Karmelo C. Iribarren
Huacanamo, 2009.
ISBN.
67 páginas.
10 euros.
Rafael Suárez Plácido
Si el primer libro que conozco de Karmelo C. Iribarren, La condición urbana (Renacimiento, 1995), se abría con citas de Roger Wolfe y de Charles Bukowski, ambos principales parangones del realismo más sucio español y norteamericano, en este libro las citas corresponden a Ángel González y a Gil de Biedma, como autores hispanos, y a Philip Larkin, como representante anglosajón. Esto puede dar una idea de la evolución que se ha ido dando en su poesía, a través de los títulos recogidos en el volumen de su poesía completa, Seguro que esta historia te suena (2005), y en el más reciente, Ola de frío (2007), ambos editados en la editorial sevillana Renacimiento.
De los libros incluidos en su poesía completa, Desde el fondo de la barra (Línea de fuego, 1999) es el que prefiero. Sus versos son sencillos y desgarradores. No tienen piedad ni compasión, especialmente consigo mismo. Pero ya ha claudicado en su inicial intención de mejorar el mundo. Ahora se conforma con mejorar un poco su vida, y la de algunos amigos que le rodean: “Al principio/ quieres cambiar/ el mundo,/ y al final/ te conformas/ con dejar el tabaco.// No hay más.// Así de cómico,/ y así de trágico.” Estos versos, que bien podría haber firmado su gran amigo el sevillano Javier Salvago, dan la clave de lo que va a ser, de lo que es, su poesía: la unión de lo cómico y lo trágico. Es uno más de esos poetas (como Ángel González, Javier Salvago o Manuel Vilas…) que nos hacen reír y llorar al mismo tiempo.
Huacanamo es una joven editorial que apuesta decididamente por la poesía, y que ya tiene en su catálogo libros de Roger Wolfe, de Ben Clark o de Leopoldo M. Panero, a los que ahora se suma este último libro de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959): Atravesando la noche. La noche ha sido el momento en el que ocurrían casi todas las historias de los primeros libros del autor. En realidad, nunca se ha alejado de la noche, pero ahora comparte protagonismo con otros momentos del día, menos dados a la épica de los bares y del amor. ¿Qué nos ofrece el autor en este libro? Casi citando la frase final de Casablanca: “este podría ser el inicio/ de una larguísima amistad.” Un libro de poemas que nos gusta se convierte en un amigo para toda la vida. Mientras tanto, un catálogo de días normales, y una advertencia sobre estos: “Que no te engañen,/ no son tan poca cosa/ como parecen: suelen poder/ con el amor.” De hecho, él mismo reconoce: “Qué rara/ suena/ a estas edades/ la palabra/ amor.” La rutina, el paso del tiempo, puede acabar con lo que da sentido a nuestras vidas o a algunas vidas. De vez en cuando, hay espacio para una sorpresa: “la cajera/ del supermercado/ cruza el parque/ en bicicleta/ hacia la playa, y me adelanta/ y es… no sé…/ cómo decirlo…” Primero fueron las cajeras del McDonald´s de Manuel Vilas, luego las alumnas de una escuela de peluquería, de José Luis Piquero, ahora la cajera de un supermercado. Ya ni siquiera las camareras de los bares de copas: las musas ya no vuelan.
Pero el tema que más le preocupa a Iribarren es el paso del tiempo, que el autor reconoce cuando mira Una Foto: “A la salida del cine,/ en la acera,/ cogidos del brazo,/ un hombre y una mujer/ miran a la cámara/ y sonríen (…) Son mis padres: y parecen felices.” Este es el pasado. El presente es Lo Que Hay: “Me estoy haciendo viejo, he ahí un hecho/ incuestionable.” Cuando más se percibe el paso del tiempo es en las noches, atravesando la noche: “A las cinco de la madrugada,/ viendo nevar/ sobre la autopista.// La imagen es tan bella que casi duele.” Lo único que nos devuelve al pasado es “El amor, ese viejo neón/ al que aún/ se le encienden/ las letras.”
Atravesando la noche. Un sencillo libro de poemas. En esta época en la que otros buscan claves para salvar el mundo, este poeta se conforma con tratar de entender su breve espacio. Un hombre que siente que se va haciendo viejo. Poesía, si así lo quieren, menor. Pero tengan cuidado, porque es posible que algunos de estos versos se les metan en el alma, y ya no pueda hacer nada por sacarlos de ahí.
De los libros incluidos en su poesía completa, Desde el fondo de la barra (Línea de fuego, 1999) es el que prefiero. Sus versos son sencillos y desgarradores. No tienen piedad ni compasión, especialmente consigo mismo. Pero ya ha claudicado en su inicial intención de mejorar el mundo. Ahora se conforma con mejorar un poco su vida, y la de algunos amigos que le rodean: “Al principio/ quieres cambiar/ el mundo,/ y al final/ te conformas/ con dejar el tabaco.// No hay más.// Así de cómico,/ y así de trágico.” Estos versos, que bien podría haber firmado su gran amigo el sevillano Javier Salvago, dan la clave de lo que va a ser, de lo que es, su poesía: la unión de lo cómico y lo trágico. Es uno más de esos poetas (como Ángel González, Javier Salvago o Manuel Vilas…) que nos hacen reír y llorar al mismo tiempo.
Huacanamo es una joven editorial que apuesta decididamente por la poesía, y que ya tiene en su catálogo libros de Roger Wolfe, de Ben Clark o de Leopoldo M. Panero, a los que ahora se suma este último libro de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959): Atravesando la noche. La noche ha sido el momento en el que ocurrían casi todas las historias de los primeros libros del autor. En realidad, nunca se ha alejado de la noche, pero ahora comparte protagonismo con otros momentos del día, menos dados a la épica de los bares y del amor. ¿Qué nos ofrece el autor en este libro? Casi citando la frase final de Casablanca: “este podría ser el inicio/ de una larguísima amistad.” Un libro de poemas que nos gusta se convierte en un amigo para toda la vida. Mientras tanto, un catálogo de días normales, y una advertencia sobre estos: “Que no te engañen,/ no son tan poca cosa/ como parecen: suelen poder/ con el amor.” De hecho, él mismo reconoce: “Qué rara/ suena/ a estas edades/ la palabra/ amor.” La rutina, el paso del tiempo, puede acabar con lo que da sentido a nuestras vidas o a algunas vidas. De vez en cuando, hay espacio para una sorpresa: “la cajera/ del supermercado/ cruza el parque/ en bicicleta/ hacia la playa, y me adelanta/ y es… no sé…/ cómo decirlo…” Primero fueron las cajeras del McDonald´s de Manuel Vilas, luego las alumnas de una escuela de peluquería, de José Luis Piquero, ahora la cajera de un supermercado. Ya ni siquiera las camareras de los bares de copas: las musas ya no vuelan.
Pero el tema que más le preocupa a Iribarren es el paso del tiempo, que el autor reconoce cuando mira Una Foto: “A la salida del cine,/ en la acera,/ cogidos del brazo,/ un hombre y una mujer/ miran a la cámara/ y sonríen (…) Son mis padres: y parecen felices.” Este es el pasado. El presente es Lo Que Hay: “Me estoy haciendo viejo, he ahí un hecho/ incuestionable.” Cuando más se percibe el paso del tiempo es en las noches, atravesando la noche: “A las cinco de la madrugada,/ viendo nevar/ sobre la autopista.// La imagen es tan bella que casi duele.” Lo único que nos devuelve al pasado es “El amor, ese viejo neón/ al que aún/ se le encienden/ las letras.”
Atravesando la noche. Un sencillo libro de poemas. En esta época en la que otros buscan claves para salvar el mundo, este poeta se conforma con tratar de entender su breve espacio. Un hombre que siente que se va haciendo viejo. Poesía, si así lo quieren, menor. Pero tengan cuidado, porque es posible que algunos de estos versos se les metan en el alma, y ya no pueda hacer nada por sacarlos de ahí.
3 comentarios:
La editorial se llama HUACANAMO, no Huancanamo.
Perdón por la corrección.
Silente tiene toda la razón, pero el error es mío, como editor provisional. Corro a subsanarlo, perdón al autor de la reseña y gracias por la colaboración, ¡abrazos!
La crítica me parece acertada en todo cuanto dice, y además lo dice de forma amena.
Lo que no entiendo es que se diga al final que se trata de poesía menor.
¿No nos estaremos dejando engañar por ese estilo coloquial, aparentemente fácil?
¿Solo la poesía oscura ha de ser mayor?
Un abrazo.
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