Reloj de arena. Antología poética (1950-2009)
Aquilino Duque
La Isla de Siltolá, 2011. Colección "Arrecifes"
ISBN: 978-84-15039-42-6
140 páginas
12 €
Jesús Cotta
Puede quedar feo que yo reseñe un libro de una editorial que me ha publicado a mí, pero, como en casi todo, a veces conviene hacer excepciones, sobre todo si, como ocurre en este caso, el libro en cuestión me gusta. Lo honrado entonces es reseñarlo, por muy mal que pueda uno quedar. Me arriesgo a ello, porque este libro vale la pena: Aquilino Duque es un buen poeta; Abel Feu, un buen antólogo; la Isla de Siltolá, una buena editorial; y la edición de su nueva colección "Arrecifes" es además bellísima. La conjunción de estrellas ha sido propicia y el resultado es un libro delicioso que reúne para el amante de la buena poesía lo más representantivo de una obra que comenzó en 1950 y aún no ha terminado: más de medio siglo.
Esta antología es, pues, como un río que pasa del rápido al remanso, de la cascada al meandro y en cuyas márgenes se suceden los juncos, los sauces y los trigales. Y que aún no ha desembocado. Pero la barca con que lo vamos navegando es la misma y no cambia por mucho que cambien las aguas y las orillas y los pájaros del río. La barca es griega y su madera es española y el viento que mueve sus velas viene de Italia. De los primeros poemas a los últimos, la voz del poeta resuena fuerte, firme y segura, una misma voz que canta canciones muy distintas.
Entre ellas destaco, para empezar, los romances. Lorca los revolucionó y los convirtió en algo nuevo y distinto y personal, hasta el punto de que muchos de los romances actuales suenan a él. Algunos, para evitar a Lorca, escriben romances rarísimos. Lo difícil es, pues, escribir un romance que beba de toda la tradición romancera de España, incluido Lorca, y que ofrezca algo bueno y personal. Y eso es lo que consigue el autor en romances estupendos como A mí mismo, asomado a las “almenas”.
Como lector habitual que soy de poesía, echo en falta entre los autores españoles actuales que alguna vez cultiven un metro que no sea el endecasílabo blanco. Con la riqueza métrica de nuestra milenaria tradición poética, quedarse en el endecasílabo me parece un empobrecimiento. Muchos poetas han renunciado a la rima y a las estrofas clásicas porque su poesía, en esos moldes, les suena a antigua o les parece una pose. Pero el autor de este libro se atreve con ellas y las hace suyas, naturales, propias, airosas. Y, no contento con eso, las adorna de rimas audaces e imprevisibles. La riqueza métrica y estrófica es uno de los grandes alicientes de este libro. Además de los consabidos endecasílabos blancos, nos encontramos con heptasílabos, alejandrinos y octosílabos; y con sonetos, segudillas con bordón, coplas, cuartetos, serventesios, etc. Y de esta manera el poeta no sólo nos llega al corazón y a la cabeza, sino también al oído y la música.
Pero lo mejor del libro para mi gusto es la elegante dignidad, la maestría poética y la contundencia expresiva, sin barroquismos pero sin simplezas, en fin, la voz alegre y florida, pero, a la vez, profunda y filosófica con que el poeta, a lo largo de tantos años y de tantos poemas tan distintos, desde el libro de La calle de la luna a Entreluces, canta a la juventud, a España, a Roma, a lo que no pudo ser, a lo que sí pudo ser, al amor, a Dios, al silencio... Bajo el poeta se esconde un filósofo y bajo el filósofo un amante de la belleza y bajo el amante de la belleza un niño maravillado ante el mundo. Nunca la amargura del enfermo. Nunca el pesimismo del suicida. Nunca el resentimiento del fracasado. Y bajo palabras sencillas y hermosas, se esconden la hondura y la sugerencia. El despilfarro y el vigor de la juventud está en estos versos:
"Soy un bosque que arde,
soy un río que crece
y me sobra poder para darte la vida."
Y la soledad en estos:
"A mí me están consumiendo
como veintidós carbones
veintidós años que tengo."
Aunque el antólogo ha dejado fuera algún poema señero que a mí me tiene enamorado, celebro el criterio con que ha hecho la selección y no me resisto a aconsejar al lector que se regale el placer de leer y releer la invectiva de "El ignorante", el "arco tendido" de "Coventry Street", la definición poético-filosófica de lo que es besar a una mujer en "El amor", el tratamiento originalísimo de lo divino en "De la existencia de Dios", el conocimiento y la magnanimidad en "El último viaje de Antonio Machado", la gracia de lo pequeño e inocente en "Una niña aprende a nadar", el salero dolce y original de las "Sevillanas romanas" y el glorioso y necesario poema de "Mejor callar", donde he leído las mejores razones para saber que está todo dicho y seguir, sin embargo, escribiendo. Siempre he pensado que los poetas aumentan el número de cosas bellas en el universo. Vale la pena dedicar a ello la vida. Bienvenido sea, pues, esta antología de la belleza.
7 comentarios:
Bellísima y generosa reseña. Y con el mérito de ser la primera que me llega.
Lamento disentir. A pesar de la excelente reseña del Sr. Cotta, no se me ocurre ninguna razón de índole literaria para leer al poeta Aquilino Duque, incluso si se prescinde del extravagante ciudadano que también se llama Aquilino Duque.
Blaudonau, con admiración.
Compañero estadista José, no sé qué libro de Aquilino Duque has leído para emitir ese juicio tan negativo de su poesía, pero creo que, si te lees la antología, tu opinión sería definitivamente favorable. Un saludo.
Porque todos sabemos lo que signifca "vaina" según la RAE, que si no pensaría que es un insulto a un ilustre miembro de este blog, lo cual no estaría permitido...
Bonita reseña y bonita edición, desde luego. A mí me llama más el libro de Colinas, tal vez por su poesía brillante y luminosa sobre Grecia, aunque con ese título no sé qué esperar. ¿Lo has leído, Jesús?
Juanjo, estoy terminándolo de leer. Se trata de un poema largo, sereno y bien mantenido. Pero me llegan más los poemas breves que los grandes poemas, porque la intensidad es difícil de mantener durante tantos versos. Un saludo.
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