24 febrero 2012

Fantasmas de carne y hueso



Los ingrávidos

Valeria Luiselli

Sexto piso, 2011

ISBN: 978-84-96867-89-5

143 páginas

15,90 €




Rafael Suárez Plácido

Uno se va interesando más porque va descubriendo cosas que le gustan de Valeria Luiselli. Ya había leído Papeles falsos, su primer libro. Mucho más difícil es explicar por qué lo hice. Entonces no sabía prácticamente nada de ella. Sólo había un catálogo editorial brillante, aunque sin estridencias, y un género literario, el ensayo, en el que deseaba profundizar. También una cierta curiosidad por conocer algo de esta joven autora que había elegido este género y había sido publicada por esta Sexto Piso para su primer libro. Ahora, en cambio, es más fácil: leo Los ingrávidos porque ya había leído Papeles falsos.

Papeles falsos es un conjunto de ensayos dictados por la voz lírica de una joven autora mexicana. Son ensayos que se leen como si fueran cuentos, cuentos que nos aportan una visión muy personal sobre los espacios y las lecturas. Una mujer que viaja de México a Venecia a visitar la tumba de Brodsky, quizás tras los pasos de sus poemas y de Marca de agua, o quizás porque le gusten los cementerios. Pero no, el hecho es que va expresamente a San Michele, en Venecia, tras la tumba de Joseph Brodsky. La imagen de la joven sentada junto a la lápida del poeta no se puede quedar así sin más y se repite en Los ingrávidos. Sólo que ahí son dos las jóvenes que comen junto a la tumba neoyorkina del poeta mexicano Gilberto Owen. En el caso anterior ella está entre las tumbas de Brodsky y Ezra Pound cuando aparece una señora mayor con la que mantiene una breve conversación.

A Valeria Luiselli, como a Peter Handke o como a mí mismo, le interesan mucho los lugares en los que ocurren hechos significativos para algunos de sus escritores favoritos: los lugares o sus representaciones simbólicas. Así va tras los mapas, los planos y sus formas o sus correspondencias, los espacios, las habitaciones que moraron los autores de esos papeles, falsos o no, que hemos dado en llamar Literatura, o las tumbas en las que descansan esos autores. Quizá porque piense que algo quedará de alguien entre esas paredes o en esas calles que anduvo, o en esas habitaciones que moró. Puede que lo que permanezca sea incluso el escritor mismo. De algo parecido trata también Los ingrávidos.

La habitan dos narradores que comparten un discurso fragmentado: por una parte, una mujer mexicana que está tratando de escribir una novela mientras vive con su marido, también escritor, y sus dos hijos, y por otra el poeta Gilberto Owen. El nexo entre ambos es que siendo mexicanos habitan más o menos los mismos espacios en Nueva York, con una diferencia temporal de unos ochenta años, y pertenecen, también de distinta manera, al campo de la Literatura. Son ingrávidos porque son fantasmas el uno para el otro. Habitan en sus mundos particulares con sus cuerpos de carne y hueso, pero han saltado las fronteras temporales.

El texto fragmentado ayuda a esa sensación de ingravidez, de pérdida de peso. Tan sólo en los momentos en que ambos personajes están más vivos, los fragmentos se alargan y toman más sustancia.

El narrador femenino está escribiendo una novela donde cuenta su vida antes de casarse. La escribe a ratos. Escribe que todo el mundo desea hacer una novela de largo aliento, pero que no puede porque tiene otra vida, otras obligaciones: sus niños básicamente. Escribe y parece que añora otra época en la que tampoco fue demasiado feliz. Trata de encontrar algo parecido a la felicidad en esa otra vida. Entonces trabajaba en una editorial, traduciendo al inglés, buscando al nuevo Bolaño que su jefe pretendía encontrar. Y a veces se le aparecía Gilberto Owen. No hablaban, pero se miraban unos instantes. Ella estaba segura de que se trataba de él. Es curioso: esta novela que escribe esta narradora también podría llamarse Papeles falsos, en referencia a una serie de traducciones al inglés de poemas de Owen. Ya digo: es la falsedad lo que da esa sensación de infelicidad en la novela, en la que parece que lo único verdadero es lo que todos sabemos que es falso.

Én los años veinte, el narrador masculino es diplomático en Nueva York y está recién separado de su mujer. Se relaciona epistolarmente con los otros poetas del grupo mexicano de Los Contemporáneos y, personalmente, con García Lorca y Nella Larsen y, a veces, se le aparece un Ezra Pound omnipresente, como en Papeles falsos, que está vivo pero reside en Venecia, y se le aparece también esa primera narradora. Fantasmas del presente y del futuro. El sitio de los encuentros entre fantasmas es el metro. Lo cierto es habitan los mismos lugares.

En Venecia se puede pasear caminando; en México DF, en bicicleta, nos decía Luiselli en sus Papeles falsos; en Nueva York los paseos ideales son en metro. El paseo es lugar de reflexión en el siglo XX.

Los ingrávidos es un homenaje a la Literatura que habita una vida: Literatura viva, Literatura más allá de la muerte. Pero no sólo Literatura. Son personajes vivos con problemas, con sus familias que si en otro momento pareció que iban a ser suficientes, ya quedó claro que no va a ser así, con necesidad de sus amigos, que están ahí casi siempre, pero no están. Y cuando no están, están los libros, ese ultimísimo recurso que siempre queda ahí, a nuestro alcance.

¿Pero bastan los libros? ¿Es suficiente la Literatura? ¿Debemos aspirar a algo más que a ser fantasmas ingrávidos que permanecen a través de lo que han escrito, que se relacionan a través de lo que leen?

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