16 febrero 2011

Carretera minimal


Carretera blanca

Antonio Mochón

Pre-textos, 2010

ISBN: 978-84-92913-73-2

68 páginas

10 €

VI Premio de Poesía Javier Egea


José Martínez Ros

La poesía, en nuestra sociedad, recuerda a una de esas ancianas que, llenas de achaques y hasta con la memoria medio borrada, se aferran obstinadamente a la vida, por lo que resulta más que probable que acaben sobreviviendo a sus enterradores. De su agonizante y rara vitalidad da prueba la periódica aparición de nuevas antologías de poesía joven (una extraña y pintoresca costumbre del no menos pintorescas editoriales españolas, tal vez con el fin de que el libro sea adquirido al menos por los familiares y amigos de los múltiples antologados), labor en la que el inefable Luis Antonio de Villena sobresale con un celo que, sin duda, podría estar dedicado a mejores fines. Esta peculiar situación, con continuas nuevas hornadas de poetas que se leen entre sí y se pelean entre sí, financiados en sus publicaciones por los contribuyentes a través de múltiples premios locales, pero totalmente desconectados de un público que, con toda razón, opta por no leer a adolescentes o a individuos con mentalidad adolescente, es un fenómeno que merecería estudio. Roberto Bolaño opinaba que la poesía española contemporánea, con algunas excepciones (Gimferrer, Panero, García Valdés) era, en general, malísima, pero es mejor no hacer caso de Bolaño que, como es bien sabido, tenía la costumbre de decir siempre la verdad.

De la lectura de las últimas o penúltimas, cabe pensar que una tendencias o estéticas más consolidadas entre los autores jóvenes es la que cabría llamar minimalista, y que tiene, con toda probabilidad, como representantes destacados, a poetas tan conocidos (aunque ser conocidos en el medio poético actual equivale, como máximo, a una moderada clandestinidad) como Luis Muñoz o Carlos Pardo. Entre sus rasgos más obvios está la tendencia al fragmento, el verso-sentencia conceptuoso, a la ironía menor y a la metafísica de andar por casa y, en algún caso (normalmente muy desdichado) el gusto por las referencias muy contemporáneas y muy 'camp' (las que dentro de un par de décadas necesitarán una nota a pie de página para ser entendidas, en el dudoso caso de que alguien se moleste en leer esos poemas en algún futuro concebible). Los riesgos que supone la asunción de tal estética son, por supuesto, muchos, y no es el menor de ellos la renuncia a la belleza sensorial del poema, a cualquier temática filosófica o social con un nivel más elevada que una canción de Los Planetas, la escritura de textos que son poco menos que juegos de pueriles adivinanzas y chistes entre amigos, lo que Francisco Brines llamó "poesía-crucigrama", como si siempre se le hurtase una pieza al lector para entender el conjunto. En resumen, una poesía castrada. Como sucede en este tipo de moda, los poetas más significativos y con más personalidad (Pardo, por ejemplo) son los más inocentes de los desafueros de sus seguidores, como, sin duda, García Montero no tuvo la culpa de que, al pensar en cierta poesía de los ochenta y principios de los noventa, nos venga a la cabeza la imagen de un tipo insoportablemente sentimental que reflexiona sobre su divorcio mientras escucha jazz un día de lluvia.

Si cabe destacar un libro como Carretera Blanca, del granadino Antonio Mochón es, además de por la belleza de algunos de sus poemas, por el modo en que consigue no naufragar bajo ese pesadísimo lastre. Como hijo de su tiempo, su poesía está poblada de voces ("vivíamos en una estación, ¿lo recuerdas?") e imágenes ("arteria gris/ de lo irreal") que se superponen en un palimpsesto que el lector solo puede desentrañar hasta cierto punto, pero no por ello perdemos contacto con una tristeza ("ya no escribo cartas de amor") o un dolor ("quisiera que esto durara más de lo que duran las desilusiones y los fracasos") que sabemos al instante auténtica. El ritmo es entrecortado y se hace algo fatigosa la lectura de unos poemas que se ordenan, no por su música interna, sino a base de los destellos aislados de imágenes que no llegan a elevarse del todo y sentencias en las que predomina esa filosofía a escala reducida. Otros parecen algo prosaicos, sin el toque de magia o misterio que nos hace ver la realidad, como pedía Wallace Stevens, de otro modo. Pero de vez en cuando unos versos memorables nos recuerdan que nos hayamos ante un verdadero poeta ("El dolor de lo irreparable tiene una piel suave"). Carretera blanca no es, en mi opinión, un libro totalmente satisfactorio. Pero sí muestra que de Antonio Mochón podemos esperar más de lo que nos ha dado ahora y que es un poeta a seguir con atención.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque echo de menos una inmersión más profunda en este libro, me ha gustado la disección sobre la poesía actual española. Félix de Azúa decía hace poco que la poesía le había abandonado por otro -probablemente se haya ido del país y no sabemos si volverá ni cuándo-. A García Montero yo me lo represento también en un taxi en busca de su amor, por supuesto un día de lluvia, ay, de lluvia triste. ¿Qué es poesía?, amigos de este blog, yo ya no sé. Si probamos a juntar los versos de la mayor parte de los poemas de ahora, uno al ladito del otro, sigue siendo eso poesía?

Anónimo dijo...

No he leído el libro, pero ¿de verdad te parece "bello" un verso como "quisiera que esto durara más de lo que duran las desilusiones y los fracasos"? Gulp.

Anónimo dijo...

Tengo un problema con tus reseñas, José, y es que en todas sin excepción elogias un libro mediante la descalificación de otros. ¿Mochón y los demás poetas a los que has reseñado no son buenos por sí mismos, que lo tienen que ser porque los demás, ay, son malos? En este caso, de tres párrafos sólo uno se refiere al poemario. Es una lástima.

J.M.R dijo...

Señor mío, pena dan muchas cosas, pero yo no discuto con anónimos. El panfleto, la polémica y la incorrección nunca le han venido de más a la literatura. Cordiales saludos.

Anónimo dijo...

No le niegue usted a nadie el derecho a opinar, señor J.M.R. y trate de ser más humilde, baje del púlpito. ¿Qué más da el nombre cuando hay argumentos? Si la crítica prescindiera de los nombres y se limitara a leer sin prejuicios, como en un concurso limpio con sistema de plica, seguramente el canon literario de este país sería muy distinto. No soy el mismo de antes, pero estoy de acuerdo en que su lectura de este libro ha sido o apresurada o superficial o de parte, vamos, que no convence.

Anónimo dijo...

Pues a mí me convence bastante. Dice unas cuantas verdades como puños de boxeador y, aun no habiendo leído a Mochón (cosa que haré para ver cuál es el calado crítico del reseñista), estoy muy de acuerdo con lo de L.G.Montero. Me huele a mí que algunos de mis homónimos-anónimos son colegas del vate.

RSP dijo...

Hay que leer más libros de poesía y menos blogs de crítica del tres al cuarto, donde, para colmo, todos los reseñistas son anónimos.