La fábrica de animales
Edward Bunker
Sajalín Editores, 2011. Colección "Al margen"
ISBN: 978-84-938051-7-3
315 páginas
19,50 €
Traducción de Laura Sales Gutiérrez
Daniel Ruiz García
Siempre que leo a Edward Bunker me parece estar escuchando a Johnny Cash. Será porque su modo de contar historias, su propia voz literaria, comparte en cierto modo el tono confesional desencantado y de vuelta de todo tan propia de Cash. O será porque siempre -no sé por qué- me imagino a Bunker entre los cientos de reclusos que pudieron estar allí, en el mítico doblete que Cash dio en la prisión de Folsom el 13 de enero del 68 y que Columbia Records congeló para siempre transformándolo en carne de vinilo inolvidable.
En toda la literatura de Edward Bunker la cárcel tiene una presencia constante. Ya sea la prisión de Folsom, ya sea Alcatraz o, como es el caso de La fábrica de animales, San Quintín. Hay mucho que valorar en la literatura de Bunker, pero sin duda una de sus contribuciones más interesantes es el potente, realista y descarnado retrato que hace de la cultura carcelaria, elevada hasta la forma de una sensibilidad y una actitud frente al mundo.
Porque la cárcel siempre está, aun cuando se contempla como una amenaza. En La educación de un ladrón, sus interesantes memorias (que en realidad se leen como una novela de iniciación), el temor de regresar a la cárcel se convierte en una obsesión tan palpable que llega a constituirse como una suerte de personaje abstracto, identificable o al menos respirable casi en cada página.
En La fábrica de animales, que se desarrolla casi íntegramente en la prisión de San Quintín, Edward Bunker tiene ocasión de centrarse y explayarse en los detalles del ambiente carcelario y de los códigos de conducta que regulan la supervivencia de los presos en dicho ambiente. La sordidez, la agresividad, la actitud defensiva constante, el racismo, el odio a la autoridad y al chivato, la lealtad, la venganza, son algunos de los atributos que forjan el carácter del presidiario de largo aliento, en el que el propio Bunker se reconoce a través de los sosias protagonistas de todas sus novelas, como el Max Dembo de No hay bestia tan feroz o el viejo Earl Coppen de La fábrica de animales. Las proyecciones literarias de Bunker siempre tienen ese punto de extraña dignidad que los convierte en personajes simpáticos e incluso admirables, por encima de sus miserias que no resultan por lo general nada dignas. “Todos podemos morir -le dice Coppen al joven Ron Decker, su pupilo-. Todo el mundo sangra. Y cualquiera puede matar, si se dan las circunstancias”. Una enseñanza que ayuda a comprender el ideario ético en el que se desenvuelve la vida en la cárcel, y donde lo único que importa es sobrevivir cada día sin que te cosan a cuchillazos o te partan el culo.
En realidad, como todas sus novelas, por encima del poso sórdido y miserable que sobrevuela las existencias de los personajes, la historia de La fábrica de animales tiene un fuerte aliento clásico. Es la historia de un perro viejo que ayuda a un jovencito recién salido del cascarón a sobrevivir a los peligros de una cárcel atiborrada de asesinos y dementes. Y como casi todas sus novelas, La fábrica de animales tiene un final más o menos feliz. Sorprenden los 'happy endings' en un novelista como Bunker, a quien no cuesta definir como una suerte de Bukowski enjaulado, aunque algo menos embustero. Porque no es necesario leerse la biografía de Barry Miles -basta con darse un garbeo por sus hiperbólicos relatos eróticos- para comprobar cuánto de pose hay en la literatura del viejo Hank. Sin embargo, algo muy estimable de Bunker es que siempre suena sincero, con una crudeza que no resulta nada impostada. Su literatura está fabricada a golpe de palabras que parecen puñetazos, pero al final siempre emerge la compasión. Es como si él mismo, a través de los finales felices, quisiera redimirse de todas las penurias sufridas a lo largo de décadas como presidiario. Como si leer fuera igual que sobrevolar la celda, a bordo de un buen canuto de marihuana, escuchando en la radio el Folsom Prison Blues de Johnny Cash.
Edward Bunker
Sajalín Editores, 2011. Colección "Al margen"
ISBN: 978-84-938051-7-3
315 páginas
19,50 €
Traducción de Laura Sales Gutiérrez
Daniel Ruiz García
Siempre que leo a Edward Bunker me parece estar escuchando a Johnny Cash. Será porque su modo de contar historias, su propia voz literaria, comparte en cierto modo el tono confesional desencantado y de vuelta de todo tan propia de Cash. O será porque siempre -no sé por qué- me imagino a Bunker entre los cientos de reclusos que pudieron estar allí, en el mítico doblete que Cash dio en la prisión de Folsom el 13 de enero del 68 y que Columbia Records congeló para siempre transformándolo en carne de vinilo inolvidable.
En toda la literatura de Edward Bunker la cárcel tiene una presencia constante. Ya sea la prisión de Folsom, ya sea Alcatraz o, como es el caso de La fábrica de animales, San Quintín. Hay mucho que valorar en la literatura de Bunker, pero sin duda una de sus contribuciones más interesantes es el potente, realista y descarnado retrato que hace de la cultura carcelaria, elevada hasta la forma de una sensibilidad y una actitud frente al mundo.
Porque la cárcel siempre está, aun cuando se contempla como una amenaza. En La educación de un ladrón, sus interesantes memorias (que en realidad se leen como una novela de iniciación), el temor de regresar a la cárcel se convierte en una obsesión tan palpable que llega a constituirse como una suerte de personaje abstracto, identificable o al menos respirable casi en cada página.
En La fábrica de animales, que se desarrolla casi íntegramente en la prisión de San Quintín, Edward Bunker tiene ocasión de centrarse y explayarse en los detalles del ambiente carcelario y de los códigos de conducta que regulan la supervivencia de los presos en dicho ambiente. La sordidez, la agresividad, la actitud defensiva constante, el racismo, el odio a la autoridad y al chivato, la lealtad, la venganza, son algunos de los atributos que forjan el carácter del presidiario de largo aliento, en el que el propio Bunker se reconoce a través de los sosias protagonistas de todas sus novelas, como el Max Dembo de No hay bestia tan feroz o el viejo Earl Coppen de La fábrica de animales. Las proyecciones literarias de Bunker siempre tienen ese punto de extraña dignidad que los convierte en personajes simpáticos e incluso admirables, por encima de sus miserias que no resultan por lo general nada dignas. “Todos podemos morir -le dice Coppen al joven Ron Decker, su pupilo-. Todo el mundo sangra. Y cualquiera puede matar, si se dan las circunstancias”. Una enseñanza que ayuda a comprender el ideario ético en el que se desenvuelve la vida en la cárcel, y donde lo único que importa es sobrevivir cada día sin que te cosan a cuchillazos o te partan el culo.
En realidad, como todas sus novelas, por encima del poso sórdido y miserable que sobrevuela las existencias de los personajes, la historia de La fábrica de animales tiene un fuerte aliento clásico. Es la historia de un perro viejo que ayuda a un jovencito recién salido del cascarón a sobrevivir a los peligros de una cárcel atiborrada de asesinos y dementes. Y como casi todas sus novelas, La fábrica de animales tiene un final más o menos feliz. Sorprenden los 'happy endings' en un novelista como Bunker, a quien no cuesta definir como una suerte de Bukowski enjaulado, aunque algo menos embustero. Porque no es necesario leerse la biografía de Barry Miles -basta con darse un garbeo por sus hiperbólicos relatos eróticos- para comprobar cuánto de pose hay en la literatura del viejo Hank. Sin embargo, algo muy estimable de Bunker es que siempre suena sincero, con una crudeza que no resulta nada impostada. Su literatura está fabricada a golpe de palabras que parecen puñetazos, pero al final siempre emerge la compasión. Es como si él mismo, a través de los finales felices, quisiera redimirse de todas las penurias sufridas a lo largo de décadas como presidiario. Como si leer fuera igual que sobrevolar la celda, a bordo de un buen canuto de marihuana, escuchando en la radio el Folsom Prison Blues de Johnny Cash.
3 comentarios:
Una reseña estupenda, Daniel. Y sí, el gran Eddie estuvo en los conciertos que Johnny Cash dio en Folsom y San Quentin (http://manolodabad.blogspot.com.es/2010/02/entrevista-con-edward-bunker-i.html).
Un saludo,
Dani Osca
Hola, agradecería que colocaseis el buscador que ofrece blogger para buscar obras, autores y lo que sea dentro del blog.
Buscaba Purga, que no sé si la habéis reseñado. Me interesaba leer qué habíais escrito sobre ella.
Merci.
Hola Blumm,
El buscador de Blogger se encuentra situado encima de la cabecera del blog, en la esquina izquierda. Está un poco escondido, es cierto.
De todas formas, de "Purga" no hemos hecho reseña todavía y la verdad es que no la tenemos en mente (de momento).
Un abrazo!
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