Conversación
Gonzalo Hidalgo Bayal
Tusquets, 2011. Colección "Andanzas"
ISBN: 978-84-8383-348-3
238 páginas
17 €
Rafael Suárez Plácido
Alguien me tiene dicho que la primera reforma importante que habría que hacer en España es la de enseñar, o aprender —según como se mire—, a conversar, y no le falta razón. Es normal. El concepto de tertulia que se nos vende a través de los canales de televisión y emisoras de radio, verdaderos maestros, sobre todo la televisión, de hoy en día, no tiene nada que ver con la idea ya clásica de una conversación en la que funcionan varias partes y necesariamente es una la que interviene hablando y otra u otras, las que lo hacen escuchando. La mayoría cree y asume que está preparada para hablar, para opinar. ¡Qué diferente sería si pudieran oírse! Pero son muy pocos los que saben escuchar. No tenemos que ir a canales de televisión ni a bares para comprobar esto. Baste con visitar cualquier parlamento o sala de juntas. Baste con asistir a cualquier juicio, en los que constantemente hay que mandar callar a las partes, sean estos quienes sean. Luego se quejan los profesores: ¡si supieran que en sus aulas es donde más se respetan las maneras!
Profesor, y de Secundaria, es también, además de novelista, Gonzalo Hidalgo Bayal y a su último libro le ha dado este título que me suena tan atrevido: Conversación. Atrevido y utópico. Y es atrevido no sólo por esta reflexión anterior, sino porque sus cuentos se presentan casi como fragmentos de otro tiempo. No sabría decir de cuándo, pero sí, de otros tiempos. Son cinco relatos en los que un hombre de edad avanzada recuerda algo que ha ocurrido, o está ocurriendo, hace ya bastante tiempo y lo cuenta a alguien que le está escuchando y no interviene más que oyente y, diría más, lector. Apenas hay diálogos, pero la presencia de los interlocutores es constante. De ello dan fe las fórmulas de cortesía y las construcciones fáticas, que, a su vez, funcionan como pequeños respiros para el lector ante la avalancha de información con que le van seduciendo estas historias.
A algunos les parecerá un caso de autor tardío, pero no, no es eso. Hidalgo Bayal lleva a sus espaldas varios libros de poesía, relatos y novelas. Pero hasta la publicación de Campos de amapolas blancas y La paradoja del interventor, para mí hasta el momento sus dos mejores libros, no llamó la atención de Tusquets que, inmediatamente, procedió a reeditar ambos títulos con el lógico éxito de crítica que supone una obra tan singular y tan milimétricamente forjada y, a partir de ahí ha publicado la novela El espíritu áspero y el pasado 2011, este libro de relatos: Conversación.
Son cinco relatos, ya lo he dicho, en los que un hombre confiesa o justifica o ambas cosas algo que ha sido esencial en su vida. “Prometí que nunca contaría lo que voy a contar…” Así comienza el primero de ellos, “Kalé heméra”. En realidad, los cinco relatos rompen el silencio que, por una u otra razón, se ha impuesto el narrador durante años. La Literatura es un asunto muy importante: si lo que tienes que decir no es fundamental, no lo digas. O eso parece pensar el autor extremeño.
El citado “Kalé heméra” es uno de los mejores relatos. En él el narrador relata su primera casi experiencia como profesor y a lo que esta le llevó. Nos dice algo así como que lo que tiene que ser, será. Se preguntarán ustedes si queda justificada esa ruptura del secreto al que se refiere al inicio del relato. Eso tendrán que juzgarlo ustedes tras leerlo. Yo sólo les puedo adelantar que este relato, como los otros cuatro es un goce del lenguaje. Si ya han leído a Hidalgo Bayal, ustedes también lo sabrán.
El relato que más me ha interesado es “Aquiles y la tortuga”. Un personaje importante del mundo de las letras repasa la vida de un condiscípulo de su época de estudiante de Bachillerato. En este relato, quizás el más personal que el autor haya escrito da rienda suelta a lo que es una de sus mayores pasiones: el gusto por el mundo clásico. Al inicio de este texto dije que eran unos fragmentos de conversaciones y este relato gira sobre los fragmentos de los presocráticos y cómo su lectura puede cambiar la vida de un joven en quien su entorno tenía fijadas otras metas. Pero ya lo hemos dicho: lo que tiene que ser, será. Y cuando menciono el gusto por el mundo clásico, también podría mencionar la Filosofía, o la Ética. El eterno problema del bien o el mal. Todos los relatos nos crean la duda de si lo que hacen los personajes está bien o mal hecho. Los narradores no se dejan nada en el tintero. Y lo que se dejan, nos lo dejan ver con artificios más sutiles. ¿Está bien lo que hace el profesor de “Kalé hemerá”, o lo que hace su alumna, o su marido? ¿Y es posible justificar lo que hace el Corzo? ¿Sabemos realmente qué es lo que ha hecho? ¿El “Monólogo del enemigo”, esa reformulación de El Duelo, de Conrad, parece una apología del mal por ambas partes, o ambos son inocentes? ¿Y quién diablos es el narrador de “Reparación” y qué pretende? En todas y cada una de sus páginas reside el dilema ético y los narradores, cuando lo cuentan todo, son conscientes de ello y de que no siempre van a salir bien parados.
El otro ingrediente es el lenguaje, que es el que lo justifica todo. Si alguien no cuenta la historia de unos personajes, estos no existen; ¿si alguien no cuenta nuestra historia, existimos? ¿Estamos vivos o muertos? ¿También el lenguaje nos justifica a nosotros?
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