
La filosofía judía, una guía para la vida
Hilary Putnam
Alpha Decay, 2011
ISBN: 978-84-928-3712-0
190 páginas
19,50 €
Traducción de Albert Fuentes
Ilya U. Topper
Si este libro se llamara “Elogio y comparativa de Rosenzweig, Buber y Levinas”, yo no tendría nada que objetar. Pero se titula La filosofía judía, una guía para la vida. Tendría que tener asumido tales incongruencias desde que escogí en una manta en la acera mi ejemplar de Kaputt, del gran Curzio Malaparte, pese a la escotada rubia con pistola en la portada (no, no, créanme: en Kaputt no salen rubias, y las que salen no van armadas; probablemente fuera un truco para circumnavegar la censura franquista).
En el caso de Putnam, francamente no lo sé. Quien espera encontrar una versión hebráica de los panfletos de autoayuda de cierto tecleador y cuyo nombre no precisaré por amor a Brasil, va listo (afortunadamente). Aquí hay filosofia de la verdadera, es decir, lo que los laicos en la materia nos imaginamos que deben de enseñar en las aulas de Filosofía en la universidad (y que nos parece motivo para huir de tales asignaturas). El de Putnam no es un libro fácil de regalar, me temo. Quien no sepa distinguir entre el fenomenismo de Carnap y la fenomenología de Husserl o no sabe “practicar la 'abstención' (epojé) fenomenológica” en el sentido de éste último, no sabrá sacarle todo el jugo que la obra probablemente contenga. Hecha esta advertencia procedamos a destripar el libro, confiando en que el autor se lo tome con filosofía.
En la introducción, Putnam asegura que su propia filosofía es científica y naturalista (no religiosa) y relata cómo se convirtió en judío practicante pese a no creerse nada de aquello (sí, la típica historia de quien va a la iglesia para que el cura no se niegue a darle la primera comunión a la niña y no haya que renunciar al álbum familiar con vestidito blanco). Sorprende que un filósofo también valore más el qué dirán que sus propias ideas y que, además, lo proponga como una actitud a seguir. En esto, Putnam sí revela una actitud de aquel judaismo ortodoxo que pone la letra de la ley por encima de todo, sin importar en absoluto el espíritu. Aunque deja muy claro en las próximas páginas que su maestro es Wittgenstein, no la Tora.
Y es a través de Wittgenstein que analiza al primero de los tres filósofos tratados: Franz Rosenzweig. Habrá que pasar un capítulo y medio para encontrar la primera mención de la Biblia: Rosenzweig (1886-1929) pertenecía a ese judaismo alemán ilustrado indistinguible del cristianismo y del humanismo. Éste que se ha dado en llamar “valores judeocristianos de Europa” y que no son ni lo uno ni lo otro. El que se agarra a la “verdad revelada” de la Biblia contra la propia certidumbre de que aquel libro es un pastiche, y que utiliza sus historias abrahámicas, etimologías hebreas incluidas, para.... pues precisamente para eso: filosofía wittgensteiniana. El único mandamiento que el Hombre recibe de Dios, según Rosenzweig, es uno: “Ámame”, explica Putnam. Más cristiano, imposible.
Distinto es Martin Buber, al describir la relación con Dios como una relación del "yo y tú", donde Dios no puede ser descrito, ni imaginado, ni conocido, porque todo intento de hacerlo lo convertiría en un “ello” que no es. Buber no pertenece, obviamente, a la rama cristiana-ilustrada sino a la mística, en una línea directa con Ibn Arabi y Juan de la Cruz, en ese punto donde da exactamente igual qué parte del epíteto jerosolimitano ―judeocristianomusulmán― se le coloca a su monoteísmo. Este misticismo que usted, gentil lector, sabrá entender incluso si es ateo. O precisamente entonces.
Volvemos a un teísmo rígido con Emmanuel Levinas (1906-1992), que sí es un judío ortodoxo. Lo que en Rosenzweig suena a una ficción benévola ―creerse que la Biblia es palabra de un dios, que ese dios se enamoró precisamente del "pueblo" judío y le entregó determinadas leyes en un lugar y una fecha históricas― se convierte aquí en fundamento de la filosofía: Levinas exhorta a sus lectores judíos a resistir “frente a la llamada del Ángel de la Razón”.
Su filosofía ética se basa, según aclara Putnam, en la vieja norma de que todo judío debe responder por todos los demás judíos. Algo que explica muy bien la proyección política que hoy día tiene Israel en el mundo, pero usted, gentil lector, se preguntará cómo le atañe esta obligación de una religión únicamente para con sus fieles, frente a los demás.
Putnam tiene la respuesta: para Levinas “todos los seres humanos son judíos”. Y aunque Putnam se esfuerza por destacar el modelo del rabino Hilel (s. I a.C.) y su frase “Lo que no quieres que te hagan, no se lo hagas a los demás” que según la leyenda, equivaldría a todas las enseñanzas de la Tora, para Levinas la ética no es una reflexión inteligente o recíproca, sino simplemente un deber: la obediencia incondicional frente al imperativo de ser responsable para todos los demás, sin tomarse en cuenta uno mismo.
Gentil lector ¿aceptaría esto como una guía para la vida? Putnam, que se declara “incorregible aristotélico” (para amar a los demás es preciso amarse uno mismo), no lo acepta. Permítanme adherirme.
En resumen: si usted, lector, es judío creyente, entenderá a Levinas. Si es cristiano, le gustará Rosenzweig. Si es ateo, preferirá a Buber. Pero dudo de que en ninguno de los tres casos convertiría la filosofía de ninguno de los tres en una guía para su vida. Aunque sólo sea porque los místicos como Buber no quieren ofrecer guías sino gnosis.
Es cierto que la palabra "judía" para referirse a tres (o tres y cuarto, contando a Wittgenstein, como apunta con cierto humor el autor al sacar a relucir su abuela judía) pensadores éticos y universales puede reconciliarnos con esta religión en una época en la que los mayores rabinos de Israel llevan las consecuencias de su fe tan lejos como para asegurar, basándose en toda la literatura talmúdica disponible, que es lícito matar a niños gentiles si éstos podrían convertirse más tarde en personas dañinas para la comunidad judía (primordialmente palestinos, por supuesto, pero "gentiles" son todos que no sean judíos), y que no es lícito vulnerar el descanso del shabat para salvar la vida de un gentil.
Pero también cabe advertir a Putnam que llamar “judío” todo aquello que haga un hijo de vecina judía tiene sus riesgos. En los años treinta hubo quien rechazó la Teoría de la Relatividad, elaborada por Albert Einstein, con el argumento de que era una teoría “judía”. Proteste, gentil lector.