Joe el bárbaro
Grant Morrison y Sean Murphy
Planeta DeAgostini, 2011
ISBN: 978-84-684-7547-9
208 páginas
16,95 €
Traducción de Bittor García
José Martínez Ros
Hace poco se estrenó en cines Super 8, una película que jugaba abiertamente en el campo de la nostalgia ochentera y la nostalgia hacia las películas realizadas en esa época para un público juvenil, cuentos de hadas más o menos sombríos que en la mayor parte de los casos estaban inspirados en el imaginario de ese gran hacedor de relatos fantásticos contemporáneos que es Steven Spielberg, y que, sin duda, tuvieron su papel en la educación sentimental de una generación. Me refiero a cintas como Los Goonies, Una pandilla alucinante, Dentro del laberinto, Regreso al futuro, El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes), y muchas otras que todos recordamos (y probablemente añoramos), aunque en su composición había bastante de fórmula.
Solían incluir, en primer lugar, una cinefilia intensa (si quieren descubrir el origen de la actual generación 'friki', repasen esos títulos y atérrense), un protagonista infantil o, mejor aún, adolescente confuso y solitario, una familia moderadamente desestructurada (un divorcio por aquí, una viudez por allá, tal vez un ligero alcoholismo o una subsanable falta de recursos económicos), un pequeño cuadro costumbrista de una comunidad suburbana y, por supuesto, no olvidemos lo más importante: el elemento fantástico y/o extraterrestre que impacta contra la vida cotidiana del protagonista/protagonistas y convierte su vida rutinaria en una aventura con generosas dosis de épica que (muy a menudo) incluye un amigo -digamos- sobrenatural. Todo esto viene a cuento porque el afamado guionista escocés Grant Morrison parece haber tenido muy en cuenta esas referencias en su última obra llegada a España, Joe el bárbaro.
Morrison es autor de algunos de los cómic más impactantes y vanguardistas de las últimas décadas -echen un vistazo a El asco, recientemente reeditado en España para comprobarlo- y miembro destacado de la llamada “invasión británica” que precisamente en los ochenta cambió la faz del cómic norteamericano gracias una importación masiva de cultos guionistas de las Islas Británicas -que, por su parte, huían de la gris Inglaterra tacherista- y que produjeron unas cuantas obras maestras del arte secuencial (nombremos, por ejemplo, a Sandman, The Authority, Watchmen, Los invisibles, Hellblazer o Predicador), así que, en un primer momento, uno supone que sus inquietudes personales van por otro lado y que Joe el bárbaro es un producto meramente alimenticio.
Pero, por fortuna, nada más lejos de la realidad. Morrison nos relata con su convicción habitual la epopeya doméstica de Joe, un chico cuyo padre ha muerto en Irak, que padece diabetes y sufre cuando se encuentra en casa -con la única compañía de su mascota, un ratón, Jack- un ataque de hipoglucemia y su mente viaja a un universo paralelo donde sus miedos adolescentes y los traumas causados por la situación de su familia tomarán cuerpo para que se enfrente a ellos de una vez por todas. El cómic, a pesar de cumplir con todos los tópicos del género anteriormente citados, es excelente, y nos quedamos prendados de la ensoñadora experiencia de Joe, que también evoca al clásico de Michael Ende, La historia interminable, en más de un aspecto. Por último, hay que destacar el tremendo dibujo de Sean Murphy: Joe el bárbaro es uno de los cómics más bellos visualmente con los que me topado en mucho, muchísimo tiempo. Una pequeña joya.
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