El frente ruso
Jean-Claude Lalumière
Libros del Asteroide, 2011
ISBN: 978-84-92663-38-5
186 páginas
17,95 €
Traducción de Paula Cifuentes
José María Moraga
“Si usted conoce o no la diplomacia” -decía en uno de sus poemas antiimperialistas Pablo Neruda- “es asunto que no interesa a nadie”. Continuaba diciendo que “esta ciencia tiene sus recodos”, y queda claro que Jean-Claude Lalumière (Burdeos, 1970) sí que los conoce, siendo asunto que debe interesarnos a todos. Gracias a ello, el autor francés ha debutado con una estupenda novela cómica titulada El frente ruso. La lectura de El frente ruso me ha producido un número considerable de carcajadas (no sonrisas: carcajadas), algo que de por sí debe ser objeto de admiración. Con todo, la obra no es perfecta, no sé si achacar sus defectos a su brevedad excesiva (volveré sobre el tema) o a mis posibles ideas preconcebidas sobre una primera novela: aquello de “apunta maneras” o “esperemos que en la próxima se corrija”.
Pese a su título, el libro no tiene nada que ver con Von Manstein ni el mariscal Rokossovski: nada de Panzers aquí, ni de T-34s. El “frente ruso” al que el joven protagonista (¿Trasunto del propio Lalumière? ¡Ah, la falacia biografista…!) es enviado no es sino un departamento del Ministerio de Asuntos Exteriores francés. En concreto, la “Oficina de los países en vías de creación. Sección Europa del Este y Siberia”, de ahí el ominoso sobrenombre. Recién incorporado a la función pública, el protagonista -ávido de experiencias exóticas y de viajes enriquecedores- debe, por culpa de un mal traspiés, desenvolverse en una oficina completamente inoperante, rodeado de compañeros excéntricos.
Esta oficina, en la que una prometedora carrera diplomática se halla condenada al estancamiento, podría recordarnos por su inoperancia y normativas absurdas al afamado “Vuelva usted mañana” de Larra. Sin embargo, en estos tiempos de funcionariado en la picota y recortes en el sector público, no conviene olvidar que en su afamado artículo Mariano José el romántico estaba criticando no al Estado sino a los empresarios españoles. El espíritu kafkiano (ya que no su forma experimental) ronda también los despachos en algunos momentos, en especial durante un descacharrante incidente relacionado con una paloma.
Otro referente del subgénero oficinista podría ser Bartleby, el escribiente de Melville, pero antes que una actitud nihilista y extintiva, frente al ambiente que lo rodea el oficinista de El frente ruso adopta una filosofía de mejoras y reformas más cercana a la de Ignatius J. Reilly y su “Cruzada por la Dignidad Mora”, pues aunque a priori pueda parecer sensato, todas sus iniciativas acaban teniendo consecuencias disparatadas.
Pese a contar con una trama jalonada por varios episodios, con personajes secundarios (esos padres, esos compañeros de trabajo, sobre todo la que acaba en ligue) y con una clara voluntad de hacer evolucionar al protagonista, tras leer esta novela me ha quedado una sensación de incompletitud difícilmente explicable. Trataré de argumentarlo diciendo que no sobra nada, nada de lo que hay está mal, pero faltan algunas cosas. La brevedad del libro parece apuntar a una “falta de cocción” más que a un propósito de concisión, si se me permite decirlo así. Queda por tanto por comprobar si Lalumière no ha querido o no ha sabido dejarnos con una obra más completa y con más peso específico, porque lo que podría haber sido un novelón de humor no pasa de una comedia ligera.
En conclusión, El frente ruso de Jean-Claude Lalumière no es un triunfo pleno, pero aunque pueda adolecer de los clásicos defectos de indeterminación atribuibles a una obra de debut, sus méritos sobrepasan de largo sus carencias, por lo que el sabor de boca que esta breve novelita satírica nos deja es mejorable, sí, pero así y todo ciertamente magnífico. Mucho talento en potencia que todavía no se ha desarrollado del todo, al que habrá que seguirle la pista atentamente.
Pese a su título, el libro no tiene nada que ver con Von Manstein ni el mariscal Rokossovski: nada de Panzers aquí, ni de T-34s. El “frente ruso” al que el joven protagonista (¿Trasunto del propio Lalumière? ¡Ah, la falacia biografista…!) es enviado no es sino un departamento del Ministerio de Asuntos Exteriores francés. En concreto, la “Oficina de los países en vías de creación. Sección Europa del Este y Siberia”, de ahí el ominoso sobrenombre. Recién incorporado a la función pública, el protagonista -ávido de experiencias exóticas y de viajes enriquecedores- debe, por culpa de un mal traspiés, desenvolverse en una oficina completamente inoperante, rodeado de compañeros excéntricos.
Esta oficina, en la que una prometedora carrera diplomática se halla condenada al estancamiento, podría recordarnos por su inoperancia y normativas absurdas al afamado “Vuelva usted mañana” de Larra. Sin embargo, en estos tiempos de funcionariado en la picota y recortes en el sector público, no conviene olvidar que en su afamado artículo Mariano José el romántico estaba criticando no al Estado sino a los empresarios españoles. El espíritu kafkiano (ya que no su forma experimental) ronda también los despachos en algunos momentos, en especial durante un descacharrante incidente relacionado con una paloma.
Otro referente del subgénero oficinista podría ser Bartleby, el escribiente de Melville, pero antes que una actitud nihilista y extintiva, frente al ambiente que lo rodea el oficinista de El frente ruso adopta una filosofía de mejoras y reformas más cercana a la de Ignatius J. Reilly y su “Cruzada por la Dignidad Mora”, pues aunque a priori pueda parecer sensato, todas sus iniciativas acaban teniendo consecuencias disparatadas.
Pese a contar con una trama jalonada por varios episodios, con personajes secundarios (esos padres, esos compañeros de trabajo, sobre todo la que acaba en ligue) y con una clara voluntad de hacer evolucionar al protagonista, tras leer esta novela me ha quedado una sensación de incompletitud difícilmente explicable. Trataré de argumentarlo diciendo que no sobra nada, nada de lo que hay está mal, pero faltan algunas cosas. La brevedad del libro parece apuntar a una “falta de cocción” más que a un propósito de concisión, si se me permite decirlo así. Queda por tanto por comprobar si Lalumière no ha querido o no ha sabido dejarnos con una obra más completa y con más peso específico, porque lo que podría haber sido un novelón de humor no pasa de una comedia ligera.
En conclusión, El frente ruso de Jean-Claude Lalumière no es un triunfo pleno, pero aunque pueda adolecer de los clásicos defectos de indeterminación atribuibles a una obra de debut, sus méritos sobrepasan de largo sus carencias, por lo que el sabor de boca que esta breve novelita satírica nos deja es mejorable, sí, pero así y todo ciertamente magnífico. Mucho talento en potencia que todavía no se ha desarrollado del todo, al que habrá que seguirle la pista atentamente.
3 comentarios:
No tiene nada que ver con la reseña, pero curiosamente ayer vi en el cine "El topo" (que como todo el mundo sabe se titula en verdad "Tinker, Taylor, Soldier, Spy") y estuve escuchando también el "Dandelion" de The Rolling Stones, en cuya letra se incluye la famosa rima infantil... ¿Casualidades de la vida?
Respecto a la novela que reseñas, por lo que dices, me ha recordado a algunas obras de Evelyn Waugh ("Merienda de negros", "Noticia bomba"), en las que un despistado agregado es enviado allende los mares a un puesto administrativo caótico. ¿Hay algo de esto?
¿Novela francesa y de humor? ¡Me la apunto!
-¡Claro que tiene que ver con la reseña, Fran! No esperaba menos, la referencia a la novela de John Le Carré está en el título de la reseña y no es casual. Porque aunque El frente ruso habla de burocracia y asuntos exteriores, igual que el autor inglés, el ilusionado protagoniasta que se ve a sí mismo como james Bond acaba en Ignatius J. Reilly.
Las de Waugh que dices no las he leído, pero esta seguro que te va a gustar mucho.
-A Tirso no le digo nada, directamente...
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