Si repasamos algunas de las últimas reseñas producidas por nuestro crítico Rafael Suárez Plácido, encontraremos una fuerte influencia de la cultura nipona, y en particular de su literatura, en sus gustos y motivaciones. Rafael nos expone los orígenes de su pasión por Japón y erige al gran Yasunari Kawabata como referente indispensable para sumergirse en un mundo literario tan rico en matices emocionales como el que se muestra en Lo bello y lo triste (1964).
Rafael Suárez Plácido
¿Podrían ustedes escoger de un día para otro el libro que más ha marcado su interés como lector o como crítico, o incluso como autor? Es siempre difícil. Uno es la suma de todo lo que ha leído, incluso de libros que ya ni recuerda o de los que ha perdido completamente la pista. Muchos no son ni siquiera los mejores libros de sus autores. Pienso ahora, por ejemplo, en Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar, o en Las palmeras salvajes, de William Faulkner. Pienso en Lawrence Durrell y su El cuarteto de Alejandría, como novela iniciática, o en mi 'alter ego' Martín Romaña, de Bryce Echenique. Pienso también en los versos de Antonio Machado que, entonces, aprendíamos de memoria mi hermano y yo. Pienso, en definitiva, en la biblioteca de mi padre: un tesoro a mi alcance que parecía que nunca iba a extinguirse. Allí se forjaron las primeras lecturas de alguien que comprendía que su futuro se estaba marcando inexorablemente. Cuando tengo que escoger entre tanto y tan bueno siempre dudo, y voy dejando que pasen los años hasta no hace demasiados. Si hay una literatura que ahora me interese especialmente es la japonesa y más que mis primeros escarceos con los 'haikus' y con Mishima, prefiero recordar la primera lectura que me marcó de Yasunari Kawabata: Lo bello y lo triste.
No debo ser el único que lo entienda así. Una literatura milenaria como la japonesa no recibe su primera consagración con el premio Nobel hasta que en 1968 se lo dan a Kawabata. Otros autores importantes pudieron conseguirlo por las fechas de publicación de sus obras: Mori, Soseki o Tanizaki. Pero hay que entender que entonces las dificultades de traducción y el contexto social e histórico que rodea los dos primeros tercios del siglo XX japonés no fueron los adecuados. Hay quien piensa que sí pudo recibirlo Mishima, pero quizá la regla no escrita que impide recibir premios importantes a autores menores de sesenta años hizo que permaneciera relegado y las circunstancias que propiciaron su fallecimiento lo dejaron definitivamente sin él.
De Kawabata ya había leído su obra más traducida: La casa de las bellas durmientes. Entonces era una isla en el mercado editorial español, una rareza que fue cautivando a algunas de las mejores mentes de nuestra lengua. Su lectura fue fascinante. No sabía qué pensar de ese librito que contaba los deseos de un hombre anciano que disfrutaba mirando a unas jovencitas mientras dormían, y que propició, bastantes años después, el homenaje de García Márquez en su hasta el momento última novela: Memorias de mis putas tristes. Pero ya digo: era una isla y no era fácil entonces encontrar más libros del autor en castellano. Hoy día es diferente: la editorial Emecé va poniendo a nuestra disposición buenas traducciones de sus libros. El primero al que me acerqué fue Lo bello y lo triste.
Toda la obra de Kawabata es un homenaje a la tradición y la belleza de su país. Así lo refleja en el discurso que leyó en la entrega del Nobel: El viejo Japón y yo, donde repasa algunos de sus textos y autores favoritos y nos va descubriendo de qué forma los engarza en su obra. Lo bello y lo triste comienza con el protagonista que viaja a Kyoto a escuchar las campanas de año nuevo junto al templo de Chionin. En Japón no hay cuatro estaciones, sino cinco. Para los japoneses el año nuevo es una estación diferente del invierno. Tiene personalidad propia. La cultura occidental también la considera una festividad importante, pero dentro del invierno. Este deseo del protagonista de Lo bello y lo triste esconde una realidad que es, al menos, tan importante como la anterior: quiere escuchar las campanas de año nuevo junto a una antigua amante a la que hace más de veinte años que no ve. Desde el principio del libro lo bello y lo triste aparecen de la mano, porque esa historia del pasado acabó muy mal, especialmente para ella, que en este momento es una pintora reconocida, pero que bien pudo fallecer en aquel otro momento.
Siempre he pensado que lo bello y lo triste son elementos que aparecen unidos. Siempre me atrajo la belleza de la tristeza. Cuando leí ese título comprendí que era fácil que me gustara. Un autor que ya me había conmovido tendría que ayudar a que así fuera. La novela puede leerse del tirón, pero se disfruta página a página, imagen a imagen. Es la historia del viejo Japón en nuestros días nuevos. Es la historia de un gran amor y de una venganza. Una historia que he hecho mía. Uno de mis últimos poemas se titula "Escuchando campanas de año nuevo en Kyoto".
Estos días propicios, al fin, a las novedades del lejano país, también nos ayudan a acercarnos a estos clásicos que vivieron una época de grandes cambios y de grandes contradicciones. Lo cierto es que la mayoría de las novedades son parecidas a las occidentales: poco interesantes. Pero estos autores ya clásicos, Kawabata entre ellos, también asoman en buenas traducciones a nuestras librerías y eso hay que celebrarlo.
Rafael Suárez Plácido
¿Podrían ustedes escoger de un día para otro el libro que más ha marcado su interés como lector o como crítico, o incluso como autor? Es siempre difícil. Uno es la suma de todo lo que ha leído, incluso de libros que ya ni recuerda o de los que ha perdido completamente la pista. Muchos no son ni siquiera los mejores libros de sus autores. Pienso ahora, por ejemplo, en Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar, o en Las palmeras salvajes, de William Faulkner. Pienso en Lawrence Durrell y su El cuarteto de Alejandría, como novela iniciática, o en mi 'alter ego' Martín Romaña, de Bryce Echenique. Pienso también en los versos de Antonio Machado que, entonces, aprendíamos de memoria mi hermano y yo. Pienso, en definitiva, en la biblioteca de mi padre: un tesoro a mi alcance que parecía que nunca iba a extinguirse. Allí se forjaron las primeras lecturas de alguien que comprendía que su futuro se estaba marcando inexorablemente. Cuando tengo que escoger entre tanto y tan bueno siempre dudo, y voy dejando que pasen los años hasta no hace demasiados. Si hay una literatura que ahora me interese especialmente es la japonesa y más que mis primeros escarceos con los 'haikus' y con Mishima, prefiero recordar la primera lectura que me marcó de Yasunari Kawabata: Lo bello y lo triste.
No debo ser el único que lo entienda así. Una literatura milenaria como la japonesa no recibe su primera consagración con el premio Nobel hasta que en 1968 se lo dan a Kawabata. Otros autores importantes pudieron conseguirlo por las fechas de publicación de sus obras: Mori, Soseki o Tanizaki. Pero hay que entender que entonces las dificultades de traducción y el contexto social e histórico que rodea los dos primeros tercios del siglo XX japonés no fueron los adecuados. Hay quien piensa que sí pudo recibirlo Mishima, pero quizá la regla no escrita que impide recibir premios importantes a autores menores de sesenta años hizo que permaneciera relegado y las circunstancias que propiciaron su fallecimiento lo dejaron definitivamente sin él.
De Kawabata ya había leído su obra más traducida: La casa de las bellas durmientes. Entonces era una isla en el mercado editorial español, una rareza que fue cautivando a algunas de las mejores mentes de nuestra lengua. Su lectura fue fascinante. No sabía qué pensar de ese librito que contaba los deseos de un hombre anciano que disfrutaba mirando a unas jovencitas mientras dormían, y que propició, bastantes años después, el homenaje de García Márquez en su hasta el momento última novela: Memorias de mis putas tristes. Pero ya digo: era una isla y no era fácil entonces encontrar más libros del autor en castellano. Hoy día es diferente: la editorial Emecé va poniendo a nuestra disposición buenas traducciones de sus libros. El primero al que me acerqué fue Lo bello y lo triste.
Toda la obra de Kawabata es un homenaje a la tradición y la belleza de su país. Así lo refleja en el discurso que leyó en la entrega del Nobel: El viejo Japón y yo, donde repasa algunos de sus textos y autores favoritos y nos va descubriendo de qué forma los engarza en su obra. Lo bello y lo triste comienza con el protagonista que viaja a Kyoto a escuchar las campanas de año nuevo junto al templo de Chionin. En Japón no hay cuatro estaciones, sino cinco. Para los japoneses el año nuevo es una estación diferente del invierno. Tiene personalidad propia. La cultura occidental también la considera una festividad importante, pero dentro del invierno. Este deseo del protagonista de Lo bello y lo triste esconde una realidad que es, al menos, tan importante como la anterior: quiere escuchar las campanas de año nuevo junto a una antigua amante a la que hace más de veinte años que no ve. Desde el principio del libro lo bello y lo triste aparecen de la mano, porque esa historia del pasado acabó muy mal, especialmente para ella, que en este momento es una pintora reconocida, pero que bien pudo fallecer en aquel otro momento.
Siempre he pensado que lo bello y lo triste son elementos que aparecen unidos. Siempre me atrajo la belleza de la tristeza. Cuando leí ese título comprendí que era fácil que me gustara. Un autor que ya me había conmovido tendría que ayudar a que así fuera. La novela puede leerse del tirón, pero se disfruta página a página, imagen a imagen. Es la historia del viejo Japón en nuestros días nuevos. Es la historia de un gran amor y de una venganza. Una historia que he hecho mía. Uno de mis últimos poemas se titula "Escuchando campanas de año nuevo en Kyoto".
Estos días propicios, al fin, a las novedades del lejano país, también nos ayudan a acercarnos a estos clásicos que vivieron una época de grandes cambios y de grandes contradicciones. Lo cierto es que la mayoría de las novedades son parecidas a las occidentales: poco interesantes. Pero estos autores ya clásicos, Kawabata entre ellos, también asoman en buenas traducciones a nuestras librerías y eso hay que celebrarlo.
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