Álvaro Salvador
Visor, 2009
ISBN: 978-84-9895-725-9
88 pág.
10 euros
XI Premio de Poesía Generación del 27.
Juan Carlos Sierra
Si uno se acerca al último libro de Álvaro Salvador con la ligereza a la que parece obligarnos el ritmo frenético de los tiempos que nos han tocado vivir, puede salir de él con cierta sensación de vacío, de caos, de obra deslavazada. Sin embargo, la poesía –y el resto de géneros literarios- no casan bien con las premuras y las prisas, con el estrés de los horarios laborales y los atascos. Por eso, este libro, como cualquier otro, se merece cierta lentitud en su lectura, incluso una segunda vuelta, y un tiempo pausado en la creación del poso que todo poemario deja en el lector. Una vez cumplida esta condición, las conclusiones apresuradas empiezan a tomar cuerpo y coherencia.
La canción del outsider es también el título de uno de los poemas de la última sección del libro de Álvaro Salvador, que funciona como hilo conductor del volumen. Se podría afirmar que la filosofía del outsider es la que recorre todo el poemario de Álvaro Salvador, pero el outsider considerado –según define cualquier diccionario de la lengua de Shakespeare- como aquel que no pertenece o no es aceptado como miembro de una sociedad, un grupo, etcétera o como quien, en una competición, no es precisamente el que se espera que llegue en primer lugar.
En este sentido, las caras que muestra el outsider son muy variadas –y de ahí quizá esa sensación de caos que una primera lectura apresurada puede producir-. En primer lugar, el personaje poético, que perfectamente podría interpretarse como el trasunto biográfico del autor, se siente outsider, pero sin rencores, en el mundo de la poesía, como deja claro en ‘La canción del outsider’, el único poema en prosa del libro: “…detrás de algún proyecto que aportó algo definitivo a nuestra historia más reciente, estabas tú discretamente oculto, entre bambalinas. Así fue siempre y así te complace”. Pero también alejado de ciertos tonos poéticos, como queda dicho en el poema breve ‘Elogio del bolero’. Asimismo, hay que destacar un más que probable homenaje a Javier Egea, otro célebre outsider compañero de viaje poético de Álvaro Salvador, en el poema titulado ‘Príncipe de la noche’.
Esa conciencia de extranjero en tierra propia también tiene su vertiente político-social, de justicia poético-histórica con los parias de la Tierra en, por ejemplo, el tercer poema de la sección titulada ‘Estación de servicio’.
Si hasta ahora podemos entender que nos hemos movido en el terreno de lo público, el discurso poético-literario y el político-social, hay secciones que progresivamente se van acercando a lo más íntimo, personal y privado. El outsider también lo es en el discurso sentimental contra la melancolía –‘Luz de agosto’-, contra las convenciones erótico amorosas –en la sección titulada ‘El pornógrafo’-, en la vida familiar –magníficos los poemas en memoria del hermano muerto- y, en general, en lo que se espera de la vida. En este sentido, es muy clarificador el poema que cierra La canción del Outsider titulado ‘Nocturno de Nueva Inglaterra’ y sus versos casi finales: “…Nada puede/ temer quien nada tiene, quien nada/ espera tener, apenas tiempo:/ calor en los inviernos impacientes,/ en los cortos veranos, sólo sombra”.
Esta variedad temática que recorre el libro de Álvaro Salvador se corresponde con la misma diversidad formal a la hora de abordar los poemas, que va desde el haikú al poema narrativo, de la vertiente figurativa al horizonte que Luis Antonio de Villena llamó en su antología órfico.
En definitiva, como apuntábamos al principio, la aparente falta de ilación del libro se resuelve en el fondo siguiendo el rastro de la figura y la filosofía del outsider a lo largo de los poemas y en la maestría formal de Álvaro Salvador para concederle a cada poema el ritmo y la estructura métrica que necesita.
5 comentarios:
Esos versos me recuerdan a los versos de Kazantzakis, que además están en su epitafio: "Nada temo. Nada espero. Soy libre".
Creo que Juan Carlos hace un notable esfuerzo por salvar el libro, pero -con el debido respeto a un autor de la talla de Álvaro Salvador, al que llevamos muchos años leyendo con gusto- opino que es el poemario más flojo de cuantos ha publicado el granadino, muy lejos de lo que cabría exigirle a él y a un premio Generación del 27. Hay estrofas enteras que no me creo que las haya escrito él. Hacia el final, la parte titulada 'Estación de servicio', parece levantar el vuelo, pero ya es tarde, porque llevamos 50 páginas al filo del sonrojo. Pido disculpas si me paso, no quiero herir a nadie, pero, como sucedió con el último Loewe de Peri Rossi, hay certámenes que deberían quedar desiertos.
Sin lugar a dudas Estación de servicio es el mejor poema, con diferencian, de un libro que adolece, como dice Juan Carlos, de se cierta vacuidad y una estructuración inconsistente y caótica pero bien es cierto que el nivel sube al final, tanto con el citado poema como con la parte que le da título al libro. La pregunta sería: ¿Se salva un poemario por uno de sus textos?.
Un buen poema, un solo verso, pueden salvar no sólo un poemario, sino al poeta entero. Álvaro Salvador los tiene, sin duda.
la línea de un verso salva a un poeta. Lo salva de la nada uniforme.
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