El Pájaro Speed y su banda de corazones maleantes
Rafael Chaparro Madiedo
Tropo, 2012. Colección "Voces"
ISBN: 978-84-96911-52-9
229 páginas
18 €
Sara Mesa
Conocí la historia de Rafael Chaparro cuando leí Opio en las nubes, su primera novela, que le había valido el Premio Nacional de Literatura en Colombia en 1992. Chaparro había muerto a los 32 años de lupus, y esa fue su única obra publicada en vida, una novela de culto para toda una generación de allá -con el ingrediente añadido del escritor desaparecido prematuramente-, escrita con un estilo rabioso, excesivo, potente, que exploraba el submundo de la droga, la vida en las calles y el 'underground'. Lo que no supe hasta hace poco es que Chaparro había dejado otra novela inédita, esta que hoy nos ocupa, según se cuenta en dos versiones distintas y en dos cajones distintos, y que ahora la editorial Tropo -valedora del autor aquí en España- ha tenido el acierto de publicar por primera vez.
Con esto de las novelas póstumas hay que tener mucho cuidado. Muchas veces se publican materiales que estaban muy lejos de ser definitivos; el marketing se encarga de venderlos como la culminación de la trayectoria del autor, cuando no suelen ser más que esbozos todavía titubeantes, o simples borradores. Pero no es este el caso. Muy al revés, lo primero que me ha sorprendido de El Pájaro Speed y su banda de corazones maleantes es su madurez, la sensación de estar ante una novela completamente cerrada y estructurada. Además, se advierte un avance respecto a Opio en las nubes, un mayor control en el manejo de los recursos y una profundización -y no solo continuidad- en los temas que trata. Porque si en mi opinión el mérito de Opio en las nubes residía más en lo que apuntaba que en lo que ofrecía, en El Pájaro Speed encontramos esas expectativas cumplidas, y uno no puede más que preguntarse qué más hubiera venido después de este escritor, de haber sido posible.
En el título de esta novela vuelve a estar presente la droga, pero hay más acepciones en el término 'speed' que enriquecen la semántica de partida: 'speed' como velocidad, y también como subgénero musical basado en la rapidez rítmica de las canciones. Esta sensación de euforia y excitación, casi alucinatoria, recorre la novela al completo, en un constante ejercicio de estilo, acumulativo y retorcido, en ocasiones más cercano a la lírica que a la novelística.
Al igual que en su novela anterior, el elemento narrativo está muy adelgazado y ganan peso los monólogos reflexivos, las divagaciones nostálgicas, soñadoras o desesperadas de personajes al borde del abismo: la turbadora Adriana Margarita, el pobre Pájaro Speed y su padre Skin, la estrafalaria Crazy Mamma con su casa llena de perros, el Lince, y tantos otros. Son personajes abocados a la derrota y a la locura que subsisten en escenarios diversos, pero bien acotados en el ambiente urbano del lumpen: las calles, los parques, los antros nocturnos, la cárcel, los psiquiátricos.
Es el de Chaparro un mundo peculiar que se ofrece en un estilo peculiar, y que aunque en ocasiones puede hacerse reiterativo -eso sí, más recortado que el de Opio en las nubes-, resulta siempre muy personal. Los lectores de Chaparro reconocen cada línea de su lenguaje coloquial, con la abundancia de enumeraciones, diminutivos, anglicismos, onomatopeyas, ausencia de puntuación, repetición obsesiva de palabras, alternancia de frases cortas y largas. También la plasticidad de la prosa -olores, colores, ritmos musicales-, y los juegos con el lenguaje, por ejemplo cuando relata la biografía del Pájaro Speed en una sucesión de capítulos cuyas palabras siguen el orden alfabético, o en las disposiciones especiales de la tipografía en ciertas páginas.
Hay música y drogas, violencia y desolación; hay amor y ternura, realismo y fantasía, pero sobre todo hay riesgo. Sin duda, Rafael Chaparro arriesgó como escritor. Sus novelas no serán del gusto de todos -desde luego no de aquellos que demandan historia o construcción canónica de personajes-, pero está claro que responden a unas inquietudes sinceras, a esas demandas internas de una visión propia del mundo y a sus particulares obsesiones. En El Pájaro Speed y su banda de corazones maleantes se ahonda en la tristeza, posiblemente porque durante su escritura ya conocía Chaparro la gravedad de su enfermedad, y quizá, no lo sé, la posibilidad de su fin. La rabia con que se escribió aparece reflejada en los propios finales -violentos y sórdidos- de unos personajes que malviven proscritos desde el principio, y la desesperanza es constante, como constantes son las oraciones que se vierten a un Dios que no nos escucha ni nos consuela ante el desarraigo: “… Padre Nuestro extiende tus manos y danos un poco de café un poco de whisky Padre exhala tu aliento sobre nuestras manos congeladas Padre Nuestro tú no sabes cómo nos hace falta que alguien venga y nos ponga música mientras nos dormimos Padre Nuestro que estás en los árboles Padre Nuestro que estás en los silencios prepara con tus manos tus días menos duros días menos solos días menos yo no sé Padre Nuestro inyéctanos de vez en cuando una inyección de morfina en las venas para no sentir ese dolor de no ser ni de aquí ni de allá ni de la lluvia ni del sol”.
En la contracubierta del libro se destaca con acierto una frase, demoledora: “La vida es un disparo que no da nunca en el blanco”. Puede ser. La vida. Pero la literatura es otra cosa. Sospechosamente parecida, entremezclada, pero definitivamente otra cosa. No sé si en este caso se ha hecho diana. El libro, digo. Porque está claro que al menos aquí hubo disparo y, por tanto, se respira literatura. Pero también vida, y eso, quizá, distorsiona la trayectoria de la bala, aunque la enriquece, también, de otro modo.
4 comentarios:
Vaya. Me has llamado la atención sobre este autor que desconocía...
Magistral reseña! Habrá que buscar el libro.
Sarita reseña esta novela así porque ella también publicó en la misma editorial, al final todos caen en lo mismo. Leyendo entre líneas se puede ver que la obra es un tostón.
Es un novelón.
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