Hilo musical
Miqui Otero
Alpha Decay, 2010
ISBN: 978-84-9283-713-7
301 páginas
19 €
José María Moraga
Dejó dicho León Felipe que “para enterrar a los muertos cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero”. Algo parecido se podría aplicar a la literatura. Mucha gente escribe novelas de éxito y prestigio: periodistas, filólogos, historiadores, presentadores de televisión… y eso está bien, porque no hay ninguna facultad donde den un título de “escritor” (bueno sí, pero ya sabéis a lo que me refiero). Ahora nos llega el debut narrativo de Miqui Otero (Barcelona, 1980), un tipo al que vengo siguiendo hace años como columnista del diario gratuito ADN, que también es DJ y al que su editorial define como “agitador cultural”.
Pese a un par de comentarios francamente negativos escuchados en persona, me sumerjo en Hilo musical (septiembre 2010) sin prejuicios y sin haber leído ninguna otra crítica. Salgo de la zambullida contento, moderadamente satisfecho. Este no será el libro que cambiará mi vida (otra vez será) ni la vuestra, pero sí es uno que me ha hecho disfrutar durante mucho rato.
Tengo singular interés por Hilo musical debido a dos motivos: 1) sé que Miqui Otero es un maestro del epigrama, la sentencia friki-pop y el comentario insidioso y 2) la novela se presenta como una especie de ‘Bildungsroman’ para mi generación. Ambas cosas son palmarias desde la página uno, y en ambos casos Miqui Otero triunfa solo a medias. El principal problema (a mi entender) radica en la frase “para mi generación”. Sin querer pecar de elitista o esnob, no es ocioso que haya incluido en esta reseña el año de nacimiento de Miqui.
Los referentes culturales (“cultura” con c minúscula, claro) de Hilo musical están anclados en el tiempo, son válidos para personas que hayan vivido los 60, 70 y 80, o estén muy interesados en lo que proporcionaba entretenimiento durante aquellos años. Los nombres de Los Salvajes, Torrebruno, E.T., el Inspector Gadget o Trinaranjus desfilan junto a otros más esotéricos como Teen Wolf, Joe Meek, Os Mutantes, Pau Riba o El pueblo de los malditos, citados a veces de perifrástico modo. Como novela de iniciación, Hilo musical funciona, es la típica historia de un chavalote más bien pardillo (¡qué bendición la etiqueta ‘friki’ para dar prestigio!) que, merced a una serie de aventuras y con una chica como catalizador, se espabila durante un verano y, cual personaje de El Mago de Oz, encuentra su corazón, su cerebro y su valor.
Todo esto se desarrolla contado por el propio Tristán, un veinteañero perdedor que entra a trabajar en una especie de ciudad de vacaciones + parque temático llamada Villa Verano, hija de la cultura del pelotazo (leyendo ‘à clef’ podemos ver un trasunto de Marina d’Or y Terra Mítica, con unas gotitas de la Seseña de “El Pocero”). A ritmo de rock’n’roll, a caballo entre la nostalgia de los 60 y el mileurismo actual, a medio camino entre la fábula etiológica y la agonal, los personajes que rodean a Tristán en Villa Verano adoptan los más variopintos disfraces, las más de las veces de animales.
Lingüísticamente, Hilo musical nos proporciona muchísimas perlas del comentario jocoso, muchos de esos epigramas y frases lapidarias junto a bastante tópico y algo de morralla también. Así y todo, ciertos giros son tan kitsch que terminan por sublimarse, por ejemplo el símil: “La noche se ha esfumado como en un mutis de Batman” (de acuerdo, no es Raymond Carver ni Daniel Ruiz García, pero el chico apunta maneras). En cualquier caso, queda de manifiesto una perogrullada: que escribir columnas o blogs no es lo mismo que parir una novela.
Quién sabe si cuando pula su estilo Miqui Otero estará destinado a permanecer en las letras españolas, aunque en una entrevista vista en Facebook afirma que escribir ficción es lo que más le llena. De momento ya ha sido aclamado por la pandilla ‘afterpop’, aunque, no temáis, no encontramos en Hilo musical ni rastro de esa tan cacareada “narrativa mutante” (aquí solo hay primera persona en orden cronológico, planteamiento-nudo-desenlace, etc). No sé si creerme que en la Barcelona sesentera de la VI Flota todo el mundo hablaba catalán pero me ha hecho gracia bucear en un submundo en el que los Rolling Stones comparten cartel con MC Randy & DJ Jonco. También pone Miqui Otero la siguiente frase en boca de Julio Iglesias: “Todo español debería tener un jet”. O escribir una novela, añado yo: algunos ya han empezado.
Tengo singular interés por Hilo musical debido a dos motivos: 1) sé que Miqui Otero es un maestro del epigrama, la sentencia friki-pop y el comentario insidioso y 2) la novela se presenta como una especie de ‘Bildungsroman’ para mi generación. Ambas cosas son palmarias desde la página uno, y en ambos casos Miqui Otero triunfa solo a medias. El principal problema (a mi entender) radica en la frase “para mi generación”. Sin querer pecar de elitista o esnob, no es ocioso que haya incluido en esta reseña el año de nacimiento de Miqui.
Los referentes culturales (“cultura” con c minúscula, claro) de Hilo musical están anclados en el tiempo, son válidos para personas que hayan vivido los 60, 70 y 80, o estén muy interesados en lo que proporcionaba entretenimiento durante aquellos años. Los nombres de Los Salvajes, Torrebruno, E.T., el Inspector Gadget o Trinaranjus desfilan junto a otros más esotéricos como Teen Wolf, Joe Meek, Os Mutantes, Pau Riba o El pueblo de los malditos, citados a veces de perifrástico modo. Como novela de iniciación, Hilo musical funciona, es la típica historia de un chavalote más bien pardillo (¡qué bendición la etiqueta ‘friki’ para dar prestigio!) que, merced a una serie de aventuras y con una chica como catalizador, se espabila durante un verano y, cual personaje de El Mago de Oz, encuentra su corazón, su cerebro y su valor.
Todo esto se desarrolla contado por el propio Tristán, un veinteañero perdedor que entra a trabajar en una especie de ciudad de vacaciones + parque temático llamada Villa Verano, hija de la cultura del pelotazo (leyendo ‘à clef’ podemos ver un trasunto de Marina d’Or y Terra Mítica, con unas gotitas de la Seseña de “El Pocero”). A ritmo de rock’n’roll, a caballo entre la nostalgia de los 60 y el mileurismo actual, a medio camino entre la fábula etiológica y la agonal, los personajes que rodean a Tristán en Villa Verano adoptan los más variopintos disfraces, las más de las veces de animales.
Lingüísticamente, Hilo musical nos proporciona muchísimas perlas del comentario jocoso, muchos de esos epigramas y frases lapidarias junto a bastante tópico y algo de morralla también. Así y todo, ciertos giros son tan kitsch que terminan por sublimarse, por ejemplo el símil: “La noche se ha esfumado como en un mutis de Batman” (de acuerdo, no es Raymond Carver ni Daniel Ruiz García, pero el chico apunta maneras). En cualquier caso, queda de manifiesto una perogrullada: que escribir columnas o blogs no es lo mismo que parir una novela.
Quién sabe si cuando pula su estilo Miqui Otero estará destinado a permanecer en las letras españolas, aunque en una entrevista vista en Facebook afirma que escribir ficción es lo que más le llena. De momento ya ha sido aclamado por la pandilla ‘afterpop’, aunque, no temáis, no encontramos en Hilo musical ni rastro de esa tan cacareada “narrativa mutante” (aquí solo hay primera persona en orden cronológico, planteamiento-nudo-desenlace, etc). No sé si creerme que en la Barcelona sesentera de la VI Flota todo el mundo hablaba catalán pero me ha hecho gracia bucear en un submundo en el que los Rolling Stones comparten cartel con MC Randy & DJ Jonco. También pone Miqui Otero la siguiente frase en boca de Julio Iglesias: “Todo español debería tener un jet”. O escribir una novela, añado yo: algunos ya han empezado.
1 comentario:
Tan claro y meridiano como lo veo...
Wonderful, buen Moraga.
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