21 diciembre 2010

Artimañas imaginativas contra la soledad

Escuela de sueños

Sara Stridsberg

451 editores

978-84-96822-94-8368

368 páginas

19,50 €

Traducción de Carmen Montes Cano

Carolina León

La virilidad es una deficiencia orgánica, una enfermedad: los machos son lisiados emocionales”. Un ensayo, el Manifiesto SCUM, de unas veintitantas páginas fue publicado en 1968 (y su larga cola llega, a pesar de muchos, hasta hoy). Su autora fue una muchacha pobre, fea, lesbiana, que había sufrido abusos sexuales en la niñez y encontró en la prostitución el modo de financiarse la vida una vez que salió de la órbita materna; se refugió, después de pasar por los departamentos de investigación de la Universidad de Maryland, en el Village neoyorkino con la esperanza de encontrar caldo de cultivo apropiado a su trabajo y sus ideas. Allí (más o menos en la época en que redactaba el Manifiesto), contactó con Andy Warhol y le pasó el manuscrito de una obra teatral que esparaba que él produjera. La obra era irrepresentable (se ha podido leer en declaraciones varias de los implicados en esta extraña trama), pero el asunto es que Warhol no le devolvía el texto por más que se lo pedía. Solanas, Valerie, probablemente harta pero también estimulada por sustancias de varios tipos, martilló un gatillo tres veces contra el artista. Él sobrevivió (mal), pero ella fue recluida en sanatorios mentales durante mucho tiempo; lo que le quedó de vida (murió en 1988) es un agujero bastante negro, ausente de datos, hasta el día en que murió en un hospital de beneficencia de San Francisco.

El Manifiesto SCUM, a pesar de su hiperbolismo, no es para tomárselo a broma, pero tampoco literalmente. Lo que (me parece) le sucedió a Sara Stridsberg (autora sueca con un libro anterior a éste, Happy Sally), es lo mismo que nos puede pasar si contemplamos los datos biográficos de otras mujeres (escasamente) conocidas: pequeños atisbos de “protagonismo” cultural, obra excéntrica y anómala, circunstancias ajenas a la propia producción que la acallan y la silencian. Pobreza, enfermedad, soledad, muerte. Sin hacer mayores indagaciones, ahora mismo no puedo dejar de recordar a la actriz francesa Marie Falconetti: ¿alguien puede negar que puso rostro a la mejor versión cinematográfica del mito de Juana de Arco y que su imagen forma parte de la historia universal del cine? Sepan que la “musa” de Dreyer acabó sus días sola y olvidada de todos, en algún lugar de Argentina.

Fascinación: la novela Escuela de Sueños nace de ese gran signo de interrogación que se nos plantea delante de algunas de estas biografías. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se escapa uno, aunque sea momentáneamente, del anonimato, del destino gris, aislado en cualquier tugurio inhóspito de la gran Norteamérica, mimetizado con los millones de almas contentas de su alienación, que siguen el dictado de dólar, de la esclavitud social, del pensamiento único y las ilusiones estrechas? Lo cierto es que, también, los Estados Unidos son ricos en esas biografías: no debe de ser fácil fabricar almas complacientes en serie.

Y Solanas trató de buscarse a sí misma, aunque en el camino se extraviara. La sueca ha creado, para poder encontrarla, un entramado ficcional extraño, bonito, fértil en sensaciones y emociones, quizá el único posible para quedar equidistante del panfleto del vencedor o de la novela policial; obviando lo más posible el cénit de su “visibilidad social” (los disparos que no acabaron con Andy Warhol), Stridsberg se agarra a los pocos datos conocidos acerca de su niñez, adolescencia y juventud, para tejer una red de sutiles y pequeños elementos totalmente imaginarios (aficiones, lemas, colores, el mar, el surf), quizá en un intento de tratar de entender al personaje desde dentro. Montada en escenas breves, el lenguaje gira en torno a esos pivotes de realidad interior, como si una cámara fisgara en la intimidad de las habitaciones. Además, juega con las personas narrativas: de alguna forma, asumiendo que intentar novelar la biografía de quien existió, dejó tan escasa huella y ya no puede defenderse, no puede hacerse sino es desde el afuera. Stridsberg misma se introduce como personaje en diálogo con la protagonista. "¿Cuál es el material?", le pregunta en varias ocasiones. Lo teatral es la única forma de literatura que se le conoce a la Solanas.

Así, la autora intenta con esas artimañas desentrañar el por qué, o rascar en la superficie de lo conocido y oficial (Solanas “loca”, pasando varias décadas de institución en institución); dibuja una psicología, no ya rebelde, sino lúcida: una rebelde se enfrenta al poder por enfrentarse, la lucidez de Solanas fue entender que detrás de su desgracia no cabía asentir, seguir agachando la cabeza y matar el tiempo hasta que llegase la parca, sino darle la vuelta a los conceptos. Entender desde temprana edad (al menos así lo cuenta Stridsberg) la cualidad de la opresión.

Para el lector de Escuela de sueños quedan dos certezas: una, la de que la Solanas libresca lo es, con todas las consecuencias; que la autora sueca creó un trabajo conducido por la imaginación y el amor; dos, que dentro del libro se pueden experimentar, como en una fuerza succionadora hacia arriba, hacia lo universal, muchos de los desgastes, bestialidades e injusticias que han acaecido a otras muchas personas, tocadas por la lucidez, en el caso de Solanas, pero también, y más determinantemente, por las experiencias del desarraigo, el abandono, la exclusión, y la soledad. Hay muchas formas de entender una novela como ésta, lo suficientemente compleja para abarcar a distintos públicos. La lectura que me quedo esta noche es que luchar contra el poder, masculinocrático y heteropatriarcal, no sale gratis.

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