03 febrero 2011

La rosa y la espada


Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939)

Andrés Trapiello

Ediciones Destino, 2010

ISBN: 978-84-233-4191-7

350 páginas

38 €




Jesús Cotta

Aunque este libro no es ni mucho menos una novedad, sí lo es su cuarta edición, que incorpora nuevos datos y reflexiones muy sabrosas. También es novedad que no haya habido hasta ahora otro libro que lo supere en lo exhaustivo y ameno.

Para los que siempre nos hemos interesado por la rosa y la espada, por la relación entre las armas y las letras, este libro es una fuente de gozo, porque no sólo relata los pormenores y reveses que sufrieron y, a veces, provocaron los escritores de aquella época durante nuestra guerra, sino que, además, nos muestra un retrato de la naturaleza humana cuando se halla presionada por circunstancias aplastantes y con la amenaza de una pistola en la nuca. En ese sentido es un libro actual: uno aprende mucho de los hombres, con la ventaja de que ese aprendizaje está ilustrado por nombres de personas que uno ha leído, conoce y aprecia.

Suele ocurrir que los autores de más calidad literaria se comportaron en la guerra con más calidad moral que los escritores mediocres y segundones. En la guerra, cada cual muestra su verdadero rostro y uno se lleva chascos y gratas sorpresas. Los hay que en época de paz creían ser cobardes y, de pronto, la guerra los dota de agallas y redaños. Los hay que eran fanfarrones y gritones y, al estallar la guerra, callan o se vuelven aduladores y segundones. Los hay que capearon el temporal como pudieron y los hay que perdieron la noción de la poesía y se pusieron a gritar consignas políticas en uno y otro bando y a acusar con un dedo que era como una pistola. Si salen, por su proceder, mal parados Baroja, Alberti, Foxá o Giménez Caballero, el autor destaca la honradez y la dignidad de Chaves Nogales, Ramón Gaya, Unamuno, Azorín, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, a quien, por cierto, estuvieron a punto de matar confundiéndolo con un cura.

El libro se lee como una gran novela coral. Los personajes entran y salen, actúan o callan, salvan o acusan, son encarcelados o asesinados, se visten de soldados o propagandistas, se esconden en un sótano o en una embajada. Y uno se entera por fin de qué anécdotas son reales y cuáles son leyendas o calumnias.

Es tal la variedad de situaciones, es tal la complejidad de aquel mundo y sus implicaciones ideológicas y literarias, que uno aprende con este libro lo absurdo que es despachar la obra y la vida de un escritor con dos o tres prejuicios ideológicos tales como “era un fascista”, “era un estalinista”, “se arrimó al árbol que más sombra daba”... Y uno acaba preguntándose qué habría hecho uno de estar en su pellejo.

Esta obra exhaustiva, entretenida y apabullante nos da una idea cabal de lo que con aquella guerra pasó y estaba en juego. Uno saca la impresión de que no fue una guerra de un bando contra otro, sino una guerra de todos contra todos con la excusa de los bandos. En otras palabras: cualquiera podía acusar a cualquiera de ser afín al enemigo, porque era muy difícil que una persona reuniera en sí todas las cualidades del perfecto azul y del perfecto rojo, sobre todo en el caso de los escritores y poetas, que suelen ser personas bastante libres y heterodoxas. De hecho, tras la sublevación militar, muchos escritores apoyaron a la República no porque les gustara la deriva prerrevolucionaria del Frente Popular, sino porque les gustaba aún menos el fascismo que la combatía, del mismo modo que hubo escritores que apoyaron a los nacionales no por fascismo sino por antimarxismo.

Mención especial merece Unamuno. Cuando mostró su apoyo a los nacionales que salvaban, como él creía, la civilización cristiana de la barbarie marxista, Azaña lo cesó como rector de la Universidad de Salamanca, y Franco se apresuró a devolverle el cargo. Pero cuando el escritor advirtió que los nacionales actuaban con la misma barbarie y saña que los republicanos, se atrevió a echárselo en cara a Millán Astray y a todas las autoridades, ni más ni menos que un acto oficial en el rectorado de su universidad. "Venceréis pero no convenceréis". Los falangistas lo habrían linchado allí mismo si Carmen Polo y Pemán no lo hubieran sacado de allí. Y Franco volvió a retirarle el cargo de rector. Y murió despreciado por unos y por otros.

El autor se pone de parte de esa Tercera España democrática y liberal de izquierda y de derecha que las dos Españas antidemocráticas y enfrentadas a muerte, la marxista y la fascista, asfixiaron y condenaron al silencio, al exilio o a la muerte. Y alumbra aquella época compleja y agitada con agudas reflexiones desprejuciadas y antitópicas. Ofrece incluso listas de los escritores que quedaron por azar o por voluntad propia asignados a cada bando, bastante igualadas, por cierto. No se ceba demasiado con los que tuvieron un comportamiento indigno, porque la guerra los puso a prueba, y alaba a los que estuvieron a la altura de las circunstancias y de su obra. Y, sobre todo, no suele juzgar a los escritores por sus opiniones políticas, sino por su comportamiento y su obra, lo cual es muy de agradecer en esta época en que la ideología se está convirtiendo para muchos en algo más importante que el arte, la historia y los principios éticos.

Y como broche, aquí una fotografía estupenda, que el autor publica en el libro y en la revista Clarín, tomada en Valencia en 1937. Adivinen ustedes quién es cada cual.

4 comentarios:

Juan José Tejero dijo...

Para que no digan que no se comentan las reseñas elogiosas, aquí dejo mi admiración por J. Cotta, esta reseña, el libro reseñado y ya de paso por Trapiello, auténtico hombre de letras de este país -donde no hay tantos-. Para profundizar sobre este interesantísimo tema, me permito la libertad de recomendar también Guerra en España, de Juan Ramón Jiménez, que ya recomendó también el propio Trapiello. Un fuerte abrazo. Me encanta esta página.

José María Moraga dijo...

Esta reseña me parece una obra maestra, por lo bien escrita, razonada e ilustrada con ejemplos que está. Enhorabuena.

El libro me suena magnífico, lo desconocía y parece algo imprescindible para cualquiera con interés en la literatura de guerra, como es mi caso.

Os recomiendo también (como textos primarios), por si no los tenéis presentes, las antologías La generación de 1936 y Poesía de la primera generación de posguerra, ambas en Cátedra-Letras Hispánicas.

Un saludo!

RSP dijo...

"El autor se pone de parte de esa Tercera España democrática y liberal de izquierda y de derecha que las dos Españas antidemocráticas y enfrentadas a muerte, asfixiaron y condenaron, al exilio o a la muerte."
El problema es que una de "las dos Españas antidemocráticas", si no recuerdo mal, dio un golpe de estado el 18 de julio de 1936, contra el gobierno que, si no recuerdo mal, sí era democrático, y, además, que consecuencia de ese golpe de estado fueron cuarenta años de dictadura sangrienta y feroz. Así que cualquier intento por igualar a los partidarios de uno y otro bando, escritores o no, artistas o no, me parece una falacia. Y la ideología tiene mucho que ver con el arte y, desde luego, con la historia y los principios éticos.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Juanjo, compartimos los dos la admiración por Andrés Trapiello y con él compartimos la admiración por los escritores. Por eso, te recomiendo vivamente este libro. Y el libro que citas de Juan Ramón lo cita también Trapiello y ando tras su pista. Gracias por la recomendación.

Gracias, José María. Este libro es fácil de reseñar. Seguiré tu consejo, a la búsqueda de rosas y espadas.

RSP, me parece que la ideología te ciega a ti, no a Trapiello, ni a mí, porque yo no he igualado a los fascistas antidemocráticos con los
izquierdistas democráticos, sino que he puesto en un pedestal a los demócratas de izquierda y de derecha y he bajado a su sitio a los antidemócratas de izquierda y de derecha, o sea, a los marxistas y a los fascistas, que son los que llevaron la voz cantante en la guerra y cuyas ideologías son igualemnte totalitarias. Además, a mí me importa un rábano la ideología que cada escritor profesa: lo que me importan son sus actos y su obra. Considero buenos a los que se portaron bien y escribieron bien, tuviesen la ideología que tuviesen, y considero malos a los que se portaron mal y encima escribieron mal, aunque fueran la mar de demócratas. Un abrazo.