Juan Jacinto Muñoz Rengel
Salto de Página, 2009
ISBN 978-84-936354-9-7
156 páginas.
15.95€
Luis Manuel Ruiz
Un arraigado malentendido, especialmente común en nuestros días, confunde el relato con la anécdota: impulsados por el ejemplo de cierto ruso y de ciertos norteamericanos, manadas de autores que se definen a sí mismos como cuentistas colman estanterías de libros y revistas con conversaciones de bar, reproches sentimentales, conflictos en el matrimonio y autoayuda. Afortunadamente de cuando en cuando, como volcanes submarinos, suben a la superficie antologías de cuentos de verdad: es decir, de historias, de personajes, de cuidados mecanismos de relojería (el tópico es antiguo, pero servicial) donde ninguna pieza ha sido colocada al buen tuntún. La recopilación de Juan Jacinto Muñoz Rengel se titula De mecánica y alquimia, y tampoco ese encabezamiento ha sido confiado al azar. Al mencionar la venerable ciencia de la mecánica está aludiendo, directa o indirectamente, a esas virtudes del ingeniero y el artesano que son precisas para enroscar tornillos, fijar duelas y apretar los remaches, partes integrantes de todo reloj, autómata o relato bien construido; la no menos secular disciplina de la alquimia nos retrotrae a pucheros, brujas y ancianos con gorros en forma de cono sobre las blancas melenas: un aviso de que lo que vamos a encontrar tras la primera página tiene menos que ver con al realidad que con sus bordes más oscuros, ambiguos, literarios, fantásticos.
Muñoz Rengel rescata en su obra el sabor de los antiguos libros de cuentos: de los que se dicen junto a la hoguera, de los que pueblan las bibliotecas que huelen a bosque. En primer lugar, y de modo aparente, se trata de una selección de once narraciones con los denominadores comunes de la imaginación libresca (abundan las referencias a títulos existentes o no, como el impagable Kitab al-Harraqat o Libro de los instrumentos incendiarios), de la imaginería gótica (demonios y maldiciones en ciudades centroeuropeas), del enigma que un detective ha de ayudar a solventar (viva dicho detective en el Toledo del siglo X o el Londres del XIX), de la perplejidad metafísica. Todos esos rasgos, a los que habría que añadir la presencia agradable y continua de autómatas, bibliotecas, alienígenas, gólems, magos y filósofos, apuntan ya en la dirección de cierta tradición en la que Muñoz Rengel se integra entre los meritorios primeros puestos: la de Lovecraft, la de Borges, la de Perucho y Olgoso, la que hace de la literatura un juego arcano cuyas reglas maestras invitan a la inquietud y la aventura y a una violación continua de las fronteras de nuestro modo de pensar el mundo, así como de la tradición (literaria, filosófica, cultural) que nos ha hecho comprenderlo como tal.
Pero aparte de florilegio de narraciones, la mecánica y la alquimia de Rengel ofrecen un producto de otro orden. Sin abundar en un detalle de arquitectura (o de mecánica, valga el pleonasmo) cuya explicación el propio autor reserva para las páginas finales, digamos que el orden o la disposición interna de cada relato, que pueden leerse aislados y de por sí, no es aleatoria. Así, el escritor malagueño no se ha contentado con redactar cuentos, lo cual está al alcance de cualquier alumno de taller, sino algo mucho más exigente y extraño, un libro de cuentos: un todo orgánico, recorrido por una intención común, que marca una dirección y un camino. Qué camino es ese ha de descubrirlo el lector en cuanto se interne en la obra: un paseo por un museo de maravillas, atrocidades y atisbos que sólo puede despertar su gratitud.
Un arraigado malentendido, especialmente común en nuestros días, confunde el relato con la anécdota: impulsados por el ejemplo de cierto ruso y de ciertos norteamericanos, manadas de autores que se definen a sí mismos como cuentistas colman estanterías de libros y revistas con conversaciones de bar, reproches sentimentales, conflictos en el matrimonio y autoayuda. Afortunadamente de cuando en cuando, como volcanes submarinos, suben a la superficie antologías de cuentos de verdad: es decir, de historias, de personajes, de cuidados mecanismos de relojería (el tópico es antiguo, pero servicial) donde ninguna pieza ha sido colocada al buen tuntún. La recopilación de Juan Jacinto Muñoz Rengel se titula De mecánica y alquimia, y tampoco ese encabezamiento ha sido confiado al azar. Al mencionar la venerable ciencia de la mecánica está aludiendo, directa o indirectamente, a esas virtudes del ingeniero y el artesano que son precisas para enroscar tornillos, fijar duelas y apretar los remaches, partes integrantes de todo reloj, autómata o relato bien construido; la no menos secular disciplina de la alquimia nos retrotrae a pucheros, brujas y ancianos con gorros en forma de cono sobre las blancas melenas: un aviso de que lo que vamos a encontrar tras la primera página tiene menos que ver con al realidad que con sus bordes más oscuros, ambiguos, literarios, fantásticos.
Muñoz Rengel rescata en su obra el sabor de los antiguos libros de cuentos: de los que se dicen junto a la hoguera, de los que pueblan las bibliotecas que huelen a bosque. En primer lugar, y de modo aparente, se trata de una selección de once narraciones con los denominadores comunes de la imaginación libresca (abundan las referencias a títulos existentes o no, como el impagable Kitab al-Harraqat o Libro de los instrumentos incendiarios), de la imaginería gótica (demonios y maldiciones en ciudades centroeuropeas), del enigma que un detective ha de ayudar a solventar (viva dicho detective en el Toledo del siglo X o el Londres del XIX), de la perplejidad metafísica. Todos esos rasgos, a los que habría que añadir la presencia agradable y continua de autómatas, bibliotecas, alienígenas, gólems, magos y filósofos, apuntan ya en la dirección de cierta tradición en la que Muñoz Rengel se integra entre los meritorios primeros puestos: la de Lovecraft, la de Borges, la de Perucho y Olgoso, la que hace de la literatura un juego arcano cuyas reglas maestras invitan a la inquietud y la aventura y a una violación continua de las fronteras de nuestro modo de pensar el mundo, así como de la tradición (literaria, filosófica, cultural) que nos ha hecho comprenderlo como tal.
Pero aparte de florilegio de narraciones, la mecánica y la alquimia de Rengel ofrecen un producto de otro orden. Sin abundar en un detalle de arquitectura (o de mecánica, valga el pleonasmo) cuya explicación el propio autor reserva para las páginas finales, digamos que el orden o la disposición interna de cada relato, que pueden leerse aislados y de por sí, no es aleatoria. Así, el escritor malagueño no se ha contentado con redactar cuentos, lo cual está al alcance de cualquier alumno de taller, sino algo mucho más exigente y extraño, un libro de cuentos: un todo orgánico, recorrido por una intención común, que marca una dirección y un camino. Qué camino es ese ha de descubrirlo el lector en cuanto se interne en la obra: un paseo por un museo de maravillas, atrocidades y atisbos que sólo puede despertar su gratitud.
4 comentarios:
Me gusta el título elegido para la reseña... Pero no diría que escribir un cuento está al alcance de cualquier alumno de taller. No más, en todo caso, que escribir una novela. Al contrario: en una novela es mucho más fácil - el bosque de hojas que oculta al árbol - las debilidades de la trama. En un cuento tiene que ir todo engarzado como en relojería, como con tanto acierto dice Luis.
Por cierto, el Kitab al Harraqat, de Ibn Sahl (siglo X) forma parte de los libros existentes. Explica cómo incendiar un objeto a distancia mediante una lente y desarrolla la teoría matemática según se quiera usar como fuente de luz el sol o una linterna...
Excelente antología. Y excelente reseña. Mi enhorabuena.
Coincido completamente con Illya. Escribir un relato es como hacer salto de longitud sin coger carrerilla. No hay ocasión ni lugar para tomar impulso. Ni para ocultar los fallos. La prueba debe llevarse a cabo a pies juntillas (en el sentido más literal del término) y llegar hasta donde tu esfuerzo te lo permita, cuanto más lejos, mejor. Personalmente, me causa mucho más respeto un buen cuento que una buena novela.
Soy asiduo de este blog porque en él siempre encuentro sugerencias y descubrimientos interesantes, y porque me parece que los críticos trabajan sus reseñas de una manera seria y vocacional (y porque habitualmente, y más ahora que los anónimos parecen estar bajo control, el clima es agradable y civilizado). Pero también, porque -dentro del enorme número de libros reseñados; cinco a la semana- entre los títulos escogidos suelo encontrar bastantes que conozco o he leído (afinidad).
De este libro de Muñoz Rengel lo que más me ha interesado es la innovación. Cómo ese "todo orgánico" al que hace mención Luis Manuel Ruiz va cobrando vida a lo largo del propio libro, y mágicamente se convierte en otra criatura viva más, como las que pululan por el interior. Me parece alucinante cómo Rengel ha sabido absorver las distintas tradiciones literarias, para luego mutarlas desde dentro (desde fuera, ya lo sabemos, es fácil; se lleva haciendo desde las vanguardias). Pero insisto: me interesa el libro en sí en cuanto a libro, como bien ha sabido ver Luis Manuel. Cada relato innova en sí mismo formalmente, sobre todo por la mixtura entre géneros (ya se ha dicho en otros sitios). Pero el libro en sí va produciendo una transformación total, que llega a su explosión en la última parte, cuando los relatos se tornan futuristas, cuando todos los mensajes anteriores van cobrando nuevo sentido, cuando aparece una nueva forma de vida artificial, que meta-literariamente es el propio libro mutado.
Difícilmente creo que pueda encontrar algo más nuevo y distinto en bastante tiempo.
Como hace unas semanas me quedó la sensación de haber sido un poco demasiado estricto con Juan Bonilla, aprovecho para señalar que su 'Tanta gente sola' también organiza los relatos de un modo unitario y muy inteligente, aunque sospecho que Muñoz Rengel lo hace a su manera. También quiero agradecer a Adolfo Poncela sus palabras. Tratamos de hacerlo siempre lo mejor que podemos y con pasión por la literatura. Gracias por acompañarnos, esta ud. en su casa.
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