Pedro G. Romero
Editorial Periférica, 2010
ISBN: 978-84-92865-08-6
68 páginas
12 €
Rafael Suárez Plácido
Mientras leía este libro, porque no se engañen, aunque parece breve no les resultará fácil soltarlo ni dejar de pensar en él, vi unas imágenes de una rueda de prensa del primer ministro italiano en las que un “activista político” (ésas fueron las palabras con las que se refirieron a él) le hacía preguntas sobre la corrupción. El primer ministro lo insultó y mandó echarlo de la sala. En esto apareció un matón que parecía que iba a poner paz, pero que enseguida optó por tocar y zarandear al activista, y empezaron a intercambiar insultos. El matón resultó ser el ministro de defensa italiano. Es curioso. Algunos pensarán: “Estas cosas sólo pasan en Italia”. No estoy tan seguro. Recordé las palabras de Pedro G. Romero: “En otros países la crisis es la misma, pero incide en un tejido social más sólido.” O no. Depende. Hace unos años, en una sesión parlamentaria sobre un asunto tan serio y doloroso como fue el 11-M, Pilar Manjón tuvo que dar un toque de atención a los diputados, a la mayoría de los diputados, sobre lo lastimoso que resultaba asistir a los abucheos, pataleos e insultos que solían repetirse cada día, a cada intervención, como si se tratara de un patio de colegio. ¿A esto hemos llegado después de tantos años de civilización? ¿De verdad son estos los señores que queremos que nos representen y que se ocupen de nuestros asuntos? Sobre éstas y otras cuestiones semejantes trata Las correspondencias, este breve e intenso libro que nos ofrece estos días la editorial extremeña Periférica.
Pedro G. Romero (Aracena, 1964) es, en estos momentos, uno de nuestros artistas más relevantes. Sus obras, dentro de lo que se ha llamado arte conceptual, han sido expuestas en algunos de los principales museos de España y toda Europa. El arte conceptual no busca sólo ofrecernos belleza, sino hacernos pensar. En realidad no es ninguna novedad: siempre ha sido así. El mejor arte, el mejor cine, los mejores libros, siempre nos han hecho pensar. La complicidad del receptor siempre ha sido necesaria para una mejor interpretación del objeto artístico. Leo en el libro: “Mi cultura, con sus esteticismos, me dispone en una actitud crítica respecto de las “cosas” modernas pretendidas como signos lingüísticos.” Hoy día es imposible considerar esos esteticismos sin un fundamento ético ante el mundo.
Las correspondencias, una de esas “cosas” modernas a las que hace referencia el autor, es un opúsculo de veinte cartas, que se cruzan veintiún personajes anónimos en Venecia, que abordan temas que van de sus propias vidas a la situación actual italiana, buscando transcender las fronteras, con las palabras y el pensamiento de algunos intelectuales (Russell, Gramsci, Pasolini y Ginzburg) que han ido recorriendo el siglo XX. Se puede leer como una novela, o como ensayos, o como relatos breves. Pero siempre con la mente despierta y atenta, y con tiempo para volver atrás una y otra vez. Eso sí: no hay que buscar respuestas. Pedro G. Romero expone la situación que ve en la calle y, desde su conocimiento y experiencia, aporta diferentes puntos de vista. En esto nos evoca a uno de sus autores favoritos: Agustín García Calvo. Hay un personaje del que hablan varias de estas cartas, al que se reconoce por su acento (francés o irlandés o alemán: a estos hombres y mujeres no les interesan demasiado las fronteras), por su juventud y por su visión del mundo que, a veces, le llevan a pasar a la acción de forma más o menos moderada, y con el que, por uno u otro motivo, se tropiezan algunos de los interlocutores de estas cartas.
Son personajes que están solos, personajes que lucharon en su momento por un mundo mejor y que, actualmente, no se reconocen a sí mismos. El sentimiento contradictorio que despierta la familia en algunos de ellos, siempre atentos pero siempre libres, nos trae a la memoria a uno de los referentes reconocidos del autor en este libro: Querido Miguel (Acantilado, 2003), de Natalia Ginzburg, otro libro que no conviene perderse.
“Ha cambiado el modo de producción (cantidades enormes, bienes superfluos, función hedonista). Pero la producción no sólo produce mercancías: produce al mismo tiempo relaciones sociales, humanidad, o sea una nueva cultura…” Después de esto: ¿cuál es el papel que le queda a la cultura en estos tiempos? Los mejores no suelen aparecer en los grandes medios. Y si lo hacen, suelen pasar desapercibidos. Pedro G. Romero no es un neófito en este mundo. Tampoco lo es en la literatura. Hace años que va sumando una obra seria, coherente, alejada de las masas. Su Archivo F.X. va creciendo para convertirse, ya lo es ciertamente, en uno de los referentes del arte y pensamiento del siglo XX. Las correspondencias, esta joya de la síntesis y de la precisión, está llamada a representar el inicio de una nueva visión del mundo.
Pedro G. Romero (Aracena, 1964) es, en estos momentos, uno de nuestros artistas más relevantes. Sus obras, dentro de lo que se ha llamado arte conceptual, han sido expuestas en algunos de los principales museos de España y toda Europa. El arte conceptual no busca sólo ofrecernos belleza, sino hacernos pensar. En realidad no es ninguna novedad: siempre ha sido así. El mejor arte, el mejor cine, los mejores libros, siempre nos han hecho pensar. La complicidad del receptor siempre ha sido necesaria para una mejor interpretación del objeto artístico. Leo en el libro: “Mi cultura, con sus esteticismos, me dispone en una actitud crítica respecto de las “cosas” modernas pretendidas como signos lingüísticos.” Hoy día es imposible considerar esos esteticismos sin un fundamento ético ante el mundo.
Las correspondencias, una de esas “cosas” modernas a las que hace referencia el autor, es un opúsculo de veinte cartas, que se cruzan veintiún personajes anónimos en Venecia, que abordan temas que van de sus propias vidas a la situación actual italiana, buscando transcender las fronteras, con las palabras y el pensamiento de algunos intelectuales (Russell, Gramsci, Pasolini y Ginzburg) que han ido recorriendo el siglo XX. Se puede leer como una novela, o como ensayos, o como relatos breves. Pero siempre con la mente despierta y atenta, y con tiempo para volver atrás una y otra vez. Eso sí: no hay que buscar respuestas. Pedro G. Romero expone la situación que ve en la calle y, desde su conocimiento y experiencia, aporta diferentes puntos de vista. En esto nos evoca a uno de sus autores favoritos: Agustín García Calvo. Hay un personaje del que hablan varias de estas cartas, al que se reconoce por su acento (francés o irlandés o alemán: a estos hombres y mujeres no les interesan demasiado las fronteras), por su juventud y por su visión del mundo que, a veces, le llevan a pasar a la acción de forma más o menos moderada, y con el que, por uno u otro motivo, se tropiezan algunos de los interlocutores de estas cartas.
Son personajes que están solos, personajes que lucharon en su momento por un mundo mejor y que, actualmente, no se reconocen a sí mismos. El sentimiento contradictorio que despierta la familia en algunos de ellos, siempre atentos pero siempre libres, nos trae a la memoria a uno de los referentes reconocidos del autor en este libro: Querido Miguel (Acantilado, 2003), de Natalia Ginzburg, otro libro que no conviene perderse.
“Ha cambiado el modo de producción (cantidades enormes, bienes superfluos, función hedonista). Pero la producción no sólo produce mercancías: produce al mismo tiempo relaciones sociales, humanidad, o sea una nueva cultura…” Después de esto: ¿cuál es el papel que le queda a la cultura en estos tiempos? Los mejores no suelen aparecer en los grandes medios. Y si lo hacen, suelen pasar desapercibidos. Pedro G. Romero no es un neófito en este mundo. Tampoco lo es en la literatura. Hace años que va sumando una obra seria, coherente, alejada de las masas. Su Archivo F.X. va creciendo para convertirse, ya lo es ciertamente, en uno de los referentes del arte y pensamiento del siglo XX. Las correspondencias, esta joya de la síntesis y de la precisión, está llamada a representar el inicio de una nueva visión del mundo.
6 comentarios:
A mí me impresionó mucho Las correspondencias. No sé si inaugura una nueva visión del mundo, pero es un artefacto genial, una pieza que desmonta el concepto de la ficción y relaciona otros muchos, como el poder, el dinero, la ambición, el ideal y el amor. Quizá lo más interesante del libro sea la escasa, sutil, intervención del autor como sujeto. Periférica como siempre acertando en su catálogo. Gran reseña, Rafael!
Gracias, Carolink, por tus palabras. Y es cierto que la escasa presencia del autor como sujeto emisor es importante. Pero pienso que es una primera lectura, porque la técnica del collage (que de alguna manera asume el autor desde la portada) da mucha relevancia al autor que escoge materiales, selecciona y reordena. A eso me refiero con lo de inaugurar formas y maneras nuevas.
En estos momentos en los que suele premiarse lo más fácil y menos arriesgado, esta mirada de Pedro G. Romero sobre el presente con materiales del pasado, nos sirve para imaginar un futuro mejor.
Creo que tal vez "una nueva visión del mundo" sean palabras mayores. Sí se trata, sin duda, de un libro interesantísimo y de grata lectura. Tanto más llamativo cuando el autor, y el propio proyecto, proceden de las artes plásticas, y no del ámbito libresco. Por lo demás, disfruté también con la reseña, ¡abrazos!
Gracias, Agustín. Vamos a ver: cuando decidí titular la reseña así, pensé, influido por algo que he leído también recientemente, en la alternativa: Una viejanueva o nuevavieja visión del mundo. El análisis del presente desde planteamientos marxistas de los dos primeros tercios del siglo XX italiano, me parece toda una novedad en los tiempos que corren. Tiempos en que lo vacío y la repetición de los mismos esquemas una y otra vez copan casi todo lo que se publica.
Querido Rafael, hagamos un trato: yo asumo tus planteamientos, que comparto en buena medida, y tú te comprometes a llamarme Alejandro, Ale o Alejo, ¡y no Agustín, por favor! Guasa aparte, comprendo tu entusiasmo por el libro, y me parecen interesantes otros detalles, como el juego con nombres de personas reales, que sólo se sabrán protagonistas del libro cuando sean lectores. Nueva o vieja, o híbrida de una cosa y otra, bienvenida sea esta buena literatura.
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