Paul Auster
Traducción: Benito Gómez Ibáñez
Anagrama, 2009
ISBN 978-84-339-7522-5
288 páginas
18 euros
Carolina León
Algunos de los que leímos en su día Leviatán o la Trilogía de Nueva York hemos seguido apostando con cada nueva novela de Paul Auster. Hasta que un día (más cercano o más lejano en el tiempo, según cada cual), la fórmula de partida y/o los elementos puestos en baile en cada argumento nos empezaban a resultar demasiado familiares. Es habitual que la voz narradora o el protagonista sea un escritor o esté en trazas de serlo. Es recurrente que aparezca el trasfondo neoyorquino. Y al cabo se hizo cansino esperar que el azar se enseñorease, arbitrario, en las vidas de papel de los personajes.
Llega entonces Invisible. Que tiene un poco de todo lo anterior (no podía ser menos) pero lo tiene en proporciones distintas y también otras cosas. De entrada, nos hace abrir los ojos con cierta sorpresa: Auster se reinventa. Por un lado, una estructura donde, a pesar del juego literario, el lector no se va a sentir timado, sino incluido en ellla. La narración en cuatro partes se abre con un principio tramposo, de apariencia corriente: en primera persona, leemos sobre un momento del pasado (primavera de 1967), y las vicisitudes del narrador cuando era un estudiante en su segundo año en Columbia.
Cajas que se abren y se cierran. Lo que hemos leído hasta aquí no es el tronco del libro, se trata de un trozo de novela que está intentando un escritor frustrado, con la sombra de la vejez y la desaparición última acechándole; y que sirve de excusa para pasar a otra voz, un antiguo compañero de estudios (escritor de éxito), a quien solicita un reencuentro tras casi cuarenta años de desconexión. Elevamos el punto de vista y se nos ofrece un borrador para un segundo capítulo: el primer narrador está tratando de poner en páginas vivencias de un año escandaloso y decisivo en su vida. El año en que se volvió invisible.
Más cajas que se abren y se cierran: el “escritor consagrado” va en pos de su viejo amigo, a una cena anhelada durante semanas, pero la cita se frustra. La muerte ha llegado antes. El libro sobre “1967” queda inconcluso, ha desaparecido todo lo avanzado del ordenador. Queda pendiente una de las tres partes propuestas, sin embargo, el “Otoño” es un conjunto de notas apresuradas, la acción y los personajes delineados en pocas palabras, desde fuera y con desapego, como “si hubiese sido escrito en el interior de un edificio en llamas” (ejercicio que gustaba de proponer John Cheever a sus alumnos).
Todavía el lector dispone de una cuarta parte para degustar, y antes de enfrentarse a las páginas finales le será inevitable preguntarse: “¿Qué nueva pirueta estructural nos tiene reservada?”. Trama, personajes y voces narrativas hacen un todo con el lector: lo incluyen, lo menean y le hacen meditar. Mientras tanto, éste también se lo pasa bien.
Hace rato que el escepticismo sobre su forma de manipularnos se ha diluido. Si la estructura armada es inteligente y deliciosa (ya conocemos a Auster en este terreno), miremos dentro. Está 1967 y está el tiempo transcurrido. El universitario aspirante a poeta se encuentra con personajes esquivos, turbios, y va a ser vapuleado con saña durante esos pocos meses. De tener un proyecto profesional y de vida, a “desaparecer”. Dislocación moral, dilemas, amantes, pruebas a su integridad, desprecio de sí mismo, búsqueda de dignidad... Un Nueva York y un París de la segunda mitad de los sesenta, una revolución sucediendo alrededor, y mientras el protagonista, preso de todo tipo de remordimientos, se lanza a una relación sexual con ¡su propia hermana!
¿Auster intentando vender ejemplares a base de morbo?
Quizá. Se atreve a entrar con ése, probablemente el tema más tabú de la literatura, y debe haber sido utilizado como reclamo en las hojas de promoción. Pero hay que sacarse el sombrero ante el neoyorquino sobre la exquisita elegancia (y no voy a usar la palabra “tacto”) con que se adentra en ello. Treinta páginas, quizá, del total, y los verdaderos asuntos son los que realmente quedan en el imaginario: creación de identidad, el papel de la memoria y el impulso autobiográfico, vejez versus juventud, conciencia versus moral, veracidad de la narración, iniciación a la vida...
E Invisible deja de ser una novela más de Paul Auster. Esta vez sí, los dados le dieron una combinación de colores nuevos. Inesperados. Los del NYT le dedicaban esta clase de elogios: "Como sucede a menudo cuando se está en manos de un maestro, uno lee la siguiente oración incluso antes de haber terminado la anterior." Y el crítico se declaraba, de partida, uno de los "escépticos". La calidez y la inteligencia al interior de cada una de las frases, así como el bien articulado rompecabezas de puntos de vista crea uno de esos bonitos desafíos, bocado selecto para cualquier lector en busca de esa "indecencia" propia de los buenos libros.
Algunos de los que leímos en su día Leviatán o la Trilogía de Nueva York hemos seguido apostando con cada nueva novela de Paul Auster. Hasta que un día (más cercano o más lejano en el tiempo, según cada cual), la fórmula de partida y/o los elementos puestos en baile en cada argumento nos empezaban a resultar demasiado familiares. Es habitual que la voz narradora o el protagonista sea un escritor o esté en trazas de serlo. Es recurrente que aparezca el trasfondo neoyorquino. Y al cabo se hizo cansino esperar que el azar se enseñorease, arbitrario, en las vidas de papel de los personajes.
Llega entonces Invisible. Que tiene un poco de todo lo anterior (no podía ser menos) pero lo tiene en proporciones distintas y también otras cosas. De entrada, nos hace abrir los ojos con cierta sorpresa: Auster se reinventa. Por un lado, una estructura donde, a pesar del juego literario, el lector no se va a sentir timado, sino incluido en ellla. La narración en cuatro partes se abre con un principio tramposo, de apariencia corriente: en primera persona, leemos sobre un momento del pasado (primavera de 1967), y las vicisitudes del narrador cuando era un estudiante en su segundo año en Columbia.
Cajas que se abren y se cierran. Lo que hemos leído hasta aquí no es el tronco del libro, se trata de un trozo de novela que está intentando un escritor frustrado, con la sombra de la vejez y la desaparición última acechándole; y que sirve de excusa para pasar a otra voz, un antiguo compañero de estudios (escritor de éxito), a quien solicita un reencuentro tras casi cuarenta años de desconexión. Elevamos el punto de vista y se nos ofrece un borrador para un segundo capítulo: el primer narrador está tratando de poner en páginas vivencias de un año escandaloso y decisivo en su vida. El año en que se volvió invisible.
Más cajas que se abren y se cierran: el “escritor consagrado” va en pos de su viejo amigo, a una cena anhelada durante semanas, pero la cita se frustra. La muerte ha llegado antes. El libro sobre “1967” queda inconcluso, ha desaparecido todo lo avanzado del ordenador. Queda pendiente una de las tres partes propuestas, sin embargo, el “Otoño” es un conjunto de notas apresuradas, la acción y los personajes delineados en pocas palabras, desde fuera y con desapego, como “si hubiese sido escrito en el interior de un edificio en llamas” (ejercicio que gustaba de proponer John Cheever a sus alumnos).
Todavía el lector dispone de una cuarta parte para degustar, y antes de enfrentarse a las páginas finales le será inevitable preguntarse: “¿Qué nueva pirueta estructural nos tiene reservada?”. Trama, personajes y voces narrativas hacen un todo con el lector: lo incluyen, lo menean y le hacen meditar. Mientras tanto, éste también se lo pasa bien.
Hace rato que el escepticismo sobre su forma de manipularnos se ha diluido. Si la estructura armada es inteligente y deliciosa (ya conocemos a Auster en este terreno), miremos dentro. Está 1967 y está el tiempo transcurrido. El universitario aspirante a poeta se encuentra con personajes esquivos, turbios, y va a ser vapuleado con saña durante esos pocos meses. De tener un proyecto profesional y de vida, a “desaparecer”. Dislocación moral, dilemas, amantes, pruebas a su integridad, desprecio de sí mismo, búsqueda de dignidad... Un Nueva York y un París de la segunda mitad de los sesenta, una revolución sucediendo alrededor, y mientras el protagonista, preso de todo tipo de remordimientos, se lanza a una relación sexual con ¡su propia hermana!
¿Auster intentando vender ejemplares a base de morbo?
Quizá. Se atreve a entrar con ése, probablemente el tema más tabú de la literatura, y debe haber sido utilizado como reclamo en las hojas de promoción. Pero hay que sacarse el sombrero ante el neoyorquino sobre la exquisita elegancia (y no voy a usar la palabra “tacto”) con que se adentra en ello. Treinta páginas, quizá, del total, y los verdaderos asuntos son los que realmente quedan en el imaginario: creación de identidad, el papel de la memoria y el impulso autobiográfico, vejez versus juventud, conciencia versus moral, veracidad de la narración, iniciación a la vida...
E Invisible deja de ser una novela más de Paul Auster. Esta vez sí, los dados le dieron una combinación de colores nuevos. Inesperados. Los del NYT le dedicaban esta clase de elogios: "Como sucede a menudo cuando se está en manos de un maestro, uno lee la siguiente oración incluso antes de haber terminado la anterior." Y el crítico se declaraba, de partida, uno de los "escépticos". La calidez y la inteligencia al interior de cada una de las frases, así como el bien articulado rompecabezas de puntos de vista crea uno de esos bonitos desafíos, bocado selecto para cualquier lector en busca de esa "indecencia" propia de los buenos libros.
8 comentarios:
Genial la reseña, para variar, además me hice con este ejemplar hace un par de días y, después de cómo la presentas, ni un minuto más espero para empezarla.
Un abrazo.
Gracias :) Espero no haber develado demasiado de la trama, porque se lee como se ve una buena serie, y se disfruta más.
Aquí uno al que todo lo de este "cazador de casualidades" (como creo que lo llamó Justo Navarro" le iba resultando ya demasiado familiar. Me has convencido, le daré otra oportunidad. Gracias y besos!
No creo que el uso contínuo de casualidades y del azar sean perniciosos. En Auster son pauta de su narrativa. Además inventa bien. Las novelas europeas, le oí decir una vez a Millás, empiezan si tienes suerte en la página cien. Las americanas en la primera página. Las de Auster empiezan en la primera frase. La concisión argumental es rigurosa y los azares son verosímiles. De eso se trata. A Auster lo quiero mucho, espero que no se note. Aunque creo que tengo que volver a leerle otra vez para ver si el tiempo sigue a su lado.
Muy buena la reseña. Enhorabuena. Tengo el libro en casa, ya que me lo trajeron los Reyes y veo que acertaron del todo. Empezaré a leerlo lo antes posible.Saludos!
Jabo, estoy de acuerdo en que inventa bien. A mí personalmente, el que el azar lo componga todo a todas horas me deja una sensación de... arbitrariedad, no sé. De que es fácil sacarse de la manga un encuentro o una coincidencia para que todo cuadre. Es como en esas historias donde al final te dicen que todo pasaba en la mente del personaje o no fue más que un sueño. Me suele hacer sentir timada.
El libro aporta nuevas facetas a su narrativa, sin dejar de ser el mismo narrador inteligentísimo. Que lo disfrutéis.
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