26 marzo 2012

Morir de éxito

Los Living

Martín Caparrós

Anagrama, 2011. Colección "Narrativas hispánicas"

ISBN: 978-84-339-7232-3

430 páginas

19,90 €

Premio Herralde de Novela 2011



Sara Mesa

El accidente, estoy convencido, es la fuerza central que gobierna las vidas, o sea: el desgobierno más extremo. Ya verán, a medida que avance mi relato, que mi teoría se sostiene”. Esto es lo que dice Nito, el protagonista de Los Living, empeñado en demostrarnos su profundo convencimiento de que no somos más que azar, o, dicho desde el ángulo contrario, que somos incluso todo aquello que no pudimos llegar a ser: “ese dedo en el culo, la cachetada consiguiente, el dedo más profundo, la cachetada con más saña, las tetas apretadas las nalgas exprimidas las bolas relamidas secas, las noches de hoy me duele mi amor, las noches de por qué tardaste tanto (..) Yo soy todo eso pero soy más que eso: soy cada paja de mi padre”.

Se ha dicho que la última novela del argentino Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), reciente Premio Herralde, aborda la relación del ser humano con la muerte, pero yo diría más bien que el concepto que une todas estas páginas es la casualidad o el accidente, en palabras de Nito. Aparece la muerte, sí -aunque más que una novela sobre la muerte es una novela sobre los muertos-, pero hay más que eso: una reflexión -distendida y sin embargo densa- sobre los hechos que nos hacen ser lo que somos, que nos conducen por un camino y no por otro, que nos marcan irremediablemente casi sin que nos demos cuenta, que nos etiquetan, nos definen y nos conducen -ahora sí- hacia una muerte y no hacia otra.

La historia es sencilla -no desvelaré su última parte-: Nito, un joven argentino nacido en el 74 (año de la muerte de Perón) relata su vida como una consecuencia lógica de las circunstancias que marcaron su infancia -incluso las que marcaron su concepción-, centrándose en especial en la ausencia de su padre, muerto cuando él solo tenía dos años. Una foto, las evasivas explicaciones de su madre y una imaginación desbordante son los ingredientes con los que cuenta el joven Nito para montar toda una armazón novelística que se asemeja, en muchos rasgos, a la novela de aprendizaje -el niño descubre el mundo a través de una borrosa noción del no-ser-, pero también a la novela picaresca. De picaresca hay mucho, sobre todo al final de la historia, cuando el conocimiento de la muerte al que alcanza el chico después de tanto tiempo reflexionando sobre ella lo lleve a afrontar el asunto desde otro punto de vista: el de la superchería, la extorsión y el negocio.

¿Qué hacemos con los muertos? Esta es la cuestión que se plantea en la segunda mitad de la novela. “Vivieron con nosotros, viviremos con ellos”, expresa el rótulo de una instalación pseudoartística, sospechosamente cercana al timo, que consiste en reunir a un conjunto de muertos embalsamados en un 'living'. La idea, ocurrente y absurda, tangencialmente crítica con la industria del arte, resulta también algo chirriante en un libro que parecía prometer otra cosa.

En mi opinión, Los Living es una novela fallida en muchos aspectos, que podrían resumirse en uno solo: Caparrós muere de éxito. El escritor parece incapaz de domeñar su innegable ingenio y nos ofrece muchas -pero muchas- más páginas de las deseables. El ingenio está bien, pero también está sobrevalorado: por sí mismo no construye una buena novela. Pondré un ejemplo: en una de las fases de la historia el protagonista se dedica a ir casa por casa anticipando -inventado- las futuras muertes de sus habitantes. Hay muertes variadas (suicidios, cánceres, infartos, asesinatos) y el narrador tiene una sugestiva capacidad para poner ante nuestros ojos toda la casuística; el problema es que, efectivamente, las cuenta todas (y de manera extensa, y de manera también repetitiva). Una, dos, hubieran sido más que suficientes. ¿Cuántos 'gags' humorísticos pueden verse en televisión, cuántos monólogos en el teatro, sin que uno llegue a cansarse? Depende del 'gag', depende del monólogo, depende también del espectador, pero sí, existe un límite, o varios posibles. Me temo que en este libro se sobrepasan todos estos límites. Sin exagerar, creo que esta novela hubiese ganado mucho con el tercio de sus páginas. Eso supondría sacrificar fragmentos divertidos y bien escritos, pero también supondría no cansar al lector y dar más entidad y sustancia a lo no sacrificado.

No seré yo quien haga el elogio de la brevedad, porque pienso que son el tema, el tono y el estilo los que deben definir la extensión de una obra. Soy de las que aguanta bien que un señor me cuente en 300 páginas la fiesta de la duquesa de Guermantes, pero pienso, como Saul Bellow, que, si se desea escribir un buen libro, el autor “no hará gestos innecesarios, no se permitirá ningún manierismo, no perderá el tiempo del lector; escribirá con la mayor brevedad posible”. El mismo Bellow, autor de tochazos importantes (pero deliciosos) era consciente del error que supone explotar, quizá por vanidad, el talento. Porque Caparrós tiene talento, es indudable, pero termina cansando. La mesura es siempre más importante de lo que pensamos: así de claro lo dijo Borges en el prólogo de El jardín de los senderos que se bifurcan: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos". En este caso, además, esa longitud desmesurada es la responsable directa de las otras debilidades que tiene la novela: el tono no se mantiene, el devenir del personaje no resulta creíble, la estructura flaquea, se entra en los chistes fáciles. En definitiva: el conjunto se resiente.

Sin embargo, frente a otros libros que me defraudan, Los Living no me ha generado cabreo, porque -hay que ser justos- contiene elementos valiosos: la historia reciente de Argentina se presenta con una sutilidad realmente interesante, solo como telón de fondo; se maneja un lenguaje rico, nada artificioso y lleno de coloquialismos; se ofrecen momentos de brillo incuestionable, como en esta nada metafísica definición de la muerte: “O sea que esto era la muerte: tres docenas de señoras y señores murmurando alrededor de un cacho de carne maquillada que antes fue mi abuelo”. Lástima que el peso de las páginas termine aplastando y haciendo menos visibles estos méritos.

1 comentario:

José Martínez Ros dijo...

Esa sensación de exceso y desmesura que tan bien describes me la dejó precisamente otro Herralde argentino, El pasado de Alan Pauls. Saludos