¡Indignaos!
Stéphane Hessel
Destino, 2011
ISBN: 978-84-233-4471-0
60 páginas
5 €
Traducción de Telmo Moreno
Prefacio de José Luis Sampedro
Ilya U. Topper
Voy a ser breve. Sobre todo para no correr el riesgo de que la reseña me salga más larga que el libro. Exagero, como es obvio, pero no tanto. Si le quitamos a ¡Indignaos! el prólogo de Sampedro, el epílogo de los editores, las notas al final (del editor de acuerdo con el autor) y las páginas de respeto en medio, el libro de Hessel se queda en, exactamente, 24 páginas. Lo cual no es un defecto (aunque muchos editores y sus autores premiados aún siguen creyendo que el valor de un libro se mide en gramos).
¿Qué dice Hessel en 24 páginas que es capaz de sacudir los cimientos del mundo? Porque los ha sacudido: el libro ha sido traducido a más de doce idiomas y ha vendido ya más de tres millones de ejemplares, en la cubierta de mi ejemplar en español se anotan los 300.000 y corre el rumor que el nombre de los Indignados de la Puerta del Sol se deriva directamente de la cubierta de este libro. (Y la Puerta del Sol, no lo olvidemos, no es una más: los fundadores de 'Occupy Wall Street' han dejado muy claro que es ahí donde se inspiraron, aparte de la plaza Tahrir).
Lo que dice, lo dice de forma concisa, lo cual se agradece mucho. Y es quién para decirlo: Stéphane Hessel, 94 años, alemán criado en París y naturalizado francés, de padre judío, se unió a la 'Résistance' francesa, combatía, armas en mano, contra la invasión de la Alemania nazi, fue capturado por la Gestapo, sobrevivió casi por casualidad a los campos de concentración y fue, en 1948, uno de los destacados miembros del equipo que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En el fondo, Hessel no dice nada. Nada que no supiéramos ya. Cualquier lector más o menos atento con cierta ética y con cierta conciencia de lo que en España llamamos de izquierda habrá dicho lo mismo decenas de veces en las charlas de bar. No hay nada nuevo, ninguna revelación, y ni siquiera está especialmente bien dicho. Al final, el valor del libro se reduce a que Hessel es quién para decirlo.
Es quién para decirlo, cuando evoca su lucha contra la invasión nazi, nacida de la indignación, con la necesaria lucha contra las dos grandes amenazas que se ciernen sobre el mundo ahora: el abismo cada vez mayor entre pobres y ricos y la violación de los derechos humanos. Porque el empobrecimiento de las clases trabajadoras en Europa no es fruto de la casualidad ni de la falta de recursos: es fruto de una economía depredadora con la que los ricos destruyen a los pobres. Stéphane Hessel puede decirlo porque estuvo ahí: estuvo en primera línea cuando Francia, se reconstruyó sobre los escombros de la guerra mundial, cuando sindicatos y partidos de izquierda fijaron el contrato social, cuando se disponían, liberados del yugo nacionalsocialista, a diseñar una sociedad más justa. Entonces, aún entre escombros, había para todos, recuerda Hessel. Hoy, con un mundo infinitamente más rico, a los trabajadores se les niegan estos derechos bajo el pretexto de que no hay dinero. ¡Es indignante!
Hessel es quién para indignarse. Y es quién para denunciar, en tres concisas páginas, la ocupación de Cisjordania y Gaza -esta “prisión a cielo abierto”- por parte de Israel, el único conflicto al que le dedica un espacio propio (quien haya estado en Palestina entenderá que no hay ningún conflicto más indignante que éste: los hay más crueles, más despiadados o más sanguinarios, pero no más indignantes). Desde luego, aunque sus palabras no sorprenderán a nadie en España, precisamente esta parte ha sido utilizada en Alemania para acusarle de antisemita: al fin y al cabo la Gestapo le preparó el pelotón por maquis y no por judío.
Precisamente de la referencia palestina, y el reconocimiento que lanza cohetes desde Gaza es comprensible pero no sirve de nada, el autor pasa hacia lo que quizás sea la conclusión más nítida del libro: “Decir 'la violencia no es eficaz' es harto más relevante que saber si se debe condenar o no a quienes se entregan a ella”. Lo dice alguien que tomó las armas a los 24 años.
José Luis Sampedro, también de 94 años, se adhiere plenamente: “El terrorismo no es la vía adecuada contra el totalitarismo actual”. Ahí queda. Eso también lo sabíamos, pero no viene nada mal repetirlo de vez en cuando.
¿Y eso era todo? ¿Para eso tanto revuelo? Tal vez ésta sea una de las fuerzas del libro: no contiene nada con que podrían estar en desacuerdo tres millones de lectores (también me he leído ¡Comprometeos!, la larga entrevista que le hizo Gilles Vanderpooten, publicada también en Destino, y contiene mucho con lo que estoy en desacuerdo, principalmente por omisión). Las páginas de ¡Indignaos! son poco más que un espejo en el que millones de personas ven reflejados sus rostros. O, lo que es lo mismo, en el que se refleja el 'Zeitgeist'. Porque desde Tahrir a Syntagma y Puerta del Sol, desde el bulevar Rothschild a Wall Street, hay una cosa en la que todos están de acuerdo, y es que es indignante.
Stéphane Hessel
Destino, 2011
ISBN: 978-84-233-4471-0
60 páginas
5 €
Traducción de Telmo Moreno
Prefacio de José Luis Sampedro
Ilya U. Topper
Voy a ser breve. Sobre todo para no correr el riesgo de que la reseña me salga más larga que el libro. Exagero, como es obvio, pero no tanto. Si le quitamos a ¡Indignaos! el prólogo de Sampedro, el epílogo de los editores, las notas al final (del editor de acuerdo con el autor) y las páginas de respeto en medio, el libro de Hessel se queda en, exactamente, 24 páginas. Lo cual no es un defecto (aunque muchos editores y sus autores premiados aún siguen creyendo que el valor de un libro se mide en gramos).
¿Qué dice Hessel en 24 páginas que es capaz de sacudir los cimientos del mundo? Porque los ha sacudido: el libro ha sido traducido a más de doce idiomas y ha vendido ya más de tres millones de ejemplares, en la cubierta de mi ejemplar en español se anotan los 300.000 y corre el rumor que el nombre de los Indignados de la Puerta del Sol se deriva directamente de la cubierta de este libro. (Y la Puerta del Sol, no lo olvidemos, no es una más: los fundadores de 'Occupy Wall Street' han dejado muy claro que es ahí donde se inspiraron, aparte de la plaza Tahrir).
Lo que dice, lo dice de forma concisa, lo cual se agradece mucho. Y es quién para decirlo: Stéphane Hessel, 94 años, alemán criado en París y naturalizado francés, de padre judío, se unió a la 'Résistance' francesa, combatía, armas en mano, contra la invasión de la Alemania nazi, fue capturado por la Gestapo, sobrevivió casi por casualidad a los campos de concentración y fue, en 1948, uno de los destacados miembros del equipo que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En el fondo, Hessel no dice nada. Nada que no supiéramos ya. Cualquier lector más o menos atento con cierta ética y con cierta conciencia de lo que en España llamamos de izquierda habrá dicho lo mismo decenas de veces en las charlas de bar. No hay nada nuevo, ninguna revelación, y ni siquiera está especialmente bien dicho. Al final, el valor del libro se reduce a que Hessel es quién para decirlo.
Es quién para decirlo, cuando evoca su lucha contra la invasión nazi, nacida de la indignación, con la necesaria lucha contra las dos grandes amenazas que se ciernen sobre el mundo ahora: el abismo cada vez mayor entre pobres y ricos y la violación de los derechos humanos. Porque el empobrecimiento de las clases trabajadoras en Europa no es fruto de la casualidad ni de la falta de recursos: es fruto de una economía depredadora con la que los ricos destruyen a los pobres. Stéphane Hessel puede decirlo porque estuvo ahí: estuvo en primera línea cuando Francia, se reconstruyó sobre los escombros de la guerra mundial, cuando sindicatos y partidos de izquierda fijaron el contrato social, cuando se disponían, liberados del yugo nacionalsocialista, a diseñar una sociedad más justa. Entonces, aún entre escombros, había para todos, recuerda Hessel. Hoy, con un mundo infinitamente más rico, a los trabajadores se les niegan estos derechos bajo el pretexto de que no hay dinero. ¡Es indignante!
Hessel es quién para indignarse. Y es quién para denunciar, en tres concisas páginas, la ocupación de Cisjordania y Gaza -esta “prisión a cielo abierto”- por parte de Israel, el único conflicto al que le dedica un espacio propio (quien haya estado en Palestina entenderá que no hay ningún conflicto más indignante que éste: los hay más crueles, más despiadados o más sanguinarios, pero no más indignantes). Desde luego, aunque sus palabras no sorprenderán a nadie en España, precisamente esta parte ha sido utilizada en Alemania para acusarle de antisemita: al fin y al cabo la Gestapo le preparó el pelotón por maquis y no por judío.
Precisamente de la referencia palestina, y el reconocimiento que lanza cohetes desde Gaza es comprensible pero no sirve de nada, el autor pasa hacia lo que quizás sea la conclusión más nítida del libro: “Decir 'la violencia no es eficaz' es harto más relevante que saber si se debe condenar o no a quienes se entregan a ella”. Lo dice alguien que tomó las armas a los 24 años.
José Luis Sampedro, también de 94 años, se adhiere plenamente: “El terrorismo no es la vía adecuada contra el totalitarismo actual”. Ahí queda. Eso también lo sabíamos, pero no viene nada mal repetirlo de vez en cuando.
¿Y eso era todo? ¿Para eso tanto revuelo? Tal vez ésta sea una de las fuerzas del libro: no contiene nada con que podrían estar en desacuerdo tres millones de lectores (también me he leído ¡Comprometeos!, la larga entrevista que le hizo Gilles Vanderpooten, publicada también en Destino, y contiene mucho con lo que estoy en desacuerdo, principalmente por omisión). Las páginas de ¡Indignaos! son poco más que un espejo en el que millones de personas ven reflejados sus rostros. O, lo que es lo mismo, en el que se refleja el 'Zeitgeist'. Porque desde Tahrir a Syntagma y Puerta del Sol, desde el bulevar Rothschild a Wall Street, hay una cosa en la que todos están de acuerdo, y es que es indignante.
5 comentarios:
Todo lo que usted dice es cierto. No obstante, el problema es que si todo lo que se aporta es cabreo y 24 páginas, la cosa se desinfla, como ha ocurrido, y bueno mejor no hablemos de resultados electorales… Pero insisto, todo lo que dice es cierto, pero creo que habría que combinarlo con un post, que personalmente me parece magnífico, de Alberto Olmos en su blog, Hikkimori, “señores que se indignan”. Un cordial saludo
La escandalosa simpleza de este panfletillo sólo rivaliza con su asquerosa condescendencia de viejo con la vida resuelta y durante muchos años, muchos, muchos años, privilegida. Privilegiada, sí, y con capacidad de decisión para mejorar ese mundo que ahora tanto le indigna y tanto dinero le hace ganar. Capacidad de decisión que no empleó, claro. Porque ahora va a resultar que nadie ha tenido la culpa de que el mundo sea como es. Y lo siento pero no: todos sois responsables. Yo desde luego sí que no lo soy, ya que a) no me habéis dejado porque soy más joven y b) me habéis dejado la casa tan en ruinas que me habéis condenado a, en el mejor de los casos, sobrevivir. Y este viejarranco de Hessel es un hipócrita y eso que es indignante. Aparte, vamos a insistir en este idea, de que se HA FORRADO por decir cuatro imbecilidades de parvulario.
Por otro lado se hace difícil comprender cuál es el sentido de publicar la crítica de este libro AHORA. Quiero decir: de este libro ha hablado hasta Emilio Botín con sus nietos en su casita del campo para los domingos.
Vosotros sois también el enemigo: el VIEJO ORDEN.
Álvaro C. Reig
Desde luego, en EC se encuentra uno con gente la mar de pintoresca. Tómese una tila
Una única puntualización al apasionado lector Reig: Hessel ha renunciado a sus derechos de autor, de modo que quien se ha forrado de veras parece ser la editorial, Destino.
¿Por qué ahora? Pues porque el libro cayó en mis manos hace dos semanas y porque tenía un rato libro. Desde luego alguien podría haber hecho la reseña antes, pero en EC normalmente decimos que dentro de los 12 meses siguientes a la aparición del libro, la reseña se justifica. Y no somos trabajadores que cobren por rapidez de entrega, no.
Por cierto, si el apasionado lector Reig ha entendido que yo aplaudo el hecho de publicar el libro o recomiendo comprarlo o aconsejo siquiera leerlo, me ha entendido mal. Me he limitado a subrayar lo que me parece un curioso fenómeno social más que literario.
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