El mar
John Banville
Anagrama, 2011. Colección “Compactos”
ISBN: 978-84-339-7656-7
224 páginas
8,50 €
Traducción de Damián Alou
Premio Man Booker 2005
José María Moraga
“El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar!” Compactos Anagrama recupera ahora la excelente novela de John Banville El mar (2005), que pasa por ser la mejor de este respetadísimo autor irlandés. Si –por ceñirnos a la misma generación de escritores de la Isla Esmeralda- su compatriota Colm Tóibin es “el intelectual”, podría decirse que Banville es “el poeta”. El adjetivo “proustiano” se aplica a menudo a la prosa de este autor, las comparaciones con otros modernistas como Vladimir Nabokov o Henry Green tampoco son infrecuentes. Yo ni quito ni pongo rey, me limito a constatar las coordenadas.
El mar supone el intento de plasmar los recuerdos de un narrador -un auténtico “marinero en tierra”- de la manera más poética posible. Supone también un intento de comprender, o domesticar o quizás simplemente asumir un pasado traumático por partida doble. Un peculiar crítico de arte, cuya esposa acaba de fallecer de cáncer, decide regresar al pueblo costero donde se forjaron importantes episodios de su personalidad en la pre adolescencia. Para ello se aloja en la misma casa donde medio siglo atrás vivieron unos personajes que, agigantados en la Thermomix de los recuerdos, han adquirido en la memoria del protagonista una estatura mítica. No exagero, el narrador se refiere a ellos como “los dioses”.
Estas divinidades veraneantes no eran sino los miembros de una familia acomodada (la del narrador era de clase obrera) que fascinaron al niño de entonces con sus poderes de sofisticación, bienestar material y turbio atractivo erótico. Eran un matrimonio, cuya matrona –basta y generosa en carnes- enseguida encandila al niño-narrador, una henryjamesiana pareja de gemelos de distinto sexo y su sufrida niñera. Será la hija de la familia, empero, la que acabe descubriendo al narrador las incongruencias del sexo y la afectividad adolescentes.
La turbulenta relación con esta familia de años ha sirve como telón de fondo a los hechos posteriores. La vuelta al pueblecito de los veraneos infantiles, que sigue igual, que ha cambiado tanto. Los traumas infantiles que prefiguran quizás los de la edad madura, y sirven en cualquier caso de excusa para las divagaciones del cascarrabias crítico de arte. Tal vez sea un hombre insatisfecho, no se ha realizado en la vida, pero no puede negarse que se trata de un alma hipersensible, casi de artista, que utiliza sus comentarios sobre obras de arte (en especial sobre pintura Nabis) como punto de partida para reflexionar sobre lo que ha sido su vida y, en último término, el sentido de la vida en general.
Hay que agradecer a John Banville su virtuosismo con el lenguaje (la lectura de esta obra en inglés resulta tal festín para los oídos que os recomiendo que busquéis en YouTube fragmentos del audiolibro), pero también hablaré en favor de la traducción al español de Damián Alou, fecunda en útiles notas al pie de página que introducen aspectos culturales además de lingüísticos (después de todo, el libro se desarrolla en Irlanda y hay bastantes referencias veladas a la historia del país). Volviendo a Banville, lo que más fascina es su rico vocabulario y su audaz adjetivación, por lo que recomiendo –como siempre- acudir al original.
Otro aspecto del estilo del autor irlandés, que justifica el término “virtuosismo”, es la aparente facilidad para alternar pasado y presente, para saltar de una época a otra y vuelta atrás, merced a delicadas asociaciones de ideas, en ocasiones motivadas por la percepción sensorial (alguien más grosero que yo sacaría a relucir aquí la famosa magdalena mojada en té). Estas transiciones no se sirven del fácil recurso del cambio de capítulo, o de voz narrativa, no: todas tienen lugar dentro del complicado (es un elogio) monólogo interior del narrador único, quien modula su discurso a voluntad, alternando los tiempos internos de la novela dentro de una misma página, párrafo o incluso oración, según le convenga. También son asombrosos los constantes cambios de registro y tono: de la erudición a lo más coloquial, de lo elegíaco a lo cómico, a menudo en forma de intrusiones autorales, que logran reforzar la perseguida complicidad con el lector (entiendo que una de las claves de este libro).
Podría seguir acumulando argumentos en favor de El mar, pero se notaría que la novela me ha gustado más de lo que el decoro recomienda a un crítico entusiasmarse en sus reseñas. Quien se acerque a ella buscando anécdota no se verá defraudado, pero no es ese el tesoro mayor que este “mar” esconde. Abierto el cofre, las perlas –de prosa poética- se hallan diseminadas por todo el texto y hay que saber ir cogiéndolas, no en la forma convencional de un collar lineal, sino más bien estando atento a que no se nos escape ninguna, pues flotan a nuestro alrededor caprichosas, en todas direcciones. Mucho más trabajoso de leer, sí, pero infinitamente más gratificante.
John Banville
Anagrama, 2011. Colección “Compactos”
ISBN: 978-84-339-7656-7
224 páginas
8,50 €
Traducción de Damián Alou
Premio Man Booker 2005
José María Moraga
“El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar!” Compactos Anagrama recupera ahora la excelente novela de John Banville El mar (2005), que pasa por ser la mejor de este respetadísimo autor irlandés. Si –por ceñirnos a la misma generación de escritores de la Isla Esmeralda- su compatriota Colm Tóibin es “el intelectual”, podría decirse que Banville es “el poeta”. El adjetivo “proustiano” se aplica a menudo a la prosa de este autor, las comparaciones con otros modernistas como Vladimir Nabokov o Henry Green tampoco son infrecuentes. Yo ni quito ni pongo rey, me limito a constatar las coordenadas.
El mar supone el intento de plasmar los recuerdos de un narrador -un auténtico “marinero en tierra”- de la manera más poética posible. Supone también un intento de comprender, o domesticar o quizás simplemente asumir un pasado traumático por partida doble. Un peculiar crítico de arte, cuya esposa acaba de fallecer de cáncer, decide regresar al pueblo costero donde se forjaron importantes episodios de su personalidad en la pre adolescencia. Para ello se aloja en la misma casa donde medio siglo atrás vivieron unos personajes que, agigantados en la Thermomix de los recuerdos, han adquirido en la memoria del protagonista una estatura mítica. No exagero, el narrador se refiere a ellos como “los dioses”.
Estas divinidades veraneantes no eran sino los miembros de una familia acomodada (la del narrador era de clase obrera) que fascinaron al niño de entonces con sus poderes de sofisticación, bienestar material y turbio atractivo erótico. Eran un matrimonio, cuya matrona –basta y generosa en carnes- enseguida encandila al niño-narrador, una henryjamesiana pareja de gemelos de distinto sexo y su sufrida niñera. Será la hija de la familia, empero, la que acabe descubriendo al narrador las incongruencias del sexo y la afectividad adolescentes.
La turbulenta relación con esta familia de años ha sirve como telón de fondo a los hechos posteriores. La vuelta al pueblecito de los veraneos infantiles, que sigue igual, que ha cambiado tanto. Los traumas infantiles que prefiguran quizás los de la edad madura, y sirven en cualquier caso de excusa para las divagaciones del cascarrabias crítico de arte. Tal vez sea un hombre insatisfecho, no se ha realizado en la vida, pero no puede negarse que se trata de un alma hipersensible, casi de artista, que utiliza sus comentarios sobre obras de arte (en especial sobre pintura Nabis) como punto de partida para reflexionar sobre lo que ha sido su vida y, en último término, el sentido de la vida en general.
Hay que agradecer a John Banville su virtuosismo con el lenguaje (la lectura de esta obra en inglés resulta tal festín para los oídos que os recomiendo que busquéis en YouTube fragmentos del audiolibro), pero también hablaré en favor de la traducción al español de Damián Alou, fecunda en útiles notas al pie de página que introducen aspectos culturales además de lingüísticos (después de todo, el libro se desarrolla en Irlanda y hay bastantes referencias veladas a la historia del país). Volviendo a Banville, lo que más fascina es su rico vocabulario y su audaz adjetivación, por lo que recomiendo –como siempre- acudir al original.
Otro aspecto del estilo del autor irlandés, que justifica el término “virtuosismo”, es la aparente facilidad para alternar pasado y presente, para saltar de una época a otra y vuelta atrás, merced a delicadas asociaciones de ideas, en ocasiones motivadas por la percepción sensorial (alguien más grosero que yo sacaría a relucir aquí la famosa magdalena mojada en té). Estas transiciones no se sirven del fácil recurso del cambio de capítulo, o de voz narrativa, no: todas tienen lugar dentro del complicado (es un elogio) monólogo interior del narrador único, quien modula su discurso a voluntad, alternando los tiempos internos de la novela dentro de una misma página, párrafo o incluso oración, según le convenga. También son asombrosos los constantes cambios de registro y tono: de la erudición a lo más coloquial, de lo elegíaco a lo cómico, a menudo en forma de intrusiones autorales, que logran reforzar la perseguida complicidad con el lector (entiendo que una de las claves de este libro).
Podría seguir acumulando argumentos en favor de El mar, pero se notaría que la novela me ha gustado más de lo que el decoro recomienda a un crítico entusiasmarse en sus reseñas. Quien se acerque a ella buscando anécdota no se verá defraudado, pero no es ese el tesoro mayor que este “mar” esconde. Abierto el cofre, las perlas –de prosa poética- se hallan diseminadas por todo el texto y hay que saber ir cogiéndolas, no en la forma convencional de un collar lineal, sino más bien estando atento a que no se nos escape ninguna, pues flotan a nuestro alrededor caprichosas, en todas direcciones. Mucho más trabajoso de leer, sí, pero infinitamente más gratificante.
2 comentarios:
Una novela magnífica.
Buuhh! Ya la tenía fichada y empezaba a subir puestos en la lista de "tareas" pendientes, así que imagínate, casi me tropiezo al salir de mi habitación para ir a pillármelo ya, estimado José María. Muchas gracias por la tentadora y bonita reseña.Don CalcetínRelleno
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