No ha sido capaz Jesús Cotta de elegir una sola referencia para celebrar nuestro II Aniversario. Y nada más alejado de las Sonatas de Valle-Inclán que El señor de los anillos (1954-1955). Una obra de adolescencia que, como los buenos vinos, mejora con el tiempo. Una trilogía que es, hoy día, más una producción cinematográfica que otra cosa, si bien Jesús nos remite a ese momento fundacional en el que los jóvenes se enfrentaban por primera vez a los mundos de Tolkien hojeando las páginas de un libro y no pulsando una tecla.
Jesús Cotta
Lo bueno, si grande, cuatro veces bueno: dos por bueno y dos por grande. No sería El Quijote obra maestra con sólo tres capitulines, y no asombraría tanto la Ilíada con sólo cien hexametritos. Nadie, de poder elegir, preferiría ser guapo con metro y medio de estatura pudiendo serlo guapo con uno noventa. Con un libro bueno y gordo uno se lo pasa mejor y más tiempo que con un libro bueno y chico. Por eso recomiendo El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien, con sus mil paginillas de nada, un libro de guerra y aventura que ha de leerse en el sofá.
Tolkien es a la literatura fantástica lo que Homero a la épica: dos astros inalcanzables para sus seguidores. Porque él no se inventa un mundo, sino un universo. Es la creación literaria absoluta. Y sabe de ese mundo muchíiiiiisimo más de lo que nos cuenta y eso otorga a cada palabra suya un eco misterioso que no defrauda ni aun cuando uno, rebuscando en otros libros suyos, logre desentrañar la mitad del misterio.
En este novelón los buenos son bellos y los malos son feos, pero no por maniqueísmo, sino porque el autor les ha quitado a los personajes las caretas de hipocresía con que los corderos se disfrazan de lobos y los lobos de corderos. Así tiene que ser en las grandes obras, donde no valen las componendas. También en la Ilíada Homero tiene a un feo y malo: Tersites, al cual Odiseo, con la potestad que su belleza le confiere, le da un bofetón porque se lo merece por resentido y mal hablado.
Ahora Tolkien suena a superproducción cinematográfica, pero os juro que hubo una época en que era un autor desconocido y de culto. Cayó en mis manos hace casi treinta años, y se lo di a leer a todo el que pude con tal de tener alguien con quien compartir la experiencia. Y la experiencia se resume en esta frase: algo tan hermoso no podía ser tan sólo un libro. ¿A que no? ¿A que no?
Yo me hice un hombrecito con su lectura. Me salieron con él los primeros musculitos. Y mi modelo de hombre sigue siendo el que encontré en ese libro: valentía, lealtad, nobleza, honradez, poner la potencia al servicio del más débil, buscar el bien y la belleza. Yo he matado orcos, he besado la mano de Galadriel, he llorado sobre el pecho de Boromir, me he compadecido de Gollum. Me sigue subyugando ese mundo de guerreros ecologistas y amigos del hombre que dan más importancia a la libertad y la justicia quea la comodidad de vivir en sus casas ciegos al sufrimiento del mundo.
Ese libro sanador y épico fue para mí una inyección de vida. Muchos lo tachan de literatura de evasión, pero, como Tolkien decía, sólo los carceleros están contra la evasión. A los espíritus libres la evasión nos encanta.
Lo más bonito y llamativo del libro es lo que no sale en él: ni religión ni sexo. Y eso está muy bien, porque así el lector descansa tranquilo sabiendo que el autor no llevará a los protas a templos extravagantes de dioses con nombres rarísimos que exigen ritos bárbaros, ni nos hurgará en la entrepierna mostrándonos a la guerrera Eowyn sacándose una teta ni a dos hobbits practicando el sexo oral en el Bosque Negro. Tolkien se centra en el reto y la aventura. Nos entrega un regalo puro, sin afrodisíacos ni misticismos.
Sólo en algunos momentos de mi vida, que no puedo decir aquí, he sentido esa plenitud de razón y corazón con la que Tolkien sabe colmarme cada vez que me acerco a él, exactamente igual que cuando tenía quince años, y no es porque yo no haya cambiado, sino porque las cosas buenas como él no cambian. Si acaso, mejoran.
Y un BRAVO para los traductores: Luis Domènech y Matilde Horne.
Por eso, queridos amigos, lo recomiendo.
¿Para qué esnifar coca si existe Tolkien con su subidón de dopamina y testosterona?
'Ex corde'.
Jesús Cotta
Lo bueno, si grande, cuatro veces bueno: dos por bueno y dos por grande. No sería El Quijote obra maestra con sólo tres capitulines, y no asombraría tanto la Ilíada con sólo cien hexametritos. Nadie, de poder elegir, preferiría ser guapo con metro y medio de estatura pudiendo serlo guapo con uno noventa. Con un libro bueno y gordo uno se lo pasa mejor y más tiempo que con un libro bueno y chico. Por eso recomiendo El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien, con sus mil paginillas de nada, un libro de guerra y aventura que ha de leerse en el sofá.
Tolkien es a la literatura fantástica lo que Homero a la épica: dos astros inalcanzables para sus seguidores. Porque él no se inventa un mundo, sino un universo. Es la creación literaria absoluta. Y sabe de ese mundo muchíiiiiisimo más de lo que nos cuenta y eso otorga a cada palabra suya un eco misterioso que no defrauda ni aun cuando uno, rebuscando en otros libros suyos, logre desentrañar la mitad del misterio.
En este novelón los buenos son bellos y los malos son feos, pero no por maniqueísmo, sino porque el autor les ha quitado a los personajes las caretas de hipocresía con que los corderos se disfrazan de lobos y los lobos de corderos. Así tiene que ser en las grandes obras, donde no valen las componendas. También en la Ilíada Homero tiene a un feo y malo: Tersites, al cual Odiseo, con la potestad que su belleza le confiere, le da un bofetón porque se lo merece por resentido y mal hablado.
Ahora Tolkien suena a superproducción cinematográfica, pero os juro que hubo una época en que era un autor desconocido y de culto. Cayó en mis manos hace casi treinta años, y se lo di a leer a todo el que pude con tal de tener alguien con quien compartir la experiencia. Y la experiencia se resume en esta frase: algo tan hermoso no podía ser tan sólo un libro. ¿A que no? ¿A que no?
Yo me hice un hombrecito con su lectura. Me salieron con él los primeros musculitos. Y mi modelo de hombre sigue siendo el que encontré en ese libro: valentía, lealtad, nobleza, honradez, poner la potencia al servicio del más débil, buscar el bien y la belleza. Yo he matado orcos, he besado la mano de Galadriel, he llorado sobre el pecho de Boromir, me he compadecido de Gollum. Me sigue subyugando ese mundo de guerreros ecologistas y amigos del hombre que dan más importancia a la libertad y la justicia quea la comodidad de vivir en sus casas ciegos al sufrimiento del mundo.
Ese libro sanador y épico fue para mí una inyección de vida. Muchos lo tachan de literatura de evasión, pero, como Tolkien decía, sólo los carceleros están contra la evasión. A los espíritus libres la evasión nos encanta.
Lo más bonito y llamativo del libro es lo que no sale en él: ni religión ni sexo. Y eso está muy bien, porque así el lector descansa tranquilo sabiendo que el autor no llevará a los protas a templos extravagantes de dioses con nombres rarísimos que exigen ritos bárbaros, ni nos hurgará en la entrepierna mostrándonos a la guerrera Eowyn sacándose una teta ni a dos hobbits practicando el sexo oral en el Bosque Negro. Tolkien se centra en el reto y la aventura. Nos entrega un regalo puro, sin afrodisíacos ni misticismos.
Sólo en algunos momentos de mi vida, que no puedo decir aquí, he sentido esa plenitud de razón y corazón con la que Tolkien sabe colmarme cada vez que me acerco a él, exactamente igual que cuando tenía quince años, y no es porque yo no haya cambiado, sino porque las cosas buenas como él no cambian. Si acaso, mejoran.
Y un BRAVO para los traductores: Luis Domènech y Matilde Horne.
Por eso, queridos amigos, lo recomiendo.
¿Para qué esnifar coca si existe Tolkien con su subidón de dopamina y testosterona?
'Ex corde'.
3 comentarios:
Pues que quiere que le diga, mister Cotta. Si usted salva a Tolkien por no endiñarnos unas cuantas raciones de religión y otras tantas de sexo, la crítica literaria del nuevo siglo va por camino desasosegante. En cuanto a los sustitutivos, he de decirle que prefiero un gran revolcón a una tableta de chocolate Valor, como imagino que los habituales de la harina colombiana preferirán un tiro de la misma a engolfarse con las lecturas escasamente psicotrópicas de Tolkien.
Claro que para gustos los caramelos Chimos.
Fritanga, a Tolkien no hay que salvarlo. Se salva él solo. Es un libro de culto que no tien por qué gustarle a todo el mundo. Viva la libertad. Y, en fin, el revolcón y el chocolate no están reñidos: se llevan muy bien. Reciba usted mi saludo.
Detecto que el Sr. Fritanga tiene algún tipo de problema personal con la fantasía medieval... ¿Acaso ha conocido a demasiados orcos en su vida?
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