Amor se escribe sin hache
Enrique Jardiel Poncela
Blackie Books, 2010. Colección “Vuelve Jardiel”
ISBN: 978-84-937-3628-6
360 páginas
21 €
Prólogo de David Trueba
José María Moraga
La pléyade de editoriales ‘indies’ que están reeditando a Enrique Jardiel Poncela (pensemos en Algar, Edhasa, Biblioteca Nueva, Rey Lear), uniéndose así a otras ‘majors’ como Castalia, Cátedra o Vicens-Vives, pone de manifiesto sin ninguna duda que la figura del gran polígrafo madrileño, primero entre los humoristas españoles, está gozando de un periodo de reparación tras un imperdonable olvido. Los estudios críticos en torno a su obra abundan en esta impresión. A esta “ola de Jardielismo que nos invade” se ha sumado recientemente Blackie Books: el año pasado publicaron las dos primeras novelas largas de Jardiel, para 2011 anuncian las otras dos.
La editorial barcelonesa ha tomado por bandera a este autor acusado de franquista (porque lo fue, al menos en el momento clave de 1936, aunque también prohibidísimo por la censura) y pretende “que se lea de una manera nueva, diferente”. Incluso nos han salido con el desvergonzado eslogan “Vuelve Jardiel”, acompañado de un simpático logotipo. Pero yo solo conozco una manera de leer a Jardiel Poncela, y es riéndose. La primera novela que Jardiel dio a la imprenta, casi de casualidad, por encargo, fue Amor se escribe sin hache, publicada por primera vez en 1929 y escrita el año anterior.
Esta obra constituyó en su momento un formidable éxito de público y hoy lo es también de crítica (baste recordar que figura en el catálogo-canon de Cátedra, “Letras Hispánicas”), pero lo que me interesa reseñar aquí es si esta novela puede funcionar hoy día, más allá de su significación en la historia cultural de España. Si sigue haciendo gracia, vamos. Y la respuesta es que sí, que la novela-gamberrada de hace 82 años resulta tremendamente estimulante a día de hoy. Su humor es bárbaro, salvaje, políticamente incorrecto (atención lectores: la misoginia campa a sus anchas por Amor se escribe sin hache, atribuible sin duda al ‘Zeitgeist’ pero ¿disculpable?) y con un virtuosismo insultante en el uso de todos los recursos conocidos de la comicidad literaria.
Jardiel no le hace ascos al juego de palabras, al retruécano, al parecido fonético, al absurdo, la ironía, la astracanada, la parodia, el epigrama y a todo lo que -en fin-conduzca a su texto al ridículo y nos haga brotar una sonrisa. Especialmente interesante me parece la voluntad del autor de dinamitar el lugar común, la frase gastada, valiéndose de ella a su antojo para retorcerla hasta extraer de ella un nuevo y cómico significado:
“-Yo me casaría contigo de buena gana, pero después de lo que me has confesado, nuestra boda me parece un negocio un poco sucio…
Sylvia se estremeció; luego se irguió exclamando:
-¿Y puede desdeñar un negocio sucio el hombre que tiene cuatro minas de carbón?”
En la bofetada a la convención lingüística, bien podría Jardiel recordarnos a Boris Vian, pero si el francés despachaba humor nihilista, el del madrileño sería más bien de corte vitalista, sin perder nunca la referencia de la realidad. La realidad-brújula hacia la que Jardiel pone proa en Amor se escribe sin hache es la de las novelas romántico-eróticas (“galantes”, era el término en boga) que vivían su último apogeo a comienzos del siglo pasado. De hecho, la pretensión declarada del autor es que esta su novela sirva de Quijote al género galante, exponiendo sus vicios y disparates y acabando con el género.
Por este motivo, la trama de Amor se escribe sin hache es una novela rosa torpedeada constantemente por intrusiones autoriales y referencias metafictivas, lo que impide que el lector suspenda voluntariamente la incredulidad (por usar la frase de Coleridge) y que nunca deje de ser consciente de que está leyendo un artificio. Como novela de amor, por tanto, el libro resulta un desastre, ya que el autor no se apea de un tono ora de distancia irónica (“¡Qué gran recurso para los novelistas es que los personajes se pongan a contemplar la luna!”) ora de excesivo autoelogio (“Con cuatro brochazos, señores, he descrito una reunión aristocrática”), ambos deliciosamente cómicos.
El autor se entromete en la narración mediante frecuentes notas al pie, comentarios desde la voz narrativa (entabla, incluso, varios diálogos con un lector) y apartes, más propios del teatro, y esto nos lleva a recordar que Jardiel Poncela alcanzó sus mayores cimas con sus comedias. Es un maestro manejando situaciones dramáticas, su oportunidad y brillantez para el diálogo son prodigiosas, pero hace hablar tanto a sus personajes que en ocasiones nos parece que estamos leyendo una obra de teatro y no una novela.
El paroxismo de la metaficción se alcanza ya en “Las 8.986 palabras a manera de prólogo” que, junto con otra serie de ruegos y advertencias previas al texto novelesco, el propio autor ofrece dando muestras de una estupenda intuición posmoderna, término que Jardiel no llegó a conocer con el significado que hoy se le da, y del que sin duda él se hubiera burlado. Para esta edición, Blackie Books incluye otro prólogo (de 1.485 palabras) escrito por David Trueba. Gusta que Trueba, creador en sintonía con los tiempos actuales -podemos decir que un cultureta moderno- haga de paladín de esta novela, aunque el cineasta y novelista sea el primero en advertir que Amor se escribe sin hache no necesita de padrinos, defensas o muletas. Estoy de acuerdo con él en que esta obra se tiene en pie ella solita.
Enrique Jardiel Poncela
Blackie Books, 2010. Colección “Vuelve Jardiel”
ISBN: 978-84-937-3628-6
360 páginas
21 €
Prólogo de David Trueba
José María Moraga
La pléyade de editoriales ‘indies’ que están reeditando a Enrique Jardiel Poncela (pensemos en Algar, Edhasa, Biblioteca Nueva, Rey Lear), uniéndose así a otras ‘majors’ como Castalia, Cátedra o Vicens-Vives, pone de manifiesto sin ninguna duda que la figura del gran polígrafo madrileño, primero entre los humoristas españoles, está gozando de un periodo de reparación tras un imperdonable olvido. Los estudios críticos en torno a su obra abundan en esta impresión. A esta “ola de Jardielismo que nos invade” se ha sumado recientemente Blackie Books: el año pasado publicaron las dos primeras novelas largas de Jardiel, para 2011 anuncian las otras dos.
La editorial barcelonesa ha tomado por bandera a este autor acusado de franquista (porque lo fue, al menos en el momento clave de 1936, aunque también prohibidísimo por la censura) y pretende “que se lea de una manera nueva, diferente”. Incluso nos han salido con el desvergonzado eslogan “Vuelve Jardiel”, acompañado de un simpático logotipo. Pero yo solo conozco una manera de leer a Jardiel Poncela, y es riéndose. La primera novela que Jardiel dio a la imprenta, casi de casualidad, por encargo, fue Amor se escribe sin hache, publicada por primera vez en 1929 y escrita el año anterior.
Esta obra constituyó en su momento un formidable éxito de público y hoy lo es también de crítica (baste recordar que figura en el catálogo-canon de Cátedra, “Letras Hispánicas”), pero lo que me interesa reseñar aquí es si esta novela puede funcionar hoy día, más allá de su significación en la historia cultural de España. Si sigue haciendo gracia, vamos. Y la respuesta es que sí, que la novela-gamberrada de hace 82 años resulta tremendamente estimulante a día de hoy. Su humor es bárbaro, salvaje, políticamente incorrecto (atención lectores: la misoginia campa a sus anchas por Amor se escribe sin hache, atribuible sin duda al ‘Zeitgeist’ pero ¿disculpable?) y con un virtuosismo insultante en el uso de todos los recursos conocidos de la comicidad literaria.
Jardiel no le hace ascos al juego de palabras, al retruécano, al parecido fonético, al absurdo, la ironía, la astracanada, la parodia, el epigrama y a todo lo que -en fin-conduzca a su texto al ridículo y nos haga brotar una sonrisa. Especialmente interesante me parece la voluntad del autor de dinamitar el lugar común, la frase gastada, valiéndose de ella a su antojo para retorcerla hasta extraer de ella un nuevo y cómico significado:
“-Yo me casaría contigo de buena gana, pero después de lo que me has confesado, nuestra boda me parece un negocio un poco sucio…
Sylvia se estremeció; luego se irguió exclamando:
-¿Y puede desdeñar un negocio sucio el hombre que tiene cuatro minas de carbón?”
En la bofetada a la convención lingüística, bien podría Jardiel recordarnos a Boris Vian, pero si el francés despachaba humor nihilista, el del madrileño sería más bien de corte vitalista, sin perder nunca la referencia de la realidad. La realidad-brújula hacia la que Jardiel pone proa en Amor se escribe sin hache es la de las novelas romántico-eróticas (“galantes”, era el término en boga) que vivían su último apogeo a comienzos del siglo pasado. De hecho, la pretensión declarada del autor es que esta su novela sirva de Quijote al género galante, exponiendo sus vicios y disparates y acabando con el género.
Por este motivo, la trama de Amor se escribe sin hache es una novela rosa torpedeada constantemente por intrusiones autoriales y referencias metafictivas, lo que impide que el lector suspenda voluntariamente la incredulidad (por usar la frase de Coleridge) y que nunca deje de ser consciente de que está leyendo un artificio. Como novela de amor, por tanto, el libro resulta un desastre, ya que el autor no se apea de un tono ora de distancia irónica (“¡Qué gran recurso para los novelistas es que los personajes se pongan a contemplar la luna!”) ora de excesivo autoelogio (“Con cuatro brochazos, señores, he descrito una reunión aristocrática”), ambos deliciosamente cómicos.
El autor se entromete en la narración mediante frecuentes notas al pie, comentarios desde la voz narrativa (entabla, incluso, varios diálogos con un lector) y apartes, más propios del teatro, y esto nos lleva a recordar que Jardiel Poncela alcanzó sus mayores cimas con sus comedias. Es un maestro manejando situaciones dramáticas, su oportunidad y brillantez para el diálogo son prodigiosas, pero hace hablar tanto a sus personajes que en ocasiones nos parece que estamos leyendo una obra de teatro y no una novela.
El paroxismo de la metaficción se alcanza ya en “Las 8.986 palabras a manera de prólogo” que, junto con otra serie de ruegos y advertencias previas al texto novelesco, el propio autor ofrece dando muestras de una estupenda intuición posmoderna, término que Jardiel no llegó a conocer con el significado que hoy se le da, y del que sin duda él se hubiera burlado. Para esta edición, Blackie Books incluye otro prólogo (de 1.485 palabras) escrito por David Trueba. Gusta que Trueba, creador en sintonía con los tiempos actuales -podemos decir que un cultureta moderno- haga de paladín de esta novela, aunque el cineasta y novelista sea el primero en advertir que Amor se escribe sin hache no necesita de padrinos, defensas o muletas. Estoy de acuerdo con él en que esta obra se tiene en pie ella solita.
3 comentarios:
Bien por Blackie Books! La verdad es que a Poncela había que rescatarlo ya. Además, siempre pensé que "Amor se escribe..." era una obra de teatro, así que eso que hemos aprendido hoy.
Por cierto ¿no crees que su obra se podría comparar con la de nuestro admirado Wodehouse? ¿No son Poncela, Mihura... los equivalentes patrios a Waughn, Chesterton...?
Esta es la novela más divertida y alocada que he leído en mi vida. Con ella aprendí otro tipo de literatura. Lástima que el humor sea considerado en literatura, como en el cine, la hermana pequeña. Jardiel, como Aristófanes, es terapéutico y buen escritor. También recomiendo La tournée de Dios. En fin, felicidades por la reseña.
Gracias a los dos.
Fran, la verdad es que estuve a punto de nombrar a Wodehouse en la reseña, toda vez que hace poco figuró por aquí también, pero luego estuve pensando y...
... no me cuadraba. Es verdad que hay cosas que comparar, pero pienso que el humorismo inglés es más intelectual, más literario en el sentido clásico, mientras que el nuestro era más gamberro e iconoclasta. Habrá que seguir investigando!
Jesús, como bien dices, el humor tiene una consideración de pariente pobre, pero bueno, ahí están Plauto, Chaucer, Cervantes, Rabelais, Mark Twain, Oscar Wilde o Aristófanes, al que tú nombras, para darle lustre!
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