigo, la división de DC Comics enfocada a un público más adulto en la que han explotado algunos enormes talentos, como Alan Moore (V de Vendetta), Garth Ennis (Predicador) o Neil Gaiman (Sandman).

Wood ha alcanzado un éxito considerable entre los aficionados con títulos espectaculares, como Northlanders, ambientada en la salvaje era vikinga, o DMZ, que recrea una imaginaria guerra civil en Estados Unidos; en Demo intenta algo completamente distinto y, desde luego, mucho más intimista: doce historias independientes entre sí sobre jóvenes en distintos tipos de encrucijada vital de la que no siempre saldrán indemnes. Jóvenes, en ocasiones casi niños, frustrados, llenos de resentimiento o culpa, que crecen en una sociedad adormilada y desestructurada que no les ofrece demasiadas salidas. Unos de los elementos más atractivos de este cómic es que en muchos casos están dotados de poderes increíbles, superfuerza, telequinesis, inmortalidad… pero difícilmente saben cómo usarlos en su día a día. Lo que nos recuerda no tanto a la malograda serie de televisión Héroes, sino a su muy superior réplica británica, Misfits. La inclusión de esos superpoderes no afecta en absoluto a la tonalidad realista y trágica que Wood otorga a sus historias: pueden ser individuos extraordinarios, pero los vemos en situaciones extraídas del no demasiadas veces fantástico mundo en que vivimos todos nosotros.

No todas las historias están igual de logradas, pero varias de ellas, como la quinta, centrada en una chica con el don de adoptar la imagen más atractiva posible para el que la observe o la novena, acerca de la ruptura de una pareja y que recuerda en más de un detalle a Olvídate de mí, la genial creación de Charlie Kaufman y Michel Gondry, nos convencen con su mezcla de belleza –una belleza exasperada y vertiginosa- y emoción, a lo que también contribuye la dibujante Becky Cloonan. Cloonan había sido, por su parte, la responsable de otra serie de cómic de Vertigo, American Virgin, una curiosa exploración de la religiosidad norteamericana (que nos parece tan extravagante e incomprensible a nosotros, los europeos). En sus trazos enérgicos y sombríos, como en buena parte de los artistas de su generación, se aprecia una fuerte influencia del manga japonés.

¿Qué sería de los integrantes de los X-Men si nunca hubiera existido un Profesor Xavier, si nadie los guiara, si no tuvieran superenemigos o vivieran en un vecindario de clase baja? En el caso de que les parezca una pregunta interesante lean Demo.