07 diciembre 2011

Alas para llegar al tesoro



La epopeya de las alas

Rafael Cansinos Assens

Arca Ediciones, 2011

ISBN: 978-84-937287-7-9

32 páginas

2 €



Manolo Haro

Un escritor no sólo puede tener valor por lo que otro afirma de él. Al menos eso es lo deseable. En todo caso, el tiempo, ese silencioso e incesante crítico literario, es el que despeja las nieblas de los ditirambos dionisíacos que, por muy diferentes intereses, alguien recitó a la luna de los charcos en honor al supuesto artista. Rafael Cansinos Assens fue durante un tiempo una sombra desconocida a los pies de la alargada figura de Jorge Luis Borges, que lo reconoció como maestro y que lo consideró un extenso y detallado atlas del saber literario. Poco a poco la salida a la luz de la obra del autor ha ido ayudando a que las palabras de admiración del argentino se hayan convertido paulatinamente en un mero eco que se apaga y que así nos permite oír la portentosa voz de un autor que no necesita de coros para poder ocupar un puesto de importancia dentro de la literatura española.

El joven Cansinos vio la tienda del Romanticismo cerrada ya por agotamiento, vivió el Madrid bohemio y modernista, abrazó posteriormente la causa ultraísta y convino (o convinieron por él) que el exilio interior en la posguerra era su mejor salida para no acabar en lugares más lúgubres si cabe. Este acelerón biográfico no puede obviar que el sevillano, mientras Gómez de la Serna pontificaba en El Pombo, orquestaba otra tertulia en El Colonial a la que asistía un jovencísimo y entusiasta Borges. Vivía en la Morería, muy cerca del ultraísta viaducto donde muchos encontraron –como diría Max Estrella– la regeneración con un vuelo. Esta etapa vital figura maravillosamente viva en sus no menos excelentes tres tomos de memorias La novela de un literato. El franquismo lo depuró por llevar una “vida rara” (cuestión esta muy vinculada a sus relaciones con el mundo judío) y por consiguiente lo despojó del carné de periodista. Hasta el año de su muerte, el autor llevó una titánica tarea de traducción para la editorial Aguilar, vertiendo al castellano a autores como Goethe, Dovstoieski o Balzac, entre otros, y Las mil y una noches y el Corán. Todo ello acompañado de un aparato crítico que aún hoy sorprende por su profusión y (a veces extraña) originalidad.

El librito que nos ocupa deja ver de manera original la concepción de Cansinos Assens en torno al arte y cómo ésta fue su elección como forma de vida allá por los años veinte. El camino hacia la belleza requiere de la renuncia a cualquier vínculo con todo lo que no sea, según Théophile Gautier, “el arte por el arte”, por lo que profesarlo supone consagrarse a algo parecido a un apostolado secular. Si el arte es una religión, la entrega es su único credo. La epopeya de las alas es un ejercicio estilístico y genérico al que el lector tiene que llegar con las coordenadas de producción, estética y tradición literaria muy claras. Podríamos referirnos a la obra como un híbrido entre el teatro lírico y la reflexión poética en torno al arte, contenido en una especie de diálogo renacentista atravesado por cierto tono dramático y modernista que en ese momento ya se consideraba crepuscular.

Madre y hermanas aguardan la vuelta del hijo y el hermano respectivamente que, tras haber dado el salto al “azul” del arte vuelve “sin alas” a la casa materna con los alegóricos muñones del fracaso. “¿Cómo pudiste esperar que conquistarías ese azul, inaccesible emporio, infranqueable Eldorado de tesoros ardientes, que nadie podría tocar, abismo defendido por sus propias luces, desierto lleno de espejismo fatales? ¿Cómo pudiste esperar el prodigio, ¡oh!, hijo mío?”, le dice la madre a un vástago que se ve como un Perseo blandiendo la cabeza de la Gorgona en su mano, un Belerofonte a lomos de Pegaso, un Elías subiendo al cielo. Ya había dado Cansinos a la imprenta El divino fracaso (Valdemar, 1996) en 1918, un ensayo entre memoria y confesión visto desde un lirismo quizás más medido que en La epopeya de las alas. En aquel libro hacía un recorrido por la ardua y sacrificada tarea del literato. “Pienso que la mayor victoria de un artista sería no dominar su arte, sino abandonarlo... ¡Qué verdaderamente victoriosos seríamos entonces, libres de toda carga, pasando entre las cosas con manos cándidas y vacías y sueltas, sin ese gesto ya de cazadores de lazo!”, afirma. El poeta sin alas de La epopeya, muy al contrario, engolfado en la belleza y el azul acepta el fracaso como un don de su destino de poeta y, como si de un anti-Rimbaud se tratara, sueña con volver a mirar con sus ojos ese “azul” que Darío tomó como “el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y firmamental”.

Es probable que este título que publica ahora el Archivo Cansinos Assens (ARCA), diligentemente guiado por Rafael Cansinos hijo, no suponga más que un detalle anecdótico entre toda la producción cansiniana, una simple mota suspendida en el aire celeste que supone toda la creación del autor. Su obra crítica (publicada por la Diputación de Sevilla en 1998 y tristemente agotada) es dueña de una agudeza indiscutible. Los tres volúmenes anteriormente citados de sus memorias literarias (ahora en Alianza Bolsillo los tres tomos) ejercen sobre sus lectores una fascinación absoluta. A la espera quedamos los amantes de Cansinos de la publicación de sus diarios de guerra, ejercicio idiomático –está escrito en muchas de las lenguas que dominaba el autor– y del corazón donde el escritor se pone a prueba en ambas tierras. Posiblemente estos apuntes de la conflaración civil guardarán testimonio del momento anterior  a cuando el fulgor de aquel joven incandescente dejó de brillar a la luz del día y pasó a relumbrar en la noche estrellada y silenciosa de su labor del exilio interior, ésa que ahora nos va llegando para el deleite de los amantes de la buena literatura.

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