27 febrero 2012

Testimonio desde la máquina infernal

El mal árabe. Entre las dictaduras y los integrismos. La democracia prohibida

Moncef Marzouki

Asimêtrica, 2011

ISBN: 978-84-9386-452-1

242 páginas

19 €

No consta traductor


Ilya U. Topper

Hay libros que llegan tarde. Decir esto del ensayo de Moncef Marzouki, El mal árabe, es un poco injusto, porque el autor se afanó: el texto data de 2004. Cosa que uno está tentado de comprobar una y otra vez durante la lectura, porque no hay libro más actual que éste. Y sin embargo nos llega tarde, porque de haberlo leído hace año y medio, no nos habría pillado de sorpresa la Revolución Árabe. Y menos nos habría sorprendido -nos sorprendió y nos dejó patidifusos y bracigesticulantes- que empezara precisamente en Túnez, el país donde todo estaba atado y bien atado, el país menos verosímil para una revolución que cabía imaginar.

No tanto, habríamos sabido, si hubiéramos leído antes frases como ésta: “No disponemos de ningún "sufrímetro" que nos indique el grado de sufrimiento de una persona o de un pueblo. Si existiera un instrumento así, nos mostraría, a partir de 1990, un brusco incremento muy por encima del umbral de alerta que no ha disminuido desde entonces”. Frase seguida de referencias no sólo a la brutal persecución, la tortura, la extorsión sistemática del ciudadano por parte de la policía, la inmensa corrupción (“el país está explotado por una asociación mafiosa”), la pobreza de quienes el Estado condenaba al ostracismo, hasta que sus hijos se muriesen, literalmente, de hambre, sino también al hartazgo:

- No podemos más, estamos hartos.
- Ya basta de lloriqueos, hay que acabar con todo eso.
- Sí, a partir de ahora ya no tenemos miedo.

Pero también al último refugio de una nación humillada:

- Dios mío, ahora se suicidan en los pueblos.
- Sí, y cada vez más. Con este ya van veinte en lo que llevamos de año.

Frases cogidas al vuelo en una conversación que Moncef Marzouki, entonces aún presidente de la Liga Tunecina de Derechos Humanos, acosado por los esbirros del régimen, tras varios pases por la cárcel, escucha en una reunión en su pueblo natal del sur. Corren los últimos noventa. En 2000, Marzouki se exilia. Con la certeza de que falta poco: “Túnez es este desierto, esperando las primeras gotas de libertad”.

Lo tendríamos que haber leído entonces, para saber, con la primera protesta y los gritos contra Ben Ali, que la tormenta había llegado y acabaría, como acabó, en aguacero y primavera. Culpar a Asimétrica Editorial por ofrecernos el libro tan tarde es igual de injusto: hay que aplaudir (y felicitar). Pero entonemos un 'Nostra culpa' por ignorar lo que se mueve en las librerías francesas, por no buscar, por no dar a las editoriales españolas ánimo y motivo de ofrecernos con urgencia este tipo de libros en cuanto salgan del cascarón. Deberíamos.

No hay libro más actual que éste, repito. No sólo porque Moncef Marzouki es desde diciembre el presidente de Túnez. También porque en este ensayo nos da las claves no sólo de por qué Túnez estalló -claves perfectamente aplicables al resto de los regímenes árabes y, en parte, a otras dictaduras del mundo- sino asimismo de su futuro. El que debe llegar: la democracia.

Moncef Marzouki es un hombre de profundas convicciones democráticas: cada palabra de este ensayo las rezuma. Sabe perfectamente que el futuro inmediato de su país será islamista, aunque él sea un laico convencido y no deja de martillear una y otra vez que uno de los fundamentos esenciales de cualquier democracia es la igualdad absoluta entre mujer y hombre. Sin matices. Diga el islam lo que diga. Pero asume que es el precio que hay que pagar por una democracia edificada sobre los escombros de una dictadura que aplastaba precisamente a los islamistas, los utilizaba como coartada para sus crímenes... y así los convirtió en héroes.

Universal también las propias experiencias de Marzouki en la cárcel, tan humana y casi cómica la relación que establece con sus sicarios, en el fondo otros chavales de pueblo que una máquina infernal ha puesto en el lugar del verdugo. Éste es uno de los muchos méritos del libro: sólo describe Túnez pero de tal manera que Túnez se convierte, simplemente, en un buen ejemplo de la Humanidad: su capacidad de oprimir, de reprimir, de controlar, y su capacidad de resistir, de seguir luchando.

Uno tiene la tentación de citar frase tras frase de este texto: si tuviera la abominable costumbre de subrayar los libros, me habría gastado tres o cuatro lápices. Su lúcido análisis de los movimientos islamistas es un útil bloc de notas para cualquier periodista lanzado con paracaídas sobre un país de la actual Primavera, su apasionada denuncia de los intelectuales europeos que han defendido las dictaduras árabes con el pretexto (tan absurdo ¡tan falso!) de que los pueblos árabes no están preparados para la democracia o que ésta “no forma parte de su cultura” (es difícil meter más racismo en una sola frase) debería ser lectura obligatoria de los aludidos cuando se hallen en el infierno, y su rotunda refutación de Samuel Huntington y su "choque de civilizaciones" en ocho páginas debería distribuirse junto con cualquier obra que haga referencia al autor norteamericano.

Ocurre raramente que el autor de un ensayo tenga luego la obligación pública e ineludible de vivir acorde con cada palabra que dijo. Bajo la atenta mirada del lector, que podrá así comprobar la sinceridad del pensador. Marzouki la tiene: es presidente de Túnez. Y ahora sólo caben dos posibilidades: o bien Túnez se convierte en una democracia verdadera, islamista sí de momento, pero sin atentar contra las libertades individuales, sin tocarles un pelo a las mujeres, sin recaer en la corrupción y la cercenación de otro derechos, o bien Marzouki dimite porque la otra Túnez, aquella contra la que lleva dos décadas arrojando afiladas palabras, es más fuerte que él.

La tercera salida, la de que se cumpla la última y definitiva enseñanza de El mal árabe -que el poder corrompe a quien lo toque- preferimos no imaginarla. Sería una tragedia, y no sólo literaria.

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