11 junio 2012

Cuando la vida tampoco importa


Nada importa nada

Javier Salvago

La Isla de Siltolá, 2011. Colección "Arrecifes"

ISBN: 978-84-15039-80-8

68 páginas

12 €



Rafael Roblas Caride

Heredero directo del Gil de Biedma más inspirado, por parte del estilo, y del Manuel Machado más zumbón, por parte del ritmo, Javier Salvago (Paradas, 1950) reincide con este Nada importa nada en su pecado de narcisismo maldito, presentando un poemario que se estructura en cinco apartados de irregular extensión más un epílogo final, caracterizados -también es marca de la casa- por una evidente tonalidad elegiaca y por un cínico escepticismo que se acrecienta con la edad.

Formalmente, el volumen posee una estructura circular, abriéndose en su primer capítulo con una sorprendente sextina, estrofa que, en disposición especular, se repetirá en el apéndice lírico del poemario y que conforma a su vez el último apartado de este, con el título de “Final”. Mas si este “Final” constituye una profunda reflexión recapituladora sobre la vejez y la muerte, la sextina inicial puede calificarse como una autoconfesión metapoética del oficio literario. En ella, Salvago ahonda en su sentimiento vital y niega cualquier anclaje actual con el arte poética, sumergido en el hastío y en el desencanto: “Harto de la existencia, harto de todo, / de los sueños, del mundo y su sentido, / del tiempo, de ella y hasta de ti mismo”.

Esta postura nihilista es común para todo el libro y da a la voz de Salvago un personalísimo tono que fluctúa entre la amargura y la aceptación forzosa de un destino inexorable, que se convierte en certero presente una vez que el poeta es incapaz de detener el paso del tiempo y la cercanía de la muerte se vislumbra en el horizonte. De ahí nace también la mirada al pasado, el canto a lo perdido, la melancolía -que no queja- elegíaca.

El segundo apartado del libro es mucho más extenso y rememora, desde el presente actual, la juventud y los amores perdidos. Sin embargo, lejos del poeta elegíaco al uso, Salvago se enroca en el cinismo y en el humor que lo acompañan como compañeros de viaje desde sus inicios. Pronto el lector cae en la cuenta de que de “Aquellos maravillosos años” poco o nada hay salvable: “La juventud pasó. / Bien está lo que acaba. / No volvería a ser joven / ni aunque me lo pagaran”. El cansancio y el desencanto del presente son las lentes que enfocan ahora hacia el recuerdo y que fulminan la ilusión del muchacho que fuimos. Especialmente brillante me parece el repaso que el poeta realiza en “Imágenes” a su propia historia amorosa. Al término del recorrido sentimental, nuevamente aparece el destino funesto y pesimista del hombre detenido y vapuleado más por el ajetreo de la existencia que por el paso del tiempo: “Imágenes ya muertas del que fui, / según las circunstancias y los años, / que aún perduran, borrosas y amarillas, / como viejos retratos”.

En el tercer capítulo del poemario -dedicado no casualmente a Antonio y a Manuel Machado-, Salvago aprovecha para ahondar en su reflexión vital y apuesta por el acortamiento de la estrofa y por la densidad del verso. Nace así una poesía profunda y sentenciosa, que toma por modelo los “Proverbios y cantares” machadianos y que permite comprobar cómo el de Paradas se crece en las distancias cortas de la copla, de la soleá y del cantar popular. Como soberbio ejemplo, véase la siguiente súplica por soleares:

"Echa vino, tabernero,
que hoy me siento como un trapo
y quiero andar por los suelos.

Echa vino, tabernero,
hasta que ya no me acuerde
de quién soy ni por qué bebo."

O esta otra, que posee el eco calderoniano y el deje fatal de la vida vivida como sueño:

"-¿Qué es la vida... - Una ilusión
que nos mantiene dormidos
y atados a obligaciones
penosas y sin sentido."

Poco a poco, el libro se remansa presagiando el final. Así, el siguiente apartado regresa al pasado, centrándose esta vez en el territorio de la niñez. Y si al Buen don Antonio los recuerdos sevillanos se le aparecen durmiendo en un patio de limoneros floridos, para Salvago la infancia palaciega se concentra en la sordidez de la taberna, en las lágrimas del párvulo, en el perdido recuerdo de una joven madre que es el símbolo de aquel “[...] tiempo feliz, / amargo y dulce, primero, / sobre el que se extiende toda mi vida [...]”. Elegía amarga y dolorida marcada por la dureza de una vida adulta apurada al extremo.

El quinto apartado es una menguada serie formada por cuatro composiciones -dos sonetos, un poema de cuatro cuartetos  y una canción en cuartetas, todos ellos de rima asonante- que insiste en la problemática existencial, recurriendo al símbolo del retrato de Dorian Gray en la primera de ellas, y que culmina con la famosísima cita de Lennon: “La vida es lo que te pasa mientras tú te dedicas a hacer otros planes”, que Salvago reinterpreta así:

"La vida es ese tren
que silba y se te escapa,
mientras tú fantaseas
aburrido en tu cama."

Hartazgo y aburrimiento. Vida quemada como una colilla que desemboca en el poema final -ya indiqué anteriormente que también en sextillas- dedicado expresamente a Aubrey de Grey, gerontólogo inglés que declara que la vejez no es sino una enfermedad más del ser humano y profetiza una existencia superior a los mil años en el hombre del futuro. Sin embargo, esta suerte de inmortalidad, lejos de suponer una esperanza para Salvago, es interpretada como una prolongación del tedio, como un insoportable castigo tantálico al carecer el hombre de los límites de la vejez y de la muerte, fronteras indispensables de la existencia humana y dadores de su último sentido. Cara y cruz que se complementan. Paradoja poética y existencial. Y el libro acaba.

Desde hace algún tiempo, Javier Salvago viene amagando con la retirada, alegando la esterilidad creativa de su etapa actual. Nos engaña. Con este Nada importa nada, Salvago reafirma la opinión de quienes aplaudimos esa pose literaria tan 'sui generis' y ese particular guiño al malditismo francés. Gracias a Dios -y a las Musas- el de Paradas prosigue su recorrido vital, ofreciendo a sus seguidores un libro muy en la línea de su particular estilo, prosaico y asonante. Poeta sincero y claro. Directo. Culto y popular al mismo tiempo, que, al margen de modas y de posturas falsamente experienciales, no defrauda en sus planteamientos líricos y logra de nuevo despertar “el pájaro dormido” de la curiosidad del lector. Más que recomendable, sin duda, este nihilista ajuste de cuentas consigo mismo. 'Chapeau, monsier' Salvago.

2 comentarios:

José Manuel dijo...

ESte poemario me parace muy de mi gusto, tanto en la forma como en sus temas, también en el tono a la hora de tratarlos. Gracias por darme a conocer a este poeta a través de esta excelente reseña. Le segurié los pasos.

Anónimo dijo...

Aunque aparezca como anónimo, porque no me acabo de entender con la máquina, soy Javier Salvago. Muchas gracias por tu visión del libro y de mi poesía en general. Un fuerte abrazo