Al vuelo de la página. Diario 1990-2000
Juan Malpartida
Fórcola, 2011
ISBN: 978-84-15174-15-8
462 páginas
27,50 €
Rafael Suárez Plácido
En muchas ocasiones he tratado de escribir una suerte de diario, pero es cierto que es una labor muy complicada: causaría demasiado dolor a mi alrededor. Me refiero, claro, a un diario real, donde no mintiera demasiado, donde escribiera lo que me ha gustado o no, lo que me hace daño, lo que me parece bueno o correcto o no tanto, y tratara de explicarlo como buenamente sé. Por eso cuando comencé a leer este libro de Juan Malpartida vi el cielo abierto: parecía exactamente lo que yo quería hacer y no podía. Se trataba de conjugar la idea del diario personal con el ensayo, o así lo creí entonces, cuando leí: “Ensayar no es pensar menos sino dudar más. El verdadero ensayista es socrático: sabe que no sabe y por eso anda buscando entre las palabras.”
El diario de Malpartida se desarrolla durante algo más de diez años completos: los diez últimos del siglo pasado y, de alguna manera, tratan de ser colofón a la historia de la literatura y el pensamiento españoles de una parte importante de ese siglo, no sólo en España, sino en el ámbito de la lengua española. Sería complicado afirmarlo tajantemente, pero es posible que las miras estén incluso puestas algo más allá: ¿toda la cultura occidental?, ¿incluso una cierta recepción de la cultura oriental? Hay dos factores que apuntan en esta dirección: por una parte, la labor del diarista como traductor y crítico de textos de otras lenguas y, por otra parte, la otra figura central de gran parte de estos diarios que es el poeta y ensayista, y quién sabe cuántas cosas más, Octavio Paz.
Así tenemos casi quinientas páginas en las que el autor nos adelanta que nos va a ofrecer dudas y vueltas de tuerca sobre algunos de los temas que han ido llenando el pasado siglo XX, y su concreción en los campos de la Literatura y el Pensamiento, en las que no dejará de lado cualquier comentario que considere necesario sobre otras disciplinas más o menos culturales o existenciales. No es difícil sospechar que esta perspectiva, y más durante las primeras entradas del libro, me hicieron aparcar todo lo demás que estuviera leyendo durante unos días. Me atraía, muy especialmente, que no buscaba, o eso me parecía entonces, ser demasiado complaciente con nadie. Detesto los textos complacientes y los servilismos, aunque luego compruebe que esa connivencia sea real. Si lo es, la puedo soportar pero, aun así, casi siempre es aburrida la fascinación y buena parte de las complicidades e, insisto, sabemos que casi todas las veces es mentira.
El primer choque con la realidad del libro fue una entrada en la que comentaba la irrupción en México, siempre muy presente en estas páginas, del EZLN. Más concretamente se trata de un manifiesto que firmaron algunos escritores, en el que respondían -o así parecía verlo el autor-, a un artículo previo de Octavio Paz. Claro que se puede estar en contra del EZLN, ahí está toda la derecha de hecho, pero los argumentos que daba el diarista me empezaron a parecer tremendos y el comentario final absurdo y manipulador, trayendo a colación, además, uno de los temas tabú de aquellos años y todavía ahora. Como El País había publicado un reportaje que titulaba "Viva Zapata", se preguntaba: “qué será lo próximo que escriban: ¿que viva ETA?” Algunos de los firmantes del manifiesto defenestrados eran: Vázquez Montalbán, Haro Tecglen, Francisco Umbral y Manuel Vicent, y ya lanzó con infinito desprecio el término “comunista” contra ellos. Me llamaron la atención dos cosas: que de ellos sólo Vicent está aún vivo y que en algunos temas parecía que este Malpartida sabía mucho y dudaba muy poco. Tengo que aclarar que, hasta que empecé la lectura del libro, no sabía prácticamente nada del tal Malpartida, sólo que era articulista de ABC Cultural. Ni he leído su poesía ni sus otros textos. Aclaro esto, porque todo lo que iba leyendo me interesaba por igual. Algunos textos me fascinaban. De los primeros años, recuerdo además de su declaración de intenciones ya citada, algunos pasajes de su cotidianidad o la dificultad, aquí sí encontraba esa duda tan necesaria para no caer en el ridículo, de escribir el libro que él deseaba escribir. Ahí sí me podía sentir identificado. También en algunos encuentros o conversaciones con Paz y su mujer. En principio he de decir que me interesa la imagen de Paz que me ofrece este libro: la sensación de faro que alumbra su existencia literaria. Pero es que no todo es tan fascinante: aclaro que no me interesan nada los nacionalismos y menos aun tal y como los conocemos en España, pero de ahí a la opinión que sobre ellos muestra el autor hay un mundo. Es la sensación de estar siempre reclamando democracia al vecino y querer derribarlo por sus ideas. Vamos a ver: cuando un periodista de algunos medios en los que todos estamos pensando nos dice que el PNV hace constantemente apología del terrorismo o que usa los atentados de ETA en su beneficio, tenemos que pensar que estamos ante alguien a quien no hay que prestar demasiada atención o que trata de escandalizar o de sacar un beneficio convenciendo -ni siquiera convenciendo: halagando, escribiendo lo que su público quiere leer-, pero si quien lo da a entender es un escritor que presume de pensar y tratar de buscar la verdad o de satisfacer dudas, empezamos a ver que sus palabras, al menos estas, tienen poco valor. No deseo defender a nadie, y menos a algunos con los que no comulgo, pero estamos hablando de un sector de la sociedad que está plenamente integrado en las normas del sistema democrático como el que más, que incluso ha sufrido entre sus filas el azote del terror. ¿Somos o no somos demócratas? ¿O se trata de que hay que ser demócrata y, además, pensar como yo, o no tener determinadas ideas que yo detesto?
Por el libro desfilan decenas de nombres decisivos no sólo en los diez años a los que se refiere. Para el lector ávido de opiniones “heterodoxas”, no demasiado frecuentes en la cultura, es una factoría de sueños, aunque, eso sí, se duda poco. El pobre Montaigne se estará preguntando en su tumba por qué no le dejan en paz.
¿Qué es lo peor que se puede ser, según Juan Malpartida? Hay cuatro pecados que no perdona: dos ideológicos y dos, por así decirlo, literarios. Los dos pecados ideológicos ya están citados: ser comunista y ser nacionalista. No voy a extenderme más en ellos. Soy un hombre de izquierdas, de izquierdas de verdad, y me aburre soberanamente que me vengan con Stalin, ni con el telón de acero, ni siquiera con Cuba. Me parece tan lamentable como cuando a un cristiano le echan en cara la Inquisición, o el apoyo del clero a Franco o a Mussolini, ni siquiera los abusos de algunos sacerdotes a menores. Si lo desean, hablamos sobre el tema, pero en serio, por favor.
Los pecados literarios son también graves: haber firmado un documento en el que se rechazaba el cese de Félix Grande como director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos y cuestionar a Octavio Paz como la figura más importante de la Poesía en español del pasado siglo XX. ¿Quiénes son los poetas y críticos más a tener en cuenta en este momento? Valente podría haberlo sido, pero al final deja claras sus desavenencias: demasiado egoísta, demasiado gruñón y además cuestiona a Octavio Paz, eso sí, tras no sentirse demasiado valorado por él. ¿Quién queda? Gamoneda, Sánchez Robayna, Jordi Doce y él mismo. Es curioso: sus amigos.
¿Puede un libro así resultar muy interesante? La respuesta es sí. Juan Malpartida sabe Literatura, vive Literatura. Más de la mitad de las páginas de este libro son para subrayar. No sólo las literarias: las páginas que dedica a su familia, a sus padres, a sus hijos a los que vemos crecer a su lado. La amistad y la admiración que siente por Octavio Paz, los viajes, la dificultad para escribir lo que deseamos. ¡Ah, esa dificultad! Sabemos que ha recibido recientemente el premio Fray Luis de León. Quizás sea una buena oportunidad para conocer su Poesía.
El diario de Malpartida se desarrolla durante algo más de diez años completos: los diez últimos del siglo pasado y, de alguna manera, tratan de ser colofón a la historia de la literatura y el pensamiento españoles de una parte importante de ese siglo, no sólo en España, sino en el ámbito de la lengua española. Sería complicado afirmarlo tajantemente, pero es posible que las miras estén incluso puestas algo más allá: ¿toda la cultura occidental?, ¿incluso una cierta recepción de la cultura oriental? Hay dos factores que apuntan en esta dirección: por una parte, la labor del diarista como traductor y crítico de textos de otras lenguas y, por otra parte, la otra figura central de gran parte de estos diarios que es el poeta y ensayista, y quién sabe cuántas cosas más, Octavio Paz.
Así tenemos casi quinientas páginas en las que el autor nos adelanta que nos va a ofrecer dudas y vueltas de tuerca sobre algunos de los temas que han ido llenando el pasado siglo XX, y su concreción en los campos de la Literatura y el Pensamiento, en las que no dejará de lado cualquier comentario que considere necesario sobre otras disciplinas más o menos culturales o existenciales. No es difícil sospechar que esta perspectiva, y más durante las primeras entradas del libro, me hicieron aparcar todo lo demás que estuviera leyendo durante unos días. Me atraía, muy especialmente, que no buscaba, o eso me parecía entonces, ser demasiado complaciente con nadie. Detesto los textos complacientes y los servilismos, aunque luego compruebe que esa connivencia sea real. Si lo es, la puedo soportar pero, aun así, casi siempre es aburrida la fascinación y buena parte de las complicidades e, insisto, sabemos que casi todas las veces es mentira.
El primer choque con la realidad del libro fue una entrada en la que comentaba la irrupción en México, siempre muy presente en estas páginas, del EZLN. Más concretamente se trata de un manifiesto que firmaron algunos escritores, en el que respondían -o así parecía verlo el autor-, a un artículo previo de Octavio Paz. Claro que se puede estar en contra del EZLN, ahí está toda la derecha de hecho, pero los argumentos que daba el diarista me empezaron a parecer tremendos y el comentario final absurdo y manipulador, trayendo a colación, además, uno de los temas tabú de aquellos años y todavía ahora. Como El País había publicado un reportaje que titulaba "Viva Zapata", se preguntaba: “qué será lo próximo que escriban: ¿que viva ETA?” Algunos de los firmantes del manifiesto defenestrados eran: Vázquez Montalbán, Haro Tecglen, Francisco Umbral y Manuel Vicent, y ya lanzó con infinito desprecio el término “comunista” contra ellos. Me llamaron la atención dos cosas: que de ellos sólo Vicent está aún vivo y que en algunos temas parecía que este Malpartida sabía mucho y dudaba muy poco. Tengo que aclarar que, hasta que empecé la lectura del libro, no sabía prácticamente nada del tal Malpartida, sólo que era articulista de ABC Cultural. Ni he leído su poesía ni sus otros textos. Aclaro esto, porque todo lo que iba leyendo me interesaba por igual. Algunos textos me fascinaban. De los primeros años, recuerdo además de su declaración de intenciones ya citada, algunos pasajes de su cotidianidad o la dificultad, aquí sí encontraba esa duda tan necesaria para no caer en el ridículo, de escribir el libro que él deseaba escribir. Ahí sí me podía sentir identificado. También en algunos encuentros o conversaciones con Paz y su mujer. En principio he de decir que me interesa la imagen de Paz que me ofrece este libro: la sensación de faro que alumbra su existencia literaria. Pero es que no todo es tan fascinante: aclaro que no me interesan nada los nacionalismos y menos aun tal y como los conocemos en España, pero de ahí a la opinión que sobre ellos muestra el autor hay un mundo. Es la sensación de estar siempre reclamando democracia al vecino y querer derribarlo por sus ideas. Vamos a ver: cuando un periodista de algunos medios en los que todos estamos pensando nos dice que el PNV hace constantemente apología del terrorismo o que usa los atentados de ETA en su beneficio, tenemos que pensar que estamos ante alguien a quien no hay que prestar demasiada atención o que trata de escandalizar o de sacar un beneficio convenciendo -ni siquiera convenciendo: halagando, escribiendo lo que su público quiere leer-, pero si quien lo da a entender es un escritor que presume de pensar y tratar de buscar la verdad o de satisfacer dudas, empezamos a ver que sus palabras, al menos estas, tienen poco valor. No deseo defender a nadie, y menos a algunos con los que no comulgo, pero estamos hablando de un sector de la sociedad que está plenamente integrado en las normas del sistema democrático como el que más, que incluso ha sufrido entre sus filas el azote del terror. ¿Somos o no somos demócratas? ¿O se trata de que hay que ser demócrata y, además, pensar como yo, o no tener determinadas ideas que yo detesto?
Por el libro desfilan decenas de nombres decisivos no sólo en los diez años a los que se refiere. Para el lector ávido de opiniones “heterodoxas”, no demasiado frecuentes en la cultura, es una factoría de sueños, aunque, eso sí, se duda poco. El pobre Montaigne se estará preguntando en su tumba por qué no le dejan en paz.
¿Qué es lo peor que se puede ser, según Juan Malpartida? Hay cuatro pecados que no perdona: dos ideológicos y dos, por así decirlo, literarios. Los dos pecados ideológicos ya están citados: ser comunista y ser nacionalista. No voy a extenderme más en ellos. Soy un hombre de izquierdas, de izquierdas de verdad, y me aburre soberanamente que me vengan con Stalin, ni con el telón de acero, ni siquiera con Cuba. Me parece tan lamentable como cuando a un cristiano le echan en cara la Inquisición, o el apoyo del clero a Franco o a Mussolini, ni siquiera los abusos de algunos sacerdotes a menores. Si lo desean, hablamos sobre el tema, pero en serio, por favor.
Los pecados literarios son también graves: haber firmado un documento en el que se rechazaba el cese de Félix Grande como director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos y cuestionar a Octavio Paz como la figura más importante de la Poesía en español del pasado siglo XX. ¿Quiénes son los poetas y críticos más a tener en cuenta en este momento? Valente podría haberlo sido, pero al final deja claras sus desavenencias: demasiado egoísta, demasiado gruñón y además cuestiona a Octavio Paz, eso sí, tras no sentirse demasiado valorado por él. ¿Quién queda? Gamoneda, Sánchez Robayna, Jordi Doce y él mismo. Es curioso: sus amigos.
¿Puede un libro así resultar muy interesante? La respuesta es sí. Juan Malpartida sabe Literatura, vive Literatura. Más de la mitad de las páginas de este libro son para subrayar. No sólo las literarias: las páginas que dedica a su familia, a sus padres, a sus hijos a los que vemos crecer a su lado. La amistad y la admiración que siente por Octavio Paz, los viajes, la dificultad para escribir lo que deseamos. ¡Ah, esa dificultad! Sabemos que ha recibido recientemente el premio Fray Luis de León. Quizás sea una buena oportunidad para conocer su Poesía.
3 comentarios:
He seguido su conejo final, Sr Suárez y he buscado un poema del autor –cuyas opiniones políticas probablemente no me gusten-, y es bastante bueno. Un cordial saludo.
http://letraslibres.com/revista/poemas/recomienzo
Gracias. Tiene usted razón, Sr. Mnez Ros: el poema es bueno. Gracias por mostrármelo.
Un saludo.
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