18 mayo 2011

Contra la novela abalorio


Las cenizas de abril

Manuel Moya

Alianza Literaria, 2011

ISBN: 978-84-206-5112-5

496 páginas

18,50 €

Premio de Novela Fernando Quiñones 2010


Daniel Ruiz García

Entre los nombres propios de la literatura onubense actual se encuentra, en un plano muy destacado, Manuel Moya, que ha construido una obra poética singular e incluso con un punto de extravagancia. Traductor de literatura portuguesa, y buen conocedor (y traductor) de la obra de Pessoa, tiene entre sus méritos literarios el “apadrinamiento” de la indómita poetisa Violeta. C. Rangel, que ocupa el purulento y sucio panteón del malditismo patrio de los años 90 junto a otras figuras como Roger Wolfe, Leopoldo María Panero o Karmelo Iribarren.

En su vertiente de prosista, Manuel Moya se ha caracterizado por obras de fuerte expresividad, con auténticas joyas como la 'nouvelle' Majarón, que quien suscribe tuvo ya ocasión de reseñar aquí. Las cenizas de abril es sin duda su proyecto más extenso y su acercamiento más premeditado y firme a la novela entendida desde un planteamiento clásico, como contenedora de una visión del mundo habitada por personajes que encarnan y representan grandes valores y dilemas que se ponen en juego sobre el tapete de una trama enclavada en un eje espaciotemporal. Todo novelista, más tarde o más temprano, acaba lanzándose a la construcción de su propia Guerra y paz. Es la tentación impuesta por el oficio: después de levantar promociones de VPO y polideportivos municipales, el arquitecto siempre acaba tentado por la Gran Obra. Esta aspiración, pienso, es independiente del registro. Ahí está Bolaño con sus Detectives salvajes para demostrarlo. La tierra negra, obra anterior del autor, supone una primera tentativa de este acercamiento a la novela canónica, pero Las cenizas de abril resulta una obra más cuajada en este sentido. Consigue lo que toda novela de largo aliento busca: que el lector acabe asimilando las vivencias de los personajes como en cierto modo propias, que acabe empatizando con sus dramas y miserias, y que al cabo, cuando el último renglón concluye, deseemos saber más de ese puñado de personas con la piel de palabras.

La historia que cuenta Manuel Moya es la historia del Portugal previo y posterior a la Revolución de los Claveles, con todo el periodo colonial apuntalado por las dictaduras de Salazar y de Caetano y con todo lo que vino después de la explosión popular del 25 de abril del 74, el último gran movimiento revolucionario europeo antes de la extensión de la Europa democrática y supuestamente unida. La coyuntura reciente que atraviesa este país, con la autoinmolación política del presidente Sócrates como hito simbólico, reviste insospechadamente a esta novela de gran actualidad. Sin perder de vista lo paradójico que resulta que sea un escritor español quien se haya atrevido a novelar esta época histórica, nulamente abordada por las letras castellanas hasta la fecha. La condescendencia patológica de España hacia el país vecino también se ha llevado por delante el interés por su historia.

Moya se desenvuelve con soltura por los paisajes, el carácter y la historia portuguesa. Sabe de lo que habla, y esa desenvoltura, que nunca es exhibicionista, le sirve para armar una historia verosímil, muy bien construida sobre un puñado escaso de personajes. La novela se desarrolla sobre el proceloso mar de fondo de la ideología, representada por la tensa dialéctica entre los opresores y torturadores afines al régimen y los rebeldes o la masa aburguesada que prefiere vivir de espaldas a los abusos para no renunciar a sus privilegios. Las historias construidas sobre terreno político siempre corren un alto riesgo: es fácil caer en el cliché o en el maniqueísmo. Moya sale airoso del lance gracias a un compromiso con el trazo de personajes nada esquemáticos, en los que habita la duda. Así, el personaje-eje de la novela, el agente de la PIDE Ilidio, es un implacable torturador, pero uno acaba sintiendo compasión por él. La moraleja que uno saca de la historia –y da miedo pensarlo- es que nadie está a salvo de caer en el abismo cuando las circunstancias así lo exigen.

Es una novela, pienso, pesimista. La alegría está estancada en la nostalgia (la recreación de la euforia popular del 25 de abril resulta estilísticamente brillante), y el futuro sólo puede ser peor. De hecho, el título de la novela es bastante elocuente: de aquel abril de las ilusiones sólo nos quedan cenizas. Manuel Moya plantea, pues, una novela de tesis, valiente, de ésas que no se llevan ahora, en este tiempo en el que triunfa la literatura del abalorio y de la estética Imaginarium. A pesar de que, como estamos viendo por todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor, nunca ha sido tan necesaria una literatura que interprete la realidad, que explique qué está pasando, cómo hemos llegado a esto.

1 comentario:

Fran G. Matute dijo...

A quién le pueda interesar: hoy a las 20 h se presenta este libro en la Feria del Libro de Sevilla.