06 mayo 2010

Lenta espiral hacia el absurdo científico

Magnitud imaginaria

Stanislaw Lem

Impedimenta, 2010

ISBN: 978-84-937601-2-0

140 pág.

16 €

Traducción de Jadwiga Maurizio

Ilya U. Topper


Optimacho en n-pataíta se desclipsa al n-t-sinclúsculo. No lo entienden ¿verdad? Podría habérmelo figurado. Será mejor que escriba el resto de la reseña en cerolang.

Mejor dicho, ustedes aún no entienden la frase, pero la entenderán sus nietos: se trata de metalang-2, el lenguaje que se utilizará en algún momento del futuro, según los cálculos de la prognolingüística. Nos ahorraría una enorme cantidad de espacio utilizarla aquí ―la frase citada abarcaría varios folios en cerolang― pero de momento no hay forma. Aunque, visto a qué tipo de códigos se reduce incluso el simple castellano (que forma parte del nivel cerolang) en las pantallas de los móviles de las adolescentes, podemos pronosticar que muy pronto alcanzaremos al menos el nivel metalang-1.

Como en tantas ocasiones, Stanislaw Lem (1921-2006) vivió para ver prácticamente alcanzadas o superadas las elucubraciones que las editoriales imprimían en los años sesenta y setenta con el ―entonces aparentemente adecuado― marchamo literario de “ciencia ficción”. Más ciencia que ficción, diríamos hoy.

Fiel a los baremos de toda su obra, también en Magnitud imaginaria Lem parte de sólidos principios matemáticos, físicos y cibernéticos para llevar al lector en una lenta espiral hacia el absurdo... pero uno es incapaz de decidir en qué momento salta la raya que separa la reflexión científica de la locura desenfrenada: como unos pájaros de Escher, una cosa se convierte en la otra. En esto, Lem se parece al Bosco: uno se fija en el petirrojo, dibujado a natural, en el centro del tríptico, y acaba creyendo en la existencia de monstruos picudos porque están dibujados con el mismo trazo certero de pincel.

Y no es que Lem se quede corto, no: ¿entiende usted que a una colonia de bacterias se le puede acostumbrar crecer hacia una dirección concreta mediante el reparto estratégico de químicos nocivos en el caldo de cultivo? Sí ¿verdad? Pues acabará creyendo que estas bacterias llegarán a escribir inglés mediante el sistema Morse, y que no sólo redactarán poemas triviales en inglés sino que además predecirán el futuro en inglés. Y no le voy a decir más, porque incluso cuando Lem disfraza sus historias bajo la aladrillada apariencia del prólogo de una obra científica, contar el final sería delito.

Limitémonos, pues, a lo que se podría contar en el prólogo de una novela: Magnitud imaginaria contiene cuatro piezas, que se presentan como otros tantos prólogos a obras científicas que, por supuesto, jamás se llegaron a escribir. Les precede un prólogo que reivindica el arte de escribir prólogos para obras que no existen (eso sin contar con el prólogo de Roberto Valencia que, al no poder rizar ya más el rizo, se limita a resumir e interpretar lo que el lector se encontrará en las páginas siguientes).

‘Necrobias’ introduce una exposición de pornogramas (radiografias eróticas). ‘Erúntica’ explica las capacidades premonitorias de las cepas de Escherichia coli eloquentissima y la similar bacteria Gulliveria coli prophetissima. ‘Historia de la literatura bítica’ analiza en profundidad las tres categorías (de la homotropía o literatura cishumana a la heterotropía con sus tendencias antimáticas y terafísicas) de la bitística, es decir la literatura escrita por ordenadores por su propia iniciativa. Y ‘Extelopedia Vestrand’ es un folleto publicitario de la primera enciclopedia que dejará de estar desfasada cuando salga de la imprenta, dado que no recoge el saber actual de la humanidad sino el que la humanidad adquirirá en el futuro, basándose en cálculos probabilísticos.

Advertencia para aunolemómanos *): Magnitud imaginaria no es mi libro favorito de Lem. Es, desde luego, muy digno de su autor (pese a que me saltaría ambos prólogos, y perdonen las posibles confusiones). Los incondicionales de Lem, entre los que tengo la fortuna de contarme, sonreirán en do sostenido o reirán a mandíbula batiente, según disposición muscular.

Pero no es la obra que recomendaría a alguien que aún no ha leído nada del genio polaco: la lectura exige cierto esfuerzo matemático-físico-lingüístico y para el no iniciado no es de inmediato obvia la tremenda sátira que consiste en parodiar no sólo las investigaciones científicas sino también su lenguaje inaccesible y tedioso, aunque salpicado, por supuesto, con las inimitables chispas de Lem (mi hallazgo favorito: “piolencia: fanatismo religioso”).

En este punto hay que rendir homenaje a la traductora, Jadwiga Maurizio: no leo polaco pero puedo dar fe de que esta edición de Magnitud imaginaria nos acerca el lenguaje que conozco de traducciones (al castellano, al alemán) de otros textos del autor y que exige una enorme creatividad de parte de quien traduce: hace falta re-crear, inventar, hallar equivalentes para esta marea de palabras inexistentes que a Lem le fluyen de la pluma como bolitas de azogue (ahora intente traducir piolencia a cualquier idioma que usted domine y me dirá).

Si después de todo eso usted aún duda de si comprar el libro, tal vez deba empezar con Solaris, los Diarios de las Estrellas, los Relatos del Piloto Pirx, la hilarante y filosófica Ciberiada (difícil de superar) o mi favorito personal, el Congreso de Futurología. Pero la próxima vez que entre en una librería, hágase el favor de dirigirse a la estantería L.

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*) vocablo del nivel metalang-1: persona que todavía no ha llegado a ser un seguidor incondicional de los libros de Stanislaw Lem, aunque todo indica que lo será en el futuro próximo, tras caer en sus manos una obra cualquiera de dicho autor.

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