Gabriel Sofer
El Olivo Azul, 2009
ISBN: 978-84-936637-2-8
125 páginas.
15 € .
Prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Rafael Suárez Plácido
A veces un libro tarda algo más de lo que debiera en caer en mis manos. No sé si es malo. Probablemente no. Especialmente cuando las primeras frases despiertan mi curiosidad: “Una madre camina con sus hijos hacia el puerto de Marsella. Todavía no ha amanecido, y las calles del barrio están vacías.” Uno se imagina que las calles de Marsella son las primeras páginas del libro que aún están por conocer: “…y les dice a sus hijos, sin detenerse, que miren bien el mar, pues al final del mar está la tierra prometida.” Sigo leyendo y sigo imaginando, y atravieso mares a bordo de barcos que parece que van a naufragar en cualquier momento; y atravieso ciudades: las calles de Sevilla, de la mano de mi abuelo o mi padre, o París, o Córdoba. Al final me pierdo en lugares más lejanos: la Patagonia o la selva amazónica. Algunas historias me interesan menos, pero la mayoría me llevan a lugares en los que he vivido, aunque nunca haya estado en ellos. Recuerdo esos versos de Víctor Botas, que debieron ser míos, en los que evocaba los momentos felices que había vivido con una mujer en Roma, para concluir de forma inesperada: “Pero lo más curioso / (…) es que nunca estuvimos / tú y yo juntos en Roma.”
Gabriel Sofer (Madrid, 1973) nos ofrece algo semejante con Al final del mar, editado por El Olivo Azul. Una colección de dieciséis relatos que ha pasado inadvertida, pero que sin duda ocupará su sitio. Y ha pasado inadvertida, pese a llegarnos con un emotivo prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Entiendo que la mayoría de la crítica actual se detiene muy pocas veces en obras que le resultan difíciles de clasificar, o que no vienen avaladas por una trayectoria conocida o, en su defecto, por una campaña mediática importante. Si se trata, además, de la primera obra de un autor desconocido e ilocalizable, como es el caso, el silencio suele ser la respuesta. Es difícil ser el primero en lanzar la piedra, para bien o para mal. Es muy difícil. Lo sé.
“Al final del mar” es también el título del primer relato. Son sólo diez páginas, pero la historia de Sarah Simon es de las que te atrapan sin remedio. Una mujer que nació con el siglo XX, el más cruel, y que ha pasado por todas las penalidades y aventuras desde muy pequeña, pero que en un momento en el que otros se hubieran rendido, aprendió que podemos luchar por tratar de mejorar el mundo. Sarah Simon hizo suyas algunas de las causas más nobles y, cuando sintió que tuvo que hacerlo, las abandonó. Hoy día, cuando parece que está prohibido equivocarse, Gabriel Sofer imagina un hermoso alegato del error. Porque el error es humano. Y porque los que vencen e imponen su verdad también se equivocan. En este personaje femenino encontramos los orígenes hebreos e irlandeses, y el deseo de luchar para encontrar un mundo mejor y todas sus contradicciones y decepciones. Sarah Simon es el lado más hermoso de la historia del siglo XX.
Los mejores relatos están en la primera parte del libro y ahí encontramos sus temas favoritos. Ya he mencionado el origen hebreo de un personaje. Se repite habitualmente. En los nombres de la mayoría de ellos y en algunas presencias explícitas e implícitas. Uno de los mejores relatos es “Una historia infantil”, donde se vislumbra un homenaje a Elías Canetti. El personaje es una niña que nos cuenta cosas de su abuelo. Es a la vez un homenaje a Sevilla, ciudad por la que ambos pasean y desde la que el abuelo Elías le muestra a su nieta todas la belleza del mundo; ciudad a la que Gabriel Sofer ama y odia al mismo tiempo: “Otro día fuimos a la parte antigua, al barrio de la Judería, al que la gente llama de Santa Cruz porque, según mi abuelo, el otro nombre les da vergüenza, pero no entiendo de qué.” Una delicia.
Homero está omnipresente en el libro: en los viajes y en las guerras. En “El incendio de Homero”, un anciano resiste en su ciudad sitiada en la guerra de los Balcanes. Está solo, con su perro Príamo, y tiene un invierno helado por delante. Para sobrevivir va quemando sus libros: “subrayados, anotados, manoseados, manchados, leídos sobre el vientre de tu amada esposa”, que son su único tesoro. El drama que le supone verlos arder se agrava con el último, la Ilíada: “Esta noche volverán a sonar los hexámetros, (…) Héctor sabrá que va a morir cuando escuche a Aquiles gritar su nombre. Se despedirá, otra vez, de su esposa y de su hijo, y nosotros volveremos a llorar.”
Igual que he mencionado estos tres cuentos podría haber hablado de “Silencio”. El personaje Matías Peres habría hecho sonreír con cierta nostalgia a Borges, igual que el bibliotecario Rafael Cansinos, personaje de “Una cena de Pascua”. O también podría comentarles que el último relato, “Hechos de un hombre”, nos cuenta la historia de un cordobés del siglo XIX, Rafael Matías, muy cercano a la Sarah Simon del primer cuento. Tras una vida azarosa y arriesgada que nos lleva por todo el sur de América, sus últimas palabras son para su primer y único amor: “Te dejo la flor, que es lo único que tengo, pues ni mi nombre es mío.”
Gabriel Sofer nos ofrece algunos de los personajes más interesantes que he conocido últimamente. No se los pierdan. Al final del mar encontrarán la tierra prometida.
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