P.G. Wodehouse
Anagrama, 2010. Colección "Otra vuelta de tuerca"
ISBN: 978-84-339-7596-6
584 páginas
24,5 €
Traducciones de Esteban Riambau Saurí, Carme Camps y Emilia Bertel
José María Moraga
Anagrama acabó el 2010 pagando una deuda con el humorismo inglés de mayor octanaje, qué caray, con la literatura en general. Ellos, que han apostado por el humor inglés (hace poco regalaban un compendio de relatos humorísticos de las Islas en plan promoción), editan ahora una serie de P.G. Wodehouse titulada Ómnibus Jeeves, cuyo primer tomo ha aparecido e incluye los libros ¡Gracias, Jeeves! (1934) , El código de los Wooster (1938) y El inimitable Jeeves (1923). Las dos primeras son novelas (¡Gracias, Jeeves! es, de hecho, el primer libro largo que apareció sobre estos personajes) y la última es una novela-con-trampa, puesto que el material de que se compone suma dieciocho “capítulos” que ya habían aparecido con anterioridad de manera independiente en forma de once relatos cortos.
Estas tres novelas, pues, tienen en común lo mismo que ha de tener toda la serie que justifica estos Ómnibus: el mayordomo Reginald Jeeves y su patrón, el señorito Bertram Wooster. Sir P.G. Wodehouse (1881-1975), escritor prolífico a más no poder, autor de otras memorables sagas y personajes como la del Castillo de Blandings, la de Psmith, la del Golf, y muchas otras historias sueltas, es uno de los escritores británicos más populares y leídos del siglo XX. La crítica no ha sido generosa con él, puesto que dedicó su talento a un subgénero menor, la comedia, a menudo degenerada en farsa. Sin embargo, incluso sus coetáneos más reputados -como Kipling o Evelyn Waugh- hubieron de admitir la facilidad de su prosa (en el buen sentido) y su maestría en el uso preciso de la lengua inglesa.
Además de novelista, Wodehouse fue libretista de comedias musicales, llegando a trabajar con Cole Porter y Jerome Kern. Él pertenecía a una clase alta cuya definición nos cuesta comprender aquí en España. Esa clase que vemos reflejada en películas como Gosford Park (2001) y Una familia con clase (2008) o en series como Downton Abbey (2010- ), y que sufrió una estocada mortal con ambas guerras mundiales, sobre todo la segunda. Por eso el mundo de Wodehouse, y el de las historias de sus personajes Jeeves y Wooster acaba por resultar intemporal. Por sus costumbres (cenar de esmoquin, beber a todas horas, tener servidumbre) podemos enmarcarlas vagamente en un período entre 1914 y 1945, pero aunque los tres libros de este primer tomo del Ómnibus Jeeves cumplan con la fecha, no debemos olvidar que la última novela de Jeeves y Wooster apareció en 1974, mientras que el contexto de sus personajes no había variado un ápice.
Las historias de Jeeves y Wooster son, a mi entender, las mejores de Wodehouse con diferencia. La crítica así lo reconoce, y desde luego que si este autor ha de pasar a la historia será por estos dos personajes. Ellos son la pareja cómica más lograda, y aunque el estilo, lenguaje y procedimiento técnico de todos los libros de Wodehouse sea similar, es en el mayordomo y el señorito donde se sustenta el prodigio del humor wodehousiano. Bertie Wooster es el señorito vano y banal por excelencia. Millonario desocupado, miembro del club de “Los Zánganos”, ha recibido una educación elitista solo porque era “lo correcto”, pero apenas deja en su cerebro espacio para cosas que no sean la bebida, la moda, la música ligera, las novelas de suspense y los líos de faldas.
Acuciado por otros parientes con más seso (singularmente sus temibles tías), que quieren hacer de él un hombre de provecho o al menos que se case, Bertie acaba metiéndose en los embrollos más extraordinarios. A veces pretendiendo escaquearse de un problema va y crea otro mayor o a veces su falta de carácter le impide evitar verse envuelto en situaciones muy desagradables. El sexo femenino es, a menudo, otro azote de Bertie Wooster, quien suele atraer a damiselas que son, o demasiado cursis para su gusto o demasiado dinámicas y resueltas (recordemos que es la época de las flappers), y con las que suele comprometerse en matrimonio “sin querer”, lo que le supone no pocas incomodidades.
El único capaz de ayudar a Bertie a salir de estos embrollos es la gran mente abultada, el gran consumidor de pescado que alimenta su materia gris: el gran Jeeves. En realidad no es mayordomo sino ayuda de cámara, ya que lo primero se asocia a una casa y lo segundo a un caballero concreto. O como a él le gusta decir, es un “Gentleman’s personal gentleman”. Porque Jeeves, aunque un sirviente, es un tipo culto y refinado. Pertenece a una clase media-baja con aspiraciones, suficientemente educada para conocer los códigos del buen gusto y la elegancia, y servir a su jefe en calidad de criado, secretario, mayordomo, ayuda de cámara y conseguidor en general. Siempre desde una posición de respeto y confianza mutuos, nunca en igualdad de condiciones.
Si Bertie es un botarate integral, él gusta de verse a sí mismo como un genio excelso y cultivado. Jeeves, por contraste, es una persona de una cultura enciclopédica, sobre todo en lo que a historia y literatura inglesas se refiere, habla con citas de Shakespeare, Milton y los poetas Románticos (que Bertie toma por perlas originales de su empleado) y siempre siempre siempre sabe estar, pero es muy humilde y discreto, un genio en la sombra. Tanto es así, que llega al extremo de manipular a su señor de manera sutil, dada su inteligencia superior, para que este haga lo que a él le dé la gana pero sin que jamás se note. En contadas ocasiones, Wooster se da medio cuenta de esta suerte de “despotismo ilustrado” que Jeeves ejerce sobre él, pero carece de la inteligencia y el carácter necesarios para plantarle cara, máxime cuando Jeeves siempre actúa en beneficio de los intereses de su amo, que por fuerza coinciden con los suyos propios.
En ¡Gracias, Jeeves! el mayordomo llega a amenazar al señor hasta el extremo de dejar su servicio, puesto que, para echarle un pulso y reforzar su autoridad, Wooster ha dado en tocar el banjolele (infernal instrumento de cuerda parecido al banjo, muy de moda en los años 20), haciendo la convivencia imposible. Wooster se ve obligado a tomar a otro sirviente, que resulta un completo desastre, mientras se ve envuelto en una trama para ayudar a un amigo a cortejar a la hija de un rico americano, posible comprador de la casa solariega del amigo. La chica yanqui resulta ser una ex de Bertie, con lo que ya tenemos lío garantizado, acrecentado con la llegada de otro viejo conocido, un psiquiatra padre de otra ex de Bertie que lo tiene por loco. Al final, ni que decir tiene, solo Jeeves será capaz de salvar la situación, dar a cada uno lo suyo y restablecer la paz.
El código de los Wooster es, posiblemente, la obra clave de esta serie de personajes. Incluida hace tiempo por Penguin en su serie Twentieth Century Classics, cuenta la peliaguda situación en que se mete Bertie Wooster al encargarle su tía que robe una lecherita de plata en forma de vaca a un coleccionista rival de su tío, quien si no consigue esa pieza se niega a sufragar la revista femenina que su esposa dirige. Como la vaquita se halla en posesión del rival por culpa de una metedura de pata del propio Bertie, este se ve en la obligación moral de desfacer el entuerto y acaba mezclado en una serie de tramas románticas, con malentendidos entre él y la novia de un amigo íntimo, a lo que se suma la inquietante presencia de Roderick Spode, uno de los más hilarantes personajes de toda la saga: señorón autoritario, violento y filonazi que es una parodia del nazi inglés Oswald Mosley. El código de los Wooster, feudalismo mal digerido, reza “Nunca dejes a un colega en la estacada”, pero solo Jeeves, con su sagacidad y savoir faire, pondrá el bálsamo necesario para que la cosa culmine en el obligatorio final feliz.
El inimitable Jeeves nos trae algunas de las más desternillantes historias de Jeeves y Wooster, débilmente entrelazadas para parecer una novela. Destacan “El camarada Bingo”, que muestra a un amigo del alma de Bertie –sobrino de un Lord- haciéndose pasar por comunista para ligarse a una chica obrera, “La pureza del césped”, retrato de la pasión por el juego y las apuestas de estos jóvenes ociosos o “Sir Roderick viene a almorzar”, en la que Bertie se hace pasar por loco ante un reputado psiquiatra (como expliqué hace dos párrafos) para eludir un compromiso matrimonial indeseado con su hija, muy atractiva pero muy mandona. El único aceite capaz de engrasar este mecanismo y hacer que todas las historias lleguen a buen puerto es… lo habéis adivinado: el inimitable (e inestimable) Reginald Jeeves.
Espero que todo lo anterior haya podido dar una ligera pero interesante idea de las coordenadas por las que se mueven P.G. Wodehouse y sus personajes, incluyendo a muchos de los secundarios, que aparecen recurrentemente. Personalmente, recomendaría leer los tres libros en orden cronológico, para irle cogiendo el punto a Jeeves y Wooster, y sobre todo al peculiar estilo de contar de Bertie, narrador infrasciente pero tremendamente locuaz, que os garantiza la carcajada. Bien por Anagrama y bien por la recuperación de estos pequeños clásicos del humor del siglo XX. Y a quien no le haga gracia este Ómnibus Jeeves (I), tranquilos, que hay otros libros.
3 comentarios:
La verdad es que las historietas de Jeeves y Wooster son, como tú bien dices, desternillantes...
Y P.G. Wodehouse es un escritor al que se le pilla cariño muy pronto. Yo siempre lo he puesto al mismo nivel que otros grandes británicos como Evelyn Waugh o G. K. Chesterton, que tienen un humor igual de fino.
Esperemos que este Ómnibus sirva para poner en el mapa a este escritor de enredos tan maravilloso.
La verdad es que sí, me encantaría que se popularizara P.G. Wodehouse, como en su día pasó con las novelas de Tom Sharpe. La verdad es que en Gran Bretaña es famosísimo como tú sabes, con constantes reediciones y aquella adaptación televisiva interpretada por Stephen Fry y Hugh Laurie.
Me ha gustado tu blog tiene un sabor diferente te he descubierto de casualidad.... Volveré a leerte Un beso,una flor para vos
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