22 octubre 2009

Maldito parné

Mis premios

Thomas Bernhard

Alianza, 2009

ISBN. 9788420684260

148 páginas.

16 euros.

Traducción de Miguel Sáenz.




Alejandro Luque

Algunos escritores se asemejan a las grandes capitales: todo el mundo conoce (o ha oído hablar de) sus centros históricos, ricos en monumentos de obligada visita. Pero quienes van más allá de ese área de unánime admiración, encontrará casi siempre un extrarradio lleno de sorpresas, de obras menores que no en vano completan el conjunto y ayudan a entenderlo mucho mejor. Como las grandes capitales, también, estos autores son inagotables: cuando crees que lo has visto todo, siempre queda algo nuevo por descubrir. A ese cinturón marginal, a esa periferia reservada a los más ávidos caminantes, pertenece Mis premios, el libro inédito de Thomas Bernhard que ve la luz 20 años después de su muerte precoz, y cuando sus seguidores, que son legión fervorosa, daban por explorado cada palmo de su crudo y fascinante universo. Escrito en 1980, el libro es una colección de historias breves de carácter autobiográfico, cada una de las cuales está relacionada con alguno de los muchos premios literarios que Bernhard recibió entre 1963 y 1979.
Guiados por su prosa sin grasa ni colorantes, asistimos al trance en que el escritor debe buscarse un traje para acudir a la entrega de uno de estos galardones; al accidente que sufre con el coche que se compró con la dotación de otro; a sus planes de comprarse unas contraventanas con uno más; de la noticia de aquel premio que le llegó en la antesala de la muerte en un hospital de tuberculosos; de su desencuentro con un ministro... En casi todos surge el serio problema de los discursos. Y en casi todos, también, el interés económico como única justificación de tantos tormentos.
Porque, mientras la lectura va fluyendo, es fácil empezar a sentir desazón, asco, indignación, angustia, a poco que uno haya vivido, ya sea como ganador, jurado o como simple invitado, la experiencia de comparecer a las ceremonias de entrega de algunos de los 3.500 premios literarios que se convocan anualmente en España. Algunos, los menos, se salvan haciendo gala de sobriedad o elegancia insólitas. La mayoría son lamentables espectáculos, sucesiones interminables de discursos soporíferos, burdas pantomimas rodeadas de falso misterio, concurridas citas para charlatanes casposos e insaciables. Los escritores seguiremos concursando, los informadores seguiremos cubriéndolos, pero la mayoría de los premios de nuestro país seguirán siendo una humillación para quienes suben a recogerlos y para quienes aplauden, por abultados que sean los cheques, por bien que vengan para llenar la mesa o consentirse algún lujo.
“Durante toda mi vida –escribía Thomas Bernhard en su novela El sótano– he sido uno de esos aguafiestas, y seré y seguiré siendo siempre un aguafiestas, como me calificaban siempre (...) siempre fui un aguafiestas, con cada aliento, con cada línea que escribo”. Eso es lo que hace el escritor de Heerlen, partir de la anécdota para aguar la fiesta, abrirse camino en medio de los sagrados ritos de la Cultura a golpes de buena prosa, aun a riesgo de no salir él mismo bien parado. El último texto, el clímax de la antifiesta, es su discurso de dimisión de la Academia de Lengua y Poesía.
El látigo de las conciencias europeas, como se le ha llamado, está de vuelta. Pero, aunque su escritura siga siendo una gozada, este libro plantea también la pregunta de hasta qué punto estamos en disposición de dejarnos fustigar; la duda de si estaremos ya tan maleados, tan curados de grandes provocaciones, que incluso el destroyer Bernhard no pueda aspirar desde el más allá a hacer al hipócrita lector mucho más que cosquillas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maleados o no, enfundados o no en trajes de neopreno para seguir sonriendo entre tanta inmundicia, es una lástima que no abunden autores como Bernhard. Que se hayan podido recopilar unos pocos artículos hasta formar un libro en torno a los premios que Bernhard ganó me parece, simplemente, una anomalía, un despiste de la sociedad que se los otorgó, un malentendido que difícilmente volvería a repetirse hoy, al menos en nuestro país. Después de algún serio desencanto con estas páginas virtuales ha sido un gusto volver a abrirlas por aquí.