El vino de la soledad
Irène Némirovsky
Salamandra, 2011
ISBN: 978-84-9838-403-1
221 páginas
15 €
Traducción de José Antonio Soriano Marco
Juan Carlos Sierra
Tras la monumental Suite francesa y su merecidísimo éxito de crítica y público, la editorial Salamandra ha ido recuperando poco a poco la obra narrativa de Irène Némirovsky, dando con cuentagotas -casi a razón de uno al año- otros títulos de la autora ucraniana afincada en Francia a partir de 1919. Desde la inauguración de lo que podría llamarse "Colección Némirovsky", el que suscribe estos párrafos ha ido buceando en su obra al ritmo de la publicación en español de sus novelas fascinado, principalmente, por su maestría a la hora de perfilar caracteres, de bucear en el alma humana, de crear personajes hondos, complejos y redondos.
Sin embargo, en El vino de la soledad las expectativas quedan un poco por debajo de lo esperado. Es más, de lo que conocemos hasta el momento de Irène Némirovsky podría afirmar que en este libro la escritora ucraniana rebaja sus exigencias literarias al nivel de la simple corrección. Evidentemente, esta valoración solo se puede realizar con la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido y el conocimiento de otras novelas de mayor valía -y no me refiero solo a la sublime e inacabada Suite francesa-.
Si el valor más destacado de la escritura de Némirovsky desde mi punto de vista es la construcción de personajes de una pieza -pero como un mosaico donde cada una de las teselas explica el conjunto y le aporta sus propios matices-, los dibujados en El vino de la soledad adolecen de cierto esquematismo, de una suerte de previsibilidad que puede explicarse quizá por el mismo origen de la novela.
Como ha señalado gran parte de la crítica que se ha ocupado antes de esta novela, se trata de una de las obras más autobiográficas de Irène Némirovsky. De hecho, la protagonista, Elena Karol, puede considerarse su álter ego. Al margen del argumento de la obra, sobre el que no vamos a detenernos, porque no es necesario para nuestra argumentación y porque no queremos desvelar nada a los potenciales lectores de la novela, existe un principio en literatura que posiblemente pasa por alto Némirovsky en la creación de esta obra y que ya enunció Gustavo Adolfo Bécquer muy avanzado el siglo XIX: “Cuando siento no escribo”. Esta frase del poeta sevillano se refiere no solo a la distancia temporal -evidente en el caso de los sucesos que narra El vino de la soledad y el momento de transmitirlos como obra literaria-, sino más bien a la distancia emocional que ha de existir entre el instante de la vida vivida y su posterior plasmación en artefacto literario.
Cuando esa distancia no existe, aunque haya pasado mucho tiempo, el efecto literario puede resultar frustrante. Cuando uno sigue íntima y emocionalmente ligado a los sucesos que piensa trasladar al papel, por paradójico que parezca, el intento suele resultar fallido, porque los sentimientos son malos consejeros en la escritura, porque las confesiones hay que dejarlas para los amigos o para el cura, si se es creyente, y porque la claridad necesaria para construir una trama y especialmente unos personajes puede verse nublada y lastrada por los deseos de venganza, por los impulsos de ajuste de cuentas que, como es el caso que aquí nos ocupa, sobrevuelan El vino de la soledad.
Si no se ha leído nada de Irène Némirovsky, esta obra puede ser, no obstante, un buen comienzo porque al fin y al cabo -ya lo hemos apuntado antes- se trata de una obra correcta; si ya se ha disfrutado de Suite francesa o El baile, se puede prescindir de El vino de la soledad, que hay muchos libros esperando y muy poco tiempo.
1 comentario:
A mí, "El baile" (única fuente para comentar) me gustó mucho. Y como bien dices, coincido contigo en que su maestría en trazar perfiles de caracteres es uno de sus puntos fuertes. La seguiremos más de cerca aún gracias a tu reseña.
Don CalcetínRelleno
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