16 noviembre 2010

Un juglar sin dueño ni palacio fijo

La mirada del geómetra


Ángel Guache

Huerga y Fierro, 2010

ISBN: 978-84-8374-861-9

80 páginas

12 euros



Jesús Cotta

Unos poetas celebran el mundo; otros lo lamentan. Algunos se obsesionan con solo un asunto y otros dan pinceladas de todo. Los hay que no hacen más que llorar lo perdido y los hay que andan siempre cantando. Los hay románticos y apasionados y los hay también raros e inclasificables. Frente a los que forjan imágenes deslumbrantes, están los de verso sencillo y sin metáfora.

Pero el caso es que en ninguna de estas clasificaciones escritas a voleo me cuadra el poeta Ángel Guache, autor de una obra personalísima que es a la vez lírica, satírica, exhortativa, lúdica, experimental, alocada, transgresora, tradicional… Tan pronto es un Arquíloco mordaz como un Píndaro luminoso, con una voz propia y personalísima que tiene algo de Góngora y Quevedo.

Pero lo que define su voz es, sobre todo, que ninguno de sus versos adolece de lo que podemos llamar pose de poeta. Nunca da la sensación de querer ponérsenos lírico y grandilocuente. Cada poema es como un agua fresca que un niño pequeño alborota y te da en la cara.

Pintor y autor de libros de poesía y narrativa como Me muerden los relojes, Umbro, Disonancias Antárticas, Piano piano, ¡Que venimos del mono!, Ángel Guache es en La mirada del geómetra más comedido y menos luchador que en otros libros, pero, en mi opinión, más incisivo y penetrante.

Es este libro una obra lírica profunda con la misma frescura que sus obras anteriores, pero con un tono más sereno. Su primer poema Poética es también una máxima de vida que recomiendo a todo el mundo. Sus poemas de amor se visten de imágenes alucinantes que brotan de un venero a chorros de plata. Yo ando aún enamorado de su Círculo, de sus afromozas, de sus consejos a jóvenes poetas y, sobre todo, de ese afán sostenido durante todo el libro de ir todo lo más allá que se pueda sin dejar de tener los pies en la tierra.

Es además un maestro en el verso breve, que se convierte en una palabra sola revestida de hermosura.

Recomiendo, pues, esta mirada geométrica que lo tiene todo de angélica y humana.

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