Carne de gato
Miguel Ángel García Argüez
Paréntesis. Colección Umbral. 2010.
ISBN: 978-84-9919-114-0
236 páginas
13 euros
Daniel Ruiz García
Las pulsiones que sirven como encabezado para cada una de las cuatro partes de la nueva novela de Miguel Ángel García Argüez (hambre, sueño, frío y miedo) constituyen en sí mismas un perfecto resumen de los avatares que padecen los personajes que deambulan por sus páginas. Porque Carne de gato puede leerse como un tratado sobre supervivencia, en concreto sobre la supervivencia de un grupo de jóvenes que vive, ama, odia y padece en Cádiz, la ciudad milenaria tan manoseada en estos tiempos de efemérides y palabras mayúsculas pero que aquí adquiere otra dimensión. El dibujo de la Cádiz de Miguel Ángel García Argüez es una Cádiz hermosa pero nada señorial, se reconoce poco en esta postal bucólica de taza dorada bañada por el Atlántico que ejerce de cuna de Europa: más bien es un animal anciano que se lame las patas, una existencia enferma habitada por insectos que malviven a duras penas sin ningún tipo de esperanza más allá de la obtención de placer o la satisfacción de sus instintos básicos.
La juventud que García Argüez perfila en las páginas de esta novela mueve muy poco al optimismo. Parece que el escritor, que sabe bien de lo que habla –aparte de poeta y de artista musical, tiene una reconocida trayectoria como letrista en el Carnaval de Cádiz-, ha querido plantear un retrato humano como quien acerca la oreja a una conversación ajena: dejando que los personajes hablen entre sí, se desenvuelvan, casi a su libre albedrío. Aunque la trama no es ajena a algunos efectismos narrativos, al llegar al final del libro no hay conclusiones morales, los personajes no abrazan una meta, más allá del roce, de la búsqueda del cariño, el único antídoto contra la incertidumbre. “Ellos dos se abrazan con miedo”: es precisamente una de las últimas frases de la novela, que define bastante bien el tono general de Carne de gato.
García Argüez es poeta, y eso se nota en la forma de narrar. Porque aunque el estilo es bastante directo, con un predominio de la acción y, por tanto, del verbo (en muchos momentos se intuye cierta deuda con autores norteamericanos en la órbita del realismo sucio), en otras ocasiones hay momentos de gran vibración lírica, con imágenes de fuerte plasticidad en las que se reconoce la vocación poética del escritor. Este lirismo, en todo caso, está bastante bien dosificado, de forma que la lectura es sencilla, amena, agradable. A ello ayuda, asimismo, una capacidad innegable de oído, y una habilidad para el retrato de ambientes costumbristas sin llegar al apolillamiento y el olor a naftalina.
Se echan en falta en Cádiz voces como la de García Argüez. Voces capaces de plantear crónicas de una ciudad que retratan historias que extrañamente salen en las fotos, aunque son más comunes de lo que cualquiera puede pensar.
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