Sunset Park
Paul Auster
Anagrama, 2010. Colección "Panorama de Narrativas"
ISBN: 978-84-339-7546-1
288 páginas
18,50 €
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Manolo Haro
Un bote de mermelada agriada hierve al baño maría en un cazo. El olor es nauseabundo, pero los que ya conocen la marca no ponen reparo alguno en untar la confitura en una rebanada de pan. Luego se la comen pausadamente, con delectación, como el que observa cepillar a un pony por su amoroso y joven jinete. La imagen nace de mi última lectura. Pasma ver como Paul Auster continúa con su música del azar, alimentando el deseo de oír historias televisivas de todos aquellos que creen que la literatura es, por usar un símil musical, un sonajero que guarda en el corazón deslumbrantes y aciagos relatos de seres infelices que en un último golpe de muñeca encontrarán (o no) el sentido de sus vidas. 'Eu não gosto de' Auster, como se puede comprobar por este comienzo de reseña. No me gusta porque, entre otras cosas, no acierto a creerme las trepidantes y tumultuosas vidas de estos últimos hijos literarios; además, porque me empalagan las existencias de unos seres que hacen todo lo que usted y yo podríamos hacer (estudiar filosofía, pintar desnudos, tocar la batería, ser editores, etc.) y no llevamos a cabo debido a que dormimos en provincias y el sino que nos dirige el camino es mezquino y paleto.
Miles Heller, el personaje que abre la novela, vive en Florida y es un fotógrafo de casas abandonadas por inquilinos que no pueden hacer frente al pago de sus hipotecas. Mantiene un noviazgo con Pilar, una cubana menor de edad que conoció en un parque mientras ésta leía El gran Gatsby (sic). Su padre, Morris Heller, es editor. Padre e hijo perdieron el contacto desde que Miles dejó los estudios y decidió poner tierra de por medio por otra rocambolesca pirueta del azar que omito para no fastidiarles la historia. La hermana mayor de Pilar coloca en un aprieto al joven Heller: quiere que esas cositas insignificantes (joyas, televisores de plasma, etc.) que fotografía en los hogares vaciados al ritmo impío de las 'subprimes' lleguen a sus manos; de lo contrario, se verá obligada a denunciarlo a la policía por mantener relaciones ilícitas con una menor. Segunda fuga de Miles hacia N.Y., donde un antiguo compañero, Bing Nathan (batería inquieto), le ofrece una habitación en un edificio ocupado del barrio neoyorquino de Sunset Park. Las otras "okupas" son Ellen Brice (pintora que arrastra la mala digestión de un aborto y que se somete a la dictadura farmacéutica de pastillas antidepresivas) y Alice Bergstrom (estudiante de filosofía que escribe la tesis sobre el film Los mejores años de nuestra vida, 'leitmotiv' compartido por varios personajes en la novela).
Tras la presentación de estas personalidades, Auster le dedica un capítulo a Morris Heller, editor divorciado de la mamá de Miles, la cual tuvo un idilio adolescente con un actor secundario (Steve Cochran) de la película citada. Su amigo Renzo Michaelson le otorga con sus títulos publicados en Heller Books la continuidad exitosa que el dinero de su padre le dio cuando iniciaba su andadura como editor. Viajes a Londres, una infidelidad, noticias luctuosas (“Suki Rothstein, Susanna de nombre, la niña que vio por primera vez dormida en el brazo derecho de su padre hace veintitrés años, la joven que se licenció 'summa cum laude' en la Universidad de Chicago, la artista en ciernes, la pensadora precozmente dotada, escritora, fotógrafa, que se fue a Venecia el pasado otoño para trabajar en calidad de interna en la Colección Peggy Guggenheim y allí fue, en el servicio de señoras de ese museo sólo unos días después de dirigir un seminario sobre su propia obra, donde se ahorcó.” [uf]), y la información suministrada con cuenta gotas y secretamente sobre Miles por el amigo de éste, Bing Nathan, edulcoran los trajines vitales de Morris Heller.
La parte final del libro es un acelerón austeriano hacia el poco esclarecedor marasmo vinculante entre unos y otros. Amores reencontrados, vidas encarriladas o descarriladas (según el peso de mercado del azar), alguna que otra reflexión en torno a la censura en el mundo de la escritura (Xiaobo y Rushdie), y estampas de la siguiente y continua huida del prófugo de la Fortuna Miles Heller.
La tramoya la pone la crisis y la decadencia de USA, las hipotecas 'subprime', un anecdotario entretenido sobre el béisbol, el cine y el mundillo intelectual de las élites culturales. Es cierto que el cerebro de Auster produce un sinfín de sinapsis a partir de las que puebla sus novelas con larvas que el caprichoso destino convertirá en gusanos o mariposas. Tal vez esto siempre haya sido el pentotal con el que lograr la hipnosis en sus seguidores. No hay nada que decir sobre ello; sin embargo, en este río de fabulosas carambolas y narraciones sin sosiego, se cuelan fragmentos de dudosa calidad literaria como “No le había venido el periodo. Se lo contó a Alice, y su amiga la arrastró rápidamente a la farmacia más próxima para comprar un test de embarazo. Los resultados fueron positivos, es decir, negativos, desastrosa e irrevocable negativos” o “(...) el hambriento sexual que como un idiota se masturbaba con películas pornográficas en la oscuridad de su habitación”. Auster flojea en estos meandros por cansino, a veces por ñoño, a ratos por previsible, bobalicón y sentimentaloide.
Soy consciente de que los incondicionales del autor de Sunset Park disfrutarán seguramente de esta última obra, saludada por la crítica oficial como la vuelta del gran Auster. Lean y opinen ustedes mismos. A mí, a la luz de lo dicho arriba, entenderán que me haya parecido insoportable tanta música del azar y tanto 'looping' de la Providencia.
Paul Auster
Anagrama, 2010. Colección "Panorama de Narrativas"
ISBN: 978-84-339-7546-1
288 páginas
18,50 €
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Manolo Haro
Un bote de mermelada agriada hierve al baño maría en un cazo. El olor es nauseabundo, pero los que ya conocen la marca no ponen reparo alguno en untar la confitura en una rebanada de pan. Luego se la comen pausadamente, con delectación, como el que observa cepillar a un pony por su amoroso y joven jinete. La imagen nace de mi última lectura. Pasma ver como Paul Auster continúa con su música del azar, alimentando el deseo de oír historias televisivas de todos aquellos que creen que la literatura es, por usar un símil musical, un sonajero que guarda en el corazón deslumbrantes y aciagos relatos de seres infelices que en un último golpe de muñeca encontrarán (o no) el sentido de sus vidas. 'Eu não gosto de' Auster, como se puede comprobar por este comienzo de reseña. No me gusta porque, entre otras cosas, no acierto a creerme las trepidantes y tumultuosas vidas de estos últimos hijos literarios; además, porque me empalagan las existencias de unos seres que hacen todo lo que usted y yo podríamos hacer (estudiar filosofía, pintar desnudos, tocar la batería, ser editores, etc.) y no llevamos a cabo debido a que dormimos en provincias y el sino que nos dirige el camino es mezquino y paleto.
Miles Heller, el personaje que abre la novela, vive en Florida y es un fotógrafo de casas abandonadas por inquilinos que no pueden hacer frente al pago de sus hipotecas. Mantiene un noviazgo con Pilar, una cubana menor de edad que conoció en un parque mientras ésta leía El gran Gatsby (sic). Su padre, Morris Heller, es editor. Padre e hijo perdieron el contacto desde que Miles dejó los estudios y decidió poner tierra de por medio por otra rocambolesca pirueta del azar que omito para no fastidiarles la historia. La hermana mayor de Pilar coloca en un aprieto al joven Heller: quiere que esas cositas insignificantes (joyas, televisores de plasma, etc.) que fotografía en los hogares vaciados al ritmo impío de las 'subprimes' lleguen a sus manos; de lo contrario, se verá obligada a denunciarlo a la policía por mantener relaciones ilícitas con una menor. Segunda fuga de Miles hacia N.Y., donde un antiguo compañero, Bing Nathan (batería inquieto), le ofrece una habitación en un edificio ocupado del barrio neoyorquino de Sunset Park. Las otras "okupas" son Ellen Brice (pintora que arrastra la mala digestión de un aborto y que se somete a la dictadura farmacéutica de pastillas antidepresivas) y Alice Bergstrom (estudiante de filosofía que escribe la tesis sobre el film Los mejores años de nuestra vida, 'leitmotiv' compartido por varios personajes en la novela).
Tras la presentación de estas personalidades, Auster le dedica un capítulo a Morris Heller, editor divorciado de la mamá de Miles, la cual tuvo un idilio adolescente con un actor secundario (Steve Cochran) de la película citada. Su amigo Renzo Michaelson le otorga con sus títulos publicados en Heller Books la continuidad exitosa que el dinero de su padre le dio cuando iniciaba su andadura como editor. Viajes a Londres, una infidelidad, noticias luctuosas (“Suki Rothstein, Susanna de nombre, la niña que vio por primera vez dormida en el brazo derecho de su padre hace veintitrés años, la joven que se licenció 'summa cum laude' en la Universidad de Chicago, la artista en ciernes, la pensadora precozmente dotada, escritora, fotógrafa, que se fue a Venecia el pasado otoño para trabajar en calidad de interna en la Colección Peggy Guggenheim y allí fue, en el servicio de señoras de ese museo sólo unos días después de dirigir un seminario sobre su propia obra, donde se ahorcó.” [uf]), y la información suministrada con cuenta gotas y secretamente sobre Miles por el amigo de éste, Bing Nathan, edulcoran los trajines vitales de Morris Heller.
La parte final del libro es un acelerón austeriano hacia el poco esclarecedor marasmo vinculante entre unos y otros. Amores reencontrados, vidas encarriladas o descarriladas (según el peso de mercado del azar), alguna que otra reflexión en torno a la censura en el mundo de la escritura (Xiaobo y Rushdie), y estampas de la siguiente y continua huida del prófugo de la Fortuna Miles Heller.
La tramoya la pone la crisis y la decadencia de USA, las hipotecas 'subprime', un anecdotario entretenido sobre el béisbol, el cine y el mundillo intelectual de las élites culturales. Es cierto que el cerebro de Auster produce un sinfín de sinapsis a partir de las que puebla sus novelas con larvas que el caprichoso destino convertirá en gusanos o mariposas. Tal vez esto siempre haya sido el pentotal con el que lograr la hipnosis en sus seguidores. No hay nada que decir sobre ello; sin embargo, en este río de fabulosas carambolas y narraciones sin sosiego, se cuelan fragmentos de dudosa calidad literaria como “No le había venido el periodo. Se lo contó a Alice, y su amiga la arrastró rápidamente a la farmacia más próxima para comprar un test de embarazo. Los resultados fueron positivos, es decir, negativos, desastrosa e irrevocable negativos” o “(...) el hambriento sexual que como un idiota se masturbaba con películas pornográficas en la oscuridad de su habitación”. Auster flojea en estos meandros por cansino, a veces por ñoño, a ratos por previsible, bobalicón y sentimentaloide.
Soy consciente de que los incondicionales del autor de Sunset Park disfrutarán seguramente de esta última obra, saludada por la crítica oficial como la vuelta del gran Auster. Lean y opinen ustedes mismos. A mí, a la luz de lo dicho arriba, entenderán que me haya parecido insoportable tanta música del azar y tanto 'looping' de la Providencia.
6 comentarios:
Comparto totalmente tu opinión. Hace ya unos cuantos años, quedé deslumbrado por la Trilogía de Nueva York y El palacio de la luna, que me parece que sigue siendo su mejor novela. Quizás también salvaría Leviatán y la del azar. Pero todo lo que ha publicado en los últimos años... Da la impresión de ser un autor totalmente agotado y que ahora sólo trafica con los restos de su talento.
De momento no he leido Sunset Park, pero estoy acabando en estos momentos "Invisible" y salvo la segunda parte que da un giro en su relato imprevisto pero afortunado, la novela no parece una gran narración ni que tenga aquel valor literario que hizo del autor un icono: Soy consciente de que Invisibles tiene también buena crítica, pero no sé, hay algo ahí que no me cuadra. Demasiadas carambolas, diría yo. Saludos desde Granada.
El Sr. Auster: otro egregio miembro del Club de los Sobrevalorados.
Totalmente de acuerdo con todo. Para una vez que puedo criticar malamente a un autor con conocimiento de causa...
He dado al amigo Auster muchas posibilidades y siempre me ha defraudado y mucho... ¿Cuántas novelas sobre padres muertos y artistas en depresión puede llegar a escribir este hombre?
Sin duda en Auster hay mucho de buñuelo de aire. Creo también que sus primeras novelas contenían ya todo, que las últimas, ¿diez?, son excrecencias de aquel empuje de los 80. Que se ha convertido en pasto de fieles sin mucho sentido crítico, como ocurre con el pesado de Murakami.
Me abstendré de opinar con más calado porque de Auster solo he leído las de Trilogía de Nueva York, que me pareció una obra maestra sin paliativos.
Ahora, que eso no le da bula para cualquier cosa, claro, y menos 25 años después. Pero quería dejar constancia de lo que me ha gustado la reseña: me mantendré alejado de esta novela.
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