07 mayo 2010

Vida y muerte del pelícano

Los ojos del pelícano

Fernando Valverde

Visor, 2010

ISBN: 978-84-9895-739-6

72 páginas.

10 euros.

VIII Premio Emilio Alarcos.


Juan Carlos Sierra

La vida y la muerte del pelícano, imagen elegida por el poeta granadino Fernando Valverde para dotar a su último poemario de un elemento articulador, recuerda en cierto sentido al albatros de Charles Baudelaire: ambas aves deslumbran en su medio, el aire marino; el ave baudelaireana por su belleza y la de Fernando Valverde por su precisión en la pesca. Pero detrás de esa plenitud existe un destino trágico. En el caso del albatros, todo se vuelve torpeza y chanza una vez que toca la cubierta del barco y se ve rodeado de crueles marineros y, según nos revela Darío Jaramillo Agudelo en la contraportada del libro de Fernando Valverde, el pelícano está abocado a la ceguera y, en consecuencia, a la muerte tras tantos encuentros violentos contra el mar para buscar su sustento.

Para Charles Baudelaire, el albatros se correspondía con la imagen del poeta, bello en su medio –la literatura-, pero torpe y maltratado cuando se enfrenta al resto de la humanidad, es decir, a la vida; para Fernando Valverde, el pelícano también es trasunto del poeta, pero de este poeta en concreto y, por consiguiente, de todo aquel que se golpea una y otra vez contra la tozudez de la vida, de todo ser que enfrenta sus sueños a la realidad.

Los ojos del pelícano se abre y se cierra con sendos poemas ‘familiares’ –quizá los más entrañables del conjunto del poemario-: ‘La caída’ dedicado a su madre y ‘El último minuto’ dedicado a su abuelo. Entre ellos media el pelícano y cómo gestionar la ceguera causada por las numerosas frustraciones que han ido dejando su huella sobre la nieve de los proyectos y de los sueños. Tanto en una dimensión social como privada.

En la segunda sección de Los ojos del pelícano, titulada ‘El peso del agua’, el fracaso probablemente tiene nombre de país sudamericano, Nicaragua, pero independientemente del lugar, lo importante aquí es el análisis poético de una geografía, que aboca irremediablemente al desengaño, a la desesperanza, a la muerte en vida: “Zuleyma quiere un sueño que obedezca,/ un pedazo de amor y una sonrisa/ que sostenga el futuro.// Pero ella sólo intuye que le han robado el mundo,/ y sonríe, y espera, y juega a ser feliz” (‘Zuleyma’). En este contexto el personaje poético es mero espectador que observa y empatiza, pero que no pertenece al paisaje ni al paisanaje; por eso “Solo queda el regreso” -‘El amor desde el Vedado’-.

Pero esa misma sensación de fracaso se instala en la intimidad del personaje poético a partir de la tercera sección del libro ‘Es inútil seguir la sombra de los faros’, porque es inútil seguir lo que se ha perdido definitivamente, como el amor. No obstante, lo más terrible no es esto, sino las consecuencias de este hecho, perderse a uno mismo, como dejan bien claro los poemas ‘Madrugada’ –primero de los tres con el mismo título- o ‘El bosque”.

Llegados a este punto, parece que la única salvación se encuentra en la memoria de la infancia, según parece intuirse en ‘El tacto de la arena’, la sección que cierra el libro. Se trata de volver al principio para ver exactamente dónde se rompió el hilo de la narración de causas y consecuencias lógicas que hasta cierto momento fue la vida. Asimismo, el personaje poético se halla en el momento justo de realizar su particular estado de cuentas del presente –‘Un lobo’ y ‘El final’-.

A pesar de ciertas irregularidades del conjunto del último poemario de Fernando Valverde, los poemas del autor granadino cumplen la función que ha de desempeñar el verso: la indagación en lo más profundo del ser humano en un lenguaje poético rico e imaginativo que se aparta de la pobreza dialéctica del blanco y negro instalada en el discurso apresurado de la prosa de la vida, aquella que causa la ceguera del pelícano.

06 mayo 2010

Lenta espiral hacia el absurdo científico

Magnitud imaginaria

Stanislaw Lem

Impedimenta, 2010

ISBN: 978-84-937601-2-0

140 pág.

16 €

Traducción de Jadwiga Maurizio

Ilya U. Topper


Optimacho en n-pataíta se desclipsa al n-t-sinclúsculo. No lo entienden ¿verdad? Podría habérmelo figurado. Será mejor que escriba el resto de la reseña en cerolang.

Mejor dicho, ustedes aún no entienden la frase, pero la entenderán sus nietos: se trata de metalang-2, el lenguaje que se utilizará en algún momento del futuro, según los cálculos de la prognolingüística. Nos ahorraría una enorme cantidad de espacio utilizarla aquí ―la frase citada abarcaría varios folios en cerolang― pero de momento no hay forma. Aunque, visto a qué tipo de códigos se reduce incluso el simple castellano (que forma parte del nivel cerolang) en las pantallas de los móviles de las adolescentes, podemos pronosticar que muy pronto alcanzaremos al menos el nivel metalang-1.

Como en tantas ocasiones, Stanislaw Lem (1921-2006) vivió para ver prácticamente alcanzadas o superadas las elucubraciones que las editoriales imprimían en los años sesenta y setenta con el ―entonces aparentemente adecuado― marchamo literario de “ciencia ficción”. Más ciencia que ficción, diríamos hoy.

Fiel a los baremos de toda su obra, también en Magnitud imaginaria Lem parte de sólidos principios matemáticos, físicos y cibernéticos para llevar al lector en una lenta espiral hacia el absurdo... pero uno es incapaz de decidir en qué momento salta la raya que separa la reflexión científica de la locura desenfrenada: como unos pájaros de Escher, una cosa se convierte en la otra. En esto, Lem se parece al Bosco: uno se fija en el petirrojo, dibujado a natural, en el centro del tríptico, y acaba creyendo en la existencia de monstruos picudos porque están dibujados con el mismo trazo certero de pincel.

Y no es que Lem se quede corto, no: ¿entiende usted que a una colonia de bacterias se le puede acostumbrar crecer hacia una dirección concreta mediante el reparto estratégico de químicos nocivos en el caldo de cultivo? Sí ¿verdad? Pues acabará creyendo que estas bacterias llegarán a escribir inglés mediante el sistema Morse, y que no sólo redactarán poemas triviales en inglés sino que además predecirán el futuro en inglés. Y no le voy a decir más, porque incluso cuando Lem disfraza sus historias bajo la aladrillada apariencia del prólogo de una obra científica, contar el final sería delito.

Limitémonos, pues, a lo que se podría contar en el prólogo de una novela: Magnitud imaginaria contiene cuatro piezas, que se presentan como otros tantos prólogos a obras científicas que, por supuesto, jamás se llegaron a escribir. Les precede un prólogo que reivindica el arte de escribir prólogos para obras que no existen (eso sin contar con el prólogo de Roberto Valencia que, al no poder rizar ya más el rizo, se limita a resumir e interpretar lo que el lector se encontrará en las páginas siguientes).

‘Necrobias’ introduce una exposición de pornogramas (radiografias eróticas). ‘Erúntica’ explica las capacidades premonitorias de las cepas de Escherichia coli eloquentissima y la similar bacteria Gulliveria coli prophetissima. ‘Historia de la literatura bítica’ analiza en profundidad las tres categorías (de la homotropía o literatura cishumana a la heterotropía con sus tendencias antimáticas y terafísicas) de la bitística, es decir la literatura escrita por ordenadores por su propia iniciativa. Y ‘Extelopedia Vestrand’ es un folleto publicitario de la primera enciclopedia que dejará de estar desfasada cuando salga de la imprenta, dado que no recoge el saber actual de la humanidad sino el que la humanidad adquirirá en el futuro, basándose en cálculos probabilísticos.

Advertencia para aunolemómanos *): Magnitud imaginaria no es mi libro favorito de Lem. Es, desde luego, muy digno de su autor (pese a que me saltaría ambos prólogos, y perdonen las posibles confusiones). Los incondicionales de Lem, entre los que tengo la fortuna de contarme, sonreirán en do sostenido o reirán a mandíbula batiente, según disposición muscular.

Pero no es la obra que recomendaría a alguien que aún no ha leído nada del genio polaco: la lectura exige cierto esfuerzo matemático-físico-lingüístico y para el no iniciado no es de inmediato obvia la tremenda sátira que consiste en parodiar no sólo las investigaciones científicas sino también su lenguaje inaccesible y tedioso, aunque salpicado, por supuesto, con las inimitables chispas de Lem (mi hallazgo favorito: “piolencia: fanatismo religioso”).

En este punto hay que rendir homenaje a la traductora, Jadwiga Maurizio: no leo polaco pero puedo dar fe de que esta edición de Magnitud imaginaria nos acerca el lenguaje que conozco de traducciones (al castellano, al alemán) de otros textos del autor y que exige una enorme creatividad de parte de quien traduce: hace falta re-crear, inventar, hallar equivalentes para esta marea de palabras inexistentes que a Lem le fluyen de la pluma como bolitas de azogue (ahora intente traducir piolencia a cualquier idioma que usted domine y me dirá).

Si después de todo eso usted aún duda de si comprar el libro, tal vez deba empezar con Solaris, los Diarios de las Estrellas, los Relatos del Piloto Pirx, la hilarante y filosófica Ciberiada (difícil de superar) o mi favorito personal, el Congreso de Futurología. Pero la próxima vez que entre en una librería, hágase el favor de dirigirse a la estantería L.

___
*) vocablo del nivel metalang-1: persona que todavía no ha llegado a ser un seguidor incondicional de los libros de Stanislaw Lem, aunque todo indica que lo será en el futuro próximo, tras caer en sus manos una obra cualquiera de dicho autor.

05 mayo 2010

La ruleta literaria

La historia de mi mujer
Milán Füst
Galaxia Gutenberg, 2009.
ISBN: 9788481098105.
460 pp.
22.90 €
Trad. Teresa Ruiz Rosas
Luis Manuel Ruiz

La gloria literaria, igual que el triunfo en los casinos, tiene menos que ver con el talento que con la conjunción de buena suerte y amistades adecuadas. Inquieta reparar, al echar un vistazo a cualquier listado de obras imprescindibles del siglo XX, que la gran mayoría de ellas se limitan al idioma inglés, al francés o al castellano, y que sin excepción sus autores habitaron en algún momento de sus biografías en París o Nueva York, esquivando por instinto rincones menos decorativos del mapa. La pregunta inevitable que surge es cuántas obras maestras permanecen secretas, escondidas, en el anaquel; a cuántas no tenemos acceso porque sus creadores no las acuñaron en las cuatro o cinco lenguas ecuménicas, cuántas han quedado en el anonimato porque la persona responsable no se paseó por la ribera del Sena sino por un río de aguas menos caudalosas. Este pensamiento se vuelve insistente y casi doloroso cuando uno tropieza con novelas como esta Historia de mi mujer, del húngaro Milán Füst, que sin duda, de haber sido redactada con ayuda de otro diccionario u otra página del atlas, habría sido reconocida desde el momento de su aparición como una indiscutible obra cumbre contemporánea. Pero que, igual que las Memorias de una enana de Walter de la Mare o De noche, bajo el puente de piedra, de Leo Perutz, ha de conformarse con el rango de curiosidad exótica.

Torrencial, excesiva, devastadora, estos adjetivos acuden con facilidad a las mientes a la hora de definir una obra tan difícil de atrapar. Publicada por vez primera en 1942 y dotada de un título envidiable, La historia de mi mujer podría ser definida, por exclusión, como un intento de estudio psicológico. Estudio, en primer lugar, del protagonista y narrador en primera persona, un lamentable capitán de barco llamado Jakab Störr agobiado por sus complejos y su incapacidad para relacionarse con las mujeres. Estudio, luego, del gran personaje de la trama, su esposa, la pizpireta, histérica y adorable (tal vez) Lizzy, llevada de acá para allá por caprichos sin cuento, que permanece junto a un hombre sin saber por qué mientras fuma un cigarrillo tras otro y le engaña con individuos salidos del arroyo. Y estudio, sobre todo, del gigantesco carnaval que rodea a la pareja y asiste a las vicisitudes de su vida matrimonial, jugando a veces en ella papeles poco honrosos: la galería incluye lo más granado del submundo de arribistas, exiliados y crápulas de la Europa de entreguerras, herederos despojados de su fortuna, candidatos a artistas que no mueven un pincel, jóvenes millonarias que aman entregarse a desconocidos en cuartos de pensión, vecinos rijosos, contrabandistas y prostitutas, el censo es largo. El conjunto transmite una inevitable familiaridad con otros productos mejor conocidos (por esos juegos de la ruleta de que hemos hablado más arriba), como Auto de fe, de Elías Canetti, o, sobre todo, el Viaje al fin de la noche de Louis-Férdinand Céline. La mordacidad, la frase rápida y la contundencia en la imagen la aproximan más que nada a este último ejemplo, aunque con las salvedades de un estilo más amable y una cierta compasión por el destino final de los individuos, que no tienen culpa de vivir en el gran albañal que les ha tocado en la tómbola.

Galaxia Gutenberg nos ofrece su cuidada presentación de costumbre, a la que añade en esta ocasión un mérito más. La traducción, debida a Teresa Ruiz Rosas, y subvencionada, según leo, por la Magyar Könyv Alapítvány, abunda en aciertos y frases brillantes; lo cual, en una novela cargada de tantos giros coloquiales y expresiones de doble sentido, no deja de ser una victoria sobre el descuido o la vulgaridad. Para ser buen traductor, a diferencia de lo que sucede con los buenos amantes, no siempre hay que sacrificar la exactitud.

04 mayo 2010

Esto sí es cervantino



Stradivarius Rex

Román Piña

Sloper, 2009

ISBN-13: 978-84-936717-2-3

268 páginas

15 €




Daniel Ruiz García

Después de que hace algunos años varios escritores pregonaran con ruido el Fin de la Novela como género, en estos momentos asistimos a un encendido debate crítico en torno a dos modelos de novela: el modelo galdosiano, caracterizado por el realismo, y que encuentra su expresión más definida en la producción prosística europea más emblemática del siglo XIX, y el modelo cervantino, que tiene su origen en El Quijote y en su compleja estructura de tramas, puntos de vista y voces narrativas. La solución a esta supuesta crisis de la novela ha implicado una operación de drástica sangría sobre el brazo de la propuesta galdosiana-realista, que ha salido claramente perdiendo a favor del modelo cervantino, que se configura como la solución a todos los males. La mayoría de la producción novelística que se está imponiendo en las grandes y no tan grandes editoriales patrias va en la senda cervantina. Los tiempos, desde luego, acompañan, y ante una situación de crisis de valores, heterogeneidad de discursos, cuestionamiento de las ideologías y triunfo de todo eso que en conjunto ha venido a llamarse postmodernidad, la fórmula que se impone es la de la novela de estructura compleja, del juego, donde la clásica trama de presentación-nudo-desenlace se diluye, y donde la voz narrativa apuesta por el recorrido sinuoso, por la oscuridad premeditada, sin contenerse a la hora de emitir juicios, y favoreciendo el desarrollo de propuestas a medio camino entre la novela y el ensayo, o la novela y la poesía, o la novela e incluso el programa de televisión.

Creo –y esto ya es una opinión personal- que en buena medida el deslumbramiento por la fórmula cervantina tiene algo de sarampión, de infección producida por un exceso de sensibilidad y perspicacia, por un carácter demasiado impresionable, el de nuestros escritores, hacia una situación, la del cambio y la ruptura, que en verdad resulta casi aburrida por su recurrencia. Opino que seguirá habiendo propuestas cervantinas en un futuro, pero que la proporción de novelas que cuentan historias interesantes sin necesidad de epatar o de artificios retóricos o estructurales se revertirá nuevamente, y volveremos a lo que siempre fue este género: el arte de contar historias con pegada. Entretanto, toca lidiar con esta profusión de obras que buscan la rareza o la complejidad de forma a veces sonrojantemente obvia, entre las que hay de todo, como en botica. A la hora de enfrentarnos a estas obras, conviene recordar algo que en cierta medida se ha convertido en un lugar común, y que nos ayuda a separar el grano de la paja. Para llegar a El Quijote, Cervantes tuvo que sumar muchas horas de oficio. Picasso alumbró el Guernica después de adquirir un dominio pleno sobre el dibujo, la perspectiva y la forma. Para llegar a esa textura casi deshecha, como tallada desmañadamente sobre el barro, de las últimas piedades de Miguel Ángel, el italiano universal tuvo que aprender a transformar un gran bloque de mármol en un gigante sin más recurso que un martillo y un cincel. A este respecto, es interesante lo que revelaba recientemente el crítico y escritor Manuel Rico en su blog, a raíz precisamente del debate sobre el modelo de novela del siglo XXI.

Desde su condición de escritor, decía que:

Estoy en condiciones de afirmar que lo que me parece más fácil es la opción por la fragmentariedad, escribir sin un orden premeditado, respondiendo a impulsos inconscientes, trasladar al texto citas internas, textos de otros guiado por un azar tan caprichoso como irracional, encadenar ideas e imágenes... Y lo más difícil, construir una historia con un lenguaje revelador, exigente, trabajar una trama que muestre e intente resolver las contradicciones que viven los personajes (que han de ser vivos, de carne y hueso y alma), crear un mundo, una atmósfera, una suma o una interrelación de vidas, una sucesión de acontecimientos tejidos por una lógica que los emparente y les dé sentido. Para mí es esto último lo más difícil, lo que requiere de un esfuerzo sostenido (de lenguaje y de imaginación) hasta lograr una obra en la que nada suene a gratuito, a capricho no justificado, a mero artificio. No por casualidad, algunos amigos narradores llegaron a confesarme hace un par de años las serias dificultades con que se encontraban a la hora de estructurar una trama, su admiración hacia aquellos que lograban, con cierta facilidad, construir historias (al margen de la estética con que las trazaran) y sus limitaciones para escribir otra cosa que no fuera un libro de relatos o una sucesión de reflexiones, estampas/fragmentos o anécdotas”.
  
Lo que Manuel Rico viene a decir, hablando en plata, es que detrás de ese afán por el “corto y pego”, detrás de esa obsesión por rizar el rizo y buscar la frescura, se esconde en muchos casos una incapacidad por contar bien las cosas. Por narrar, en definitiva, y hacerlo con nervio, con tensión, con interés.

Toda esta introducción, algo extensa, viene a cuento del libro que traemos hoy a esta reseña. Se trata de Stradivarius Rex, de Román Piña. Una novela que encarna lo mejor del modelo cervantino. De hecho, es la novela más netamente cervantina que recuerdo.

Román Piña construye un artefacto rabiosamente postmoderno. Por su propio argumento, encarna, de hecho, a la perfección, lo que cualquiera podría entender como literatura mutante. La historia va de un tipo que cada mañana se levanta siendo una persona diferente. Es víctima de un extraño conjuro o experimento o maldición por la que tiene que soportar vivir millones de vidas, padeciendo cada existencia única durante 24 horas. Un argumento de poso kafkiano que Román Piña resuelve con pericia gracias al tono. Porque Stradivarius Rex es sobre todo una novela humorística. Es por eso que digo que resulta netamente cervantina. Porque si hay algo que hay que elogiar a El Quijote es su sentido del humor. Es lo que en última instancia nos lleva a identificarnos con los personajes, a descender a su altura, a compadecernos de su drama. Como en El Quijote, en Stradivarius Rex hay modernidad, pero también un trazo firme de personajes. No hay, como explicaba Rico, una sucesión de reflexiones o anécdotas, no hay una juntura mal cosida de relatos. Hay muchas historias distintas dentro de una gran historia, donde gobierna sobre todo el drama triste y a la vez hilarante de un personaje miserable condenado a una existencia mutante y portátil.

Román consigue algo muy difícil. Como Cervantes, consigue que nos creamos una historia absolutamente disparatada. Igual que entramos al trapo de creernos que hay un loco que confunde a los molinos de viento con gigantes, nos convencemos de que Marcos Badosa puede levantarse cada mañana en la piel de un tipo diferente. Que entremos en ese juego sólo obedece a una justificación: la pericia del autor. El talento narrativo. Román Piña se sabe postmoderno, se sabe mutante, pero sobre todo se sabe resultado de una herencia cultural que viene de siglos. A este respecto, la novela que está dentro de la novela, “Salvar al Soldado Aquiles”, que escribe el propio personaje protagonista, es, amén de un derroche de humorismo fino, una evidencia contundente de que el escritor asume su genética literaria. Hay que ser muy hábil para incrustar en medio de una novela toda una reinterpretación en clave jocosa de la mitología homérica, colando a personajes como John Lennon o Woody Allen, sin que ello resulte forzado o extraño. En este tiempo en el que a muchos les duele la boca reivindicándose como discípulos de la tradición cervantina, más de uno debería hacer como hace Román Piña. Ir más lejos, a la raíz homérica, el vientre del que emanó toda la ficción europea.

Léanla, se la recomiendo. Van a reírse. Van a leer una buena novela.

03 mayo 2010

La verdad de las mentiras

Idéntico al ser humano

Kobo Abe

Candaya, 2010
ISBN: 978-84-937077-5-0

168 pág.
15 euros.

Prólogo de Gregory Zambrano
Traducción de Ryukichi Terao


Rafael Suárez Plácido



Desde hace ya algunos años asistimos al imperio de la mentira en la mayoría de los medios de comunicación. Desde un axioma más o menos cuestionable se puede construir cualquier discurso, a la manera de los antiguos sofistas y apoyándose en las leyes de la lógica que parece que todo lo amparan. No se trata de demostrar que algo es cierto, sino de desmontar la realidad, que es más difícil. No tenemos más que encender el televisor a cualquier hora, o abrir la mayoría de los principales diarios, o escuchar la mayoría de las emisoras de radio: todo vale. Algo así debió pensar en 1967 el japonés Kobo Abe, cuando ideó esta novela, a medias ensayo y sobre todo pieza teatral, que trata sobre lo que es verdad y lo que no, o sobre si hay algo de verdad, o sobre si la lógica no es sino una forma de envolver la mentira e ir transformándola en algo que pretende ser cierto.

Desde la editorial catalana Candaya ponen su granito de arena en este momento brillante que están viviendo las letras japonesas en nuestro país, con esta traducción de una de las novelas de Kobo Abe (Tokio, 1924-1993), uno de los novelistas más populares de su país, en la segunda mitad del siglo pasado, y del que, en España, ya conocíamos La mujer de la arena (Siruela, 1989).
Tras la histórica rendición japonesa al general MacArthur, en agosto de 1945, se repitió el prodigioso milagro del levantamiento económico japonés que ya se había vivido en el periodo Meiji, cuando en varias décadas se transformó la sociedad japonesa de un estado casi medieval que era a un país moderno. Ahora se volvería a reconstruir el país no sólo en lo económico, sino en lo social y en lo cultural. A esta época pertenecen la última etapa de la obra de Junichiro Tanizaki, la más interesante de Yasunari Kawabata y la integridad de algunas obras esenciales también, como son las de Yukio Mishima, Kenzaburo Oe, Masuji Ibuse y el propio Kobo Abe. Todos ellos están siendo convenientemente editados (incluso reeditados) en España: Tanizaki en Siruela, Kawabata en Emecé, Mishima en Alianza, Oe en Anagrama y, actualmente, en Seix Barral, e Ibuse en Libros del Asteroide. Si a esto le sumamos las ediciones de Historia de Genji simultáneamente en Destino y Atalanta, Soseki en Impedimenta, el éxito masivo de crítica y de ventas Haruki Murakami en Tusquets y la aparición de este primer volumen de Abe en Candaya, estaremos de acuerdo en que en pocos años se está cubriendo con eficacia la presencia de las obras más reconocidas de la narrativa nipona en España. En esto profundiza el interesante prólogo de Gregory Zambrano que, como es costumbre en esta colección de Candaya, acompaña a la novela.

Idéntico al ser humano es el título de esta novelita que en 1967 publicó Kobo Abe en Japón. Es importante la fecha, porque un año después se nos contó que Neil Armstrong había sido el primer hombre en pisar la Luna y no es un hecho aislado. Los medios de comunicación son un poder relevante e inventan una realidad que difícilmente podemos refutar porque no tenemos a nuestro alcance más medios que los que nos dejan. Kobo Abe imagina un personaje que es guionista de un programa de radio, en el que un marciano observa “desde una óptica distinta el mundo humano para detectar sus aspectos cómicos, no descubiertos en estado normal…” Sí, nos recuerda al Gurb de Mendoza. Los programadores de la emisora estaban contentos porque recibían más de veinte cartas al día. En 1967 también era decisivo el tema de las audiencias que se medían de forma menos sofisticada que ahora, ¿aunque quién se cree las audiencias tal y como nos las cuentan? Las alarmas se le disparan a nuestro protagonista cuando va a aterrizar una nave en Marte que va a demostrar que allí no hay vida posible, y ante eso, le resulta imposible continuar con el engaño del programa del marciano. El tema es muy actual, nos parece. ¿Cómo seguir sacando partido a una mentira, cuando se demuestra que lo es?

Formalmente, la novela se divide en tres partes. Una presentación y un epílogo que son monólogos del personaje central, donde sí, se podría hablar de capítulos novelados, y una parte central, la más importante, que es el diálogo entre los dos personajes y en el que, esporádicamente, aparecen las dos esposas de ambos. Esta parte central podría ser llevada al teatro, la otra gran pasión de Kobe Abe, y tiene también mucho de ensayo. Un ensayo sobre Lógica en el que los personajes alternan la verdad con las mentiras. Todo parte de una gran mentira: el hombre que visita a nuestro personaje es un marciano “idéntico al ser humano”. Aparentemente esto no merece más comentarios. Pero si entramos en el debate, y lo hacemos llevados por una serie de circunstancias bastante convincentes, se van sucediendo comentarios que no podemos refutar. No olvidemos que, como señala el prologuista acertadamente, el japonés es un tipo de persona que lleva las reglas de la cortesía hasta extremos que aquí nos parecerían excesivos, y se siente en la obligación de refutar una aparente verdad con una verdad más fuerte aun.

En el párrafo final el personaje protagonista se dirige al lector, como ya hizo en la primera parte del libro varias veces, y le suplica que le ayude a entender la historia, que tiene algo de kafkiana: “¿Todo esto será la consecuencia de una fábula sometida por la realidad o de la realidad rendida por una fábula? Me gustaría preguntárselo a usted, que está situado fuera del tribunal. El lugar donde se encuentra, ¿pertenece a la realidad o a la fábula?”

Nos interesa ir conociendo obras que cuestionen la realidad en la que nos dicen que vivimos. Kobo Abe lo hace magistralmente. Esperemos poder seguir leyendo sus novelas.