Edith Wharton
Paréntesis, 2010
ISBN: 9788499191041
360 páginas
16 €
Traducción: Lale González-Cotta
José María Moraga
Vuelve Edith Wharton: la primera mujer que recibió el Pulitzer, la amiga de Henry James. La reportera de guerra, la malcasada, la imperialista, la árbitra de la elegancia, la maestra de la ironía, la naturalista de salón… ¡Sálvese quien pueda? Esta vez no. La forma que ha escogido la autora neoyorquina para regresar (ella, que tan famosa es por escribir sobre fantasmas) es una colección con diez de sus relatos más conocidos, editada por Paréntesis bajo el título Madame de Treymes y otros relatos (2010).
“Madame de Treymes” es el buque insignia del volumen, como podían haberlo sido muchos otros. Se trata de uno de esos cuentos de “inocentes en el extranjero” (por robarle la frase a Mark Twain): norteamericanos en Europa a principios del siglo XX. Los complicados usos sociales, la estratificación imperceptible dentro de una sociedad de clases más rígida si cabe que la estamental, el cortejo, los miramientos, la hipocresía y el miedo al qué dirán conforman un rico tapiz costumbrista absolutamente fascinante para nosotros, pobres lectores globalizados y virtuales de aproximadamente 100 años después.
Era una época en la que las mujeres no podían tener pasado, tu estatus como anfitriona (y hasta tu reputación) podía caer debido a unas cortinas mal elegidas y en la que el papel de la mujer bien era el de buena madre y esposa, espejo y coautora no reconocida del éxito social de su marido. Los hombres lo tenían mejor porque podían fumar puros y ganar dinero, pero la serie de constricciones que atenazaban a la sociedad imponían sobre sus hombros unas responsabilidades mayores que las de la mujer, con lo que tampoco es para arrendarles la ganancia.
Esto no solo les ocurría a los americanos “expatriados” en Francia, Wharton nos deja diáfanos ejemplos del sutil juego de poder doméstico impuesto por una época en cuentos como “Los otros dos” (curioso retrato de divorcio y familles recomposées) y “El mejor hombre” (sobre chanchullos políticos), ambientados en Nueva York, el mundo del que salió la autora. “La misión de Jane” (sobre una problemática adopción con inesperados resultados) abunda en idénticos contextos sociales.
¿Y los fantasmas? Solo hay un cuento de este género, el inquietante “Después”, bien narrado y redondo podríamos decir, en general, si no fuera porque en el siglo XXI me temo que no cumple su función principal: dar miedo. Tampoco da miedo ya (hace décadas) Otra vuelta de tuerca (1898) del contemporáneo y amigo de Wharton Henry James, pero ambos relatos resultan lo suficientemente turbadores para, sin asustar, ser considerados como clásicos del género.
El mundo del arte, del que Edith Wharton se sintió tan cerca, queda bien reflejado en cuentos como “El veredicto”, “El legado” y “Expiación” (sobre una autora novel sospechosamente parecida a la propia Wharton en sus comienzos). “El legado” es además un estudio sobre el carácter humano, lo mismo que otro cuento, “Un cobarde”, cuyo título resulta ambiguo por no decir irónico. “Un diletante”, pese al suyo, toma una imagen del mundo del arte para apartarse de él y trazar uno de esos encajes de bolillos sociales también presentes en “Los otros dos” o el titular “Madame de Treymes”.
Aunque sólo fuera por el formato recomiendo el libro: no soy fan de los novelones del siglo pasado, sí de los cuentos cortos. Edith Wharton se muestra en estos diez relatos una dignísima representante de tan norteamericano género, desde luego, y su ironía, su ojo clínico social y sus tímidas -bien que sólidamente argumentadas- quejas sobre el papel de la mujer en la época que a ella le tocó vivir hacen de esta lectura un placer. Pero además del género y del contenido me gustaría decir algo acerca del lenguaje, ese material con que se forjan los libros.
En última instancia, no debe olvidarse que Madame de Treymes y otros relatos es una traducción, que califico de correcta, a cargo de Lale González-Cotta. Perdonadme la pedantería: la (de)formación me ha acostumbrado a leer en el original, y a ratos me resultaban incómodas las intrusiones de palabras o expresiones que yo creía estar viendo al trasluz en inglés. No estoy diciendo que el libro esté mal traducido, ni que yo lo hubiera hecho mejor, todo lo contrario. Sólo que resulta un poquito fastidioso leer por primera vez unos cuentos traducidos, simplemente porque hace que las cortinas de la Sra. Wharton me hayan parecido un poquitín peor elegidas de lo que seguramente son.
“Madame de Treymes” es el buque insignia del volumen, como podían haberlo sido muchos otros. Se trata de uno de esos cuentos de “inocentes en el extranjero” (por robarle la frase a Mark Twain): norteamericanos en Europa a principios del siglo XX. Los complicados usos sociales, la estratificación imperceptible dentro de una sociedad de clases más rígida si cabe que la estamental, el cortejo, los miramientos, la hipocresía y el miedo al qué dirán conforman un rico tapiz costumbrista absolutamente fascinante para nosotros, pobres lectores globalizados y virtuales de aproximadamente 100 años después.
Era una época en la que las mujeres no podían tener pasado, tu estatus como anfitriona (y hasta tu reputación) podía caer debido a unas cortinas mal elegidas y en la que el papel de la mujer bien era el de buena madre y esposa, espejo y coautora no reconocida del éxito social de su marido. Los hombres lo tenían mejor porque podían fumar puros y ganar dinero, pero la serie de constricciones que atenazaban a la sociedad imponían sobre sus hombros unas responsabilidades mayores que las de la mujer, con lo que tampoco es para arrendarles la ganancia.
Esto no solo les ocurría a los americanos “expatriados” en Francia, Wharton nos deja diáfanos ejemplos del sutil juego de poder doméstico impuesto por una época en cuentos como “Los otros dos” (curioso retrato de divorcio y familles recomposées) y “El mejor hombre” (sobre chanchullos políticos), ambientados en Nueva York, el mundo del que salió la autora. “La misión de Jane” (sobre una problemática adopción con inesperados resultados) abunda en idénticos contextos sociales.
¿Y los fantasmas? Solo hay un cuento de este género, el inquietante “Después”, bien narrado y redondo podríamos decir, en general, si no fuera porque en el siglo XXI me temo que no cumple su función principal: dar miedo. Tampoco da miedo ya (hace décadas) Otra vuelta de tuerca (1898) del contemporáneo y amigo de Wharton Henry James, pero ambos relatos resultan lo suficientemente turbadores para, sin asustar, ser considerados como clásicos del género.
El mundo del arte, del que Edith Wharton se sintió tan cerca, queda bien reflejado en cuentos como “El veredicto”, “El legado” y “Expiación” (sobre una autora novel sospechosamente parecida a la propia Wharton en sus comienzos). “El legado” es además un estudio sobre el carácter humano, lo mismo que otro cuento, “Un cobarde”, cuyo título resulta ambiguo por no decir irónico. “Un diletante”, pese al suyo, toma una imagen del mundo del arte para apartarse de él y trazar uno de esos encajes de bolillos sociales también presentes en “Los otros dos” o el titular “Madame de Treymes”.
Aunque sólo fuera por el formato recomiendo el libro: no soy fan de los novelones del siglo pasado, sí de los cuentos cortos. Edith Wharton se muestra en estos diez relatos una dignísima representante de tan norteamericano género, desde luego, y su ironía, su ojo clínico social y sus tímidas -bien que sólidamente argumentadas- quejas sobre el papel de la mujer en la época que a ella le tocó vivir hacen de esta lectura un placer. Pero además del género y del contenido me gustaría decir algo acerca del lenguaje, ese material con que se forjan los libros.
En última instancia, no debe olvidarse que Madame de Treymes y otros relatos es una traducción, que califico de correcta, a cargo de Lale González-Cotta. Perdonadme la pedantería: la (de)formación me ha acostumbrado a leer en el original, y a ratos me resultaban incómodas las intrusiones de palabras o expresiones que yo creía estar viendo al trasluz en inglés. No estoy diciendo que el libro esté mal traducido, ni que yo lo hubiera hecho mejor, todo lo contrario. Sólo que resulta un poquito fastidioso leer por primera vez unos cuentos traducidos, simplemente porque hace que las cortinas de la Sra. Wharton me hayan parecido un poquitín peor elegidas de lo que seguramente son.
2 comentarios:
Excelente debut, amigo José María. Y siempre acertado tu comentario sobre las tristemente necesarias traducciones(para la mayoría de los mortales).
Ahora que nos estamos acostumbrando a ver películas y series en VO y nos estamos dando cuenta de lo muchísimo que se pierde con las traducciones, ¿para cuando echarle valor a la literatura? Enhorabuena!!
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