
Pola Oloixarac
Alpha Decay, 2010
ISBN: 978-84-92837-03-8
280 páginas
19 €
Carolina León
Primeramente, este es un libro que desborda: información, historias, teoría, análisis, comentario, crítica de la cultura. Personajes de hace dos siglos, de hace medio, de hace treinta años, de ahora. Filosofía, ciencia, psicología, antropología, arte, comunicación interpersonal, izquierdismo, historia contemporánea, historia bélica, técnicas de seducción... Engarza y engarza, hiperbólica, abusiva, extralimitada como novela, te lleva de uno o a otro hilo argumental, del cielo al cieno (de nada reniega), y durante todo el viaje podrás levantar la ceja con escepticismo, pero no podrás dejar de sonreirte ante tamaño despliegue argumental e irónico. Sobre la "ceja enarcada", algún lector puede quedarse con la idea de que el batiburrillo persigue la idea de epatarnos, sin más, como un magnífico festival de fuegos artificiales. Argumentaré que la yuxtaposición de ideas y temas consigue que esos fuegos artificiales, en vez de consumirse en el cielo, caigan como meteoritos sobre las mentes, a dejar quemaduras en las ideas gastadas.
Se le puede criticar, y se le critica, que se tome el mundo (y quizá la literatura) a chanza. Sin embargo, el deje irónico post-post moderno incrustado en Las teorías salvajes no tiene ni pizca de cinismo. Tiene, quizá, tristeza (de eso hablamos después), pero tomar la historia reciente argentina, el papel de la izquierda en su país, los ecosistemas universitarios -en especial la Facultad de Filosofía-, el estado actual de las relaciones interpersonales, la autoestima flagelada en la era blog, la erotomanía y la obsesión por la juventud, así como un millar de conceptos estéticos, con el caudal de referencias y lecturas y esas comillas devastadoras con las que enmarca todo su sainete gargantuesco, tiene profundos ecos en la tradición literaria en español, casi diría que desde el Siglo de Oro. No, Oloixarac no está de broma.
También se dice que la profusión de elementos, subtextos e hilos argumentales hace que su desarrollo dé una sensación de desorden o inacabado tallaje de escultura. Sí: hay un impulso inicial al modo de una gran obra de la era ilustrada. Quiso entrar en la dinámica de la novela total, que teoriza sobre su tiempo desde una galería gigantesca de elementos, puestos en serie, en relación y en hervor. Pero esto lo hacía desde una insólita (por lo poco frecuente) autoconciencia, que incluye la conciencia de su imposibilidad.
Desde esa autoconciencia, uno de los méritos de este libro es su ambición totalizadora: porque no es de recibo hablar de lo mismo (todo se ha dicho ya) fundándonos en una voz individual y huérfana, que se hubiese caído del guindo anoche. La "narrativa del yo" es quizá lo que recibe más palos aquí (ese diario de una joven activista dirigido a Mao...). El patchwork estilístico intenta sumar voces para completar esta descacharrante weltanschauung, pero le sale con áura triste, frustrada. Poseedora de las armas correctas, también sabe que no hay forma de alcanzar esa totalidad. Insisto: sin cinismo.
Ya no hay cierres posibles. Ni para este mundo ni para la literatura.
Mientras tanto, Oloixarac lo ha intentado: escribir y escribirnos. Hablar desde la experiencia y la ciencia de la brutalidad inserta en toda puesta en relación de personas (esa cita inicial entre las muchas que hay, lo dice todo: "Toda la práctica, toda la humanidad del trato y la conversación es mera máscara de la tácita aceptación de lo inhumano"). Sirviéndose de todos los registros posibles y trabajando en un nivel que no admite réplica para lo que va a intentar. Y ése es el de la prosa sin complejos. Rica, elaborada, cargada, culta, popular, argentina y universal, una prosa que hace disfrutar de cada página, al margen de que estemos perdiendo el hilo de esa página (que es fácil de perder). Una prosa que no toma el pelo al lector ni lo trata de subnormal. Una prosa altiva y también altisonante. Una prosa que, queriendo o sin querer, devuelve dignidad al idioma y hace recordar otros tiempos.
A mí se me queda ese regusto, ese logro. El escritor se encuentra hoy ante un mundo así de obsceno e inabarcable. Cuando se plantea una labor tan amplia, la ambición tiene que ser ajena al desfallecimiento: es por eso que se puede decir que esta novela, como puzle que es, no consiguió encontrar ciertas piezas, pero en su composición se hicieron grandes hallazgos. Recorrer el camino de la mano de algunas de estas páginas es más importante que no lograr ver la esfera completa.
Me da por recordar que su compatriota, Pizarnik, amaba a Góngora y no podía con Quevedo. Creo que Oloixarac preferirá el sarcasmo profundamente realista y triste del madrileño. Puede que sea olvidada pasado mañana, pero mucho me temo que la primera experiencia narrativa de Oloixarac va a ser retenida en los subconscientes unos cuantos años.