05 enero 2012

Ruptura y juego

Fresa y herida

Berta García Faet

Instituto Leonés de Cultura, 2011. Colección "Provincia"

ISBN: 978-84-89410-21-2

63 páginas

6,24 €

Premio "Antonio González de Lama" por el Ayuntamiento de León, 2010



José M. López

A pesar de su juventud, Berta García Faet (1988) ha publicado varios y reconocidos libros de poesía. Y si nos proponemos echarle en cara algo a esta magnífica poeta, sería tan solo este aspecto: ser ofensivamente joven. Porque si sus textos cargados de frescura fueran escritos por un laureado veterano, afirmaríamos que nos ofrece una poesía novedosa y original, que sirve para abrir nuevo caminos. Pero de una chica de veintiún años siempre podremos caer en la tentación de decir que posee una escritura vacía, juguetona y propia de su edad. Pero yo no suelo leer las solapas de los libros ni pedir el DNI a los recién conocidos, así que no puedo más que mostrar mi asombro y admiración ante un libro que posee dos de los rasgos que considero esenciales en poesía: originalidad y autenticidad.

Uno de los esfuerzos que más aprecio de Fresa y herida es su perpetuo intento de desacralizar lo poético, de romper las expectativas del lector y exprimir el aspecto más lúdico de lo lírico. Por su manera de fusionar el humor y lo trascendental en sus páginas me parece estar leyendo a Oliverio Girondo o a Carlos Edmundo de Ory. Y es que esta autora esgrime todas las armas heredadas de las antiguas vanguardias, sobre todo del surrealismo y del dadaísmo, para dejar en el fondo de cada poema un poso de desesperación y nihilismo. Su afición por quebrar la solemnidad del poema le lleva a cierres abruptos y sorpresivos, que, además de romper el horizonte de expectativas del lector, esconden una postura tímida y poco dada al sentimentalismo fácil.

(...) Y sólo cuando mi deseo
se ha convertido en una inmensa bola
o en un pichón o conejo obeso y planetario,
lleno de estrías por seguir creciendo
hasta llegar al límite de su volumen posible,
sólo entonces,
cuando su tamaño ya no resulta plenamente asqueroso,
socialmente nocivo, sentimentalmente molesto,
lo mato
y me lo como.

(De “Deseo”)

La autora se niega a arrodillarse ante el altar de la denominada "poesía con mayúsculas", y "grafitea" las paredes de su templo con apelativos virulentos (idiota, nazi, cáncer, gusano), y con asépticos términos científicos (carótida, brontofóbica, astenia).

Sin embargo, esta actitud lúdico-rebelde no está reñida con la autenticidad, y la tensión a la que se ve sometida cada poema no le permite caer en el saco de lo vacuo o lo excesivamente formalista. La primera parte del libro (“Registros administrativos/ Fotografías de explosiones”) se enfrenta a la construcción de la identidad, y allí observamos cómo el “yo” expresa con sinceridad descarnada su enfado ante la imposibilidad de compaginar escritura y dicha, se reivindica como mujer pasional o se muestra incrédulo a la hora de encontrar la verdad a través de la ciencia:

(…) Sí: ya no se quiebra: tiraré
a la basura
mi manojo de cifras
y para aceptar tu invitación
sólo usaré pulsos de luz,
sólo usaré la alegría.
Sólo me queda ahora la alegría
y el atrevimiento de saltar a los abismos con tus ojos
vendados
con tus manos.
Volveremos a viajar por la cinta de Moebius
de la mano.

(De “Tímido reportaje testimonial sobre los debates de invierno”)

La segunda parte del libro (“Fundamentos aplicados/ Tratados de finales”) es más virulenta y enérgica, ya que se encuentran en el campo de batalla las circunstancias que preludian los finales, las que acaban con el amor: desde las manías de un “yo” patológicamente contradictorio, pasando por el rencor efusivo hacia el otro sexo, y terminando con el inevitable sentimiento de la despedida. Pero para esta poeta el final no es un fracaso, ya que el recuerdo impide que lo bello desaparezca:

(…) No hay por qué inquietarse: entra dentro
de mí, esa pelusa del puzzle:
lo que se acaba (lo triste)
no anula el suceso (lo bello) (…)

(De “Dos elegías funerales en adagio y viernes”)

La última parte (“Poética”) la forma un único poema, que reflexiona sobre el propio oficio de escribir. Aquí se proclama, coherente con el resto del libro, que en poesía todo cabe, y que en el folio, como en la fría mesa de disección, el poeta está obligado a mostrarlo todo, desde el corazón a las tripas, desde los esperanzadores preliminares amorosos hasta los repugnantes finales que dejan el salón repleto de vísceras y de destrozos:

(…) Este es el proceso. En síntesis:
saludos, y actos de amor,
actos crueles, y despedidas.
Luego
no hay propósito de enmienda:
sólo las piezas frías
que recoges del destrozo
y que en vano expones
en esta mesa.

(De “Naturaleza muerta en la mesa del comedor”)

4 comentarios:

Alejandro Luque dijo...

Con el debido respeto a la autora, que me parece de las más interesantes de su generación, creo que es un piropo excesivo esa reminiscencia de Girondo y Ory. No digo que no llegue algún día a lograr esa alquimia de humor y trascendentalidad, porque talento y arrojo tiene, pero también un camino muy largo por delanto. Bueno, Jose, ya sabes que soy oryano, no lo puedo remediar... Un abrazo.

Guillermo Fdez (Utrera) dijo...

Hola José, primero darte la enhorabuena por los artículos y por este Blog que habéis montado, es una gozada y segundo invitarte a mi reciente blog que empecé hace muy poquito.

Saludos "Black". Estos días me pasaré con más detenimiento por aquí.

Guillermo Fdez (Utrera) dijo...

http://informeparaunbarcovikingo.tumblr.com/

Anónimo dijo...

Yo también soy oryano a tope, Alejandro. Por supuesto, no está a la altura de estos dos irrespetuosos del Parnaso, pero la forma descarada y lúdica con la que esta autora afronta el verso me recuerda, en cierto modo, la actitud lírica de aquellos.
Guille, gracias por visitarnos. Siempre es agradable que aparezcan por aquí grandes lectores como sé que eres.
Gracias a los dos por vuestros comentarios.
José Manuel